El Temor a Amar

El Temor a Amar

Sam Dawe

28/08/2018

Hace algún tiempo me cruzé con una dama, el camino de la vida nos juntó para poder contarnos nuestras historias. Realmente yo no tenía ninguna historia interesante, ningún corazón roto, ninguna aventura, qué podría vivir este pobre pueblerino de 24 años. Mis ojos verdes cansados sólo de trabajar hasta tarde, mi cabello lacio y largo un poco despeinado por el viento del campo. Como dije, ninguna historia, hasta que la conocí.

Primero deberán saber el recorrido de cómo es que nuestra historia llegó a su fin incluso antes de siquiera empezar. Esta dama era siempre constante, más alta que el promedio, de largo cabello color carbón, negro con destellos rojizos. De ojos grandes y soñadores, pero seductores color chocolate. Cuerpo danzante, nunca se cansaba, casi parecía imperecedero. No niego sus grandes atributos de mujer, es por lo que cualquier hombre daría la vida, pero ella tenía el lunar más extraño en su cuello en forma de espiral, los labios más tersos y definidos que había visto; y por mencionar, lo que me cautivó fue su risa explosiva, sin miedo a volar.

Por qué hablo de ella en pasado se preguntarán, pues es sencillo, su danza no era imperecedera, pero su recuerdo seguro que lo es.

Bien, tengo que empezar este relato contando su historia, la historia que la trajo a mí.

Antes de cruzarse conmigo, ella viajó por otros pueblos, danzó junto a otros pies y cantó con otra gente. Hace dos inviernos ella llegó a una pequeña ciudad, largos edificios de calidad modesta, tabernas y millones de gente clásica con historias propias. Llegó tan solo con una moneda, su ropa y un saco aparte.

Los ojos de todos iban en su dirección, pues nunca podía pasar desapercibida. Las otras damas con falta de espíritu mostraban su obvia envidia, y caballeros no tan caballerosos le ofrecían hasta lo mínimo de sus posesiones por una noche en su compañía. Pero ella ignoraba todo eso, pues lo que ella escuchaba era el latir de su corazón, y al ton y son danzaba para llegar al camino que el destino le ponía en frente.

No diré que fui el primero en su vida, y sin duda no seré el último; así que con ello claro les introduciré a la primera forma etérea de su sentir.

Entrando a la taberna más cercana, se sentó en lo que sería su lugar habitual por varias estaciones. Sostuvo su abrigo por unos cuantos minutos, esperando que algo la llamara cuando el cantinero le ofreció algo de tomar.

Era un caballero aparentemente de unos 20 años, ella tenía 22 en ese entonces, su cara se iluminó cuando los ojos de aquella querida dama notaron la presencia del chico. Apostaría todo lo que poseo a que sé exactamente lo que pasó por su mente en ese momento. Pensó que nunca había visto alguien igual en su corta vida, esos ojos brillantes, ese escote y ese lunar en el cuello. Tanta maravilla ante su mirar. Le recordaba a las hermosas flores blancas que adornaban la barra cada día, él mismo las cambiaba cada que marchitaban y él mismo se lo confesó.

La dama no contestó, se limitó a observarlo detenidamente, ella miró sus ojos enormes, cafés un poco más claros que los suyos, su tez blanca llena de lunares bien formados, labios gruesos y dientes perfectos; su cara parecía la de un chico joven pero su mirada dictaba que era un alma vieja. Su cabello era un desastre, rojo como el fuego y alborotado, salvaje. Sus manos mostraban caminos por recorrer y ella se cautivó con la idea de conocerlo.

Ella se presentó, extendiendo su mano para que él la besara, hablaron hasta que la noche desapareció y el sol brillante apareció por las ventanas del gran lugar. En ningún momento ordenó bebida, lo que ella buscaba era lo que su corazón le dictaba, con ton y son al ritmo de sus palabras. Hablaron del día, la noche; de la sal, la pimienta; de la vida y la muerte. Los labios de ambos no paraban y con eso los latidos de ambos incrementaban con el paso de los segundos juntos.

Ella observó el cielo anaranjado y se dio cuenta de que no tenía a donde ir. Su corazón le retumbaba y de repente su preocupación por dónde dormir o qué comer la invadieron. El cantinero se dio cuenta de sus temores tan sólo con verla a los ojos, la calmó poniendo su mano sobre la de ella y la encaminó a un pequeño cuarto detrás de la taberna. Le habló tranquilamente y le aseguró que todo estaría bien. Ella confió en él, como cuando confías en que la luna aparece cada noche.

