Fatigoso blues
Como a eso de las dos de la mañana, en el bar lleno de humo y alcohol, yo tocaba un blues. Ella estaba en una mesa junto a un gorila. Los ojos le brillaban y supe que la había conmovido. Cuando descolgué el último acorde, el gorila hizo señas para que me acercase a tomar una copa.
En dos segundos me di cuenta que el tipo era un palurdo y ella una fascinante mujer atrapada. A mis espaldas la orquesta se las arreglaba sin mí: tocaba en Fa Mayor. Ella me masticaba con los ojos y miraba con la boca. Hacía como un siglo que no veía unos ojos así.
El gorila notó que yo saboreaba a su nena con los dedos y dio por terminado el convite bebiéndose mi champagne. Ella se puso molesta. En eso estábamos cuando entró la policía y enfiló derecho a nuestra mesa. El gorila corrió hacia los baños mientras las balas destrozaban espejos y botellas. Escapé con la mujer por las calles espantando gatos y sucias ratas de albañal.
La besé con ternura en un callejón y fornicamos envueltos en vapores de champagne. Vimos al gorila subir por la fachada de un enorme edificio.
−Pero entonces tú…−balbuceé.
−Sí, sí –suspiró ella con fastidio− Nos escapamos del zoológico por la tarde.
Pestañas blues
El tipo entró al bar como a eso de las dos de la mañana. Venía abrazado a dos mujeres de insólitas pestañas y con unas caras de putas bárbaras. Tenía gestos alcoholizados y con ojeras de haberse echado unos polvos. Vestía pilchas nuevas. Ostentaba el cuello desabotonado y la corbata floja y ladeada. Paró al mozo,sacó un fajo de billetes y le puso dos o tres en un bolsillo. Un billete se cayó y un tipo le plantó un pie encima. La cigarrera, que tiene un andar contoneado que me vuelve loco, ofreció su mercadería. Y otra vez el fajo, pero ahora con la boludez insólita propia de las películas y las historietas: prender un puro con un billete. Las putas rieron con salvajismo y el público aplaudió con un dejo adulón. Esto me dio bronca porque uno se rompe el culo para hacer un riff espectacular y por estas estupideces pasa desapercibido. Entonces dejé de florear y me quedé en unos acordes intrascendentes. Minga de margaritas a los chanchos. Insólito: el tipo convidó a los asistentes y empezó un ir y venir de botellas. Un bochinche de la gran puta. Las notas de la orquesta sonaban opacas. El tipo se acercó a la tarima. Las putas me hicieron cosquillas en las piernas. El tipo sacó el fajo de billetes y metió unos cuantos entre las cuerdas de la guitarra. También panfleteó un montón sobre el escenario. Yo no sé de donde la orquesta le vino el brillo. Mis dedos se movieron con una velocidad insólita y me sentí como un mono bailando.¡Qué swing! No obstante vi que el tipo iba hacia la barra con su séquito infernal, pero oh, oh, allí había dos truhanes con unas caras de canas terribles, que lo agarraron de las pestañas. Observé que ahora salía abrazado por los policías, en momentos en que caían los acordes finales. Había mucho humo.
Garrapata blues
Como a eso de las dos de la mañana, en el bar lleno de humo y alcohol, yo tocaba un blues, cuando se abrió la puerta y entraron cinco tipos y una mujer. Caminaron armando remolinos cenicientos y espantando moscas con las carcajadas. Con ruidos de sillas rodearon una mesa. Fue entonces que hice mi fraseo favorito que deja anonadados al público y a la crítica, pero los tipos tenían incrustados cigarros en las orejas. Con mi “slide” deslicé lamentos clásicos sobre las cuerdas. La mujer pestañeó y pude sentir el aire moviéndose en torno a mi cara. El mozo llevó una bandeja repleta de botellas de champagne. La voz de la vocalista irrumpió arrastrando la historia.
Caricias surcan la oscuridad
y tus labios en mí suave piel,
besos, muchos besos, oh sí
Estábamos todos girando por los vericuetos de un sensacional acorde, cuando sentimos como una ráfaga de ametralladora: un corchazo me dio en la cabeza, otro perforó el “drums”, otro se tragó la vocalista, otro asordinó la trompeta, uno pegó en la cuarta cuerda del bajo y por fin se dio la nota que necesitábamos. Levanté la vista y vi a los tipos ruidosos apuntándonos con las botellas: hubo una lluvia de champagne. Impávidos terminamos el blues y dejamos los instrumentos. Sólo quedó el pianista desflorando una balada. Caliente,bajé de la tarima y caminé, aparatoso,hacia la mesa de los tipos. En eso, la vocalista exhaló el corcho y reventó la única amarillenta lamparita, dejándonos a oscuras. Pude sentir unas pestañas cosquilleando en mi barba crecida. Las formas de la mujer se me prendieron como una garrapata. Bailamos entre las invisibles mesas guiándonos por las chupadas de los cigarros. Hicimos el amor contra la pared del fondo.
