Aún no sé si como mujer o como ser humano o ambos aspectos en conjunción y por el hecho en si del continuo contacto con otras mujeres, además de mi condición idónea para ellas de saber escuchar, he creado pequeños relatos primero en la zona más interna de la experiencia con salpicaduras de ficción y bases de realidad, y segundo transportarlos por medio de la escritura al servicio del posible y paciente lector o lectora.
Treinta relatos,contados en quinientas palabras cada uno, ni más ni menos.
MAYCA MARGON
YOLANDA
De la nada se creó un torbellino que transformó mi imagen. Quise respirar hondo a bocanadas profundas pero el aire no llegaba a mis pulmones, y casi de inmediato, sin darme el tiempo suficiente para deshacer la niebla que envolvía mi mente apareció Yolanda, sonriente y resuelta, mirándome fijamente, enmarcada por el espejo que yo tenía justo delante.
Me pesaban los párpados y al cerrarlos exhalé todo el oxígeno que cabía en mi abdomen, percibiendo a la vez un intenso olor a mar que me transportó ingenuamente a mis primeros años, cuando paseábamos por el puerto al atardecer y a aquellas noches calurosas en las que mi madre no dormía y yo velaba la respiración de mi padre desde la habitación contigua, donde los ruidos de las horas oscuras del verano entraban por la ventana. Al abrir los ojos, Yolanda, con el gesto perdido en un fondo infinito se acurrucó sobre si misma en su propio abrazo y cuando adelanté mi mano hacia ella para llamar su atención en su frente apareció el mismo recuerdo.
En ese momento supe que los siguientes pequeños instantes traídos por la memoria y reflejados en Yolanda eran los retazos nostálgicos que atesoré durante años y de los que no quería desprenderme. Ella levantó sus manos en cuyas palmas y a modo de pequeños tatuajes aparecían números sin relación aparente, pero no tardé en darme cuenta de que representaban fechas: día, mes, año, incluso una hora concreta.
Los juegos a «balón prisionero» en la calle, el cristal de la ventana roto, las salidas fuera del barrio explorando lo desconocido con esa presencia de aventura, el primer inquietante beso que alteró toda mi piel de adolescente primeriza, las tardes de pipas y parque resonando en las tablas del banco las risas de mis amigas, los nacimientos, las muertes, los pequeños viajes de fin de semana, las dudas y las recriminaciones, la mesa redonda en las cenas familiares, los sueños cumplidos como por arte de magia. La brisa del mar, el silencio encerrado en los llanos del campo, los achuchones de mi abuelo al que hice tantas veces de rabiar escapándome de sus brazos, la serenidad que me contagiaba mi abuela cuando se sentaba delante del fuego a remover el puchero. Trozos del pasado cuyas fechas se iban borrando de las palmas de Yolanda a medida que yo recordaba.
Entonces ella fijó su larga mirada en mí, recorriendo con lentos movimientos oculares mi imagen, a la vez que leía en las figuras que formaban sus labios una palabra : «Adelante». Mi siguiente acto fue responder a su mirada con un interrogante: «¿Dónde?» aunque todo mi ser preguntaba «¿por qué?», y ella con su boca muda contestó: «Por siempre y por todo» desapareciendo del espejo, tornándose en luces malvas y amarillas que me impedían verla y volviendo a una realidad desde mis etéreas visiones hasta el fin del vivo reflejo de mi persona.
Comprendí, acepté, asumiendo mis vidas pasadas, esperando las otras por venir. Yolanda era yo.
TRINI
La tendencia de Trini, en todos sus actos, es agradar a los demás. Trini tiene un obsesivo miedo al fraude, en todos sus registros. A Trini no le importa derrochar generosidad si con ello la persona que tiene cerca siente que nunca será defraudada. Pero a veces pasa que obsesivamente defrauda.
Cuando la conocí ya me pareció que su mundo no era, indudablemente, paralelo al mío; pronto descubrí por qué, y lo acepté: pudo más la humildad de su alma que la irrealidad en su mente; cuando ella lo percibió me ganó para siempre. Pactamos, como en los viejos cuentos en que las almas gemelas sellan su amistad con sangre, una camaradería de ayuda conjunta, un mutuo pacto de no compasión, de regia disciplina, la cual, a veces, mi prepotencia adquirida desvanece hasta el momento en que ella, que siempre cumple aunque sea con disimulo, me previene de que no debo entrar en ese mundo del que se alimenta y tener las fuerzas necesarias para vivir en el otro, en el que yo le advierto que hay que vivir. Confieso que no sé cual es el más conveniente cuando veo su falsa ilusión recreándose en sus palabras, que no me contagian, pero que intento compartir por que hicimos un pacto.
Trini no cuenta con días propios,no tiene horas suyas, ni minutos para si misma. Recoge del aire que respira y de la tierra que pisa sus momentos de ocio, la risa abierta, el gesto amable; tiene fe ciega por sus desplantes ante el daño y recogiéndose el pelo en una coleta que le cuelga sobre su sufrida espalda, se enfrenta a ella misma cuando se detiene ante el espejo, y si casualmente no se reconoce en la imagen que ve, suelta su melena sobre los dos lados de la cara, ahuecando con sus artríticas manos mechón por mechón, enmarcando su ojeroso rostro, el cual momentáneamente se embellece por el contraste con el color de la piel, y termina el ritual despejando la frente y estirando con sucesivas pasadas, al tiempo que recoge, una vez más, el pelo. La admiro con la melena suelta cubriendo la carga de sus hombros, pero la quiero más cuando reconozco en su gesto la intención de mostrar el lado incómodo de la tristeza que aureola su cabeza.
Trabajadora inagotable, madre suprema; cuatro palabras que definen a Trini. Definición llevada al engaño (ese que nos asiste como autodefensa), que ella provoca. Solidaridad, presencia; dos nombres comunes que convierten a Trini en su propia descripción personal, adecuada o inadecuada, pero de la que se sirve para levantarse todas las mañanas y tomar el primer café.
Llegado el momento de las verdades que no se deben ocultar, Trini saca del fondo del cajón el pañuelo gris marengo, y tapando con él, que no sus ojos, su boca, disfraza sus auténticos pensamientos, y así no ser traicionada por su voz, que es con la única arma que cuenta, no para su propia defensa, sino para defensas ajenas.
TITA
La indumentario de Tita es un delantal, generalmente gris, sobrepuesto a una bata de franela azul marengo, y zapatillas de un gris azulado que hacen juego. Repeinada, su pelo entrecano estirado hacia atrás por efecto de mucha agua mezclada con colonia de lavanda; la cara relavada; sus manos artríticas sujetan el palo de una escoba, perpendicular a su figura, cuando deja de barrer el trozo de acera correspondiente a la entrada de su casa, y comienza una charla con el compadre o comadre que… pasa por allí…
Sus ojos, clarísimos (también entre gris y azul), miran fijamente los labios de quien le habla porque la sordera que padece le impide oír bien. Con la mano libre, ya que la otra retiene el instrumento, posado en vertical, con el que desplaza el polvo del asfalto, hace visera sobre la frente si el sol se interpone; a veces ladea levemente la cabeza, signo de que no ha entendido nada de lo que se le está diciendo, lo que indica que hay que hablarle más alto, acercándose a su oído más próximo.
Pero todo ello de poco le sirve a Tita: su mayor fuente de información es parapetarse detrás de las finísimas cortinas que cubren la ventana de la habitación elegida estratégicamente por sus mejores vistas. De manera que no hay acontecimiento que no observe, ella cree que discretamente, sin perderse cada uno de los movimientos, actos y dichos (lo que ya es curioso teniendo en cuenta su sordera). Es oportuno saber que lo más lejos que ha estado de su casa es la acera de enfrente; sin embargo, parece que ha recorrido mundo, si no geográficamente sí espiritualmente, por el sentido ancestral de sus arraigados conocimientos.
Tita es el ejemplo de cotilleo provinciano que produce cierto humor satírico, sin necesidad de rascar más allá del rechazo por la ironía en si. Superficialmente no incita al intelecto buscar otro motivo que no sea el anecdótico; ahondando en el fin concluyente de un por qué encontraríamos verdades veladas por el fin propio y la anécdota concluyente. Retórica…
Yo… no paso por delante de su casa por casualidad; yo… intento que el camino me lleve a su calle… yo demoro mis pasos cuando me acero a su puerta; y muestro en mi sonrisa un toque de complicidad para que ella presienta al verme ( pues sí tiene buena vista) que estoy preparada y muy receptiva a escuchar; ¡qué la sabiduría que transmite no se aprende en los libros!
Y para que no se incomode porque el sol le ciega, hago con mi cuerpo sombra en su cara, porque me gusta el contacto de su mano libre en mi brazo mientras me habla; y la presión que ejerce sobre mi muñeca, agarrándola, cuando quiere que preste más atención, por la importancia de lo que relata. Descubro en Tita a la niña, la joven, la recién casada, la madre y la abuela… Desgrano una a una sus etapas y descifro el enigma de “vivir el presente”. ¡Grande… ! Tita.
ROSARIO
El día en que supo que moría se vistió de rojo.El pecho de Rosario ya contenía demasiado sufrimiento, tanto que no dejaba espacio a los latidos del corazón, que se fueron pausando por asfixia. En su cabeza albergaba la malsana idea de dejar de vivir cuánto antes; el miedo se convirtió en su aliado y le presentó a la muerte presencialmente. De manera indirecta ya la conoció cuando murió su hija, carne de su carne, ser de su ser: mientras arrullaba a la moribunda la parca tiraba de la manta que protegía del frío mortal el cuerpo, hasta un instante antes todavía con vida de la hija. La madre luchó con la respiración contenida y la mirada fija en la guadaña que caía con un resplandor que cegó a Rosario, en el mismo momento que el alma era cercenada.
Rosario presenció en aquel cuarto resguardado de la luz por unas tupidas cortinas, queriendo proteger así a la enferma, cómo estas se tornaban translúcidas para facilitar la huida de aquella que cometió el rapto. Víctima de tal ofensa, quedó petrificada, con los brazos agarrando su propia existencia, como si entre ellos quedara parte de vida en la fallecida. Protagonista del dolor más insoportable: sobrevivir… al ser que has parido, porque muere.
Ya nada… No sobrevivir… era lo que hizo la carga de su pena más ligera. Se instaló en su cabeza el remordimiento de estar en este mundo con los cinco sentidos plenos de actividad; actividad que se regodeaba en hallar la forma de no vivir… Hizo de sus día un pasaje a la eternidad decorando su habitación de granate oscuro, que de anochecida era su tumba. Las visitas de condolencia y pésame eran recibidas por Rosario con altanería y un mohín en sus gestos que recordaba la resignación, pero que en realidad escondía un secreto. “Pronto ya no me veréis”.
