La primera vez que lo vi fue a través de un espejo de sala abandonado en el fondo del patio. Era una tarde profundamente nublada, la densa neblina de las montañas bajaba gradualmente.
Lo vi simplemente como un objeto que se movía, una mancha trémula e inquietante en el resplandor del día. Luego adquirió forma humana y caminó un poco alrededor del pozo, como buscando algo. Inmediatamente se percató del espejo. De espaldas a mí, se quedó viendo su rostro impávidamente por minutos, tocando los profundos surcos de su cara, como sombras que le atravesaban los pómulos.
Sentí frío, luego miedo, y una inquietante ansiedad se apoderó de mí. Por varias noches su insistente imagen me causó espirales de trastornos. Una noche lo miré aparecer en el fondo del patio, caminando por donde crecen las flores silvestres. Se trataba de un hombre largo y alto, su apariencia semejaba a la de un espantapájaros
Fue entonces cuando traté de observar su indumentaria militar, y en ese preciso instante, su cara se tornó en una sombra profundamente oscura. Sólo sus ojos refulgían brillantes y esféricos. Mi conciencia perdió toda ejecución concreta de mi pensamiento, me vi sumergido en una fisura de voces y paisajes incompletos, que fragmentaron cada segundo de mi existencia, confinado dentro de cubos angustiosos de contemplación celestial.
Evidentemente estuve consciente del estado en el cual me encontraba, era como si mi mente hubiese sido sustraída de mi sistema nervioso. Pude incluso percibir la extensión de mi propia mente y fui capaz sutilmente de acariciar el borde de mi subconsciente. Contemplé imágenes de luz extraídas de mi memoria, conteniendo las pequeñas rutinas de mi vida. Recuerdo que pensé, “en verdad siempre esto ha sido una maquinaria”.
Desperté del trance y pensé con placer dentro de mi propio cuerpo. El hombre de la cara de sombra aún se encontraba de pie. Su cara no existía, solo miré sus ojos flotar en el aire, reflejando por virtud de transparencia, las estrellas de la tarde.
No sentí miedo ya, no porque no lo ameritara, sino porque ya no importaba. Esto significaba el contacto directo con una fuerza sobrenatural o lo que fuese, especialmente cuando su carácter no hacía más que acentuar su fantasmal apariencia.
―He dado vueltas en este patio de vez en cuando, me recuerda algunos lugares que visitaba cuando niño. Toda esta área fue habitada por mi familia. Aquí aprendí a andar en bicicleta.
Escuché aterrado su voz fría y líquida. Su rostro empezó a formar una luz, que devino en sustancia luminosa. Se comenzaron a proyectar imágenes de su vida, alteradas por movimiento, tiempo y color, como fotografías desteñidas.
El fenómeno no tenía nada de cinematográfico, al contrario, mostraba claramente que se trataba de un elemento orgánico y creador. De la misma manera noté que durante el exaltado estado de visiones, su cuerpo sufría severas y extenuantes convulsiones. Pude comprobar que se trataba de un humano, su cuerpo sudaba y respondía a los estímulos del viento.
Todo este descubrimiento me tenía atónito, cuando al fin ya se había ido, me sentí tranquilo. Así estuve un par de días hasta que lo volví encontrar esta vez detrás de un muro, en las ruinas de la catedral Monserrat, en un pequeño poblado al sur de San Jorge. Lo vi inmediatamente porque su rostro ya estaba transformado, y unas diminutas luces, orbitaban cual planetas alrededor de su inexistente cráneo.
Él ya había notado mi presencia pero no quiso inmutarse. Esta vez su uniforme militar estaba más sucio y desarreglado, y pude entender cierta frustración en los globos de sus ojos.Cuando me fui acercando temí volver a experimentar la sustracción de mi mente, y terminé sufriendo abruptamente un vértigo agudo e intenso, que me desestabilizó.
Cuando me pude levantar, él se había sentado sobre una piedra de no menos de 15 metros de alto. Su rostro, esta vez con forma de una galaxia compactada, parecía mezclarse puramente con el cielo.
― Disculpa nunca haberme presentado formalmente contigo. Mi nombre es Larry.
―No hay problema Larry―le respondí simplemente; y de repente, sin pesar, le pregunté:
―¿Por qué tienes las estrellas en tu cara?
―porque sólo puedo ver mi propio reflejo, es una cuestión fisiológica―dijo con una voz hueca que resonó entre los edificios caídos y el musgo.
―No logró entenderlo
―Las estrellas son la sangre, sus pensamientos mueven galaxias enteras, su silencio es de largas distancias. Déjame pensar, luego me preguntas lo que quieras.
Continuamos hablando de cosas no muy complicadas, pero que nos interesaron de gran manera. En ocasiones simplemente desaparecía combinándose con la sombra de un perro o de un árbol, otras veces sólo se cristalizaba en el horizonte.
Fueron pocas las ocasiones que hablamos, usualmente sólo estábamos en silencio mientras él proyectaba imágenes de mundos desconocidos en su frente. Mi mundo exterior, mi familia y mis estudios, se habían relegado a un ilimitado segundo plano de conciencia.
Su forma espectral, paulatinamente me dejó de producir miedo. Aunque no puedo negar sentir un mediano escalofrío cuando se pasea por el fondo del patio y la luna brilla.
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