«mi2-sol2-re3-re3-do3-re3-mi3-si2»
—¡Buenos días, vecino! ¿Qué desea?
—¡Oiga! Alguien ha entrado en mi casa está noche, ¿no habrá visto u oído algo?
—¡Ay! ¡No me diga eso! ¿Cómo ha sido?, ¿les han robado?, ¿están ustedes bien?
—Estamos bien y aparentemente no han robado nada. Parece que el intruso sólo se ha preparado un café y se lo ha tomado en la terraza mientras fumaba.
—¡Ah!, ¡vaya! Me había asustado, es sólo el fantasma del edificio.
—¿Cómo dice?
—El fantasma… ¡Claro! Usted está recién llegado y no sabrá nada. Mire, no ponga esa cara, le explico: en este edificio hay un fantasma. De vez en cuando elige una casa para tomarse un café y fumarse un cigarro antes de que nadie se levante. A veces lo hace durante unas pocas semanas, pero otras veces está años. ¡Hable con cualquier vecino!, la mayoría lo ha tenido en su casa alguna temporada.
—Creo que será mejor que llame a la policía.
—¡Bah! No se moleste, ya lo saben todo. Tomarán nota, pero ni siquiera mandarán a alguien.
—¿Qué?
—Y ¡ni se le ocurra llamar a la prensa! Vicente, el del octavo, llamó a un programa de la televisión de esos de lo paranormal. ¡Le ocuparon la casa dos semana!, ¡les tuvo que dar de comer! y al final ¡para nada!: la taza y la colilla aparecían todas las mañanas cuando nadie miraba. Intentaron grabarlo, pero siempre se estropeaba la cámara. Además, el pobre Vicente tuvo que aguantar a medio barrio tratándole de loco.
—¿Está usted bien, señora?
—Si, hombre, no tiene nada de lo que preocuparse. Una taza se friega en seguida, el fantasma trae su propio tabaco y le deja el café listo por la mañana.
—Pero, pero…
—¡Relájese! En seguida se acostumbrará, es algo que da encanto al edificio. Mire, si me disculpa, tengo cosas que hacer.
—¡Claro!, ¡claro!, no la molesto más. ¡Qué pase un buen día!
—Igualmente… ¡espere! Se me olvidaba decirle una cosa.
—¿Sí?
—Nunca, bajo ningún concepto, se quede sin café.
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