Nos hemos acercado a César Rendueles con la intención de repasar sus opiniones respecto a asuntos que son de nuestro máximo interés y sobre algunos de los cuales se ha manifestado en el pasado de forma crítica. Muy en particular nos gustaría comenzar abordando el tema de la creatividad y el nuevo papel que, bordeando el culto, se le asigna hoy desde sectores muy diversos, no solo en el marco específico de la creación artística. Nos gustaría aprovechar para repasar también algunos de los temas que planteamos en la serie de entrevistas que venimos realizando de un tiempo a esta parte, referidos a las transformaciones en la forma de escribir, también de pensar la escritura, propiciados por las nuevas herramientas y hábitos digitales, así como por las transformaciones que sería necesario abordar en la enseñanza para que se adaptase a los cambios propiciados por los tiempos digitales y, en particular, a la emergencia de una nueva escritura de raíz muy popular en la que se hibridan cada vez más otros lenguajes además del propio de la palabra.
El diálogo que le hemos propuesto tendrá lugar por escrito alternándose las intervenciones vía mail. Guiado por Ramón Cañelles, con el apoyo de Chema Álvarez y Enrique Ferrari, el presente intercambio busca alimentar el debate sobre la enseñanza de la creación y temas afines entre el equipo de colaboradores de la Fundación Escritura(s) y de Talleres de Escritura Fuentetaja, y por extensión del público en general interesado en estos asuntos. En sus intervenciones, Ramón Cañelles suele hacer uso de los bocadillos contextuales o cajas matrioska (subrayados que al clicarse despliegan una caja sin salir de esta página), a modo de segunda capa de lectura con mayor profundidad. César Rendueles prefirió no usar este recurso del editor de textos del club que de un tiempo a esta parte ofrecemos también a nuestros invitados.
INTERVENCIÓN 1- Ramón Cañelles
Quizás pueda ser un buen punto de partida para arrancar este intercambio el tratar de comprender mejor cómo te posicionas sobre la relación de la creación literaria con las dos disciplinas que conforman el centro de tu labor de carácter más profesional: la sociología y la filosofía. En uno de tus libros más difundidos, Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura (Seix Barral, 2015), haces una apuesta que, como ya afirma el subtítulo, parte de una lectura personal; es decir, la palabra “historia” no estaría aludiendo a las exigencias de una disciplina propiamente histórica, y parecería estarse refiriendo más a ese «contar una historia” más propio de las narrativas de naturaleza literaria. Al comenzar su lectura, efectivamente, de inmediato alertas al lector de que te guiará una cadena de asociaciones despojadas de una pretensión científica y ajustada solo a tu experiencia personal, a tus lecturas en el sentido más amplio (pronto nos encontraremos revisitando la deriva de Robinson Crusoe, por ejemplo) y la mirada, hoy declaradamente anticapitalista, que depositarías sobre el recuerdo que te han dejado. Una apuesta, en suma, muy literaria, que nos lleva a lanzarte la primera cuestión:
¿Cómo delimitas tú las fronteras y relaciones entre los territorios que se podrían considerar propios de la literatura, de la sociología y de la filosofía? Y, en ese marco, ¿qué papel y grado de importancia crees que le correspondería a la creatividad en cada una de esas disciplinas o territorios (¡la literatura también puede o debería ser una indisciplina!)?
INTERVENCIÓN 2- César Rendueles
La mayor parte de las peleas “disciplinares” en el campo de las ciencias sociales y las humanidades han tenido un profundo carácter corporativo. Rara vez responden, al menos exclusivamente, a una lógica interna de un campo del conocimiento. Casi siempre tiene que ver con movimientos estratégicos para conquistar posiciones institucionales. Es el caso, desde luego, de la creación de la sociología como disciplina académica aunque el ejemplo más espectacular seguramente es el de la psicología. La brutal influencia de la psiquiatría y la psicología en nuestra sociedad se debe en buena medida al trabajo de Robert Spitzer y su grupo, los creadores del DSM, un manual consensual que reorganizó la disciplina para permitir una intervención coherente de escuelas que hasta entonces se llevaban a matar. Lo que no se suele decir es que el DSM fue básicamente, una maniobra de ingeniería conceptual, que no tenía nada que ver con la ciencia propiamente dicha.
Supongo que en parte desconfío de las fronteras entre las disciplinas porque me formé en el campo de la filosofía pero siempre he trabajado como profesor en facultades de sociología. Recuerdo que cuando aterricé en un departamento de teoría sociológica estaba bastante intimidado, me parecía que era un campo que no dominaba y del que tenía un conocimiento muy escolar. Enseguida me di cuenta de que, en realidad, un porcentaje altísimo del bagaje conceptual de quienes se dedicaban a la teoría sociológica era convencionalmente filosófico. Pensaba que me iba a quedar abrumado por toda clase de referencias muy técnicas que desconocía y me encontré con gente fundamentalmente interesada en Foucault, Butler, Zizek, Latour…
Casi todas las divisorias disciplinares entre sociología, filosofía, historia y literatura lo que hacen es coger un continuo perfectamente razonable y convertirlo en un campo fragmentado profundamente aporético. Me refiero a que la mayor parte de nosotros somos capaces de distinguir intuitivamente la filosofía, la literatura y las ciencias sociales (si confundes un texto de artículo de Quine o un libro de Parsons con una novela seguramente tienes un problema cognitivo) pero me parece evidente que también hay zonas amplias de solapamiento. Por ejemplo, entre las memorias y la historia y, sobre todo, entre la literatura más reflexiva y la filosofía más expresiva. La filosofía moderna tomó como referencia retórica los escritos aristotélicos, lo cual no deja de ser extraño porque se trata de apuntes de sus clases. Sus obras acabadas, que hemos perdido, eran diálogos que, como los platónicos, tenían una fuerte dimensión literaria. En todo caso, podría tener más sentido distinguir entre narrativa y pensamiento, con la poesía ocupando un lugar intermedio. Recuerdo que en alguna ocasión Gamoneda decía que la poesía no es literatura y me pareció una reflexión interesante.
No creo que la creatividad sea una sola cosa. Se suele interpretar como una cualidad psicológica del productor (el “creador”, la “personalidad creativa”). A mí me parece que tiene más que ver con el receptor, con esa sensación de que algo hace “bum” en tu cabeza al leer una poesía, una novela o un texto filosófico, pero también un libro de sociología. Un poco como cuando te das cuenta de que te has perdido: una sensación de vértigo donde todo lo que era familiar se desvanece. En el campo de las ciencias sociales la creatividad actúa, sobre todo, reformulando las preguntas, transformando los problemas. No tiene tanto que ver con proporcionar respuestas poco transitadas o utilizar metodologías o teorías muy sofisticadas como con la capacidad para detectar ausencias o dar un giro sutil a las perspectivas establecidas que lo cambia todo.
INTERVENCIÓN 3- Ramón Cañelles
En tu respuesta desplazas la acción de la capacidad creativa más hacia el lado del lector (del espectador también, imaginamos, una vez se asumiese que hoy el espectáculo parece dominarlo todo). Antes de continuar, aclararte que cuando nosotros hablamos de creatividad, entendemos esta como la capacidad de inventar, de activar la imaginación, de desencadenar una originalidad, tanto en las preguntas o las insinuaciones (territorio propio del arte) como en el de las respuestas y las afirmaciones (territorio natural de la ciencia). Hecha esa aclaración, y aceptando el reto de ser también lector creativo, una serie de asociaciones se desencadenan al ritmo de la lectura de tu respuesta. Te las enumero de forma que con ellas como trampolín, podamos pasar luego a nuestra segunda cuestión.
1. Por una parte, Roland Barthes habría sido el responsable hoy más reconocible al sugerir ese gran desplazamiento que revelaba al lector como creador también del texto que lee, como autor que introduciría con su lectura diferencias muy importantes sobre un texto prefijado. Habría sido Barthes quien le habría consagrado un respiro a aquella desconfianza de Sócrates frente a la tecnología del libro (y por ende el nacimiento de la lectura), objeto al que hace más de 2.500 años acusaba de que no podía explicar lo que decía: un libro se limitaba a repetir las mismas palabras una y otra vez. Gracias en buena medida a la pasión interpretativa de Barthes hoy no tenemos dificultad en aceptar que la lectura sería en realidad siempre diálogo, más rica cuanto más creativa fuese. En ese sentido, Sócrates habría estado en lo cierto en eso, el gran error sería tomarse al pie de la letra el texto, su sacralización. La poesía, arte mayor de la sugerencia, sería en ese sentido el registro más creativo de leer: un lector plano, sin imaginación, jamás podría propiamente leer poesía.
