Matorral.
De la tierra seca de una amargura propia del olvido, el amor se hizo posible en medio de la nada misma. De un desierto, de un monte donde lo seco es sinónimo de la desmemoria, de una zona del infortunio.
La historia de amor de ambos, es la más extraña, es de dos que se aman en secreto, que sin un solo beso, sin la carnalidad de la piel se pertenecen o por lo menos era eso lo que sentía el buen Daniel respecto de Andrea. Con lo único que no podía era contra su tiempo, contra su circunstancia, ambos se tenían tantas ganas, tanto impulso de pertenecerse, pero la responsabilidad de luchar por estar juntos era imposible, ambos luchaban con tanto ahínco, que siempre lograban estar lejos… no sólo lejos de su tierra y ese maldito clima de extremos, sino a los extremos mismos de sus vidas.
Esa pradera estaba más seca, que sus labios de tanto no besarse, era tan distante que las grietas, las culebras y los colibrís que subían a buscar agua en las flores que nacían en el lomo de un cactus, lo hacían cada verano y cuando llegaban sólo sabía a extrañamiento.
Los chupamirtos era tan escasos en esa pradera, que ellos eran los mensajeros que con su vuelo anunciaban las noticias de su amor y llegaban cada primavera, cuando sólo era un murmullo lo que se escucha de ambos.
El día que más se amaron, el momento que consagraron su amor era más en junio que julio, tenían a Morelia sus pies. Fue entre las calles que su amor se quedo rumorando una posibilidad, entre una cantina o un bar de mala muerte. La ciudad era demasiado para ellos, pero tan poco para guardar su ambición y su escasez, en ese instante decidieron irse muy lejos al matorral más lejano.
Ella le comento que conocía uno muy cerca de su casa, que caminar para allá no iba a ser largo, pero entre piedras, entre la brisa de un viento que cala, que magulla la cara; él no tenía consciencia que tal viaje sería tan largo, que no lograría llegar entero, dado que en cada paso, en cada zancada entre la tierra nunca iban juntos, nunca llegaron así.
Ella estaba en medio de ese matorral, en una casita de madera, medio vieja, medio descuidada, ahí se encontraba, reclinada fumándose un cigarro, de donde salía el humo de entre los dientes, sabiendo que el fumar lo dominaba tanto como el caminar mismo.
Daniel estaba viéndola desde abajo, como toda su figura se moldeaba al estar reclinada, mostrando ese hermoso matiz de piel pálida y rosa, que siempre lo hacía fantasear con palparla, besarla, tomarla y olerla.
Marchó pensando que el viaje emprendido, que inicia en dos, acabo en un impar imperfecto, donde estaba sólo él, sometido al silencio andarín de la posibilidad que pudo ser su amor. Pero ella seguía ahí, mirando el horizonte, reflexiva e impávida fumando y su mirada era una cortinada de humo que matizaba el café dulce de sus ojos. Daniel sabía que su combinación perfecta era la blancura de su piel, el rojo de sus labios y el ámbar de mirada.
Cubierto de excitación de volverla a ver y con la melancolía que nunca sería de ella, por fin logró subir la loma para estar en la casita de madera:
-¡Por fin llegaste¡- dijo ella.
– Pues si… pero ya me enteré que tienes otro amor- Daniel le increpo.
Ella sonrió y le dijo: “Una es feliz no con quiere, sino con quien puede”.
Esa afirmación pareció una lápida, que lo hacía recobrar el sentido de estar ahí:
-Bueno, ¿sabes qué días es?-
– Si, lo sé. Es ese día. El día de nuestra promesa.
– Y por lo menos sabes ¿a qué vengo?- Daniel dubitativo le pregunta.
-Sé que es nuestro día, donde nos escapamos, le mentimos una vez más al mundo, escondemos lo que sentimos uno por el otro cada año, como lo hacemos con nuestras parejas. Bueno… tu ya no… El divorcio te salió mal- seguido de esto, ella rió en solitario mirando a él.
– Buenolo que te vengo a decir- ella sólo lo miraba a los ojos, el al verla mientras hablaba- me vienes a besar, a hacer el amor y luego el día se acabará y te irás. Yo a ser feliz y tú a seguir tu errante vida.