Cuando alguien cambió la lamparita y la luz volvió instantánea y cruel, vi como el pianista seguía desflorando la balada y que yo estaba abrazado a una garrapata.
Cucarachas blues
Llovía adentro y afuera del bar, y como a eso de las dos de la mañana sabíamos que nadie vendría. No había humo ni alcohol, sólo olor a tierra mezclado con cerveza rancia. El pianista, nostálgico, derramó una triste canción que los músicos escuchábamos acodados en el piano, con los ojos cerrados y siguiendo el compás con la cabeza. Era extraordinario: las notas surgían, brotaban arpegiadas en rebaño, subieron por nuestras ropas y nos arañaron las caras. Cuando miré bien, noté que eran de color marroncito.
Blues machacado
Como a eso de las dos de la mañana, en el bar lleno de humo y alcohol, yo tocaba un blues, cuando ella entró y la vi venir con paso decidido.No se contoneaba y eso me preocupó. Cerré los ojos para aislarme mientras tocaba mi frase favorita que deja anonadados al público y a la crítica. Oí el taconeo de ella sobre la tarima y me asusté, pero no abrí los ojos. Un cachetazo me corrió la mandíbula como si fuese la de un boxeador. Con cada golpe de la batería recibí castañazos por un buen rato. La voz de ella machacaba en mis yunques:
“Fui a tu casa, no te encontré
la puerta estaba abierta
allí había otra tonta mujer”.
Fue insólito porque lo que ella acababa de decir había coincidido con las notas de mi segundo fraseo favorito. Esto arrancó aplausos del público y el silbido complaciente del crítico de la sección de blues de la revista “Jazzmen”. No obstante recibí un carterazo que me hizo pasar de un acorde de La Mayor a La de séptima de novena disminuida. El público no entendió pero el crítico estaba anonadado. Ella gritó un par de cosas más en unísono con la trompeta. Oí su taconeo alejándose y sólo en ese momento abrí los ojos y la vi irse entre las mesas. Antes de que tocáramos el final, el público estaba aplaudiendo y silbando. Hubo una ovación. Pidieron bis, pero por fortuna ella ya se había ido.
El caimán se arrastra
Como a eso de las dos de la mañana, en el bar lleno de humo y alcohol, en momentos en que tocaba yo un blues, oí espantosos gritos. Abrí los ojos y vi las espaldas, traseros y suelas del público escapando; también lo hacían los músicos, la dueña del bar, la cigarrera y el mozo sin decir esta boca es mía. No había entendido y no tenía motivos para imitarlos. ¿Huían de mi música? Toqué de bronca con una maestría tal que oí a mi ego aplaudiendo. Pero alguien había en el local porque algunas mesas se movían como si les caminasen por abajo. Pude seguir la trayectoria hasta que vi aparecer unos terribles dientes cabeceando un mantel. Era un voluminoso caimán que enfiló derecho hasta la tarima sobre la que yo estaba tocando. No me atreví a desaparecer pese a que la bocaza del saurio se movía como una cortadora de césped a milímetros de mis zapatos. Sin darme cuenta y como si viniera de una región lejana y onírica, hice mi famoso fraseo favorito que anonada: la reptil mirada cambió y las toscas patas armaron un tap que fue por minutos una extraordinaria sección rítmica sobre la que volaban mis notas. Le disparé acordes que lo llevaron arrastrando hacia la puerta. La gente volvió y tuvieron que sacarme la guitarra de las manos, levantarme de la silla y llevarme al baño para lavarme con una manguera. No he vuelto a ver a ese animalito.
Blues lacrimoso
Como a eso de las dos de la mañana, en el bar lleno de humo y alcohol, tocaba yo un blues. Ella entró y se contoneó entre las mesas rumbo a la barra. De allí me tiró una mirada desnudándome en momentos en que yo hacía mi riff favorito que fue comentado en el Manual de Guitarra del señor Ralph Denyer de London. Toqué, toqué para ella. Veía su sonrisa agrandada por la copa: los labios se movieron estirándose en trompita. Me había atrapado. Largué notas arpegiadas hasta el hartazgo en su dirección como si fueran balas trazadoras. Ella me devolvió brillos de cristal. Estaba loco y desplegué toda mi pirotecnia romántica y sonora. Toqué para ella como un diablo enjaulado. Fue entonces cuando un tipo que estaba en una mesa se le arrimó y empezaron a chamullar. Toqué con desesperación pero ella ya no volvió a mirarme. Vi que salía con el tipo y la guitarra casi se me cae de las manos. Con los acordes del final mi cara murió de decepción y el público lloraba ante semejante tristeza.
