El ruido de la puerta al cerrarse, la sobresaltó. Miriam se enjugó las lágrimas, escondió el álbum debajo de la cama y se encerró en el baño de la habitación. Se lavó la cara en lavabo, apoyó las manos en él y practicó, frente al espejo, un rostro que camuflara sus brechas emocionales. Una vez conseguido, suspiró y salió. Alex la esperaba de pie junto a la cama. Se acercó a ella, la agarró del mentón y la besó sin ninguna delicadeza.

Miriam tomó una gran bocanada de aire y fingió una sonrisa.

—¿Qué tal hoy?

—Cómo siempre, ¿no sabes preguntar otra cosa?

Alex torció el gesto en una mueca de asco. Esa que a Miriam le producía naúseas, pero que tenía que disimular con un «lo siento». Alex sacudió la cabeza, al tiempo que ponía los ojos en blanco, y se quitó las botas. Se agachó para coger la caja donde las guardaba y vio el álbum.

—¿Y esto?

Miriam empezó a balbucear, mientras buscaba una explicación convincente. Alex lo puso encima de la cama y lo abrió.

—Aquí sí que estabas buena.

Miriam apretó los labios. Esa foto tenía solo dos años. Tiempo demasiado corto para cualquiera, pero suficiente para que olvidara a la persona que le regalaba el alma cada vez que la miraba.

—En fin —Alex cerró el álbum y se lo dio —. Supongo que peor lo pasarás tú viendo lo gorda que te has puesto.

Miriam agachó la cabeza y comenzó a llorar.

—Si te pones así, es porque sabes que tengo razón.

Alex le levantó el rostro y le dio una pequeña bofetada. Luego, la besó y salió del cuarto. Miriam cogió un cojín y lo estampó en la puerta, nada más cerrarse. Se encerró, de nuevo, en el baño y llamó al 016.

—¿Dígame?

—Sí, hola, quería denunciar que mi pareja me maltrata.

Miriam lloraba tanto que apenas se la entendía.

—De acuerdo, cálmese —dijo la teleoperadora—. ¿Qué clase de maltrato sufre?

—Psicológico, sobre todo.

—¿Y desde hace cuánto que ocurre esto?

Miriam soltó un resoplido.

—Vale, no se preocupe. Si lo desea, podemos buscarle alojamiento para pasar la noche y mañana comenzamos con la denuncia.

Ella aceptó. La chica le preguntó su nombre y su dirección.

—De acuerdo, Miriam. En unos cinco minutos, irán a buscarla dos mujeres de nuestro equipo. Quédese tranquila que ese mal nacido ya no volverá a hacerle daño.

—No, si mi pareja es una mujer. Somos lesbianas.

Un largo silencio se escuchó al otro lado del auricular antes de que la llamada se cortara.

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