1. El encuentro

Lo había estando vueltas por mucho tiempo. En mis viajes de trabajo los servicios de las trabajadoras sexuales, incluso las de más ‘alto nivel’ como dice su publicidad, ya habían perdido toda gratificación mayor a la que da la masturbación. Mi principal preocupación era no volver a caer la estupidez de pedir el divorcio. Ahora me sentía seguro de que no iba a caer en tonteras de impulsos irresistibles y que iba a poder estar en control de mi situación.

Al llegar a La Paz me había formado su imagen. No estaba apurado por encontrar cualquier mujer pasable con una disposición compatible. Tampoco me interesa el modelo de belleza eurocentrico predominante en nuestra parte del mundo. Estaba buscando a alguien de piel morena, nariz aguileña y ojos rasgados. Pómulos prominentes, del grado que es discriminado solo por ser propio de los pueblos originarios de los Andes. Los labios pueden ser gruesos o delgados, lo que importa es cómo van con el conjunto. Pelo liso, abundante y largo, sin un tratamiento de ondulado en peluquería para verse menos india. Querer que una mujer así en Bolivia no tuviera la percepción que todos esos rasgos le impiden ser atractiva es altamente improbable, viceministerio de descolonización y todo, pero eso no era problema. De cuerpo más delgado que gruesa, sin la manía anoréxica de estas décadas. Un poco de grasa abdominal es solo ser sano y no ser triatleta. Los senos no pueden ser muy grandes para estar en armonía con el resto del cuerpo, tampoco deben ser tan pequeños que con un escote de un vestido de diario no se note nada. No excesivamente caídos, de preferencia firmes aunque sean pequeños, pero si caen un poco no es problema. Es agradable una cintura, claro que en el caso de una mujer de contextura fina no puede ser muy pronunciada. Nalgas redondas; pueden ser pequeñas pero perceptibles, que no sea el rasgo más notorio de su cuerpo. Para que repetirme describiendo los muslos si, siendo muy importantes, siguen los mismo criterios que las partes del torso descritas. Ese fenotipo es muy poco probable que venga acompañado de vello corporal que haya sentido necesario afeitar. Por lo mismo la estatura iba a ser baja, mejor aún si me llegaba más o menos al hombro.

Como se puede ver, tenía bastante claros los requisitos.

Al llegar me esperaba Braulio, mi taxista de confianza. Ya no se ofrecía a llevarme el equipaje de mano. Apenas echó a andar su auto me dijo,

-Don Matías, me va a tener que disculpar, necesito pedirle un favor.- Oh no, me dije, llevábamos ya casi seis meses de muy buena relación profesional. -Le había contado que mi mujer estaba delicada de salud. Bueno, gracias a Dios- se persignó -ya no está delicadita, pero ahora es mi padre el que está mal.

-Don Braulio, lo siento…

-No no no, si no, escúcheme primero por favor, se lo ruego.- Parece que le había dado mucha confianza. -Son solo unos pesitos.- Suspiré profundo, decepcionado. -Es solo recoger algún pasajero en la Ceja no más pues, siempre hay pasajeros ahí y necesito cada pesito don Matías.

-Aaah, pero sí, no es para tanto. Pero tampoco vas a seguir con esta cada vez, ¿no?

-No no no don Matìas, no, es solo por esta vez. Mire, ahí está, esa joven, seguro que a trabajar está yendo.

Paro donde la mujer le indicó y subió.

Era exactamente la mujer que había formado en mi mente.

Una linda sonrisa con los labios sutilmente separados. Dientes bien ordenados y cuidados. La mirada sana de una persona que no había sido sometida a maltratos desde la niñez. Era bajita, un poco por encima de mi hombro. Vestía traje de oficina, sacándole el máximo provecho a un diseño monótono. Su pelo le llegaba a la cintura. Tenía las caderas estrechas y las piernas bien proporcionadas. Su mejor carta de presentación era su sonrisa. Sana, amplia, sincera.

-Buenos días maestro, caballero.

-Buenos días señorita.

-Buenos días. Matías.

Me miró sorprendida por un par de segundos.

-Andrea.- Un nombre castizo, sin haches, te-haches, doble-eses ni cetas de aspiraciones anglófonas. -Andrea Quispe.

Contuvo el aliento asustada. Se le salió una de sus vergüenzas, un apellido tan discriminado como sus rasgos.

-Matías Binder.- Soltó una risita de alivio ante mi reacción cordial. -Soy chileno y vengo cada dos semanas a una consultoría aquí en La Paz.

-Ah, yo también trabajo en La Paz. Uy, que tonta, obvio que trabajo en La Paz.

Ahora su risa se puso nerviosa.

-No me das para nada la impresión de ser tonta.

¿Cómo sabía?

-Gracias.- Ganó compostura. -¿Y donde es tu consultoría? ¡Que metiche, perdona! Perdone…

De nuevo se estaba perdiendo.

-Aunque podría ser tu padre, tan viejo no estoy como para que no me puedas tutear.

-No, si no…

Respiro profundo. Ahora sí.

Le ayudé.

-Trabajo con el Banco Central.

-Ah, eres auditor.

-No, abogado, pero especializado en finanzas.

-Yo soy auditora.

-Mira, antes de que lleguemos, ¿qué te parece juntarnos a almorzar?

Contuvo la alegría al asentir.

Preferí a la antigua, hora y lugar, y no por celular. Solo después de esta primera reunión íbamos a quedar conectados.

En el besito de saludo vi que cuidaba su aliento y prefería una colonia corriente pero buena a un perfume barato. Le di al beso ese segundo demás que sugiere con el roce que podría haber sido más que un saludo. También sostener su brazo durante ese momento empezaba a calentar los motores. Apenas pasaba de mi hombro.

-¿Vamos?

Cerca de nuestro lugar de encuentro estaba la confitería Club La Paz.

Su nerviosismo era bastante más notorio que el mío.

-Ya.

Tan bien que le venía su forma de mantener la sonrisa.

Le corrí la silla.

-Gracias.

Se notó que no estaba acostumbrada.

-¿Qué vas a querer?

No quería alardear diciendo que iba a mi cuenta. Su elección fue el plato del día.

Por mi parte me expliqué.

-Yo me tengo que cuidar…

-Pero…

Hizo el ademán de interrumpir, para decir que me veía bien y sin necesidad de cuidarme.

-…por la altura. Si no como liviano, después paso una mala noche.

Soltó una tímida risa.

-Claro.

Tuvimos un almuerzo con modales cuidados y una conversación que tomó fuerza con la facilidad de algo hecho por dos en coordinación.

Originaria de El Alto, iba a completar su segundo año en La Paz. Me abrió su corazón. Un apego moderado, para el estándar local, a su familia y sin la carga de relaciones con escándalos pasionales. Daba por sentado y no consideraba impedimento que yo fuera casado, más le llamaba la atención que tuviera un hijo único haciendo un MBA en Australia.

Tenía suficientes ambiciones para haber cultivado lo que se conoce como cultura general, aunque sus circunstancias le hacían difícil profundizar en sus intereses. Sus gustos en música, literatura y artes visuales se ajustaban a lo anterior, propias de alguien con una apreciación lista para volverse refinada, con lo limitado que había sido su exposición a lo que se le llama corrientemente ‘clásico’.

No le parecía que su trabajo ameritara atención de mi parte, pero cuando le pedí los detalles me los dio sin timidez.

-Se nos pasó la hora volando.- dije en el postre.

-Sí, a mí también. Quisiera no tener que volver al trabajo esta tarde.

-No te preocupes, nos podemos ver esta noche.

Daba por sentado que eso era lo que ella quería.

-¿Dónde te gustaría ir esta noche?- No soy un Don Juan, no me molesta que sea fácil, como tampoco necesito que lo sea. -Como despedida…- agregó.

-¿Por qué despedida? Voy a estar de vuelta en dos semanas, y así sucesivamente, quizás por cuánto tiempo.

-Cierto.- dijo con su linda sonrisa, le estaba dando la seguridad de que nos íbamos a seguir viendo.

Pedí la cuenta y cuando estaba por decir que ella se iba a pagar la interrumpí.

-¿Me das el placer de invitarte?

Se puso roja.

-Bueno, si te da placer, claro, por supuesto, paga no más.- Y no de vergüenza porque iba a pagar yo. -Gracias.

-De nada.

-Nos vemos entonces a las seis. Nos encontramos aquí mismo y de ahí vamos a otro lugar.

El besito de despedida duró dos en vez de un segundo, cerca de la comisura de sus labios, lo que en Chile se llama ‘beso cuneteáo’, y con mi mano le di una ligera presión en el brazo.

-Ya, a las seis.

Me fui sin mirar atrás.

2. El beso

Esta vez el saludo incluyó mayor cercanía de nuestros cuerpos, menos echar la cabeza para adelante. Sus senos no eran grandes como para hacer fácil el roce, pero igual se siente cuando se cruza el espacio personal.

Nos pusimos a caminar aparentemente sin rumbo, primero bajando por El Prado luego subiendo y bajando por las placitas entre la Arce y la 6 de Agosto. Cada cierto rato nos sentábamos en algún banco.

Le pregunté por su familia. Sus padres se habían casado predeciblemente jóvenes. Habían empezado con un carrito-bazar, luego un kiosco, de ahí una tiendita, y así, poco a poco, llegaron a tener dos tiendas de tamaño respetable. De qué, daba lo mismo. Como para todo buen comerciante the business of business is business. Tenía un hermano mayor transportista que se casó con una cochabambina y se instalaron allá. Ella era la mayor de tres hermanas, una estudiando secretariado, la otra por terminar el colegio. La madre había tenido dos pérdidas entremedio de las tres hijas. Pérdidas de varón agregó. Nunca me preguntó, ni entonces ni después, por mi familia, entiéndase mujer e hijos.

-Te debo estar aburriendo con toda esta charla sobre mi familia.

La pregunta que supone un ‘no’ de respuesta.

-Si te pregunto es porque me interesa, no porque me aburra.

-Claro.- bajó la cabeza, -Disculpa.

-Me encanta tu humildad Andrea.

-Así soy nomas- Tomé su mano caminando. – qué bueno que te guste.

Sin soltar su mano tomé mi turno y le hablé de mis padres, mi desarrollo de niño, mis viajes, mis estudios. Todo acompañado de su mirada absorta, su silencio reverente. Ni una pregunta, nada que desviara ni detuviera mi narrativa. Cuando ella había hablado yo la guiaba y buscaba profundizar con mis preguntas donde me pareciera.

-¿Dónde podríamos tomar algo caliente?

-El Ciudad está abierto toda la noche, pero es bien lejos.

-¿Dónde queda?

-En la Plaza del Estudiante, pasamos por ahí.

-Sí. Cerca. Caminemos. Lo hemos pasado bien caminando, ¿no?

-Claro que sí, muy bien.

Estaba oscureciendo y el aire seco se volvió de un frío penetrante. Se apoyó contra mi costado como buscando calor y solté su mano para tomarla por el hombro, llevándola bajo mi brazo.

El café era un buen lugar para descansar.

-Pide algo de comer para ti.

-¿Y tú?

-Yo una agüita no más. Así le llaman en Chile a los mates.-

Le estaba exigiendo dejar atrás el tabú de comer delante de alguien, con alguna relación, que no esté comiendo.

No sólo hizo lo que le dije, si no que comió con gusto y no me ofreció. Hablamos de comida, la boliviana y la chilena. Como muchos alabé la cocina de su país y ella declaró su pasión por algunos de sus platos.

-Vamos, de nuevo el tiempo pasó volando. Mañana tenemos que trabajar. Te voy a acompañar a tu casa.

-Sí,- Me miró afligida. -pero te tengo que decir que no vivo en un lugar bonito.

-Está bien, no te preocupes. Esta vez te voy a acompañar sólo hasta la puerta del edificio.

¿Hasta dónde tenía pensado acompañarla en otra ocasión? Otra promesa implícita que le alegraba.

Por la hora tomamos un radio taxi. Juntos en el asiento trasero tomé su mano y las puse entre nosotros, cada uno sintiendo con el dorso el muslo del otro.

-Mi vuelo sale en la noche, a las nueve, así que almorzaremos juntos.

-¿Dónde mismo?

-No, en tu departamento.

-No es realmente un departamento, más bien es como un cuarto.

-Perfecto, almorzaremos en tu cuarto entonces. ¿Tienes una mesita donde quepan dos platos y dos sillas donde quedemos a una buena altura en la mesa?

-Sí, eso tengo.- dijo con una risa liviana.

-Saliendo del trabajo vas a pasar a recoger nuestra comida, tú sabrás de dónde. De lo que almorzamos hoy te puedes hacer una idea de mis gustos.

Siendo sólo una pieza, para poder mantenerla limpia a lo más tendría una cocinilla para calentar el agua. Comer afuera sigue siendo más barato que arrendar un departamento de dos ambientes.

-Bien.

Se había dado cuenta con eso que no la quería de cocinera, que llegar a que me tengan lista la comida no era sinónimo de una buena vida para mi.

El taxi nos dejó pasadito la plazuela Riosinho. Bajamos por las escaleras de una callecita con jardines precarios hasta la puerta de un edificio antiguo de cuatro pisos.

-Aquí vivo.- Una luz débil iluminaba su sonrisa. -¿Qué te parece lo que ves?- Levantó los brazos, un gesto que podía indicar la cuadra o a ella misma. Opté por lo segundo.

-Llenaste todas mis expectativas.- Me acerqué, contuvo la respiración por un par de segundos, bese su mejilla. -Me gustó mucho lo que me encontré hoy.

Busqué sus labios y los encontré entreabiertos, listos para mi beso. Nos besamos, no me dejó besando sólo. Al separar mi cabeza vi que tenía los ojos bien abiertos, como sorprendida de lo que había pasado, de lo que había hecho.

-Entonces almorzamos aquí mañana.

-Sí.- Ahí me di cuenta de que no me había llamado por mi nombre después de que me identificó en el primer encuentro; mientras que yo sí por el suyo, unas pocas veces. -Puedo quedarme hasta las seis en el trabajo para tener más tiempo de refrigerio.

Me despedí y sólo la vi entrar por el pasillo de acceso. Esperé caballerosamente a que la luz indicará que había cruzado la puerta de su pieza, pero no como enamorado a que quizás se asomara para mirar. Para qué decir que me fui sin mirar atrás.

3. La pieza

No había timbre pero previno ese inconveniente mirando seguido por su ventana abierta, la única abierta con cortinas y un macetero con flores chicas. Debe haber salido un poco antes del trabajo. Bajó para guiarme. El besito de saludo no siguió progresando, no era necesario. El espacio común del edificio tenía un desagradable olor a humedad, principalmente por el baño común y el lavadero. La estructura era de concreto, precariamente pintada.

Efectivamente vivía en una pieza. Agradecí el cambio de olor ahí adentro. Olía a limpio, y no particularmente por mi visita. El lugar era limpio. Soportó estoicamente mi inspección visual del lugar. Podía suponer su pulcritud independiente de mi ingreso, por supuesto que exacerbada. Muchas de las cosas eran de segunda mano. Era claro como la aplicación de su buen gusto fue limitado por su presupuesto, ajustado en la calidad de los materiales pero no en la combinación. La cama ocupaba el centro. Madera era preferible a metal, aunque sea barata. El color del cubrecama hacía juego. Un velador funcional con una lamparita y un cargador de su celular enrollado. El refrigerador debe haber venido con la pieza, y desde hace bastante tiempo. Era de medio cuerpo y la puerta se abría accionando la manilla. Los únicos implementos de cocina eran una hervidora y una juguera. Improvisó un mantel de género para reemplazar el de plástico. Las sillas eran de madera y parcas, con unos cojincitos de un solo color. El closet tenía la capacidad necesaria para no poner la ropa en sillas y mesas. Lo cargado del librero era lo más singular de la pieza. El Alquimista, Antología del Cuento Boliviano, Pueblo Enfermo, Juego de Tronos, una enciclopedia de antes de Wikipedia, El Quijote, una buena traducción de Hamlet, Así se Templó el Acero, un curso de inglés autodidacta, Juventud en Éxtasis, Salud Reproductiva y Sexual, Me Avergüenzan Tus Polleras y otros más. Todo con bastante uso. En la pared no había ni figuras infantiles ni puestas de sol con mensajes románticos. Sólo fotos. Fotos chicas y medianas de la familia, todos juntos y de cada uno, de paseos; uno al Titicaca y otro a los Yungas; las de curso de graduación del colegio y de la U, y de ciudades-icono del mundo; distribuidas por la pared con, como no, muy buen gusto. La televisión brillaba por su ausencia. La luz natural era suficiente, y cuando no había una ampolleta en el techo.

-Este fin de semana viene mi padre a instalarme una lámpara.- Su primera explicación durante la inspección. -Mis padres querían arrendarme un departamento pero yo prefiero ser independiente. No sé, quizás estoy siendo muy orgullosa.

-No, estás haciendo lo correcto. Dónde deberías ser aún más orgullosa es en tu trabajo. Hacerte valer. Después vamos a hablar más de eso.

No podía estar ganando tan poco. O ahorraba mucho o la estaban explotando groseramente.

-¿Comamos? Todavía está tibio.

Mi almuerzo de ayer fue frío, dedujo correctamente que no me gusta muy caliente.

Sacó del refrigerador un jarrón con jugo de piña, hecho en la mañana. El aire estaba cargado de tensión sexual, el movimiento de los pliegues delanteros de su camisa dejaban ver que tenía la respiración un poco agitada.

No comí apurado, pero hablé poco para terminar luego. Nos íbamos a seguir viendo aquí, no exclusivamente por supuesto, pero su pieza lo ameritaba. Lideró la conversación con cautela y mis aportes, aunque breves, le daban pie para continuar. No hubo postre.

Cuando terminamos se lanzó.

-¿Quieres dormir una siestecita?

Hace décadas que La Paz ya no era el pueblo grande con jornadas que daban espacio para la siesta, pero igual uno se las podía ingeniar para tener unos quince minutos.

-¿Tú duermes la siesta regularmente?

No le respondí.

-No, nunca. Me acuesto a leer.

La tomé de la mano para levantarla del asiento. Me miraba con alegría nerviosa. La llevé a la cama y la senté en el borde. Ella seguía mi mano como si le hablara. Acaricié su pelo negro, liso y largo, pasándolo detrás de su oreja. Tenía aritos con una piedra semipreciosa blanca, zircón seguramente. De ahí pasé el dorso de mis dedos por su mentón y por su mejilla. Dobló un poco la cabeza como un gato buscando la caricia. Cerró los ojos. Posé las yemas de dos dedos en su labio inferior, que abrió un poco más, no para tomar mis dedos, más una señal de su abandono en mis manos. Levantó sus manos y las apoyó en mis piernas. Me agaché para besarnos. Con mi lengua sugería la penetración, moviéndola hacia atrás y adelante mientras ella colaboraba cerrando los labios. Acarició mis piernas, llegando un poco más arriba con cada caricia.

Me erguí.

-Siéntelo, tócalo.- Pasó sus dedos a lo largo de mi erección, alternando su mirada entre lo que sus dedos tocaban y mi cara. -¿Te gusta sentir mi verga, en todo su largo? Dejé pico para Chile.

-Sí, me gusta, mucho. Mucho, mucho.

-Mira, pon tus dedos alrededor, arma su forma bajo el pantalón, ¿Te gusta sentir lo gruesa que es?- Puso sus dedos como le dije, seguía moviéndolos a lo largo. Asintió con la cabeza. -Baja el cierre y mete tu manito.- Lo hizo. – Ahora la puedes sentir mucho mejor, ¿no? Sólo una tela más delgada entremedio.

-Sí.

-¿Quieres sacarla para verla?

-¡Sí!

Acentuó su afirmación con la cabeza.

-¿Cómo hacen las niñas buenas para pedir algo que quieren?

-¿Puedo sacarla por favor?

Sí, claro que sabía.

-Ábreme el pantalón.- Se puso manos a la obra. -Sólo el pantalón.- Cayó. -Ahora abre los botones de mis boxers. Fíjate como queda todo levantado como una carpa. Mira por la ventanita en el lado y dime que ves.

Armó la estructura y miró.

-Veo una cosa gruesa con venas.

-Ahora sácala.

Lo dejo entero asomado, en posición firmes. Encogió los hombros con un gesto de alegre e inocente impaciencia.

-¿Cómo era que decían las niñas bien educadas?

-¿Puedo mamártela por favor?

-¿Pero cómo se te ocurre?- Miró para arriba asustada. -Tienes que ir por partes. Primero tómala en tu manito y frota con tu puño suavemente cerrado.

-¿Así?

-Muy bien. Ahora aprieta un poco más.- Tenía los ojos bien abiertos. -¿Quieres darle un besito?

-¡Sí! Por favor.

-Mójate los labios, tómala y dale un besito.- Lo hizo perfecto, ni con ruido como algo gracioso, ni tomándolo entre sus labios como ya sabía que sería prematuro. Simplemente que se sintiera la suave presión de sus labios. -Más besitos.- Lo recorrió en toda su extensión, sin dejar de lado el glande. -¿Te gustó su sabor?

-Sí. ¿Puedo probarlo más por favor?

-Lámela como si fuera un dulce.- Lo hizo dando un sonido de agrado. -Ahora como si fuera un helado. Pero ten mucho cuidado de que se te derrita y te manche la ropa.- Entendió y manejo la acumulación de saliva.- Muy bien, eres una niña muy buena. Ahora te la puedes meter entera a la boca.- Cerró los ojos y empezó. -Cuidado, cuidado con los dientes, duele, No quieres hacer que me duela, ¿no?

-Noo, no quiero que te duela, quiero que sea muy rico para ti. ¿Cómo hago?

-Protege tus dientes con tus labios. Vamos. Así, muy bien. Que bien aprendes, eres una niñita muy aplicada. Cierra bien los labios, que no se te chorree el helado. Mírame.-Volví a jugar con su pelo como al principio, delicadamente. -Has sido una niña tan buena que te has ganado un premio. Un premio que te va a gustar mucho. Tapa la entrada a tu garganta con tu lengua.-Eyaculé y después de estrujar la última gota se lo saqué, todavía duró. -Ahora tienes que tragar toda tu lechita, como una buena niña.

Tragó.

-Que rico.

-Déjamela bien limpia con tu lengüita. Bien.- Me compuse. La volví a tomar de la mano, esta vez para que se pare. Todavía tomándole la mano la abracé por la cintura y nos besamos. -La próxima vez vamos a empezar por el postre.

4. La toma

12 días después. El período de 12 días de abstinencia. Mi llegada a Santiago no tuvo ninguna sorpresa. Al llegar al departamento y saludarnos con mi esposa no tuve que ocultar ningún sentimiento de culpa, no lo tenía. Pero sí, sí lo tenía. El bruxismo diurno. Yo ya sabía que era un síntoma de culpa, ella no. Eso sí fue un esfuerzo controlar, un esfuerzo con éxito parcial.

No traía información en mi celular para mantener contacto a la distancia, así que estuvo igual de abierto y disponible para ella que siempre. No tenía nada que esconder fuera de mi cabeza. En mi cabeza estaba el martes que nos íbamos a encontrar, en el mismo restaurante, a la hora del almuerzo de los oficinistas.

A mi esposa no la trate ni con más ni con menos cariño que antes. Estaba muy atento a expresar, siquiera sentir, una crítica. Ese síntoma de la infidelidad era notorio. Sin embargo tampoco me costó. La sola disposición bastó. Habíamos hablado de que se tomará tres días de sus vacaciones para acompañarme alguna vez. Volvió a salir el tema y volvió a quedar en veremos. No era algo que me preocupara.

El personaje tan seguro de si mismo en la presencia de Andrea cambió en Santiago. Habíamos trabajado bien lo de mi seguridad en nuestra relación, un aspecto muy importante en nuestra terapia de pareja. Ahora era como volver a la normalidad, retomar mi vida donde la había dejado. El sexo siguió bien y me sentía capaz de hacerlo aún mejor, pero nuevamente, no quería demostrar ningún cambio en mí después de este viaje, y nuevamente, no fue difícil.

Por supuesto que todo fue absolutamente inútil. Mi esposa tenía el don de una percepción hipersensible. Bastó una mirada perdida mía. Ella había aprendido a dejarme espacio en mi mente y no pedirme que le abra cada pensamiento. Señales mínimas bastaron para que conociera las líneas generales de mis actividades ilícitas de este viaje, tan bien como que me hubiese seguido con un dron de vigilancia. Lo mejor que podía hacer para controlar el daño era desviar su atención a un verosímil encuentro con el comercio sexual. Comentarios en un contexto adecuado sirvieron como voladores de luces. Parecía cumplirse la regla de que cualquier triángulo termina dañando a los tres involucrados.

Mi regreso a La Paz me devolvió mi alter ego en preparación para nuestro reencuentro. Ella venía radiante. Yo, igual que la primera vez. Claro que ya la veía con otros ojos. Yo le daba una sonrisa socarrona de vez en cuando, que le provocaba un pequeño sobresalto. Nuestro tema de conversación en el almuerzo fue la cultura aymara. Ella conservaba algo de la lengua por su exposición al usarla su abuela, la migrante fundacional de su familia en El Alto, con su madre.

