Capítulo 1
Desde tempranas horas de la mañana había estado cayendo aguanieve, y si bien era sabido que aquello no prosperaría en el sentido de una extraordinaria nevada, siempre se conservaba la esperanza de que fuera así. Más que cualquier otra cosa, por una cuestión de atracción turística.
Era el primer día de vacaciones de invierno y las sierras de Córdoba, comenzaban a vivir al ritmo de la llegada de los colectivos de larga distancia, provenientes en su mayoría de Buenos Aires, Santa Fe y Rosario. Y también de las personas que viajaban en forma particular.
La Falda, era como de costumbre, uno de los lugares elegidos por quienes deseaban hacer el pequeño y deseado descanso de mitad de año.
Los negocios habían abierto hacía poco rato y en la Avenida Edén, se notaba un movimiento inusual para esa hora de la mañana.
La gente parecía presurosa, como queriendo escapar a las inclemencias del tiempo; pero en realidad, a casi todos los movilizaba el espectáculo fugaz del aguanieve.
Ya promediando el mediodía, nadie estaba muy seguro de lo fugaz del espectáculo; el apuro de la gente por realizar sus actividades y volver a sus hogares comenzó a ser real. Y en esa prisa un hombre y una mujer casi chocaron al ingresar ambos al mismo negocio de regionales.
—Perdón.
—Disculpe.
Fue la escueta disculpa de ambos, y él le cedió el paso. Pero no llegaron siquiera a mirarse.
Mientras que el hombre se dirigió a los estantes de exhibición, la mujer retiró el número correspondiente para ser atendida, y continuó mirando por el amplio ventanal cómo el aguanieve había adquirido consistencia de copos y suspiró pensando que al fin vería una nevada en las sierras…
Y si así no fuera, la tarde se presentaba excelente para mirar alguna película, estar al lado del fuego, tomar un café o unos mates, y acompañarlo con alfajores de miel de caña.
Con aquel pensamiento giró sobre sí con la intención de buscar una caja de alfajores del exhibidor; el movimiento fue imprevisto y muy rápido, y hasta quizás un tanto torpe, ya que al volverse, se topó con el hombre a sus espaldas y antes de que pudiera evitarlo, sintió que lo pisaba.
—Ay! Perdóneme. ¿Le hice mal?
El hombre abrió la boca como para decir algo, pero su gesto quedó congelado por la sorpresa.
Ella lo observó… y luego de unos momentos frunció el entrecejo.
¿Un dêja vu? ¿Habían vivido aquella situación en otro momento de sus vidas…?
El gesto de sorpresa de la cara de él, parecía contener lo que sería una futura sonrisa.
Y todo el momento remitió a ambos a idéntica situación, treinta años antes, una noche de verano…
En realidad lo del pisotón –treinta años atrás— no había sido tan extraordinario, pero los dos lo habían hecho parecer así; tal vez para dar pie a conocerse, o tal vez porque aquella noche no estaba resultando la mejor para ninguno de los dos…
Era el último sábado del mes de enero del recién comenzado año de 1979. Los lugares más frecuentados por los jóvenes en aquella época, eran Bon Bai y Gregor en La Falda, Tobis y Kayak en La Cumbre. Era la época en que se pedía documento a la entrada del boliche y había que ser “mayor de 16” o bien,conocido de los encargados para poder ingresar. Y, como suele suceder en la mayoría de los casos, siempre había un lugar que hacía la vista a un lado y “olvidaban” las restricciones, principalmente si la persona que quería entrar pertenecía al género femenino… Tal era el caso de Kayak, en el pueblo serrano de La Cumbre, quince kilómetros más al norte de La Falda.
Ella veraneaba como todos los años en Villa Giardino; llegaban con su familia ni bien comenzaban las vacaciones y se quedaban prácticamente tres meses. Giardino se encuentra entre La Falda y La Cumbre; en realidad está más cerca de La Falda, pero, estrenaba sus quince años (como otras chicas de su grupo), era el primer verano que la dejaban salir a bailar, (gracias a que tenía un hermano “mayor”), y había un solo lugar en que podían ser admitidas sin problemas: Kayak.
Ella había reparado en él desde el primer momento, desde aquel sábado de diciembre que lo vio por primera vez, y salir a bailar se había transformado en la única posibilidad de volver a verlo. Pero los sábados transcurrían iguales hasta aquel último sábado del mes de enero.
