El ruido de las turbinas del avión aún retumbaba en mis oídos y combinado con el zumbido del viento me hacía pensar que el mundo se estaba acabando.
Al mismo tiempo sentía una brisa húmeda en mi curtido rostro. Mi altímetro sonó y supe que era tiempo de activar el paracaídas. Al hacerlo sentí como el arnés se clavaba en mi entrepierna y apretaba dolorosamente mi vagina. La sensación solo duró algunos pocos segundos; tenia mucha experiencia saltando y una se acostumbra a todo excepto al arnés clavándose en la entrepierna, me dejaba hinchada y enrojecida, tal vez algo hacía mal en el procedimiento, no lo sé pero siempre me sucedía lo mismo.
Maniobré los controles del paracaídas lo mejor que pude y tomé el rumbo correcto a mi destino: la zona norte de la selva tropical de costa Rica.
Mi aterrizaje fue perfecto y me sentí agradecida de no encontrarme con algún viento cruzado que me arrojara a los árboles.
Guardé mi paracaídas e inicie la exploración del territorio. El calor y la humedad eran muy elevados, eso hizo estragos en mi hinchazón. Llegó un momento en que ya no podía caminar; necesitaba refrescar mi entrepierna.
Busqué en el mapa y advertí que había un río muy cerca y caminé hacia él con gran trabajo.
Al llegar descubrí que en realidad era un lugar muy hermoso y si fuera otro el contexto me habría encantado vacacionar ahí. Un río de agua cristalina, mucha vegetación, bellas flores por doquier, el sonido de las aves, solo faltaba el traje de baño y el bronceador.
Aquel lugar me recordó sin querer y sin razón aparente a la granja donde me crié; me recosté un momento y me dejé llevar por la memoria.
A mis padres siempre les gustó tener animales en casa, puercos, caballos, gallinas, conejos y varios perros de la raza pastor alemán. También tenían una hermosa yegua con la que obtenían hermosas crías que vendían a muy buen precio. Esa yegua se llamaba Plata y a mi me gustaba mucho cepillar su pelo y pasear con ella por la propiedad, a veces también la montaba sin que se dieran cuenta mis padres. Cuando cumplí quince años mis padres me prometieron que tendría mi propio caballo para que pudiera aprender a montar. Eso me alegró bastante.
En la granja trabajaba un hombre que hacía las labores más pesadas. En el pueblo todos lo conocían como «el negro», era un hombre alto, de tez muy oscura, calvo, sin dientes, de mal carácter y muy poco aseo personal; decían que su mujer lo había abandonado hacia muchos años por un hombre de la ciudad. Usaba un sombrero deformado por el sudor, muy sucio, con el cual cubría su oscuro y tenebroso semblante.
Un día muy caluroso de verano me encontraba bañando a Plata en el establo cuando vi entrar a «el negro» con una cubeta de alimento vitaminado y me dijo:
– tus padres te llaman, yo termino con eso – dijo y aseveró – le voy a dar esto a la yegua porque está en celo y mañana traerán un semental para que la preñe.
Yo me puse muy feliz porque sabía lo que eso significaba.
Cayó la noche y me fui a dormir. Pasaron casi dos horas y no lograba conciliar el sueño así que me levanté a la cocina por un poco de leche tibia para ayudarme a dormir.
Afuera de la casa vi pasar a «el negro» con una silla y una cubeta al establo, me preocupé un poco así que fui a mi cuarto a vestirme y enseguida me encaminé a averiguar qué ocurría.
Justo antes de entrar oí unos gemidos extraños, me asusté y corrí a esconderme tras unos bultos de alimento al interior del establo.
Quise ver qué sucedía y entonces pude ver a «el negro» subido en una silla, estaba oscuro y mis ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la poca luz que entraba debido a la luna llena.
Me di cuenta que era él quien emitía esos gemidos, estaba parado muy recto sobre esa silla y también advertí que hacía un movimiento de vaivén con su cadera. Entonces pude apreciar lo que sucedía, «el negro» le hacía algo a Plata! Ambos me daban la espalda y ninguno se percataba de mi presencia. Que era aquello? Con la poca edad que tenía entonces no lo sabía con certeza. Plata no se movía en lo absoluto y eso me tranquilizó un poco. Continúe contemplando la escena, de repente Plata caminó y se volteó hacia mi haciendo trastabillar a «el negro» y tumbándolo de la silla. Pude ver entonces que estaba desnudo de la cintura para abajo y que de su pene erecto escurría un abundante líquido viscoso. Molesto por la interrupción acomodó la silla detrás de Plata y continuó su faena. Sin embargo quedaron de perfil respecto a mí y pude ver cómo clavaba su brillante miembro en la hinchada y babosa cola de Plata.