2. Hay un debate trascendental en nuestro tiempo, el que trata de demarcar las fronteras entre realidad y ficción. Una afirmación, llegada desde sectores de pensamiento muy diversos, muy en particular de quienes trabajan con imágenes y sonidos y desconfían de ese registro del cine así llamado “documental” en contraposición al cine así llamado «de ficción», gana terreno: la ficción es la mirada. No podría haber pues «verdad documentada”. La mirada manipula y transforma su lectura de la realidad de forma similar a como lo hace con el texto de un libro. La imagen no se debería tomar «al pie de la imagen». No debería sacralizarse o confundirse con la verdad. En los orígenes de la escritura, al igual que en los orígenes de la fotografía, a la palabra escrita se le otorgaba el valor de prueba de verdad.
3. Dos grandes creadores y contadores de historias, Manoel de Oliveira y Ermanno Olmi —cineastas ambos, portugués uno, italiano el otro—, cuando en edad avanzada les llegó el momento de reflexionar y hablar sobre la memoria, coinciden en hacer un diagnóstico donde el factor imaginativo de la evocación es lo que en realidad definiría a la memoria. Oliveira lo hace a través de una paradoja luminosa: La única verdad es la memoria, pero la memoria es una invención. Ermanno Olmi, más recientemente, afirma que el estado natural de la memoria humana sería el de la alucinación.
4. En conexión con la primera parte de tu respuesta, viene además a mí la cita referida a otra borrosidad, la que expresabas tú mismo en una reciente conferencia, cuando en un momento dado, establecías una conexión entre la epidemia de bipolaridad que aquejaría a las sociedades-mercado y el tipo de relación que el capitalismo establecería con las emociones, con una consecuente y gigantesca crisis de ansiedad que se manifestaría también a través de lo que llamas estados de «creatividad expandida”. Hemos seleccionado un fragmento de esa conferencia que les permita a nuestros lectores atender más en detalle lo que explicabas.
A partir de esta línea de cuatro asociaciones, seleccionadas entre otras muchas suscitadas por la lectura de tus palabras, reenfocamos nuestro interés ya expresado en la introducción para pedirte que nos contases un poco más sobre cómo piensas tú este concepto de «creatividad expandida» como síntoma de desequilibrio, y qué relación le ves con la forma en que se viene resolviendo el desarrollo de capacidades como la imaginación y la memoria en la enseñanza (escuela, enseñanzas medias, universidad). En ese sentido, y dado que nos consta que tienes hijos aún en edad escolar, nos interesaría mucho que compartieses las preocupaciones y las posibles esperanzas que te suscite nuestro sistema de enseñanza pública actual.
INTERVENCIÓN 4- César Rendueles
Hay una especie de error categorial muy habitual en filosofía, en ética, en política y en estética que consiste en pensar que si no somos capaces de establecer límites entre distintos ámbitos de la realidad claros, coherentes e inequívocos entonces estamos condenados a la confusión y a la indistinción conceptual. De algún modo es una forma de deductivismo porque esa clase de relación conceptual sólo existe en las categorías matemáticas, lógicas y, por extensión, en las ciencias más susceptibles de matematización. Y creo que a veces la tradición semiótica y deconstructiva comete el error inverso al del positivismo deductivista: como si estuviésemos condenados a una semiosis ilimitada salvaje y completamente indeterminada y cuya clausura siempre es ideológica y autoritaria. Me parece una perspectiva extraña. Fuera del mundo de la lógica y la matemática la realidad también está estructurada, hay distancia entre la verdad y la falsedad, entre la realidad y la ficción, entre la memoria y la invención. Lo que pasa es que no tenemos límites estrictos para discernirlas, hay zonas de solapamiento. Así que no estoy muy de acuerdo tampoco con la idea de que la lectura es más rica cuanto más creativa. Las lecturas fructíferas se inscriben en tradiciones hermenéuticas que transforman sólo hasta cierto punto, en caso contrario nos resultan ininteligibles.
Esta idea de una cierta estructuración histórica y compartida de la memoria o la creatividad resulta cada vez más exótica en el capitalismo contemporáneo. Creo que la razón es el peso crucial que tienen en nuestro medioambiente ideológico las retóricas de la renovación personal y la autoexploración del yo. Se ha generalizado la idea de que la contraprestación de la precariedad laboral es la posibilidad permanente de transformación vital, de vivir muchas vidas en una. El capitalismo clásico se presentaba como una alternativa a la ausencia de libertad, el contemporáneo se nos ofrece como un remedio a la alienación característica de la fábrica fordista. Lo que ocurre es que esas altas expectativas de creatividad expresadas a través de los estilos de vida sólo se pueden entender en términos individuales, como una capacidad de gestión de tus energías emprendedoras, no como un proyecto político que aspira a limitar para todos las fuentes de alienación. Por eso se manifiesta a menudo a través de una especie de efusividad emocional, como una montaña rusa de sentimientos: a veces entusiasmo maniaco, a veces depresión y desencanto, a veces resignación paciente… Forzando un poco la metáfora, este emotivismo parece una especie de reflejo de un sistema económico autoexpansivo y universal, incapaz de convivir con cualquier tipo de limitación, y al mismo tiempo enormemente frágil e inestable, sujeto a una sucesión de crisis y depresiones crecientemente catastróficas. Más en serio, creo que las dinámicas de individualización y desfundamentación ética dificultan la elaboración de experiencias estéticas significativas que no caigan en la repetición ritual ni tampoco en el todo vale de la creatividad expansiva, condenada a tener que reinventarse permanentemente.
Es un problema que afecta radicalmente a las políticas educativas. Vivimos en sociedades llenas de formación por todas partes –eso que se llama a veces “titulitis”– pero donde apenas hay institucionalidad educativa. Los curriculums académicos tradicionales tenían mil defectos y necesitaban urgentemente una reforma profunda en muy distintos aspectos. La modularidad pedagógica, la desconfianza en la educación reglada ha acabado con cualquier posibilidad de reforma. La doctrina de la innovación pedagógica es una especie de traducción de la idea de la “destrucción creativa” a la educación: no hay ningún contenido fijo, nada definido. La responsabilidad de los estudiantes no es someterse a ningún itinerario formativo previsto, que quedará obsoleto enseguida, sino subvertirlos buscando sendas poco transitadas que generen un valor añadido pedagógico.
INTERVENCIÓN 5- Ramón Cañelles
Más en concreto, ¿qué opinas de los métodos educativos en los que, desde edades tempranas, se implementa el trabajo colectivo sobre proyectos, la interacción grupal como vía de aprendizaje y a la vez de desarrollo del sentido del apoyo mutuo y de la complementariedad de las capacidades individuales, y en los que se aplica el mestizaje de asignaturas a través de temas cuidadosamente elegidos donde confluyan las distintas materias (matemáticas, geografía, historia…) para generar un trabajo original (creativo pues) que sea resultado del esfuerzo común? Y, trasladado a tu campo, aparte de los tradicionales equipos interdisciplanares de investigación, donde suele enmarcarse muy bien la definición y participación individual de cada autor, ¿has desarrollado alguna experiencia de pensamiento y escritura colectiva donde la autoría individualizada de un texto se difuminase, por ser su escritura misma un proceso de intervención común? De ser así nos interesaría mucho conocer el caso y la metodología de escritura colectiva aplicada, y en todo caso si crees que existe una vía de innovación posible en la que la asunción de autorías colectivas pudiese producir obras enriquecidas frente a la estructura tradicional de autoría individualizada (cuya expresión más grotesca y nociva sería, para entendernos, el «star system»).
INTERVENCIÓN 6- César Rendueles
Tengo sentimientos encontrados respecto a la innovación pedagógica. Por un lado, creo que necesitamos urgentemente reformas profundas en los sistemas y métodos de enseñanza en todos los niveles. En la educación universitaria la pobreza de las estrategias pedagógicas es grotesca pero nuestros estudiantes tienen más medios de autodefensa. Seguramente es mucho más nociva en la educación obligatoria, sobre todo en primaria, donde los chavales están completamente indefensos frente a los malos profesores. Pero, por otro lado, creo que se está imponiendo una especie de fetichismo de la innovación pedagógica que no sólo no resuelve nada sino que empeora las cosas. Uno de los elementos estrella de ese fetichismo es el famoso “trabajo por proyectos”, aunque le siguen de cerca las “flipped classrooms”. El trabajo por proyectos me parece una buena idea pero compleja, que es fácil que salga mal. De hecho, conozco el caso de varios chavales que han pedido a sus familias que les saquen de colegios “innovadores” y les matriculen en centros “normales”. Tampoco creo en la retórica de la novedad. Algunos de los profesores que más me han marcado en mi vida eran muy tradicionales. Recuerdo que Quintín Racionero daba unas clases frontales buenísimas y jamás dejaba hablar ni preguntar a nadie en clase. Y no paro de ver simulacros de clases participativas que consisten, básicamente, en que cada cual diga lo primero que se le pasa por la cabeza sobre un tema del que no sabe nada. Tal vez parezca una boutade, pero creo que tenemos mucho que aprender de la enseñanza deportiva. He visto a muchos entrenadores de todo tipo de deportes desarrollar estrategias pedagógicas muy innovadoras, con una gran capacidad para negociar la diversidad de capacidades y de motivaciones. De hecho, no es casual que muchos nuevos deportes surgen de lo que originalmente eran sistemas de entrenamiento, es el caso del baloncesto o la escalada deportiva. Eran métodos de trabajo tan intensos y divertidos que la gente los empezó a practicar como un fin en sí mismo. Lo que me parece muy interesante es que esas innovaciones se viven con mucha naturalidad, están integradas en la práctica deportiva cotidiana y no parecen grandes intervenciones que merezcan un gran debate. No quiero que parezca que idealizo a los entrenadores: he conocido y padecido a auténticos sociópatas, pero me parece que hay muchísimo que aprender en ese campo.