Lacrimoso blues
Yo estaba desanimado. Había roto con mi nena y la angustia se me había instalado con una atadura de alambre de púas. Fue esa noche, en el bar lleno de humo y alcohol, que inventé el fraseo lacrimoso más triste de la historia de los blues. Al principio había tocado tranquilo sacando lastimosas notas que rebotaban hechas lágrimas en los ojos de los concurrentes, pero un puñal cruzó mi pecho como una cucaracha espantada y lloré, lloré con los ojos cerrados. Cuando los abrí vi que la gente nadaba en diversos estilos: crawl, pecho, espalda, mariposa, perro y hasta algunos se ahogaban. Por fortuna cedieron las puertas y todos quedaron tirados en la calle boqueando como peces. Pescados, volvieron para aplaudir.
Rata paseandera blues
Como a eso de las dos de la mañana, en el bar lleno de humo y alcohol, yo tocaba un blues y estaba haciendo mi fraseo favorito que anonada, cuando se abrió la puerta y entró mi amigo el crítico arrastrando una enorme valija. Lo vi venir ladeado y bufando entre las mesas, en momentos que la vocalista cantaba:
“Ella lo echó a la calle
a trotar como una rata”
Ví brotar lágrimas en los ojos de mi amigo y supe que la voz lo conmovía:
“A dormir bajo de un puente
o del guinche del gran Dock”
Trepó a la tarima. Con el solo de trompeta estalló en llanto. Sorpresiva, la valija se abrió en momentos en que yo hacía mi segundo fraseo comentado con amplitud en los textos especializados, y la ropa se derramó saltando como un resorte loco hacia las mesas. Él quedó paralizado, envuelto en lágrimas, cuando la vocalista retomó la letra:
“Frías noches sin su amor
y de penas en los bares”
El pobre hombre gimió.
“A llorar con los amigos
este amargo y triste blues”
Improvisé con las más lastimosas notas y estiré algunos acordes con el “bottleneck” que obtuve de un botellazo en una trifulca. Fue apoteósico: desde los gritos del público cayó un calzoncillo a enredarse en el micrófono, un tubo de dentífrico taponó la trompeta, la vocalista esquivó una camisa, un botín pegó en el “drums”, una media se enganchó en la lamparita. Volvió a abrirse la puerta del bar y entró la mujer de mi amigo a la que vi venir derecho a buscarlo. Entre los dos juntaron la ropa y salieron arrastrando la valija, en momentos en que el blues terminaba ante los procaces gritos del público.
Con sabor a pasto y maní
Como a eso de las dos de la mañana, en el bar lleno de humo y alcohol, yo tocaba un blues y estaba yo haciendo mi fraseo favorito que muy pocos pueden imitar (aprovecho para denunciar las burdas copias que me han hecho John Mc Laughlin, Robert Fripp, Al Di Meola, Chuck Berry, Charlie Christian, Django Reinhardt, entre otros), cuando se oyó algo así como un trompetazo espantoso que venía de la calle. Se produjo un silencio abrupto. No obstante nadie se movió. Querían escuchar lo que yo estaba tocando. De modo que emprendí otra vez con la frase, pero el trompetazo espantoso volvió a oírse esta vez más cercano. Era un ruido orgánico y desafinado. Mis dedos volvieron a las cuerdas y las notas brotaron fascinando a la audiencia. Podía ver el arrobamiento en las caras. De pronto la puerta se abrió y entró un elefante a la carrera pateando mesas y parroquianos espantados. Arrasó con unas botellas que estaban en la barra, cabeceó la lamparita y se vino derecho a la tarima de los músicos, que se zambulleron entre los cartones de una vieja escenografía. Confieso que no sé lo que me pasó: tal vez el miedo me había paralizado, o creo que me vino a la mente lo leído o lo visto en el cine sobre que a las bestias hay que conquistarlas con la música. Cerré los ojos e improvisé mi tercera frase favorita acompañada de un fuerte aliento a pasto y maní; y que concluyó cuando un enano con traje de almirante entró con nerviosos y cortos pasitos y se llevó al paquidermo y la gente brotó de algún lado para aplaudir.
Pobres hombres blues
Los tipos entraron al bar y se quedaron en la penumbra del fondo. Parecían una patota y que las horas del bar estaban contadas. Fue entonces que hice mi famoso fraseo que anonada: las fascinantes notas borraron las miradas y sólo quedaron los dientes sobre los cuellos almidonados. Me pareció que eran gentes sensibles y toqué con un swing espectacular. Cuando terminé los tipos aplaudieron con entusiasmo y uno de ellos se acercó.