Yo nunca habría pensado que eso era posible. Ahí me quedé observando hasta que el viejo resopló como animal herido y abrazó a la yegua por las caderas, asentando su cabeza sobre el lomo del animal como para descansar.
«El Negro» se retiró del lugar y fue cuando me acerque a Plata para ver cómo estaba. Relinchaba un poco pero se calmó cuando comencé a acariciarla en el hocico y luego en el lomo. Me ganó la curiosidad y me acerque a examinar su vulva. La toqué y la Olí; eso despertó un algo en mi. Estaba inflamada y brotaba un líquido lechoso que tenía un aroma muy particular. En eso sentí un estremecimiento en mi propia vagina que hizo que con mi otra mano me la apretara suavemente. Continué acariciando a Plata y tocándome al mismo tiempo. Ella se quedó muy quieta al sentir mi mano en su cola. Como pude me desabroché el pantalón y accedí por debajo de mi calzón hasta alcanzar mi vagina. Abrí muy grandes los ojos al darme cuenta de que estaba empapada de un líquido parecido al de Plata. Seguía apretándome con la mano cada vez más rápido hasta que sentí que mi espalda se arqueaba y un espasmo muy fuerte jalaba mis entrañas.
– ¡Vaya! – dije en voz alta como para despertarme a mi misma de aquel recuerdo. Me incorporé y los sonidos de la selva me recordaron donde estaba. Quise caminar y no pude, el malestar de la entrepierna me recordó porque había ido al río.
Me despojé de mi pesado equipo así como de mi ropa; también me quité la interior y me metí al agua. No estaba tan fresca como habría querido, en realidad hubiera querido un puñado de hielos para aliviar mi dolor. Aún así me sentí bastante aliviada y después de un rato noté que mi vagina se había desinflamado bastante. Salí del agua y me tumbé boca abajo sobre un árbol caído descansando con ello mi columna; siempre he sido fuerte y de cuerpo muy atlético y robusto «una mujer con cuerpo de varón» decía mi teniente durante los agotadores entrenamientos. Sin embargo lograba cansarme el peso del equipo militar, casi 35 kgs. a cuestas.
Me relajé y seguí recordando aquella noche en la granja. Miles de cosas pasaban por mente cuando obtuve aquel orgasmo involuntario. Me sentí un poco culpable de haber hecho aquello con Plata y corrí a lavarme las manos y con mucho jabón las restregué fuertemente.
Luego me fui a dormir. Muy intranquila por lo ocurrido prácticamente no dormí y mi cabeza iba de aquí para allá imaginando las cosas más extrañas, en una visión me vi a mi misma siendo penetrada por «el negro», con sus manos sucias sobre mi blanca piel y su aliento fétido en mi cuello. También me vi retozando como una yegua en el campo, deseosa de un buen semental que me preñara. Y entonces recordé que al día siguiente traerían al semental a la granja y mi imaginación paró en seco. Desde ese momento comencé a desear aquel semental dentro de mi cuerpo.
Amaneció y yo no desperté sino hasta que ya era más de mediodía. Eso no era normal en mi rutina y mis padres lo sabían así que no me forzaron a levantarme de la cama pensando en que estaba muy cansada por tanto trabajo en la granja, al fin y al cabo estaba de vacaciones, muy pronto me iría a la preparatoria y dejaría el pueblo pues ahí no había y quisieron consentirme; por eso también es que me regalarían un caballo.
Finalmente me levanté, aún somnolienta no recordé lo que había hecho durante la noche y el relinchido de un caballo me lo recordó de golpe. Asomé mi cabeza y ahí estaba aquel majestuoso semental pastando en el paseador que estaba a un lado del establo.
Bajé corriendo buscando a mis padres pero no estaban. En eso me topé con «el negro» y me llegó un extraño pero familiar aroma que emanaba de su cuerpo sudoroso. Me excité mucho y mi vista se nubló un poco; casi no escuché cuando me informó que mis padres habían salido al pueblo y que el también ya se retiraba a su casa.
Lo vi alejarse mientras yo corría a ver a Plata. Se notaba un poco alterada y me percaté de que había muchos fluidos viscosos en el suelo. Ya antes había visto aquello, eran señales de que había sido preñada ya por el hermoso caballo que descansaba afuera.