La confirmación del secreto se mostró en sobre cerrado con su nombre y apellidos. El médico que entregó la sentencia en informe apreció como discretamente un aura iluminaba la cara de Rosario, al tiempo que sus palabras transmitían paz “Bien, doctor… Todo está bien”. Su andar, de regreso a casa, llamaba la atención de otros transeúntes por lo liviano de sus pasos y lo marcial de su compostura. Las escaleras no impidieron su decisión de no tomar el ascensor; al fin y al cabo, comenzaba su ascenso al cielo. Limpió su habitación; recogió la taza del desayuno; se peinó. Del fondo de un armario donde guardaba sus mejores prendas, esas que solo se visten una vez, desenfundó el vestido que lució en la boda de su hija; un traje de gala… largo y escotado…el mismo con el que aparecía en las fotografías rebosante de alegría y pletórica de un orgullo maternal.
Colgó el vestido en una percha forrada de terciopelo; se miró en el espejo y comprobó que la hechura de su deformado cuerpo aún cabría por delgadez. Y fijó en sus labios un toque de color: rojo.
ROMINA
Existe un ejemplo claro de lo que es “sufrir de nervios” ya que el romanticismo popularizó esta afección; y es cuando la dama en cuestión padece de síntomas, no demasiados graves pero sí molestos, debido a lo sensible de su naturaleza. Otra descripción de ello, podría ser todo lo contrario; es decir, que la dama no sea para nada sensible excepto en las situaciones por ella elegidas que den lugar a manifestaciones variadas del sistema nervioso… o lo que es lo mismo : “me altero si no se hace mi santa voluntad”.
El caso de Romina…
Romina es en apariencia cariñosa y dispuesta al agradecimiento; sus amables palabras, dan imagen de tolerancia y complicidad en el trato. En su soltería era la tía preferida de las sobrinas, porque les ofrecía camaradería comportándose como la hermana mayor. Al casarse, naturalmente, el tiempo de visitas familiares se redujo por estar ocupada atendiendo a su marido; aunque poco después del casamiento, quien tenía atenciones con su mujer era él.
Romina dio a luz un hermoso niño. Durante su convalecencia, bastante traumática por la tristeza que la embargó, más una recuperación que se alargaba, acudió a un especialista que diagnóstico un estado nervioso alterado, algo que pudo ser normal por el propio parto, pero que comenzó a ser crónico pasados ya varios meses. En ese momento fue oficialmente declarada víctima de sus incontrolables nervios para el resto de la humanidad.
Romina, por derecho, en las situaciones complicadas, que no son de esperar, se ha puesto el mundo por montera negando la mayor: « No digo nada, pero… eso no es así…» Sus más allegados han procurado no alterarle la vida por no alterar las suyas propias. Por unanimidad, y en contra de lo que pudiera parecer cuando se pone galante, se decidió no quitarle juicio a sus razonamientos… Tengamos la fiesta en paz.
Romina ha madurado cayéndose siempre del árbol pero sin tocar el suelo. Ha construido una muralla alrededor de su espacio vital que no se puede traspasar sin saber la contraseña, la cual ella cambia según la dolencia del día. No sabe cómo se le ha ido la juventud y cree que no ser joven es ser inútil. Las dolencias físicas que invaden su cuerpo son, para ella, castigos merecidos por cumplir años. Intenta traspasar, sin aspavientos pero con cara de mal genio, los malos pensamientos al fondo de su alma, tratando de que rebosen por sus manos los buenos. Cuando no lo consigue tartamudea, como si la lucha interna no cupiera ya en su cabeza; irremediablemente comienza a confundir el bien con el mal y viceversa, incapacitada para distinguirlos.
Romina ya es una señora mayor con un marido que disfruta de la jubilación y con unos nietos que sólo quieren jugar.; con una hermana que ya no cree todo lo que dice y sobrinas que no echan de menos si no lo dice. Tiene magulladuras olvidadas con las que se acuesta de noche y que ignora de día. Cree existir tranquilamente… sin nervios.
REGINA
Cruces de oro en cadenas doradas colgadas al cuello, fortaleciendo y adornando tu pecho con el mismo resplandor que has puesto en tu vida, coronada de paz; herencia de los ausentes que te acompañan y que desenredan tu pelo gris ahuecando los mechones, como a ti te gusta Regina. No pides nada a cambio, pero tu dedicación es billete de vuelta al hogar, y estás agradecida. Llevas a cuesta sus desvelos como penitencia, ¿quién puede convencerte de que cumpliste, sin saberlo? Sí aún no lo sabes, no lo sabrás.
El dolor no te resigna, la voluntad si… El camino del calvario se alarga, y una cruz más espera ser recogida por tus limpias manos de deformados dedos. No quieres que reluzca, quieres que se pierda, que el polvo y la arena de tu calle la entierre, tesoro sin descubrir, pisoteada por quien revolotea alrededor de tu casa sin atreverse a entrar, aplastada por los que llaman a tu puerta traspasando el umbral de recogimiento que es tu corazón. En el altar que has construido ya no queda hueco para otro santo, colección de mártires que adoras desembarazándote del polvo posado entre los pliegues del tiempo.
Hábito que sí hace al monje, son tus noches, que no tus días, recargados de cansancio; clara la mente no dejas que la enturbie un mal pensamiento, que corra… que corra.
Es defectuoso tu cuerpo porque ha parido los hijos de ese hombre al que ahora sí dedicas media sonrisa cada vez que te mira, sonrisa que se abre entera cuando le das la espalda y que él intuye, como sabe que no quieres colgar de tu cuello otra cruz, hoy no…Tienes cruces de sobra, ya pesan…No serán herencia de los tuyos cuando las despeguen de tu cuerpo, son recuerdos íntimos que recuperarás al crepúsculo reflejado en el cristal de la ventana, cuando, corridas las cortinas, el alma se aferre a la mesita de noche y a la cómoda de tu habitación.
Regina…recoges piezas destartaladas que consigues unificar en tu porte; tu presencia augura la fragilidad que es el disfraz de tu dureza; no cedes… porque ya no te hacen daño las palabras pronunciadas con envidia, no cedes porque aprendes; los actos que rebosan rencor dejan tatuajes en tu piel curtida, ya curada de las heridas sangrantes que cicatrizan; mantienes alerta el sentimiento que confirma tu humanidad, y que a veces se desparrama por tus entrañas, despertando… aletargado y juvenil.
Echas en falta lo que tu das, sin culpar; en el catálogo de tu vida resaltan en blanco y negro las imágenes que seleccionas, por bellas; lo que no te crees lo ignoras, torciendo la boca, a la vez que diriges tu mirada al suelo, como queriendo rebajar la mentira.
Convencida que no dejas huella, caminas con tus desgastadas alpargatas aligerando el paso; pisas con cautela para no prevenir a la muerte de que estás viva. Enciendes dos velas… el aroma de la cera humeante te tranquiliza, y calienta el alma dormida.
PEPA
Niña en la posguerra; trabajadora del campo; de madre regia; novia de su hombre; de padre vividor. Andaluza de pura cepa, delataba altanero porte su prestancia de gitana arraigada; inquietaban sus ojos verdes, verdes como… la albahaca. Mujer de copla, más hembra que esposa, más madre que hija, más amiga que hermana. Pepa, la “del cortijo”… del que un día se fue,con su marido y sus hijos, de pocos meses una, de pocos años otro; no quiso ella que los niños crecieran bajo el mismo cielo y sobre la misma tierra donde se deslomó.
Tierra de ojo por ojo… mal regada en vino, rica tierra para el hambre; de conquistadores y conquistados, de héroes, de villanos.
Llegó con su familia a la casa grande, las calles anchas, los edificios altos, el pan de picos, el montilla aguado. Saetas y vicios… uno (desconocido para Pepa) arrogante, altanero… destructivo, sí lo conoció su hijo, ese niño que maduró en el mismo espacio que la droga ocupaba; como tantos… jóvenes andaluces de aceituna y palmas, de pelo negro rizado y frente lisa. Deambulando en círculo, consumiendo el tiempo, para no pensar, para no sufrir… Sufrieron más aunque no pensaran.
El hijo mayor de Pepa evitaba estar cerca de la madre; huidizo y febril, daba la espalda al padre; ausente y lejano no reía con la hermana. Mostraba su cobardía arisco y exigente; el color de su piel oscura palideció, igual que los rizos en su cabello. Pepa le miraba… y atendía sus requerimientos, pues descubrió en el fondo de sus ojos difuminados, síntomas de una maldad con la que su niño no había nacido. En el alma de Pepa anidó el miedo.
Hijos de sus madres, de madres en lucha con hijos perdidos. La certeza de no encontrarlos imprime sabiduría en su paciencia rota. Mujeres caídas, que no saben pedir ayuda para levantar a sus hijos. Hijos que sus madres han parido.
Para Pepa todos los días amanecía nublado; andaba por la casa en silencio para no despertarle; mientras estuviera en casa, más tarde saldría a la calle… a buscar. Las noches de Pepa se oscurecían a medida que pasaban las horas y el hijo no volvía; en vela, pareciera que los párpados le quemaban, que le faltara el aire, que se helaba. No le consolaba el ruido de la llave, la luz encendida, el roce de sábanas, cuando el hijo regresaba, porque sabía que cada hora, cada minuto, cada segundo su hijo se desvanecía.
Aquella noche Pepa contemplaba el reflejo de la luna en el marco de la ventana, quieta, sin pensamientos que la ahogaran, en silencio, esperando… esperaba.
Reconoció la sombra que, pegada al cuerpo de su hijo, entró con él… Alerta, erguida… Una serena tranquilidad invadió la estancia. Le ayudó a desvestirse… le lavó las manos, le enjuagó la frente, le besó los labios… Le meció al susurro de una nana. «Duerme ya mi niño. Duérmete ya… Duerme tu sueño eterno». Le cerró los ojos… Dejó de sentirse amenazada.
PATRICIA
A Patricia le condicionó nacer entre su hermana mayor y su hermano pequeño; la prepotencia de una y la generosidad del otro hizo que no encontrara nunca su posición exacta, concluyendo en una postura de empequeñecimiento que alentaba la mayor con una abierta indiferencia; el pequeño consumía los vacíos de su hermana mediana con una ignorancia innata. La infancia de Patricia transcurrió sosegada en los aspectos vitales y de apreciación. Sin adolescencia y agotada su primera juventud, dio a luz a su único hijo, fruto de un frío matrimonio convenientemente planeado sin ella, que dejó de pensar si le convenía, consciente de que era otro episodio de su vida en el que no sería la principal protagonista. Durante los días, meses, años… que la criatura dependía orgánicamente de la madre, los segundos, minutos y horas construyeron un refugio paliativo para Patricia, que rechazó el resto de remedios. Y entre su hijo y su marido presintió, una vez más, que no encontraría el orden exacto de su posición.
Patricia enviudó, sin importarle… El hijo apoyó la decisión de marcharse, planeada hacía tiempo, en los ojos secos de la madre.
Sin intermediarios en lo que vinieron a ser sus noches, y que no se opondrían a lo resuelto por ella para sus días, Patricia encontró por primera vez y sin reservas, un gran espacio. Determinó vivir en él el resto de su vida. Apreció que las lagunas secas en su cabeza comenzaban a llenarse de un líquido salado como las lágrimas. Reconfortada, acomodó su alma perdida entre las rasgadas telarañas de su mente. Intuyó en la soledad su estado, su espacio, su hueco, su posición. Se declaró, íntimamente, única y universal.