Al escucharme su boca ligeramente entreabierta, además de ser un rasgo atractivo, delataba sus expectativas para estos dos días.

-Hoy después del trabajo nos vemos en tu casa.

Use casa en la acepción amplia de lugar de residencia. A ella no le llamó la atención, sólo asintió.

Esa tarde el cielo se oscureció y cayó una tormenta sobre la ciudad. El agua caía con pica y las calles rápidamente se volvieron ríos. Su ventana estaba cerrada como las de todos los demás y sus cortinas alumbradas. Me estaba esperando abajo, con buzo y polerón, ropa vieja para trajinar por la casa. Ella se había mojado solo un poco por salpicaduras. En mi camino del taxi a su puerta yo quedé como sopa.

-Ven, ven, no te puedes quedar con la ropa mojada.

Entramos corriendo a su pieza. Se formó una poza a mis pies.

-Sácate la ropa. Te vas a tener que meter a mi cama.- Me desnudé con su ayuda, estaba aterido. Ella iba colgando mi ropa en sus escasos muebles para que escurriera. Ya dentro de su cama, aunque abrigado, seguía tiritando. -Con esta tormenta mañana va a haber tolerancia. ¿Me puedo acostar contigo?- Así como estaban las cosas, la única alternativa era que se quedara parada toda la noche.

-Sí, ven.

Se sacó la ropa con naturalidad, la dejó ordenada y en su lugar. Dejó notar sus pechos pequeños y firmes, el tono parejo de su piel morena y su ausencia de vello corporal, únicamente el púbico. De no ser por las sonrisas que me llegaban hubiera parecido que estaba sola. Su pelo era tan largo que casi la vestía. Largo y abundante.

-¿Apago la luz?

-Sí, dale.

Se deslizó al lado mío y me dio su calor corporal, muy bienvenido. Mi mente empezaba a librarse de las garras del frío y podía pensar en algo más que en mi temperatura. Se puso debajo de mi brazo y su mano sobre mi pecho.

-Quiero que esta noche me lo des todo.

Ya estaba recuperado y me poseyó un espíritu desconocido.

-A ver.- En la oscuridad podía ver la preocupación en su cara. – Aclaremos algunas cosas al tiro.- Su respiración se detuvo. -Yo no te voy a dar todo. Nunca te voy a dar todo.- Sentí su lágrima sobre mi pecho. – Tú me lo vas a dar todo. Todo tu cuerpo y toda tu voluntad.

Se pasó la mano por la nariz.

-Sí, te doy todo.

-Ahora que eres mía te iré explicando algunas cosas. Si quieres algo de mí y no quieres esperar a que se me ocurra o te lo quiera dar, me lo vas a pedir explícita y específicamente.

-Quiero que me metas tu verga en mi vagina.

Acariciaba mi pecho.

-Muy bien, aprendes rápido.

-Es que tú lo sabes decir muy claro. Gracias.

-Por favor y gracias, palabras de poder.

Canturree.

Con una risita me lo agarró. Claro que ya estaba duro, y me pajeo suavemente.

-Por favor, ¿me meterías tu verga en mi vagina? Estoy en un día bueno y desde que nos vimos empecé a tomar la pastilla.

-Claro que sí Andrea.- Me puse de lado para que nos besemos. Ella no dejaba de paje armé. -¿Te gusta mucho tenerla en la mano?

-Me gusta mucho tenerla. Dónde sea. Dónde tú quieras.

-Claro que donde yo quiera, no hace falta decirlo, eres mía.

-Perdón.

-Otra palabra muy linda en tu boca. Por favor, gracias y perdón.

-¿Puedo seguir tomando tu verga por favor?»

Hacía demasiado frío como para destaparme.

-No, me la tienes que soltar para que te de lo que me pediste.

-Gracias.

La besé y nos besamos. Me puse encima de ella y ella abrió sus piernas. Cuando me lo tomé y lo puse donde me pidió, note lo mojada que ya estaba. Solo la toqué con la puntita, quería que ella experimentara que su cuerpo era más que hoyos para un hombre. Solo la toqué, no entré. Me froté entero suavemente entre sus piernas, deslizando lo que yo también tenía húmedo por la cara interior de sus muslos. La sostuve por las manos contra su cama. Su cara se contorsionaba mientras gemía a bajo volumen. La besé nuevamente. Ella no me podía corresponder, su boca estaba suelta, fuera de su control. Me levanté un poco, sin dejar de mover mis caderas entre sus muslos, para ver de arriba el espectáculo de su pelo extendido alrededor de su cara. Abrió los ojos y en un segundo entre sus muecas de placer, me sonrió.

Suavemente dejé caer mi peso sobre ella otra vez y baje por su cuerpo un poco, poniendo mis labios en la parte superior de uno de sus pechos. Recorrí mis labios sobre esa piel sensible, sin llegar al pezón, pasando de un seno al otro. Después con la lengua. Ya se le había olvidado lo que me había pedido. Con la lengua hice círculos alrededor de uno de sus pezones, subiéndome de a poco a la aureola. Finalmente rocé con la punta de mi lengua su pezón duro. Lanzó un gritito, como que le hubiese dolido. Sus gemidos se volvieron quejidos cuando empecé a jugar con él usando sólo la lengua. Tapé completamente su pezón con mi boca, dejándola hueca para que mi lengua siguiera el trabajo. Ella empujaba con sus brazos hacía arriba, haciendo una fuerza no despreciable contra mis manos que la sostenían.

-¿Todavía quieres que te lo meta?

-No sé, no sé, haz lo que quieras, perdón, no sé nada, perdón perdón perdón.

Su culpa no fue tan fuerte como para que su mente saliera del pozo por el que estaba cayendo.

Se lo empecé a meter, poco a poco, la puntita y lo sacaba, luego un poco más adentro. Mientras se quejaba le iba hablando.

-Aprendiste muy bien a pedir las cosas, y por eso puedes seguir haciéndolo. Has sido una buena niña con tu papi, pero fíjate cuanto mejor es lo que hago contigo sin que me lo pidas.

-Sí, siii.

Cuando iba casi en la mitad se lo metí todo de un tirón. Levantó su cuerpo como con un electroshock, la boca abierta, muda. Ahí empecé con el convencional mete y saca. Solté sus manos y se llevó una de ellas a la boca, mordiendo un dedo.

La abracé e hice que nos diéramos la vuelta, dejándola encima de mí. En el proceso se le salió.

-Póntela tú misma y anda sentándote y levantándote a tu gusto.- Antes de tomarlo, pasó su humedad por encima de él, por su cara inferior, moviéndose de adelante para atrás, deslizándose con sus caderas a todo lo largo de eso que tanto quería tener dentro de ella. Me impresionó su capacidad de postergar la satisfacción final. Cuando miraba hacia abajo, su cara quedaba totalmente oculta bajo la cortina de su pelo. Luego estiró su brazo detrás de ella y lo tomó por ahí. En vez de metérselo al tiro, una vez más buscó elaborar en su placer y se lo frotó a todo lo largo, repartiendo su lubricante natural, quedándose un rato en el ano, pero finalmente metiéndoselo por donde primero me había pedido. Bajo derechito, lentamente y de una. Se irguió, dejando caer la ropa de cama a sus espaldas. Yo ya había entrado en calor y ni sentí el aire frío de la pieza. Se puso a dar saltitos cortos y rápidos sentada, pegada a mí, con quejidos de la misma naturaleza, y después movimientos largos y lentos, acompañados de suspiros. Ahí se le volvió a salir un par de veces y ella misma se lo volvía a meter con su mano por detrás, hasta que encontró la distancia máxima a la que podía subir sin que esto pase. Luego tomé el control de la situación y a ella por sus caderas, la apreté contra mí y después la subí, quedando solo con el glande adentro. Elevé mi cabeza, poniendo sus senos en mi boca para chuparle uno, mientras que ahora yo le frotaba la punta mojada. -¿Son todos los hoyitos de mi niñita, para que papi los use cuando quiera?

-Sí papito lindo, úsalos cuando tú quieras. Úsalos. Úsalos por favooor.

Corrí el riesgo y supuse que era su primera vez por ahí. Por la manera en que supo relajarse y tomarlo no lo parecía. Con un suspiro aún más profundo bajó y se lo metió despacito, sólo hasta la mitad, disfrutando más la retirada, tomándolo con su mano para sentirlo, sentir su grosor, pasar la punta por el contorno de su ano distendido y repetir el ciclo. Lo repitió varias veces, disfrutando cada segundo, sin apurarse.

-Ahora vas a terminar para papi. Papi te va a mostrar cómo.

-Si papi.

La saqué de encima de mí y la acosté de lado. Me acosté detrás de ella, en cucharita, y nos volví a tapar. Se dejaba mover con tanta facilidad, era un encanto. Tomé su mano y se la puse entre sus piernas.

-¿Sabes tocarte mi niñita?

-Si papi, me sé tocar.

-¿Has estado haciendo cochinaditas cuando estás sin tu papi?

-Sí papito, soy una cochina. Soy una cochina papi. ¿Me vas a castigar?

-¿Por dónde quieres que te lo meta mi hijita?

-Por el culo papi por favor, méteme tu verga por el culo.

Se masturbo frenéticamente mientras le daba unas palmadas fuertes en el poto y se lo volvía a meter por donde me pidió, igual de despacio que como ella había hecho encima mío.

-Toma cochina. ¡Toma, toma y toma!

Antes de que se lo metiera una segunda vez dio un grito sordo apretando los dientes. Seguí dándole mientras ella no paraba. Empezó a llorar y a reírse, despacio pero sin control. Habrá tenido unos cinco o seis orgasmos al hilo. Se lo seguí metiendo despacio mientras ella recuperaba el aliento y los sentidos.

-¿Qué fue eso?

-Eres multiorgásmica.

-¿Eso es algo bueno?

Parece que no aparecía en sus fuentes.

-Dímelo tú.

-Es muy muy bueno. Es lo mejor. No. Lo mejor es ser tuya.- Le di un beso en la mejilla desde atrás. De un salto se dio vuelta hacía mí y me lo tomó en su mano una vez más. -¡No has terminado! Perdóname.

-No te preocupes, yo sabré cómo terminar.

Me puse de espalda, le tomé la cabeza de la manera más grosera y se la metí adentro de la cama. Ella se lo supo tragar con habilidad. A dos manos me masturbé con su cabeza, los mismos movimientos, la misma intensidad que al concluir una por mi cuenta. Terminé rápido. Supe que estaba tragando y haciéndome con su boca lo mismo que yo me estaría haciendo con la mano. La solté y se quedó un rato, tomándolo y dando los toques finales a su trabajo. Cuando subió su pelo era una maraña y su cara irradiaba calor. Tomé de nuevo su cabeza, está vez para besarnos. Esta vez sí nos besamos. Movía la cabeza de una manera que me decía cuanto quería seguir. -Mañana hay que trabajar.

-Sí.- Apoyó su cabeza en mi pecho, ya más calmada. -Sabes, desde el primer momento en que te vi supe que quería ser tuya. O sea, no lo sabía realmente, no sabía lo que significaba, pero ya era tuya.

-Eres la más preciosa de mis pertenencias.

Se dio vuelta y se acurrucó en mis brazos. Sus ímpetus quedaron en el pasado mientras nos quedábamos dormidos rápidamente.

5. El turista

Me desperté un poco antes de que amaneciera. Whatsappee con mi esposa, contándole de la lluvia, de que me mojé pero que ya todo estaba bien. Andrea se despertó. Se abrigó con calma.

-Me ducharé ya, así nadie me molesta.

-Dale.

Ni buenos días, ni besitos ni nada. El anticlímax de la mañana después. Incluso me acordé que hace tiempo que no almorzaba con la gente del banco. ¿Qué mierda me importaba la gente del banco?

Mi ropa estaba mojada, pero no tenía otra que ponérsela. Por lo menos ya no estaba estilando. Ella volvió del baño con su ropa de diario y el pelo mojado, no daba señales de frío. Yo estaba tiritando en mi ropa mojada. Con 20 años de menos estaría feliz de la vida, pero a mi edad temía por lo menos un resfrío fuerte. No estaba seguro si las endorfinas de ser su dueño iban a ser suficientes.

Se vistió y se arregló con cuidado mientras aclaraba. Iba a estar despejado, por lo menos en la mañana. Verla vestirse, acomodarse la ropa para lucir bien, pintarse con buen gusto, no para desfile como otras, me subió el ánimo y pensé que quizás no me enfermaría, por lo menos no hasta subir al avión.

Sacó el celular que había dejado cargando y desenchufó el cargador. Ahorrativa. Era un iPhone 3, difícil de conseguir ya. Estaba al día y sabía que no hacía falta gastar en un equipo; equipo, concepto de mi generación, pudiendo reproducir desde el celu.

-Quiero puro llegar al hotel y ponerme ropa seca.

-Lo siento.- Su cara de tristeza lo decía todo. -En la esquina donde tomo mi desayuno hay un carrito de mates medicinales. Quizás te puedan dar algo.

-Ya, lo voy a probar.

Salimos a la calle donde un viento helado se me coló entre la piel y la ropa mojada, haciéndome tiritar sin control. Ella se veía tan triste, a punto de llorar.

Fuimos directo al famoso carrito. Le habló a la señora del carrito como quien le habla a un médico. Me tomé lo que me prescribió de un trago. Estaba caliente y tenía un fuerte sabor amargo y una consistencia viscosa. Me salió vapor de la boca e inmediatamente me sentí mejor. La ropa mojada era sólo incomoda. No sé si curaría el cáncer como decía uno de sus carteles, pero de que me sentí mejor, me sentí mejor.

-Gracias- le dije, y por extensión a Andrea también. -Oye, muy buenas tus agüitas. Hoy nos vamos a juntar a la hora de tu almuerzo largo en la plaza Abaroa. Chao.

-Chao.

No te preocupes, ya me siento mucho mejor.

Volvió a sonreír después de varias horas.

Nos encontramos puntualmente en el lugar señalado. Yo ya estaba recuperado y verme en buena forma le devolvió la risa a su cara. Nos sentamos en un banco a comer un par de salteñas cada uno que ya tenía listas y un jugo en caja. Un contraste con invitarla a almorzar o comer, pero que a ella le hacía igual de feliz.

-Parece que hoy vamos a tener buen tiempo.- dije.

-Qué lástima.- dijo con una tímida risita.

-No hace falta que llueva.- repliqué con un guiño.

-Claro que no, no hace falta.

-Claro que igual nos vino muy bien. Me gustó la forma en que se nos dieron las cosas.

-A mí me encanta como se nos están dando las cosas.

Caminamos cuesta arriba. No me preguntó a dónde íbamos.

-¿Habías venido antes por acá?

-No, es lindo.

-¿Nunca antes habías estado en Sopocachi?

-Sí, en Sopocachi sí, pero no por aquí.

El montículo me servía de guía. Ella subía con bastante más agilidad que yo. Haber hecho atletismo cuando joven siempre me ha servido. Me he vuelto sedentario pero con cuidado de no dejarme para gordo. Puedo subir varios pisos de un edificio feliz de la vida, lo hago seguido en la oficina. Pero a estos metros sobre el nivel del mar, es como que haya sido el guatón más charcha toda mi vida. Unas escaleras que servían de atajo fueron un obstáculo que sortee con esfuerzo. Ella me esperaba sin comentarios, sólo con su sonrisa, sin hablarme para que ahorre mi escaso aliento.

Llegamos a la puerta, único rasgo en una larga y monótona pared celeste. Ella sólo sonreía.

Lo que más me gustaba de este lugar era la calefacción. La iluminación indirecta también estaba bien lograda. Hasta ahora la había visto siempre con pantalón de trabajo, trajes de dos piezas de una variedad bastante limitada por lo que pude ver de su closet, a la que le sacaba un provecho increíble.

Se sacó la chaqueta y la colgó de una percha.

-No te sueltes el pelo.- Hoy en vez de llevarlo suelto usaba un moño. Se siguió desvistiendo y dejando ordenada su ropa. – Quiero que salgas de aquí limpia y ordenadita.

-Sí.

Ya desnuda, se sentó en la cama doblando una rodilla. A veces parecía que me leía la mente. Se acariciaba el muslo de la pierna que tenía doblada, con su sonrisa entreabierta.

Me arrodillé al lado de la cama y me puse a besar por donde pasaba su mano. Me acordé de Coco Chanel, Una mujer debería usar perfume donde quiere ser besada. Me gustaba su olor, y en ese mismo instante me estaba gustando mucho, fresco, me recordaba todo lo bueno del olor a tierra mojada del sur. Antes de seguir idealizándola con más clichés tenía que ponerse algunos perfumes para mí. Al igual que en sus senos, los besos en sus rodillas y muslos dieron paso a la lengua. Dibuje figuras con suaves trazos de saliva. No abrió sus piernas, esperaba a que con mi cabeza diera la señal.

Me puse de pie.

-Desvísteme. Tu sabes cuidar mi ropa mejor que yo.

Para que me saque los zapatos me senté en la cama. Para sentarse en el suelo lo hacía sobre sus talones, manteniéndose erguida, luciéndose de la mejor manera. No me lo tocó, apenas le sonrió cuando saltó erecto al bajar mi calzoncillo. Volvió a la cama en la misma posición inicial.

Volví a arrodillarse en el suelo y esta vez mis manos sí le dieron la señal para que abriera las piernas. El que su vello púbico fuera liso hacia menos molesto los que se pudieran soltar. Una mujer puede aparentar ser virgen pero no nulípara. El interior de sus muslos sintió ahora el roce húmedo mejor dirigido de mi lengua.

-Échate de espalda.

La ginecología no es lo mío, pero ver su pecho levantarse según por donde pasaba la punta de mi lengua sí lo era.

-Tócate los pezones.

Puse un dedo a mojarse con los líquidos que empezaba a hacer fluir, estimulada por mi lengua, que con su punta le hacía cosquillas cada vez más fuertes en su clítoris, mientras mi dedo lubricado daba vueltas alrededor de su ano. Cuando se secaba volvía a la fuente y con mi lengua no cerraba la llave. Ella sólo gemía, ya había aprendido que estaba demás pedirme que le hiciera alguna cosa. La estimulación doble fue una linda sorpresa para ella. Yo levantaba la cabeza para ver lo duro que tenía sus pezones negros entre sus dedos finos y el arrebato en su cara con los ojos cerrados y la boca abierta.

-Te tocas los pezones y sientes cómo es que tu papi te los pone duritos con su lengua.

-Sí papi.- dijo entre jadeos.

Me retiré y me subí a la cama. La traje a mi lado, acostados a lo largo de la cama. No es que yo tuviera suficiente fuerza para moverla, menos levantarla al vilo; si no que ella sabía ponerse liviana como una pluma en mis manos y su cuerpo se movía al unísono con mis deseos.

-¿Que quiere mi niñita linda?

Yo acariciaba su brazo y ella con su mano mi pecho.

-Quiero tu verga papito, quiero tu verga por favor papito lindo.

-¿Sí?

Le di mi lengua y la tomó con ansias, como sucedáneo.

-Sí papi.- dijo al poder su boca volver a formar palabras.

-¿No has tenido ya suficiente verga últimamente?

-No papi, nunca es suficiente, siempre quiero más.

Le puse mi dedo en su boca y lo chupó apurada.

-Eres una mamoncita cochina.

Me lamía los lados del dedo.

-Si papi, soy una cochina, una cochina mamona.- Lograba cerrar la boca para decirlo.

Acaricié su mejilla con mis dedos húmedos. Seguía con los ojos blancos y la boca abierta. Le pegué una cachetada.

-Cochina.

-¡Sí papi, soy una cochina!

Tenía su lengua afuera, como esperando algo.

-Perra cochina.

La puse de espaldas, me senté en su pecho sosteniendo un poco mi peso con mis piernas y le di dos cachetadas más como latigazos en cada mejilla. No tengo fuerza en los brazos como para hacer daño con cachetadas ni quería hacerlo, pero suficiente para que suenen y ardan si son varias.

Ya no contestaba, sólo empezó a dar unos chillidos de baja intensidad, apretados y largos. Le di unas cuantas cachetadas más y luego pasé mi lengua por sus mejillas, sintiendo lo encendidas que estaban quedando. Sus chillidos suaves se intercalaron con jadeos.

Era muy agradable la temperatura ambiente de la pieza, podíamos estar desnudos tranquilamente en la cama.

-¿Querías verga puta de mierda?

Levanté mi cintura y la baje sobre su boca abierta, esperando. Con su cabeza debajo de mi cintura abrió la boca y se lo metí y saque varias veces, con fuerza persistente. – -¿Ah? ¿Querías verga mierda?

Me salí de encima de ella y me acosté a su lado. La tomé en mis brazos.

-Mi niñita linda, tu papi te va a dar todo lo que tú quieras mi princesita.

-Gracias papi.

-Y usted mi niñita linda, ¿Le va a hacer a su papi todo lo que él le pida?

-Sí papi, todo lo que usted quiera, todo todo todo.

-Ahora se va a tomar su lechecita mi niña linda.

-Sí papi, toda mi lechecita, toda todita toda.

Tenía su hermoso, largo y negro pelo otra vez revuelto.

Esta vez en vez de inclinarse sobre mí, se fue caminando sobre la cama de rodillas, dándome miradas mientras se colocaba entre mis piernas. Se puso de guata con las piernas flectadas, sus pies hacia arriba. Lo tomó mirándolo mientras lo frotaba, mirándome, lamiéndolo cuidadosamente antes de metérselo a la boca, primero sólo la cabeza, luego progresivamente más profundo, sacándoselo de rato en rato para volver a lamerlo, inspeccionarlo como si estuviera evaluando cuán bien le había quedado, preguntándome con la mirada si lo estaba haciendo bien, para volver al ataque. Le estaba gustando mucho lamerlo, tanto que se entusiasmó y siguió de largo hacía abajo para lamerme los testículos mientras me lo frotaba suavemente. Interrumpía su lamido para volver a metérselo a la boca. Al extender su lamido hacía los lados mis expresiones de aprobación le guiaron sin palabras para seguir hasta la ingle, donde descubrió una área desconocida para ella donde podía complacerme aún más. Fue de lado a lado, de la ingle derecha a la izquierda, mirándome entremedio, metiéndoselo a la boca como para no dejarlo de lado, aunque no lo soltaba de su mano en ningún momento. Sí lo empezó a dejar de lado cuando se le ocurrió no interrumpir su lamido para cambiar de lado, lamiendo en el camino. No cerraba mis ojos por largo rato, prefería ver el meneo de su potito y de sus pies en el aire. La evolución de mis gemidos le inspiró para seguir aún más abajo, recibiendo una inmediata y entusiasta confirmación de lo acertado de su idea. Sus lamidos se volvieron un rápido cosquilleo y también una presión. Dejando el área bien mojada, se chupó el dedo índice y empezó a frotarlo y presionar. Nunca había encontrado traumante la visita periódica preventiva al urólogo, pero eso no significaba que quisiera replicarla con ella. Bastó un escueto No para que retomara sus atenciones en la forma anterior. En medio del placer que me estaba dando, no dejé de recordar nuestras responsabilidades.

-Ya es hora de tu lechecita mi niña hermosa. – estimé.

Asintió con un m-hu, sin articular palabra, y se dirigió a tomar en su boca la fuente de su alimentación. Se la di sin más trámite.

-No te lo tragues.

Me miró con la boca bien cerrada. Me erguí, sentándome inclinado. Ella me dio el espacio y se sentó sobre sus talones, en la que ya había aprendido de una manera completamente autodidacta que era mi vista preferida.

Ahora déjalo escurrir por tu mentón.»

Abrió un poco la boca. Había perdido bastante viscosidad al mezclarse con su saliva y bajo con facilidad, goteando sobre sus muslos cerrados. Dio una risita muda.

-Ahora espárcelo bien.

Se acarició los muslos, limpiándose las manos en la guata.

-Límpiate la cara ahora. Esa lechecita ahora te la vas a tomar.

Sabía que esa limpieza era con sus dedos y que sólo la podía tomar lamiéndoselos.

-Vamos a ducharnos. Tienes que quedar limpiecita para tu trabajo.

Volvió a asentir con un «m-hu», pero ahora al sonreír con la boca abierta pude ver que le quedaban restos adentro. Al levantarnos de la cama, la abracé y nos besamos con cierta cautela. No quería compartir con ella pero sí quería que supiera que no la consideraba sucia por lo que había hecho, a pesar de los apelativos que le daba.

-Soy una perra bien cochina.- me dijo entre risitas.

-Ahora vas a quedar limpiecita.

Nos duchamos por turnos. Aunque estábamos con tiempo, si seguíamos jugando íbamos a dejar de estarlo.

Se vistió con cuidado, usando el espejo ancho de cuerpo entero, puesto allí con otra intención primaria.

