“La margarita que produjo cólera” Damian V. L.
(Obra escrita a principios de 2018, modificada el 22/07 del mismo año).
Escúchame.
Sé que a veces me pierdo.
Por eso perdóname
Que ni yo mismo me entiendo.
Cada sopa bajo el techo
Pensando en qué no hecho
Me vuelve mucho más vulnerable.
Que es lo que me hace quien soy
Si estoy creyéndote iré.
Y si no hay luz prendo la vela
Siempre y cuando tenga tu candela.
Lo que me hace quien soy
Si estoy creyendo voy.
Es mejor simple y natural
Y eso es lo que hay.
Cada error, cada solución
Cada vez que te miro a los ojos
Tengo la solución.
Y si me pides más palabras
Eres tú, tú y tus colores.
Es yo y mis sabores.
Y si me pides más palabras
Eres tú, tú y tus colores.
Es yo y mis sabores.
Y si pudiera ordenar
Tanto que quiero decir
Tendría todo bajo control
Y no es ese el caso.
Y si pudiera ordenar
Tanto que quiero decir
Lo que me hace quien soy
Si te creo voy.
Si estoy creyéndote iré.
Al notar que la dulce brisa acariciaba mis ojos, mis memorias comienzan a cantar esta dulce sintonía, la cual estremece mi alma, y hacen que quiera volver a estar con mi amor. Pero aquello es algo imposible, porque ya había decidido jamás ser, nunca volver a estar, ni jamás regresar por razón de mí bien con la margarita a quien amo. Porque ya le han hecho mucho daño. El fruto de mi compasión ya se ha marchitado, muerto y dado por perdido en un contexto sumamente indefinido.
La verdad siempre está detrás de mí. Porque habrá sido mi culpa el hecho de que ella jamás volviese, porque de seguro no habrá otra motivación de retorno; si de alguna forma ya hubiese analizado quienes la aman, quienes desean volver a verla. Siendo realista, yo no estoy en medio de dichosa reflexión, tras haberle provocado más dolor del debido a su alma. La he destruido y todo es mi culpa. Anhelo que ella me perdone, porque si la hallan colgada, no tendré más remedio que unirme a mi amada margarita. Con absoluto rencor, abandono todo mi potencial como individuo, toda esperanza de encontrarla, todo el progreso en mi vida por detrás de mi sufrimiento.
Me desahogo tras haber mantenido falsas esperanzas, de animar a su hija con encuentros forzosos para mantenerla feliz, de justificar su desaparición con mentiras propiamente injustificables, de soñar con su llegada (en la que por supuesto no me dirigía la palabra aunque hiciéramos contacto visual, por no hacerle frente a mis problemas con tal de concentrarme en las que había generado al causarle su muerte).
Esta sería la última vez que me preocupo por ella, espero que mi familia lo entienda. De seguro lo harán, porque saben cuanto la odie. Ellos saben lo que me costó enamorarme de ella, su familia no me culparía, porque incluso sabían que Margo deseaba desquiciarse con un hombre por lo que le habían hecho; mis suegros me consideraron una bomba de tiempo, me declararon muerto en el momento en que la hice mía, sentenciaron mi integridad. Un deteriorado hombre cansado de la vida no se merecía una oportunidad tan espantosa de sufrir por alguien más, compartir su dolor, ni tratar de evitar realizar un pacto suicida con su prometida. No los culpo por dejarme toda la responsabilidad de mantener a una mujer tan horrorizada, a merced de mis propias manos… pero yo he conocido a Margo mejor que nadie. Le tuve compasión, le tuve cariño, le di una familia, cumplí sus sueños más humanamente externos, y acepte su mano para hacerla mi mujer. Por más que intentara olvidar que jamás sonreía (no me sonreiría a mí y no lo haría con nadie más), estoy consciente de que aquella alma ambulante y desentendida ahora mismo podría estar sonriendo cuando me vea caer de este acantilado. Un agujero, oscuro y aparentemente sin fondo, carente de rastro de vida, yace ante mí; o quizás, yo yacía frente a él.
No puedo esperar a que un transeúnte encuentre mi cuerpo cuando la luz pase por estos alrededores, a quien espero que al visualizarme de frente diga “Amigo, este sujeto está sonriendo”. Y así deben suceder las cosas, cómo uno pretenda que pase, porque la vida se retuerce hasta ajustarse por medio de tu voluntad, aunque la mía creo que ha perdido todo su vigor.
Pues sin más que reflexionar ni otra cosa irrelevante por qué lamentar me lanzo a mi suerte, esperando caer con una brutal suavidad, que calme mi estresado cascarón superficial.