Ahora, pasea por las calles, aparece en las esquinas, se detiene en las aceras, con todo lo que resta del cómputo de su existencia. Patricia… que ya no habla, pero mira, que no busca, pero retiene. Parece la recreación de una virgen con hábito de desamparo apoyada en el portón grande de la iglesia. Observa pasar a los feligreses en la hora de misa; ella no entra; espera fuera. Con insolencia posa la mirada sobre sus cabezas y escarba con quietos pies sobre el terreno que los demás pisan. Se sienta en el banco más cercano a la puerta de su casa, abstraída en un punto fijo, siempre el mismo; no se levanta… no tiene saludos que cumplir ni preguntas que contestar.
Patricia es una niña vestida de vieja, de atuendo desaliñado, con calcetines grises a media pierna, el pelo largo y lacio enmarañado, descompuesto por el juego. Su aspecto inspira en los adultos cierta compasión que ella rechaza con gesto serio. Ha descubierto que sólo los niños la ven tal y cómo es, que aceptan su compañía porque son capaces de vislumbrar que es una superviviente, igual que ellos; heroína de los relatos que inventan, poseedora de las verdades que los mayores no cuentan, guardiana de los escondites más emocionantes, reveladora de secretos ocultados. Hada Madrina en carne y hueso.
MAYTE
Para Mayte se paró el tiempo un día, una hora, un segundo, en el mismo instante que rebosó el vaso por la última gota del veneno que paralizó su cuerpo y destruyó su mente; si la inconsciencia busco el antídoto, la lenta agonía del fin no encontró el remedio para la devastación que cabalgaba por sus venas directa al corazón ;consciente de la lentitud de sus latidos, éste no supo buscar la fuerza para acelerar más el pulso, y el cerebro se agotó. Cuando, aumentado el deterioro y menguada la comprensión, ella se reveló y quiso poner fin al desastre, ya era tarde, muy tarde: como aceite en agua, los sentimientos flotaban desordenados sobre el turbio color del que se tiñó la razón; Mayte luchó por emerger de ese líquido ponzoñoso que la ahogaba y no pudo salir a flote porque el tiempo,rápido e insistente, lo transformó en barro: auténticas arena movedizas que son una tumba.
Las risas fueron siempre compañeras de viaje y sentido del humor de Mayte, con ellas precisaba auténticos momentos de felicidad cuando no estaba sola; los nefastos y viles acontecimientos ocurridos cuando no hubo cumplido aún la treintena, dejaron su casa vacía, y a ella entre las sombras de los seres que la habitaron. En soledad aprendió a seguir viviendo convencida de que la suerte no era para ella, porque quizá no nació con «buena estrella», y poco a poco dejó de reír , convirtiendo en impostoras las risas aún por echar. En ese momento comenzó el vaso a llenarse…
Pero sí tuvo suerte, sí la «buena estrella» iluminó su cielo, sí rió y sí fueron risas auténticas, risas echadas al cambio del viento, risas afectuosas, risas provocadas, risas acompasadas de otras risas: menudas, inocentes, infantiles (las de tus hijos). ¿Por qué, Mayte, no fueron apuntadas esas risas en el «Haber» de la contabilidad de tu vida? ¿Por qué nada bueno merecías, y dejabas pasar las ocasiones felices sin querer atraparlas? ¿Te castigabas por los errores cometidos? ¿Qué te hizo tan indolente y presuntuosa para creer que eras la única que cometió errores? ¿Por qué no te querías? ¿Por qué aún no te quieres…?¿No ves qué ya no te querrás?
Las puerta blindadas por ti se han cerrado y estás en el otro lado, donde no tienen cabida tus seres más queridos (esos mismos que crees no merecer), por los que peleas y sufres tanto…por los que das la vida entera…la vida que has dado por conservarlos, por no quererte bien, por quererlos mal,por no conservar en tus adentros el amor recibido, por dirigir erróneamente hacia tu interior el dado por ti… Mayte… No tienes conciencia de tus culpas, tus desatinos, ni de tus aciertos, tus verdades, ya no importa, no eres culpable, no lo has sido, pero lo serás porque habrá quién te perdone; te perdone porque te entienda; yo te entiendo pero no te perdonaré. No…porque ya no envejeceremos juntas ni daremos lentos paseos,como tu me prometiste.
MÁXIMA
El pueblo entero sabía de su mal genio, de su actitud de gran señora. Casada con un forastero y pobre de necesidad, Máxima guardaba el buen humor para contadas ocasiones, que debido a las circunstancias, eran muy pocas ( no hay constancia de que el casamiento con ese hombre bueno y los nacimientos de sus seis hijos fueran una de ellas ). Delgada y de diminuta estatura compensaba con su tronío ser reina de su casa. Un delantal de pequeños cuadros grises y negros que cubría más abajo de las rodillas era su amuleto, incluso para acudir a misa. El pelo amarillento sujeto con horquillas negras en un moño bajo que sí recomponía al caer la tarde, cuando se sentaba en el umbral del portón con las comadres, en buen tiempo y si no llovía. Máxima con su poder de matriarca recogía debajo de sus faldas a sus hijos y salía a buscar a su marido a la taberna. Mujer de esos tiempos, en los que se era fuerte o no se era…
Fuertes fueron también los hijos varones, reflejo de la inamovible disciplina impuesta por la madre: marciales, serios y de buenas hechuras -herencia del padre-, les apasionaba cualquier actividad que se realizara de uniforme; legionario quiso ser el mediano y guardia civil llegó a ser el mayor (los otros dos era aún demasiado chicos para despuntar, pero no lo eran para admirar a los hermanos). Más hijos que ningún hijo de otras madres, para Máxima, que no ocultaba su pasión por esos seres a los que ella fomentaba cumplir órdenes sin rechistar ni contemplaciones. Y más pasión tenía por el mayor, por ser el primero en vestir de gala.
En un pequeño altillo encima de la chimenea del hogar Máxima colocó en vertical y sujeta entre dos platillos la pequeña fotografía en blanco y negro de su hijo mayor; el rostro de éste en la misma, denotaba la importancia del oficio que le ocupaba; un mozo guapo de ojos vivos y frente despejada de pocos más de veinte años.Cumplidor con el cargo, destinado a un pueblo de la sierra… cumplió con todos dando la vida por otros… una mañana de refriegas y tiroteos… entre dos bandos enemigos…de la misma tierra… hasta la muerte… por defender cada cual su parte de razón… Luchas entre hermanos nacidas del odio y de la dualidad de la patria. Cayó ensangrentado, haciendo garras con los dedos sujetos a la reja de una ventana, sin caer del todo, las rodillas dobladas, la cabeza sobre el pecho. Ridícula postura de morir para un hombre que no sabía que iba a morir.
No fue así como le vio Máxima… Ella vio a su hijo en ataúd de pino (cortesía del cuerpo), limpio de sangre, sin huellas de la batalla, blanco y aguileño.
Máxima…Un lamento interno ocupó el lugar del aire en los pulmones; un sudor caliente recorría la piel; un temblor refrenado en las manos enlazadas como una cadena que no cediera ante el inhumano dolor.
MARIOLA
Te enamoraste… ¿Te enamoraste?… Presencia del hombre que recorriendo caminos adquirió la sabiduría que cada poro de tu piel anhelaba, insolencia que recorría tu cuerpo en forma de deseo. La anécdota de conocerle cegó la verdad – no quisiste saber-, imprimió sobre tu boca palabras con bozal, sobre tus ojos vistas con antifaz; pactaste acatar sus normas a cambio de que te enseñara el mundo; adorado ser…el mundo se lo enseñaste tu a él . Reconocido el error, maquillabas su reflejo en tu frente cada vez que disculpabas su inadecuada actitud. Se veía venir…Te rompiste Mariola… y barriste los pedazos que caían en tu jardín marchitando las flores. Ayudé a limpiar tu casa, a refrescar el patio. Alabé tu cordura, aplaudí tu decisión… Marchabas Mariola, firme y convencida, a tu origen.
Añoranza y nostalgia. En el pecho no cabe más aire que alivie el escozor producido por tu recuerdo, Mariola… Añoranza de no testificar tu madurez, nostalgia de presenciar tu juventud. Que ahora la felicidad sea tu mayor cómplice hace del consuelo mi analgésico. Distancia tan grande como el más grande de los océanos no diluye sentimientos ni difumina imágenes, no…estimula las auras al abrazo, homenaje que siempre te ofrezco.
Dulce y rubia, llegaste a casa de los tuyos, con los hombros cargados por la tarea de recomponer la vida de tus hijos, alejados del inservible… invisible padre. Destapaste tu cuerpo del mantón de manila colgándolo en la percha que preside la entrada del hogar de tu niñez, y lo arropaste con la manta que tu abuela fue tejiendo mientras estabas lejos. La lejanía facilitó deshacer tu impostura, compuesta de obviadas verdades. El espacio exigió limpiar tu mente y el orden estableció la claridad que requería tu mirada. Mariola…buscaste el comienzo para volver a empezar.
Estaba esperando, el comienzo esperaba: aquel ser que escudriñó con timidez tus formas de adolescente y con audacia tu volátil espíritu supo que volverías. Te recibió con más agrado aún por la ausencia y empleó ternura en la reconquista. Tu adquirida invalidez por los años de sometimiento se deshizo en caricias que te dejabas devolver. Él lamía tus heridas mientras sus manos se posaban en tu frente para quitar luz a ese maldito reflejo; cortó la venda, rompió el bozal. Paciente, dejó que el tiempo cicatrizara la herida; benévolo, escuchó tu historia de mujer desencantada; elegante, pidió tu mano bajo el farol que sólo a ti iluminaba; y en esa noche os unió el día.
Las sombras del pasado ahora tienen luz propia y los fantasmas ya no se cobijan debajo de la escalera, deambulan fuera de tu hogar, con el viento empujándoles cada vez más lejos. Has perdido el miedo al acecho, has encontrado la paz en tus huesos; y en cada instante le regalas las vidas que has concebido como esposa y madre. Amas y te aman… das y te dan. La grandeza con que naciste se refleja hoy en tu frente. Has decidido ser mujer, lo mereces Mariola…sin miedo.
MARÍA ROSA
María Rosa es pequeña, pero llena el espacio que abarca la mirada del alma con su gran presencia; María Rosa es robusta, pero cuando anda pareciera que sus zapatos de tacón acarician el suelo; María Rosa es ruidosa, pero silencia el tiempo con la tranquilidad que cada uno busca; María Rosa habla, pero yo no oigo lo que dice porque escucho lo que piensa; María Rosa me encandiló en un instante, me emocionó en un segundo, rescató lo obvio y puso las cosas en el lugar adecuado. Vino a enseñarme y yo aprendí. Quien la puso en mi vida fue mi padre.
