Así, en imperativo, se lo ordenaba.
Noche de calor sofocante. Estaba en su habitación a oscuras, solo una pequeña lámpara de escritorio iluminaba su libro de Poe, el cual leía recostada en la cama cuando escuchó un ruido en su techo. De inmediato miró a la ventana y notó que estaba abierta, pero la cortina no le dejaba ver más allá. Interrumpió la lectura unos segundos, esperando otro sonido, pero finalmente regresó de nuevo al castillo donde Hop-Frog comenzaba a hartarse del rey.
“Debe ser un gato”, pensó.
El bufón ya había bebido el vino y había hecho rechinar sus dientes, cuando otro ruido se oyó. Esta vez se quedó más tiempo mirando la ventana, esperando ver pasar alguna sombra o algún movimiento de la cortina, que era de color verde, por lo que dejaba ver en parte lo que sucedía afuera.
“Voy a cerrar la ventana, así puedo seguir leyendo”, se dijo, pero no se animó a hacerlo. Le daba miedo pensar que hubiese una persona. ¿Y si era simplemente un gato? ¿O un ruido fortuito? No importaba, no pensaría más y seguiría la lectura. O eso intentaría.
El baile de máscaras se celebraba y el plan de Hop-Frog ya había sido puesto en marcha, pero por más que el cuento la atrapara, seguía pensando en la ventana. Era tan sencillo levantarse y cerrarla, sin embargo el miedo la vencía y la ataba a la cama. No podía seguir leyendo, se le mezclaba esa situación con el cuento al punto que no podía concentrarse.
“Basta”, se dijo, “te vas a levantar y vas a cerrar esa ventana”.
No había viento esa noche, no podía echarle la culpa. Las cortinas estaban inmóviles. Trataba de no pensar más en eso, pero le era imposible.
El libro ya descansaba al costado de su cama, el final de la historia sería leído después, cuando toda su atención sea puesta en el cuento, como Poe lo merecía. Intentaba convencerse en vano de que ya no había escuchado más ruidos. Si hubiese alguien ya habría intentado entrar, se vería una sombra por la ventana o se escucharía algo. En fin, por más alternativas que pensase, no dejaba de mirarla.
“Cierra la ventana”, se ordenaba, pero su cuerpo no podía responder por el miedo.
Lo cierto es que ninguna, ni siquiera una, de las miles de millones de personas que habitan el mundo estaban en su techo, y tampoco ninguna, excepto ella, estaba pensando en esa ventana en esos momentos. A quién se le ocurriría. La ventana continuó abierta durante la noche, como era de esperar, y ella tuvo un extraño sueño, en el que el baile de máscaras se realizaba en el techo de su casa y allí estaban Hop-Frog, Trippetta, unos orangutanes, y vaya a saber quién más. De ahí provenían los ruidos.
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