NAMASTE: EN LA INDIA CON PASAPORTE ARGENTINO

NAMASTE: EN LA INDIA CON PASAPORTE ARGENTINO

Carolina Vanella

30/07/2018

NAMASTE: EN LA INDIA CON PASAPORTE ARGENTINO

Dejo mi casa y mi amor. Viajo ligera el primer día del año 2017. Llevo un mapa y una guía. Cruzo la frontera por los aires. Escribo en mi diario y leo una novela sin relación con el lugar en el que estoy. Evito usar mi móvil. A mi lado viaja una amiga, Nair. Apuesto a que será una gran compañera de viaje.

Viajar es marcharse de casa,es dejar los amigos es intentar volar volar conociendo otras ramasrecorriendo caminos es intentar cambiar (VIAJAR, por Gabriel García Márquez).

Instaladas en Nueva Delhi, sin saber bien cómo es porque la niebla no deja ver. Un viaje agitado, con episodios de película, o más que eso, de reporte de la CNN. Peligroooo, ¿terroristas a bordo?

Un plan de vuelo al estilo FBI-Qatar. Un incidente lleno de misterios, pánico, morbo y adrenalina. Un avión asaltado por un operativo para descubrir “al enemigo”. Quién sabe el motivo? Dígamelo! Acaso drogas? Explosivos? Un avión demorado, corridas de uniformados, armas en exhibición, requisas por doquier y mucha confusión. Esto sucedía en nuestra hilera de asientos. Mala suerte la nuestra con nuestros compañeros de butacas.

Finalmente todo volvió a la calma: la droga no se encontró, la bomba no explotó y a un extraño pasajero lo bajaron del boeing.

Ser rubia me trae problemitas para ingresar a los países ancestrales. Las blondas sufrimos bulling, recuerden aquél episodio entrando a Beijing. Me esforcé por responder las preguntas migratorias con seguridad y solvencia, pero no recordaba el nombre del hotel. Lo inventé y pasé.

Más de un día paseando por los cielos, soñando cruzarme a Dios en alguna parada. Cansadas, retrasadas, fuimos recogidas por un muchacho hindú en una camioneta Van. Directo al Metropolitan Hotel de la mano de Yasir.

Dos argentinas sueltas en Delhi. Qué primer día amigos! Cada paso merece una foto. Intuyo que ningún entrenamiento literario servirá para contarles lo que viva, lo que vea, lo que huela y lo que sienta en tan exótica República. Apenas unas horas y comienzan las divertidas y emocionantes bitácoras de viaje.

Hotel & Spa. Quién me conoce se imaginará lo que vino. Tarde de aromaterapia y masajes ayurvédicos. Delicia. Nos pusimos nuevamente las zapatillas y salimos para una tarde picantita, bien spicy como el sabor y el olor de toda La India. Una vuelta a la Plaza Central,mi Dios. Apenas la muestra gratis de lo que se verá en este país los próximos 15 días: monos, perros, niños defecando en la vereda, personas mutiladas, olor a pis, bocinas, caos, mugre y pobreza como pocas veces se ve.Pero eso sí, el tránsito al estilo ingles, reminiscencia británica al volante. Nair se corre a la derecha. Cruzar la calle es para dobles de riesgo. Muchos videntes y no porque tienen talentos esotéricos, sino porque les faltan las otras cuarenta y pico de piezas dentales. Donde compra las telas la modelo Dolores Barreiro, la puta madre! La venta callejera solo ofrece baratijas de segunda mano. Paseo buscando qué ver, con qué recuerdo quedarme. Intento no molestarlos con mis flashes de forastera. Dicen que “Las ciudades son libros que se leen con los pies” (Quintín Cabrera, uruguayo); sigo caminando.

Lo reconozco, el miedo no es sonso. El impacto es tal que ni a sacar la cámara me animo. Detrás las postales morbosas asoma el afán de lucro. Las manos extendidas esperan dólares. Los mendigos y los lisiados se regodean en su obscenidad y nos exigen con soberbia.

Precaución es lo que sobra: no hablamos conextraños, nos rociamos de “antimosquitos” y le escapamos a los alimentos crudos. Si salgo ilesa de esta experiencia me voy a Laponia la próxima vez.

Una velada desagraviante y recomponedora para estas dos pasajeras sudamericanas; una delicada degustación de sushi para cerrar la jornada en el roof top del hotel. A descansar.

Delhi es una ciudad en la que no hay tiempo para el Jet-lag, no se habla del Jet-set ni se ven Jet-as[1] con cirugía. Me recibieron con una corona de flores con olor a cementerio de paz, que no tardé en quitar de mi cuello. Los ciudadanos son indios, no hindúes, salvo el 80% que practica el hinduismo. El otro 20% es un popurrí largo de explicar. Cada Rupia son 4 pesos argentinos y u$s 1= R 65. El dinero no les alcanza para mucho, pero lo hacen rendir. Parecería que “se rascan” todo el día en la calle. Hay una promoción genial: con 1kg de carne te viene 1/2kg de moscas gratis. Tienen incontables dioses, pero yo le rezo a “San Stambulian”[2] para no pescarme ninguna peste. Sobredosis de Espadol y Pervinox. Me pinché tanto para venir que parezco una regadera.

Acá dicen que hay 840.000 vidas antes de ser nosotros, humanos, así que les aconsejo cuidar bien el cuerpito para no retroceder. Gandhi logró la independencia con paz. El resto no se inquieta con algún apuro. No logro descubrir sus metas aún.

Otra vez el regateo y el comercio informal, el gobierno quitó billetes “negros” de circulación y a mí me cuesta conseguir Rupias. Hay mucha comida desperdiciada en las calles pero, paradójicamente, hay más personas mal nutridas. ¿Será la falta de proteínas? me pregunto si son víctimas de su veganismo.

A Angelina Jolie no le alcanzaría la libreta roja para anotar niños rescatados de la miseria. Las vacas son realmente sagradas y pasean junto a mí como si fuera un parque temático. Dudo si las ratas son sagradas también, pero lo mismo acompañan el andar. Enredos de cables tapan el cielo; si la ciudad no estalló por un corto circuito es porque le rezan demasiado a tantos dioses. Las bocinas son canciones para los indianos, así como el picor el espíritu de sus platos. Las preparaciones tandoori se preparan en típicos hornillos de barro y pican hasta el infinito. “No spicy” les digo, please. Pero ya todo está contaminado con curri, cardamomo y demás especias. Agradezco tener Asist Card, pronto amaneceré con hemorragia digestiva si no frenan los condimentos

Como decía el novelista Henry Miller,“Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”. Las calles cuentan mucho de este país. Los trapitos no quedan en la intimidad del hogar, como se dice. Sino todo lo contrario: los vemos todos. Largos tramos de barandas exhibiéndoos los calzones y las sabanas. Ropa de niños y de grandes. Todo está colgado, pasen y vean.