Su presencia física recordaba el aspecto de mi madre, lo que detuvo en mis labios pronunciar palabra cuando la conocí… tal era mi sorpresa; no era agradable que la nueva mujer de él se pareciera por respeto a todos, incluso a ella. Pronto averigüé que únicamente era por fuera (por dentro María Rosa es “la alegría de la huerta”). Miré a mi padre de reojo (él observaba) y leí en sus labios la orden de que la atendiera. Y aunque en un principio mi atención obedecía su deseo, sin darme cuenta sentí una gran admiración. Me conquistó…Guiñé un ojo a mi progenitor.
Me ha dejado quererla,aunque no nos unan lazos de sangre, me deja aunque mi padre ya no esté. La quise aún antes de demostrar con sabiduría (adquirida por el mal venir de la suerte) que estaba consagrada a él: se comprometió a que los días fueran irrepetibles, aventureros… Le disfrazó de santo para pasear por el cielo, de marinero para deslizarse por el mar, de peregrino para recorrer el horizonte. Envolvió los años en papel de regalo malva con lunares rosas, como su blusa; adornó los meses con flecos y volantes ,como su falda; pintó los días de verde, como sus zapatos de cuña. Y como el verde de la esperanza:«Quizá viva algo más de tiempo aunque no se recupere del todo». No, María Rosa… Es que cuando tu llegas su débil cuerpo se incorpora para recibirte con honores, y su mente se esfuerza para agradecer tu presencia , pero sabes que ha consumido el combustible, que ha agotado la resistencia. Y… ¿sabes qué es feliz, aunque no tenga fuerzas?;si las tuviera en la misma proporción que las ganas de vivir, ganaría la feroz lucha a guadaña. Lo sabes María Rosa… compañera hasta el final…
A la pena de su muerte se sumó la ausencia de lo no vivido, de tus planes de seguir envejeciendo a su lado; arrasó con el confortable futuro y arrebató tu ingenua alegría. Te ahogaron las lágrimas por dentro , asumiste su ausencia por fuera. Yo añadí tu dolor al mío propio y te admiré más. Espié tus actos, seguí tu tristeza, te ofrendé con alas para volar, te pronuncié en mis oraciones .Conjurando su nombre juntas, recordamos, tu al hombre y yo al padre. Acepté su legado y acogí su voluntad : me dejó en herencia haberte conocido. Más…
MARÍA BELÉN
Debía su nombre compuesto a la madre del crucificado, María, y a la patrona de la localidad donde nació, Belén. María Belén vino a este distinguido mundo con gran sorpresa de sus padres que ya no esperaban más descendencia después de seis hijos varones. Y distinguida como hembra se crió ella. Eran tiempos en que se comía por el esfuerzo del trabajo; no faltaba la hogaza de pan recién hecho ni la ristra de chorizos de la matanza en la mesa familiar. La progenitora del clan, mujer de buena presencia, de porte altivo, de pelo azabache rizado y ojos castaños, rasgados, educó a sus hijos adjuntando una aptitud de bien plantados que creaba hacia los demás cierta distancia, sin rechazo, más bien de admiración. A su hija le dio las bases para ser mujer de acciones inteligentes, nada reñidas con la decencia, por lo que se valoraba aún más. La niña creció consciente de quien era y de quien no podría ser. Ya de moza sabía qué no querría ser nunca.
Muchos eran los pretendientes que María Belén tenía. Algunos, altos y guapos; desgarbados y pasables otros. Ella a todos atendía con respeto; no faltaban palabras de agradecimiento a cada cual; pero sentía que no era el momento, aún cuando en la época que le tocó vivir la máxima de una joven casadera era ni más ni menos… casarse.
En su cabeza se forjaba la idea de dedicar su mente, e incluso su cuerpo, a otros menesteres, que no fueran criar hijos. ¡El mundo parecía tan grande! ¿Por qué no ver un poco de él antes? Ella -pensaba- tenía mucho que ofrecer a otras gentes, podía ayudar a quien más lo necesitara, conocer a las personas, descifrar el sentido de la humanidad… Sin tener que atarse… Y en su cabeza se quedaban todas estos pensamientos. La opción de hacerlos salir de ella para promover dichas ideas era muy remota; sus hermanos no compartirían sus anhelos; sus padres eran mayores para cualquier desvelo. Las amigas… no la entenderían: estaban ocupadas en encontrar un buen novio.
Novio… ¿Dónde?…
Al final de la calle, en una casa con patio delantero, en el que los jazmines enmarcaban la fachada, también con su aroma, desparramándose por entre las rejas de la puerta principal, María Belén vislumbró, entre pasadas, la historia de la familia que la habitaba. Supo que el muchacho de aspecto triste que al anochecer se dejaba embriagar por el olor del jazmín, momento en el que en sus ojos risueños se reflejaban pequeños trazos de felicidad, era huérfano de madre desde muy pequeño, que su padre volvió a casarse y que la señora de esa casa era su madrastra.
La imaginación de María Belén hizo el resto…o quizá fue su intuición… Comprobó, al mismo tiempo que él posó sus miradas en ella, que el gran mundo puede contener otros más diminutos, y que uno de éstos estaba a su alcance. Rescató para él esos instantes con la sabiduría de hembra joven. Le aceptó.
MARÍA
El día que nació su hijo el mundo de María cambió porque todo lo que quiso la vida se lo concedió, porque el varón de sus entrañas era la vida misma, porque pactó con el tiempo una tregua, porque firmó un compromiso de amor. Pero no supo, no podía saber, que también firmaba su sentencia de muerte. No supo, no podía saber que el tiempo no cumpliría lo pactado.Tan deseado, tan bienvenido, tan hermoso, aquel niño no trajo el pan bajo el brazo, hubo que darle el pan,y lo que la vida no le dio se lo daba María.
Recién estrenado el otoño y pasado el invierno, su hijo creció y con él crecía la mirada de sus ojos negros cada vez más abiertos; sus rasgos gitanos dibujaron su cara perfecta e hipnotizadora; sus pequeñas manos se ocupaban en descubrir y sus diminutos pies en explorar. Un halo inquieto y malévolo coronaba su pequeña cabeza; todas las piezas no encajaron en su pequeña alma, y una desazón ocupó el corazón de María, que intentó obviar las señales que el destino enviara, pues nada malo, pensó, podía pasarle a un ser tan perfecto.
La confusión guió los paso del niño adolescente, y en medio de ésta, se le permitió deshonrar la moral de su familia y alterar el orden de las cosas; María disculpaba y protegía las tropelías de su hijo, sin querer ser consciente de que implantar una disciplina hubiera sido apropiado ante los desmanes cometidos durante esos delicados años que abarcan la adolescencia, sin oficio ni beneficio pero cruciales para una equilibrada madurez futura. Ella siempre estaría a su lado contra el mundo, contra la ética y la virtud, contra la salud y la enfermedad,contra la vida y la muerte,de ser necesario…¡Qué verdad tan grande!: la más auténtica verdad de toda su vida, la vivida y la que quedaba por vivir;la verdad de aquel contrato que firmó con sangre, con aquella sangre que manchaba el cuerpo recién nacido de su hijo, su propia sangre, sangre compartida desde que en el interior de su vientre empezó a cuajar una vida… y una muerte.
El destino, la suerte, el infortunio o la forja a golpes para no defraudar lo más sagrado, decidieron por María, y a sabiendas de que ya estaba escrito, se resignó sin vacilación, con todos los sentidos y el sufrimiento a flor de piel. Cuando el final se le presentó antes sus ojos como una película que no acaba bien (lo que la hace más creíble), no lloró… se hizo más fuerte; desechó los sentimientos inútiles e incómodos y sentenció: « Si es necesario, apartaré a mi hijo del mundo y nos encerraremos los dos en una habitación: seré testigo de su decadencia y él de la pasión de mis desvelos. Cerraré la puerta.Juro que lo haré. Sin impedimentos». Cuando ella y su hijo traspasaron el umbral de este mundo,sus manos unidas sujetaban la llave de la puerta que María cerró.
LUISA
Alguna que otra tarde de verano, cuando la luz es amplia y claro el horizonte, cuando el frescor del arroyo baja alegremente por las calles que se salpican de figuras engalanadas para el paseo y las fachadas de las casas abren sus ventanas y puertas, al marco de las cuales las comadres reposan en sillas de esparto y respaldo bajo del calor del día, animadas por las charlas que dan pie a las habladurías… yo… visito a Luisa.
Luisa es la vecina de más edad de la localidad, con sus achaques, pero con una memoria que guarda numerosas historias, propias y ajenas. Me gusta que me las cuente. Aunque me cuente el mismo relato vuelvo a prestar oídos a sus palabras, igual de atenta, impresionándome porque no cambia ni un ápice, demostrando que así tuvo que ser… tal es su virtuosa cabeza.
Mi relación con ella es reciente, de poco tiempo, pero Luisa se codeó con toda la extensa familia de mis padres, por lo que las historias que, sin disimulo, más le requiero son las relacionadas con mis abuelos, tíos… y sus vivencias. Por ella conozco mejor o he llegado a conocer a mis familiares directos que fallecieron cuando aún yo no había nacido.
No conocí a mi abuela paterna, ni tampoco existen retratos, que yo sepa, y tengo una visión clara de como debió ser incluso físicamente por la descripción que de ella hace Luisa. También hay un tío carnal que murió en un tiroteo, y me cuenta el revuelo que se formó el día que lloraron sobre el cadáver. Tuve una tía, hermana de mi padre, que fue madre soltera -¡ésa sí que es buena!-. Y un abuelo que nadie sabe, ni siquiera Luisa, de dónde procedía.
Si me habla de su vida… hay una historia que no le gusta recordar: la tarde que los aviones enemigos sobrevolaron la población soltando bombas, y de cómo ella que era una cría de no más de quince años y que estaba cosiendo en la clase de «labores», se refugió con sus compañeras, todas muy jóvenes, en unas cuevas de la ladera del monte. Después de más de tres horas de pánico llegó a su casa… ya de noche… cuando se asomó al espejo de la pequeña habitación que compartía con sus hermanas, vio su rostro, sí… pero enmarcado de cabello completamente blanco. ¡Creyó que se le quedaría así para siempre¡ Ahora lo tiene plateado.
Luisa de vez en cuando para de hablar… pone su bonita mano de huesudos dedos encima del mantel bordado que cubre la mesa camilla, y alisando éste… con la mirad perdida me dice «Te estoy aburriendo hija…» Claro que no Luisa… sigue, cuéntame… por favor. La otra mano posada en su regazo estruja un pañuelo blanco, también bordado. Me mira con la cabeza alzada y sus ojos limpios… «Pues verás…»
En otoño e invierno, que no la visito, pregunto cómo está… su salud… me inquieta la inestable primavera…temo no volver a visitarla en verano.