Salimos a la calle.

-¿Postre?

-Por mí no, ya tuve todo el postre que quería.

6. El vestido

Le pregunté por la ubicación de su trabajo y le dije que nos juntáramos en El Prado, bajando derecho desde ahí, en la vereda para ir al sur.

Puntuales como siempre, nos subimos a un radio taxi y nos fuimos a de San Miguel.

-Vamos de compras.

Tengo el presupuesto como para darme algunos gustos caros, no muy seguido.

Caminamos a una boutique elegante.

-Quiero que te elijas un vestido de noche. Tú tienes buen gusto así que sé que vas a saber elegir bien. Quiero que brilles.

La deje en la puerta.

-Me llamas cuando estés decidida. Tómate tu tiempo.

Me fui a pasear. Entré al KeTal a puro mirar. Me vi de lejos con Guillermo, del banco. Iba con sus nietos y su señora.

-Matías, hombre, ¿Qué haces por aquí?- Me dio la mano y me saludó con gusto. -Nancy, él es Matías, el asesor del que te hablé. Matías, Nancy, mi esposa.

-Mucho gusto Nancy.

Él sabía que siempre me quedaba en el hotel, sin la pregunta de qué hacía ahí era retórica.

-Vamos a tomarnos una cosita hermano. Celebremos esta sorpresa.

-Anda nomas Guille, yo me quedo con los niños.

-Te llamo en un cacho Nancy. Vamos.

Me llevó a un resto-bar ahí cerca.

-Yo sé que prefieres no tomar en la altura, pero te recomiendo probar el Ajayu, vamos hombre, no te va a hacer mal. Todo lo contrario. Manuel,- era un habitué, -sírvele a mi amigo medio Ajayu.- La mitad. Igual la oferta era tentadora.

Conversamos animadamente. Guillermo era de los con que mejor me llevaba en el banco. No solo era muy simpático, además era un hombre cultivado y sencillo. Notablemente se había mantenido en un cargo de responsabilidad sin tener padrinazgo político, un testimonio a su madura capacidad.

Nos interrumpió un mensaje de texto en mi celular. Andrea estaba lista. Titubee.

-Lo siento Guillermo, me tengo que ir.

El me miró extrañado primero, luego formó una sonrisa picarona y cómplice.

-¡Bandido!- Más le hubiera llamado la atención que no tuviera una canita al aire. -Anda carajo, no la dejes esperando. Ya me parecía raro.

Sólo retribuí su sonrisa. Cuando hice el ademán de pagar, tuvo la predecible respuesta hospitalaria.

-Qué te pasa rotito, andá de una vez. Habíamos desarrollado una cómoda confianza.

Se veía esplendorosa. Era un vestido crema de espalda descubierta que le llegaba sobre la rodilla, con diseños geométricos bordados en rojo. Los pliegues en el pecho le lucían muy bien.

-Tengo un par de zapatos que combinan.

-Bien, muy bien. Tienes muy buen gusto.- Fue a cambiarse. Cuando volvió y la estaba esperando con su bolsa de la tienda, se le escapó un gesto de tristeza.

Cuando salimos la interpelé.

-¿Qué pasa?

Suspiró.

-No te enojes por favor. Lo que pasa es que me da vergüenza que gastes tanta plata en mí.

No habíamos hablado del precio. Caminé pensativo a su lado mientras ella miraba al suelo y a mí, aproblemada, arrepentida, confundida. Era un tesoro, una joya.

-Mira. Eres de mi pertenencia. Si te elegí es porque eres digna de mi atención. No sólo eso. Quiero mostrarte, no te quiero tener escondida, guardada. Quiero que te luzcas mía, quiero que lo mío sea de lujo, deseable. Quiero llevarte como algo preciado, no como cualquier cosa. No te tengo como algo barato. Tú has superado mis expectativas y deberías estar orgullosa de eso.

No se pudo contener.

-Perdóname, soy una tonta.

Se le quebró la voz. La abracé. Su cuerpo temblaba ligeramente al llorar contra mí.

-Está bien. Tenía que decírtelo, no tenías como tenerlo claro. Te perdono. Además tampoco eres tonta. No hubiera pasado más de una noche de sexo con una tonta.

La separé un poco. Secaba sus lágrimas. Sacó un pañuelito de papel y se apartó para darse vuelta y sonarse. Su sonrisa iba volviendo.

-Vas a ver, vas a ser la perra cochina más elegante de toda La Paz.

Me abrazó riendo de todo corazón.

A una distancia pasaron Guillermo con su señora. Él se hizo el huevón, ella me lanzó una mirada de severas censura.

7. La india

-Ahora vas a modelar tu vestido nuevo.

Después de comer en el mismo resto-bar tomamos el radio-taxi para ir a su pieza. No hacía falta que supiera si íbamos a ir o no, siempre la mantenía impecable.

Con la naturalidad de siempre se sacó su traje de oficinista para ponérselo. Se dio unas vueltas, feliz, mirándose en un espejo de medio cuerpo en la puerta de su armario. Sacó y se probó los zapatos de los que habló. No me preguntaba por mi opinión, le bastaba saber que confiaba en su buen gusto y que era un placer verla. Subió a su cama para sentarse de rodillas. Se subió el vestido un poco para mostrar sus muslos con las manos entre sus piernas.

-Lo tenemos que cuidar, no podemos hacer nada que lo pueda arrugar, menos manchar.

Se rió.

-Sólo te lo quería mostrar cómo te gusta verlo.

-¿Cómo has sabido tan bien lo que me gusta sin que te lo diga? ¿Sabes leer mi mente?- Le dije en tono de broma.

-No sé, no te lo sabría decir, lo sé nomas. Me fijo en tu cara y lo sé. Quizás pensamos parecido, no sé, es raro, nunca lo había pensado, me sale nomas.

Quizás. Seguro. Quizás estábamos pasando por un episodio de sincronicidad singular.

-Te hacen falta unos vestidos y faldas corrientes, que no importe si se manchen o arruguen.

No hacía falta decir que esos se los iba a comprar ella, para mi próxima visita.

Se levantó, se quedó en ropa interior y guardó el vestido con sumo cuidado.

-Gracias, y perdón por haber sido tan tonta.- Se detuvo y se corrigió. – No, no soy tonta. Pero hice una opería. Y ya me perdonaste. Gracias por todo, sólo te quería decir eso. Gracias por ser mi dueño. Gracias por querer lucirme. Gracias por haberme elegido para ser tuya.

Hablábamos de pie, frente a frente, ella de pie, yo vestido.

-Pero dime una cosa. ¿Por qué crees que te elegí?- le pregunté mientras se cambiaba.

Se detuvo un momento para pensar. Era común en ella tomar una pausa antes de hablar, por breve que sea. Buscaba la palabra apropiada para lo que quería decir. Una conducta que está lejos de ser extendida.

-No sé. Pienso que como eres extranjero te gusta mi tipo.

Me senté en su cama.

-Y si fuera de acá eso no sería así.

-No.

En esa no titubeó.

-¿Cómo describirías tu tipo? En una sola palabra.

Se sentó al lado mío antes de decir con vergüenza -India.

-India, no chola.

-No, eso es distinto.

-¿Y eso te hace menos deseable?

-Para joder no, aunque casi no tengo senos ni cintura,- Lo que estaba diciendo era que no tenía el cuerpo de una Yayita. -pero para una relación seria no puedo esperar algo muy alto. Pero yo sé que contigo es distinto. Tú me has hecho tuya de verdad y eso para mi siempre va a ser verdad. Me puedes botar e igual voy a seguir siendo tuya, y como soy tuya también me puedes volver a tomar cuando quieras.

-Y te puedes meter con otra persona y seguir siendo mía.

Eso caló hondo. Una prueba muy exigente de pertenencia.

-Sí.- Contestó con convicción. -Soy tuya no importa que sea lo que hagas y no importa que sea lo que yo haga, siempre que no vaya en contra de lo que tu quieres.

-¿Y qué dice sobre tu belleza el que tu aspecto sea un obstáculo para tu movilidad social y al mismo tiempo me seas deseable para hacerte mía?

Pausa.

-Pues que a pesar de ser fea para la gente, también puedo ser linda para otra persona. No, espera. No para la gente, para esta gente. Y no para otra persona, sino que para otra gente.- Ya no me sorprendía, no me esperaba menos de ella. – O sea que no se puede ser linda para todo el mundo, porque lo que para unos es linda, para otros es fea, y al revés.- Esa claridad y perspectiva ya la tenía desarrollada en todos los otros temas que habíamos tocado, pero el de la belleza femenina había sido un obstáculo invisible e infranqueable hasta ahora.

-Claro, hay mujeres que por ser rubias, aquí les llaman una rubia despampanante, pero en lugares donde ser rubio es corriente, serían consideradas ahí no más.- Y con aquí yo estaba incluyendo a Chile.

Se quedó dándole vueltas un rato.

-Es tarde, me voy a ir.

Me paré. Me miró sonriendo. Nunca me iba a pedir que me quede, ni que me fuera por mi bien. Se paró también y se puso su camisa de dormir, no para seducirme y que me quede, no. Me iba porque era tarde, entonces era hora de acostarse. Cómo no le da frío pensé. Pensamientos de viejo. Y ella podía fácilmente ser mi hija, sólo un poco mayor que Felipe.

-Pero no me voy a ir sin mi besito de las buenas noches.

No era un código preestablecido, me entendía sin necesidad de acuerdos previos.

8. El cinturón

Hablé con el administrador del hotel. Le presenté el negocio. Ellos podían revender mi habitación, pero la factura tenía que seguir a mi nombre. Acordamos sin demasiada discusión el porcentaje en que nos repartiríamos ese ingreso extra. La reserva iba a seguir a mi nombre y les dejé mi número por si cualquier cosa. Tenían bastante ocupación así que no iban a faltar interesados en una oferta sin factura. Dejé mi maleta en recepción para pasar a buscarla al volver.

Dejé de tocar temas íntimos en lugares públicos, aunque seguía dándole órdenes en vez de acordar.

Una noche tenía una sorpresa para ella.

-Yo sé que si te digo que no hagas mucho ruido, no lo vas a hacer. No quiero ir tan seguido al Turista. Pero al mismo tiempo me gusta como pierdes el control de tus actos, así que por seguridad te voy a presentar una técnica que te va a gustar. Desvístete.

Tomé uno de sus calcetines sucios, no podía estar muy sucio porque lavaba seguido su ropa, y ahora mi ropa interior, en el lavadero común del edificio. Lo enrollé como se hace con uno limpio y se lo metí en la boca. Lo aseguré con uno mío por atrás de su cabeza.

-Prefiero no amarrarte. Me gusta más verte tomar mis maltratos sólo con tu voluntad, tu voluntad que es mía. Si te estoy haciendo algo es porque es mi voluntad que lo recibas.

La toque abajo. El sólo hecho de ser amordazada ya le había puesto húmeda.

La dejé de pie. Me saqué el cinturón. Lo hice sonar entre mis manos. Su mirada era de súplica, pero no suplicando que no lo use. Por supuesto que no usé la hebilla, no me gusta la sangre. En su piel quedaban las marcas rojizas del golpe. Sus gritos mudos me entusiasmaban aún más. La parte alta de los muslos son de una sensibilidad exquisita. Me concentré en las partes más acolchadas. En primer lugar los glúteos, después el reverso de los muslos y algo también le llegaba en la espalda.

Aftercare.

-¿Quién es la princesita más mamona de papi?

La tenía abrazada, echado con ropa en su cama. Ella se había tapado con una frazada. Irradiaba una satisfacción alegre.

-¡Yo papi, yo! ¿Soy yo papi, soy yo tu princesita más mamona papi?

-Si mi princesita, eres tú.

Me abrazó fuerte, yo seguía acariciando su espalda con la marcas que decían tengo dueño. Marcas carmesí que se desvanecían de a poco. Para mañana en la mañana la ducha le ardería un poco, como recordatorio de su pertenencia.

-¿Matías?

Había empezado a usar mi nombre.

-Dime.

-Gracias. No tenía ni idea de que se podían hacer estas cosas tan lindas, y por ser tuya lo estoy aprendiendo.

-Te estoy volviendo de mayor valor como pertenencia mía. Vales más que mi auto. Si sigues así vas a llegar a valer más que mi casa.

-Eso es lo que más quiero en esta vida. Ser digna de ser tuya.

¿Cómo pude tener tanta suerte? Tener una amante que aceptase sumisamente ser humillada hubiese sido tan distinto, totalmente distinto.

-¿Puedo darte las gracias cada vez que sienta que debo hacerlo? Tengo miedo de que pueda ser fregada.

-Hazlo nomas. Puedes tomar la iniciativa para hacer cosas así. Sé que lo vas a hacer sólo cuando te parezca apropiado y confío en tu juicio para ser una buena pertenencia. Y si no quiero, te digo no más.

-Gracias. Quisiera poder estar orgullosa de ser una pertenencia de valor para ti, si es que no estoy pasándome por tener orgullo.

-Ese es un buen orgullo, puedes tenerlo.

-Gracias.

-Sé que va a bastar un gesto para que sepas si debes dejar de hacer algo.

-Sí. ¿He sabido obedecer sin que tengas que decir nada?

-Si, es algo que haces muy bien.

-Gracias.

-¿Puedo mamártela de nuevo? Cuando la tienes blanda y se te pone dura dentro de mi boca me siento tan bien.

-Dale, muéstrame quién quiere ser la mejor mamoncita del mundo para su papi.

-¡Yo papito, yo! Yo quiero aprender a ser la mejor mamona del mundo para mi papi.

9. La joya

Antes de irme esa noche le dije que al otro día, camino al aeropuerto, nos íbamos a juntar a almorzar en la misma confitería de la primera vez. No expresaba pesar por mi partida, sólo alegría por mi llegada.

-¿Cuánto te pagan?

-2.500.

Un poco más que el mínimo, y eso que era titulada.

-Quiero que te hagas valer. Yo soy tu dueño, ellos no, ellos son tus empleadores. No necesito que me lo confirmes, sé que si te vas les va a costar mucho encontrar a alguien como tú. Responsable, confiable, cumplidora, minuciosa, honesta, trabajadora, esforzada y más encima te llevas bien con tus compañeros de trabajo.

No bajó la cabeza ni se avergonzaba, estaba seria, imbuyéndose de un nuevo personaje.

-Bien.

Mostraba toda la actitud que le estaba pidiendo.

-Cuando nos volvamos a encontrar aquí para el almuerzo del martes en dos semanas más, vas a haber conseguido un aumento.

En las calle nos despedimos con un beso, no un besito. Sin hacer escándalo, corto pero no un piquito, un momento que no dejaba dudas.

De la misma manera nos saludamos en nuestro reencuentro. Tenía grandes noticias.

-¡Me subieron a tres mil!

No era mucho, pero era algo.

-¿Cómo fue?

-Facilísimo. Mi jefe me miró y así, de una vez, me dijo que bueno, que me iban a pagar más. Fue como que lo estaban esperando.

-¿Estabas nerviosa?

-Nerviosísima, más que la primera vez que nos vimos. Cuando nos sentamos aquí esa vez ya me hiciste sentir más segura. Pero con ellos no demostré nada, nada de nada.

-Sólo seguridad.

-Sí, mala. Nunca había sido así. Me gustó.

-No vas a dejar de hacerlo.

-Gracias.

-Es mi placer.

Se sonrió con mi referencia a nuestro primer encuentro.

Nos juntamos después del trabajo para ir de shopping de nuevo a San Miguel.

-Te vas a elegir joyas. No diamantes ni oro. Plata y piedras semipreciosas. Lo que importa es la calidad del diseño. Aros y collar. También pulsera si encuentras algo que venga bien.

Se lo tomaba muy en serio.

Mientras adelantaba mi trabajo en el café, me llamó.

-No te los pongas. Haz que te los envuelven ahora.

Fui a pagar. No los abrí, llevamos el paquete con las cajitas en una bolsa. La maleta ya la había dejado en la recepción de mi ex-hotel. Fuimos a buscarla. Estaba un poco confundida. A medida que se le fue aclarando su sonrisa explotó.

-Ahora te vas a probar tus nuevas adquisiciones. Veamos cómo hacen juego con el vestido.

Mi maleta todavía estaba en la esquina de su pieza, de ahora en adelante la pieza. Viajo liviano, un equipaje de mano de los chicos.

Le quedaban muy bien. No sólo hacían juego con el vestido, también con su piel y su cuerpo. Iba a mantener esa plata brillando.

-Muy bien, va a ser un gustó lucirte así. Te puedes sentir orgullosa.

-Me siento muy orgullosa. Soy feliz de saber que quedas bien luciéndome así.

-Ahora quiero saber cómo te ves sólo con la cadena, los aros y la pulsera.

No hizo falta ni alguna indirecta ni una mirada decidora. Ella sabía perfectamente que quiere decir sólo con.

Bien. Aún mejor así. Capaz que quiera mostrarte así también.

No hizo ningún comentario al respecto, pero su sonrisa confirmaba que sólo hacía falta que fuera mi deseo para que ella pusiera todo su corazón detrás de ser mostrada como mi pertenencia.

Sin instrucciones, interpretando mi silencio y mi mirada, se acercó para desvestirme. Esta vez prodigó sus atenciones desde un principio. Una vez listo, supo ponerse de tal manera que era yo el que tomaba la iniciativa y la decisión de cómo ponerla. Sabía ser dúctil.

Esta vez, en vez de llamarle perra la monté. Su pelo me sirvió de rienda. Levantaba la cabeza según la tensión que imponía, manteniendo siempre la espalda concava, lordótica. Al caminar su postura era normal, pero conmigo no dejaba de acentuar sus caderas estrechas de esta manera. Emitía una A a la que le sólo le faltaba una Y para ser un Ay de dolor. No que hubiese evitado el dolor en mis manos, pero mi gusto por su placer tenía un límite en ese respecto. Sabía cuándo moverse y cuando quedarse quieta para ser cómodamente de mi uso. Sabía que me gustaba ver como después de un buen rato de haberla disfrutado, perdía el control y buscaba con ansias lo que quería y donde lo quería. Era una linda ocasión para hacerla sufrir negándoselo.

-Papito, no seas malito, papito, dame tu verga por favor.

De rodillas, gateando, abriendo la boca, sacando la lengua, estirando la mano. Levantando la cintura con la cabeza en el suelo.

-Por favooor, méteme la verga en el culo por favor, papi por favor, quiero sentir tu verga abriendo mi culito por favor, mi culito quiere verga, ay que rico, mi culito quiere verga.

La invitación no era sólo la directa, también era una excelente ocasión de darle palmadas por ser una mamona tan calentóna, cachetadas por ser tan cochina.

Si papi, estoy recaliente, soy tu mamona caliente.- Por ser una puta barata. -Papi, metele tu verga por el culo a tu puta barata por favor. Usame, usame como tu puta barata.

Una vez cumplido el propósito de sus ruegos y de satisfecha mi necesidad básica me acosté con ella mis brazos. Las joyas seguían dándole brillo, tenue por la luz del farol.

-¿Soy rara?

-Te sorprendería. Hay grupos, sociedades, de hombres y mujeres que se juntan exclusivamente para excitarse infligiéndose dolor y humillandose de distintas maneras. Unos juegan el rol de amos y castigadores y otros el de esclavos. Lo hacen porque les gusta. Hay hombres que a falta de un grupo así, le pagan a una prostituta para que se ponga algún traje y les humille y les dé correazos.

Este breve relato le despertó apetitos desconocidas pero en formación. Sentí las señales de que su cuerpo se estaba preparando para una posible sesión de esas prácticas.

-¿Tú lo has hecho alguna vez?

No podía interpretarlo de otra manera que como su curiosidad natural.

-En la U, un par de veces, pero no me gustó. Le encontré como muy actuado.

-Pero lo que tú haces conmigo no es así, ¿no?

-¿Tú estás actuando que eres mía?

-No, es lo que soy, lo que realmente soy.

-Por eso es diferente, no tiene nada que ver. Es muy distinto ser un amo castigador que ser dueño. Pero también hay otras que se vuelven por gusto propiedad de un hombre.- Lo había leído por ahí, ahora que lo pienso, fueron relatos inspiradores. -Son grupos a los que le gusta denigrar a todo el género femenino. El que seas mujer y yo hombre no aporta a que seas de mi propiedad. No me gustan los hombres, tuve un par de impulsos de ese tipo cuando joven, pero no llegó a ser algo propio. Pero si quiero que surjas en tu trabajo es porque creo en tu capacidad como mujer.

-En el trabajo están diciendo, qué le pasó a esta. Si supieran.

-No entenderían. Pensarían cualquier otra cosa.

Interés, amor.

-Me da lo mismo lo que digan, que estoy loca, que soy rara, o cuánta gente hace lo mismo. Solo me basta ser tuya.

Contuve una expresión de ternura, solo le apreté el hombro.

10. El perfume

Mi primer despertar paceño fuera del hotel fue una prueba. La pieza era más fría, la cama más dura, la almohada menos mullida y las sábanas más ásperas. El baño y la ducha eran compartidos, el papel no era suave y el piso frío. Por supuesto que ella estaba consciente de esto, pero el que me demostrara satisfecho con el uso matutino de su cuerpo le dio paz. Entre que me iba a acostumbrar y que ella iba a seguir subiendo en la escala social, todo iba a estar bien.

El resto de mi visita transcurrió con la calma recomendable para un cambio así. Supo hacer todos los ajustes posibles y favorables a mi estadía. Pasé otra tarde y noche más estrenando sus vestidos baratos para usarla durante la vida cotidiana puertas adentro y otra mañana con ella dándome un buenos días de las maneras que más disfrutábamos.

En la siguiente visita continuó su entrenamiento. Era como una esponja, ávida de absorber todo lo que le ofrecía.

-¿Cómo te ha ido?

-Muy bien, ahora soy imprescindible y me respetan por eso. Claro que hay algunos que hacen como nada hubiera cambiado.

-Ignóralos, has como que no existen. Tu trato con ellos va a ser exclusivamente profesional. No discutas con ellos a menos que sea para que las cosas funcionen como deben. No los desacredites abiertamente, deja que ellos lo hagan solos. Van a ser tu mejor peldaño para subir. ¿Cuánto ahorras de tu sueldo?

-Mil por mes. A veces menos por imprevistos, pero la mayoría de las veces mil.

-Vas a invertir en ropa de mejor clase para tu trabajo. Confío en tu buen juicio.

Nunca nos faltaba tema de conversación. Cualquiera de los dos lo podía empezar. Actualidad, artes, historia.

-¿Estás estudiando inglés con ese curso que tienes?- Era tan viejo, que tenía espacios para unos cassettes que se le perdieron a algún dueño anterior

-Sí, cuando no estás.

Nunca quise que me tratara de usted. Se hubiera visto raro y me parecía un gesto innecesario. Su condición no necesitaba de esas formalidades.

Dejé ese último tema ahí.

Después del trabajo fuimos de nuevo a San Miguel. Esta vez la llevé a los perfumes.

-La señorita quiere conocer los perfumes que ofrecen. Sería tan amable de orientarla.

-Por supuesto caballero.

-Me avisas.

Las dejé y después de un rato me asomé furtivamente. Le estaba explicando lo del café para seguir conociendo.

Aprovechaba cada minuto para avanzar en mi trabajo. Me llamó y fui.

-No me logró decidir entre estos dos.

Mademoiselle de Chanel y Dark Crystal de Versace.

La miré sorprendido. Ella se preocupó por haberme metido en algo que le correspondía a ella hacer. Olía una muñeca, después la otra.

-Vamos a dar una vuelta y volvemos.

Salimos a la calle.

-Perdóname por favor. No me sentí capaz de tomar esa decisión, no sé qué me pasó. Perdóname.

-¿Cómo lo haces? ¿Tienes un pacto con el demonio?

-¿Qué quieres decir?

-Que leas mis gestos y señales mínimas es una cosa, pero estos dos perfumes. Desde que los conocí son mis favoritos en una mujer.

Lanzó su educada risita juvenil.

-No sé, te juro que no tengo ni idea.

Volvimos.

-Tienen muy buena fijación en su piel. Los dos.

Había comprado, iniciativa propia, una alfombra mediana. Así yo podía estar descalzo y de pie para usarla.

Apenas entramos le largué una cachetada. Limpia y sonora. Me miró sonriendo. Sabía que no la estaba castigando por algo que hubiera hecho mal. Era simplemente otra manera de usar mi pertenencia. Una forma que me gustaba por la respuesta que le incitaba. Sin palabras se desnudó y se puso el Versace. Sabía que ese era el para la noche, el para la intimidad.

-Desvísteme.

Se puso en el suelo para desamarrarme los cordones.

-Bésame los pies.

-Perdóname por favor por ser una perra inmunda.- Me dijo entre besos.

Cuando me los sacó la empujé con el pie para hacerla caer.

-Sigue.

Se paró para sacarme la chaqueta y la camisa. Las ordenó. Se puso de rodillas para sacarme los pantalones.

