¿Qué te panzó?

No me gusta ser una persona de complexión media. Hubiera preferido ser de ese grupo de personas de metabolismo acelerado que nunca engordan, o del grupo que toda la vida son gorditos y ya no te sorprenden cuando te los encuentras caminando por la calle, después de unos años sin verlos, porque siempre lucen igual. Parece que los años no les cobran factura.

Ser de complexión media te brinda dos opciones. La primera te da la libertad de comer pastelitos entre comidas y de refinarte unos buenos tacos antes de dormir sin temor a las pesadillas. Permite que te invada el mal del puerco entre las 4 y las 5 de la tarde mientras cabeceas frente a la computadora en la chamba, después de zamparte una hamburguesa doble en el almuerzo. En fin, nos da la opción de ser felices sin remordimiento.

La segunda, y que para mi desgracia es la que más me cuesta, es el tener que llevar una vida healthy. Hay que madrugar a las 5 para entrenar de 6 a 8 y trabajar a las 9. Hay que programar cinco comidas diarias con las porciones adecuadas de proteína. Te emocionan los miércoles de frutas y verduras en la Comer, cual carrito va repleto de todo lo verde que existe, para que en la semana quemes grasa mientras no hay actividad física. Además, se sustituyen los huevos por las claras, y la leche de vaca por la de soya. Todo con la finalidad de no padecer ninguna enfermedad a largo plazo, de esas que solo le da a la gente adulta (hipertensión, diabetes, hígado graso, colesterol alto, etc.) y de paso lucir como la versión hermosa de Calamardo en Instagram.

Créanme, no estoy en contra de ninguno de los dos estilos de vida antes mencionados, cada quien puede hacer de su vida y su cuerpo lo que se le antoje según sus gustos, necesidades y preferencias. Pero para nuestra desgracia, vivimos en una sociedad en la que ‘según’ tenemos que rendirle cuentas y nosotros, inconscientemente, se las damos por educación.

Confieso, que me da miedo encontrarme personas que tengo tiempo sin ver y que me recuerdan cuando pesaba 70 kilos. Les tengo más miedo, que a las cucarachas voladoras.

Si me los encuentro en la calle y los percibo venir a lo lejos, me cambio de acera para evitar dar el saludo o acelero el paso simulando que hablo por teléfono. Malo, si coincidimos en alguna reunión. Parece que les pagan por escanearte y después soltar su veneno.

<< ¿Pero qué te panzó? -Oye, estás adelgazando ¡Pero a la familia! ¡Ah, no te creas! -Como que te veo más hinchadito – ¡Qué onda, Cachetón! >>.

Alargar las palabras en cada frase que dicen, es proporcional al número de tallas que subiste según sus ojos miopes. No les entra en la cabeza que su comentario está de más y que van a decir algo que ya sabes desde mucho antes de que ellos se percataran de tus kilos extra.

Peor es nada, de aquellos que algún día fueron gordos y después adelgazaron, porque son los que más insisten en decir cosas fuera de lugar. Parece que se les olvidó cuando tenían peleas interminables con la camisa favorita por el botón del cuello. Que a medida que avanza el día, el bóxer se convierte en tanga por la presión de los glúteos, y hay que acomodarlo con la mano en los bolsillos. No recuerdan que el cinturón te acaba si llevas más de una hora sentado, aunque la hebilla esté ajustada en el último agujero, y que cuando por fin decides pararte de tu asiento, hay que dar ligeros masajes debajo del ombligo porque arde. Quizás se les olvidó, desde que ya no tienen tetas.

Este tipo de gente, tóxica de nacimiento, te pregunta ¿cómo te va? por estándar, no porque realmente les agrade verte. La neta, es que les carcome ver kilos de más en los individuos, les genera ansia, comezón. Si por ellos fuera te estrujarían los cachetes como cual enormes barros a los que hay reventar porque sí. Y con la pena del mundo tengo que admitir que algún día fui así.

Tengo una amiga, a la que quiero mucho y aprecio. Le decimos ‘La Tesorito’ y está muy gordita. Por obviedad, jamás tocamos el tema del sobrepeso. Y como dijo ‘Cantinflas’: <<Ahí está el detalle, ‘Chato’>>.

Un día la fui a visitar a su casa, me invitó de comer. Nos pusimos al día de nuestras respectivas actividades y de repente me dice: << Mota, por favor veme a los ojos>>. Me dio tanta pena y temor a la vez, que hubiese preferido enfocar la mirada en las tetas y no en sus brazos regordetes que me invitaban a jugar como los gatos al estambre.

Ya la había cagado, no la iba a embarrar. Así que lo primero que se me vino a la mente fue decir: <<Perdón, pero tengo la mala costumbre que al platicar, para no perder el hilo de la conversación, tengo que en enfocar mi mirada en algo, en éste caso a la pared>>. A lo que ella, en modo empoderada y orgullosa respondió: <<Tienes razón, por lo regular la gente no puede aguantarme mucho tiempo la mirada, porque aseguran que es muy fuerte y se intimidan>>. Con seguridad y sin ponerme en jaque acerté: << Awebo>>.

Pero todo en ésta vida todo se paga, señores y con intereses.