LOLA
Hay distintas formas de despedidas, romper de manera definitiva, ocultarse en un “adiós”; en ocasiones se opta por la más dolorosa para no ofender a la propia existencia . No hay tiempo de reflexión, es inmediato, hasta inconsciente; hay que arrancar a tiras la piel pegada al cuerpo, hay que borrar las arrugas que se han dibujado en el rostro por sonrisas ya perdidas, hay que frotar las manos para desprenderse del tacto impreso por otras manos,hay que dejar lánguidos los brazos para que no vuelvan a formar un cálido abrazo,hay que parar en seco el andar inconsciente descalzando los pies,hay que agarrarse fuerte las tripas para no doblar el abdomen, hay que guardar el corazón en una caja insonorizada que no deje escuchar los latidos,hay que cerrar los ojos evaporando las lágrimas con el calor de los párpados; hay que hacerlo en silencio. Lola, lo sabe.
Lola ha vivido muchas despedidas: conscientes, inconscientes, deseadas, impuestas, olvidadas, dolorosas, alegres,tristes. Pero todas pacíficas, como es ella, como enseña a sus hijos a ser.Y cuando la conciencia le ha presentado la realidad ha ejercido de maestra,una vez más y como siempre, impartiendo al ser querido la última lección, la más importante,señalando en la pizarra con puntero la frase en mayúsculas: «YA VIVÍ», sin presente… sin futuro; Lola es una granada abierta a punto de caer por el peso de su carne y el paso del tiempo, resistiendo en la curvada rama por puro instinto de supervivencia
«Se acabó… voy a reencontrar lo perdido en el camino, lo que dejé atrás porque me serví de muletas para seguir andando, lo olvidado; voy a tropezar en las mismas piedras que me hicieron caer más de una vez, y no me levantaré; voy a besar el suelo que piso, manchado de tierra por las huellas de mis zapatos; voy a bendecir el cielo azul, como se bendice el hogar donde habito con mis seres queridos; voy a quitarme la ropa de los domingos para estar cómoda en casa; voy a volver con quien me dio la vida, voy a presentarme delante de quien me la quita…!No ha de existir tristeza porque dejo el alma plena, los que vienen detrás rellenarán el hueco de las suyas; no hay angustia porque estoy tranquila; no hay acerada falta de amor ni afilada incomprensión. No quiero testigos de mi decrepitud, antesala de paredes invisibles que yo empapelo con mi desmemoria; no tengo ofrendas que dar, mi vida ha estado completa con las que recibí. Voy a marchar, sin equipaje… Dejo la maleta en el mismo rincón donde estuvo ayer (ahora vacía), compañera de anteriores viajes, pero ya no de éste.Dejo en herencia resonancias de todas las palabras no pronunciadas y bien oídas, gestos que fueron consecutivos de mis actos. Dejo el perdón…y me llevo compresión, que hará el viaje apacible, cómodo el asiento, ligero el tiempo, pronta la llegada, y velará mi último sueño».
Gracias Lola, por siempre… amén.
LARA
Lara debe el nombre ruso a la admiración de su madre por la protagonista de «Doctor Zivago», y sin tener en cuenta épocas históricas, es apropiado porque no será nunca suyo del todo, como la vida que no ha vivido por gastar las fuerzas intentando vivir vidas ajenas. Otras similitudes que se establezcan serán incómodas, injustas, indecorosas…
La canción de Lara es la melodía que ahonda provocando un agujero en el alma escarbando entre las húmedas arenas, removiendo todo su ser, inquietando cualquier acto promovido por que paz que no descansa.
Las hadas sí descansaban en su día libre cuando Lara vino a este mundo; es posible que de otra forma la correspondencia entre el hilo vital y su entorno no fuera el que ha conocido; quizá un mundo paralelo sería más acogedor para las travesuras de su mente y los cambios de humor de su espíritu; en éste no ha tenido la tranquilidad de ánimo necesaria para sentirse, al menos un segundo, feliz. Quien le dio el ser no sintió compasión de ella, por entender que a todos nos ocurre lo mismo: el lugar al que pertenecemos hemos de crearlo a nuestra imagen y semejanza. Lara no sabe cómo hacerlo. Lara no quiere saber… pero se aferra a cualquier conocimiento que la destruya. Lara es obsesión por el mal que provoca la envidia de no encontrar asiento cuando la música deja de sonar. Lara contiene en los labios una maldición eterna que disfraza con el jugo de la saliva retenida en el paladar. Lara no ve de cerca y fija la mirada en la lejanía con guiños que emborronan más las formas. Lara tuerce la cara formando un mohín que recuerda la cera derretida, cuando algún gesto amable descompone su actitud. No hay salidas para Lara, las cerró todas en el mismo momento que poseyó para sí la razón de existir. Las telas que la cubren, los colores que la adornan pierden todo el atractivo accesorio. Se maquilla dejando debajo de la piel un velo satinado con olor agrio, mal disimulado por el perfume caro. Lara destruye lo que sus manos tocan y barniza en satinado la presencia de quien la ha querido bien paralizando cualquier acceso para poder quererla mejor. Lara pide ayuda siempre que la rechaza, dejando un poso oscuro en los ojos de quien se la ofrece. Lara no agradece porque cree no merecer agradecimiento y no respeta el orden establecido cuando no tiene prioridad. Lara es la incógnita en el pecho, al lado de los latidos que la mantienen… sufriendo. Lara firma con sangre el certificado de su bienestar y lo guarda para no tentar a la locura, porque sabe que la acecha en cada habitación de su casa,
Sentir amor por Lara es una impostura.
Ayudar a Lara es deslizarse por el pozo sin fondo.
Querer querer a Lara es descubrir el secreto de lo infinito.
Sonreír, acariciar, besar a Lara es destruir el conocimiento adquirido.
Ella se desliza…descubre…destruye y finalmente desaparece.
ISABEL
Isabel imagina cada noche que se sumerge entre las blandas mantas y limpias sábanas de su cama,cómo morirá, ella que viviendo una guerra tuvo a la muerte de vecina. Quieta y estirada, con la vista fija en el techo, arropada hasta la barbilla y completamente horizontal, sonríe con picardía: “Te he visto otras veces, amiga… nunca me diste billete para el último viaje; ese viaje que otros emprendieron» Le resulta difícil recrear, en esa acomodada posición, el gesto que presentará su rostro cuando ella aparezca. «¿Me acompañarás?»
Encarcelaron al padre de sus hijos -”maldita sea”-,por culpa de un mal entendido y de las ansias de venganza de los que fueron compadres. Isabel, sin tiempo para llorar, pues sus hijos tenían hambre,se presentó en la casa que habitaba su hermana , bien casada y con posibles, a pedir trabajo. “Los garbanzos que lleve a casa me los he de ganar, no me des harina, yo amasaré el pan”. Con obligada humildad y tragando dosis diarias de orgullo, Isabel amasaba, limpiaba y lavaba. Al final de cada jornada recomponía su moño, cada vez más canoso,y las sobras… envueltas en el mandil (con el consentimiento de la hermana, pero a escondidas del cuñado), regresando a casa para matar el hambre de los suyos. A cada nuevo amanecer volvía para lavar y planchar la ropa de aquélla que en otros tiempos fue su compañera de juegos , su cómplice en risas, afortunada que eligió al que más tierras tenía. La cabeza bien alta. Valiente y dura Isabel.
Valentía que acorazó su cuerpo, dureza que surco su rostro; se volvió irreconocible para el preso que anhelaba las esporádicas visitas de esa mujer que ya no sonreía, enfajada hasta el cuello, encorsetada desde los pies; Él entendía: «Te envuelves fuertemente con trapos viejos para no ablandar tu espíritu… lo sé. Mueres un poco cada día, mujer”. Ella no…la pena… y el frío de una húmeda celda… murió él. Y murió el niño nacido del vientre de Isabel- quizá engendrado con la tísica voluntad del padre-, sin llanto, con una sacudida que le depósito en la infértil tierra seca donde la madre parió con el insoportable dolor de saber que ese hijo no viviría.
Sus hijos, conscientes de la férrea voluntad de Isabel porque el hambre no se instalara, colocaron un pedestal para subirla a un altar, y adorarla , idolatrarla, invocarla…cómo se adora la imagen de una santa ,cómo se idolatra sin recibir nada, cómo se invoca a en la lejanía; una santa que no les acariciaba, no les besaba, no les abrazaba, no les arropaba… sin momentos para afectos, sin tiempo… Los instantes que podía permitirse contemplarlos, con furtivas miradas,comprobaba cómo crecían. Se obligó a que con eso bastara, creyó que así mostraba como les quería.
Isabel, sonríe complaciente: no pudo ser mejor… no fue peor. «Luchando confirmé mi existencia ,reforcé mi interior, consolidé mi destino. Ellos harán homenaje a mi recuerdo…amiga, haz tu mi velatorio… mis párpados se cierran».
ISA
«No sé si no sé vivir o no sé morir”. Cuando Isa, pronunció esta frase, me pareció compuesta de sensatez y sabiduría, resumiendo todo un universo , el de ella y el de todos, un universo que envolvía una existencia que no eligió. “Pues tienes que averiguarlo” repliqué, consciente de que la solución a su conflicto era decidir… sí vivir o morir; aunque saboreé una sonrisa con gusto irónico en mi paladar por la ocurrencia de esta reflexión, a la vez, una lágrima inquieta anduvo unos instantes presta a resbalar por mi mejilla, la cual yo rápidamente atajé para no delatarme.
Querida Isa… Los avatares te han llevado a un lugar en el que no quieres vivir, tu… que siempre valorabas la comodidad por encima de otras muchas cosas, que priorizabas cualquier acto que ocultara el sufrimiento, que ocuparon tu casa sin pedir permiso para que todo fuera más fácil; bien…así no tenías que pensar; y, claro, no pensaste. Ahora ocupan también tu mente, porque no preguntan, porque no tienen en cuenta tu necesidad de atención, porque no escuchan lo que quieres decir, porque no lo has dicho; solo vale que estés bien (comer, descansar, higiene, atención médica), pero no lo estás, porque no alimentan tu cabeza, porque no hacen descansar tus pensamientos, porque tu sola te has lavado el cerebro, porque el médico y su ciencia no ven tu alma, que se está yendo, ¿a dónde Isa? No das tiempo al tiempo, ya no…
Has sacrificado a quien más te quiso por no «echarle arrestos» y te has echado una cruz a la espalda: andas encorvada… Has mirado de soslayo la luz cuando amanecía soleado para que los rayos del sol no envejecieran tu rostro: arrugas como surcos en tu cara… Has dejado tomar las riendas a quien te ofreció llevar puesto el sombrero para tapar tu conciencia: agachas la cabeza porque te pesa… Has vivido sin saber si vivías: ahora no sabes morir.
¿Que te queda Isa?… Una habitación que no te dejan habitar, una cama en la que no puedes dormir, unas fotos que no quieres reconocer, una botella de agua que no vas a beber, un bastón con el que no sabes andar, un pañuelo blanco bordado que se resbala de tu mano, una chaqueta de punto mal abrochada, un sillón de respaldo alto que no se adapta a tu espalda, unas zapatillas nuevas que no se ajustan a tus pies, una muerte que no sabes vivir, una vida para morir.