-¿Puede está sucia mamona caliente ponerse tu verga en la boca?

Dos cachetadas ahora.

-Sácamelo rápido.

Apenas me lo sacó le agarré la cabeza y use su boca con brusquedad.

-Así es como hay que tratar a las perras como tú.- Le agarré del pelo con una mano para seguir. -¿Por qué te gusta tanto la verga? ¿Ah?- No hizo ningún ruido. -Así hacen las niñas bien educadas. Nunca hablan con la boca llena. A menos que le digan lo contrario.- Se lo metí más fuerte y rápido, sofocándola e incluso dándole alguna arcada. -¡Contesta mierda!

Hizo ruidos ininteligibles con la boca llena.

-Perra cochina.- Y le seguí dando. Se lo saqué. Jadeaba por aire. La saliva mezclada con semen pre-eyaculatorio le chorreaba de la boca.

-Porque soy una puta, una puta barata y caliente. Siempre necesito verga.

-Anda a ponerte dos colette para que me sirvan de manillas.- La mandé con una cachetada.

Se veía encantadora. Les di uso inmediatamente.

-¿Para qué sirve esta boca sucia?- Está vez le permití hablar.

-Para mamarte la verga y para que la uses para vaciar tu semen.

Cada vez que paraba, una cachetada.

-¿Para qué más?

-Para lamerte el culo.

-¿Para qué más?

Se llevó otro par más mientras lo pensaba.

-Para decir por favor, gracias y perdón. Y muchas otras cosas más que me corresponden decir.

-¿Sirve para quejarse?

-No.

-¿Sirve para decir lo que te debo hacer y lo que no te puedo hacer?

-¡No, no, no!- Dijo desesperada. -Soy una cosa para tu uso, jamás podría decir algo así.

Todo intercalado con cachetadas.

Terminé de usarla. Me metí en la cama. Ella seguía sentada en sus talones, incapaz de tragar ni de mantener adentro el contenido de su boca, tan mal la había dejado mi uso. Le chorreaba por los lados de la boca.

-Ven a la cama. En otra ocasión te vas a quedar durmiendo en la alfombra como le corresponde a una sucia perra como tú.

-Gracias,- lograba articular con dificultad mientras se metía. -Gracias por dejarme usar tu cama. Gracias por darme de tu verga.

-Tanto te gusta. Creo que te podría compartir con un grupo de hombres para ver cuanta verga puedes manejar.

La abracé para dormirnos. Suspiro como diciendo, ¿Cuándo llegará ese día?

En la madrugada me desperté con una erección. Busqué sus nalguitas y se lo presioné entremedio. A medio dormir me lo supo recibir como corresponde y entre sueños se puso a gemir. Seguí mientras aclaraba. Le pude ver la boca abierta y los ojos cerrados.

-Papi, déjame mamártela por favor, papito por favor.

Le puse mi dedo en la boca y me lo chupó, tal como lo haría con su chupete más grueso. Después le puse más dedos y se los metí y saqué con fuerza. Metía ese ruido tan bonito. La di vuelta y bajó a satisfacer su deseo con desesperación. Dejé que me terminara rápido. No le di ninguna instrucción en todo ese rato. Volvió arriba a recostarse en mí.

-Gracias.

-¿Gracias por qué?

-Gracias por usarme para tu placer. Gracias por usar mis hoyos para tu placer. Gracias por usar mi culito para tu verga. Gracias por usar mi boca para echar tu semen. Gracias.

Nos volvimos a quedar dormidos una hora antes de que sonara el despertador.

11. El espumante

Ya era preferible que ella terminara la jornada lo más temprano posible y no alargar el almuerzo.

-Esta noche te voy a lucir.

En el restaurante panorámico de mi antiguo hotel iba a ser el estreno de mi pertenencia. Salimos de la pieza arreglados, ella con una chaqueta larga protegiendo su vestido y con zapatillas para cambiarse una vez ahí. Sus zapatos los llevaba en un bolsito. Estaba floreciendo su confianza. Podía brillar en un concurrido y elegante lugar público y no sólo nadie la iba a mirar feo, si no que su seguridad y desplante iban a atraer muchas miradas. Por ahora lo que más dirían es que es mi chola, pero eso no le iba a quitar lustre.

Su elegancia era la adecuada. Ni mucha, no había alfombra roja, era un día corriente; ni muy poca, no estaba vestida ni de trabajo ni para pasar desapercibida. Destacaba.

Ya sabía recibir las atenciones de un caballero con naturalidad. Comió con el recato de una dama pero con gusto espontáneo. Había estado tan lista para esto que su Pygmalión no tuvo que esculpir, sólo darle el soplo de la vida. No afectó mundo tomando vino chileno, pero le pedí un plato de buen maridaje con un notable espumante cuyano que supo apreciar al primer sorbo. No sólo apreciar si no experimentar su efecto en todo su cuerpo, efecto que tuvo una combinación afortunada con sus inclinaciones previas.

-Me encantó está champaña.

-Espumante, no es de la Champaña.

-Espumante. No sólo es rico. ¿Es normal que me haga querer agarrarte y hacer que me uses aquí y ahora?

-Eso es más que nada por la falta de costumbre que tienes, pero algo así se dice, no se si a ese grado.

Nuestra mesa tenía una vista privilegiada al Illimani y estaba retirada de oídos indiscretos. En sus ojos brillaba una malicia completamente nueva en ella.

-Perdona, no agarrarte, como pude decir eso, échale la culpa a la champaña, perdón, espumante. Yo no te puedo agarrar. Pero si quería contarte esto que me está pasando. Me siento especialmente lista para que me uses. No es que no lo esté en cualquier momento, pero ahora lo siento distinto, unas ganas distintas. No se, me siento como más cochina que de normal.

Su dicción era impecable, como siempre, pero tenía un tono de desinhibición nuevo.

-Yo lo llamo malicia.

-Malicia, que rico. Nunca me había mareado, pero no parece que es así lo que conocía como estar mareado.

-Claro que no, distintos licores producen distintas reacciones en distintas personas. Otro día quiero ver que te pasa con la menta frappé.

Su sonrisa fue de que ganas tengo de probar eso.

Cuando llegamos a la pieza se sacó los zapatos y se subió a la cama de la misma manera que cuando compré el vestido, sólo que ahora con un fuego descontrolado.

-No me gustas así.

Eso dolía más que cualquier cachetada o correazo. No estaba borracha como para importunarme largándose a llorar, pero no hacía falta, su cara valía un río de lágrimas.

-No quiero que estés caliente por efecto del alcohol. Me gusta cuando estás caliente exclusivamente por el hecho de que vas a ser de mi uso y para ser de mejor uso para tu dueño, cuando actúas completamente como una extensión de mi voluntad, no cuando tu voluntad está torcida por un tercer agente.

Inclinó la cabeza. No tenía nada que decir.

-Igual me gustó descubrir tu reacción a un buen brut, así que no te sientas mal. Me interesó verte así, y me va a volver a interesar. Solo que después de la observación no me vas a ser de otro uso por la noche.

Levantó la vista y se vio aliviada, librándose de la profunda congoja.

-Acuéstate como la gente.

Me desvestí y me puse un pijama.

-Es otra manera de serle útil a tu dueño.

-Que bueno, fue terrible pensar que te había decepcionado.- Volvió a sonreír.

-No, no me decepcionaste. Supiste hacer lo quería que hicieras, como siempre, como debe ser. Sólo que en casos así no vas a tener verga, así como te puedo dejar sin ella cualquier otro rato que quiera, por el motivo que sea y por el tiempo que me parezca. Tú tienes claro que no tienes ningún derecho sobre ninguna parte del cuerpo de tu dueño.

-Sí, lo sé. Me dejas probar de tu cuerpo sólo cuando a ti te parece, así debe ser.

-Entonces, si ahora no te voy a usar…- Hice una pausa de complete la oración.

-Soy feliz lo mismo por ser tuya.

-Si no fueras mía hubiera disfrutado unas cuantas noches de sexo contigo. Capaz que te hubiese tomado como amante. Pero esto es otra cosa, otra categoría.

-Así quiero yo, nada más. Sí me mareo y se me olvida, yo me voy a corregir. Gracias por ser mi dueño, por tener tanta paciencia conmigo y enseñarme tantas cosas.

-Quiero que sepas que cuando pienso en que tu voluntad es mía, en que me perteneces completamente, al tiro se me para.

Ahora estaba de nuevo feliz.

-Te pertenezco completamente. Me hace feliz saber que vas a hacer conmigo lo que quieras, cuando quieras y donde quieras. Soy feliz cuando puedo hacer lo que tu quieres que haga. Me gusta decir que soy tuya cada vez, a menos que te moleste que lo diga tanto.

La besé. Le hice el amor. Esa noche la use por primera vez para hacerle el amor. Amor inocente, tierno, puro, natural, amable, un amor que dice, estoy aquí, estás segura, estás en buenas manos. Amor considerado y generoso. Lo único que faltó fue decirle que la amaba. Se le pasó el efecto del alcohol y supo ser mi amada por esa noche, como sabía recibir todo de mi como lo que justo estaba queriendo.

Nunca me decepcionó.

12. La varilla

En ese almuerzo de despedida le dije.

-Cuando vuelva vas a tener tres varillas para que elija. Varillas de cómo de un metro de largo, de la rama de algún árbol. Flexibles, no seca que se rompa fácil, tampoco tan verde que no conserve su forma. Sácalas de donde haya árboles o arbustos, con luz de día, en lugares que no sean solitarios.

Como todas mis afirmaciones tomó nota cuidadosamente en su memoria.

En cada regreso la veía mejor. Más segura, con más desplante. Siempre se había vestido bien, ahora se estaba vistiendo mejor, cosas de mejor calidad, que le quedaban mejor.

-Me siento orgulloso de ti.- Le dije al salir de la confitería y le di un besito en la mejilla. Paternal y sugerente.

-Gracias.

-Cada día más.

-¡Gracias!- Daba saltitos de alegría. -¡Qué bueno! Me siento tan bien de hacerte sentir así.

La estaba esperando en la pieza cuando llegó del trabajo. Las tres varillas las había dejado a la vista. Tenía una en la mano. Cuando cerró la puerta le pase la punta de la varilla por la cara. La movía siguiéndola.

-Desnúdate de la cintura para arriba.

Dejó al aire frío sus pechos medianos y bastante firmes.

-¿De quién son estas tetitas?- Ahora le pasaba la varilla por sus senos, tocando sus pezones. Estaban muy duros.

-Son tuyas.- No me decía papi a menos que yo empezara.

-Entonces como son mías puedo hacer lo que yo quiera con ellas, ¿no?- Le daba suaves golpecitos por arriba.

-Sí, son tuyas, hazles lo que quieras. Por favor, úsalas como a ti te guste.

Levanté la varilla a la altura de sus ojos. Abrió la boca y la miró con deseo.

-No vas a meter ruido puta de mierda.

Rápidamente la subí por sobre su cabeza y la deje caer con un golpe seco sobre sus senos, en la parte superior, sin tocar los pezones. Se dobló con una mueca del esfuerzo por contener un grito. Su boca la mantenía abierta. Le di unos cuantos más. Me agaché para lamerle las marcas.

-¿Quién es la putita más caliente de papi.

-Ay papi, yo soy tu puta, tu puta caliente papi. Soy demasiado puta, tienes que castigarme.

Fui a la mesa y llene un vaso con agua de la jarra. Se la tiré en la cara.

-¿Cómo que tengo que castigarte perra?

-Perdón, perdón, perdóname por favor. Como pude decir tamaña barbaridad. Por favor castígame.

-Si le pegó a estas tetitas es porque son mías y porque me gusta hacerlo. Tu no te has ganado ningún castigo. No tengo ninguna necesidad de castigarte. Me gusta jugar contigo.

-Sí, disculpa por favor, perdóname.

Ahora si lloraba, no antes por el varillazo, si por el temor de haberme fallado.

Con unos cuantos varillazos más en su piel fría por el agua le expresé mi perdón.

-Ay gracias, gracias. Eres tan bueno. Tienes tanta paciencia conmigo. Digo tantas macanas y tu siempre me perdonas.

Se mantenía de pie en posición firme. Sus senos mostraban ahora las marcas finas de la varilla.

-Termina de desnudarte ahora.

Tenía la respiración muy agitada, jadeaba.

Cuando se volvió a erguir, ya desnuda, le mojé de nuevo, está vez por atrás. Era tanto mejor así, fue un acierto. La parte de atrás de sus muslos se prestaban mucho mejor para varillazos que para correazos. Seguí repartiendo marcas por sus senos, glúteos y cara posterior de sus muslos.

-Gracias.

Hablaba apenas, le costaba mantener la boca cerrada.

Solté la varilla y me agaché para lamer sus marcas. Por su entrepierna corrían los jugos producidos por su excitación. Me detuve para hacerle cosquillas con mi lengua entre sus glúteos, aunque la varilla no había llegado ahí. Gimió mientras se tocaba sus senos. Seguí subiendo para terminar de lamerle las marcas en los senos. Igualmente, ahí me distraje con sus pezones, aunque fue muy poco lo que le llegó por ahí.

-Ahora desvísteme. Vas a tener verga ahora.

-Gracias.

Procedió con su atenta labor. La metí conmigo en la cama. Lo tomó en su mano.

-Te lo has ganado, has sido un buena niña.

-Gracias papi, quiero ser siempre una buena niña contigo.- Le di un piquito en la nariz y se rió. – ¿Puedo mamártela papi por favor?- dijo con su tono más dulce.

-Dale mi niñita, mámesela a su papito, sea una buena niña.

Hundió su cabeza en la cama y volvió a demostrar su devoción a mi placer. Se desplazó dentro de la cama para complementar con las lamidas que sabía me complacían.

Disfruté de sus atenciones por un buen rato, luego la volví a poner a mi lado. Nos besamos.

-Hijita, has sido tan buena con tu papi, además de ser la mejor mamoncita. Dígame ahora, ¿dónde quiere la verga de su papi?»

-Ay papi, por favor, meteme tu verga por el culo, me encanta sentirla ahí. Por favor, usa el culito de tu hijita papi, usalo.

La di vuelta para disfrutarla. Se lo sacaba.

-Ay no seas malito papi, no me la saques. Mi culito quiere verga por favor.

-Fíjate, siente como te queda el culito abierto cuando te la sacó.- Le pasé el dedo alrededor del ano dilatado. Lanzó un suspiro. -Lo sientes mi niñita linda?

-Si papi, es muy rico, es tan rico todo lo que me haces papito lindo. Soy tan feliz de que me uses.

-Ahora vas a apretar y soltar para que papi vea tu hoyito pestañear, muéstrale a papi como pestañéa tu hoyito.

Levanté las sábanas para supervisar su progreso. Le tomó sólo un poco de práctica, unas cuantas metidas más, y ya pestañeaba como que lo hubiera estado haciendo hace años.

-Muy bien mi niñita. ¿Quién es la perrita culeona de papi?- Nos volví a tapar.

-Yo papi, me encanta hacer cosas con mi culito para ti.

-Ahora vas a hacer lo mismo, pero con la verga de papi adentro. Aprendes tan rápido mi perrita.

Eso no le tomó nada de tiempo.

-Muy bien, esto es como que le estés mamando a tu papi con tu culito.

-Ay papi, es tan rico aprender contigo.

-Dime, ¿te gusta la lengua de tu papi en tu culito?

-Me encanta papi, me encanta. ¿Cómo será con mi culito abierto?

Me bajé de la cama ya la puse dándome la espalda, de rodillas, caderas arriba y cabeza abajo, para poder dejárselo abierto y rápidamente bajar mi cabeza ahí.

-¡Aaay paaaapi!- Gruñó y emitió otros ruidos de animal. -Es demasiado riiico papi!-

Seguí repitiendo la maniobra varias veces, sacándole sonidos cada vez más salvajes. Después nos volví a acostar, abrigados en la cama, abrazándola de atrás.

-Ahora te vas a tocar rico para papi, como cuando haces cochinaditas sola.

Con la retaguardia cubierta se indujo nuevamente una larga serie de orgasmos que la dejaron exhausta.

-Papi, por favor, déjame sacarte la leche con mi boquita, ¿ya? Me gusta tanto que termines en la boquita de tu niña.

Solo un gesto bastó para que procediera a cumplir su deseo.

Una vez recuperado el aliento la seguí abrazando de atrás.

-En serio, ¿soy muy cochina?

No era para que le llamara perra cochina, por más que le gustara eso. Era curiosidad genuina.

-Igual que cuando me preguntaste si eras rara, quiero que sepas que hay más gente que hace cosas parecidas a lo que hago contigo. De hecho, algunas las aprendí con una polola cuando tenía 20. Claro que es algo de lo que no se habla mucho, pero está bien que me preguntes. Me gusta porque me recuerda que eres mía.

-Sí, soy tuya. Lo que más me gusta en la vida es que hagas conmigo cosas que te gustan, es poder hacerte cosas que te gustan a ti. Eso es lo que me fascina. Cualquier cosa, lo que sea.

-A mi no me gusta darle varillazos a cualquier persona. No le daría a alguien a quien no le da placer.

-A mi me encanta. Todo eso me encanta. Todo lo que hacemos me encanta, en serio. Me has enseñado tantas cosas que ni me imaginaba que existían.

-Contigo yo he aprendido como ser un dueño. No tengo ninguna necesidad de mentirte, si quisiera te diría que he tenido miles de posesiones como tú, y eso no debería importarte en lo más mínimo.

-No, por supuesto que no. Yo no puedo decir nada si tu has hecho lo que hayas hecho, eso no corresponde.

-Igual quiero que sepas que eres mi primera posesión.

-Eso es un gran orgullo para mi.

-Esta bien, puedes sentirte orgullosa de eso.

-Gracias.

Si acaso iba a ser la última, no hacía falta decirlo. Es común pensar así cuando estás envuelto en las llamas de una pasión. ¿Pasión? Claro que sí, era una pasión. Era apasionante tenerla, ser su dueño, sentir que no era solo dueño de su cuerpo si no que también de su voluntad. No hacía falta decir si acaso iba a ser la última o no, porque ella era feliz solo con ser mía. Si acaso iban a haber otras, mientras no la botara iba a seguir siendo feliz, y si acaso lo hiciera no me iba a importunar demostrándome su infelicidad. Simplemente esperaría pacientemente a poder cumplir con mi voluntad alguna otra vez.

13. La cena

-Esta noche voy a ir a una cena que organizaron en para agasajarme los del banco. Es con pareja.

Nada. Ni un que pena, ni un te voy a echar de menos, mucho menos suponer que ella iba a ir.

-¿Quieres ir?

Si le hubiera contestado sí, solo se hubiera alegrado por mi. Era incapaz de hacerme una pregunta trampa.

-Preferiría aprovechar la noche usándote, pero que le vamos a hacer, sería un desprecio muy grande no ir.

-Sí, sería grave. Tu sabes que cuando quieras usarme voy a ser feliz por eso, me basta con saber que soy tuya.

Habíamos tenido un almuerzo rápido y fuimos a dar una vuelta por El Prado. La ciudad caminaba rápido, ocupada, alrededor nuestro como un río.

-Claro que lo sé. No hace falta que me lo recuerdes. ¿Acaso piensas que hace falta hacerlo porque voy a salir?

Silencio y tristeza.

-Disculpa por favor. Soy una pobre tonta, digo estás operías por que soy una tonta. Perdóname, no sé si merezco ser tuya.

Estaba sinceramente acongojada. Sólo sabía ser sincera.

-No, no lo mereces.- La tomé del hombro, abrazándola. Si no hubiera sido por no dejarme mal estaría llorando. – Pero igual eres mía. Sólo que a veces necesitas que te ponga en tu lugar.

-Gracias. Gracias por tener tanta paciencia conmigo y seguir teniéndome.

Nunca le decía de nada. Sí tenía de que estar agradecida.

Por la otra vereda pasó una mujer y se miraron por un segundo. Andrea bajó la cabeza y evitó su mirada. Ella me miró a mi. Estaba enojada.

-¿Quién es?

-Una compañera de trabajo.

-¿Es la primera vez que te ven conmigo?

-No.

-¿Y qué dicen?

-A la mayoría les parece bien porque me ven contenta, pero ella es de las que dicen que te estás haciendo la burla.

-¿Y tú dices algo?

-No, nada. Me preguntan y yo respondo, sin dar detalles. Mis amigas me ven siempre contenta y por eso les parece bien. Le avisan al resto y a algunos les parece mal.

-Si alguien llega a criticarte en la cara, ¿que les contestarías?

-Que qué les importa, que yo ya soy mayor y sabré lo que hago, y que yo no me meto en sus cosas privadas.

-Exactamente. Todos tienen tejado de vidrio. Estoy seguro que vas a saber comportarte como corresponde.

-Sí.

Estaba poseída de su nuevo rol de mujer agresiva.

-Así me gusta que seas. Mientras más éxito tengas en tu vida pública, más te vas a merecer ser usada por mi.

-Gracias, gracias por darme la oportunidad. No te voy a decepcionar.

=Sé que no.

Nos despedimos hasta la noche, cuando llegue tarde a su cama. Claro que no borracho, me gusta disfrutar de un buen trago, y eso excluye emborracharme. Además que borracho no la podría disfrutar tan bien. Nos despedimos con un beso de amantes. Recatado pero inequívoco.

La fiesta fue un asunto agradable. Guillermo era un excelente huésped. En la comida, aunque todo estaba exquisito, comprendían mis limitaciones alimenticias. Tenía un whisky notable para compartir en honor a la ocasión.

El ambiente era de los más decentes, para la coca usaban una piecesita trasera discreta en vez de tenerla en el comedor alardeando, como he visto hacer en Chile. También de eso era excusado. Luego iba a volver a salir a almorzar con ellos, no tan seguido como antes, pero estaría fuera de lugar aislarme tanto.

La verdad es que hubiera querido tenerla aquí para presentarla en sociedad, para que tuviera la experiencia de ser aceptada. Empezaba a caer en la espiral del adúltero. No quería condenarla a una vida de privaciones, sin pareja para consumo público, sin familia propia, añejándose en la espera inútil. ¿Y tener familia con ella? Peor, ahí sería no sólo ella, si no que toda una familia relegada a un segundo plano. No es lo mismo humillar a tu pertenencia que hacerlo con tus hijos. Una hija tan necesitada de figura paterna que es susceptible a caer con el peor pastel que se le cruce. Mantener una familia a punta de migajas de atención, miguitas de ternura.

¿Qué iba a hacer? Viendo a ese círculo privilegiado tuve una idea.

14. El contacto

Hola Rodrigo

viejo tantos siglos!!! que te habías hecho?

Aquí en La Paz con la consultora

wena! como te ha ido?

Bien bien. Oye, necesitaba pedirte un favor

Dale en lo que pueda aunque me escribis pa puro pedir favores jajajajaj

Te quería preguntar por el SM, seguís metido?

claro po weon eso es lo mío. queris volver? te quedo gustando? Fue hace n tiempo, pense que no era tu onda

Cachai gente acá en La Paz?

yo no pero cacho alguien que si debe cachar haber le voy a preguntar

Gracias Roro. Y te vai a casar algún día?

tai más weon!!! cuando no me puedan las patas tendré una lolita que me cuide antes voy a seguir weando mientras tenga cuerda.

Ya Roro, gracias, cuidate, aunque el SIDA tenga tratamiento.

😂😂😂 cuidate vos ctm

Chao

chao un gusto saber de ti ingrato de mierda

El amigo efectivamente tenía un contacto en el círculo ALT de La Paz. Se llamaba Felipe, igual que mi hijo. Quedamos que nos iba a llevar a una fiesta en mi próximo viaje.

Después de la cena insistieron en irme a dejar al hotel. Me dio lata andar como clandestino, pero todavía valía la pena por lo que tenía esperándome en la pieza.

El whatsappeo con Rodrigo fue del hotel a la pieza.

Se despertó apenas entré. La encontré durmiendo. Estaba lista para disculparse por haberse dormido.

-Que bueno que dormiste.

Todavía no estaba muy segura, aunque nunca había sido sarcástico con ella.

-No quiero que tu cerebro esté sobreexigido. Ya sabes que no me sirve tu cuerpo para mi uso si no estás plenamente consciente de que me perteneces.

-No lo tenía tan claro. Que bueno que me avisas, ahora lo sé bien.

Se corrió para hacerme un hueco en la cama. Esos pequeños gestos triviales no dejan de conmoverme y así es que pudo recibir mi sonrisa como un valioso premio. Me puse el pijama. No le pedía todo el tiempo que me sacara y ordenara la ropa. Ella no se paraba a hacerlo si no le daba a entender de alguna manera que lo quería.

-Te tengo una sorpresa para mi próximo viaje.

Se contrajo, emocionada como una niña, sin filtro.

Le besé la frente.

-Te lo mereces. Has sido una buena pertenencia. No me has decepcionado y me da gusto que seas mía.

Me abrazó fuerte.

-Gracias. Me haces tan feliz, me siento tan bien por poder ser así para ti.