Las mujeres están absolutamente dedicadas a los quehaceres y cuando salen de casa se pintan el tercer ojo rojo en su frente para avisar que están casadas. Me intriga estar en su lugar de lectores y saber como se leen mis líneas, pero les confieso que este viaje se disfrutamucho. Hay tiempo para magníficos monumentos y para shoppings malls. Los relatos del guía Sonu me atrapan, son realmente enriquecedores. Yo le digo Hugo por su parecido al artista argentino Hugo Varela, solo que con un agregado: un turbante negro.

Arcoiris decoran sus cabezas. Los hombres se enroscan 6 metros de tela de todos los colores en 7 minutos. Un inglés chapurreado y mucha cordialidad son las bases de esta conexión turística. Recomiendan no salir de noche, sería un riesgo innecesario. Yo prefiero cumplir. De todos modos, no parece haber gran vida nocturna aquí, al menos no como la hay en Buenos Aires. Ceno en el hotel y keep calm. Un día más en Delhi, un ciudad con 18.000.000 tipos y tan contaminada como Beijing.

“Un tranvía llamado Deseo”. Lejos de parecerse a la obra maestra Tennessee Williams, la situación en la estación de tren fue un verdadero drama. Madrugadoras y ansiosas, dejamos Nueva Delhi. Livianas de equipaje, dejamos algunas ropitas en la capital. No creo que extrañemos los sones ni las fragancias, apuesto a que se repetirán en cada pueblo. Se repetirán también los souvenires, los ritos y los chanchos buscando algún tesoro en la basura.

Un morocho intenso y galante se presentó a las 4 am como el representante de la agencia encargado de trasladarnos a la estación central de trenes. Con pocas valijas y mucho sueño nos animamos a entrar en ese edificio sórdido, el paraje obligado de ingentes descamisados. La experiencia de Mudasir fue clave para adivinar el tren, el vagón y los asientos que nos tocaban. Ángel de la guarda, Mudasir una dulce y fuerte compañía.

Las pirañas descamisados atinan a manotear nuestro equipaje. Yo grito: atrás! Ni se les ocurra tocar mi valija. Mi mala cara logró alejarlos. Me hacen seña de querer ayudarme, pero yo lo prefiero así, sola y segura; es que frente a situaciones dudosas prefiero no arriesgarme, no era necesario para una argentina rubia suelta en Delhi a la madrugada. Lo juro y no exagero: esos tipos portaban caras extrañas, sospeché, temí, recé y tuve suerte! Era lógico, estamos rodeados de santidades, como no recibir sus bendiciones.

Las terminales de Buenos Aires serían palacetes en comparación con este lugar. La estación central de Delhi alberga a miles de anónimos en situación de calle. Envueltos en frazadas, van, vienen, deambulan. ¿Cómo no están durmiendo si es de madrugada? No son de aquí ni son de allá. Simplemente son.

Transpiré como en mi clase de spinng mientras esperaba “un tren ejecutivo”; fueron apenas 15 minutos que parecieron multiplicarse por 10. Sobredosis de adrenalina. La sensación de peligro invade mi corazón mientras intento regular la entrada de aire para no respirar tanta mierda. Lo de “ejecutivo” fue una manera de decir. Vagones sin numeración, asientos mugrosos, baño letrina y un menú en bandeja que mejor no probar. La banana sigue siendo el alimento más noble que encuentro para mantenerme saludable. Por la ventanilla un paisaje borroso, pero detrás de la niebla asoma el sol furiosamente anaranjado. Amanece mientras rodamos las vías y suena Spotify en mi celular. Unidas x auriculares, vamos juntando más historias que García Márquez. Les sacamos una sonrisa hasta a la Mona Lisa y aprendemos nuevas formas de vivir y buscar la felicidad.

El viaje siempre es apasionante porque nos permite acercarnos a culturas y personas nuevas, y nos da una visión más amplia del inmenso mundo y de nosotros mismos. Por eso el viaje no solo es hacia afuera sino hacia adentro. Viajar nos transforma y puede volvernos adictos.Esta experiencia religiosa continúa. Destino final Ajmer.

Viajar es sentirse poeta, es escribir una carta, es querer abrazar. Abrazar al llegar a una puerta añorando la calma es dejarse besar (VIAJAR, por Gabriel García Márquez).

Encontramos las telas que compran nuestras modelos internacionales! Aquí en Pushkar, un pueblito gobernado por vacas y monos. Un lugar sagrado para los hindúes, donde veneran al Dios Brahma con total devoción. El único templo que Brahma en la India está acá. Al borde del lago protagonicé un ritual de bendición y gratitud. Flores, arroz, coloridas tinturas en mi frente y repetir palabras sin saber qué estoy diciendo. El sacerdote me guía y yo repito su fonética porque, lógicamente, de hindi se muy poco.

Me apena el fina del cuento; siempre esa “colaboración a voluntad” que tira por la baranda todo lo espiritual que veníamos compartiendo. Una oficia de caridad situada al costado del lago sagrado; dicen que juntan para que los pobres coman. El maestro Brahman me sugiere un canon de 1000 Rupias, pero yo insito con mi voluntad, la que se estira a 100.

No sé si pertenecimos a una raza antigua de pies descalzos y sueños blancos, pero lo cierto es que en cada templo -o sea a cada paso- me obligan a quedarme en patas. Voy pisando baldosas decoradas por excremento de palomas y aprovecho aenjuagarme en piletones naturales con festival de microbios.Todo es paz y amor; amor en los tiempos del cólera, el dengue y el chikungunya. Esta noche nos desveló una rata en la habitación, llamamos a recepción y apareció un indiano con una escobita justiciera. Vishnu y Shiva completan el podio de los dioses, pero hay otros 329.997 dando vueltas por los altares. Si no creyera en la balanza, en la razón y el equilibrio, qué sería de éstos indios, adoradores del ocaso.

Aprovecho para denunciar a las grandes marcas de mi país que nos venden a precios inflados lo que acá salé dos mangos. Está confirmado, la industria de la moda es una estafa!

Es de noche y se escucha un murmullo intenso y sostenido en tono La Mayor que acompaña alguna práctica ritual al borde del lago de Pushkar (Push=flor; Kar=mano). Campanas y gritos se esfuman en la oscuridad y ahuyentan los espíritus.

Las palomas odian las piedras según se ve, por eso las defecan. Nadie controla la corrosión que producen sus excrementos y ninguna política arqueológica plantea combatir la plaga que deteriora los templos históricos.

Me pregunto ¿a que casta pertenecería si fuera de acá? Sacerdotisa seguro que no, tampoco comerciante. Puede que encaje como guerrera, pero jamás una criminal.

Buuuuuum! Explotó el calentador. Subimos en el mapa, bajó la temperatura pero aumentos mis expectativas. Los electrodomésticos son muy precarios, no hay plan de cuotas para comprar estufas ni aires acondicionados. Nos calentamos con el ropaje porque somos cautelosas. Mejor tener todo apagado en la habitación o volaremos al espacio.