Aprende Isa, aún hay tiempo, no te des por vencida; sí late tu corazón, sí respiras, levántate… con los ojos invadidos de llanto, con las piernas débiles por tanto cansancio, con tu cabeza agachada, con tu cruz a la espalda, levántate… deja que te de el sol y rellene tus arrugas, deja que el bastón sea tu otra pierna, levántate, por tus hijos, por tus nietos, por los hijos de tus nietos, que vean que no estás vencida,que te admiren, que te quieran…¡Levántate !
IRINA
Puede ser que en algún momento me haya arrepentido, puede que no, o simplemente, puede que no quiera hacerlo; pero intento trasladar los recuerdos que almaceno en mi memoria, y recreo la imagen de su carita, de sus grandes ojos pardos, de su pequeña boca rosa , de su castaño pelo enredado, de sus manitas extendidas hacia mi, sujetando la hoja de dibujo donde aparecían, con poca línea y mucho color, dos figuras: una ancha y morena, la otra corta y rubia. “Eres tú” pude leer en sus labios (nos separaba una imprudente distancia), por lo que deduje que la figura pequeña era ella, Irina, una introvertida y ofuscada niña de cuatros años, que yo adoraba.
Traslado ese recuerdo de hace diez años, que es el último que tengo, y la veo con su sonrisa a medias , la mirada huidiza, y sus manos de adolescente buscando las mías. Y me imagino que su pelo ya no está enredado y es más oscuro, que su cuerpo se ha estilizado, que su cara es menos redonda y que lleva brillo en los labios. Y en ese momento hace acto de presencia el arrepentimiento.., pero no tuve yo la culpa.
Quizá si…
Irina, una pequeña y recién nacida niña que me encandiló, tanto, que desde el primer momento la sentí mía ( la amistad con su madre me lo permitió); entre ella y yo existía una sencilla y emotiva complicidad, un controlado cariño, y muchas risas abiertas. Los ratos que pasamos juntas nos dieron la prueba de que manejábamos el mismo lenguaje: sin palabras, con sus miradas y mis gestos, con su corta edad y mi consolidada madurez, con sus locas carreras y mis brazos abiertos…
Y ocurrió…
Se obviaron sentimientos,se aparcaron afectos, se ensalzaron orgullos, se priorizaron razones mal dadas y triunfó el desapego, actuó la indiferencia. Nos vencieron -ahora lo sé- porque no he visto crecer a Irina; porque Irina no me ha visto envejecer; porque me parece verla en la adolescente que cruza la calle con pasos ligeros y la cabeza erguida y no me reconoce ; porque no sabré si recuerda nuestros juegos,cuando buscaba con todo su cuerpecito que la meciera; porque se cometen errores, no enmendados e imposibles de rectificar; porque tropezamos ,caemos y dejamos que el suelo sea nuestro medio más cómodo para no mirar al frente; porque añoro sus ojos y siento nostalgia de su infantil voz; porque tiene una vida y no estoy en ella; porque ella si está en la mía.
Conservo una fotografía -debajo de otras -; y ahí está, en el cajón de las cosas mediocres (objetos que, en su día, fueron importantes), envuelta en papel de celofán dorado para preservarla del olvido: las cabezas juntas… en su rostro el reflejo de la total confianza para quien la sujeta en brazos y en el mío el reflejo de una luz que nace en los hoyuelos provocados por su sonrisa. En aptitud confiada y risueña su madre, nos otorga su bendición…la que aquel día me quitó.
GERMANA
No tuvo hijos. Notaba un vacío en el vientre y sequedad en los pechos cada vez que alguna de sus numerosas hermanas concebía; esperaba en secreto que el nuevo ser fuera suyo, lo adoptaría si la dejaban; no adivinaba – ¿cómo iba a saber?- lo que una madre siente cuando le ponen en su cuerpo aún abierto y dolorido a su recién nacido . «Ellas ya tienen tantos…”; Inconscientemente echaba en cara su infertilidad y la envidia se transformaba en maldición en cada parto ajeno. Y lo intentó… no funcionaron ni medicinas ni conjuros; el hueco se agrandó. Un frío espeso rodeaba su cuerpo, un halo helado que repelía , y Germana decidió no escuchar más risas, ni llantos; para sus oídos aquéllas eran gritos y éstos lamentos de niños consentidos. Dejó de acariciar sus suaves caras, sus diminutas manos, sus menudos cuerpos; un desagradable mohín se aposentó en su rostro, y en sus ojos anidó la dureza sin dejan rastro de su esperanzada mirada. Pagó con la misma moneda, creyó ella…
Pero el corazón no se conformó y la mente se rebeló; uno y otra opusieron resistencia ante la desidia; rodeada y cercada ( se le iba la vida misma), consagró el calor interior que pudo retener para su marido, el padre de los hijos no nacidos… de sus hijos. Arropó con gruesas telas el corazón de él, las mismas telas con las que tejió ropa de cuna; cubrió su mente con vaporosas cortinas, las mismas cortinas de pequeñas flores que nunca colgaría; quitó las telarañas de la inservible habitación infantil y la convirtió en cuarto de estar para los dos. Quiso que sólo uno sintiera soledad y se centró en que no se diera cuenta de que era ella. Le mimaba tanto que él dejó de tenerla en cuenta,de notar su tristeza, de valorar su dedicación: suavemente se acomodó, Germana no.
Cuando se secaron totalmente las entrañas de ella y se quedaron parcialmente vacíos los receptáculos de semillas en él, se intuyó cierta tranquilidad en Germana, y cierto malhumor en su marido, quizá porque se hizo visible lo inadecuado de la situación en la que ella misma se posicionó hacía ya tiempo, y quizá porque él fue consciente. Ya no era necesario consagrarse a él, aunque seguiría a su lado,siempre. Pudo visualizar en la vida de ambos cierta paz, un posible descanso. Se abrazarían en la frías noches y se acompañarían en los largos días -pensó- sin tener en cuenta si también era eso lo que él quería.
No lo era… Germana confió, y su marido aprovechó esta confianza para apoderarse de su mente, de su frágil estado sicológico, de su carencia más vital: las culpas de la infertilidad recayeron en ella, él se ocupó de que así fuera. «Vamos a necesitar que nos cuiden, no tenemos quien lo haga». La idea inducida por su marido hizo que pensara y actuara por y para el bienestar de él, llenó su cabeza de aquellas necesidades no vitales y cerró su mente… desapareció.
ELOÍSA
Eloísa pudo hacer de su genio pictórico un modo de vida adecuado si no para comer, sí para realizar con sabiduría un conocimiento artístico profundo. Lo impidió un mal entendido orgullo por su parte y una desmesurada confianza en su don. En el fondo, su ego le recordaba lo limitado en la técnica de la que presumía y su yo verdadero le daba muestras de escaso reconocimiento personal. Aunque sí consagró gran parte de su tiempo a esta afición, procuraba que no le restara demasiado a otros servicios apreciados por ella como sagrados dentro del sistema de vida que siempre quiso seguir disciplinalmente. Se consideraba así misma poseedora, desde la cuna, de esas personas con clase, de las que no se han de dedicar exclusivamente a hacer bien una sola cosa, si no más bien tener conocimiento de varias, como le enseñó la lectura de las apasionadas novelas que devoró mientras soñaba esporádicamente con el hombre que la mereciera, adorador y devoto ante ella en el altar.
Su historia no tiene más particular que el de querer ser y no poder ser distinta a la que ha sido. No reconoce lo insustancial de sus hechos pero no lo reconocerá jamás. Ha perdido el tren y corre detrás del último vagón donde se acurruca la felicidad tratando de escapar de las garras de Eloísa. Hará ya mucho tiempo que parada en la estación de su vida, con una maleta vacía que pensaba llenar de vivencias cargadas de entusiasmo, quieta y turbia su figura entre la niebla que comenzaba a diluirse por las farolas encendidas, tuvo miedo, un miedo ancestral que no pudo vencer. Cuando los demás viajeros, de manera pausada pero con inquietud, se dirigían hacia las puertas del tren abiertas, ella dejó la maleta en el suelo, olvidada, y dirigiéndose a la salida de la estación se mezcló con aquellos que daban por finalizado su encantador viaje.
Eloísa parió sus tres hijos. Quiso más al mayor, con quien se identificaba, o viceversa; a éste le inculcó sus inquietudes sabidas y también las menos conocidas. El hijo, como en un espejo, se veía a si mismo cuando miraba a su madre; escuchó y alentó los sueños de la madre, ya que en la imagen reflejada vislumbró su propia suerte, la cual podría ser inmejorable jugando bien sus cartas. Ella sintió un orgullo inmenso al percatarse de que el hijo elogiando su pintura, la incitaba a retomar el contacto con los pinceles. Y Eloísa pintó… pintó todos los cuadros.. incansable… aún con el pulso aturdido y la vista indefinida, siguió pintando para él, porque se lo pedía.
Lo que nunca le pidió fue la mentira; y se la ofreció envuelta en engaño: un primer premio con una pintura al óleo; cuadro que no seleccionó el jurado en la presentación, pero que ella sí expuso en el centro del salón ante la admiración de sus hijos y el recelo de su marido. Les hizo un regalo y no sintió vergüenza… ni aún ajena.
CONSOLA
Genio y figura… para Consola, sí… hasta la sepultura.
Consola no le hacía ascos a nada, siempre que fuera su santa voluntad. Señora ante todo, esposa y madre de cinco hermosos hijos, todos de ojos azules. Y todos cumpliendo con el deber de amantísimos descendientes del tal progenitora. Ninguno de ellos casó con varón o hembra que no fuera del agrado de la madre. Ninguno de ellos dedicó oficio distinto al que la madre decidiera. Todos… de piel clara, moteada de pecas, rubios como ella; pareciera que el marido de Consola, padre de sus hijos, poco tuvo que ver en la concepción de éstos. Nunca se puso en duda tal paternidad… No lo hubiera permitido.
En sus mejores tiempos Consola disfrazaba su ánimo con buen humor haciendo de anfitriona con la vecindad. Preparaba su casa para acoger el bullicio de las gentes engalanando el salón-comedor con sus mejores cortinas, sus mejor mantel, a mesa puesta… “ Para el guiso tengo yo patatas … traed vosotros el vino y el cordero”. Chascarrillos de señorona que todo el mundo le reía. Y cada cual llegaba a la comilona con alguna vianda en ofrenda, más por tener que llevarse a la boca durante el evento, que por agradar a la dueña de la casa.
La familia de Consola por vía materna fueron de posibles, de tierras y buena hacienda; herencia que repartió con una hermana soltera; al fallecer ésta todo pasó íntegro a ser propiedad de Consola, motivo por el cual se dijo que el marido se casó con ella por sus muchos bienes; « qué más da… es guapo… con ojos claros, como yo»; y altanero, arrogante y prepotente…»más que yo no». Bien sabía Consola donde se metía con ese casamiento; el que no lo sabía era el novio. Cuando éste tuvo pleno conocimiento de ello, casado ya, dedicó gran parte del tiempo, y de la mente, a pensar cómo escapar; cosa que no consiguió: ella siempre estaba al acecho «Abandonada, jamás».