De nuevo toque su vulva y aún emanaba líquido lubricante de adentro. Pero también salía otro líquido lechoso, muy espeso. Era delicioso sentir aquello, la froté y luego con aquel lubricante acaricié mi vagina mientras con la otra bajaba mi calzón y subía el faldón que me había puesto aquella mañana. Estaba gozando así cuando escuché al semental relinchar insistentemente. Recordé el pensamiento que había tenido durante la noche y quise ser penetrada en ese instante por ese macho desconocido.
Fui hasta donde estaba el semental y lo traje hasta el establo con mucho cuidado de no alterarlo. Lo amarré en una esquina alejada y luego lo contemplé a una distancia prudente, su gran mástil ya empezaba a salir de su escondite mientras que el caballo golpeaba el suelo con la pata delantera, signo inequívoco de que estaba listo para copular conmigo.
Rápido arrastré la mesa de madera que usábamos para preparar los quesos y la coloqué debajo del animal. Presurosa me coloqué sobre la mesa apoyada sobre mis rodillas y mis manos e imaginé que era una yegua en celo. El enorme miembro del animal parecía tener vida propia pues se movía frenéticamente buscando la entrada de mi vagina. Yo temblaba pues no sabía si la bestia podría causarme algún daño pero ese era un pensamiento que mi lujuria desvanecía por completo.
Al fin aquel delicioso falo halló el agujero de mi palpitante cuerpo y embistió dolorosamente rasgando mi himen. Yo gritaba de dolor y me aferraba como una gata a la mesa de madera. No logró meterlo mucho pues la misma mesa se lo impedía. Gruesas lágrimas se derramaron por mis mejillas, el dolor era inaudito pero el placer era mayor. De pronto sentí que algo me quemaba por dentro, mis ojos se pusieron en blanco y mi mente también. Apreté mi vagina igual que la noche anterior y sentí de nuevo aquel latigazo interior. La verga de mi amante se replegó fuera de mí y con la fuerza de mi orgasmo expulsé un gran chorro de leche caliente de mi vulva y caí rendida sobre la mesa.
– ¡Uf!, ¡Que recuerdo! – vociferé.
Entreabrí los ojos y me vi de nuevo en la selva. Unos golpes en la tierra llamaron mi atención, de reojo vi que un animal jadeaba atrás de mi. No pude hilar un pensamiento más cuando sin mas aviso el animal se abalanzó sobre mi. No tuve tiempo de nada, quise girar mi cabeza para ver saber a qué me enfrentaba; un miedo profundo me invadió por completo. Luchaba con todas mis fuerzas pero fue inútil, la bestia era muy grande y su fuerza descomunal.
De pronto aquel animal se quedó muy quieto y me olfateó resoplando en mi oreja con lascivia. Entonces adiviné que la bestia iba a violarme. Supuse que había olfateado el aroma de hembra que mi cuerpo despedía producto del recuerdo venido a mi mente de aquel día en la granja.
Experimenté un deja vu y dejé de pelear contra la bestia desconocida, me propuse disfrutarlo lo más que pudiera para que me hiciera el menor daño posible y ambos gozáramos aquel encuentro.
Ya sentía el candente miembro de mi agresor tantear mi vagina empapada y deseosa. Comencé a contonear un poco mi cadera para saborear aún más la estocada. Sentí la gruesa punta del falo bestial tocar mis labios vaginales y sin miramientos me atravesó sin importarle en lo más mínimo mi ensordecedor grito de dolor. El deja vu estuvo completo entonces, sin embargo, a diferencia del recuerdo infantil, esta experiencia me estaba volviendo loca de placer. Yo gemía muy fuerte con cada penetración. Pasaron los minutos muy lentos y me sentí contenta porque este animal estaba durando mucho más en eyacular
Yo no quería que terminara. Aceleró el ritmo y me sobrevino el orgasmo, aceleró más y me penetró con más fuerza y goce otro orgasmo más. Me propinó una estocada final muy fuerte y profunda y se quedó así, muy quieto vaciándose muy dentro de mi tercer orgasmo; yo lo apreté y lo apreté salvajemente debido a esto. Luego lo aprisioné lo más que pude y la bestia comenzó a chillar muy agudo, ahora yo le devolvía el favor. Se apartó de mi con gran violencia arrojándome contra los arbustos y huyó de inmediato.
Dolorida como estaba me arrastré como pude y me vestí. Tomé mi equipo de comunicación y solicité una extraccion de emergencia. Arrojé una granada de humo naranja y me tumbé sobre la hierba mirando al cielo; entonces sonreí satisfecha de haber copulado con aquella bestia desconocida en medio de la selva.
Nunca supe el nombre del animal y el nunca supo el mío, al fin y al cabo así somos las bestias sexuales.
Fin.

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