Título original: 12 Angry Men (12 hombres en pugna).Año: 1957
País: Coproducción Francia, Italia y Alemania.
Director: Sidney Lumet
Reparto: Henry Fonda, Lee J. Cobb, Jack Warden, E.G. Marshall, Martin Balsam, Ed Begley, John Fiedler, Robert Webber, Jack Klugman, George Voskovec, Joseph Sweeney, Edward Binns, Billy Nelson, John Savoca, Rudy Bond, James Kelly.
Género: Intriga, Drama judicial.
Ciclo: Grandes Clásicos de la historia del cine.
Duración: 95 minutos
Sinopsis:
Los doce miembros de un jurado deben juzgar a un adolescente acusado de haber matado a su padre. Todos menos el jurado # 8 (Henry Fonda) están convencidos del homicidio en primer grado. Un veredicto de culpabilidad significa automáticamente una condena a muerte. El que disiente, intenta con sus razonamientos introducir en el debate una duda razonable que haga recapacitar a sus compañeros para intentar cambiar el curso de los acontecimientos.
Basada en un guion para televisión de Reginald Rose, este film dirigido por un maestro del cine como Sidney Lumet, con más de 40 películas en su perfomance. Contó con la producción de Henry Fonda y Reginald Rose, música de Kenyon Hopkins, fotografía a cargo de Boris Kaufman y el montaje de Carl Lerner. Film premiado con el Oso de Oro de Berlín, ganador del premio BAFTA al mejor actor Henry Fonda, tres nominaciones a los premios Óscar y muchos más.
Película fundamental, que nos ofrece a manos llenas las claves para llegar hasta las profundidades del corazón humano, una especie de laboratorio social que nos introduce al interior de una claustrofóbica y calurosa sala, nos va desnudando una sociedad desconocida y abstracta, hasta el punto de llevarnos a explorar —ya no como espectadores— nuestras propias iras y temores, a reconocer nuestros miedos más íntimos y razonamientos más absurdos. A ser capaces, a través de esta especie de catarsis fílmica a admitir nuestros prejuicios, prepotencia y estupidez.
El clima asfixiante genera una tensión en aumento, alimentada por las diversas caracterizaciones de los jurados: desde el beligerante, amargado y feroz jurado # 3 (Martin Balsam), pasando por pusilánime presidente del jurado (E.G. Marshall), la frialdad analítica del jurado # 4 (Ed Begley) o la intransigencia del jurado # 10 (Joseph Sweeney). Llama la atención el anonimato de los personajes, nos deja la sensación que además de conseguir un veredicto de unanimidad, lo que en realidad se juzga es la intolerancia, los prejuicios raciales, la lucha de clases, la confrontación con altas dosis de dramatismo, la majestad de la razón, la serenidad del diálogo y la palabra, de toda una sociedad.
Personajes muy bien perfilados con excelentes primeros planos, es inevitable, descubrirnos inmersos en la trama, como si de cuerpo presente, en el único escenario posible, en la misma sala, estuviésemos como uno más de los doce jurados. Los movimientos de la cámara nos llevan de un lugar a otro del salón, hasta sentir el calor, las respiraciones, hasta casi poder intuir sus más oscuros pensamientos.
La película presenta una estructura teatral, que no desmerece en absoluto, la notable envergadura cinematográfica, que la convierte en una auténtica joya del séptimo arte. Reúne los elementos que todo buen amante del cine busca en una película: una brillante dirección, un reparto extraordinario encabezado por el mismo Henry Fonda, agilidad narrativa y una tensión dramática que no da tregua. Una buena oportunidad para sacudirnos, para cuestionar nuestro sistema de creencias y quizás, replantear nuestras posiciones más extremas. Una deliciosa y sugerente invitación a la duda.
¿Se puede vivir con la consciencia tranquila después de haber condenado a la silla eléctrica a un ser humano? ¿Son irrefutables las pruebas? ¿Las declaraciones de los testigos son infalibles? ¿Pueden doce hombres que viven, respiran y sienten privar a otro de su derecho a vivir?
Bajo la lupa de la modernidad y sus grandes producciones tan escasas de imaginación y talento, cabe destacar la vigencia de una película que no envejece con el paso de los años —¡ya sesenta!—, su sólido guion, esconde una compleja reflexión sobre la conducta humana, es un calco perfecto de la sociedad. Sorprende entonces, lo valioso del recurso del diálogo y la excelente dramatización para constituir una obra llena de ingenio y vitalidad.
Asistimos estupefactos, ya no a la deliberación de doce hombres a quienes se les ha confiado una sabia y responsable decisión, sino —y por añadidura—, que nos vemos encerrados de manera literal en el claustrofóbico salón tomando nuestras propias decisiones, o quizá, sentados en el banquillo de los acusados admitiendo sin pudor nuestra impremeditación, nuestra infame culpa por no levantar la voz en las situaciones límite, aquellas, en las que la asertividad y el valor de decir lo que se piensa, puede tener un resignificado: el poder de decidir sobre la vida y la muerte.
No es necesario darle tintes moralistas al filme, su valor e intencionalidad es más profunda, es la oportunidad que tenemos los seres humanos de examinarnos como sociedad en el mismísimo espejo de nuestras vanidades. Queda al terminar la función y encenderse la luz del teatro la inevitable sensación del autoexamen consentido, de la terapia experimental a la que hemos sido sometidos y de la cual, sin lugar a dudas, no salimos indemnes, más bien revitalizados, con nuevas motivaciones, nuevos argumentos. Nos alimentamos de una y mil razones para mirarnos más coherentes…o menos, ¡no lo sé!
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