Mientras caía recordé aquel momento en el que junto a mi esposa nos volvimos a Italia, en una tienda de “L’ Coste”, como a ella le gustaba llamarla, y sería allí donde pediríamos, de manera burlona y abrupta al camarero que nos atendió, que nos trajera una pizza italiana “como solo Italia podría hacerlo”. Sí, es verdad, había sido una broma muy pesada y estúpida, sin forma de chiste y que sin pensarlo mucho, cualquiera podría darse cuenta de que no impartía ninguna clase de gracia; pero por favor, comprendan que fue el momento más enigmático de mi matrimonio con Margo porque: nos echamos a reír y jamás había soltado una carcajada tan anormal en mi vida, ni de Margo había pensado escuchar un rebuscado intento de expresión sonriente en su rostro, probando expulsar unas risas que desembocaron en una perturbadora exhalación de aliento constante mientras trataba de reír. Yo sabía que jamás podría, pero lo hice por ella, y ambos sonreímos, nos vimos nuestros rostros y nos besamos, con apresurado fervor de intensa pasión en nuestras bocas porque sabíamos que era un chiste muy malo, por lo que no nos queríamos quedar en ridículo frente a una multitud de personas tan finas y tan silenciosas. Pensándolo bien, aquel fue el momento más enigmático, y por lo tanto, más impactante en toda mi vida.
De pronto siento cómo mi cabeza choca contra un inanimado objeto puntiagudo, mi cuerpo se abalanza hacia adelante, todo continúa su curso con los ojos cerrados, y aunque mis deseos de mantener la boca sonriendo persistían incansablemente, el dolor era insoportable. Mi cuerpo chocaba contra las rocas, y ellas sin piedad sacudían mi cuerpo hasta hacerlo trizas, porque me odiaban, aparentemente me odiaban. Es increíble cómo uno puede procesar lo que está reviviendo al momento de un considerable estruendo, así como puedes captar indirectamente que tu destino está sellado, que vas a morir y que te relajes para disfrutar de la experiencia. Ceso mis sentidos más básicos para intentar volver a recordar el rostro de mi mujer, quien perdida hace años, lo único que le vendría a la cabeza a cualquier persona que la hubiera conocido para intentar explicar su desaparición sería que fue a morir sola, intentando apaciguar su dolor.
Ese comportamiento tan infantil definía su manera de ser al momento en que ella se encontrase frente a cualquier conflicto: saldría huyendo y se lamentaría por ser tan estúpida. Margo definitivamente ya se habrá suicidado, por esto yo también lo haré pero a mi manera, recordando instantes felices al momento de saltar en un acantilado perdido en medio de una carretera olvidada por Dios.
Es el fin, estoy destruyéndome, ya estoy cayendo: mi cuerpo rueda infinitas veces hasta llegar a la superficie, la cual no está ni cerca de albergar una plataforma cálida de tierra; en su lugar uno se encontraba con afiladas rocas pequeñas, con poca gracia, esperando a la siguiente víctima que decidiera acabar con su existencia. Mi alma ha dejado de sentir el cuerpo que antes era suyo, todo lo que soy ahora es una inerte capa de triturada carne humana reposando en un tieso estado.
Jamás me había sentido tan impropio de mí, tan descarado de mi parte por morir al lado de quien intenté amar, porque por ello perezco en su lugar y deseo el mejor de sus recuerdos antes de caer para que cuando su cuerpo caiga junto conmigo también pueda sonreír como mi rostro lo está haciendo en este preciso instante. Los ojos de mi rostro no respondieron, desentendieron el significado al advertirla allí, tan solo a unos centímetros de los de ella. Fue tal mi sorpresa, que deseé besar por algunos instantes aquel rostro suyo tan impropio de su persona, al yacer frente a mí. Pero estaba boca arriba tirando hacia mi derecha, mi cabeza esta vuelta hacia un costado, su derecha, y precisamente logrando cautivarme al encontrarla muerta junto a mí. Me alegraba que Margo y yo hayamos muerto felices, orgullosos de estar tan conscientes de lo que uno sentía y conocía del otro: porque estábamos sonriéndonos. Como si hubiéramos saltado al mismo tiempo, y que antes de caer, tuviéramos el mismo recuerdo tan estúpido que nos impulsaría a sonreír.
Piadosamente mi alma permaneció un rato más conmigo, para que pudiera disfrutar el cómo ella por segunda vez en su vida sonrió al recordarme a mí, a su esposo, a su único amigo.
El fin.
(Letra que el hombre desdichado recuerda: Lo que hay – Señor Loop).
Muchas gracias por leer.
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