La habitación era acogedora, escasa de muebles a excepción de una cama y un pequeño ropero. Las paredes eran de piedra pero sólo una carecía de arte. Ella recorrió con sus manos las paredes, leyendo textos increíbles, observando dibujos de cosas que ella ya había visto en sus sueños. Mares purpuras, lunas azules. Y al llegar a la única pared vacía se preguntó en voz alta por qué se encontraba desnuda. El cantinero respondió que esperaba encontrar la pieza faltante en su vida, esa inspiración que le iluminará más sueños tangibles, y sosteniendo tiza blanca, comenzó a trazar.

Ella observaba maravillada por lo fácil que le parecía al artista plasmar su sentir en tan pequeño espacio. De repente ya no era solo el color blanco, había azules, rojos y negros, intercalándose en el trazo que poco a poco tomaba forma.

De repente, con sus ojos orbitando de sorpresa, observaron que el dibujo estaba completo, un rostro familiar bien definido de perfil con nariz pequeña y labios bien trazados miraban hacía arriba, miraban las fases de la luna; mientras su cabello, caía con lineas negras, rojas y azules formando las olas del mar. Era ella mostrada en su gloria, desde los ojos del artista. No conforme con su obra, el artista escribió un verso en la parte vacía del lienzo rocoso:

«Llévame a lugares desconocidos,

piénsame cada noche.

Sueña que vivo contigo y

seré por siempre tuyo.»

Ella sonrió con lágrimas en sus mejillas, llanto que emanaba sin parar por un sueño hecho realidad. Él la sostuvo en sus brazos y cuando no quedaba más que alegría, se fundieron en un largo sueño del que ninguno quisiera despertar.

Ahora se preguntarán, por qué sintiendo algo tan enorme, casi tangible, terminaron en diferentes caminos; bueno, pues eso les relataré.

Al día siguiente ella consiguió trabajo siendo tutora, dando pequeñas clases a quienes podían pagarlo. Llevaba monedas diariamente a su pequeño paraíso con el cantinero artista. Ella lo hacía el hombre más feliz del mundo, y él la dama más afortunada; pero el cantinero no lo creía.

Él soñaba con el único sueño que sabía que nunca cumpliría, ser alguien exitoso, alguien más que un simple soñador. Deseaba llevarla a viajes con la misma facilidad con la que escribía canciones, deseaba darle una casa más grande y lujosa con la misma facilidad con la que pintaba murales. Sabía que él nunca sería capas de cumplirle tales metas.

Nunca le confesó sus temores pero ella lo conocía mejor que nadie y sabía que algo sucedía. Intentaba mostrarle lo maravillosa que podía ser su vida a su lado, pero cada día más él se alejaba. Dejó de cambiar las pequeñas flores y dejó de llegar al pequeño cuarto en las noches, y no porque cometiera algún tipo de engaño, simplemente se quedaba en la taberna soñando lo que a él le parecía tan inalcanzable.

Así pasaron los días y las noches, hasta que ella sintió que él ya no se atrevía a estar con ella. Y lo más triste, es que era verdad.

Salió con sólo una moneda, su abrigo y la ropa que usaba. Salió para conseguir que su corazón volviera al ton y son. Pero lo único que obtuvo fue volver a la taberna, esa familiaridad, sólo para ver a su artista en brazos de otra chica.

Ella era una chica sencilla, de pueblo pero siempre había estado enamorada del artista. La querida dama no lo culpó, la chica era hermosa de una forma común, pero hermosa al fin y al cabo, lo entendía y venía del mismo lugar que él. Aquí es donde revelo que la querida dama de quien relato venía de una familia de gran nombre, buena economía y sin espacio para soñar. Es por eso que escapó y decidió seguir lo que le dictaba el corazón.

El cantinero la vio, como si la viera por primera vez, obviando aún el sentir de su corazón, pero la dama al verlo en brazos de otra chica, lo dejó ir de sus ilusiones sintiendo que él sería más feliz con la chica a su lado. Ella sólo se sentó en su lugar habitual y con una sonrisa saludó al joven artista. Esta vez le invitó un trago y hablaron como antes, aunque sabían que esta vez ella no se quedaría.

Pero se quedó, no con el artista pero lo visitó cada día, se sentaba en su lugar habitual y él le servía su bebida favorita sin cobrar. Cada día hablaban sin parar, cada día aceptando que ya no se pertenecerían aunque un poco del alma del otro quedaría estancada en sus corazones para siempre.

Una noche, antes del amanecer, entró a la taberna un imponente caballero, alto de potente mirada azul y piel caoba. El artista lo saludó como un viejo amigo y le enumeró la gran cantidad de ganancias recabadas aquell día, pero el caballero no parecía prestarle atención, sus ojos claros destellaban en dirección a la dama de cabello negro y anchas caderas. Ella ni se inmutó, su bebida estaba a punto de acabar cuando el caballero se acercó a ella con botella en mano para llenar su copa.