Me pasa algo parecido con la escritura. Escribo a menudo con más gente, normalmente con una o dos personas, pero a veces en grupos más grandes. Durante un tiempo publiqué mucho sin firmar lo que escribía con mi nombre, usaba distintos seudónimos. Para mí la metodología de esos trabajos no es particularmente oscura. Consiste en procesos de revisión mutua superpuesta, como un palimpsesto, hasta que la individualidad de cada fragmento se va difuminando. Entrego lo que he escrito a alguien que hace suyo ese texto y lo reescribe, transforma, borra y lo mismo hago con lo que él ha escrito. Lo crucial para ello es la confianza y la modestia. Es un sistema que funciona si nadie se pone en plan narcisista, buscando que se respete su “voz” (ese nirvana de la escritura contemporánea), si todo el mundo confía en las capacidades de los demás y, sobre todo, si todo el mundo confía en que aunque una intervención concreta pueda ser discutible o incluso empeorar el original el resultado general colectivo es mejor que cada una de las intervenciones por separado. En realidad, no es algo tan marciano. Cualquiera que haya trabajado profesionalmente en un periódico o una editorial ha vivido algo parecido. Por eso a Walter Benjamin le parecía que los periódicos eran herramientas cognitivas muy innovadoras.
INTERVENCIÓN 7- Ramón Cañelles
Basado como está nuestro proyecto desde su origen en tratar de reparar vacíos en la formación integral de los adultos y en su posible traducción futura al ámbito de las aulas escolares, en tu respuesta entras de lleno en temas con los que nosotros lidiamos poco menos que a diario desde hace muchos años. No sería este el lugar para intercambiar en detalle sobre algunos aspectos relevantes de la primera parte de tu respuesta, habría que hacerlo desde nuestra voz institucional que ya está representada en los textos que presentan nuestros proyectos y actividades de última hornada. Solo me gustaría rescatar dos aspectos, desde mi dimensión más personal como interlocutor.
Por una parte, respecto a tu sentimiento encontrado ante lo que suponga innovación educativa, lo comparto, sobre todo cuando esa innovación no está suficientemente entrenada en un ámbito que, aunque pequeño, guarde similitudes suficientes con el campo más amplio que tiene como objetivo mayor innovar; comparto también en buena medida la valoración diagnóstica en que prolongas ese sentimiento: la titulitis, amén de otros fenómenos, que uno también contempla desde hace tiempo con creciente perplejidad. Sin embargo, a mi juicio habría que añadir otro elemento que me parece central e iría en paralelo al que señalas. Habría que añadir que el problema quizás más grave de las políticas educativas públicas, al menos en nuestro país, sería su permanente mutación, a menudo regresiva, de reglamentaciones y objetivos al son de los vientos que impone el partido político gobernante: los permanentes cambios de la ley educativa, en un vaivén que tiene a la clase docente absolutamente hastiada y cada vez más burocratizada . El consenso duradero debería ser condición fundamental a un sistema de enseñanza pública.
Por otra parte, la analogía que sugieres de tomar a las disciplinas deportivas y sus técnicas de aprendizaje como referencia es lo que en nuestro ámbito se llama “coaching”, y presenta bastantes problemas llegada la hora de aplicarlo al trabajo con el lenguaje y la creación. De momento, a pesar de que dentro de nuestro equipo hay quien se ha visto seducido por estas técnicas, nos resistimos a aplicarlas de forma general. En todo caso, César, al margen de a qué técnicas didácticas se adscriba, creo que estaremos de acuerdo en que un profesor/a o maestro/a vocacional, con capacidad de seducción, estimulación y comunicación bien desarrolladas y asentadas, siempre marcará la diferencia a mejor. La pregunta entonces sería qué hace que un profesor o maestro reúna esas cualidades que, parecería obvio, para ser sólidas deberían echar sus raíces en la educación recibida en la primera infancia.
Respecto a la segunda parte de tu intervención, nuestras complicidades serían bastante claras. Y nos gustaría tratar de profundizar contigo un poco más en su cara más política a la vez que en su traducción en posibles modelos de enseñanza que tuviesen alguna posibilidad de consenso cara a implementar transformaciones en el modelo público de enseñanza, con prioridad en las edades más tempranas, esas en las que, como bien señalas, los críos están más indefensos ante una mala práctica docente. Tomaremos como referencia en que apoyar nuestra pregunta, una película documental: Solo es el principio (Pierre Barougier, Jean-Pierre Pozzi, 2010), sobre una experiencia «innovadora» de introducción de la filosofía en un ámbito preescolar llevada a cabo en una escuela francesa. En el testimonio de esta experiencia se repasan muchos de los aspectos que nos interesa seguir profundizando contigo: estrategias posibles para un desarrollo de la capacidad de expresión y comunicación, desarrollo del diálogo y la escucha y asimilación temprana de dinámicas de discusión colectiva en clases con formato asambleario.
La cuestión que te quisiéramos plantear parte de una posibilidad, un punto de encuentro (quizás irreal, idealista, ya nos darás tu opinión), en el que parecería haber cierta sintonía entre sectores del arco ideológico muy separados (al menos en los Parlamentos, que siempre tienden a hacer marca y sangre de las diferencias…), y que tomaría como base el reclamo común que, hoy y en general, tanto los partidos conservadores como progresistas hacen de la reivindicación de los procesos democráticos y el respeto a la diversidad de opinión. En ese sentido, prácticamente nadie hoy discute el beneficio de desarrollar las capacidades de expresión, de escucha, de debate, de sentido y análisis crítico. Es clamoroso sin embargo la falta de estrategias consecuentes que traduzcan esa suerte de consenso desde las edades más tempranas. Esas edades en que, como tantos otros aspectos esenciales de lo que será el desarrollo de la persona, se puede crear una base más sólida de aprendizaje.
¿Cómo percibes la posibilidad de, desde las edades más tempranas, esas en las que el lenguaje, aún en su formación más elemental, no ha traspasado la oralidad, edad previa pues a la escritura, y de la mano de los temas y preguntas básicas de la filosofía (las que hasta un niño pequeño puede comprender), incorporar una dinámica de opinión y discusión al servicio de un proyecto común tan esencial como sería el de aprender a pensar juntos? Más en general nos gustaría que, en tu condición de filósofo e intelectual muy concernido por el debate político contemporáneo, nos contases también como crees que se podría implementar esa relación, la de la filosofía y la enseñanza del lenguaje y el aprendizaje de la discusión en común desde las edades más tempranas, con posibles transformaciones prácticas con una mínima posibilidad de prosperar y perdurar, y en un marco cercano a un posible consenso entre los actores políticos que se alternan en el poder.
INTERVENCIÓN 8- César Rendueles
Antes de entrar de lleno en lo que me planteas no quiero dejar de aclarar que el “coaching” se parece a las prácticas del tipo de entrenadores de los que hablaba como un huevo a una castaña. Pensaba más bien en gente que por imperativos prácticos ha tenido que buscar soluciones a situaciones pedagógicas complejas y lo ha hecho de forma imaginativa porque se sentían menos constreñidos por las prácticas pasadas y porque había una relación de confianza con las personas a las que enseñan. El hecho de que esas prácticas se den en el entorno deportivo es, en el fondo, trivial. Conozco casos similares, aunque menos, en la enseñanza musical, sin ir más lejos.
Estoy de acuerdo en que la sucesión histérica de reformas educativas en todos los tramos educativos ha sido catastrófica. A menudo el motivo de ese tiovivo regulativo ha sido partidista. Pero incluso cuando ha respondido a impulsos más o menos bienintencionados ha infravalorado los costes de transición. Por eso, a día de hoy, mi posición respecto a casi cualquier propuesta de cambio curricular es “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. Dicho esto, creo que los propios profesores hemos contribuido a veces a ese disparate. Los profesores de música se manifiestan para que haya más música, los de filosofía queremos más filosofía, los de lengua más lengua… Siempre argumentamos que es por el bien de los estudiantes y de la propia sociedad, que sin duda se desmoronará si se imparten menos horas de latín, lógica o geología. La triste realidad es que, a menudo, el motivo de esas reivindicaciones es el corporativismo, por otro lado, bastante comprensible con un mercado de trabajo tan degradado como el nuestro. Si por nosotros fuera, los críos estarían veinticuatro horas al día en clase para colmar nuestras expectativas laborales.