La seguí besando. Le di el paso a su pasión y se la retribuí. Sus besos eran otra cara de su entrega. Me invitaban sin pedirme nada, pero cuando le daba el paso sabían ser sumamente sugerentes. Como siempre sabía lo que yo quería, cuánto y cuándo. Era su habilidad innata de complacerme. Como siempre su cuerpo fue una masilla dúctil en mis manos, mi placer plenamente el suyo. ¿Sabría que el suyo también era el mío? Sabía mágicamente todo de mí, sólo así podía ser perfecta para mi uso.

El que una mujer pueda fingir orgasmos durante toda su vida en pareja supone un hombre poco atento a las señales fisiológicas del placer. La piel, sus cambios de temperatura y de textura. La lubricación y relajación natural de la vagina, el endurecimiento de los pezones. Es toda una gestalt que se puede aprender a reconocer si el interés es sincero. Si la intención es poner en escena sólo para complacer al otro, cuando la actuación es tan buena que no se puede distinguir de la realidad es porque justamente se ha vuelto realidad.

15. La fiesta

-¿Cambiaste de hotel?

-Sí. ¿Cómo supiste?

-El olor del detergente de tu ropa.

Me gustaba traerla lavada. Para no desperdiciar su tiempo lavándomela le había empezado a pagarle a una vecina para que lo hiciera. Otro ahorro para mis gustos.

-¿Y en cuál te quedas ahora?

Presente mi historia impecable, pero daba lo mismo, ella tenía la certeza. No me interrogaba para confirmar algo que ya sabía.

Por lo demás había empezado a sospechar que ella estaba haciendo algo parecido. No hay el doble de mujeres que de hombres, por lo tanto, por cada hombre con dos o más mujeres debe haber una mujer con dos o más hombres. Ella era una de las equilibraba la ecuación. No era igual de cuidadosa que yo con su celular, de hecho yo ni lo usaba, todo lo que me servía estaba en el chip boliviano. No sé si fue a propósito, por indiferencia o por descuido, pero era difícil de interpretar de otra manera Para que no te olvides de los amiguitos de un número no guardado que además aparecía en el registro de llamadas salidas justo en los días de mi ausencia.

Su debut en sociedad iba a ser en una fiesta la primera noche de mi visita. Felipe, el amigo del amigo de Rodrigo nos pasó a buscar al hotel.

-Hola, ¿tú eres Matías, no?

-Sí, tú debes ser Felipe, el contacto que me dieron. Está es Andrea.

Nos saludamos él y yo, a ella apenas la miró.

Nos subimos a su Audi y bajamos hasta Machasa.

-¿Y qué tal? Cuánto llevas en La Paz?

-Vengo por un par de noches, semana por medio. Estoy haciendo una asesoría en el Banco Central.

-¿Eres ingeniero comercial?- Manejaba ese término tan idiosincrático de Chile.

-No, abogado, especializado en derecho económico y políticas públicas.

-¿Y cómo así llegaste a trabajar para el gobierno?

-Contactos del dueño de la consultora.

-Nos conocemos hace unos minutos y ya te estoy interrogando.- dijo en tono de broma, igual que Andrea cuando nos conocimos, pero sin nervios, riéndose.

-No, está bien, a mi también me interesa conocerlos bien a ti y a tus amigos. Esperaba que no haya tomado conocer en el sentido bíblico.

-Ya nos vas a conocer.- Amenaza amistosa.

-¿Y tú? ¿Vas mucho a Santiago?

-Sí, hace poco. Tengo un grupo de amigos allá del ambiente. Probablemente conoces a alguno.

-No, no soy ni aficionado a esto. En la universidad participé un par de veces, pero me retiré.

-¿Y donde conociste a José Miguel? ¿En la universidad?

-A él no lo conozco, sólo tenemos un amigo en común, un ex compañero mío del colegio.

-¿Y qué te dio ahora? ¿Cambiaste de opinión?

-No, sólo tengo ganas de compartir a mi perra y que la traten como la puta que es.

Ella estuvo callada todo el trayecto.

-Este grupo es bien tranquilo. A cada uno lo que le gusta, nos conocemos bien. Hay otros grupos más hardcore. ¿Y tu perra, dónde te la encontraste? ¿Por internet?

-No, así nomás.

-Que suerte. La de ella.

Se le notaba que ya me estaba imaginando con el látigo en la mano.

-¿Tienes cigarros?

Llevaba seis años sin fumar.

-No fumo, pero casi siempre tengo en la guantera para algún amigo. Revisa y te sacas.

Tenía unos Camel Light y un encendedor.

-No hace falta que abras la ventana.

-Hace tiempo que no fumo. No quiero quedar pasado.

-Yo aunque no fumo, me gusta el olor a tabaco. Mientras más fuerte, mejor. Como unos Gitanes. Tenía, pero se me terminaron y compré estas huevadas.

-¿Me das uno Matías?- Se escuchó su voz por primera vez.

No tenía idea de que fumaba. Le prendí uno y se lo pasé.

-Se me había pasado preguntarte. ¿Le haces a la droga?- Claramente no era fumadora, no había ni trazas de tabaco en su pieza ni en su ropa.

-No. En la universidad probé un par de veces fumar marihuana, pero no me gustó.

-Ni siquiera vas a probar otra vez droga. Ahora me pareció bien dejarte fumar, pero no se te va a volver un hábito. Te hace daño y lo mío tiene que estar en buen estado.

-Tú sí que sabes ser amo Matías, me gusta. ¿Cuánto llevas?

-Ni tres meses.

-Wow. Es un talento innato. Ese tono.- Se estaba excitando.

-¿Eres gay?

-No, soy masoquista. Me da lo mismo el sexo de mi amo, siempre que me traten como corresponde.

Nos reímos. Por supuesto que era en serio.

-Soy bien amigo del dueño de casa. Es un buen tipo, tiene su casa bien arreglada para nuestras fiestas.

-¿Las hacen en otros lados también?

-Sí, pero de a menos. Las reuniones grandes las hacemos acá, cada dos meses más o menos.

-¿Eres casado?

-No, pero ya voy a tener que casarme. A mis padres se les está acabando la paciencia y prefieren dejarle la empresa a un extraño que a un hijo gay, eso es lo que creen que soy. Si me caso, van a creer que me mejoré.- Nos reímos otra vez. Nos estábamos llevando bien. Tanto mejor. -¿Y tú?

-26 años y un hijo.

-¿Por gusto o por necesidad?

-Soy hetero. Exclusivo.

Estábamos llegando. Del portón era todavía una buena distancia hasta la casa.

Habían varios autos estacionados, todos caros. Era una casa de campo grande, gastó su plata bien en el arquitecto. Cuando estábamos llegando a la puerta nos salió a recibir un tipo, seguro el dueño de casa. Más alto que yo, de unos 60 y algo de edad; y una buena guata. Velludo y canoso, una firme cabellera blanca y ojos claros. Estaba cubierto de sudor pero no le tenía miedo al frío de afuera. Vestía un traje típico del ambiente: cuero negro, no látex; remaches de acero y un cierre de dientes grandes a todo el largo del frente de su mono. Botas largas y aros con calaveras de piedras preciosas. Con menos guata se hubiera alejado del carnicero de barrio y acercado al matarife brutal que lo inspiraba, tenía la musculatura y la contextura para eso.

-Felipe, preséntanos a tu a amigo.

-Domingo, este es Matías. No es totalmente de los nuestros, pero viene recomendando y con su regalito.

-A ver.- La inspeccionó de arriba a abajo. – Ahí hay unas collares con sus cadenas.

-Yo te traigo una Matías.

-Tengo algunas reglas eso sí.- Le dije.

-Primero las de la casa. Nada de muerte, mutilaciones ni heridas graves. Nada de secuestros ni menores de edad. Hay cuartos para gustos especiales. Y lo más importante: los amos se respetan entre ellos, nada de peleas. Si tienen un problema, lo arreglan al otro lado del muro. Para eso hay clubes de pelea. ¿Estamos claros?

-Claro que sí, pierda cuidado.

-Trátame de tú huevón.- Sentí en mi brazo la fuerza de su mano. Una palmadita de él era como un manotazo mío. Ese huevón era para darme una bienvenida amistosa.

Mientras tanto Felipe volvió con el collar y cadena. Habíamos entrado a la recepción. Andrea se desvistió y le puse el collar y la cadena. Matías le probó unos tacos altos. Su respiración estaba agitada, cada vez más. La toqué, y sí, ya estaba bien mojada.

Había de todo a la vista. Hombres y mujeres de todos los tamaños y colores. Uno estaba dentro de un marco de metal, encadenado de manos y pies a las esquinas, desnudo, mojado y recibiendo descargas eléctricas con un bastón. En otro lado una mujer estaba doblada sobre una silla, con las manos esposadas en la espalda, recibiendo latigazos con un gato de nueve colas, con marcas de sangre. En otras esquinas se desplegaba una variedad de torturas y humillaciones. Los castigados estaban en general más desnudos que los castigadores, había uno de los segundos de traje y corbata incluso. La mayoría vestía el uniforme sadomaso. Había unos quince a la vista, pero salían y entraban de otras partes de la casa. En total debe haber habido fácil 30. En un bar unos fumaban y tomaban, y en otra mesa alguien armaba unas líneas sobre un espejo. Parece que no era una actividad sedentaria, a juzgar por lo sudados que estaban.

-Escuchen todos, este es nuestro nuevo amigo, Matías Bunster- No le quise corregir, que importa, -de Santiago, Chile. Matías.

-Gracias Domingo. Hola. Les traje esta pequeña cosa que quiero que disfruten. Le pueden hacer lo que quieran con unas restricciones adicionales a las de la casa. La penetración vaginal o anal sólo con condón. Está muy bien entrenada en la mamada. No quiero ni hematomas ni marcas, pero la pueden cachetear todo lo que quieran.- Les di una de demostración. -Por ella que le hagan de todo, pero es mía y va a hacer como yo le diga. No quiero ni orín ni fecas, salvo por residuos al lamer. Nada de droga para ella. Aparte de eso, disfruten, humíllenla y trátenla como la perra cochina que es. No se olviden que tiene dueño y no me gusta que me dañen mis cosas. Háganla sufrir, pero sin dejar marcas.

Un tipo alto y bien formado de algo menos de 40 recibió la correa que ofrecí. Se juntaron otros dos más para darle una bienvenida a su estilo. Me desvestí y me uní a ellos. Nos íbamos pasando su cabeza para usar su boca. Sabía abrirla bien de manera de hacer ese ruido de atragantamiento que me hacía tan orgulloso. Sus quejidos eran una excelente invitación al abuso más que una alerta. La cacheteábamos mientras la íbamos pasando.

En un momento en que otro tipo musculoso,más joven, la tenía atragantada con su buen tamaño, le tomé las caderas y se las levanté. -Quiero que prueben lo que le enseñé a hacer con su culito.- Se lo metí y verifique su pestañeo. Otro de los tipos sacó un falo más bien pequeño por un cierre, se lo forró y aceptó mi invitación.

-La puta madre, que rico hace con el culo esta chola de mierda.

Lo podía hacer simultáneamente con la boca, era un talento innato.

-Dame ese culo, ahora va ver lo que es verga.- Dijo otro. Efectivamente, lo iba saber, era de más de 20 centímetros.

-Ya, los dejo amigos. Disfrútenla pero no me la rompan.

Dada la oportunidad se había puesto a lamer con entusiasmo, y el musculoso no demoró en darse vuelta y darle otra oportunidad de demostrar lo bien entrenada que estaba.

Por no hacer un desprecio agarré el pelo ondulado, castaño y largo de una mujer un poco más joven que yo que me habían venido a ofrecer. La traían gateando, tirándola de una correa.

-Toma Matías, muéstrale cómo tratan a las vacas en Chile.- Me imagino que vaca por el volumen mamario.

Me limité a usar su boca y a cachetear su cara y senos. No estaba mal, pero Andrea tenía algo especial, un deseo tan intenso por el maltrato que no podías hacerle otra cosa. A esta le pegaba por buena educación más que nada.

Me di vuelta cuando Andrea dio un grito. Le estaban tirando de los pezones con los dedos. Los tenía increíblemente crecidos con la excitación, deben haber sido una invitación irresistible. Me traje a la rubia del pelo, usándola para masturbarme mientras veía como soltaban a Andrea y le empezaban a dar choques eléctricos. Sus gritos transitaban tan delicadamente por la fina línea entre el dolor y el placer, que hizo voltear más de una cabeza. Fantástico, pensé, esto promete.

Entonces todo sucedió muy rápido. El musculoso joven le trajo coca en sus dedos y se la puso bajo la nariz.

-¡No!- Gritó ella y sopló, esparciendo la dosis que le traía. -¡Mi dueño dice que no! ¿No escuchaste?

-¿Cómo que no india de mierda?- Replicó, indignado. Probablemente su orgullo herido no le permitió registrar lo que ella dijo. La agarró fuertemente del pelo y la llevó a una mesa cerca de ellos donde habían recien puesto unas líneas.

-¡Hey!- Grité.

-¡Enséñale modales a tu chola carajo!- me gritó.

Toda la actividad a la vista se detuvo. Domingo venía de una pieza vecina, a paso decidido, claramente molesto. Entonces ella, mientras el tipo le ponía la cara sobre la mesa, le apretó en los dedos del pie con un golpe de su taco. El tipo lanzó un fuerte grito de dolor y levantó su pie, saltando.

-¡Jorge!- Gritó Domingo, con una voz que llamaba a la disciplina. -¿Qué carajo está pasando acá?

La volvió a tomar del pelo y le estaba bajando la cara contra la mesa, sobre las líneas. Ella forcejeaba con desesperación. Yo iba a saltar para allá, pero la tetona me tenía agarrado con fuerza para seguir teniéndome en sus boca. Me tropecé con ella y rodamos los dos detrás de un sofá.

-¡Ninguna india alzada me viene a decir que no a mí…!- No alcanzó a terminar bien su frase. No pude ver desde donde estaba, detrás del sofá, pero me contaron ella levantó su pie por atrás, doblando su rodilla, para golpearle nuevamente con su taco, esta vez en los testículos. Me asomé detrás del sofá y lo vi doblado de dolor y a ella recuperando el equilibrio sobre sus tacos.

-¡Bien!- Gritó alguien en la multitud que se había formado.

-¡Dale más!- Intervino otro.

Mientras Domingo forcejeaba con la pared de espectadores que le detenía el paso, yo salí de mi lugar, vi y tomé una vara eléctrica y se la puse en su mano, sin palabras. Cuando él estaba irguiéndose, antes de que pudiera decirle o hacerle algo, le dio una fuerte descarga. ¿Quién le había mostrado el regulador de intensidad? Musculín cayó como un saco de papas, gritando de dolor entre sus dientes apretados. Domingo ya sólo observaba atónito. Ella tomó un látigo de por ahí cerca. Caminaba desnuda en sus tacos, con el látigo en la mano y le empezó a dar latigazos como una dominatrix con experiencia.

-¿Tú crees que puedes hacer lo que quieras con las cosas de mi dueño? ¿Ah?

-¡Ayúdenme! ¡Hagan algo! ¡Sáquenmela!

Se irguió sobre sus rodillas y ella le enrolló el látigo alrededor del cuello. Con un tirón lo boto al suelo.

-¿Quién te dijo que te podías parar hijo de puta?- A estas alturas ya había perdido toda capacidad de asombro ante las cosas con que salía, como cuando le soltó el látigo del cuello con un hábil movimiento de muñeca. Le siguió dejando surcos rojos en la piel. – Yo te avisaré cuando haya terminado contigo mierda. Te voy a enseñar a respetar la propiedad ajena.

Lloraba como un niño, no estaba disfrutando su nuevo rol. El público agolpado sí, era un espectáculo, Domingo incluido. La actuación era de su completo agrado.

Ella me miró y con una señal mínima de mi parte dejo el látigo de lado.

-Vístete, nos vamos.

Mientras yo hacía lo propio, Domingo se me acercó.

-Si no fuera por el buen espectáculo del pobre me disculapría.- Rió. -¿De dónde la sacaste? Mirala como se sabe cuidar ella sola.

Ya vestido le dije -Ni ella sabía que podía hacer las maravillas que está haciendo.

Le hice un gesto para irnos. De entre el público que se dispersaba comentando salió Felipe.

-Chao Domingo.- nos estrechamos la mano con fuerza. – No te imaginas lo iluminador que ha sido tu fiesta para mí. Muchas gracias.

-Un gusto Matías, te cuidas hermano.- Otro de sus palmazos amistosos. Me iba a decir algo, la miró, y omitió. Ella tenía un brillo nuevo en los ojos.

Cuando íbamos saliendo le escuché decir mientras volvía a su grupo.

-Las huevadas que se ven estos días.

Una vez afuera Felipe le abrió la puerta del auto, en fuerte contraste con el trato inicial que le dio. Cuando ella estaba adentro, antes de que entremos, se me acercó y me dijo en un susurro, con una voz profundamente sentida.

-Estoy enamorado.

16. La zambullida

La semilla estaba plantada.

-¿Cuándo nos volveremos a ver?

Estaba claro cuál era el objeto de su interés ahora.

En mi próximo viaje. Anota, igual vas a tener su número ahora.

Anotó y verificó el número como que se le fuera la vida en eso.

-Llámala, para que te tenga.

Que te tenga, que sugerente.

-Chao.

Se estaba despidiendo de ella, con la actitud servil que tan bien había cultivado.

Ahora fue ella la que lo ignoró.

-Chao Felipe, nos vemos en dos semanas.

Entramos al hotel como Pedro por su casa. Era conocido de ahí, así que no había problema, mientras que no quisiera usar mi habitación subarrendada. Pasé a recoger mi parte del negocio. En el radio taxi al cuarto ignoramos al chofer, que debe haber escuchado cosas más llamativas que lo nuestro en su larga carrera de invisible.

-¿Cómo te sentiste?

-Al principio, increíble. Era lo mejor. No podía creer mi suerte, de ser tuya y de que me muestres todas estas cosas tan lindas. Cuando el tipo me quiso obligar a desobedecerte como que vi todo rojo. No se, podría haber hecho cualquier cosa, mi único miedo era hacer lo que me habías prohibido.

-¿Y cómo te sentiste cuando lo tenías dominado?

-Bueno, al principio era pura rabia, pero después como que me empezó a gustar. ¿Está mal que me haya gustado?

Me miró con duda, un poco de preocupación.

-No, para nada.- Alivio. – Nunca me lo hubiera esperado. No dejas de sorprenderme. Tengo grandes planes para ti.

-Gracias. Gracias por tener planes para mi.

-¿Así que te gustó? ¿Qué te gustó?

-Todo. El látigo, la corriente, el poder, humillarlo como un perro.

-Eres increíble.

Le apreté del hombro, con cariño.

-Pero sabes, me da un poco de miedo.

-¿Qué te da miedo?

-Me da miedo que por hacer cosas así me pueda poner alzada contigo.

-Eso no va a pasar. Ni tú ni yo vamos a permitir que algo así pase.

-Preferiría morir antes de que pase algo así.

-No te vas a tener que morir. Tú sabes muy bien cuál es tu lugar, y yo no voy a dejar de recordártelo.

-Gracias. Eres demasiado bueno conmigo.

Llegamos al cuarto. Me dolían los pies. Ella se veía llena de energía. Todavía no la había visto cansada, pero esta noche estaba más prendida que de normal, capaz que algo le haya entrado por la nariz.

-Estoy raja. Mañana tenemos que trabajar. Se acostó en silencio, me abrazó con esa suavidad que dependía totalmente de mi piel. Como siempre, podía percibir a través del más sutil de mis movimientos qué debía hacer, qué podía hacer. Acercarse, alejarse, recogerse en mi, tocarme, dejarse tocar, mirarme, mirar para otro lado.

Me dormí con ella bajo mi brazo.

-Después del trabajo nos volvemos a encontrar en la Plaza Abaroa.- Le dije en nuestro almuerzo. Su cara brilló. -¿Cómo te fue en el trabajo hoy?

-Muy bien. Estoy mandando como que fuera jefe ya.

-Ya falta poco. Vas a ser jefa de verdad. Con mayor responsabilidad, mejor sueldo. Y el mismo de un hombre en ese cargo. Nada de tonteras.

No necesitaba asentir. Si yo lo decía no era un orden, era un hecho.

La lleve de la mano en la subida del montículo, por ahí me transmitía su electricidad.

-¿Harías cualquier cosa por mi?

-Sí.

-Repítelo.

-Haría cualquier cosa por ti.

-Cualquier cosa por mi.

-Cualquier cosa por ti.

-Repítelo.

-Cualquier cosa por ti. Cualquier cosa por ti.

Estábamos desnudos, me puse de pie, ella quedó sentada en la cama. La agarré del pelo.

-Cualquier cosa por ti. Cualquier cosa por ti.

La arrastre al piso del pelo.

-Cualquier cosa por ti. Cualquier cosa por ti.

La llevé gateando al baño. Era un lugar limpio este motel, y me había asegurado, al entrar fui a ver.

-Cualquier cosa por ti. Cualquier cosa por ti.

Le empujé la cabeza en la taza y solté la cadena. Su voz se escuchaba gorgoteando en el agua que corría. Le levanté la cabeza por el pelo. Respiró profundo. Me puse detrás de ella, de rodillas. Ya se me había puesto duro. Se la coloqué entre las piernas. Empezó a lanzar quejidos, largos, con tono oscilante, la más dulce música. No se la metí.

-Por favor. Por favor.

Volví adelante, le hundí la cabeza y volví a tirar la cadena. Era un buen sistema, se llenaba rápido.

-Cualquier cosa por ti. Cualquier cosa por ti.

La puse de pie por el pelo.

-Has sido una buena niña. Te has ganado ser de uso para mi.

-Gracias. Gracias. Gracias.

-Sécate. Agárrate el pelo mojado con una toalla.

Me gustaba con el pelo tomado, como lucía la piel de sus hombros, de su cuello.

Me senté en el borde de la cama.

-Ven.

Se supo quedar de pie entre mis rodillas abiertas. Como era bajita, así, de pie, sus pezones todavía quedaban a la altura de mis labios. Por supuesto que hace rato que ya estaban duros para mi. Listos para que mi lengua juegue con ellos. Prominentes, para que los pueda sostener y estirarlos sólo con mis labios. Que disfrute sólo de mi estimulación, no del dolor ni de la humillación. Mientras tanto mis manos amplificaban su placer manipulando sus glúteos, deslizando mis dedos entre ellos, mojando uno en sus jugos, y ese dedo yendo a jugar alrededor de su ano, entrando tan bienvenido, con ese suspiro de alivio, de ser completada con lo que le faltaba.

La di vuelta y ella se sentó solita para llenarse más a su gusto.

-Juega con tus tetitas, quiero que te hagas rico.

Sus piernas soportaban todo su peso mientras bajaba y volvía a subir, tensando su musculatura completa, se le notaba marcándose, siguiendo la guía que tenía dentro suyo. No se podía sostener con las manos, estaban muy bien ocupadas donde le había hecho ver que le podían aumentar su placer.

No quise agotarla.

-¿Qué quieres Andrea?

-Quiero mamarte la verga papi, papito por favor, déjame mamarte la verga por favor, soy tu puta cochina, quiero tu verga ahora, recién salida de mi culito papito por favor, por favor, por favorcito.

Por primera vez me llamó papi sin que yo le haya dado la señal llamándola hijita. Una transgresión que deje pasar por el momento. Después de darle lo que me pedía le tomé su cabeza y le acaricié una mejilla tiernamente.

-¿Quién es la putita más cochina de papi?

-Yo papito, yo soy tu india cochina…

La interrumpí con una cachetada.

-Escúchame bien. Tú eres una india, pero eres una india a mucha honra. ¿Te queda claro?

-Sí.

Hubiese llorado, pero sabía que no era el momento.

-Recuerda, recuérdalo bien, por todo lo sumisa que eres conmigo vas a ser altiva con el resto del mundo. Si alguien te dice india como ofensa, tú dices a mucha honra. No agredes, eso es ponerte a la defensiva, defenderte de una ofensa. No te están ofendiendo, están haciendo una afirmación sobre tu identidad. Luego tendrás la oportunidad de hacerles ver como el tinte claro que puedan tener en su piel no los previene de ser unos tristes tarados.

-Perdóname por favor. No sabía. Era ignorante.

-No, ya lo sabías, lo habíamos hablado antes. Por otro lado no es tan malo que haya pasado, es una buena ocasión para enseñártelo.

-Por lo menos eso.

Cabeza gacha.

-Lo peor es que me quitaste las ganas.

-¡Perdón!- Apoyo su cara en mi regazo, tapándosela con las manos. Lloro despacio. – -Perdóname, lo eché a perder. Me odio por eso. Ojalá hubiera manera de arreglarlo.

-Lame.