Las campanas llaman a los dioses, las voces cantan, los cuerpos bailan. No sé bien porqué ni para qué. Sólo sé que aquí la alegría divina no se compra.

Namaste es el saludo sin horario. No importa si hay sol o no lo hay, siempre se dicen Namaste. Buches de agua mineral, abstinencia de ensaladas y algunas moscas en la sopa. India no es un destino fácil ni convencional, lo sabía. Y volver no será probable. Algunos turistas abortan el recorrido. Es entendible, esto nos es París, New York ni un All Inclusive del Caribe. Caminar sobre la mugre, paranoica con la infección de mis pies y la contaminación de todas mis ropas, oler feo todo el tiempo, sentirme sucia por contacto con el aire, es duro. Entender para tolerar siempre es la fórmula en este tipo de viajes. Puede que alcance, puede que no.

Viajar mucho y conocer me enseña a que puedo cambiar veinte veces de forma de pensar y de vivir y que esos cambios me hacen más completa.

Lo que viví hoy en Ajmer ninguna cámara podría retratarlo, ninguna prosa podría describirlo. Conservo la experiencia en mi corazón y se las trasmito como puedo. Estos flashes se quedarán en mis recuerdos. Sin dudas, la religión es el opio de los pueblos. Miles de personas orando y alabando. Miles de personas que no trabajan, pero de todos comen gracias a nuestra caridad y a la de de muchos otros turistas. Ollas industriales, tachos y bandejitas. Todo es comunitario y compartido. En una cuadra, en una plaza o en un espacio sagrado todos conviven sin conflictos, aparentemente. Hinduistas, siquistas, musulmanes, católicos, protestantes, se aceptan y se respetan, porque en definitiva todos se rascan y cantan al ritmo de cajitas musicales. Viven ofrendando, pero también pidiendo: que contradicción! Espejismos de fe en cada esquina y todos los rituales posibles para que las esperanzas de redención se hagan realidad.

Florcitas de colores y aromas de incienso, pero nada es suficiente para desterrar el olor a estiércol y comida podrida. Montañas de basura dibujan los paisajes urbanos. No hay manera de esconder los desperdicios, por más que los tiren al agua, porque la mierda flota y el olor no se esfuma. Ninguna explicación mística justifica atropellar así al medio ambiente.

Me siento sucia y contaminada las 24 horas del día. ¿Servirá para limpiar mi alma? En realidad, no vine buscando espiritualidad, sólo experiencias fascinantes, pero si hay un bonus track, bienvenido sea, que venga! Definitivamente, a India hay que quererla!

Buenos frenos, buena bocina y buena suerte es lo que se necesita para andar dentro y fuera de las ciudades. Vacas sagradas, tutuquis y seis personas arriba de una pequeña motocicleta. Todos sobre la misma rutan, imagínense esa postal. Un desquicio el volante. Olvídense de ser buenos peatones y de caminar por la vereda. Eso lo dejo para mis callecitas de Buenos Aires. Acá se estila caminar en “fila india». Ser prudente en India tiene menos exigencias, así que caminar uno detrás del otro alcanza para mantenerse a salvo de los accidentes de tránsito. Esto me recuerda a aquellas épocas de infante, recuerdo a mi maestra de jardín enseñándome a caminar en “fila india”. Aquellas cancioncitas didácticas no fueron entonadas en vano.

Los indios también son fashionistas; eso de usar la uña del dedo del meñique bien larguita no se ve sólo en los choferes de buses de mi ciudad. Recuerdo que también los chinos la tienen así, quizás para rascarse la oreja. Deduzco que podría tratarse de alguna moda masculina y globalizada. Las mujeres llevan tatuadas sus extremidades, manos y pies asoman con diseños de deidades. Ellas lucen sarees, velos, túnicas y turbantes de todos los colores. Ellos se reúnen en cuclillas, como si tramaran una asociación ilícita. Construyen colgados de andamios de caña, quieren llegar al cielo. El verdadero yogui se entrega sin cobrar, así que El Ravi Shankar es un “vende humo hindú”. La comida sigue siendo tan picante, esté donde esté. Sí que pica, la que los parió! Pero tengo mi recurso: rebajo las preparaciones con yogurt para suavizar la intensidad y el picor.

Por cada mujer hay 7 hombres de ciudad y 9 de los pueblos del interior. Entonces los cálculos dan la lógica, hay mucha testosterona en las calles, mientras que los estrógenos permanecen at home. Gran parte de los indios viven en el campo. Cultivan, crían ganado, tejen o hacen artesanías. Sin embargo, lo rural no quita lo moderno y siempre hay un posnet para cobrar con tarjeta Visa o American Express.

Ya estuvimos en Ajmer y en Jodhpur. Hicimos ruta sorteando imprudentes, esquivando vaquitas y subiendo el volumen de la música latina. En el trayecto una boda! Un gran campamento al pie de la ruta. Enormes carpas, 320 invitados y 4 días seguidos de buena comida y diversión. Ellas vestidas de dorado y bien cargadas, ellos elegantes, de blanco impoluto. Los pequeñitos de la fiesta me hicieron sentir como Máxima Sorreieta en sus expediciones por África. Fuimos la atracción del casamiento durante 20 minutos. Nos bajamos de la camioneta de pura curiosidad. Nos recibieron tan gentilmente que daba gusto quedarse. Fotos con nosotras y no al revés! Increíble e impensable experiencia. Seguimos viaje y dormimos a 400km de la frontera con Pakistán. Jodhpur, una ciudad militar que supo recibir a estas soldadas de Dios. Mañana seguiremos rodando buscando más historias.

Candida, fresca y bien humorada. Enérgica y calma en su justa medida. Entusiasmada y alegre. Sal y pimienta a gusto, la dulzura de sus modos y la acidez del humor que tanto disfruto. Ocurrente, curiosa y pícara, preciosa complicidad! Caminatas, tertulias y una buena selfie. Inquieta y buscona en el día; profunda y reflexiva en la noche. Muchos años la oí, ahora la escucho; muchos años cerca de ella, ahora juntas. Compartimos los dulces de la piñata, el amor por la familia y el valor de los amigos. La nostalgia de aquello y la expectativa de esto nos abrazan con cada sol, con cada luna. Ella es Nair, mi amiga, mi jockey, mi compañera de emociones.

Upgrade en Udaipur! Room de luxe en medio de una colina, frente al Lago Pichola. Dejé atrás el desapego aprendido en un templo Jainista y volví a mi mundo de consumo y confort. El Jainismo es un desprendimiento del Hinduismo que propone, además del desapego material, la no violencia, la conducta respetuosa y la indulgencia sexual, mandato éste último totalmente obsoleto, a mi criterio. Además, viendo los miles de millones que son acá, cuesta creer que esta regla esté vigente. Resulta más que evidente que ni los devotos jaina ni de otros credos practican ese tipo indulgencia, pero el sexo sí lo practica, está claro, son un montón. Igual de evidente es que los tabúes no son privativos del Vaticano ni de nosotros, los católicos. También los hinduistas, budistas, judíos, musulmanes y evangélicos se ponen tensos con ciertos temas. No entiendo porqué le huyen a la naturalidad, si es más sencillo que confrontar con la libertad.