Aclaro esto porque me parecen importantísimas algunas de las cuestiones que señalas respecto a la enseñanza de algo con un cierto parecido de familia con la filosofía en edades tempranas pero, al mismo tiempo, desconfío mucho de cómo puede abordar esa tarea nuestro gremio. A mi juicio, el tipo de enseñanzas que habría que poner en marcha deberían estar dirigidas a fomentar el hábito y la capacidad de concentrarse de forma prolongada en la resolución de problemas. Me parece que a veces la gente que venimos del mundo de la filosofía nos empeñamos en que algo así sólo se puede hacer de una manera: recurriendo al conjunto de problemas, más o menos adaptados, que nuestra tradición intelectual se ha planteado. Es un error. Se puede potenciar la capacidad de concentración de muchas maneras. Por ejemplo, acostumbrando a los niños pequeños a hacer el esfuerzo de entender las normas de juegos cada vez más complejos y que acaban siendo más divertidos que los sencillos. Me refiero a juegos de todo tipo, no sólo intelectuales. Esa resistencia a la inmediatez, esa paciencia que es tan corporal como conceptual, me parece una precondición insustituible para el pensamiento abstracto.
Pasa algo parecido con la capacidad de argumentación. Me parece uno de los grandes déficits de nuestro sistema educativo, tal vez el más grave. Muchas de las quejas de mis compañeros en la universidad respecto a la cualificación de sus estudiantes en el fondo tienen que ver con esto. No es que no sepan escribir, o historia, o matemáticas, como a veces se dice. El problema es que les cuesta mucho argumentar lo que saben, porque no les han acostumbrado a ello. Este déficit tiene, claro, una declinación política. Es una carencia muy incapacitante, que expulsa a la gente de los foros de deliberación e intervención. La democracia, como casi todo, también se aprende y requiere de ejercicio. De nuevo, la solución me parece que tiene menos que ver con la introducción de asignaturas aproximadamente cercanas a la tradición filosófica que con prácticas cotidianas que, de hecho, ya existen, aunque son minoritarias o despreciadas. En muchas escuelas infantiles los niños de tres, cuatro o cinco años empiezan el día con una asamblea, donde por turnos hablan de sus cosas. Lo normal es que en cuanto pasan a Primaria se abandone esa práctica, que es vista como un incordio por muchos maestros. Algo más ambicioso, pero que tiene resultados espectaculares, es involucrar a los niños en el gobierno de su comunidad educativa, haciéndoles partícipes de la búsqueda de soluciones a los conflictos. A alguna gente le suena a delirio izquierdista. Pero la verdad es que está más que comprobado que es la mejor estrategia para resolver problemas gravísimos como el acoso escolar.
INTERVENCIÓN 9- Ramón Cañelles
A la luz de lo que cuentas, quizás merezca la pena dar un pequeño rodeo por la zona más política del tema de la pedagogía del pensar y argumentar en vivo y de forma compartida, que por lo demás le había hurtado a mi anterior intervención por temor a extenderme en exceso. El rodeo que te propongo implica echar una mirada en dirección a una referencia muy concreta y bien conocida, la experiencia de asamblearismo y debate colectivo de mayor resonancia en la última década de nuestro país: el 15-M y su estela.
En el rodeo quisiera hacer una lectura posible del declive que siguió a la espectacular movilización popular que supuso la toma de la Puerta del Sol en mayo de 2011. Aún sin ser nada parecido a un politólogo ni analista mínimamente riguroso de la política nacional —mis especialidades son muy otras—, me arriesgaré a hacer una interpretación en paralelo a lo que venimos intercambiando. Mi mirada sobre este tema es la de alguien que siguió todo a cierta distancia, incluso con cierto desapego por circunstancias de orden personal que no vendrían al caso. En todo caso es una mirada alimentada por un contacto muy próximo y antiguo con muchas personas que se involucraron en profundidad, y que además ha sido ampliamente compartida y discutida entre quienes decidimos los destinos de la Fundación Escritura(s) y que habría avivado nuestro compromiso con los temas que estamos planteando en este intercambio.
Habría que comenzar recordando el hecho para mí más relevante de lo acontecido entonces: que aquella explosión inicial articulada desde la sociedad civil, concitó, según proyecciones aceptadas por la mayoría de medios que cubrieron el acontecimiento y su resonancia en el país (de hecho en el mundo entero), un rápido consenso que habría alcanzado hasta un 90% de la sociedad española alrededor de algunas demandas políticas que debían ser atendidas sin importar qué partido gobernase. Aquella expresión masiva en forma de mandato popular a los gestores del poder político, pareció pillar por sorpresa a toda la clase política, incluso a los sectores más minoritarios y al tiempo concienciados de las reivindicaciones en cuestión. Sin embargo, tras esa fulgurante puesta de acuerdo, se produjo una contradictoria y vertiginosa fragmentación del debate político popular a pie de calle que introdujo de forma poco menos que compulsiva infinidad de temas inscritos en dinámicas asamblearias sin fin que, con el paso de los meses, en general acabarían por devolver el 15-M a las redes políticas ya preexistentes. O reorganizadas: en esta interpretación, tiempo después Podemos no habría sido más que una reorganización de antiguos caudales izquierdistas que aspiraban a ensancharse en el filón afín que creyeron ver en el 15-M. Ese retorno a las redes que ya contaban con práctica y cierta creencia en herramientas de discusión política tipo asamblea, paradójicamente iría ahuyentando poco a poco del debate y el consenso inicial a esa mayoría tradicionalmente más tímida en efusiones asamblearias, compuesta por personas que en el inicio simpatizaron o se acercaron por primera vez, algunas incluso entusiasmadas, a esa posible vía de transformación política basada en la expresión igualitaria en el marco de la sociedad civil y al margen de las fuerzas políticas parlamentarias. En este resumen, ojo, no trato de cuestionar los avances indudables que colectivos muy activos al margen de esas fuerzas conseguirían sacar adelante. Hablo en términos bastante generales.
A mi sentir, ese fracaso en el objetivo que debería haber presidido aquella expresión de mandato popular (me refiero al objetivo de mantener el consenso y la presión al menos en aquellos puntos iniciales), una vez desatado el fervor asamblearista habría sido un desmoronamiento anunciado. Aunque entonces, a quienes así lo veíamos se nos hacía poco menos que imposible alertar de lo que percibíamos, tal era el magma de ilusión y la consecuente proyección de un rechazo visceral y hasta agresivo a cualquier cosa que sonase a mensaje cuestionador o derrotista: todo aconsejaba mantener silencio sobre lo que ahora voy a contar, y no solo por la prudencia que el deseo de estar equivocado también alimentaba.
Si era posible anunciarlo era por una razón muy sencilla, que tú también habrías esbozado en tu última intervención: no existe ni existía entonces una base educativa de suficiente amplitud, un aprendizaje mínimo de la población adulta en general de lo que implica una dinámica de pensar en común y una vía asamblearia verdaderamente democrática, ni una preparación para debatir en colectivo en su sentido amplio (es decir no sectario, aceptando todas las voces), para discutir y expresarse de forma bien argumentada, ni una capacidad de escuchar argumentos opuestos con verdadero respeto y en la asunción de un margen necesario a ceder en pos del buen fin de alcanzar consensos sin excluir a nadie. En suma, la renuncia a esa soberbia tan común que nos hace creernos poseedores de la única verdad.
Todo cosas que obviamente no pueden surgir por generación espontánea o aprenderse de forma improvisada. Bien al contrario, pocas cosas requerirían un aprendizaje más laborioso, más extenso, más delicado. Y al hablar aquí de delicadeza hablo pura y llanamente de sensibilidad humana.
De ahí vendría nuestra insistencia, quizás ingenua (estamos dispuestos a asumirlo y a escuchar las alternativas), en mirar en dirección a la etapa educativa de la primera infancia casi como única vía de esperanza. Y aún en las fases posteriores de la infancia nosotros somos de la opinión que el taller de escritura sería un dispositivo didáctico ideal (al menos entre los que conocemos) para articular el desarrollo de muchas de esas cualidades que perseguiría una pedagogía de los hábitos democráticos y de discusión colectiva en un marco de respeto mutuo. Incluido el desarrollo de las capacidades de argumentar, exponer, analizar y, por qué no a la misma altura, inventar. Y no porque como bien indicas el corporativismo lleve a reivindicar más y más presencia de las materias que a cada especialista le son afines. Un taller de escritura no es una materia: es una herramienta integradora de materias que pueden llegar a ser muy distintas y que se pueden encontrar en un marco de polivalencia. Además de un dispositivo didáctico perfecto para aplicar estrategias de carácter lúdico como las que defiendes y que han sido siempre de nuestro máximo interés. Como decía Cortázar, los niños se toman muy en serio el juego. No existe recurso más efectivo de aprendizaje y de estímulo para el desarrollo de la concentración. Quizás por eso miras con interés en dirección a ciertas estrategias inspiradas en el deporte, juego al fin. Aunque existen tradiciones pedagógicas lúdicas mucho más elaboradas. Y, en todo caso, de base motivacional mucho menos competitiva de lo usual en los ámbitos del deporte.