Las chicas de su grupo estaban bailando, así que había quedado momentáneamente sola. Su corazón casi se paraliza cuando llegó casi hasta donde ella estaba… pero él invitó a bailar a otra chica y, como se decía entonces, ella lo “rebotó”. Sintió desaliento pensado que si su gusto pasaba por chicas como esa, ella no tenía ninguna posibilidad.
Ya cuando se habían agotado todas las instancias — dar la vuelta alrededor de la pista, mirar la hora simulando esperar a alguien, ir hasta la barra como buscando una persona—, no quedaba más escapatoria que buscar refugio en el baño; lo cierto es, que la ponía algo nerviosa quedarse parada sola en un lugar o dar vueltas sin sentido, de modo que simplemente lo hacía para relajarse un poco, hasta reunir coraje para volver al salón. Y bueno… era tener 15 años a fines de los ´70!!!
Kayak era un lugar muy, muy ameno, íntimo podría decirse y de tamaño reducido. Entre la barra y la pista de baile había un hogar que muchos utilizaban de apoyo y desde donde se tenía una vista casi total de todo el recinto. A los baños se llegaba por un acceso a continuación de los reservados (que en realidad estaban a la vista de todos). De allí venía ella, luego de haber recobrado su aplomo, y decidir dar una vuelta más a la pista; si no se encontraba con alguna de sus amigas, iría a la barra a pedir el trago que incluía el costo de la entrada. En el trayecto se encontró con un conocido, y sin detener la marcha intercambiaron unas palabras al pasar, ella continuó mirando hacia atrás distraídamente mientras se saludaban, y antes de poder evitarlo, sintió cómo su pie pisaba a la persona que estaba delante… Cabe señalar, que aquella era la época de las sandalias con plataformas, y aquél verano se usaron tan altas como nunca más volvió a repetirse. Se quedó inmóvil, y a continuación, mientras levantaba el pié, comenzó a volver su rostro hasta que se encontró con el de él; tenía la boca abierta en un gesto que iba de la sorpresa a la incredulidad, pero que insinuaba lo que podía ser una futura sonrisa. Si hubiera querido hacerlo a propósito, seguro no le hubiese salido. Se disculpó de mil maneras, aunque no pudo dejar de sonreír mientras lo hacía. Él no contestó, se limitó a seguirla con su mirada, y con aquel gesto inolvidable que parecía haberse congelado en su rostro.
Capítulo 2
Los dos habían salido juntos del negocio de regionales,estaban parados uno frente al otro y continuaban riendo por lo increíble de la situación en la que se había dado aquel encuentro. Se miraban con una mezcla de asombro y maravilla, como si no dieran crédito a la imagen que sus propios ojos les devolvía. Perdidos en aquella sorpresa, de pronto habían quedado sin saber qué decir. Finalmente él rompió el silencio:
—Todavía no lo creo… —dijo con un gesto de verdadera incertidumbre— ¿Cuánto tiempo pasó desde que nos conocimos?
—Treinta años.
—Quiere decir que si después de… ¿30 años?
Ella asintió.
—Si después de 30 años podemos reconocernos, no hemos cambiado mucho.
Y era así. El paso de los años se ponía de manifiesto en algunos “quilitos” de más por ambos lados; en el cabello, que ya comenzaba a presentar canas, y ella no las ocultaba; y las inevitables arrugas, que en él eran más y más marcadas. Pero más allá de los cambios naturales y lógicos acordes a su edad, los gestos, los rasgos, seguían siendo los mismos…
De una forma mecánica él comenzó a abrir el paquete de bombones artesanales que había comprado.
—Saca algunos… ¡sólo algunos!
—¡Qué! ¡No! ¿Por qué?
—Porque las vacaciones recién comienzan, así que ni vos, ni yo, hicimos estas compras para regalar.
Ella sonrió tomando alguno, tal como él la sentenciara.
—Sí, es cierto… pero el día invita. Está ideal para encerrarse a comer cosas dulces y ver películas toda la tarde…
Fue una afirmación, más que una pregunta.
—¿Aún después de este encuentro…? —El desconcierto en el rostro de ella lo hizo sonreír—. Podríamos salir a tomar algo.
