-Hasta luego mamá-dijo María y se marchó a su trabajo.
Su madre siguió tejiendo las medias de lana.
María subió al tren, se sentó junto a la ventanilla y miró. Miró como las casas bajas y cochambrosas se convertían en casas revocadas, luego, en casas con frentes pintados…Un cine que siempre proyectaba la misma película, que se llamaba «De la decadencia al esplendor».
Trabajaba de sirvienta en una casa con el frente pintado, calefacción central, pisos de mármol y pinotea, con chicos que tiraban comida en el piso para verla limpiar. No, sus padres no decian nada, era su trabajo, y la suciedad podía venir de actos voluntarios de sus hijos. Ella era un juguete de la casa.
El celular. Esa era su ventana a la felicidad. Cuando francisco la llamaba podía verlo, y asi sentirlo mas cerca. El vivía en Misiones y se veían cada dos meses.
El viernes por la tarde María volvió a su casa, las medias estaban listas, su madre se las dió junto con un beso, ella se metió en su cuarto, se desvistió completamente, se puso las medias y llamó a francisco…
Dentro de su teléfono estaba la vida, Francisco, el monte misionero, las pocas amigas que tenía, y la voz de su madre.
Ese fin de semana pasó entre descanso y largas teleconferencias . El futuro estaba ahí.
El lunes volvió al tren y a su vieja pelicula rutinaria y opaca. Llamó a Francisco. Lo vió aparecer, Ella lo miró y al instante vió una mano y el celular desapareció. Por la ventanilla vió al ladrón. El tren estaba arrancando. Se bajó. lo corrió, y cayó a las vías…El tren le cortó las dos piernas.
Francisco se alarmó al no poder restablecer la comunicación. Le robaron, pensó. Llamó a la madre, a la casa donde trabajaba. Nadie sabia nada…Hasta que llamaron del hospital…
Su novio apagó la motosierra, tiro su guardamontes al capataz, llegó hasta su cofre en el obraje, sacó todo el dinero y tomo el primer micro para buenos aires.
Al otro dia María estaba en su casa. Su madre le llevó a la cama algo de comer. No tenía infección ni fiebre. Ella comió, dejo la bandeja en la mesita de luz, y ahí vio las medias de lana. Lloró. Se secó las lagrimas con ellas. Se empujó con los brazos hasta los pies de la cama, tiro las medias y las empujó contra el zócalo de la puerta con los bastones canadienses oxidados de la beneficencia, tiró las sabanas, la colcha, y la almohada, orinó en la chata y arrojó en contenido sobre las telas…Abrió a llave de gas de la estufa, solo que esta vez pasó de encenderla, se acostó y cerró los ojos.
Francisco llegó. Lo recibió su madre. Se abrazaron…
-Está en su cuarto…
-Quiero verla…
-Andá, le hará bien..
Francisco llamó a la puerta, encendió un cigarrillo, volvió a llamar, y al no tener respuesta entró.
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