En cualquier caso sería obvio, no sé si estaremos de acuerdo, que la transformación educativa de fondo a la que con estilos e inflexiones diferentes ponemos voz en este diálogo en que andamos, está muy lejos de poder terminarse de resolver sin que antes pasasen bastantes generaciones (y solo con la venia de la virgencita a la que aludías, para que podamos cambiar aunque sea un poquito… a poquito). Es más, ese objetivo presenta hoy graves dificultades incluso en sociedades y comunidades de la órbita indígena, que acumulan cientos de años de experiencia en esa pedagogía política que permite discusiones colectivas del todo democráticas y con opción real al consenso frente a la resolución de los problemas de sus comunidades. Y conste que si me voy a permitir extenderme un poco sobre este punto es apoyado también en un rasgo poco conocido de estas comunidades y directamente vinculado con lo que estábamos hablando. En las tradiciones de esos pueblos, el aprendizaje de lo que implica hablar y escuchar para tomar decisiones en común se realiza desde la más temprana infancia: los niños tienen también derecho de opinión en las asambleas en que se discuten y resuelven los problemas y los conflictos de la comunidad. En ese sentido, si el acoso escolar al que aludes al final de tu intervención no fuese, como me temo, más que una simple proyección del acoso social tan a menudo propio de la vida entre adultos (hoy por lo demás tan transparente en las redes ciberespaciales)… quizás no habría entonces que limitar solo a la escuela el ámbito de intervención opinadora de los niños.
Sobre todo esto no hablo solo de oídas, pues he conocido personalmente y de cerca estas dinámicas en numerosas comunidades indígenas de etnias muy diversas a lo largo y ancho de México, el país del mundo con mayor población de estas características. Esa experiencia, de varios años (1998 a 2002) me supuso ante todo una gran cura de humildad, al evidenciarme la notoria inmadurez de nuestras sociedades “avanzadas” (de las que yo no sería sino un ejemplar más, tan cuestionable como cualquier otro), en relación al respeto y la capacidad de escucha de la voz ajena, así como en la articulación sosegada y organizada en la expresión de la voz propia. La percepción de esa inmadurez abarcaría incluso a numerosos integrantes de ámbitos de nuestras sociedades en los que, al menos aparentemente y a tenor de su teórica preparación (filósofos, sociólogos, politólogos, escritores…), mejor preparados deberían estar para desarrollar esas capacidades e influir a otros para su expansión.
Me parece importante recordar por otra parte que este rasgo de madurez política tan común en las comunidades indígenas mexicanas que he podido conocer, esa real capacidad de debate y decisión en común y de igualitarismo de la opinión, ha estado muy extendida en el pasado más allá de las fronteras mexicanas, centroamericanas o sudamericanas, habiendo muchas otras comunidades indigenas en el mundo que llevan milenios aplicando esas dinámicas de pedagogía política verdaderamente democrática desde la infancia; de hecho habría sido clave en su perdurabilidad milenaria hasta la depredadora expansión de las sociedades modernas. Personalmente me quedaría con las dinámicas propias de las comunidades inuit, también conocidas con el nombre de esquimales, comunidades que abarcan desde el norte de Canadá y Alaska al de Siberia o Groenlandia, así como a las latitudes árticas de los países nórdicos de Europa. Todos esos territorios habrían compartido una cultura bastante similar que incluía tradiciones de democracia directa bien asentadas (en el sentido que vengo describiendo) desde hace más de cuatro mil años. Debido a la adversidad y escasez de recursos extremas de su entorno natural, son las comunidades inuit las que de forma más honda y durante más tiempo desarrollaron el cultivo de ese respeto y atención a los otros (entre otras cosas porque en esas latitudes es imposible sobrevivir sin un firme sentido solidario y de grupo) y, al tiempo, sin descuidar el desarrollo de una poderosa conciencia individual (¡aún así las lenguas inuit no conocen la palabra “yo”!), imprescindible para sobrevivir con alegría y suficiente margen de independencia personal a los rigores de la soledad de las largas noches árticas o los prolongados desplazamientos en busca de comida para la familia.
En ese sentido, y desde el punto de vista antropológico y etnográfico, se puede considerar hoy un hecho demostrado que en la historia de la humanidad esos pueblos han sido no solo los más auténticamente democráticos, al punto de no necesitar líderes: visto desde la perspectiva de los ritos políticos de esos pueblos los líderes no serían más que paliativos frente a cierta incapacidad de sus seguidores para pensar y opinar por sí mismos y, sobre todo, para saber ponerse de acuerdo sin que nadie decida sobre los demás. Si no que también habrían sido los pueblos más alegres y felices: es un hecho constatable que casi sin excepción todos los exploradores y etnógrafos que los contactaron antes de que el “hombre blanco”, con las compañías de pieles y misioneros cristianos como ariete (ni te cuento cuando llegó la hora del petróleo), los invadiera aniquilando sus culturas en el final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, todos los cronistas de primero contacto con aquellas culturas hasta entonces desconocidas coincidían en que nunca habían conocido pueblos tan alegres, generosos y bien avenidos. De hecho, sobre este último rasgo y hasta donde me he documentado, no existen rastros arqueológicos que prueben de forma indudable la existencia de guerras durante más de 4.000 años de vida humana documentada en esos territorios; sin duda la causa sería su sentido muy laxo de la propiedad, expresado también en la naturalidad con que en estos pueblos era acogida la poligamia o la poliandria, siendo por ejemplo relativamente común que una mujer tuviese más de un marido.
Y, debo añadir en relación con otro de los temas que venimos tratando, que también es constatable que han sido los pueblos más creativos. Sin duda porque cuanto mayores son los problemas, la escasez y los rigores de toda índole a enfrentar, mayor imaginación hay que desarrollar para encontrar soluciones creativas que permitan sobrevivir. Y porque la imaginación, en contra de la repetición, nos da una satisfacción que puede llegar a compensar muchos sufrimientos.
–Una pregunta al margen, conectada con lo que hemos venido intercambiando al comienzo de este diálogo, podría ser si no serían los dramáticos peligros de unos tiempos disparatados como los que vivimos, los que también estarían detrás de esa suerte de culto a la creatividad (o al menos de la reivindicación de la creatividad más allá de un mero recurso sostenedor del capitalismo en su incesante necesidad de reinventarse y alimentar esa espiral de consumismo sin fin en que consiste su alma), a modo de esperanzadora fuente de solución a los inmensos retos que enfrentaría nuestra humanidad en desbandada (no sólo climática…); la expresión, en suma, de un miedo. Un miedo bastante razonable.—
Al margen de cierto romanticismo admirado con el que me resulta indisimulable teñir estas evocaciones de tono indigenista (en todo caso mi intención no es tanto de orden sentimental, como de señalamiento y confirmación de que hubo un tiempo en que el ser humano fue capaz de ser así), como decía, incluso en esos ámbitos culturales con una sólida tradición del ejercicio cotidiano de la democracia directa, ya sea en México, en Bolivia o en el norte de Canadá, se encuentran hoy con graves dificultades para sostener esas tradiciones asamblearias y el sentido de sus ritos de pedagogía política al servicio de la democracia real. Para cuando uno ha sido testigo y se hace consciente de todo eso, volver la mirada para observar en dirección a un fenómeno supuestamente novedoso como el 15-M en un país de hábitos tan encrespados como el nuestro, con gravísimas dificultades para la escucha y el intercambio de opiniones discrepantes sin caer en el prejuicio, el desprecio explícito y la hostilidad con ecos de largo alcance, por tanto en el temprano bloqueo de la escucha y la inviabilidad de la comunicación en los distintos sectores del arco ideológico, resultaría bastante evidente e inmediata una conclusión: la gran ingenuidad que supondría el pensar que como quien dice de un día para otro y sin ningún entrenamiento previo se pudiese articular un proceso de verdad transformador en la sociedad en su conjunto por la vía de asambleas multiplicadas por doquier, abiertas a infinidad de temas y de voces.
Visto desde el punto de vista de la posible ganancia para la pedagogía política, a menudo reivindicada en foros diversos como uno de los grandes logros del 15-M, el proceso habría sido demasiado caótico, y a la postre en extremo desasosegante para muchos que creyeron ver una alternativa al debate político tradicional y depositaron en ella unas expectativas desmesuradas. Al cabo, desde ese punto de vista de los posibles beneficios para la pedagogía política, habría quizás que preguntarse si lo ocurrido no habría sido incluso contraindicado, debido a la gran desilusión que supuso para mucha gente, que posiblemente pasará mucho tiempo antes de que vuelva siquiera a considerar el volver a participar en una asamblea. Más cuando, desde casi el principio y con el paso de los años, han podido comprobar como todo tipo de organizaciones políticas, cada una con su catecismo particular bajo el brazo, habrían tratado de rentabilizar y apropiarse de aquellas dinámicas surgidas de la pura sociedad civil, y que a la postre habrían acabado subsumidas en la tradicional lógica de los partidos políticos… a los que justamente se trataba de cuestionar en el origen de todo.
