Aquel hombre vivió convencido de que una conspiración en su contra, cortesía de las grandes e ignorantes masas, le había impedido triunfar en el mundo literario. ¡Claro! ¿Qué más podría ser sino la ignorancia del mundo a su alrededor? Con ello justificó el hecho de perder cada concurso en los que participó, pese a la calidad de sus trabajos, ridículamente bien escritos y redactados a su particular punto de vista.
Acusaba también a su paranoica conspirativa por su falta de empleo en el mismo mundo, fracasando como periodista por el simple hecho de nunca animarse a serlo. Tampoco publicó artículos en los grandes diarios nacionales, pese a escribir igual o mejor que los columnistas con más experiencia en el medio
Nunca dejó que nadie observase uno solo de sus poemas pese a tener ya distintos poemarios inéditos que estimaba de gran valor. La conspiración mental lo dejó incapaz de enviar un solo texto a un editor, pese a disponer de un extenso libro con todos sus relatos cortos.
Su vida la vivió como un genio infravalorado, ¡El mundo entero estaba en contra suya!
Por culpa de la conspiración no se sentaba a escribir, pues estimaba que no triunfaría a causa de esa maldad colectiva que lo asechaba desde que puso la mira en la vocación literaria. A su parecer, no valía la pena ser juzgado por las masas cortas de visión, hambrientas por las novedades fugaces que exigen que todo lleve el ritmo de su gusto particular
Murió de la misma manera en que se aferró a vivir, entre crisis de odio. Disfrutando la literatura que nunca escribió y que se llevó consigo a la tumba.
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