La dama volteó justo cuando aquel caballero servía, por unos segundos ella lo observó sorprendida por el acto y sus ojos tristes se iluminaron un poco al escucharlo presentarse, extendiendo la mano para besar la suya, era por obviedad ya escrita, el dueño de la taberna.

Su ton y son sonó una vez más dentro de su pecho, pero con un sentimiento de culpa su mirada voló hacia el artista anonadado, con mirada triste pero sonrisa sincera. La otra chica lo abrazó por detrás y sin dudar, la dama sonrió al caballero de ojos azules.

Ambos salieron de la taberna y el artista no dudó en dejarlos ir. Era cierto que él la amaba pero no podía ser lo que necesitaba, su mero pensar no se lo permitía y ella merecía todo lo que sabía su amigo le daría.

Es así como conocemos al segundo gran sentir hecho realidad.

Él caballero puso la mano de la dama en su brazo y le enseño caminos que ella nunca había recorrido, le mostró los altos árboles purpuras y las flores amarillas de los humildes campos. Le contó sobre los extensos viajes que había hecho y a pesar de la emoción en sus palabras, la dama pudo notar que sus ojos denotaban tristeza. Ella le preguntó por qué sus palabras decían algo y su mirada algo más, él no pudo esconder su sorpresa; se daba cuenta de que la dama lo conocía, en tan poco tiempo lo entendía y de la nada un impulso por besarla emanó desde muy dentro de su ser.

Ella lo miraba, con ojos resplandecientes y autentica ternura, observando que lo comprendía a la perfección, ella había llevado un estilo de vida parecido y se lo hizo saber, también le contó por qué había huído de casa, sin contenerse le explicó como ese lugar no parecía un hogar y como ella quería danzar libre al ton y son de su corazón.

Él se llenó de admiración por ella, observándola tan valiente y libre, soñadora y anhelante, inspirandolo a ser como ella, viendo ante sus ojos la única persona que ha podido avivarle sentimientos como aquellos. De repente, y sin pensarlo, empezó a danzar con ella, al mismo ritmo de su corazón; en esos campos amarillos y purpuras sin querer un final.

Ese día caminaron en silencio hasta donde nadie había llegado, en donde todo parecía correcto, en donde el silencio daba paso al latir de sus corazones y sin dudarlo el sueño de sentir sus labios juntos se volvió realidad.

Cada segundo parecía eterno, cada rayo de sol en sus rostros y en sus torsos desnudos eran gloria para ambos. Y así persistieron, como las noches en las que el caballero le enseñó el nombre de los astros y el lugar exacto de cada uno de ellos, también le mostró la estrella más brillante en el cielo; esa estrella que lo había seguido toda la vida y que ahora tenía nombre, su nombre.

La dama se fascinó por todo aquello, su aliento se contenía con cada palabra que el gran astrónomo le regalaba; de pronto se vio envuelta en un anhelante sueño real, de esos que ella creía nunca viviría de nuevo.

Pero ahí estaban, los dos y los astros, y la naturaleza, todo para ellos y nadie más que ellos. Los pensamientos del astrónomo se invadían cada vez más con la presencia de su dama, se sentía libre aún en su propio cuerpo, cuerpo que había recorrido grandes montañas y salvajes desiertos pero que nunca habían llenado su interior. Ahora todos los vientos que lo invadían se encontraban en esos ojos chocolate, todos los sonidos que lo movían se encontraban en esa dulce voz y cada hermosa estrella se encontraba en esa tersa piel.

Pero algo ocurría en la mente de aquel astrónomo, ¿cómo podía ser posible tenerlo todo en la vida? Poseía riqueza, propiedades, oportunidades y además de una pasión por los astros, había encontrado a su perfecta estrella. Algo no estaba correcto, un hombre, por más hombre que sea, no lo puede tener todo. Así que el caballero se asustó, a pesar de lo feliz que era con su estrella, a pesar de lo innegable que eran sus sentimientos por ella, se asustó.

Porque su pasado lo seguía, esa persona egoísta la cual buscaba amor en diferentes brazos cada noche no lo dejaba ver el gran cambio que era en el presente. Lo segaba de lo que su estrella povocaba en él y lo dejaba pensando si realmente era diferente.

Ella sintió sus temores y él los expresó en voz alta, no podía cambiar quien era o al menos eso era lo que él creía. Aunque todos observaban lo contrario. Aunque él quisiera lo contrario, no podía con los errores que había cometido en el pasado, un pasado que para él seguía presente.