Hace una semana, un par de hermanos, buenos amigos que están a cargo de unas barberías de alto prestigio, me invitaron cordialmente a ser la prueba de un barbero al que iban a contratar. Arribé a la peluquería a eso de las 10 de la mañana, me presentaron al barbero del cual no recuerdo el nombre, pero tenía el cabello como Yuri en tiempos modernos.

Como a mis amigos los conozco de algunos ayeres, la relación es bastante alivianada, yo diría que hasta cierto punto pesada. Así que mientras me cortaban el cabello empezamos a hacernos bromas como: <<Señorita, para que mi servicio pueda estar completo ¿podría traerme mí revista vaquero? – Disculpe señor, pero en ésta barbería no manejamos ese tipo de lectura a la cual está acostumbrado, pero si gusta, tenemos Algarabía para que se ilustre. Por cierto ¿Va a querer el mismo corte de Benito Juárez que trae, o quiere que le hagamos un calendario Maya?>>.

Entre la interacción con mis amigos, pude percatarme que a lado había otro barbero cortando el cabello, que a una vista general, y por lo que comentó uno de mis amigos, no tenía la vestimenta adecuada para realizar sus labores. Así que cuando terminó lo que estaba haciendo con su cliente salió de la escena.

El tema de la ceguera con los cortes de cabello es muy peculiar, porque al no ver bien, se me dificulta observar cómo va el corte. Así que para agudizar la vista frunzo el ceño como si estuviese enojado, que en realidad no lo estoy, con el fin de verificar con mucho esfuerzo pero sin éxito el trabajo que está haciendo el peluquero. Al primer chance, cojo los lentes que están en la repisa de enfrente y termino por ponérmelos a la mitad del corte para constatar, que el individuo no me haya cortado de más.

Poco tiempo después, regresó el barbero que estaba trabajando junto a nosotros en un principio, pero ahora con un atuendo de vestir: pantalón largo, zapatos negros, camisa blanca de manga larga, corbata y un chaleco morado. El individuo se colocó junto a mis amigos que observan cortarme el cabello y le preguntó uno de ellos: << ¿Cómo ves el corte?>>.

Éste hombre, al que le pidieron una opinión sobre el trabajo del peluquero que estaba a prueba, se acercó hacia mí, e intuyendo que quizás yo estaba enojado por mi ceño fruncido, tanteo mi cara con una mano y dijo queriendo en romper el hielo, pero la verdad es que me dio en la madre.

<< Pues si le quitamos un poco de papada y cachete, el corte se vería muy bien>>.

Me quedé mirando a mis amigos con los ojos exaltados, jalé aire y solté una risita para apaciguar el momento de incomodidad. Dejé que la sangre fluyera antes de hacer cualquier cosa de la que después me arrepintiera y permití que el corte continuara.

Al finalizar la sesión, me levanté de la silla Koken, le agradecí al barbero con una propina por sus servicios y me dirigí a la entrada donde me esperaban mi novia y mis amigos. Ya con mis lentes puestos pude observar a detalle mi corte y a quién me había insultado momentos atrás.

El tipo era bajito, 1.60 de altura, moreno. La barba, que procuraba verse lo más estética posible, disimulaba la batalla de un fuerte acné de tiempos pasados. Los dientes encimados unos con otros, denotaban la falta de higiene al sonreír. El cabello con rastas cortas, acentuaban su orgullo de sentirse cool. A pesar de estar vestido formal, los zapatos tenían el aspecto de haber andado por las dunas de Chachalacas. La camisa blanca de manga larga, arrugada y con los puños amarillos, subrayaban la pereza de planchar y lavar a mano.

Así que después de analizarlo me pregunté ¿Cómo podría ser que éste igualado al cual no conocía, se había atrevido a joderme sin tener la calidad estética y sobre todo educación la cual se la pasó por debajo de las bolas; al experimentar pesar y medir las dimensiones de mi cara con ojo de buen cubero?

Así que cuando me preguntaron, cómo me había parecido el corte, respondí con la mayor elocuencia posible. << El corte muy padre y todo, pero yo resalto el servicio. Contar con la fe y legalidad de la versión tabasqueña de Ozuna, para mí fue un privilegio>>.

Las carcajadas de sus compañeros invadieron la barbería, el chico se quedó mirando a la nada por un momento, como reviviendo sus memorias en Vietnam. Agachó la cabeza y me extendió su mano en modo de aceptación del castre tras decirle: << ¡Ah, no te creas!>>.

Salimos de la barbería, me despedí de mis amigos sin olvidar agradecer por la invitación. Seguíamos vacilando de mi sobrepeso, y dije: <<Pero ya me verán cuando baje de peso, voy a parecer un muñeco>> Y el cabeza de Yuri replicó: <<Pero diabólico>>. Las risas atiborraron la acera de la Av. 10 en Playa del Carmen y me fui a tomar mi combi.

Camino al paradero, digiriendo el trago amargo que había pasado esa mañana, no pude dejar de pensar en la dicha de ese peluquero y sus ganas saciadas al palmarme la jeta. Entonces me enojé más y me empezó a doler el estómago, porque entre mis recuerdos caí en aquella tarde soleada que visité a la ‘La Tesorito’ y como me incitaban a jugar aquellos suculentos brazos de tamalera, con los cuales no pude satisfacer mi fantasía, y me quedé como los chinitos: <<solo milando>>.

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