−Mi nombre es Coleman Hauwkings –dijo con humildad− queremos compartir una copa con usted.
Lo miré con desdén y muy molesto bajé de la tarima. Fuimos hacia el fondo y con alguna sorpresa vi que allí estaban aplaudiendo aún: Louis Armstrong, Charlie Christian, Sonny Rollings, Winton Marsalis, Thelonius Monk, Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Joe Pass, etcétera, etcétera, creo que también el poeta Le Roy Jones. Fue Louis Armstrong quien con mucho respeto y timidez se atrevió a hablarme.
−¿Cómo hace para construir semejante frase?
Confieso que me quedé en silencio pensando en esos pobres hombres que se habían molestado en venir a escucharme y comprender mi esencia. Lo mío era un secreto profesional, de modo que no contesté. Ante mi estupor vi que algunos sacaron instrumentos y con torpeza trataron de sacar mi famosa frase. Todo se convirtió en un ruido que quebraba las sutiles armonías con las que estaban hechas las telarañas en el bar. Fue entonces que me desperté en la sala de agudos del Hospital Neurológico Central ante los chorros de las mangueras que blandían los enfermeros que me atendían de delirium tremens por mis copiosas libaciones de vodka, whisky, ginebra y vinacho ordinario. ¡Qué lástima!
Autógrafos blues
Como a eso de las dos de la mañana, en el bar lleno de humo y alcohol, yo tocaba un blues, cuando entró el famoso boxeador que había estrangulado a su mujer y el público se abalanzó a pedirle autógrafos. Acá las cosas son así. En ese momento hice mi famosa frase musical, que me ha valido varios premios, y que se suele analizar en la Universidad de Berkeley, y esa bestia que es el público volvió a prestar atención. En eso estaba cuando entro un conocido político que había cometido un negociado con no sé que mercaderías, mas lavados de dinero, y el público otra vez desvió su atención para acercarse a saludar a semejante tipo. Acá las cosas son así. Volví a hacer mi famosa frase que tantas satisfacciones me ha traído, en especial con las mujeres, y esa bestia que es el público volvió a prestar atención. En eso estaba cuando entraron dos tipos con caras de matones, que portaban estuches de violín, y se sentaron ante una mesa justo frente a mí. Confieso que me asusté. De todos modos continué con mi fraseo que anonada y algo de alivio vi que los tipos seguían el ritmo con los pies. Cuando terminé hicieron una seña para que me acercase.
−Nuestro cliente nos encargó que te hiciéramos la boleta, salvo que abonés una suma razonable, con el abandono de dejar de tocar la frase de que te ufanás, y la pública confesión que la misma le pertenece.
Entreabrieron los estuches y casi me caigo de espaldas. Miré para todos lados.
−¿Cuánto? –dije.
−Setenta y cinco grandes –contestaron al unísono.
Saqué mi chequera, garrapateé lo necesario y lo entregué a los tipos. Subí a la tarima y con voz entrecortada conté que yo jamás había creado nada y que todo era un plagio fenomenal. Cerré los ojos esperando los botellazos, pero el público, que es humano, estalló en aplausos y hasta me vinieron a pedir autógrafos. Acá las cosas son así.
Fogoso blues
Podía haber sido una noche como todas, llena de humo y alcohol, pero a eso de las dos de la mañana entró la que fuera mi nena abrazada a un horrendo tipejo contra el que alguna vez yo jugara partidas de poker. Fue esa noche que inventé mi último fraseo genial que ha revolucionado el mundo de la guitarra y que trasciende por su factura y profundidad a todos esos pazguatos que suelen romper o quemar los instrumentos para dar espectáculo. No sé por qué esos dos estaban allí bebiendo champagne y fingiendo que yo no existía ¿Me cobraban cuentas?Hice una sonrisa a lo Chaplin hacia la vocalista; cerré los ojos y la emprendí con las cuerdas tocando con una armonía y velocidad tan espectacular que sentí olor a quemado. A la gente le salía humo por las orejas y al tipejo se le incendió el bisogné. Las llamas surgieron en botellas y se multiplicaron en espejos, para saltar como animales furiosos invadiendo el local. Corrimos en tropel hacia la calle y con los pelos chamuscados contemplamos, estupefactos, al bar hecho una tea. Yo tenía sólo el diapasón de la guitarra convertido en una brasa. No quería ver el derrumbe final, de modo a que esperé que saliera una llama, la monté y me alejé por el callejón.
OPINIONES Y COMENTARIOS