Hasta aquí la reconstrucción del rodeo. Nos interesa mucho tu opinión al respecto de esta posible lectura del 15-M y la decadencia de su estela asamblearista, así como tu percepción de la posible función que pudo tener en el contexto español como proceso de pedagogía política democrática, en el sentido que le insinuabas en tu anterior intervención.
Por otra parte, y más ceñidos al marco universitario en el que es de suponer vivirías con gran intensidad los momentos álgidos del 15-M y su estela, y a tenor de esas sensaciones acumuladas que has expresado respecto a esa grave falta de desarrollo de la capacidad de argumentación, señalada como quizás la máxima preocupación al observar al alumnado desde la experiencia de numerosos profesores universitarios, ¿cómo observaste y qué conclusiones te dejó el grado y la calidad del intercambio asambleario entre los estudiantes de las facultades en las que impartías clases por entonces o con las que tenías más proximidad? ¿Has percibido una inflexión, un cambio a partir de entonces en el ámbito universitario? Y, más en general, ¿cómo tienes a día de hoy el balance del 15-M y su estela en términos de proceso de pedagogía de la argumentación, de la escucha y de la capacidad de consensuar, además de como proceso de creatividad colectiva?
INTERVENCIÓN 10- César Rendueles
La verdad es que no estoy seguro de cuáles son las lecciones que se puede extraer de la historia de las sociedades premodernas. Es demasiado extensa y demasiado compleja y es casi inevitable simplificar. En general, es cierto que la historia del desarrollo tecnológico es la historia del aumento de la desigualdad material. El neolítico supuso una explosión de mecanismos de estratificación material, que muchas sociedades anteriores rechazaban. Ahora bien, todos las sociedades que conocemos tienen desigualdades de estatus o de prestigio. Me atrevería a decir que es un rasgo antropológico casi universal, aunque también es cierto que varían mucho en intensidad. Digamos que, como mínimo, nuestra historia remota nos enseña que lo que hay no es lo único que puede haber. También nuestra historia biológica. Somos primates mucho menos jerárquicos que el resto. Y por eso, como señalabas, muchas sociedades han desarrollado instrumentos – desde el ostracismo al asesinato – para limitar las tentaciones del liderazgo impuesto. Me parece interesante porque eso indica que forma parte de nuestra historia evolutiva una cierta tendencia al igualitarismo que convive con nuestra disposición a aceptar jerarquías. Las dos cosas son verdad.
Dicho esto, esa historia remota me parece que tiene una traducción muy difícil en términos de historia reciente. Tal vez también la explosión de desigualdades desde el neolítico tenga una moraleja política y no sea sólo una especie de malentendido que han aprovechado las élites económicas y políticas. Las sociedades complejas permiten niveles de libertad individual a la que poca gente hoy estaría dispuesto a renunciar, al menos yo no lo estoy. Y la coordinación de sociedades individualizadas es difícil sin organizaciones burocráticas que forman una especie de exoesqueleto social. Nadie puede pensar en serio que las organizaciones formales son suficientes para dar consistencia a un cuerpo social, pero sin ellas es difícil imaginar las sociedades herederas de la Ilustración.
Un dilema como este estuvo muy presente en el 15M, pienso. En mi opinión, el asamblearismo radical del 15M fue una de las razones de su éxito pero también una de las razones de su rápida desaparición. Permitió un proceso de politización amplio y muy rápido de personas que hasta entonces no se habían sentido interpeladas por los procesos de deliberación colectivas o sencillamente no habían encontrado un foro donde compartir sus preocupaciones. Fue una escuela deliberativa muy importante. Pero al mismo tiempo, sacó a la luz cuáles son las condiciones sociales e institucionales que requieren los procesos deliberativos y que no es fácil que aparezcan espontáneamente. Un proceso de intervención política requiere de cierta organicidad que la mera concurrencia en el ágora no proporciona. Por eso en el periodo posterior al 15M han cobrado tanto peso los liderazgos carismáticos de todo tipo, de los más amables a los más vehementes. La confianza extrema en la espontaneidad participativa puede dar lugar a dinámicas plebiscitarias que a menudo consolidan distintas formas de elitismo. Creo que lo que mejor explica las limitaciones de Podemos y otras muchas iniciativas post-15M no es la ambición personal de sus líderes o su narcisismo, sino una ausencia de organicidad característica de la izquierda española. España es un país con altos niveles de movilización pero cuyos movimientos sociales, paradójicamente, son muy frágiles.
INTERVENCIÓN 11- Ramón Cañelles
A partir de tu razonamiento, pienso si no sería el propio arco entre lo reciente y lo que a menudo se considera como remoto lo que resultaría tan difícil de establecer, al haber tantos y evidentes solapamientos. Al menos así parece ocurrir en el marco de los ejemplos deslizados en mi intervención anterior. Tomando el caso ya referido de los pueblos inuit (esquimales), en rigor han resultado ser pueblos más bien contemporáneos de las sociedades así llamadas modernas, al modo en que, por ejemplo, lo ha sido la vida campesina en miles de pequeños pueblos europeos como los de nuestros propios abuelos —esa vida tan bien narrada en su eclipse definitivo de los años 70′ y 80′ por John Berger en su extraordinaria trilogía literaria «De nuestras fatigas»—. Los pueblos inuit fueron “conquistados” y poco menos que exterminados en el final del siglo XIX y principios del XX, y el “hallazgo” de sus culturas de base ancestral resultó de inmediato de una inspiración muy clara para importantes instancias de esas sociedades modernas, influencia que abarcaría esferas tan distintas como la política, la tecnológica o la artística. Me parece un tema de la máxima relevancia y muy poco conocido por lo que, con tu permiso, lo desarrollaré brevemente.
Respecto a la influencia política, así se podría considerar siempre que aceptásemos que la democracia directa basada en el derecho de opinión de cada persona y en su libertad de expresarla en un proceso de deliberación y toma de decisión colectiva, fuese hoy una aspiración legítimamente moderna. Así interpretado, no sería casual que sean los muy modernos países nórdicos —es decir los colindantes cuando no literalmente imbricados con esas culturas: Canadá, Suecia, Noruega, Finlandia…—, los que vendrían evolucionando y acogiendo modos de discusión política y toma de decisiones más igualitarios (incluida su adaptación a su avanzado sistema educativo, obviamente clave para el progreso de lo que acabo de enunciar), dejándose impregnar por esa sabiduría democrática, de origen ancestral (o remoto, si se prefiere), aunque palpable hasta el presente en territorios incluidos dentro de sus fronteras nacionales. Territorios donde han venido habitando esos pueblos, en tantos sentidos deslumbrantes, que aprendieron a ser felices en las condiciones más extremas imaginables gracias al radical igualitarismo y a la desjerarquización como vía de construcción de la identidad individual y de las relaciones comunitarias. En suma, hablaríamos de pueblos que afortunadamente no habrían muerto del todo y ahí estaría para recordárnoslo de forma contundente la región autónoma inuit de Nunavut en Canadá, el territorio indígena autónomo más grande del mundo —en uno de los países más igualitarios—, tan envidiado por el resto de pueblos indígenas del planeta. A mis ojos no habría que descuidar otro apunte: los pueblo inuit, pacíficos donde los haya y con un enorme talento para el humor (valga la anécdota: en lengua inuit «hacer el amor» se dice «vamos a reír juntos»), han sido los que han conseguido avanzar más lejos en la reivindicación de sus territorios nativos y en el respeto a sus hábitos y costumbres tradicionales en cuanto a política comunitaria.
Respecto a su influencia artística, quizás sea de tu interés una versión de la historia que quizás no conozcas. El efecto más visible de la influencia del arte inuit habría llegado de la mano de André Bretón, el líder de la la vanguardia surrealista que resquebrajaría de arriba a abajo la espina dorsal de lo que se consideraba arte hasta entonces, así como la relación de este con la vida y la política: nada volvería a ser igual. Hay aún ciertas resistencias para asumir el relato desde este prisma que te reconstruyo en esta caja matrioska (es decir, en esa suerte de doble capa de lectura que permite esta máquina de escribir que uso), para el caso que te inspirase curiosidad conocer con algo más de detalle y con ayuda de algunas ilustraciones el importante papel, aún insuficientemente reconocido, de las culturas inuit en la revolución del arte así llamado moderno.