En el fondo, Consola era querida. Derrochaba una satírica que provocaba risas y sus ironías eran bien recibidas por quien escuchaba, por lo esperpéntico del relato – ni que decir tiene lo que supondría llevarle la contraria… mucho mejor seguir con agrado sus ocurrencias y comentarios-. Llegó a tener fama de graciosa, y a ella le gustaba, pues a veces era conveniente tener cerca al populacho.
Los últimos años de su vida los pasó encerrada en casa. Viuda desde hacía algunos lustros, vivía sola en la casa grande, aunque sólo habitaba una parte de ésta. Se rodeó de sus pertenencias más queridas: un retrato al óleo, un mantón de manila, un abanico de nácar, las joyas de su madre, la escopeta de su padre… Más tarde, estando algo impedida, sus hijos la acomodaron en una sola habitación para no tener que llevarla en volandas de una lado a otro. Y la colocaron cerca otras cosas que no quería: sábanas de tergal, pañuelos de papel, un sillón plegable, una cama anatómica… un final agradable.
CHELO
Gran boda, fastuosa, y regia, como esperaban los amigos, como quiso la familia que se celebrara. El rostro de la novia lanzaba destellos que iluminaban las cabezas de los invitados. El elegante porte del novio suscitaba envidia en las amigas solteras. Ella, él… y el vals que tocaba la orquesta… “¡Qué bonita pareja!” Se auguraba felicidad y dicha, amor y paz, complicidad plena. Contemplando los ágiles pasos de baile se adivinaba confianza del uno hacia el otro; cada giro de él, sujetándola con seguridad, sugería protección. Chelo se dejaba llevar… al compás… del que ya era su marido, con la cabeza alzada, la mirada altiva, tratando de aliviar la molesta presencia de cierto recelo que oscurecía sus párpados, y que el maquillaje no disimuló.
Matrimonio perfecto,unidad; convivencia saludable, armonía. Las paredes se pintaron del color de las buenas apariencias; las habitaciones se amueblaron con la discreción del que tolera; las tupidas cortinas cubrieron la conciencia del que intuye; las lámparas siempre encendidas, la mesa puesta. Los hijos deseados…
El recelo que protagonizó la danza nupcial crecía, día tras día, descendiendo; dejando sin luz la mirada, dificultando la respiración, amoratando los labios, oprimiendo la garganta… y se aposentó cómodamente en el pecho, ocupando un pequeño espacio vital, donde se afianzó aún más cuando Chelo confirmó los engaños sucesivos de su marido desde el día antes de su formalizada unión. “No seré cómplice de la desordenada vida de él, pero le seguiré, para que mis hijos y mis padres no sepan de mi fracaso. Los síntomas que me produce esta desdicha no dan lugar al reposo que necesito como tratamiento; seré mi propio médico porque conozco el diagnóstico. Sólo me queda aprender a no quererle, o a quererle mal como escarmiento. Si le castigo haré público la falta de respeto y mi infelicidad; no lo haré. Yo misma me castigaré imponiendo mi silencio. Para todo lo demás vestiré de gala, sin transparencias que dejen ver mi mancillada piel, sin ceñidos que impidan inhalar oxígeno, sin escotes que descubran la herida que no cicatriza. Voy a ser impostora de mi propia vida”.
El recelo adquirió textura porosa, de piedra pómez… y enquistó.
Echó raíces envolviendo las glándulas mamarias, las mismas que, llenas de vida, alimentaron a sus recién nacidos hijos. Raíces podridas que asfixiaban, que atravesaban tejidos, hambrientas; y también las alimentó, como alimentó a sus hijos, pero con su propia carne. Aderezó su desgracia con mal humor, y sus actos eran consecuencia del mal genio. Quien estaba cerca de ella intuía una desagradable sensación de desesperanza, de malsana inquietud, de reservada aspereza, de destrucción.
La enfermedad apareció implacable y dura, sin dar tregua, exigiendo recompensa. Chelo, con el coraje de mujer engañada, reunió fuerzas suficientes para soportar la verdad: aceptación… El cuerpo consumido por dentro, el relieve de su esquelética figura debajo del edredón que consolaba su tiritera, y una debilitada voz, desde el desprecio, dictó su última voluntad: «No quiero que él presencie mi muerte… ¡Qué no asista al entierro!».
CHARO
Puede que, al principio, la alegría que Charo derrocha fuera bastante artificial; ahora, como si una capa tras otra de maquillaje se incrustara en el rostro formando costra, el buen humor resulta un tanto áspero, pero ya consolidado. Mantener una conversación deriva, invariablemente, cada vez que ella quiere dar un tema por terminado, en dos o tres chistes. Es muy curioso por quien escucha, observar la gran cantidad de ellos que retiene en su memoria. Da la impresión que sea para lo que mejor está capacitada. El tono y los gestos con que los relata es el mismo que comentando si cambiará el tiempo; más bien una información que ha incorporado al que hacer cotidiano que un paréntesis con humor. Pero al receptor, cabe esperar, le invade una sincera carcajada.
Este es el rasgo más característico de Charo, desde el día que agarrándose las tripas hizo con ellas un nudo; desde la noche en que acorazó su corazón, responsable de los latidos que hacen que siga respirando (aunque ya no los sienta en su pulso) para no perder el juicio…
Charo enviudó a una edad en la que rehacer la vida complica la de los demás, pero en la que aún queda por delante muchas noches y muchos días. Quedó con tres niños huérfanos de padre, en el principio de la adolescencia el mayor y recién tomado el sacramento de comunión el mediano; la pequeña contaba tan pocos años que no ha podido retener una imagen nítida de su papá, como tal; las fotografías le dan la física: guapo… cómo ella… Cómo ya no pudo verle Charo después del grave accidente que él sufrió y que destrozó su rostro, desmembró su cuerpo.
No hubo despedida cuando él salió esa tarde de casa para cumplir con el compromiso de trabajo que hacía más confortable el hogar familiar, porque ella tenía mucho que hacer en la cocina: la hora de la cena de los niños se le echaba encima.“ Nos vemos pasado mañana, Charo… Adiós.”. El intento de recorrer el pasillo hasta la puerta de entrada se truncó por el tropiezo de la zapatilla de Charo:”Maldita alfombra… cualquier día la quito de aquí”. Se oyó el sonido de los zapatos al bajar escaleras… Un final.
Otro final es que Charo ahora es abuela. A sus nietos les habla, con orgullo, de cómo era él. Les cuenta anécdotas que acaban con un chiste. Si al caerse jugando se raspan la piel, les dice que él, desde arriba, hará que se cure la herida, porque está en un lugar donde todo es tan blanco que el color de la sangre no se ve. Ellos presienten que ha de ser verdad… aunque les resulta curioso que ese hombre joven que aparece en marco del plata, tan sonriente, sea el abuelo.
Un último final… para Charo; sin chistes al final… en el que pasa horas deambulando por los recuerdos, en el que se aferra a los olores, en el que cada tarde prepara la cena.
CARMINA
Mientras te hacías mujer, te acompañé un trecho, ese donde el camino se bifurca y tomar una decisión es difícil por miedo a lo desconocido, pero con la única certeza de que no hay que volver atrás.
Cuando le conociste eras aún una cría, morena y flaca, de sonrisas que hablaban, de ojos grandes y mudos a través de los cuales se transparentaba tu estado a flor de piel. Chiquilla traviesa e ingenua con ansias de levantar el vuelo, elegiste como compañero de viaje a un adolescente que cautivó tus ganas de ser mujer. La inocencia no era impedimento para el deseo de una relación seria, al contrario… alertada, promovió que durara. Para ti Carmina… que durara siempre
No hay que dejar de volar nunca, una vez emprendido el vuelo Carmina. Sólo debes cambiar el cielo donde batir tus alas. Ceñirnos el color de la esperanza como buen presagio, en forma de amuleto, y dejarse llevar por el viento a nuestro favor. Puede que en vez de volar tengas que navegar.
Se hundió la barca varada en la orilla contigo dentro, sin remos, sin salvavidas. Así te dejó él, porque no pensó que tu instinto de supervivencia se rebelaría; sin fuerzas para salir a flote, dabas brazadas que te hundían más. Mi querida Carmina… ¡cuánto me costó recuperar tu alma de aquellas aguas! Nunca voy a olvidar como secabas tu ropa mojada.
Escuché de tus labios ira desbocada y de tu corazón latidos en llanto. Y tu también escuchabas… Viajé al pasado entre telarañas y velas encendidas con el propósito de aliviar
tu espíritu dañado: relaté mi historia a tu mente torturada, delante de un café caliente.
Las calles grises acogían nuestros pasos de largos paseos que cansaban tu cuerpo y los cines fueron refugio de tus suspiros mientras a tu lado yo te observaba, mi niña, contando cada aleteo de tus pestañas y controlando el ritmo de tu respiración. En tus manos estallaba un temblor repentino si el recuerdo de él se hacía presente, que nunca estuvo más vivo que como lo estaba en tu cabeza. Intentando despegar los restos de sus huellas en tu piel, las dos sufríamos… tu como si te la arrancaran a tiras, yo de verte en carne viva.
Pero el tiempo pasa cuando dejamos pasar el tiempo… Lección que aprendiste forzada por el paso del tiempo, Carmina.
El enfado provocado por el engaño, el sufrimiento adherido a la nostalgia, y la pena negra se diluyeron. Reconfortada, con bolso y zapatos nuevos saliste de casa para que el mundo te viera. El mundo vio una mujer renacida de las cenizas, tatuada de por vida, pero joven, madura y dispuesta a atender sus propuestas.
La proposición vino en forma del compañero y amigo que, valorando al gran ser humano en que te convirtieron los avatares, ofreció lo que a otras no hubiera ofrecido… su comprensión. Proclamó su amor y esperó… Y por fin, decoró el espacio para ti y vuestros hijos con la luz que emanabas.
ANTONIA
No recuerdo la primera vez que vi a Antonia, ni la segunda, pero tengo grabada su cara, iluminada por una gran sonrisa de labios rojos, la tercera… quizá la quinta ocasión que nos encontramos: me llamó por mi nombre, con una sincera familiaridad que me sorprendió. Y contrariamente a lo previsto ,una abierta alegría hizo salir de mi garganta un “Hola” emocionado. No pronuncié el suyo por la sencilla razón de que no me acordaba… pero reconocí en su cara y en su cuerpo que yo le caía bien, que, por supuesto ella sabía exactamente de mi persona. Recurrí al apartado de la mente donde guardo las caras no totalmente memorizadas y, con la ayuda de su verborrea, seguía hablando, supe quién era: Antonia… claro! La vecina… si…la que vive enfrente de mi suegra…! Sentí alivio.
Han pasado treinta años; no olvidé ya su cara, aún no la olvido, no. Antonia es grande y ancha; grande en espíritu ,ancha en generosidad. Lleva el pelo teñido de granate anaranjado que aumenta la blancura lisa de su piel. Nariz recta, poderosa. Ojos rasgados, tanto que parecen dos líneas oscuras. Una boca amplia,llena,incontrolable, labios gruesos, emocionados siempre perfectamente delineados de bermellón. Manos amables con dedos cortos, alargados por el pálido de sus uñas. Elegante a su conveniencia, discreta a su manera, inteligente, porque así nació.
