Paco era dueño de un bar de tapas situado en pleno centro de Soria, muy apreciado por su gastronomía y por mantener la misma calidad y tradición culinaria heredada por cinco generaciones.

El amplio local tampoco había sufrido mucha reforma en la decoración; por lo que seguía conservando ese encanto que tiene lo añejo, y que junto a su comida, devolvía al comensal al calor de hogar de la infancia, a los sabores de los guisos de la abuela o a esas mesas de domingo, llenas de brindis, familia y amigos.

Felizmente Rodrigo (el ùnico hijo de Paco), desde pequeño prefirió los fogones al fútbol. Sabía que en un futuro cercano llevaría las riendas del bar, y su padre podrìa jubilarse y disfrutar un poco de la vida, pues desde que tuvo uso de razón, lo vio trabajar sin descanso, ocupándose de él, de la casa y del negocio.

Lo que Paco no entendìa, era que Rodrigo quisiera irse a la capital a estudiar cocina en una reconocida escuela, ya que tanto él, como sus antecesores, aprendieron esas artes de forma totalmente empírica y grabando cada receta en la memoria para asegurar su buen recaudo.

_Sólo son dos años Paco, al niño le hará bien vivir esa experiencia, madurará y en menos de lo que canta un gallo lo tendremos de vuelta_ Le repetía una y otra vez Conchi, su mano derecha, pinche, confidente y mejor amiga, hasta que logró ablandarlo y a regañadientes, lo dejó ir.

Los dos años volaron entre llamadas telefónicas y algunas visitas breves, hasta que por fin llegó el día de volver a Soria, coincidentemente una semana antes de las «Jornadas de la Cuchara y el Tenedor», en las que el bar de su padre concursaba cada año con su tapa estrella.

_Hijo, quiero que este año seas tù el que prepare nuestra ya famosa tapa, bajo mi supervisión claro está – le dijo emocionado al muchacho ni bien llegó a casa, antes de que soltara la maleta siquiera, seguro de que no había mejor voto de confianza que ese.

Rodrigo recordó las tapas que había creado en la escuela y que no tenían nada que ver con las clásicas tapas del bar de su padre, pero no dijo nada para no desilusionarlo, y sonriendo apenas, le agradeció la deferencia.

En los días sucesivos, Conchi notó al joven muy callado y pensativo y Rodrigo le confió el motivo:

_Quería presentar al concurso una tapa creada por mì. Se que tengo posibilidades de ganar, pero mi padre no me permitiría nunca romper con la tradición_ Y entonces como en un trance, sus ojos recobraron su brillo mientras le describía a Conchi la tapa de sus sueños, mezcla de lo tradicional con lo moderno, fusión de lo aprendido observando trabajar a su padre y estudiando en la escuela.

Entonces Conchi, que adoraba al muchacho, lo pensó un momento y le dijo: _Niño, tù deja a tu padre en mis manos y reune, sin que se entere, todos los ingredientes necesarios para elaborar tu tapa el día del concurso…y a por todas!

_Pero…¿què harás Conchi? _ Rodrigo conocía bien esa determinación en los ojos de la mujer que anticipaban un tsunami como mínimo.

_ Shhh…no preguntes, verás que todo sale bien_ Y se alejò canturreando muy confiada luego de estamparle dos sonoros besos.

Llegó la mañana del concurso y Paco daba órdenes precisas al personal (incluido su hijo), para que se organizara todo en la cocina, Había que preparar las tapas para las 300 cazuelitas que pensaban vender ese día.

De pronto Conchi lanzò un quejido que dejó a todos paralizados, mientras se agarraba la panza:

_¡Que me muero Paco!…¡me muero!…que dolor Virgen Santísima!…ayyy…ayyy…

_Pero Conchi…¿què tienes mujer?…qué te duele?_ le preguntó asustado Paco

_Ayyy…no puedo màs…¡llèvame al hospital ya mismo que me muero Paco!_ le respondió con cara de pocos amigos y de soslayo le guiñó un ojo al joven.