Miró los grandes ojos de su dama, le acarició su mejilla y le besó los labios antes de despedirse. Ella se vistió y el observó esas pequeñas pecas en su espalda, esas que combinaban con las de su rostro, esas que soñaba como el firmamento y aún así, no se sintió digno de ellas. La vio marcharse con una moneda en mano, la ropa que vestía y su saco. Sin embargo, no solo se llevó esas pertenencias, a diferencia de antes, se fue con una parte de su corazón.

Y así fue como llegó a mi, con el alma compartida y dos mitades de un corazón que alguna vez palpitaron como uno. También llegó con una foto suya, una en blanco y negro arrugada por el tiempo, nunca me contó quién se la tomó pero fue lo único que dejó al marcharse.


Después de tanto, les contaré su historia conmigo, que como ya mencioné, terminó antes de empezar.

La vi, un día de otoño, tan perfecta; danzando. Llegó a mi pequeño granero preguntando por alguna historia que le animara el alma. Le dije que yo no ofrecía ninguna pues soy un simple pueblerino trabajador. Mi vida es mi casa, mis animales y mis cosechas. Ella contestó que no lo creía así, me consideraba un viajero a pesar de que nunca había viajado, para ella era un viajero de corazón por el simple deseo de vivir; ella creía que todos somos más de lo que creemos, un claro ejemplo es ella misma, que no sabía el efecto que causaba en la gente, por nada más que su mirada soñadora y el sonido de su corazón.

Le insistí entonces que contara sus historias, esas que rompen el alma y provocan inspiración, y así fue como supe la existencia del artista que temió de lo que no podía ser, temió perderla y eso fue lo que hizo que su temor se hiciera realidad; y el astrónomo que temió de él mismo y no confió en lo que le dictaba el corazón.

Sin duda me cautivó, me hizo danzar a un ritmo que yo mismo desconocía y me hizo mostrarle el pequeño brillo que yo mismo negaba que poseía. Se quedó unos días, le ofrecí todo lo que tenía y ella me besó en agradecimiento, pero nunca le declaré mis evidentes sentimientos.

Siempre me hacía danzar y sabía que mi ton y son eran iguales a los de ella, cantaba aunque nunca me había gustado y planté sus flores favoritas, esas que le recordaban a lo libre del ser. Le conté toda mi vida, la muerte de mi madre y el como mi abuelo me crió para ser un buen trabajador. Nunca salí, pero sus palabras me llevaban a lugares inimaginables, sus danzas me impulsaban a conocerla más y sus labios me condenaban a amarla.

Pero tuve miedo de que ella sufriera o tal vez de sufrir yo mismo. Después de todo, los temores de aquellos caballeros se hicieron mis temores sin siquiera darme cuenta, temí no poder darle más de lo que tengo, temí de mi mismo por no cambiar lo que toda mi vida he sido, y añadí temor porque esta vez ella temió por mi.

Se fue, diciéndome que no quería dejar la mitad de alma y corazón que le quedaban, pues tenía que vivir con ellas. Aún así, estoy seguro de que me dejó parte de su esencia, pues parte de la mía se fue con ella. Se fue con la primera moneda que se ganó ella sola, con la ropa que su madre le dejó conservar y con el sacó que su primer amor, su hermano, le dejó para que se abrigara en su fuga. Lo único que dejó fue ésta foto, que como dije nunca supe quien le tomó, pero me dio valor su inscripción:

«Aquella dama….

Ella es el tipo de dama que ves por primera vez. Por encima de su modestia los pequeños detalles la adornan como pequeñas lineas en una hoja. Es el tipo de dama por la que no necesitas sentirte despechado o decepcionado para notarla. Es el tipo de dama que te conquista a primera vista con una sonrisa y te enamora con la primera palabra. Es el tipo de dama incapaz de aceptar sus encantos, pues es tan natural que no cree tenerlos. Es el tipo de dama que juega con tu corazón sin saberlo pues no esta cociente de que lo has dejado en sus manos. Es el tipo de dama que tienes que amar u olvidar. Porque si no eres capaz de amarla tu condena será no tenerla. Y pese a todo es el tipo de dama que nunca olvidarás.» ~ L. A .S. M.

Ella era todo eso y cada día es más, es el tipo de dama que no se marchita con el dolor; sino que asciende para ser mejor persona. Cada día llevaré su fotografía siempre junto al pecho, no sé que me depare el destino, no sé si un nuevo amor esté con ella, salvaje y puro como lo merece. Pero seguiré el camino de mis manos, el ton y son de mi corazón, me encaminaré para encontrarla y si fallo seguiré sin temor porque yo, como simple pueblerino que alguna vez soñó con vivir, ya no le temo a amar.

Artista.

Astrónomo.

Viajero.

«Aquella dama» es un pequeño escrito que mi mejor amiga me donó para esta historia, gracias Luz Sánchez, te quiero.

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