Los 350km que separan Jodhpur de Udaipur nos quitaron 7 horas de sol. Los caminos fueron densos: curvas sinuosas, rebaños dueños del pavimento y conductores imprudentes. A nadie le preocupa las multas, son ínfimas. Al menos llamen al gobernador para un plan de bacheo.

Inmersas en la ciudad de los Palacios confirmo que en India también hay mucha riqueza. Un país de extremos sociales, de lógicas injustas y de una economía triste, porque lo que tienen no llega todos. Típico de los tercer mundistas, como nosotros, o menos aún. Por otra parte, confirmo que aquí también se cumple la ley de atracción: “el dinero atrae más dinero”. El amor está de modé, se elijen por dinero. Parecen sociedades comerciales más que conyugales. Si te querés casar en la India, tu padre o tu hermana mayor te eligen un consorte para toda tu bendita vida. Fiestas lujosas para la familia real. Estoy pensando entonces y les pregunto ¿se vienen si me caso acá? Solo necesitaría u$s 50.000 para alquilar el Palacio y el SI de mi Enamorado. Sería Mi Gran Boda en Udaipur. Party 24hs con lo mejor de lo mejor. Disculpas, disculpas…tanta ostentación me corrió de los ideales de salvación y el estado de Nirvana. Que voy a hacer, aunque esté en India soy una porteñita con religión capitalista. Desearía regresar elevada y evolucionada como Pokémon, pero mi fe es muy fuerte y muy profunda como para poder torcerla. Adoro los hoteles 5 estrellas, el shopping mall y los platos gourmet. Este es mi karma, haré lo posible para trascender con mi reencarnación.

Muchos niños en la calle; ellos son mis mejores guías turísticas del arrabal. Por un par de rupias te pasean por toda la capital. Se trepan a los trenes y van canjeando sonrisas. Sus vidas son como un circo pero sin payasos. En sus rostros se ve el descuido de los gobiernos. Sus cuerpos son un elemento más del paisaje y los residuos su camuflaje. Corazones de barco, infancias naufragadas. Cometas en el cielo, aventuras de pan y chocolate. Lluvia sin techo, uñas con tierra. El estómago vacío y un golpe en la rodilla que se cura con el frío. No necesitan Visa para viajar porque juegan con aviones de papel. Arroz con piedra, fango y granadina y lo que les falta se lo imaginan. Inocentes palomitas que me miran con fábulas en sus ojos. ¿Nadie protege esas vidas que crecen? Un país que anda con el amor descalzo. Mientras escribo, hay muchos niños en la calle.

Las letras de la negra Sosa y Calle 13 inspiraron mi relato. Notarán que algunas de mis postales son grises y tristes. Sin embargo, hay colores en Jadpur. Estos dos días fueron como “entrar en boxes”. Cambio de aceite, ajuste de tuercas y llenar el tanque para seguir. Unlindo hotel, jornadas más tranquilas, un tibio sol que nos acaricia y nos regala una tarde de pileta y cocktails. We are so friendly and so different. Tomamos y comemos gastando poco, las invitaciones vienen de arriba y eso que no nos esmeramos en ser coquetas, sino todo lo contrario. Camino relajada y sin exigencias beauty. Simple, a cara lavada, sin maquillaje ni accesorios. Disfruto de mi anonimato en este lugar y lo aprovecho para no estar a la moda. No obstante, los mozos me siguen, me buscan, me seducen; debe ser los fascino con mi fragancia de Victoria Secret. El staff hotelero es muy gentil, se desviven por asegurarmeuna confortable estadía y con apenas veintipico de años hacen muy bien su trabajo. Jaipur es una ciudad puesta estratégicamente a mitad de viaje, le dio una dulce melodía al recorrido. De todos modos, nuestros corazones jamás pierden el ritmo, así que salimos a pasear al son de la Amistad. En el camino repartimos saludos cordiales y algunos besos, de esos que no acostumbran recibir. Les alcanza con gesticular sus manos y mover levemente su cabeza hacia abajo.

Esta mañana manejé a una elefanta para llegar al tope de una colina donde encontré una enorme fortaleza del año 1500 y otros 1500 vendedores que perseguían hasta la eternidad. Respiré y repetí el Ommm para no marcarles los cinco dedos. Me mantuve firme, sin gastarles un peso. Eso lo dejé para la tarde. Me desquité con algunas compritas en el Handycraft!

Es un viaje modo delivery, totalmente personalizado, lo vamos armando a gusto & piaccere con mi amiga Nair. Decidimos quedarnos un rato más aquí, es que retratar vidas nos resulta más interesante que retratar monumentos.

¿Quién quiere ser millonario? Esa es la cuestión para nosotros, pero no creo que lo sea para ellos. Rescato las obras de Bollywood y sus formas de contar la vida, ésta vida. Me viene el recuerdo de la película “Un viaje de 10 metros” con esas suaves pinceladas de hinduismo moderno. Mañanas sin prisa, tardes de paz. Correr detrás de metas capitalistas y de consumo no es el destino final de los indios. Nosotros nos desesperamos por la casa propia, la pilchas de marca, los viajes al resto del mundo, un puesto gerencial, el auto último modelo, la satisfacción inmediata y la eterna juventud. Ellos tan sólo aspiran a tener el pan de cada día y agradecen a unos tantos dioses su mera existencia. Nosotros nos pavoneamos, ellos caminan y caminan. A nosotros el talento nos destaca; a ellos el amor los trasciende. En el ínterin, se enferman, se mueren de hambre, vaguean, cantan, ofrecen y oran. No hay mejores ni peores, simplemente hay distintos. Ese aprendizaje es lo que más guardo en mis valijas. Que importa si me cobran u$s 6la sobre carga, lo que importa es irse con el corazón lleno de esta Tierra Sagrada.

Miles de mantras alzan al cielo pedidos de esperanza. Suenan a lamentos del altiplano, pero jubilosos al fin. Festival de barriletes, corresponsales aéreos de la más sincera gratitud. Arriba, un firmamento colorido; abajo, chicos y grandes subidos a los techos para remontar ilusiones. Se divierten con tan poco que da gusto notarlos felices por las pequeñas cosas de la vida. Excelentes alumnos del Principito.

Y otra vez la ruta y la adrenalina al volante. Las estancieras juegan a romper el récord guinnes. Juguemos ¿cuálsube más paisanos? Promedian entre 20 y 25. Delante nuestro una chata avanza desbordada y la mitad de los paisanos al borde de convertirse en un felpudo con diseño autóctonos.