Conocí a su hijo, abandonado por el padre. “ Hija… si ves que tu marido después de un mes, pasado en el pueblo, llega y no quiere cama contigo, es que hay otra”. Esa era su reflexión para resumir cómo el padre del niño les dejó. Antonia sopesó, regresó a Barcelona con su madre, pero se le hizo la ciudad pequeña: “ No hay comparación! Pero si el bulevar del puente es más amplio que las Ramblas… ya te digo, ¡ la estatua de Colón en esa pequeña plaza… qué poca presencia…!” Volvió al barrio,con su hijo de seis años; unos años más tarde trabajaba, cuidaba del niño ,de su madre, y de vez en cuando, de lejos, veía al que fue su marido, muy de lejos.
Antonia usaba ,más de lo aceptable, un bolso verde aceituna, de polipiel, con remaches dorados, asas cortas, amplio,donde guardaba las gafas para ver de cerca, klines, billetera monedero y una Biblia marrón, nueva, de tapas impregnadas de mil huellas , de caricias para el alma de su hijo, que también la dejó, no abandonada, pero sin su presencia.” Yo se que él mira desde arriba, en su cielo, y me protege…” Si, Antonia, contigo está, aunque su cuerpo desnucado ya se ha corrompido, en ese ataúd… y su espíritu no te ha protegido de la debilidad que envuelve tu corazón, pero puede que así sea mejor.
Agotada y feliz, en cama de moribunda, con los labios sin pintar, los ojos fijos y las manos extendidas para dejar salir las alas de ángel, que yo siempre sospeché que escondía, dijo: “Ya baja a buscarme. ¡ Qué guapo está con esa corbata blanca!”.
ÁNGELA
En aquel pueblo de posguerra las suspicacias protagonizaban el barrido de las calles de día, y el humo de las chimeneas asfixiaba de noche. Todos sabían de todos y nada de nadie; las puertas se atrancaban, las ventanas se cerraban. El hambre velaba las horas de sueño y el duro trabajo retardaba el mordisco de ésta en las tripas. La necesidad obligó a Ángela a marchar -dejando a sus hermanos y padres-. Ni un ápice de alegría perdió en el trayecto, el paisaje trocaba la pena por ilusión. Llegó a la ciudad joven, inocente… y dispuesta.
Confiada Ángela: te quedaron grandes las avenidas y te encogía el alma ver los árboles encerrados en parques. Tu ser empequeñeció ante aquellos salones de techos altos, tu joven cuerpo tiritaba en los pasillos de aquella mansión. Dejaste que te cubrieran con mantas de adulación, que engrandecieran tu mente con palabras tiernas, haciendo que confundieras el deseo por amor… ¿Conociste la felicidad Ángela?
Puede que si: no creíste ser engañada. Encontrabas en el contacto de aquel cuerpo (de quién Ángela…? serena y consciente, además de placer, el final de la desventura. Pero la humillación se aposentó en tus mejillas cuando, obligada al regreso, tus manos sujetaban el aumentado vientre mientras lo mostrabas a los tuyos. “PECADO” grabaron con gritos tus hermanos en el sotechado de la casa; los llantos de tu madre cerraron a cal y canto el portón de la húmeda habitación que te cobijaría hasta el alumbramiento; el sordo alarido de tu padre puso fin al dramático revuelo.
Un delgado niño de cara arrugada, como ya estaba la tuya – imagen de ti-, nació el día más feliz de tu vida; ser vivo que descosió el estigma bordado en tus ropas,y alivió, con un fino quejido de bienestar, tanta angustia, al acercar su boca a tu rebosante pecho. Nada más… Ángela… atrapada… te lo arrancaron de los brazos…se lo llevaron…te morías de dolor… lejos… «Mi hijo…»… cayó la vergüenza… tapó el pecado… «¿Dónde…?»… arañaste tus pechos… golpeabas tu vientre… «Ya no es tuyo»…te quedaste sin voz… « ¡Hijo sin padre!»… Orfanato… Se tiñó tu pelo de blanco…y tus faldas de negro.
De negro llegó él, hombre viudo que buscaba mujer, con un pacto: « Te devuelvo la honra casándote conmigo. Serás mujer decente y me darás hijos. El fruto de tu desatino no pisará nuestro hogar» Un pedazo de corazón se endureció en tu pecho, como piedra negra,rugosa y áspera. Cumpliste con lo pactado.
Ángela…Ángela…pero no cumpliste con el Hijo. Y cuando éste te encontró y se echó a tus pies suplicando una explicación, tus secos labios no supieron posar besos en su mejilla, tus rígidos brazos no se abrieron para recibirle; sólo tus ojos, deshaciéndose en disculpas, que él acepto, le besaban y abrazaban. Comprendiste que la deshonra siempre coronó tu cabeza: «¿Merezco ser abuela de los hijos de mi hijo sin madre?»
La lápida que guarece tu cuerpo muestra tu mejor defensa …tu nombre
ANDREA
Los ojos en la mirada de Andrea, o la mirada de Andrea en sus ojos, lo mismo lanzan diminutos alfileres sobre el espacio del instantáneo y supuesto enemigo, que arropan cálidamente y con soltura el cuerpo físico y espiritual de la persona cercana. Todo ello puede pasar de un momento a otro sin tiempo a cronometrar milésimas de segundo y con el mismo sujeto, sea masculino o femenino.
Andrea, nombre igual de redondo que redonda es ella en esa virtud latente que ofrece maternal con la sabiduría propia del ancestral origen; nombre completo como completa es ella en ofrecerse con la esperanza infinita de la eternidad; nombre sugerente que absorbe y alienta simultáneamente cuando Andrea quiere, de querer mucho, de verdad.
Pero si la mirada se le tuerce, la virtud descarrila y el aliento desvanece, Andrea se convierte en la pesadilla, en el final malo de la película, en la paciente indiferencia que conduce al otro a padecer el olvido, en la esencia del daño sin edulcorar. Y sin ser consciente del camino que eligen sus actos para no tener que distinguir el bien del mal, se encierra en el caparazón brindado con excusas que construye en los ratos de pasividad y se dispone ampliamente a olvidar, sin remordimientos.
Es en ese lance, por lo que tiene de beligerante, el cómo y cuándo perfecto para ignorar, oídos sordos y boca cerrada pues se prepara para la ofensiva, sin plan definido pero con la batalla ganada de antemano, y desde arriba, posada en el pedestal que le sirve de autocomplacencia observa y calla, mira y desvía la mirada, autosuficiente y con gesto señorial.
Después… con el orgullo aún dilatado, Andrea pasa página y se enfrenta con descaro a los desplantes que para ella son el complemento de la victoria total.
Y llegado el momento, en un entorno adecuado, en un espacio considerado saludable y aceptada a si misma con solvencia suficiente, disponible y generosa, muestra su humanidad; resuelve actuar de nuevo con condescendencia, sacrificando lo justo, pero decidida a mantener las posiciones heredadas y adheridas a sus genes. Mientras no suponga esforzarse demasiado, recibe servilmente a la persona seleccionada por medio de su justo y particular enfoque, con reservas, eso sí, de las que puede desprenderse llegado el caso de no necesitarlas, por piedad.
Sus creencias, por experiencia propia según cuenta, sueltan al aire que respira esparcidas como copos de nieve maldiciones y buenaventuras, por lo que lo mismo la entrega es un día nublado como de sol radiante, depende de su transformación en «bruja mala» o «bruja buena». No hay prevención posible, ni se puede adivinar que día toca, Andrea es impredecible para esto, que no para otras cosas en las que se la ve venir de lejos.
Se mantienen alerta mientras juega con las horas y aprovecha los minutos.Andrea es completa e insuficiente, razonable y obsesiva, madre e hija, amiga y hermana. Andrea tiene un código personal para envolver las risas con su alma… y las regala.
ADELITA
Te comías el mundo, con tu minifalda, tu ajustado suéter y los lisos cabellos sueltos, de reflejos azulados, cayendo por tu espalda. Grandes las ilusiones, muchos los proyectos, tan joven, con tanta vida… con todo el tiempo. Nada frenaría tu libertad, nada impediría que la disfrutaras. Eras tan alegre, tan luminosos tus ojos de mirar esperanzado, tan sonrosada tu boca de labios anhelantes, tan posadas tus manos, tan firmes tus pies…Adelita, tan segura de ti misma.
Conseguiste visualizar la perspectiva de tus días con acierto, hacer realidad parte de tus sueños; convertiste hermosa tu figura de mujer, atractiva tu aura. Realizaste el trabajo sin cansancio, siendo lo que querías ser. ¿Qué faltaba, Adelita, para que nada te faltara?. Puede que…él. Que llegó a ti con andar despreocupado, vaqueros, chaleco de flecos, melena hasta los hombros, ondeando, al mismo ritmo que sus pasos; sus ojos verdes sonreían, traspasando el cristal de unas gafas con montura metálica; sus brazos recogieron tu cuerpo, que temblaba, ardiente e indefenso, porque desde ese momento ya le querías.
Ya nada faltaba… pero quisiste más: realidad… de un futuro con él, de un hogar a su lado; si sólo se dedicaba a ti, si todo lo suyo era tuyo…¿qué era tuyo si no tenía nada?. Quienes decían quererte, por quererte, te convencieron: «No es el adecuado». Cuando marchó, ya cansado de tus dudas, el arrepentimiento cayó sobre tus hombros, y el peso de esa carga aflojó tus piernas. Para siempre, así quedó tu figura: encorvada; lo sabías. Como supiste que tu alma se volvió vulnerable.
Al acecho, igual que ave carroñera, otro posó su mirada en ti aprovechando tu vulnerabilidad; de ojos verdes, como aquellos que adoraste y que añorabas; no quisiste darte cuenta… verdes, sí, pero de un verde velado. Y a estos ojos los idolatraste.
Y por no seguir recordando, consagraste tu existencia al dueño de ojos velados, que se apoderó de tus sueños, puso vallas a tu libertad, hizo suyo tu pensamiento. Nada habría pasado si hubieras querido ser consciente de ello, pero aprendiste a engañarte a ti misma, y cuando la imagen de antiguas fotos devolvían el reflejo de lo que quisiste ser, no te reconocías.
Adelita, te perdiste y no te has encontrado. La fe ciega que has puesto, sobreviviendo de mentiras, en este ser que manipula tu actos con hilos invisibles, te vuelve egoísta, intolerante con los demás. Eres capaz de defenderle hasta el agotamiento, ante quien cuestione su amor por ti, porque si no lo haces descubres a todos lo infeliz que eres.
Adelita, tu paso por este mundo no deja huella, y no te has dejado creer que pueda existir otro, en el que cuando camines, tus zapatos queden impresos: certificado de vida. Adelita, que muy de vez en cuando, en tu rostro, como en una pantalla de cine, se ve cual podría haber sido tu otra historia. Adelita, has falseado todas las etapas de tu vida, incluso aquella… Adelita, envejecida hace tiempo, ya no rectificarás.
OPINIONES Y COMENTARIOS