-No Andrea, hoy vengo a proponerte que nos escapemos, que nos vayamos lejos…
-Sólo me no robes la cartera, con el corazón ya tengo- ella, nuevamente, en su tono burlón y su risa, lo dejo frio-.
– No chingues Andrea- predijo él, pero tampoco podía evitar la risa.
– ¿Por qué?- en tono de confusión le pregunta él.
– Porque no quiero, esta relación sólo es posible aquí, donde no hay nadie, ni el silencio se atreve quedarse de tanto que se cuela la desdicha en nuestro matorral.
– Pero Andrea, ¿Y nuestro amor?
-Siempre será nuestro y nada más.
– ¿y la esperanza de nuestro futuro juntos?
– Nunca existía y no existirá. Somos de esos amores que se graban en el alma, te los llevas para siempre, porque sabes que el frenesí acabaría con nosotros ¿Sabes?… siempre ame tu amor de niño, no por infantil; sino por puro, tierno y febril. Yo cuando te abrazo, siento que puedo perderme pegada a tus brazos. Anoto que el tiempo no pasa y ese es el problema: que nuestro amor en la realidad no puede ser.
-¿amor imposible?- en tono irónico exhalo Daniel.
– No, sólo la vida me hizo jurarle amor a otro hombre y soy más mi palabra que todo lo demás… vamos bebé es nuestro día, bésame.
– Sabes que te besaré por primera vez, el resto de mis horas aquí te haré el amor, pero dime…- fue cuando ella lo interrumpió.
– Te amo Daniel, no intentes cambiar lo de hoy.
– Entonces ¿Lo intento mañana?- el sonrió y subió la ceja en un tono seductor, pero irónico a la vez.
– Si, tal vez mañana me escape contigo, pero tal vez. Sólo deja que llegue el mañana- en un tono de maña dijo.
– Mañana entonces será.
Y fue así que ella, con el hermoso castaño de su cabello y sus manos delgadas, le cubrió el rostro dándole un beso, de esos que el alma se queda en los límites de cada labio. Él la tomo de una mano, con la otra le tiro el cigarro para que se abrazaran y se entregaran a ese beso.
Ella en ese momento no pudo evitar pensar en Adrian, en aquella forma tan diferente de besarla. A esté lo había conocido de tiempo atrás, era un buen compañero de clase, de esos amigos que uno desea tener, era un hombre dedicado a su escuela… nada brillante, sólo tenía un único talento y ese era ser constante y trabajador.
De su físico no podríamos decir mucho, era como cualquier hombre güero y delgado, no había forma, de una u otra, que no se le encontrará atractivo. Tan simple como una gardenia blanca: tan común y tan típico motivo por el cual ella creía que esa era su gracia, ser tan común, que la acercaba a la comunidad.
Él de cierta forma la aproximaba a la sociedad, a la gente ordinaria, que aparenta no tener problemas, a ese sentido de normalidad que da estar tan desenchufado del mundo… un espacio donde la felicidad sea hacía posible.
Ella al observarse en el día a día, entendía que no había mejor fórmula para el desconsuelo, para el dolor mismo que en pega a la carne que estar con alguien limitado, a una persona que fuera predecible, controlable y que no existiría conexión emocional, más allá de la que uno se permite siendo apacible al corazón. Regresando a su pensamiento, ella sentía que besaba tan diferente, tanto que la torpeza era su distingo y se quedaba corto en los labios, que no se comparaba con el rose de las almas de ese momento que estaba viviendo Andrea.
Es como si todos los tiempos, fueran posibles en un solo beso, como si circularan de un lado a otro en cada modistico, rose, toque o donde se hace de los besos recuerdos… ¿Quién, más allá de vibrar, erizarse, no ha pensado y se ha hecho imágenes o ha fantaseado en la intimidad de un beso?
Ese beso que se dieron, ya sea en el pasado o en el presente, es una ventanita de realidad, es un aguajero donde los sueños se escapan. Es satírico que los besos conecten sus historias y sus almas, fue donde de muchas formas Adrian y Daniel se conocieron…, se hermanaron; pero igual los unía la desgracia, conformándose con el instante: uno como un recuerdo y otro como un día, sólo como un día…
Y qué decir de Andrea…, ella en cada fumada lograba contemplar su vida, sola en medio de ese maldito matorral, donde la llevo la soledad y la desgracia.
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