El mechón de pelo fucsia

El mechón de pelo fucsia

Violet Sterben

24/09/2018

Fernando estaba tomando su café de todos los días en Starbucks. Fingía leer un libro, mientras espiaba a esa chica de pelo negro, con mechón fucsia. Esa chica que siempre pedía un latte con chocolate. Se llamaba Victoria, como él pudo leer en el vaso. Victoria siempre estaba vestida de colores oscuros, y con los ojos delineados al estilo de Billy Joe Armstrong, el cantante de Green Day.

Victoria, ¡qué lindo nombre y qué hermosa chica! La primera vez que la vio, ella estaba leyendo una novela de Stephen King, “El resplandor”. Y sonreía mientras la leía; a pesar de que es una novela de terror, ella sonreía. Eso fue lo primero en lo que él se fijó.

Todos los días la miraba de soslayo, tratando de juntar valor para acercarse y hablarle. Pero siempre le venían pensamientos negativos a la mente: «si le hablo y no me da bola, no la voy a poder mirar más; quizás hasta deje de venir a tomar café para evitarme, y se vaya a otro local» o «quizás la conozco y resulta no ser tan interesante como yo creo. Si nunca la conozco, me quedo con la ilusión de que es perfecta».

Luego de semanas de admirarla en silencio, ella apareció con un libro que Fernando adora. Es “Los ojos del dragón”, también escrito por Stephen King.

Pasaban los días y él la siguió observando. Un día, Fernando se dio cuenta que Victoria estaba terminando el libro, y pudo observar que se le caían unas lágrimas. Eso lo convenció. Ella no lloraba porque el libro termine tristemente, sino porque había terminado la historia; y cada vez que uno termina una novela es como tener una especie de pequeña muerte. Los personajes ya hicieron lo que tenían que hacer, y se acabó el mundo en el que uno estaba sumergido durante semanas. La historia termina, pero uno sigue vivo y tiene que enfrentarse a la realidad. Eso hizo que Victoria llorara.

Al ver esto, a Fernando se le ocurrió que podían ser almas gemelas, porque él sentía lo mismo cuando terminaba un libro que le gustara tanto. Decidió no acercarse ese día, porque ella iba a estar susceptible y, seguramente, sin ganas de hablar con un extraño. Era mejor esperar un día más, para que todo salga bien. El plan era, acercarse a ella al día siguiente y decirle “Hola, noté que compartimos varios gustos literarios y me gustaría conocerte, ¿te puedo invitar un café?”.

Al otro día, Fernando se bañó y se puso su mejor perfume. Se peinó la barba y se vistió con un jean azul y un suéter negro. Pensó que le iba a gustar a ella vestido con esos colores bohemios.

Victoria siempre entraba al local de Starbucks entre las 9 y la 9.15 horas de la mañana. Pero ya eran las 9.25 h y ella no venía; estaba empezando a ponerse ansioso. «Qué mala suerte, justo cuando me decido a hablarle, ella no aparece», se lamentó Fernando.

Se hicieron las 9:30, 9:45 y las 10:00 h. Resignado, salió a la calle. No podía seguir esperando porque se tenía que tomar el subte D para ir a trabajar. Caminó hasta la estación Olleros del subte D, bajó las escaleras y vio un cartel anunciaba que el subte estaba fuera de servicio. Le preguntó al guardia de seguridad qué había pasado. Éste contestó que una chica se había tirado del andén cuando el subte entraba a la estación. También le dijo que podía esperar a que se restablezca el servicio, que ya estaban por sacar el cadáver. Fernando, movido por el morbo, se quedó esperando para ver la situación.

La policía pasó con el cadáver, el cual estaba cubierto por una sábana blanca. Lo único que Fernando pudo ver fue un mechón de pelo fucsia, que se asomaba por debajo de la sábana blanca.

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