Un dato increíble, los camiones piden que toquemos bocina por favor! Las leyendas “horn please” y “blow horn” en todas las lunetas traseras. La contaminación auditiva está elevada a la enésima potencia. Para ellos es natural y correcto, para mí, definitivamente, insoportable.

Me sorprende la capacidad de adaptación que tenemos los seres humanos. Las teorías darwinistas las siento a flor de piel. Amiga de la fauna callejera, tolerante de los aromas rancios, sumisa frente a lo picante y un poquito más despreocupada del riesgo bacteriológico. “Adaptarse para no estresarse” es la segunda fórmula. La primera era “entender para tolerar”, ¿la recuerdan?

Viajar es volverse mundano es conocer otra gentes volver a empezar. Empezar extendiendo la mano, aprendiendo del fuerte, es sentir soledad (VIAJAR, por Gabriel García Márquez).

Sigo rodando, voy sumando regalitos y expectativas. Se viene la frutilla de postre.

Keep walking….to get freedoom…Y así Gandhi consiguió la libertad de India. Nosotras también seguimos caminando y encontramos una maravilla en la ciudad de Agra. Al fin, el deseado Taj Majhal (Taj=corona; Majhal=palacio). Increíble vibración en ese lugar. Pedimos tiempo extra para prologar su magia y acopiar esa paz inspiradora. Un poco saturadas de templos, palacios y fuertes, solo queríamos verlo, sentirlo y guardar su mejor recuerdo. Las arquitecturas del extremo norte enlazan culturas y estilos. Historias de amor, poder y venganza en cada ladrillo. Ya voy seis de las siete maravillas del mundo. Mi próximo destino será Petra (Jordania) y así completaré la lista.

Se copó el Taj Mahal, ¿habrá habido un terremoto en China? Porque de golpe se vino un malón de orientales, atropellados y en multitud, a su fiel estilo. Se apoderaron de todas las visuales del templo, no más fotos. Ahora son ellos.

De este lado del mundo, la tendencia sigue siendo mantener a la mujer fuera de vista: la mujer en la casa, la mujer cubierta por un velo, la mujer detrás de la celosía. ¿Un poco retrógrado, no creen? Y ni se les ocurra darse un beso en público en estos pagos;las demostraciones de amor están mal vistas. Qué extraño, si este pueblo es puro amor, supuestamente.

Por momentos me aburren las historias enlatadas. Disfruto más de las caminatas sin mapa. No quiero guías ni libros, quiero aprender por lo que veo. Y repito: “Las ciudades son libros que se leen con los pies”. Adoro ser dueña de la brisa, lo cambio por estar sentado en la oficina.

Les encanta el color amarillo, aunque no sea el más sentador. Son moda las ojotas con medias, oler a sándalo y“darse la Carmela”[3]. Coleston 2000, tono sobre tono, en la gama de los colorados; ay por Dios!

La obra de la Madre Teresa no fue diferente a lo que he visto en otros hogares y fundaciones. En mi país también hay pobres, huérfanos, discapacitados, locos y viejos. Y también hay gente buena que hace cosas para protegerlos y ayudarlos. Lógicamente triste, pero no más por estar en India. Los morbosos lavan culpas mirando acongojados la miseria humana acumulada en la Fundación de Calcuta. Los más generosos contribuyen con dólares. Yo, ni uno ni otro. Ese hogar necesitaba “manos” no “money”.

Antes de volver a la habitación nos queda tiempo para una pizza en la terraza del hotel, hacer sociales en español y ver algún show típico.

Mientras yo disfruto los masajes ayurvédicos estos santos cargan mis valijas en su cabeza para subirla a la cabina del tren. Ningún cansancio supera las ganas de continuar y doblar la intensidad del viaje. Nos bajamos del tren, subimos a una Toyota 2.5 y, finalmente, embarcamos en un vuelo de cabotaje. Non stop para estas viajeras. Es tan lindo compartir el ritmo. El gran hallazgo de este viaje se lo lleva sin dudas Nair, a quien no hubiera descubierto en otra circunstancia. La empatía entre nosotras todo más disfrutable. No sabemos de desencuentros, de malos genios ni de antagonías. Nos sorprende estar siempre juntas y naturalmente a la par.

Es 17 de enero de 2017, un día para atesorar en Khajuraho. Por la mañana templos hindúes dedicados a la sensualidad y al erotismo. Algo sonrojadas, descubrimos las bases del Kamasutra (kama=sexualidad; sutra=fórmula). La conexión semántica, es obvia, se las delego. Cuánta imaginación había antes de Cristo. La fantasía es como el sol, sale para todos y siempre está, aunque no se vea. Esculturas fálicas, mujeres gozosas, hombres dotados, de a muchos, de a pocos y hasta “menaige a trois” con animales. Extraño verlo en esculturas de hace 1000 años, pero muy divertido por cierto. Fotos y bibliografía para seguir aprendiendo, porque como se dice: el saber no ocupa lugar.

Llegamos por aire a una de las ciudades más antiguas del mundo, esa que los hindúes no pueden dejar de conocer al menos una vez en su vida, y que los turistas debemos visitar si venimos a India. Varanasi, ciudad de la salvación, bañada por el único río sagrado. En la tierra del dios Shiva los creyentes pasan sus últimos años. Aquí elijen morir para reencarnar en humanos nuevamente. Sabían que si consiguen reencarnarse en siete vidas humanas consecutivas su alma se elevará al cielo y alcanzarán el Nirvana? Así es, tantas reglas, tantas pautas, tantas prácticas y creencias. El hinduismo no es sencillo de entender nisiquiera para ellos. Voy juntando información y haciendo backup cada tanto, pero seguramente en un par de días el conocimiento se escapará por completo de mi memoria y volveré a tierra. De todos modos, estará bien que así sea, porque al fin y al cabo nos quedamos con lo que más nos interesa.

Cae la noche en Varanasi. La peregrinación para llegar al río Ganges es indescriptiblemente emotiva. Camino pidiendo permiso para dar un paso, respiro aire viciado. Toso y aguanto la respiración para no intoxicarme. La multitud no es como la que vi en New York y el desfile de gentes poco se parece al de Piazza Spagna. Las experiencias en India son tan enérgicas y tan profundas que me cuesta contarlas. Entramos al río en una rústica barcaza, avanzamos por las aguas putrefactas al compás de los remos de un tierno jubilado, canoso y escurrido. Presenciamos un ritual de agradecimiento que tiene lugar cada atardecer. Pensaba en el contraste con mi vida en Buenos Aires. Mientras hago mi clase de spinning, voy de copas a un after office o tomo un turno para manicure, aquí transcurren 30 minutos de luces, sonidos y quema de estiércol. Cientos de embarcaciones flotan en las aguas espesas del Ganges para presenciar una de las más emocionantes ceremonias religiosas de la India.