Paco, suspirando resignado le puso la mano sobre el hombro a su hijo y le dijo muy solemne:

_Muchacho, hazte cargo de todo hasta mi regreso…conoces bien la receta y el procedimiento_ Y saliò llevando a Conchi a toda carrera al hospital.

Rodrigo sin pérdida de tiempo, pidió a Toni y Pedro que sacaran todos los ingredientes que había guardado con sigilo en la cocina la noche anterior. Tomó sus afilados cuchillos envueltos como “oro en paño” que consideraba su tesoro, pues fueron regalo de su padre, y con toda la tensión y expectativa creada, comenzó su propia fiesta de debutante.

Todos sabían ya lo que tenían que hacer:

Toni picó con una velocidad y determinación impresionante cebollas y ajos, que fueron a parar a la gran sartén que ya esperaba sobre el fuego con un buen chorro de aceite de oliva. Rodrigo rehogaría con vino blanco los torreznos y nìscalos que ya estaban cortado, el tiempo justo, para que absorbieran todo su aroma y sabor, mientras los hacía brincar por los aires con mucha destreza evaporando el alcohol y sin que se cayera un sólo pedazo fuera.

Con la misma determinación, consiguió emulsionar una salsa de yemas con un toque muy sutil de mostaza de Dijon y escamas de sal negra.

Luego siguieron los frutos secos ya pelados, para caramelizarlos en un cazo de cobre junto a la oscura miel de castaño con su ligero aroma a madera, y le pidió a Pedro que no le quitara el ojo para evitar que la dulce y traicionera mezcla se fuera a rebalsar.

Por ùltimo, en otro fogón, Rodrigo tostó en mantequilla de trufa y finas hierbas, pequeños y perfectos daditos del mejor pan artesano que conocía…el de la panadería de Antonio.

Fue todo un espectáculo ver a Rodrigo trabajar de manera tan profesional. Con todo ya listo, le dio forma a la tapa.

Colocó dentro de la cazuelita de barro, una cama de los daditos de pan crujientes salpicados apenas por unas gotitas de la rica emulsión y por encima, una justa porción de torreznos y nìscalos guisados que prometían hacerte tocar el cielo. El remate final fue la lluvia ligera de frutos secos caramelizados y muy triturados, que dejó caer de entre sus dedos sobre la tapa a modo de decoración.

Su tapa “Soria de mis amores” era ya una realidad!

Se abriò la puerta del bar a las 13:00 horas y los primeros comensales ya esperaban fuera. Para las 15:00 horas habían vendido unas 200 tapas y aún faltaban las de la noche…todo un éxito.

Mientras eso pasaba en el bar, en el hospital, Paco acompañaba a Conchi que no dejaba de revolverse como si hubiera comido clavo. El doctor Rubio, tío y padrino de Rodrigo (para más señas), le dijo que lo mejor era tener a Conchi en observación y que lo necesitaba cerca «por si acaso» así que ni pensar en moverse.

Luego de muchas horas, al fin pudieron volver al bar que estaba repleto de gente fuera y dentro. Todos felicitaban a Paco y él caminó hasta la cocina mientras veía en las mesas esa tapa que no reconocía y esperando una explicación, miró a su hijo que salió a su encuentro.

_Papá, te presento mi tapa «Soria de mis amores», es una fusión de la tapa que elegiste para el concurso y una tapa creada por mí…pruébala por favor…

Se hizo un silencio total; Toni, Pedro, Mari, Conchi, el doctor Rubio, los comensales y Rodrigo esperaban con expectación la reacción de Paco o un posible ataque cardiaco.

Paco tomó el tenedor, cogió un bocado de la cazuelita, se lo metió en la boca y se lo pasó de un moflete a otro, saboreándolo y sintiendo esa maravillosa explosión de sabores que casi le pone los ojos en blanco. Sus tapas eran excelentes, pero esto…esto era otro nivel.

Y entonces pasó lo que nadie se pudo imaginar jamás, Paco comenzó a aplaudir a su hijo y se le unieron todos los presentes por largo rato. Fue memorable.

Dicen que Rodrigo ganó el concurso…y que Paco se fue de viaje con Conchi, mientras su hijo tomaba las riendas del bar.

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