Recorrió mis muslos, trazos largos, bien húmedos, con agradables sonidos, sonidos sinceros, estaba sinceramente contenta de llevar a cabo este acto. Levanté mis rodillas y por supuesto que sabía perfectamente que hacer para continuar complaciendo a su dueño. Ya estaba surtiendo efecto.

-¿Puedo volver a mamarte la verga? Estaba tan rica.

Mi sonrisa y mi posición le dio la autorización. Manifestaba su agrado con suaves exclamaciones de gusto.

-La mejor mamoncita de papi.

Le di unos cuantos empujones a su cabeza para disfrutar sus arcadas.

Me eché para atrás y ella procedió a repartir las atenciones de su boca para mi placer.

-Papi, papi, papito, que rico, que rica tu verga, que rico tu culo.

Tomé su cabeza y restregué su cara en mi piel sensible.

-Papito, quisiera pedirte algo. ¿Puedo pedirte algo?

-Dime hijita, ¿Qué es lo que quiere mi hijita linda de su papi?

-Papi, por favor, ¿Me podrías meter tu verga por mi culito? Se siente tan rico, tu verga gruesa abriéndome el culo, por favor.

-Volvamos a lo que estábamos haciendo antes de la interrupción. Lo estabas haciendo muy bien, como la mejor puta caliente del mundo.

Me volví a sentar en el borde.

-Sí papi.- Se movía con una soltura grácil, sentándose y al flectar sus rodillas. Ni cambiándose muy rápido, ni quedándose mucho rato. – Papi, quiero ser la mejor puta caliente del mundo para ti, para que disfrutes usándome.

-¿Te gustó que te compartiera con esos hombres para que te usen?

-Sí, me encantó, fue tan rico, sentí que estaba siendo una buena puta en celo para mi dueño. Me encantó.

La di vuelta y se arrodilló. Le agarré la cara y le empecé a dar cachetadas sonriéndole, mostrándole que lo estaba pasando bien con ella.

-Si, exactamente, eso es lo que eres, una perra hambrienta de pico. Siempre quieres más verga.

-Sí, nunca tengo suficiente verga. Quiero pico, quiero pico, quiero pico.

Yo no le había enseñado esa palabra chilena, la dije una vez y ya sabía como usarla como que la hubiera conocido desde la pubertad.

Me puse de pie y use su cabeza para masturbarme.

-¿Te gusta el pico puta de mierda?

La mantenía atragantada para escuchar sus esfuerzos de contestar. Después la soltaba.

-Si, me gusta el pico, me gusta mucho mucho mucho.

Ya fue suficiente. Eyaculé en su cara, su boca abierta, su lengua afuera. La mayor parte cayó fuera de su boca.

-No dejes comida en el plato.- Se limpió la cara prolijamente. -Estás perdonada.

-Gracias.

Sus ojitos se llenaron de lágrimas de gratitud que todavía no caían.

-Sabes hacer mérito. Aprendes de tus errores. Eres una buena pertenencia. Puedes estar aliviada, tu falta queda en el pasado. Puedes olvidar la falta, pero no olvides la lección.

-Sí. No se me va a olvidar nunca. Es imposible que se me olvide. Lo peor que me puede pasar es decepcionarte. Si te aburres de mi, no es tan grave como decepcionarte.

-No solo eres mía, eres mi creación.

-Si no fuera tuya, me sentiría vacía, no sería nada. Todo lo que soy es gracias a ti, es por ser tuya.

-Límpiate las lagrimas.

-Perdón.- Por llorar.

-Estás perdonada. Me vas a seguir haciendo sentir orgulloso de tenerte. Vas a seguir haciendo mérito para ser de mi pertenencia. Voy a seguir complaciéndome con tu uso.

-Gracias.

-¿Qué es lo que más te gusta de ser mía?

Sabía que todo no era una respuesta aceptable. Ya no tenía miedo de decepcionarme, le había ayudado a sentirse segura de que no lo iba a hacer.

-Que mi vida tiene sentido. El sentido de mi vida es ser usada por ti, como tu pertenencia. Que pueda complacerte de alguna manera como tu pertenencia, eso es lo que más me gusta de ser tuya.

-Por qué elegiste ser mía?

Una trampa, bastante obvia por lo demás.

-Yo no lo elegí.- Obviamente no iba a caer. Pausa para buscar las palabras precisas, marca de la comunicación digital. -Tú me elegiste. Yo ya era tuya. Yo soy y siempre he sido tuya, es mi ser, es lo que soy. Tú me lo hiciste ver, eso era todo lo que hacía falta.

-¿Hay algo que no harías por mi?

-Nada. Imposible. Prefiero morir antes que desobedecerte. Tú eres muy bueno y siempre me das la oportunidad de hacer lo correcto, de servirte como me corresponde.

En el radio-taxi de vuelta la tome por el hombro y la deje apoyarse en mi.

-Vas a ser el ama de Felipe. Él va a ser tu esclavo.

Sin mirarme a la cara, sonrió. Sonrió para si misma.

17. El juego

En nuestro almuerzo de despedida alinee su futuro.

-Felipe te va a llamar. Varias veces.

-Ya me ha llamado. Recién, en el trabajo.

-¿Cómo fue?

-Me dijo que tenía que verme. Le dije que no fregara, que estaba en el trabajo. Todos me oyeron.

-Muy bien. Te va seguir llamando, fuera del horario de trabajo. No le hables de mí. Sigue seca, cortante. Insúltalo. Déjale que te siga llamando, pero con displicencia. Pon en duda que él amerite tu tiempo, pero concédeselo con el desprecio de quien le tira un hueso a un perro.

No me miraba seria como en otras ocasiones. Irradiaba un entusiasmo alegre, pero al mismo tiempo satisfecha, satisfecha de si misma y de su nueva posición. Una vez más, no era ni tan nueva, era como que la hubiese tenido desde siempre.

En Santiago nuestra siguiente sesión de terapia de pareja me tenía una sorpresa.

-¿Hace cuánto tiempo que no incorporan algo nuevo, entretenido, a su vida sexual?

-Mucho. ¿Nuevo como qué doctora?

Ya me había rendido en la batalla por convencerla que los psicólogos no son médicos, ella ni siquiera tenía un doctorado, sin desmerecerla, era muy buena. Sentía que su mirada me atravesaba igual que la de Ana, mi señora. ¿O era sólo mi paranoia culposa?

-Como ir a un sex-shop y ver si se les viene alguna idea interesante. Pueden ser tantas cosas distintas. No hace falta que les guíe en eso, sólo tienen que darle permiso a su imaginación para que vuele y tener suficiente confianza como para buscar juntos.

¿Cachetearla y tratarla de perra cochina? Lo dudo.

Fuimos. No dejó de ser interesante. Tenía que llevar a Andrea a una de estas en La Paz. Le dimos atención a una buena variedad de vibradores, consoladores y herramientas suaves de estimulación anal. Habíamos experimentado con el sexo anal cuando Felipe aprendió a dormir. Nunca le convenció. Le puso su mejor esfuerzo, pero no había caso, no era lo suyo. No fue que yo la convencí de hacerlo, ella quería revitalizar nuestra vida sexual. Pero sin que lo disfrutara, para mí tampoco tenía gran atractivo.

-¿Y esos disfraces? El de colegiala me gusta. Hacerlo con un profesor es una fantasía mía de cuando lola. Nunca te lo había contado.

Se conservaba extraordinariamente bien, pero me pareció que igual se iba a ver rara en ese uniforme.

-¿Y esa mini con ese peto?

Le mostré cuando se empezó a formar una idea en mi imaginación.

-El juego de roles puede ser el juguete más excitante para algunas parejas.

Era una gringa avezada en el tema. Veníamos recomendados a su tienda.

-Eso es como lo que llevaría puesto una prostituta para trabajar en la calle.- Dudó.

-Eso es justamente lo que es. Para jugar a la prostituta y el cliente.

-¿Te gusta Matías?

-Lo que es más, me inspira para un juego interesante.

La tipa se fue a atender a otro cliente.

-Llevémoslo entonces.

Estaba medio convencida, más que nada curiosa de conocer mi idea.

-Cuéntame, cuál es tu idea.

Habíamos salido en su auto.

-Quiero que seas una prostituta, pero nueva. Una mujer como tú que se ve forzada a hacerlo por la necesidad. Te arrepientes, pero la plata te obliga a quedarte.

-¿Te gusta eso?- Se asomó la censura.

-¿Y la confianza para buscar juntos?

-Es que me pongo en el lugar de la mujer y me da pena.

-¿Y si mientras se somete a su penosa suerte, empieza a sentir que un cierto cliente le está causando algún efecto?

-¿Será posible eso?

-Eso no es lo principal. Lo que representa son fantasías, no realidades. A esta pobre señora el marido ya no le hace ni cosquillas. Su marido necesita que le ponga su cuerpo a su disposición una vez al mes,- Viernes y sábados nosotros, sin falta. -y sólo para una eyaculación precoz. Ya casi no se acuerda cómo era ese placer. Siente que tiene que ayudar a su marido que está pasándolo tan mal por estar cesante tanto tiempo, y eso incluye quedarse callada durante el acto.

Me miró sorprendida pero convencida.

-Eres bueno. ¿No has pensado en escribir literatura erótica? 50 sombras de Binder.

Nos reímos.

Quería que hiciéramos algo que de verdad me pudiera entusiasmar. Una farsa recíproca iba a ser fome.

Ella ya sabía que en un matrimonio el mejor sexo es programado. Salimos en nuestros autos al centro. Ella entró a un edificio de estacionamientos en Lira. Por ahí había un motel que visitamos un par de veces cuando estábamos pololeando. Con gran coraje se paró en una esquina para que la pasará a recoger. Cuando yo estaba terminando de dar la vuelta a la manzana, al doblar la esquina para llegar a la suya, se me cruzó un auto, un Jaguar XE rojo. Le paró. Ella se acercó a la ventanilla y se hablaron, sólo un par de frases. Me miró. ¿Duda, preocupación, miedo? No era un gesto conocido. Se había asomado a un mundo extraño y había quedado encandilada por las luces altas de un Jaguar. Finalmente el tipo se fue. Me concentré en mi rol.

-¿Cuánto?

-$50.000.

-Tschhhh.

-Si quiere no más.

-No, no, quédate, entra.- Entró sin mirarme a la cara. -¿Y eso es todo incluido?

Lo pensó. Lo estaba haciendo muy bien.

-No.

-¿Que incluye entonces?

Se confundían su nerviosismo real con el del rol.

-No sé. Sexo. Normal.

-¿Es tu primera vez?

-Sí.

-Mira, vamos a hacer lo siguiente.- Saqué la billetera. -Toma. 50 lucas. Ahora vamos al motel. Cuando me pasé de lo que es sexo normal para ti, yo paró ahí y nos quedamos en lo normal. ¿Te parece?

-Ya.

Se lo estaba tomando muy en serio. Temía que en cualquier momento ella lo cortara. Más que terriblemente excitante en lo sexual, era sumamente interesante como experiencia, y más encima estábamos haciendo la tarea.

Estuvo callada durante todo el procedimiento preliminar. La habitación era mucho menos glamorosa que antes. No estoy seguro que era lo que había cambiado, si el lugar, mi ojo, o ambos.

Apagué la luz. Ni idea de prender la tele. De vez en cuando veíamos porno juntos, me gustaba mucho como la excitaba.

-Métete a la cama sólo con la ropa interior.

En la oscuridad pude ver lo bien que había preparado su personaje. La ropa interior no era ni cotidiana ni fina. Tenía la intención de ser excitante, pero pobre de recursos como para lograrlo. Tenía ropa mucho mejor.

Me metí a la cama por su mismo lado. Me hizo espacio. Ni muy cerca que me hubiese estado recibiendo de verdad, ni muy lejos como para no cumplir con el contrato.

Le tomé una mano con las dos mías. Luego me la lleve a los labios con una mientras con la otra le acaricié el antebrazo.

-Sin besos.

-¿Ni siquiera en la mano? Eso es normal.

La fui besando menos y acariciando más en el antebrazo. Estaba tan metida en su papel que hasta tenía la piel fría, pero se le estaba entibiando. Hace dos noches nomas habíamos hecho el amor y había estado bien, con sus respuestas físicas de siempre, normales.

De ahí me fui a su pecho. No directo a los senos, por supuesto que no. Primero por los tirantes del sostén, con el dorso de los dedos, bajando y subiendo, apenas rozando su piel. Suelto el tirante y me voy voy trasladando en movimientos erráticos hacia el centro del pecho y a subir la otra curva, subir, volver, de una a otra, sólo la piel descubierta del sostén. Al medio. Con un escalofrío y una casi imperceptible exclamación juntó los brazos para sentir el contacto de mi dedo entremedio. Para arriba y para abajo. Ya se estaba entregando. ¿Estaba abandonando el personaje o la señora insatisfecha estaba dejándose llevar?

Llegué al borde del sostén, recorriendo todo el contorno, de lado a lado, levantándolo sólo un poco, asomando sólo la punta del dedo por debajo del borde. Di el salto a las cercanías del pezón, pero por afuera, tocando a través del material. Lo fui rodeando, una espiral ascendente. Lo sentí, duro bajo el sostén. La exclamación que soltó ahí ya fue claramente audible. Ana sabía aparentar, lo había hecho solo un par de veces, pero sabía. Esta señora nunca había tenido ni la necesidad ni la motivación para hacerlo con su marido.

Llegó el turno de mis labios. Sólo los labios, siguiendo un camino parecido al de los dedos, pero con un efecto distinto. Ahora el pezón lo tomé delicadamente. Cuando pasé mi lengua, tomé su mano y la subí a su sostén. Tiró el sostén para abajo, no bruscamente, sólo lo suficiente para descubrir más de su seno, la aureola, para mi lengua. No le iba a ir bien en esta línea de trabajo, le hacía falta la guía de una colega con experiencia para que le enseñe bien como no involucrarse.

De ahí las cosas se dieron con soltura creciente. Terminó por bajarse el sostén y luego desabrochárselo para disfrutar de manera más cómoda mis atenciones. El buen rato que estuve en eso la dejó libre de su inhibición inicial. Mi descenso a sus muslos fue bien recibido desde un principio. Su respuesta fue media parecida a la de nuestro pololeo, escondidos, apurados, explorando, creciendo juntos. Pero seguía siendo la respuesta de una mujer madura, no sé si de la señora o de mi señora, pero no, bastante más como la de una mujer forzada a la abstinencia del placer por mucho tiempo, y ese no era el caso de Ana.

Se sacó el calzón con total convicción, ansiosa de recibir lo que le había anticipado en sus muslos con mi boca. El sexo oral tampoco era gran novedad, solo había bajado en frecuencia, pero ella no estaba recibiendo una práctica lejana en el tiempo.

Estiró su brazo por mi lado, dejando su mano cerca de lo que se le venía ahora que volví a subir. Al tomarlo reaccionó con un salto, como hizo recién con mi estimulación activa, como que esa parte de mi cuerpo se hubiese vuelto una zona erógena de ella, en su mano.

-¿Esto es normal?

No me contestó. Se abalanzó de cabeza sobre él, sedienta. Nuevamente, me trató como no lo había hecho hace muchos años. Y yo no fui brusco, fui tierno, cariñoso. Sexo normal.

18. El esclavo

-Mañana voy a almorzar con los del banco.

Justo le llamó Felipe. Me recosté en la cama.

-Sí, estoy en casa.- Cortante. -Te voy a avisar por whatsapp, si es que no actúas como el estúpido que eres y me escribes tú. Recuerda, me puedes llamar no más que día por medio y no puedes comenzar una conversación por whatsapp. Si lo haces, te corto por dos semanas. Parece que vas a estar de suerte.

Ni chao.

-Excelente. Mañana en la noche voy a ir a conocer su departamento.

Dormimos abrazados, de frente para quedarnos dormidos, luego turnando las cucharitas al despertarnos, como una pareja.

Rechazó su ofrecimiento de auto, íbamos a llegar en radio-taxi. Era un edificio nuevo en Achumani. El conserje se limitaba a mirar a los que los residentes dejaban pasar con el citófono.

-Pasen.- No le sorprendió mi presencia. -¿Les puedo servir alguna cosita? ¿Cerveza, trago, vino?

La miré.

-Yo quiero un martini.

¿Un qué? Me había olvidado, no iba a parar de sorprenderme. Ahora podía dar por descontado que no iba a quedar arriba de la pelota.

-Yo nada.

Era un hombre de mundo, sabía preparar un martini de libro. El bar era completo.

-Muéstrame lo que tienes.

Sorbía su copa con elegancia.

Volvió con su parafernalia. Botas de cuero, pantis de red, shorts y chaquetín de cuero negro, y el clásico sombrero negro de oficial carcelero. En vez de látigo trajo una tira de cuero larga.

Dejó su copa media llena en la mesa de centro. Fue donde él y examinó las prendas. Se las tiró en la cara.

-Tráeme las esposas.

Eran de buena calidad, como todo lo demás, no eran de juguete. Tomó la llave y se la guardó en el bolsillo trasero. Se había puesto unos jeans apretado, una camisa cuadrillé de franela y una chaquetita de cuero café. Generalmente su ropa era más suelta. Le pasó las esposas por una muñeca y lo arrastró a un pie de fierro al extremo de la mesa del bar. Lo esposó alrededor de él. Luego, sentados en el suelo, le abrió el pantalón y se lo bajó junto a los calzoncillos a los tobillos.

-¿Qué es esto?- Preguntó tomando su erección. -¿Qué está cosa tan chistosa?- Le dio una cachetada. -¿Ah? Contéstame cuando te hablo esclavo.

-Es mi pene»

-Eso no es una verga, eso es un arrocito.- La verdad es que era de tamaño normal, algo más de quince centímetros. -Ahora te voy a mostrar lo que es un hombre de verdad.- Se paró y vino hacía mi. Me paré mientras ella se encuclillaba. Me bajó sólo el cierre y lo sacó, largo y duro. -Esto es una verga, así son los hombres de verdad, no los inútiles como tú.- Jugó con él en su boca, haciendo alarde para que el la viera. Luego volvió hacía él. -Tu en cambio eres un perro, un chapi de la calle.- Se lo tomó y empezó a pajearlo, riéndose. -Mira la cara que pone.- Lo soltó, alejó la mano y l exclamó un Ay mientras eyaculaba sobre si mismo y el piso de parquet.

-Ay, ay.- Le imitaba burlándose. -Como grita esta basura.

Él jadeaba.

-Gracias.

Le devolvió un mohín de desprecio mientras volvía a mi para terminar lo que había empezado.

-Esto si que vale la pena, la verga de un hombre de verdad.- Le dijo mientras se limpiaba los labios.

-Mi billetera está en mi pantalón. Ahí tengo plata.

-¿Ahí tiene plata el bebé?- Se paró y se agachó a su lado para soltarle las manos. -A ver tu plata.

Sin pararse sacó su billetera. Sacó unos billetes de 200 y se los ofreció extendiendo su brazo.

Ella le pegó un fuerte palmetazo en la mano con los billetes y los soltó. Le gritó furiosa, -¿Qué mierda te has creído tú, gusano asqueroso? ¿Qué soy tu puta para que me pagues por hacerte cositas? ¿Ah?- Recogió la tira de cuero. -¡Contesta estúpido, te están hablando!

Le llovió correazos, en la cara, en el brazo con que se cubría, en la espalda cuando se dio vuelta para protegerse.

-No, no eres mi puta. Era sólo una humilde ofrenda.

-Mira esclavo, cuando quiera algo de ti te lo voy a decir, y ahí vas a tener el honor de dármelo.- Se sentó con la correa en las manos. -Traéme un cigarrillo.- Partió. -Rápido. No me gusta esperar a los tarados como tú.

Llegó con una cajetilla de mentolados. Se la arrebató.

-¿Me estás mamando, estúpido? Guarda está huevada para tus putas. Traeme algo decente.

Se lo tiró en la cara.

Partió corriendo y volvió con unos Gitanes. No pedía perdón, sólo obedecía.

-Me aburrí de tratar de covertirte en algo útil, eres una basura inservible. Pasa.- Se los quitó. Sacó uno, se lo puso en los labios. Con una mirada severa, recibió el fuego. Aspiró y le sopló el humo en su cara. Se rió. -Me entretengo humillándote esclavo. Por lo menos para eso sirves.

Tomé los cigarros y el encendedor.

-No, a mi no. Ella es tu ama, yo soy un amigo no más.- Me prendí uno. Me pasó un cenicero. -Gracias.

A ella le sostenía el cenicero.

-Estás aprendiendo esclavo.

-¿Donde trabajas Felipe?

-En la empresa de mis padres.

-Ah, verdad. Sí, me habías dicho.

Me nombró una empresa mediana y próspera, una fortuna para darse muchos gustos. Le mencioné la oficina de contabilidad donde ella trabajaba.

-Somos uno de sus clientes.

-Deben ser uno de sus clientes importantes.

-Sí, de los más importantes.

-Andrea está haciendo carrera ahí ahora, pero no han querido darle el cargo de responsabilidad que le corresponde.- No hizo ninguna acotación. -Oye, dame el teléfono de Domingo por favor.- Sacó su celular y me mandó el contacto. -¿Vamos? Mañana hay que trabajar.

Nos paramos los tres. Ella pisó su colilla en el parquet.

-Lo vas a limpiar bien. Tú, no tu empleada.

Le di la mano.

-Chao Felipe. Qué estés bien.

-Chao Matías.- Me apretó fuerte. -Voy a estar bien. Muy bien.- Sonrió.

19. La cama

-¿Aló, Domingo?

-Sí, con él. ¿Con quien habló?

-Con Matías. ¿Te acuerdas de mi?

-Claro que sí. El chileno que trajo a esa maravilla.

-Andrea, sí, oye, disculpa si te estoy llamando a mala hora.

Rompió una fuerte carcajada.

-¡El mejor chiste de la semana! ¿Qué crees, que me levanto a ordeñar mis vacas?- Cuando se le pasó la risa me dijo -¿Qué se te ofrece Matías?

-Resulta que Felipe y Andrea se están haciendo buenos amigos.

-Que bien, que bien. Me alegro por ellos. Sinceramente.

-Bueno, y resulta que quisiera que me recomiendes algun amigo que los pueda ayudar, que le sirva a Andrea para tratarlo a Felipe como le gusta.

-¿Qué quieres? ¿Alguien que le ayude a castigarlo? Pero si ella es una maestra del chicote. No me hables como un mojigato, ve al grano.

-Alguien con quien denigrar la hombría de Felipe, para que ella le diga Mira, esto es un hombre, esto es una verga, no como tú.

-Ahora sí pues, era cosa que le dijeras al pan, pan y al vino, vino.

-Claro que esta persona no puede tratarla mal.

-Claro, me imagino. Mira, te debo una por lo que pasó en mi casa. A propósito, el pobre tarado de Jorge anda huérfano, su prestigio de amo se fue a la mierda. Creo que voy a poder ayudarte. Déjame ver y te mando el contacto.

-Ya, muchas gracias Domingo.

-No es nada, no es nada. Chao.

Llegamos al cuarto después de pasar a comer algo por ahí cerca. Ella sabía que estaba muy satisfecho con su desempeño, con su nuevo rol. Sin embargo una sombra de tristeza pasaba fugazmente por su cara. No la quise interrogar, tenía mis sospechas. Al llegar nos acostamos. Mientras me acostaba de espalda, ella se posicionaba para cumplir con su función como pertenencia mía. Le acariciaba la espalda, los muslos, los senos. Una ocasión gentil, cariñosa. Su congoja era perceptible al sólo contacto de su piel. Al terminar mis gemidos con un suspiro de satisfacción, la empujé fuera de la cama. Su agilidad le permitió caer en una posición que no le dejara algún moretón. Su cuerpo reaccionaba automáticamente, sin pensarlo, al cuidado de mi pertenencia, previniendo el más mínimo daño para no reducir la calidad de su servicio, el visual principalmente.

-Esta noche duermes en el piso. Puedes usar dos frazadas, una de colchón y otra para cubrirte. Tu sabes, no quiero que lo mío se dañe, tienes que cuidar tu salud. También te puedes abrigar. Ponte calcetines gruesos, un pantalón de buzo y un polerón.- Ya conocía la jerga chilena para muchas prendas. La sombra había desaparecido, ahora estaba liviana, contenta. -Tienes algo que decirme.- No era una pregunta.

-Sí. Gracias.

-¿Por qué?

-Porque me cuidas de que no me vaya alzar. No lo haría, pero me siento mucho mejor de que me cuides. Me recuerdas cuál es mi lugar, que eres mi dueño, que soy tuya. No se me olvida, pero me da seguridad que me lo recuerdes. Eres tan bueno, piensas en mi.

-Quisieras subir a la cama?

-Sí, quiero estar cerca tuyo, para estar más a mano para ti. Pero lo único que me importa es estar donde quieres que esté. ¿Te puedo pedir algo?

-Sí, lo haces muy poco, dale, pide.

-Déjame en el suelo por favor. Me entretiene Felipe, pero esta noche me gustaría estar aquí. Tú siempre sabes lo que es mejor para mi.