Pero inquietas, vamos por más y nos animamos a girar la barcaza para llegar a las famosas escalinatas donde creman a los muertos: “del polvo venimos y al polvo vamos”. Hoy, más que nuca, sentí que “no somos nada”.El ritual tiene varios pasos, muy largo de explicar. Pedí bajar de la barca y no paré hasta llegar a la pira, donde una de las familias quemaba a su difunto. Como un pariente más, pude ver todo. Me reservo las anotaciones morbosas, únicamente les comparto la apreciación de que la muerte es un gran negocio. Acá o allá, morir genera dinero para quienes saben explotar el dolor ajeno. Que tristeza ser testigo del comercio de la cremación en Varanasi. Pensé que se trataba de creencias, no de especulaciones.

La muerte los pone verdes, aceptan el color del dólar para velar al occiso. Detrás de la fe una linda oportunidad para enriquecerse. No obstante la pobreza, las familias pagan al rey u$ 500 para poder realizar la cremación. La cuenta es sencilla considerando que hay 400 cremaciones al día: son unos u$s 20.000 al día, u$s 140.000 por semana y u$s 560.000 al mes.Alcabo de un año habrá millones para la corona. Siento un el derrumbe en mis vísceras, como un castillo de naipes que se desmorona al primer soplido. El trabajo sucio lo hacen los vagos de la cuarta casta, los intocables. No se creman niños, embarazadas, santos, leprosos ni picados por serpiente. Esparcen polvo de sándalo sobre el cuerpo pero el olor es inevitable. Sólo los hombres de la familia se encargan de esto, no se permiten las lágrimas femeninas que pudieran perturbar el ascenso del alma. La llama sagrada enciende el fogón de 300kg de leña y en cuatro horas solo quedan cenizas, mucha mugre y el recuerdo de la gente querida que permaneció en la orilla hasta el final. Cuando todo acaba se meten al Ganges para purificarse. La orilla es realmente asquerosa: humo, basura, bosta, moscas, animales vagabundos y hombres sentados y atentos que espera se apague la última llama. Miradas perdidas, un cigarro enciende el próximo, y todo eso lo vi yo, con mis propios ojos.

“El andar en tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos” recuerdo del español Miguel de Cervantes Saavedra.

Después de esta experiencia ya se que dejar escrito en mi legado: que nadie pague por mí, ya no estaré ahí!

Una buena ducha para desinfectarme, sopita caliente y a la cama para la segunda parte de Varanasi. Empezaremos muy temprano, al alba y en ayunas.

Mahatma! Gran Alma, es lo que todos los hindúes piden cada mañana. El Gangas River nos cuenta la vida de la ciudad. Sumergidos en ese líquido espeso y maloliente, arrancan su día. No es igual que darse una ducha caliente antes de ir a trabajar, pero lo toman como algo así. El río es multifuncional, lo usan para bañarse, lavar la ropa, comerciar, esconder la basura y hasta para recibir cruceros con turistas. Y para más, el río les cumple deseos, los sana y les limpia el alma. Qué generoso el Ganges, ¿no les parece?

Las creencias son de fantasía, no logro convencerme de aquello que ellos consideran “sagrado” ni mucho menos explicarme su alcance. Soy escéptica, pero estoy atenta, escuchándolos. Veo despertar al pueblo de Varanasi desde una barquita que flota cercana a la orilla y mientras amanece dejo perder una canasta colorida de flores y velas con algunos pedidos a Dios. De día se aprecian las fachadas de las emblemáticas escaleras que seguramente varios hayan visto en los documentales de National Geographic. Si, como dicen, las sábanas del hotel se lavan ahí, la próxima vez vendré con bolsa de dormir.

Ya va una quincena de días y francamente siento como si hubieran pasado meses. Un viaje tan versátil como cansador, en el que hay de todo y para todos. Sin dudas para mí, Varanasi es la vedette de la India, pero el itinerario continúa. Hoy conocí el lugar donde Buda dio su primer sermón. Buda fue la última (novena) reencarnación del “dios Vishnu”, dios protector del universo. Vishnu fue el único que se reencarnó. Ni Brahma (creador del universo) ni Shiva (destructor del mal) lo hicieron. Buda sucedió al famoso Krishna. Dice la creencia hinduista que cuando se conozca la décima reencarnación de Vishnu – un caballo blanco- será el fin del mundo. Lo cuento, pero sigo escéptica.

Hubo algunos recorridos más en Varanasi,hasta que por la tarde tomamos el vuelo a Delhi para conectar a Katmandú, Nepal. Llegamos y nos visaron en el aeropuerto sin problemas; sólo para recaudar. Pagamos u$s 25 porque sí. Era la medianoche y nos esperaban en un hotel aceptable. La ciudad dormida y mi corazón latiendo fuerte por el trajín. Baño de espuma para relajar. Dormir y soñar con lo poquito que queda.

Iluminada cómo Buda! Así me desperté en Katmandú. Para ser sincera, no daba dos mangos por esta ciudad en ruinas. Pero afortunadamente supe romper mi prejuicio para seguir descubriendo.

Vestigios del terremoto del 2015. La ciudad quedó desvastada. Un sismo de 7.9 grados se llevó la vida de 9000 nepalíes. Las calles son de tierra y cada cuadra parece un corralón de materiales: ladrillos, arena, cal, cemento y canto rodado para volver a levantar las casas, los edificios y los monumentos venidos abajo. Luce muy triste la ciudad, se respira mucho hollín y, peor aún, falta de identidad. Son muchos habitantes para tan poquitos m2. No hay semáforos, pero sí mucho caos. Pasear se vuelve una actividad riesgosa, un mal paso y zazzzzz: te atropellan! Descubro que los nepalíes no madrugan ni trasnochan y que todo transcurre entre las 10 y las 20hs. Me pesan las piernas, camino cansina sin encontrar demasiados atractivos, más que montículos de arena y andamios por doquier.

Sacamos ideas de la galera para entusiasmarnos nuevamente. No creo que Nepal nos sorprenda como India, pero al menos queremos sentir que valió la pena aterrizar acá. Como buenas y experimentadas viajeras, nos esmeramos para sacarle algún bonus track al mapa de la ciudad.

Un gurú nos leyó la mano a la rivera del río sagrado, mientras del otro lado los vecinos quemaban muertos, imitando a Varanasi. La ritual es más barato en estos pagos, apenas cuesta unos u$s 200. Salí felíz del momento esotérico; las predicciones del mano-santa se oían muy alentadoras. Me auspició una vida saludable, con amor y energía para viajar hasta mis últimos días. Osvaldo, o Ujjwal en su idioma, de 29 años, fue mi traductor, porque de nepalí tampoco sé. Un público curioso acompañaba los dichos sobre mi destino. Comprar sueños está de oferta en Katmandú, solo pagué u$s 5.

Y una vez más nos tentamos con la terapia ayurvédica. Con Nair nos metimos en un spa llamado “Tranquility”. Imagínense, su nombre lo dice todo. Instalaciones modestas y limpias. Dos nativas con buena mano nos armonizaron los chacras.