Y aún más allá de lo político y lo artístico, también les es reconocida a los inuit su gran sofisticación y talento tecnológico: el kayak es una embarcación de desplazamiento individual aún no superada, y en la que bien se expresa el enorme valor que estas culturas daban a la necesidad de la libertad individual. Sobre esta sorprendente capacidad tecnológica hay una anécdota muy expresiva: la que relata cómo fueron los inuit quienes repararon la moderna cámara de filmación que el mítico cineasta estadounidense Robert Flaherty usó para filmar con ellos la película “Nanook”, considerada el primer documental de la historia del cine –en realidad un gran malentendido: es una ficción de cabo a rabo, y además de época, aunque esa es otra historia que no cabe aquí.
Y en esta linea de interpretación, aún se podría ir más lejos si pensamos en el ya mencionado movimiento zapatista. Las luchas de los indígenas mexicanos contaban desde su inicio con las que serían quizás las más antiguas y sólidas raíces de lo que hoy se reconoce, una vez en declive la terminología «altermundista», como el movimiento anticapitalista. Además de esa anticipación y a pesar de las condiciones de vida de extrema pobreza de sus comunidades en el corazón de la selva del estado mexicano de Chiapas, habrían sido los primeros en entender e integrar plenamente una herramienta ultramoderna como era entonces internet. Fue gracias a ello que irrumpieron de forma espectacular en el debate político global: nada sabríamos hoy de ellos si no hubiesen hecho un inteligentísimo uso de la entonces recién nacida world wide web, convirtiéndose desde entonces en referencia fundamental para todos los movimientos sociales del planeta sobre como sacar mejor partido de la tecnología punta aplicada a la democratización del acceso a la información así como a la creación y expansión de redes de apoyo globales. Un solapamiento entre remoto (en este caso en el sentido espacial) y moderno (lo próximo novedoso) en verdad espectacular. De hecho muy pronto sería convertido en espectáculo. Aunque, de nuevo, eso sería otra historia que no cabe aquí.
Este rápido repaso a golpe de asociaciones inmediatas (renuncio a otras no menos sorprendentes por dar paso cuanto antes a nuestro último frente de cuestiones), señalaría a esa dialéctica profundamente imbricada y mayormente indiscernible, entre otras cosas por esa complejidad que bien señalas y que quizás estaríamos de acuerdo en que sería abarcable también a la escalofriante y crecientemente acelerada complejidad del mismo presente. También señalaría pues a un forcejeo permanente, que me atrevo a aventurar que quizás también estaríamos escenificando en este intercambio en que andamos contigo, al bascular en uno de sus lados hacía la evidente necesidad de transformaciones educativas en profundidad que permitan sobrevivir a los tiempos facilitando mayor entendimiento, justicia y equilibrio igualitario en nuestras sociedades (en pacífica convivencia con sus versiones más arcaicas y aún tan poderosamente imbricadas, y pienso ahora al decir esto en las religiones mayoritarias que aún dominan la gran mayoría de las sociedades humanas), mientras en el otro lado lado de la báscula se deslizarían por momentos en este nuestro diálogo deseos de vuelta a estructuras educativas más apegadas al pasado y a la autoridad jerárquica que le concede el viejo modelo tradicional a la figura del maestro como unilateral transmisor del saber. Vaivén que sería zozobra, a no ser que pensásemos que ambos extremos no dejarían de ser en realidad unas formas de reacción, obligadas a negociar entre sí ante una modernidad desbocada en su capacidad de generar cambios al ritmo subterráneo de una consigna que todos estaríamos de acuerdo en que es aberrante: la del sálvese quien pueda.
Mirando a España, bien me gustaría ahondar en esa zona de lo que comentas, pero creo que ya nos alejaría demasiado de lo sustancial, así que dejémoslo para mejor ocasión. Damos por hecho que si has pasado por alto las cuestiones que te lanzábamos respecto al entorno universitario que te es familiar es por no haber considerado que hubiese nada relevante al respecto, así que te proponemos pasar ya al último capítulo que te quisiéramos proponer en este intercambio.
Al hacerlo quisiéramos tomar ventaja de tu gran conocimiento de la obra de un intelectual y filosofo cuyas intuiciones (murió joven y no le dio tiempo a terminar de elaborarlas) han sido clave para pensar nuestro presente: Walter Benjamin (¿por qué Benjamín?). Y aún más que esa reconocida especialidad tuya, nos interesa aludir a la marca que pudo dejar en ti el haber comisionado una exposición sobre él y, muy en particular, el haber sido responsable, junto a Ana Useros, de un libro (excelentemente) editado/montado y publicado hace ya casi diez años, Atlas Walter Benjamin Constelaciones . El libro, de naturaleza híbrida —ahí radica también y mucho nuestro interés al traerlo a colación—, incluía en portada un subtítulo y un doble sub-subtítulo (los cito textualmente: Walter Benjamin en la época de la reproducción técnica. Un ensayo audiovisual —con instrucciones de uso— entorno al pensamiento de Walter Benjamin. Un atlas virtual que, relacionando obras y conceptos, permite navegar por una extensa colección de textos e imágenes). Se trataba, en suma, de un libro que era sobre todo extensión y contenedor de un DVD y un CD-Rom. Algo así como nuestras cajas matrioska pero a lo grande y con tapa dura. Por su parte el término «navegar» aludiría a una estructura que propone una réplica a la fragmentación propia de las derivas de lectura online. (Nosotros, de un tiempo a esta parte, hemos apostado por el término «pasear», que creemos cargado de connotaciones más interesantes y ajustadas a los aspectos más positivos de una deriva de lectura online donde el motor principal sea una auténtica curiosidad reposada.)
Es de nuestro máximo interés recoger testimonios sobre a dónde nos llevan hoy las intuiciones que habría esbozado el pensamiento de Benjamin y que han contagiado de forma tan profunda sectores cada vez más amplios del pensamiento actual más riguroso. A nuestro juicio se han producido cambios siderales desde que Benjamin murió, en formas imposibles de anticipar por él. Nos interesan en particular esos aspectos que tienen que ver con el acceso, organización y colectivización de la información, el altísimo grado de fragmentación del conocimiento, ya lanzado en progresión geométrica, y la presencia multiplicada de imágenes, estáticas o en movimiento, de sonidos y de otros recursos de comunicación o expresión, todos hoy extraordinariamente populares, tanto entre las élites académicas, como entre la gente de a pie. La imbricación de distintos lenguajes que hoy propicia la escritura digital, de la que ese libro tuyo que hemos citado servía como curioso artefacto de reflexión, tanto por su formato como por su fondo, obligaría a nuestro juicio a reconsiderar lo que supone pensar y escribir en la nueva convivencia que las palabras (núcleo central del montaje de un escrito tradicional) tienen en nuestro tiempo en su alianza con las imágenes y los sonidos (núcleo central del montaje audiovisual; sin olvidar que la palabra, ya en el origen del cine mudo, siguió siendo montada e impresa sobre esa página que desde siempre también fueron las pantallas).
Quizás haya sido Jean-Luc Godard el creador que de forma más temprana, transparente y activa (es decir, con las herramientas propias de la creación de significados a partir de la puesta en relación de imágenes) haya reflexionado sobre estos asuntos, aún en los albores de lo que se podría llamar una Nueva Tiranía Global de la Imagen, con esa eclosión abrumadora de pantallas que hoy, emulando el abrumador Times Square neoyorkino, llegan a cubrir fachadas enteras por las calles más transitadas en todo tipo de ciudades del mundo. En ese sentido una obra (de tamaño monumental) de Godard, «Histoire(s) du cinema», habría marcado un antes y un después: hay quien ve en ella un epitafio a la muerte del cine, aunque nosotros vemos sobre todo la anunciación de un nuevo registro de escritura (posible gracias al video pre-digital y a las entonces incipientes técnicas de montaje no lineal), que era ya otra sin por ello perder aún su cualidad cinematográfica (aunque ha sido sobre todo vista en televisión en formato de serie, la experiencia más intensa y evovadora es verla entera proyectada en un cine). Queremos usar un pequeño fragmento del arranque de esa obra primigenia para centrar nuestra pregunta.
Aclarar antes, para introducir el fragmento seleccionado, que en «Histoire(s) du cinema», desde su mismo comienzo Godard deja claro que estamos ante el auto-retrato de un pensador mientras escribe. Este narrador auto-observado no solo piensa: bien se ocupa de mostrarnos la escenografía de su pensamiento y sus dispositivos de escritura. El pensador se filmará pensando y se dirigirá a nosotros con voz de gurú que parece hablar desde una caverna (la oscura sala de un cine imaginario), con inflexiones y tonos muy meditados, propios de un actor de gran categoría. Ya en el arranque hace explícitas las pautas de su estilo: «no cambiar nada para que todo sea diferente», «que cada ojo negocie por sí mismo», «no mostrar todos los lados de las cosas, guarda un margen de indefinición», nos dice. Enseguida, el pensador-escritor nos muestra los dispositivos que usa para su escritura, desde una moviola hasta una máquina de escribir Brother electrónica, tecnología punta de la escritura pre-digital: la primera máquina de escribir capaz de recordar las palabras antes de recibir la instrucción de mecanografiarlas en el papel. Corría el final de los 80′.