-En el suelo.

-Sí, no en tu cama.

-¿Mi cama?» Claro que era mi cama.

-Soy tuya y todo lo que puedan pensar que es mío es tuyo, nada es mío. Ese mantel no es de la mesa, yo lo puse ahí. Yo duermo en esa cama, tu cama, porque tú dices que eso está bien.

-Duérmete. Estás bastante a mano para mi uso.

Efectivamente. Me desperté con una típica erección nocturna. Generalmente disfrutaba sentir como su cuerpo acostado a mi lado seguía mi voluntad con apenas la guía de mis manos. Esa noche fue distinto. Me bajé de la cama, la destapé. Se puso boca abajo con mis manos y subió sus caderas con mis manos. Le bajé el pantalón de buzo. Como siempre me recibió bien lubricada. Gemía bajito, sin palabras excitantes. Simplemente me sirvió, como lubricante y como un lugar agradable para ser abierto. Volví a la cama a dormir, ambos satisfechos, yo de su uso, ella de haber sido de mi uso.

20. La posición

Antes de ducharnos en el baño compartido me daba el gusto de usar su boca por última vez en la mañana. Ella captaba inmediatamente el momento y se ponía de manera que pudiera disfrutar de la vista de sus muslos, suaves y brillantes, y sus rodillas flectadas para que su boca pueda ser usada con la mayor facilidad. Durante mi estadía usaba falda la mayoría de las veces, sabía desde siempre lo mucho que disfrutaba esa vista. En todo momento. A veces simplemente haciendo cosas por la pieza. Al agacharse, lo hacía de la manera recomendada para la salud de la columna y para conseguir una nueva erección en mi, incluso poco después de haber tomado su leche. No ponía cara de felicidad por haberlo logrado, no, eso hubiera sugerido algún tipo de control sobre mi, no, simplemente su cara de disponibilidad, de que se excita y se lubrica con la sola idea de que va a ser usada, la boca semiabierta. Un vestido corriente, apto para ser manchado, con botones adelante o con tiritas en los hombros para tener acceso fácil a sus senos, pequeños, firmes y bien formados. Adentro había abandonado el uso de la ropa interior, así era cosa de levantar su falda para usarla. Liviana, para doblarlo sobre su espalda. También facilitaba otros usos, como acariciar y lamer sus muslos en esa posición deseada. Ella sabía subírsela justo lo necesario, sabía que no debía mostrarme su intimidad a menos que yo fuera por ella, justo lo necesario para que sus muslos estén a la vista de la manera preferida. Incluso afuera, una falda de oficinista, que no por llegar apenas sobre la rodilla dejaba de ser adecuada para el trabajo, le permitía encuclillarse de una manera socialmente aceptable para un espacio público al hacer algo cotidiano, recoger un lápiz que se cayó por ejemplo, accidentalmente, nunca a propósito y darme una degustación de lo que luego iba a disfrutar con más libertad. Acariciar esa región favorita en el taxi nocturno, darle una leve presión arriba de la rodilla, disfrutar su esfuerzo por reprimir gestos de placer.

-Yo quería descansar y tú eres responsable de que le siga exigiendo a mi verga ya sensible.

Una cachetada para recalcar la molestia falsa.

-Perdón.

Sin dejar de atenderme más que el segundo necesario para pronunciar la palabra, sin cambiar la posición.

-Eres una puta que no puede pensar en otra cosa que en el pico.- Otra cachetada. -¿No es así?

-Sí, todo el tiempo, todo el tiempo me estoy imaginando el pico en mi boca, en el hoyo, y me caliento.

Cachetada.

-Te pones de esa manera para conseguir tener el pico en la boca y en el hoyo, puta de mierda.

Cachetada.

-No, yo no soy nada, no puedo buscar que me des algo.

Cachetada.

Era una bella manera de contradecirme, no era la causa de la cachetada. Cualquier interrupción en su discurso venía bien para ese propósito y la aprovechaba para darme el panorama completo: sus muslos y su boca en uso.

-Un día de estos te voy a sacar de noche con un cartel al cuello, mamadas a Bs. 1.- Gemido de placer ante el prospecto. -Sentada de rodillas en un callejón oscuro, con suficiente luz indirecta para que se vea tu postura invitadora y tu boca abierta sobre el cartel.- No lo iba a hacer, muy peligroso, podíamos meternos en problemas con la ley.

Caminar alrededor de ella, apreciando sus distintos ángulos, sentada en sus tobillos con las rodillas en el suelo, con el vestido subido. Tenerla en esa posición sirviéndome con su boca por un tiempo suficiente para que al sostenerla al pararse sus piernas cedan por lo tiesas que habían quedado.

Tenía todos los motivos del mundo para adoptar esa posición en cada oportunidad. Todos y el único: Complacer a su dueño.

21. La presión

-¿Te suena la empresa de los padres de Felipe?

-Claro que sí, justo ahora hemos estado trabajando en una auditoría para ellos. Ha sido mucho trabajo, tienen un desorden grave en sus balances. Por eso les he tenido trabajando duro a mi gente.

-Entonces ya eres conocida como la que está a cargo de esa auditoría.

-Sí, y el que se supone que está a cargo es compadre del jefe.

-Pero está claro que un cliente importante pesa más que un compadrazgo.

-Ya estoy queriendo pelear ese ascenso.- Terminaba su postre, comió con el apetito alegre de siempre.

-El ascenso va a caer en tus manos, lo que vas a pelear duro va a ser las condiciones de tu cargo nuevo.

-Eso va a estar lindo.

-Voy a estar orgulloso de ti.

Se encogió riendo, emocionada.

La cena fue una buena ocasión para rehacer lazos que se habían debilitado con los del banco. Especialmente con Guillermo. Me dio mucho gusto volver a compartir más con él, era un tipo muy agradable, desde el principio, tenía ángel.

Después de una larga sobremesa, con risotadas y un intercambio de opiniones intenso y amistoso, salimos a su jardín a fumar y a estirar las piernas. Estaba cayendo de vuelta en el vicio, desde mis años de universidad. Guillermo, tan pulido en todo lo demás, en sus cigarrillos ahorraba. Yo todavía no había vuelto a comprarme los míos.

-Disculpa que te diga, pero ya tenemos bastante confianza tú y yo.

-Claro, dale no más.

Seguro que la señora le había dicho que me hablara.

-¿Cómo están las cosas con tu señora?

-Bien, de lo más bien.- Respuesta automática, no me creyó. -En serio, nos estamos viendo con una terapeuta muy buena. Nos ha ayudado a recobrar la pasión de juventud.

-Que bien, que bien. Entonces lo de tu ñatita es solo una aventura, un desliz, un capricho sin importancia.

-Sí, claro que sí.

Ahí sí que no se la vendí. Mi cara daba cada una de las señales de la mentira, y él las sabía leer.

Suspiro.

-Matías, Matías, Matías hombre. Hazle caso a un viejo, de algo me ha servido pasar por tanto. No te dejes llevar, esas cosas nunca terminan bien.

-¿Y si te dijera que ella está empezando una relación, con vistas a un enlace extremadamente ventajoso?

Me miró extrañado.

-¿Cómo es eso? ¿De que estas hablando?

-Eso mismo, la he introducido en un círculo de intereses comunes y está muy cercana a un joven de una familia de dinero.

-A ver, a ver, ¿pero tu crees que va a poder casarse con él?- La piel morena, los rasgos indígenas marcados.

-No hace falta que yo te haga ver lo mucho que han cambiado las cosas en Bolivia.

-Sí, claro que sí, pero los corazones de la gente tardan más en cambiar, un par de generaciones.

-En este caso hay circunstancias que facilitan enormemente esos problemas.

-¿Un embarazo? Ha, eso a lo más le dará una pensión, no un matrimonio.

-No, no es eso. Disculpa Guillermo, tienes que entenderme, no puedo comprometer la privacidad de gente que probablemente conoces, aunque sea indirectamente.

Me miró fijamente, sonriendo, los profundos surcos de su cara realzaban sus gestos.

-Carajo…

Una risita grave, de fumador.

Pisamos los cigarrillos en el pasto.

En la cama con ella me sentí cansado. No cansado físicamente, cansado de mi situación, de tener que pensar que hacer, de estar a cargo de esta situación, de no poder dejarla en automático, cansado de ella, de ser su dueño, pero al mismo tiempo no quería dejar de serlo. No quería usarla, para nada. Me sentí mal. La tenía en mis brazos pero algo estalló en mi. Salté de la cama y la arrastré del brazo. Recogí mi pantalón para sacarle el cinturón. Levanté su camisita para sacársela, con su valiosa cooperación. Me puse a azotarla, apurado, furioso.

-Arranca, no te quedes soportando el dolor.

Se levantó y trotó despacio alrededor mío. Ahora le di correazos por todo el cuerpo, menos en la cara, las manos y las pantorrillas, no quería que quede nada visible.

-Dije arranca vaca estúpida, no que trotes como yegua trillando.

Era raro que no me haya entendido, pero ahora sí lo hizo. Corrió de una esquina de la pieza a la otra, tapándose y protegiéndose como lo había hecho Felipe. Una virtud de este edificio viejo era el grosor de las paredes. Igual no iba a hacer escándalo, nada de gritos ni de romper cosas.

Todavía estaba la varilla sobre el estante de libros. Mientras la iba a recoger ella se acurrucó en el suelo, temblando de miedo, una respuesta física difícil de producir a voluntad. Le di varillazos, más fuertes que la otra vez, con rabia. La tiré del brazo para sacarla de su esquina. Ahora se acurrucó en el suelo mientras la seguía azotando con la varilla. Volví al cinturón.

La levanté de un tirón. Le metí los dedos en la vagina, sacándolos y volviéndolos a meter con fuerza y rapidez, haciéndola sacudirse con mi movimiento. Luego la di vuelta y le di el mismo tratamiento a su ano, metiendo tres dedos. La tiré de rodillas al suelo y le sacudí la cabeza, moviendo su boca a lo largo de mi erección, sin cachetadas está vez, pero en vez de eso la sostuve con fuerza contra mi y le apreté la nariz. La sostuve así varios segundos y la solté. Tragaba aire desesperada. Repetí el procedimiento varias veces, alargando la duración de la privación de aire. Empezó a empujar contra mí, luego a golpearme. Yo había sacado fuerzas que no sabía que tenía. La solté y la tiré al suelo, respirando ruidosamente. La volví a azotar con los dos implementos, una tras otro. Le subí las caderas y use su ano. Ya estaba calmándome, no se lo dañe, pero lo hice con más fuerza y rapidez que de costumbre, como que lo más importante del acto no fuera el placer directo por la estimulación sobre mi pene. Se lo volví a meter a la boca. Temblaba, pero no volví a ahogarla, sólo fui brusco. La fui usando de esa manera, de su ano a su boca, unas cuantas veces.

La volví a tirar al suelo, de espaldas, y me senté en su cara. Ella sacaba y movía su lengua para estimularme, pero era difícil por la presión que yo estaba poniendo. Nuevamente eso dificultaba su capacidad de darme placer, pero eso no importaba. Le agarré la cabeza en esa posición para frotarla contra mi.

Me puse de pie y ella sacudió su cabeza, como despabilándose. Le hice un gesto y ella se sentó de rodillas, en la posición usual. La cosas estaban volviendo a la normalidad. Casi. Le volví a meter los dedos en la boca sacandole un par de deliciosas arcadas. Cuando los saqué y comencé los movimientos para darle fin a la sesión por mi cuenta, ella mantuvo la posición y abrió la boca como de costumbre. Quedaba una última novedad. Desvié el lanzamiento para que cayera al suelo.

-Ahora lo vas a recoger con tu boca.

Como ya he dicho, su pieza, aunque vieja, la limpiaba con pulcritud prolija, pero igual, era un suelo de madera, y las tablas no estaban nuevas, con varias rendijas en y entre ellas.

No lo pensó ni un segundo. Se agachó sobre el piso e hizo sonar su succión.

Cuando se levantó tenía la boca sucia.

-Límpiate.

Lo hizo con la mano.

-Traga.

Me acosté y le dí el gesto mínimo para que venga conmigo. Suspire profundo, me sentía mucho, mucho mejor. Era lo que me hacía falta.

Le acaricié el brazo mientras se quedaba dormida, su cabeza apoyada en mi pecho, tal como había estado recién. Estaba apoyada en mi, quedándose dormida con completa seguridad. Ni un temblor de miedo, ni ligera sacudida ni humedad de llanto. No demostraba miedo de volver a recibir ese tratamiento, ni pena de haberlo recibido.

La seguí en poco rato.

22. El peligro

A la mañana siguiente le hice un minucioso examen físico. Cómo era de esperarse tenía unos cuantos moretones, sobre y bajo la cadera y uno en el hombro. Ninguno se había puesto oscuro. Tenía una erosión en un codo y otra en una rodilla. Todo perfectamente ocultable bajo la ropa. Las manos, el antebrazo, la cara y el cuello vírgenes. Ese día y por unos cuantos días usó pantalón, manga larga y cuello alto. Por supuesto que no tuve que darle esa instrucción. Aunque no era estrictamente necesario, prefirió prevenir. Al examinarla y tocar sus magulladuras no hizo ningún gesto ante mi leve presión. Hubiera preferido que no hubiese quedado ninguna marca, pero no podía ser de otra manera. Todas las otras marcas habían desaparecido o lo iban a hacer en el transcurso del día.

Antes de salir le hice ver lo bien que estaban las cosas cuando completamente vestidos me sirvió con su boca y sólo mi cierre abajo. Un trabajo calmado, limpio y breve. Una señal muy bienvenida de que no tenía de qué sentirse mal, seguía siendo de mi uso.

En el almuerzo de despedida hice algo por primera vez, le tomé la mano sobre la mesa. Habíamos caminado de la mano y se la había tomado en el taxi, pero nunca antes sobre la mesa.

-Convivir acumula tensiones, necesariamente.

-Sí.

-Lo bueno es que no tenemos una relación de pareja.

-Yo voy a tener una relación de pareja con Felipe. Ya la estoy teniendo.

-Exactamente, una linda relación.

-Si fuera tu pareja no podría ser de tu propiedad.- Se le quebró la voz. -Perdón.

-Está bien, es bueno que lo tengamos claro. Tú te das cuenta como me esfuerzo para no caer en eso.

-¿Te lo hago difícil?

-No, para nada. Es una batalla que la tengo que pelear yo, pero tú me lo haces más fácil.

-Gracias.

Había dejado de cuidarme de los oídos ajenos. La moralidad en La Paz había cambiado mucho, había cada vez más respeto por la vida privada. Igual alguna cabeza se había volteado, pero en lugar de una mirada de censura era de sorpresa, curiosidad o morbo.

Caminamos un poco en vez de despedirnos. Siempre me movía con un buen margen de tiempo para mi vuelo, nunca se podía saber que iba a pasar con los tacos. Ella se podía demorar.

-Te tengo que confesar algo. Recién me di cuenta. Anoche me estuve sintiendo un poco como pareja antes de que tú me ayudaras a salir de eso.

-¿Y te gustó?

-Es que no me había dado cuenta, fue algo automático, no me fijé si me estaba gustando o no, eso es lo que me da más miedo, que si me sigue pasando te lo haga más difícil a ti.

-A mi me pasó algo parecido, pero con una gran diferencia. Aunque no tenía claro lo que me estaba pasando, sí tenía claro que me estaba sintiendo mal, muy mal. No sabía de qué, pero el remedio no fue algo que se me ocurrió, me salió sólo, emergente.

-¿Y si no te hubiera salido? Disculpa, no quiero ser fregada, pero me preocupa.

-Eso era lo que te estaba diciendo. Hay una tensión que se acumula naturalmente en una relación de pareja. Con los años uno se puede acostumbrar, pero la diferencia es que contigo puedo liberar esa tensión apenas se junte un poco. Mucho más ahora que estoy consciente de eso. No te preocupes, esa tensión siempre ocurre y siempre se siente de alguna manera. Además tengo una gran variedad de maneras de liberarla.

-¿Y si hiciera algo indebido a propósito, te ayudaría?

-Sí y no. Sí, reaccionaría, pero se puede volver molesto y aumentar la presión. Empezaría a ser un rasgo de una relación de pareja.

-Sólo era una idea, una idea tonta.

-Está bien, me gusta que estés atenta. Pero no te vas a preocupar, yo me voy a dar cuenta y voy a reaccionar sólo. Hay una cosa que si me ayuda y de la que no eres consciente. Cuando eso pasa te pones triste y se te nota una preocupación de la que a veces no te das cuenta.

-Sí, a veces me he dado cuenta y trato de que no se me note. Ahora me doy cuenta de que ahí te estoy tratando de engañar.

-Bueno, ahora que estas consiente no lo vas a hacer, y además yo sí me he dado cuenta.

-Que bueno, me estoy sintiendo mejor. Fue como que anoche desperté de una pesadilla, no, de una trampa, no se.

-Te has vuelto consciente de algo importante.

-Eso, me siento mucho mejor ahora.

Se le notaba, su tono de voz estaba mucho mejor.

-Tú sabes que no te estaba castigando.

-Sí, sólo estabas desahogando esa presión que dices.

-Más bien tensión.

-Ahora me siento segura. Gracias.

Su sonrisa, la del primer día, lo decía todo.

-No me sirves triste.

-Si me pongo triste ya se que te tienes que dar cuenta. Aunque te estaba engañando, igual me siento bien porque sirvió para algo muy importante.

La abracé del hombro.

-Y si no me doy cuenta tampoco es tan malo, porque cuando tú te das cuenta es como que me des un regalo sorpresa poniéndome en mi lugar, es mejor que cuando te avisan.

-Sí, es aún mejor. Te sigues volviendo cada vez mejor como pertenencia. Una pertenencia cada vez más valiosa.

-Eso es lo importante.

-Ya, ándate a tu trabajo, que me están dando ganas de usarte, pero no me puedo atrasar y tu no vas a relajar tu ascenso.

Nos despedimos con un beso apasionado. No era un beso de amor apasionado, era de entrega, de posesión.

23. La meretriz

-Así que les funcionó bien el jueguito.

-Sí doctora, fue super bueno.

-¿No les dije? No falla, con juegos así una pareja se fortalece.- Una pareja, sí. -Ahora no deben dejar de ser creativos. Liberen esas fantasías.- Pero si las hago realidad dejan de ser fantasías. Creo que lo había escuchado en alguna película. Me censuré de decirlo en voz alta e hice un comentario anodino con entusiasmo falso. -Mantener un matrimonio es más que paciencia, es trabajo, pero un trabajo que puede ser muy entretenido también.

Igual me había gustado.

-¡Te tengo dos buenas noticias!

-Dime.

-Tu ya debes saber.

-Sí, pero te ves mejor alegre, y estás intensamente alegre de contármelo. Dale.

-¡Sí! Primera cosa, ahora soy encargada de un par de cuentas grandes, oficialmente.

-¿Y el sueldo?

-¡Cinco mil!- Se le notaba en la ropa, pero todavía era poco para la responsabilidad. Se dio cuenta. -Al mes dos más.- Mejor. -Segundo, Felipe me estuvo llamando todos los días. Le dije que no se ponga latoso, que yo sabré cuando me dan ganas de ir. Fui cuatro veces. Es mi esclavo. No puede vivir sin mi.

-Me siento orgulloso de tenerte. Ya no necesito decirte cosas, ya estás volando sola. Quiero que lo mío sea de lo mejor, y tú lo estás siendo.

Esa noche, cuando llegamos al cuarto, sacó varios billetes de cien dolares de su escondite, unos cuantos, los puso a mis pies y se sentó de rodillas.

-Perdóname por tenerte tan poca plata.

-No me sirve tu mierda de plata. Chúpame el pico mejor. Para eso me sirves.

A la mitad se lo quité, no la dejé terminar su trabajo.

-Mejor sí, puedes administrar mi plata. Eso es otra cosa para la que sirves. Úsala para mejorar mi pertenencia.

La desvestí, con su conmovedora ayuda. La puse de rodillas en la cama, dándome la espalda. Me lubriqué con ella, disfruté su ano y eyaculé ahí. Después saqué un billete de diez, lo usé para limpiarle mi semen y lo tiré al piso.

-Tú no me ofreces tu mierda de plata, yo te uso como mi puta barata.

Se fue de rodillas al piso a recoger el billete. La empujé con el pié, haciéndola caer de lado.

-Eres una puta barata.

-Y me encanta. Déjame venderle mi cuerpo a otros hombres. Barato, diez pesitos.

-Te harías conocida. La puta más barata de La Paz. En tus vacaciones vas a ir a Copiapó y te vas a vender por cinco lucas.

-Gracias. Soy tu puta barata.

-Me gusta tener una puta barata.

Sonrió, feliz, orgullosa de si misma.

24. La familia

Cuando salimos esa mañana nos encontramos de frente con él.

-¡Andrea!

Se quedó muda por un segundo.

-Jason, él es Matías.

-Hola Matías.

Le extendí la mano. Estábamos parados en el umbral del edificio. Me miraba y su cara, de estupor pasó a ira.

-¿Quién es usted? ¿Qué hace en el cuarto de mi hermana?

Me dejó con la mano estirada.

-Jason, soy grande, trabajo, es cosa mía quien duerme en mi cuarto.

-¿Y si viven juntos por qué no lo has llevado a casa? ¿Ah?

-Lo iba a llevar siempre, pero yo sabré cuando.

-¿Qué bicho te picó a ti? ¡Estás hablando con tu hermano!

-Sí, lo sé, y tú estás hablando con tu hermana, que ya es una mujer grande. Si no les gusta, mala suerte.

-Voy a hablar con el papá, a ver si a él lo respetas todavía.

-Sí, hazlo, de una vez.

-Loca.

Y se fue, a paso firme, mirando para atrás para lanzarle su cara de ira desatada. Iba a gritarle algo, pero la contuve con un toque en su hombro.

-Fuiste demasiado brusca con él. Mantente firme pero conciliadora.

Se tomó unos segundos para contener su ira.

-Perdón. Será que lo puedo arreglar?

-Claro que sí. Vamos a ir con Felipe a verlos. Yo voy a hablar con él. Tú llamarás a tu hermano, te disculparás por haberlo tratado así y concertaras una visita para el próximo miércoles.

-Muy bien. ¿Les miento?

-No, posponlo todo para cuando vayamos.

Íbamos caminando. Primero la pasaba a dejar a su trabajo que quedaba a un par de cuadras del banco.

-No te desquites con la gente de tu oficina. Guárdalo para Felipe. Tampoco le vas a hacer algo que lo deje con marcas delatores, difíciles de explicar. Lo necesitamos con toda su influencia.

-Estoy haciendo que tengas que darme todas estas instrucciones. Yo tendría que darme cuenta sola. Disculpame.

-Hasta ahora lo has hecho mágicamente y se que vas a seguir haciéndolo. Ahora tuviste un arrebato de rabia, pero afortunadamente se puede arreglar. Es indigno andar escondiéndonos, pero tampoco vas a provocar un escándalo.

-Perdón, no volverá a ocurrir. Ahora ya sé lo que voy a hacer. No se ocurrió, perdóname, casi te causo un problema.

-Está bien, te perdono. Tu sabes que yo no te castigo, sólo me enretengo contigo.

-Sí, gracias. Me sentiría muy mal si hiciera cosas mal y tu tuvieras que castigarme. Prefiero saber solita lo que tengo que hacer.

-Y lo haces fantástico. Es una muy buena manera de ser de uso para tu dueño.

-Gracias, eres tan bueno conmigo. No lo merezco.

-No, no lo mereces, pero me gusta tener cosas buenas para usar, útiles.

-Eso es lo que quiero ser. Algo útil para ti. Útil en lo que tu quieras.

-Sí, es un gusto tenerte para mi uso.

-Gracias.

-Es mi placer.

Nos reímos por la referencia a nuestros primer encuentro y nos despedimos con un beso.

El banco seguía siendo una institución bastante machista. Bueno, el de Chile también. Pocas mujeres en cargos de responsabilidad. En el de Bolivia las trataba a todas con consideración y respeto. Últimamente sus sonrisas habían dado paso al desprecio. No era paranoia, me habían visto despidiéndome con un beso con ella. Sabían que era casado. El que no usara anillo sólo había provocado risitas coquetas en algunas. Habían algunas excepciones al actual desprecio, yo estaba demostrándome accesible. Los hombres me aprobaban con una sonrisa cómplice.

-Bueno, ¿Y ese matrimonio?

-Ya viene. En dos semanas más habrá dado un paso muy importante.

-Que carajo estas haciendo. Bueno, ya veremos, ya veremos. Sinceramente espero que el tiempo no me de la razón.

Y volvíamos al trabajo.

-Ya me puse de buenas con él.

-¿Y?

-Sigue enojado, pero ya se calmó. Le dije que en dos semanas más iríamos.

-Vamos bien.

Había aprendido mucho inglés por su cuenta, la puse a prueba, pero el cursito ese ya le estaba quedando chico.