Caminar en Katmandú o en algún pueblito del conurbano bonaerense podría darme la misma sensación. En realidad, todo el viaje ha sido algo así, una larga caminata por la mugre y el desorden.

Similares a los indios, los nepalíes son pobres, vegetarianos e hinduistas. Su independencia fue simbólica. Llevan un par de años de democracia parlamentaria y una flamante Constitución Nacional. Las rupias nepalíes valen poco, pero el cambio nos conviene y nos abarata la visita. Abundan las imitaciones, aunque ya no tengo espacio en la valija para seguir comprando. Además, los vuelos internos y las espaldas nos limitan la carga.

A veces me asombro de las experiencias a las que me animo. Hoy terminamos el día cenando en una casa de familia. Por apenas u$s 10 cada una madre de dos niñitos nos abrió las puertas de su morada y nos cocinó comida típica. Casita sencilla y sofisticada hospitalidad. Tertuliamos entre las tres, chapurreando el inglés para conocer más sobres las costumbres. Comimos muy rico y sacamos varias selfies con la familia. Panza llena, parecíamos chicas de la calle, hambrientas al cabo de jornadas largas. Nos reímos tanto de la bizarra situación. Rezamos en el camino de ida para llegar bien a la dirección indicada, pero más rezamos a la vuelta para encontrar el hotel y regresar sanas y salvas. Calles sin salidas en un barrio desconocido. Desorientadas totalmente; sólo la luz de las estrellas guiaban nuestro camino. Por un momento me arrepentí de haber tomado ese riesgo, una experiencia muy divertida pero quizás innecesaria para dos viajeras occidentales de habla hispana. Durante el trayecto recordé tantas noticias trágicas de turistas desaparecidas. Afrontamos la noche con mucho coraje y nos guardamos esta perlita en el corazón, el mejor souvenir que podríamos haber comprado en esa ciudad. De regreso al hotel, contentas de sobrevivir a un pueblo fantasma. Nos dormimos esperando ansiosas ver de cerca la puntita nevada del Everest. Ojalá el tiempo nos acompañe mañana.

No hice cumbre, pero la sentí en mi corazón. Sobrevolar el Himalaya dormida y a pocos grados centígrados fue otra linda experiencia. La inmensidad de la naturaleza me hace más pequeñita aún. La más alta cumbre argentina pierde el primer lugar frente el Everest que lo supera por más de 2000 metros. El pico asiático asciende a 8848, pero el Aconcagua de Mendoza es nuestro. No fui tan audaz cómo nuestro actor y andinista Facundo Arana y me conformé con mirarlo de cerca desde la avioneta. Las vistas panorámicas de la cadena montañosa me confundían, pero entre el mapa ilustrado y las aclaraciones de los pilotos pude darme cuenta cual de los picos era el Himalaya. Es que eran muchas las cumbres, y todas tan similarmente altas. La individualización era para expertos.

Descansar al ras de la vereda, sacar los piojos en la plaza o escarbar la cera de la oreja a la espera del bus, son prácticas habituales entre los nepalíes. Me resulta muy escatológico verlos, pero ellos no se horrorizan. En la diferencia está el gusto, decía mi abuela. Será poco convencional, pero al fin y al cabo es cultura. Para más, los veo escupir una extraña sustancia roja y viscosa. Averigüé de qué se trataba y me contaron que se trata del líquido residual que permanece en la boca luego de masticar una hierba adictiva.

Viajar es mi hierba, mi adicción.

Ruinas y más ruinas, del polvo venimos y al polvo vamos. Camino esquivando andamios y montículos de arena mientras intento imaginar cómo habrán sido las construcciones antes del temblor. Nair me ayuda a reconstruir la escena mostrándome fotos de Google que ilustran los relatos del guía Ujjwal. Seguimos rodando y nos escabullimos en humildes pueblitos del valle de Katmandú, a menos de 100km de la frontera con el Tíbet (China).

Sí que le sacamos el jugo a las últimas 36 horas. Para redondear el paseo por esta polvorienta ciudad descubrimos los milagros de la terapia con cuencos tibetanos. Aquél que no cree en lo milagros no es un realista. Aparentemente, las vibraciones que emiten cuando se les da la vuelta logran recuperar la armonía del cuerpo.

Estoy satisfecha con este recorrido, no creo que vuelva a visitar Nepal, me alcanzará con una vez en mi vida. Difícilmente pague de nuevo u$s 25 por entrar a este país. Ya me saqué las ganas de ver el Himalaya; suficiente para mí. Dejamos atrás una bandera triangular, simpáticos hombrecitos de gorras coloradas y mujeres de mucho trabajar, moviendo el cemento y la arena en sus espaldas. Pienso que ellas han contribuido con creces a la reconstrucción de Katmandú.

Bye bye Nepal, volvemos a nuestra base: querida Delhi. Por la mañana volaremos a Dahramshala para los tres últimos soles.

Departure Nepal, Stop en Delhi. Big Party en el Novotel. Alta fiesta privada para recibirnos de regreso a India. Wellcome back argentinas! Exóticos coktails, algunos pasitos de baile en la pista central y chin-chin por nosotras, amigas viajeras de Buenos Aires.

Un par de horas de sueño y otra vez despiertas. Madrugamos para tomar un vuelo que, finalmente partió demorado por la neblina. Perdimos más de cuatro horas para llegar a Dahramshala, la tierra del Dalai.

No creo que el Maestro esté dispuesto a recibirnos. En cambio, simpático y cordial, el primer ministro tibetano compartió con nosotras el vuelo de ida. Tuvimos cierto feedback de sonrisas y ademanes desde el anonimato; le respondí con la misma gentileza y agrado. Recién en tierra supe de quién se trataba, era lógico que semejante recibimiento no obedeciera únicamente a su traje azul elegante. Debía haber más, un título, un cargo, una autoridad.

Acorraladas por las montañas del Himalaya fuimos a parar a un hotel perdido en la insoportable tranquilidad de la ciudad. Un cuarto ideal para un retiro espiritual, pero no para dos porteñitas inquietas como nosotras. Sin TV ni wifi; pocas comodidades para las últimas tres noches. La idea no nos daba gracia y pedimos cambiar de hospedaje. Nos trasladamos a un hotel más céntrico pero no mucho más confortable. Habitación 101, 2° piso por escalera. Vista a la montaña. Me sentía más cerca del Himalaya que cuando lo vi desde la avioneta en Katmandú. Tampoco había TV, pero peor aún: no hay calefacción para compensar los -2° de la calle.

Cagadas de frío, mal dormidas y con pocas calorías encima, reclamamos con insistencia al personal de la pocilga. Nos trajeron más frazadas y un radiador que únicamente prende una luz pero que no calienta anda.

