Un viernes por la noche

Un viernes por la noche

Fernando Aiduc

08/04/2021

La conversación había durado varios minutos y no parecía que tuviera una dirección definida cuando de repente el mensaje fue directo:

—Quiero desaparecer ¿Me venís a buscar?

—¿Segura?

—Sí. Buscame. No sé para qué, pero sacame de acá.

—Ok. Esperame

—Sí claro.

Y fui. Me cambié de ropa, salí a la calle, paré un taxi, le indiqué la dirección y esperé. El chofer era un ex marino mercante que trabajaba para los vicios, según sus propias palabras, y me entretuvo la media hora que duró el viaje con historias de países lejanos y aventuras del todo creíbles. Recordé las de mi padre en sus años de marina y por ese breve lapso de tiempo olvidé a dónde iba y por qué. Si alguien me lo hubiera preguntado habría podido responder sin dudarlo cuál era mi destino, las razones no tanto.

Llamé por teléfono para avisar que estaba frente al 1025 de la calle V… y ella sólo respondió con un breve «Ya bajo». No voy a negar que estaba un poco nervioso, pero sólo por la falta de práctica. Acciones como esa, tan repentinas, no son mi manera habitual de hacer las cosas, pero en esa ocasión algo me impulsó a salir de mi zona de confort e ir a rescatarla. Aún hoy, mientras escribo esto, no sé por qué lo hice, pero me alegra haberlo hecho. Supongo que aunque parezca insignificante, es probable que ese acto haya cambiado algo, en mí y en ella. Si me viera obligado a responder, en un principio diría que fue uno desinteresado, atender una llamada de auxilio, ayudar a una amiga, una muy reciente y que todavía está en proceso de consolidarse.

Caminamos por calles desconocidas, nos detuvimos a contemplar la luna en cada esquina, me contó mucho sobre ella y a cambio recibió demasiado poco de mí. Finalmente, después de caminar un poco más, sentarnos en dos o tres escalones y recordar canciones de los años 80, paramos un taxi y la llevé a su casa.

No la besé esa noche. Podría haberlo intentado, ganas no me faltaban, pero preferí no arruinar el momento y ser el que ella necesitaba que fuera. Me dije que ya habría tiempo para otra cosa si así debía ser.

El mismo taxi me devolvió a mi departamento, me senté en el sofá, encendí un cigarrillo y sonreí sin motivo aparente. Una pequeña aventura de viernes por la noche que no imaginaba cuando dejé la cama esa mañana y que me dejó la satisfacción de haber hecho algo por alguien sin desear o pedir nada a cambio.

Intento no darle muchas vueltas al asunto, seguro de que no hace falta. A veces es bueno no pensar tanto y dejar que las cosas fluyan por sí mismas.

«Porque la verdad que yace detrás de la cortina está tan oculta que ni siquiera las voluntades más férreas consiguen desprenderla de su manto de misterio.»

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