Al modo de un paciente maestro de escuela que escenifica la figura de un autor (Jean Luc-Godard, mito vivo del cine francés), nos muestra la importancia vital del sonido en lo que nos quiere contar, en lo que quiere pensar, a lo que pondrá no sólo su voz de actor consumado si no sobre todo la materia de su propia memoria. Entonces el autorretrato del autor se lanza a un frenético alud de asociaciones, y emerge una composición con una endiablada complejidad de montaje (que es siempre decir lenguaje), que se prolongará durante muchas horas saturadas de imágenes y parpadeos, solo apta para lectores-espectadores de máxima exigencia. Los límites entre el ensayo, la épica lírica y un uso de la música que por momentos recuerda al melodrama (su uso del mix de sonido y musical exigiría todo un análisis aparte), se confundirán todo el tiempo, en un doble alarde de erudición cinematográfica y de total libertad creativa en el uso sin restricciones de todo tipo de recursos formales que encuentra a mano, algunos incluso herederos de la vilipendiada televisión. Una escritura prodigiosa. Sería un buen contador de historias esquimal.
Tomando como referencia el caso de Jean-Luc Godard cruzado con las intuiciones legadas por Benjamin, nos gustaría conocer cómo consideras tú a día de hoy el papel del cine (sus métodos, sus dispositivos, su historia de imágenes y significados acumulados) en su capacidad de motor y vehículo complementarios para el pensamiento moderno. ¿Hasta donde su lenguaje, su contemplación, su reflexión han calado en tu propia forma de pensar y escribir? ¿Hasta donde crees que el lenguaje de las imágenes y los sonidos puede seguir progresando y cuál podría ser su papel en los ámbitos intelectuales donde desempeñas tu trabajo?
INTERVENCIÓN 12- César Rendueles
Respecto al primer asunto que planteas, la contemporaneidad y vitalidad de formas de organización social muy remotas en el tiempo, estoy en parte de acuerdo, aunque sólo en parte. Es cierto, en general, que lo más sofisticado –social, tecnológica o artísticamente– no es necesariamente lo más reciente. Los libros en papel siguen siendo dispositivos muy avanzados, irremplazables de momento en algunas de sus funcionalidades. De igual modo, la radio ha sobrevivido cuando todo el mundo pronosticaba su inminente final porque tiene algunas propiedades que los dispositivos digitales no han superado: las barreras de acceso para el usuario son muy bajas –un receptor de radio es muy barato y no requiere de software ni de ninguna habilidad especial– y es el único medio de comunicación que te permite hacer otras cosas mientras lo usas. De hecho, a menudo se dan procesos de degradación cognoscitiva inducidos o acelerados técnica y burocráticamente. El caso más espectacular en este sentido seguramente sea el de la crianza. Hay sociedades tecnológicamente muy arcaicas que tienen instituciones de crianza cuya potencia social sólo hoy empezamos a apreciar en la medida en que nos enfrentamos a una crisis de los cuidados inducida por la mercantilización pero también por estructuras familiares muy enrarecidas e insuficientes para afrontar algo tan complejo como el cuidado mutuo. Jared Diamond tiene un libro, creo que bastante ponderado, sobre estas cuestión que se titula El mundo hasta ayer.
Dicho esto, también es cierto que casi siempre los elogios de las sociedades del pasado tienden a incurrir en una especie de anacronismo. Me refiero a que es verdad que la mayor parte de las sociedades tradicionales no han practicado la guerra sistematica – aunque no estoy seguro de que haya sido el caso de los inuit–, tampoco han tenido grandes desigualdades materiales ni esclavos. Pero la razón no es necesariamente la nobleza de espíritu ni el pacifismo ni una forma de organización particularmente afín a la emancipación: es que sencillamente no se pueden permitir ninguna de esas cosas. Por eso la historia de la desigualdad es la del incremento de la capacidad productiva. Eso nos plantea dilemas importantes si no queremos hacernos trampas al solitario. No podemos dar por hecho que la vida en sociedades culturalmente heterogéneas, tecnológicamente avanzadas y con altos estándares de libertad individual puedan desarrollar estructuras sociales tan igualitarias. Me parece que merece la pena explorar colectivamente esa posibilidad, pero no creo que las sociedades del pasado nos digan gran cosa sobre como afrontarlo más allá de proporcionarnos argumentos para criticar las antropologías negativas que defienden la universalidad de la desigualdad.
Del mismo modo, no reivindico la vuelta a formas jerárquicas de educación tradicional sino a formas institucionalizadas, que pueden ser todo lo libres y rupturistas que se quiera, pero que necesitan de un fuerte compromiso, para empezar, de los docentes. Me rebelo contra las pedagogías líquidas que aspiran a desarrollarse en un vacío institucional. Me parecen una especie de educación schumpeteriana muy nihilista, una especie de destrucción creativa pedagógica basada en la búsqueda de valor añadido formativo por parte de cada individuo. Pero dentro de esa lealtad institucional –lealtad a muy distintas instituciones, desde talleres informales autogestionados a la educación pública universitaria– creo que tenemos la obligación de mejorar las herramientas pedagógicas heredadas y desechar las que ya no sirven. Es cierto que intento no ser dogmático. Algunas de las mejores clases a las que he asistido, las que han dejado mayor poso en mí, han sido lecciones frontales, conferencias magistrales en las que un profesor muy inspirador hablaba durante dos horas ininterrumpidamente. En otros casos ese mismo dispositivo pedagógico ha sido una especie de sentencia de muerte intelectual. Pero también he asistido a clases participativas con herramientas pedagógicas innovadoras completamente catastróficas.
Respecto al cine, tengo sentimientos encontrados, la verdad. No soy un buen espectador de cine. Tal vez ningún lector lo seamos. Lo que a Benjamin le interesaba del cine era el montaje cinematográfico, como método de composición que en sí mismo cuestiona la idea de totalidad. Una película es siempre alguna otra película posible, es una amalgama de elementos autónomos que adquieren un sentido nuevo al quedar reunidos. Su naturaleza fragmentaria es mucho más evidente que en el caso de producciones “fluidas”, sin junturas, como una novela, un poema o una escultura. De algún modo, todas las películas son cubistas, lo que ocurre es que algunas intentan disimularlo. A mi juicio, desde esta perspectiva, cobra mucho sentido la tesis de Peter Watkins, que plantea que los medios de masas audiovisuales contemporáneos han creado una forma expresiva peculiar: la “monoforma”. Se trata de un dispositivo narrativo basado en el bombardeo de imágenes y sonidos altamente comprimidos –que dan lugar a una estructura extremadamente fragmentada pero de apariencia fluida– y con duraciones estandarizadas para toda clase de productos. Es un lenguaje que ha colonizado la práctica totalidad de la producción audiovisual, tanto pública como privada, ya se trate de películas, informativos, series de televisión, publicidad o videoclips. Para Benjamin es una tarea estética esencial sacar a la luz esas junturas, romper con la sensación de fluidez de las producciones dominantes.
Pero me gusta recordar también que a Benjamin le gustaba particularmente Chaplin, más que cualquier experimento de vanguardia. Le parecía que las comedias de Chaplin conseguían lo mismo que el dadaísmo, una ruptura de la sensación totalizadora de la experiencia, pero mejor, de un modo más eficaz y comunicable. Me parece una lección importante. Y los materiales visuales que más me interesan son los que consiguen precisamente eso. Creo que a veces se ha logrado en un terreno estéticamente modesto como es el de los documentales. Adam Curtis, por ejemplo, me parece un documentalista que ha logrado ese difícil equilibrio que buscaba Benjamin entre ruptura y potencial comunicativo. Tal vez deberíamos pensar las rupturas más radicales no tanto del lado de la producción de imágenes como del visionado. El mismo Peter Watkins contaba una historia bonita de una larguísima película experimental que se limitaba a mostrar distintos paisajes. Watkins explicaba que la película resultaba básicamente insufrible – el no lo decía así, pero se sobrentendía– hasta que la gente se puso a hablar en la sala de cine, comentando los paisajes y relacionándolos con sus propias experiencias, y eso transformó completamente el visionado.
Gracias a César Rendueles por su buena disposición a mantener este intercambio que se ha venido desarrollando por escrito y de forma alterna durante unas cuantas semanas. Los temas desplegados han sido muy variados y ojalá fuese posible continuar profundizando en ellos, aunque ya tendrá que ser en otra ocasión, pues el tiempo y la extensión que habíamos determinado ha llegado a su fin. Queda el espacio de comentarios a continuación para que sean otros quienes afilen pareceres y profundicen quizás en las ideas apuntadas en este diálogo.
OPINIONES Y COMENTARIOS