Me animé a bañarme, confiada en que el agua saldría caliente, como dice la maldita tecla roja del termo-tanque (hot). Salí de la ducha hecho un cubito de hielo y más fastidiada que antes. Un tecito de masala para apechugar el incordio, pero el frío cala muy adentro. Escribo con la bolsa de agua caliente entre las sábanas; apago la luz y rezo para tener algún grado más durante la noche. Una ilusión seguramente…Deseo que valga la pena visitar al Dalai Lama.

Vencida por el frío, me dormí tiritando. El ruido de una pala escavadora junto a la ventana y la música sin cortes de una radio local, lograron acunarme; cerré los ojos para soñar de cualquier modo, pero mañana mismo gestionaré la salida anticipada de esta casa de huéspedes.

Los souvenirs de lana se venden bien, por obvias razones. Lo mismo que los platos calientes salen a granel. Es que las bajas temperaturas exigen recursos para levantar temperatura y resistir la inclemencia. La gastronomía tiene la influencia del ejército chino. El Tíbet pertenece a la República Comunista desde 1949. Miles de soldados se inmolaron por la libertad. Al día de hoy nada cambió y me viene al recuerdo esa frase de Bob Marley que dice “Las guerras seguirán mientras el color de la piel siga siendo más importante que el de los ojos”.

La residencia del Dalai Lama (título superior de esta rama del budismo) es austera; seguramente porque la riqueza es espiritual. Monasterios, conventos y templos predominan en la arquitectura lugareña; hasta una iglesia Anglicana de 1852; era lógico el hallazgo, los ingleses no se pierden una.

Como solíamos hacer, hurgamos en las terapias alternativas que ofrecía la ciudad. Así encontramos el Centro Holístico de Dahramshala, un refugio sencillo, calefaccionado por un radiador de apenas dos tubos. Algo es algo.

Prefiero un delicioso masaje untado en aceites y esencias antes que tomar ibuprofeno 600 cada 8 horas. Al final de viaje, y al cabo de veinte días, el cansancio se empezó a sentir y cómo.

Sopla el viento y llueve finito. Mi secreto es el “efecto cebolla”, prenda sobre prenda para sumar capas de calor a este cuerpito un poquito más delgado que cuando llegué. Algunas ropas están limpias, las otras las rocío con una fragancia de Victoria Secret para camuflar los días de uso. Gorro, guantes, medias de lana y borcegos para un trekking en la montaña nevada. El sol es generoso y nosotras se lo agradecemos con nuestras sonrisas. En todas las fotos se nos ve así, felices por estar ahí, muy lejos de casa.

En una villa de 600 moradores las mujeres y los burros tienen la misma función: trabajar duro. Los monjes lamas no le temen al frío y caminan envueltos en apenas una tela bordó. Se pasean de cuerpito gentil y con un brazo al aire a pesar del bajo cero. Cabezas rapadas a cero porque dicen que el cabello los distraería frente al espejo. Túnicas uniformadas del color del sufrimiento.

Respeto, compasión y caridad se repiten en las bases de todas las filosofías de vida aprendidas en esta expedición asiática. Sabiduría y método son la clave para alcanzar el estado de renuncia.

Las gestiones de Nair aceleraron el despegue de Dahramshala. Conectada al esporádico wifi y con su fuerza resolutiva, logró que la agencia local nos cambiara el vuelo. Mañana regresamos a Delhi, deseando recuperar la calefacción y el agua caliente del Novotel. Adiós Dalai.

Me hubiera gustado regresar a mi país con el espíritu más elevado, pero mis ascensos fueron sólo por el aire. Vuelvo como la de siempre, apegada y terrenal; pero quién me quita lo bailado. En algún otro viaje alcanzaré el Nirvana.

Viajar es vestirse de loco es decir “no me importa” es querer regresar. Regresar valorando lo poco saboreando una copa, es desear empezar (VIAJAR, POR GABRIEL García Márquez).

Extrañaré…

Extrañaré ver a Gandhi en los billetes, manchar con barro la suela de mis zapatillas y descalzarme en cada templo. Extrañaré cruzarme con vacas sagradas, caminar sin prisa, sentir la brisa. Extrañaré delegar los quehaceres por una mínima propina, buscar la mejor foto del paisaje y comprar chucherías en los mercados. Extrañaré escuchar y retener, descubrir y aprender, recordar y contar. Extrañaré empatizar y compartir, improvisar y sugerir. Extrañaré mostrar el pasaporte día por medio y hacer el combo 3×1= check in/scanner/migraciones. Extrañaré destapar los oídos llenos de presión y cargar el equipaje en varias estaciones. Extrañaré la TV en otro idioma y hacer cálculos monetarios cada vez que abro la billetera. Extrañaré buscar la opción no spicy de la carta, destapar tres litros de agua mineral por día, ese pan finito y humeante, el té de masala. Extrañaré el ruido ensordecedor de las bocinas así como los dulces mantras que me elevaban el espíritu. Extrañaré hablar de religión, dioses, rituales, filosofías y descubrir que todo el mundo se equivoca en sus ideas sobre otros países. Extrañaré no saber de noticias ni del tiempo y agradecer a Dios cada sol. Extrañaré buscar carteles y señales, estar a horario y sonreír cuando veo mi equipaje correr por la cinta. Extrañaré la ayurvédica, lo tibetano y esos aromas tan especiales y especiados. Extrañaré los colores de las calles y las telas. Cruzas la calle será más fácil en mi ciudad, así que también extrañaré el riesgo. Extrañaré conocer gente o sentir que pasa por mi vida. Extrañaré muchísimo caminar junto a mi amiga y gran compañera de viaje, pero me alegra saber que me la llevo a la Argentina. Extrañaréa los extraños así como extrañar a los míos, pero soñaré para sentirlo nuevamente.

Viajar es marcharse de casa, es vestirse de loco diciendo todo y nada con una postal, Es dormir en otra cama, sentir que el tiempo es corto, viajar es regresar. (VIAJAR, por Gabriel García Márquez).

Voy por la vida aprendiendo que todos somos iguales, nadie tiene la verdad. Pienso que en todos hay un poco de Dios y que el amor es uno sólo.

Habrá más destinos, otra compañía y nuevos rumbos porque siempre tendré planes para darle la vuelta al mundo.

Decía José Saramago, “El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración. El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje”.

Desteñida, pálida, las uñas cortas, unos gramos menos y una valija más. Regreso a casa, la que siempre me abraza, porque la amo y me ama. La vida se trata de encontrar motivos y los míos están ahí: querida Buenos Aires y el barrio que me ve crecer. Vuelvo a Barracas, disfrutando llegar al sitio donde me esperan.

Así fue la India con pasaporte argentino. Relatos criollos del 1° al 25 de enero de 2017.

Viajar me ayuda a vivir y recordarlo con este relatome fortaleció el corazón.

Carolina A. Vanella

Agosto de 2018


[1] Dícese de la palabra “rostro” en lunfardo porteño, un lenguaje habitual en mi querida Buenos Aires.

[2] Centro de Inmunología especializado en

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