Fuimos a comprarle zapatos a San Miguel.

-Elígete tres pares por ahora. El taco sólo lo necesario para estar a la moda y verte bien, no para verte más alta. Eres atractiva con la estatura que tienes.

Me llamó mientras estaba tomándome un café y trabajando. Fui a la zapatería que me indicó.

-Listo.

Había tres cajas sobre una silla.

-Traté de convencerla que eligiera unos más altos, pero no quiso.- La vendedora dijo con tono amistoso. La había saludo con afabilidad y se sintió con la suficiente confianza.

-Así te quiero, bajita.

Para la mayor parte de su clase eso era considerado casi una parafilia.

-Vamos a estrenarlos.

Eso la puso feliz.

-Sólo los blancos, los otros los estrenarás por tu cuenta.

A la vuelta nos bajamos en la Arce, en el KeTal de ahí.

-Vas a entrar hablando en inglés para que te orienten sobre a qué nivel te conviene entrar.- Le dije al frente del CBA.

Esperé afuera con las bolsas de los zapatos, viendo a través de los vidrios como hablaba con la secretaria. Se estaba manejando sin problemas. Aparte del acento y de algunos errores gramaticales que no impedían entenderla, se manejaba bien. Todo con un cursito en fascículos.

En la pieza se probó los zapatos en ropa interior.

-Excelente idea.

Se había comprado un juego de ropa interior fino, de un color turquesa claro, seguramente no era el único que había agregado a su ropero.

Así me gusta que estés, bien arreglada, no sólo me das un gusto, también te das valor.

No podía apoyar las rodillas al suelo sin ensuciar los zapatos, así que se encuclilló, una linda variación de la posición. Así sintió a través de mi pantalón aquello que le gustaba tanto servir, duro, ya largo. En esa posición en particular separaba un poco las rodillas. Su largo pelo liso y negro se lucía muy bien bajando hasta sus muslos, enmarcándose en su nuevos brocados. Mientras disfrutaba sintiendo lo buena que era su boca para mi placer, me desvestí de la cintura para arriba. Seguí con el pantalón puesto, sólo el cierre abajo y tiré mi ropa a la cama. Hábilmente mantuvo el equilibrio mientras me desvestía por abajo. Los zapatos. Con los pantalones se paró para dejarlos dobladitos. Los calcetines y los calzoncillos. Volvió a lo que estaba haciendo, sosteniéndose en mi. Tenía las manos suaves, el trabajo manual en su infancia no fue tan intenso y se había cuidado, la alimentación y sin vicios tóxicos. Manos suaves para pasarlas por mi piel, sin estirarse, sin acaparar mi cuerpo, sólo que sienta lo agradable de su mano moviéndose. Sus rodillas flectadas tocaban mis pantorrillas, destacando su suavidad. Esa ropa interior le quedaba muy bien, no se le escapaba la calidad, aunque puede que haya buscado el consejo una buena vendedora.

-Vamos mi mamoncita, ya me está dando frío, vamos a la cama. Ahí te voy a seguir usando, estás muy rica para usarte esta noche.

Se paró y se sacó los zapatos y la ropa interior mientras yo me acostaba para recibirla bajo las frazadas. Le daba vueltas a mi lado, una hermosa manera de sentir su piel, moviéndose a la velocidad precisa para apreciar el roce de sus pezones oscuros, las delicadas curvas de sus glúteos, toda esa piel, piel morena y suave, piel de mi pertenencia, una de sus mejores funciones, ser sentida en su piel, mi falo deslizándose alrededor de su piel, degustando lo mío.

-Está noche no eres mi puta barata. Eres una puta de buen nivel. Sabes complacer tan bien que los hombres quieren hacerte regalos caros, aspirando a comprarte para su uso exclusivo, pero tú no quieres venderte así, tu vendes tu cuerpo pero no vendes el gusto de ser deseada por varios hombres de esa manera. Una reina puta. Una puta reina.

Me gustaba más escalar su excitación con palabras que con estimulación táctil.

-Estaría orgullosa de que ganes harta harta plata vendiendo mi cuerpo. ¿O vendiendo mi amor?

-¿Tú amor está a la venta?

-Si tu lo quieres vender, por supuesto que sí. De hecho, me estoy enamorando de Felipe.

-Como siempre, sabes lo que quiero antes de que lo diga.»

-Yo lo puedo amar apasionadamente, con un amor sincero. No entenderían, pero es verdad. Es mentira eso de que el amor no se puede controlar. ¿Cómo yo puedo? Tengo maripositas en la panza y siento que quiero estar con él. Lo único más importante que estar con él es que tú me uses.

No dejaba de mantener mi erección con su hábil manipulación mientras conversábamos.

-¿Y yo? ¿No me amas a mi? ¿Puedes amar a dos personas a la vez?

-Podría, por supuesto que sí, cualquier cosa por ti.- Nos reímos un poco. Tenía que hacer algo parecido de nuevo, pero sin repetir. – Tú sabes que a ti no te amo. Todos dirían que sí, pero no. Lo que me pasa contigo es diferente. Es como una alegría profunda de ser tuya, es cumplir el sentido de mi vida. Para eso existo, para ser tuya, para que me uses.

-Eso se llama inteligencia intrapersonal. Entiendes tan bien lo que pasa dentro tuyo.

-Sí, lo supe todo desde el momento que te conocí. Fue como que prendieran la luz.

Con una sonrisa le di permiso para tomar su lechecita de la noche.

-Gracias.

Nos quedamos dormidos abrazados.

25. La visita

Subimos a El Alto en el auto de Felipe, ella en el asiento del copiloto. Él había sido bien instruido en su libreto y la verdad es que no le iba a costar mucho, tenía varios años de experiencia llevando una doble vida. Incluso había inventado una afición al bicicross para justificar los moretones y raspones que le podían ver sus padres en las reuniones familiares o en alguna de las visitas sorpresa que le hacían. Compró una bicicleta cara y se la dio en usufructo a una joven promesa de ese deporte, con la condición de que la guardara en su bodega. La madre no tenía ningún interés en ver a su primogénito arriesgar su vida en peligrosos descensos, pero vivía con el temor de que su padre fuese a visitar un evento, preguntar por él y destapar la farsa. Por eso le urgía casarse y finalmente encontró a la mejor pareja que pudiera haber imaginado.

Estacionamos al frente de la casa. Tenían su buena Ford Ranger afuera, en vez de adentro en el patio, bastante grande y con un cobertizo. Solo le faltaba el cartel No somos pobres tras tu plata.

Su hermana menor salió a saludarnos, radiante, era su principal aliada. La segunda estaba dispuesta a dejarnos demostrar nuestras buenas intenciones. Entramos por la entrada frontal, la menos usada. La entrada más común era el portón, por ahí también entraban los inquilinos de los pisos superiores. Le habían pedido que viviera en esa semi-independencia y bajara todos los días a trabajar, como tantos otros. Su sueño de que se fuese a instalar allá una vez casada y tener a los nietos cerca se desvanecía. La entrada daba al amplio living-comedor, con muebles raramente descubiertos de sus plásticos protectores, solo para ocasiones especiales como esta. La cara de los padres lo decía todo, no aprobaban de nosotros, para nada, y no estaban a punto de cambiar de opinión. Mientras la madre entró a preparar los platos con la hija menor, el padre nos agasajó con un Johnny Walker etiqueta negra, al que no estaba invitada su hija. Yo con uno quedé listo, pero Felipe se la pudo con uno más y compensó por mi frugalidad.

El caballero no esperó a que empezara la cena para cortar las trivialidades introductorias con un escueto – Bueno…

-Don Fermín, si me lo permite…

Asintió con la cabeza.

-Don Fermín, mis intenciones con su hija son serias…

El hombre era parco. Lanzó un sonido de baja intensidad en su garganta con la boca cerrada. Un claro No te creo.

-Don Fermín, ella es una profesional exitosa, se ha ganado una posición en la sociedad. Este fin de semana la voy a presentar a mis padres.

Ese anuncio le hizo inclinar la cabeza al lado y le, en señal de interés.

-Si papá, este sábado en la noche, en la casa de ellos.

Salió la señora.

-Pasemos a la mesa.” dijo el patriarca.”Don Felipe, don Matías, adelante.”

Nos sentamos. Andrea nos indicó nuestros puestos. Su padre a la cabecera, Felipe y yo a la diestra, Andrea a la siniestra, luego la hermana del medio, la madre y la menor.

Mientras la señora y la niña nos ponían los platos delante nuestro, el aire se podía cortar con un cuchillo. Carraspeó un par de veces antes de empezar a comer y así darnos la señal para que lo hiciéramos nosotros. No creo que repitieran esta mise en scène en la intimidad.

Tome la iniciativa alabando su cocina, pero las gracias de la señora, aunque amable y acompañada de una sonrisa, no daban la cuña para seguir la conversación. Simplemente cumplimos con nuestra obligación, agradable por lo cierto, de dejar limpios nuestros platos. Ni se me pasó por la cabeza mencionar mis restricciones autoimpuestas.

Nuevamente el caballero estaba dando inicio a las tratativas con otro -Bueno…- cuando sentimos el estruendo del motor de un camión.

-¡Jason!

La madre salió caminando apurada a prevenir a su hijo, que ya sabía de la reunión. Andrea mostró inquietud en su cara. Sabía que venía una parte difícil de mis deseos.

-Buenas tardes, provecho, provecho.

Lo cortés no quita lo valiente.

La madre le colocó otro plato.

-Van a disculpar, tenía algo urgente con un cliente.

-Jason, el es Felipe. Felipe, Jason, mi hermano mayor.

Nos atravesó con su mirada, como decidiendo si nos iba a dejar hablar antes de sacarnos la mierda.

Llegó su plato y se puso a comer. En una clara indicación de que había que esperar a que terminara de comer, Andrea se puso a conversar con Maricel, la hermana del medio. Le preguntó por los estudios, los amigos, los conocidos, las proyecciones laborales. Felipe tomó aliento para empezar a ofrecerle trabajo a Maricel en la empresa de sus padres, pero una sutil mirada de Andrea bastó para que se contuviera. Nada se le escapaba a la señora, los leyó claramente, tan claro como que Felipe hubiera alcanzado a hablar. Quedó registrado para conectarlo con observaciones posteriores.

Jason terminó su segundo y se lanzó al ataque.

-¿Quienes son ustedes?

-Jason, yo soy Felipe Cortínez… prometido de Andrea.

Por fin. El padre frunció el ceño aún más y las mujeres abrieron la boca, con sonrisas de distinto grado.

-Pero… y ¿Quién mierda es este? El que…?

-Jason, más respeto, está la mamá.

-Respeto…?

-Sí, respeto. Papá, mamá, escuchen a Felipe por favor.

Si no hubiera quedado tan descolocado por la serie de sorpresas, probablemente no se hubiera dejado interrumpir tan fácil.

-Don Fermín, doña Juliana, después de presentar a Andrea a mis padres, vendremos a visitarlos con ellos más, si es que ustedes están dispuestos a recibirnos.

-¿Pero y él? ¡A él fue al que vi saliendo de tu cuarto, no a este otro carajo!

-¡Jason!

-¡Pero mamá! ¿No ve que estos jailones, este chileno, se están haciendo la burla de ella?

-Mira Jason, si no quieres venir a la boda, ese es problema tuyo. Papá, mamá, ¿Usted me va a llevar al altar, o me tendré que conseguir a alguien por ahí que me tenga lástima de no tener a mis padres?

-Hija, no sé… Esto es tan.. Usted va a disculpar don Felipe, ella siempre ha sido así.

-Y es justamente así como la amo a su hija don Fermín, así como usted la ve aquí.

-¿Y tú chileno? ¿Qué tienes que decir? ¿Qué…- de una mirada Andrea lo cortó – estabas haciendo en el cuarto de mi hermana? ¿Ah?

-Don Fermín, su hija les tiene demasiado respeto como para mentirles…

-Y demasiado respeto como para contarles cada detalle de mi vida privada.- Wow, me interrumpió. Estaba magnífica.

La madre se puso de pie y fue a su lado. Ella hizo lo mismo y se abrazaron.

-Hija, hijita, ¿Que estás haciendo hijita? ¿Qué estás haciendo?

-Mamita, mamita querida, no estés triste, yo solo quiero ser feliz mamá, pero quiero que ustedes estén allí conmigo, no me dejen sola.

La madre se separó de ella lo suficiente como para mirar suplicante a su marido. A él se le habían llenado los ojos de lágrimas. ¿Estaba actuando realmente? Soberbio.

-Hija, siéntate, no llores.

La pura señora no más estaba llorando, Andrea más que la cara de congoja no tenía. La señora se secó las lágrimas, sacó un pañuelo y se sonó ruidosamente. Las dos se acomodaron en sus asientos. El patriarca iba a dar su dictamen.

-Don Felipe, dígale a sus padres que con mucho gusto los vamos a recibir en esta casa. No se hable más. Hija, sírvenos otro whiskicito mamita.

Ella nos sirvió. Felipe lo tomaba sin hielo pero ella lo sirvió al gusto de su padre, el vaso lleno de hielo. Yo temí los efectos que pudiera sufrir con este segundo vaso, nunca aprendí realmente a tomar.

-Don Felipe,- Le extendió el vaso para hacerlos sonar. -Sea usted bienvenido a la familia.

-Don Fermín, no sabe lo feliz que soy, soy el hombre más afortunado del mundo.

Yo realmente estaba pintado, así que a nadie le importó mucho que apenas mojara mis labios.

Vino entonces la trama. Eran mentiras que no iba a ser necesario recordar muy bien después de que el matrimonio estuviese consumado. Felipe y yo nos conocimos en Chile, en un campeonato de bicicross en el que participó mi hijo antes de irse a Australia. Incluso tenía algunas fotos de un joven que podía pasar por mi hijo en un podio en un tal campeonato, pero no vino al caso mostrarlas. A Andrea la había conocido en una cena de negocios, yo era abogado de un inversionista chileno, y ella, bueno, ella estaba en esa fiesta de puro exitosa que era, eso no era difícil de creer, con el ascenso y todo. Esa parte era inverosímil, pero alimentándoles el orgullo por su hija les pasamos la mula. Nos habíamos hecho amigos y coincidimos en un bar. De ahí todo fue sobre ruedas. La madre bajó la cabeza avergonzada ante la implícita cercanía sexual que se insinuaba entre nosotros, pero ya no había nada que hacer.

El señor se había relajado tanto que hasta me insistió que tomará más de mi vaso casi lleno. Afortunadamente el hielo se había derretido y pude cumplir con sorbos más diluidos.

Andrea anunció que con su nuevo cargo y sus ahorros, omitió el aval de Felipe, había pagado el pie de un departamento en Sopocachi, cosa que los conmovió más porque veían como se les alejaba que por otra cosa.

La despedida en la vereda antes de irnos fue la parte más honestamente emotiva de Andrea. El abrazo de las hermanas, una despedida.

-No te preocupes Marinita, voy a venir a ayudarte con tus exámenes.

-No, tienes que estar con tu marido.

-Ay pero como dices eso, pareces una señora.- La abrazó. -Claro que voy a venir, vas a ver. No deshagas mi cama.

Eternos abrazos, como que se estuviera yendo al otro lado del mundo. En cierto sentido eso era lo que estaba haciendo.

Cuando íbamos bajando y pasamos por la ceja, todavía poblado a esa hora de la noche, me acordé de cuando nos conocimos.

-¿Por qué estabas bajando ese día si era martes?

-Por lo que estábamos hablando, no ve? Me había quedado para ayudarla a Marinita con su examen. Es muy estudiosa, quiere ser como su hermana.

Primera vez que usaba el no ve conmigo. Me daba lo mismo que lo usara, pero era la primera vez y no me pasó desapercibido. Se me tiene que haber notado pero no dijo nada. Le había hecho una pregunta en tono inquisitivo y me había respondido con ligereza.

26. El departamento

Era obvio que algo me pasaba. Ella no me preguntaba nada, no tenía derecho a hacerlo.

Efectivamente estábamos en su departamento nuevo. Sin descuidar su trabajo lo había amoblado completamente en menos de dos semanas. Tenía algunas fotos de su familia ahora en marcos bonitos y destacaba una con Felipe.

-Dime la verdad.

-Solo te digo la verdad.

-Me estas ocultando algo.

Trago saliva. No bajó la cabeza. No pidió perdón, aunque no tuviera de qué pedir perdón.

-Matias, soy igual de tuya que siempre. Estoy lista para que me pongas a prueba cuando tu quieras.

Su tono firme contradecía su mensaje explícito. Se había quedado pegada en el tono que uso al imponerse a su familia.

-Marca este número.

Saqué mi celular y le dicté el número de Braulio.

-Ponlo en altavoz.

Nunca le había visto tal cara de seriedad.

-¿Andreita? ¿Qué pasa mamita? ¿Todo bien?

-Cuelga.- En su cara había miedo y altivez mezclados. Me senté en el sofá. -Siéntate y cuéntamelo todo.

Se sentó en el sillón. Dobló las rodillas juntas hacia un lado y se tomó las manos. Llevaba un vestido como me gustaba.

-El plan era conquistarte, sacar algún provecho, y quizás hasta casarnos. Conocí a Braulio en su profesión y nos hicimos amigos. Simpatizó con mis deseos de surgir. El tocó el tema y yo lo metí en mi plan.

-Y en cierta manera funcionó.

-En cierta manera. Felipe es una gran conquista, pero además lo amo de verdad. Todo cambió cuando te vi. Algo pasó. Ya no me importó conquistarte ni sacarte provecho. Solo me importabas tú. Aunque no me creas, de verdad soy tuya, todo es verdad, todo, absolutamente todo. Si quieres no me caso con Felipe y me llevas a Chile para prostituirme. Soy tuya, tan tuya como siempre.

-No sirve, todo cambió.

-Porque me descubriste, solo por eso. No iba a dejar de ser tuya ni voy a dejar de serlo. En serio, dime que mande al cuerno a Felipe, que me mude a El Alto con mis padres, lo que quieras, soy tuya.

-¿Me lo ibas a decir?

-Nunca. Cada visita tuya empezaba con miedo de que lo descubrieras, pero al momento de verte se me olvidaba y me sentía segura. No segura de mi misma ni del plan que ya se había olvidado completamente. Me sentía segura al sentirme tu pertenencia. Braulio me llamó la primera vez. Le pedí que no lo hiciera más. También temía que me chantajeara, pero es un buen tipo. Hace poco le hice un regalo de valor y lo debe haber tomado como pago.

Ese discurso. Esa voz era mía, nunca había hablado así, era como escucharme a mi mismo, como leer algo que hubiera escrito.

-¿Y si hubiera querido divorciarme y casarme contigo?

Ni se me pasó por la mente, ¿Pero y si?

-Tu eres dueño de tu vida y de la mía. Jamás cuestionaría tus decisiones.

-Me mentiste. Recién. Desde el principio.

-Sí, por omisión, y no me arrepiento.

Era otra Andrea, totalmente distinta a la niña insegura en ese taxi, totalmente. ¿Era así desde antes o fue obra mía? Era como un personaje de una novela que toma vida propia contradiciendo los planes del autor.

-No me arrepiento porque si no lo hubiera hecho no serias mi dueño, y eso es lo que le da sentido a mi vida.

-No estás hablando como una pertenencia.

-Sí, ni yo me reconozco. Pero lo sé. Tú mismo lo llamaste inteligencia intrapersonal, Gardner.- Faltó que lo pusiera entre paréntesis con el año. No se le pasaba una. – Soy tuya, lo sé, aunque mi tono haya cambiado. Temo que me botes.- Sus ojos se llenaron de lágrimas que no iban a caer. – Dime que quieres seguir siendo mi dueño y vas a a tener a la misma Andrea, o a la que tú quieras.

La miré en silencio, no podía hablar, mi mente estaba dando vueltas. El whisky empezó a hacer efecto y el techo rotó. Si me paraba me iba a caer.

-No me pongo de rodillas, no te ruego, no te lloró pidiéndote perdón porque sería pretender que te puedo influenciar de alguna manera. Sería ridículo pedirte perdón ahora, esto va mucho más allá. Efectivamente, retrajo sus lágrimas. Era increíble.

No se si fueron diez minutos o dos hora, nunca miré el reloj. Me fijó la vista, con firmeza. Vi su cara cambiar varias veces, la niña insegura, la mujer acomplejada, la calentona, la posesión desesperada por complacerme, se turnaban para mirarme. ¿O era el whisky?

-Ándate.

Fue a su pieza, pescó algunas cosas rápidamente y se fue con un bolso al hombro, sin decir palabra, cerrando la puerta no de un portazo, ni tan suave tampoco.

Lloré.

27. La carta

Como te llevaste mi primera carta en vez de dejarla en la recepción te vuelvo a escribir, ahora sé que no te molesta.

La administración de la empresa va increíble. Este Felipe no es malo para los negocios, aunque siempre le digo que es un tarado. Vamos a empezar a importar partes de la China, eso nos va a hacer aún más competitivos. Ahora que sé inglés vamos a ir allá con Felipe a cerrar unos contratos, un chileno nos está haciendo todos los contactos. Domingo ya nos dio otro tipo de contactos, para salir a divertirnos. Este Domingo es bárbaro. Le aconsejó a una pareja recién llegada de Buenos Aires para que se vayan a vivir a nuestro edificio. Son sociólogos, ella es boliviana y él un argentino haciendo una asesoría en un ministerio, como tú, pero son totalmente distintos. Se conocieron en una fiesta en Buenos Aires. Bueno, y ahora tenemos nuestras propias reuniones, un sábado en lo de nosotros, otro en lo de ellos. Nos hemos hecho reamigas con la Eli, le enseñé a usar el látigo y varias otras cosas, dicen que soy increíble. Cuando ella estaba aprendiendo a usar el látigo rompió una lámpara por accidente, nos reímos todos y los cascamos a ellos por reírse. Siempre lo pasamos tan bien.

A veces me visto como a ti te gustaba para humillarlos besándonos. Ella es blancona y crespa, no te gustaría. Nunca tuvimos un trio. Me hubiera gustado que me hubieras humillado con otra mujer. También me pongo tus cosas cuando viene Hernan, el amigo que le pediste a Domingo para que nos ayude.

Seguimos yendo a las fiestas de Domingo cada dos o tres meses. Me aman, me tienen sorpresas: Trajes, látigos bonitos, siempre se les ocurre algo. Me encanta ir. Claro que la otra vez un estúpido casi mata a una chica nueva. Era una rubiecita menudita, estaba muerta de susto pero también mojadita, de lo mejor, y viene este estúpido y le golpea grave en la cabeza, pobre chica. Domingo lo sacó a patadas por imbécil y partieron al hospital con ella. Nunca falta el opa.

La otra vez un tipo en lo de Domingo me dijo que quería escribir una novela sobre mi. No le di bola pero le sonreí. Le pegamos juntos a Felipe y nos dimos un beso frente a él, pero nada más.

Al principio preguntaron por ti, pero ya no, no sé qué pensarán ni me interesa.

La boda estuvo hermosa. Como Jason ya no te volvió a ver se calmó y hasta abrazó a Felipe. Mi papá tenía que correr con la mayor parte de los gastos o no les hubiese perdonado nunca la ofensa.

Sigo yendo a ayudar a Marinita con sus exámenes, mi hermanita querida. Se ha encariñado mucho con Felipe, lo abraza y le dice tío de mi corazón, tan tierna.

Mis suegros están chochos conmigo. Cuando les dijimos que así de volver de China iba a quedar embarazada casi saltan de alegría. Pobres, estaban tan tristes de pensar que su hijo era gay. Así les dije, voy a quedar embarazada, porque sé que puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo, tú me lo enseñaste. Tú me enseñaste todo, no solo soy tuya, soy tu creación. Estoy segura que debes haber leído Pygmalion, no se como lo encontré, es una obra muy especial.

A veces sueño con ser tu puta barata en Copiapó, a cinco lucas como dijiste esa vez. La otra vez otro imbécil trajo a una esas chicas a lo de Domingo. La pobre estaba tan asustada. Le pagamos y la mandamos de vuelta y al pobre lo riñeron feo. Bueno, era una esclavo que la quería de ama. La pobre se veía chistosa de policía. Así que le pegamos al imbécil y bien no más.

A veces pienso en que me vas a reclamar para usarme para alguna cosa, no sé, lo que sea, tu sabes, y me pongo nostálgica, pero se me pasa. Ahí le doy con más ganas a Felipe y parece que él se da cuenta, no es nada de tonto. La otra vez te mencionó para ver si me daba, pero de castigi lo ignoré por dos días y no lo volvió a hacer.

No me gusta ir a San Miguel y evito siempre toda la ruta del banco a tu hotel, cualquier ruta posible, cuando calculo que debes estar. Debo parecer una loca dando esas tremendas vueltas, pero nadie me cuestiona.

Soy feliz, muy feliz, aunque no me uses, porque pienso que estas orgulloso de mi y porque no importa qué pase, mientras viva voy a ser tu pertenencia.

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