Ella sonrió tratando de ocultar los nervios: de pronto se sentía tan insegura. Hacía siglos que no tenía una cita; y si bien esto podía ser la salida de dos viejos conocidos, con seguridad él no imaginaba, ni siquiera llegaba a sospechar que ella lo había tenido en su mente durante diez años luego de la noche que se conocieran. Su alma adolescente había hecho de él, aquel amor platónico, que parecía ser más bello, por lo que no había sido…
—¡Ay! Perdona, no se me ocurrió pensar que tal vez estás acompañada…
—No. Estoy sola, vine a darle una vuelta mis padres y visitar algunas amistades.
—¿Entonces? ¿Te busco esta tarde?
—Claro. Me encantaría.
Miraba a través de la ventana de la cocina; el día había seguido gris, y la radio anunciaba la posibilidad de nevadas durante la noche; eran las cinco y media de la tarde y terminaba de tomar unos mates con sus padres. Su madre ya había comenzado los preparativos de lo que sería el almuerzo del día siguiente; su padre se había instalado en el comedor, y miraba televisión mientras disfrutaba el calor del hogar que había permanecido encendido todo el día.
Estaba tranquila, pero a medida que la aguja del reloj comenzaba a aproximarse a las 7 de la tarde, su corazón parecía detenerse cada vez que un auto aminoraba la marcha frente a su casa.
Fue extraño que después de tanto sobresalto, supiera perfectamente que era él cuando llegó.
El auto se había detenido, pero a juzgar por el denso vapor que salía del escape, el motor aún marchaba.
Vaciló… el momento previo al encuentro era tan fascinante como volver a verlo.
Él se detuvo frente al chalet, sin apagar el motor. Horas antes, dejó que ella le explicara cómo llegar hasta allí… sólo para observarla; ese recuerdo le dibujó una sonrisa involuntaria: había fingido atención, pero sólo se complacía con sus gestos, y con el casi imperceptible temblor se sus labios, preguntándose si sería por el frío o si acaso se trataba de emociones difíciles de ocultar. Hubiera deseado detener ese momento y que ella se quedara perpetuada en su pupila.
Un movimiento de llave detuvo el motor, y el silencio de la tarde cobró nuevas dimensiones.
Sólo al verlo descender logró reaccionar, y en segundos tomó su abrigo, su chalina, besó a sus padres —que se sorprendieron por su salida con semejante tarde—, y se abalanzó a la puerta de entrada antes de que él alcanzara a llamar.
Él quedó con el gesto trunco.
Ella, trató de recobrar la compostura y pensar en otra cosa mientras atravesaba el jardín; el veredón que separaba el porche del cerco estaba mojado, y cuando llegó al portón de la entrada levantó las palmas de sus manos…
—Sí. Aguanieve otra vez —confirmó él.
—El noticiero dice que durante la noche va a nevar.
—¡Claro! ¡Hay que atraer al turista!
—¡Ay! Quiero creerles… y seguir manteniendo la ilusión ¿Quién te dice? Capaz que esta vez sí nieve.
—Sí, capaz —repitió no muy convencido mientras abría la puerta del auto—, cuando uno escucha estas noticias estando en la ciudad, te hacen desear con el alma estar aquí.
Era cierto. Ella, que tenía a sus padres viviendo allí desde hacía muchos años, sabía que la mayoría de las veces éste tipo de noticias se “inflaba” en el afán de promover el turismo. La radio anunciaba la nevada sobre las sierras, mientras sus padres le confirmaban que en realidad nevaba en las altas cumbres; allí sólo caía un insignificante “garrotillo”.
Una cuadra después de la iglesia, él dobló en U y comenzó a bajar por calle San Martín, hacia la ruta, se detuvo en el semáforo y cuando éste le dio paso, tomó hacia el norte.
—Pensé que íbamos a ir a La Falda.
—¿Qué mejor para celebrar el encuentro que ir al lugar en donde nos conocimos?
Durante el trayecto hablaron poco y cosas triviales: el tiempo, el paisaje, el movimiento que había en la ruta… y cuando llegaron al desvío de acceso a La Cumbre, él siguió por la ruta principal.
—Me gusta la entrada vieja —aclaró.
El acceso nuevo se había abierto hacía varios años, pero la entrada original resultaba más acertada para quienes la conocían de antes y, principalmente para quienes querían rememorar tiempos idos.
—A mí también —confirmó ella, sonriendo de dicha para sus adentros.
Este acceso, topaba al fondo con la vía de trenes, de modo que era necesariorodear la misma, para tomar la arteria principal que se iniciaba con la antiquísima esquina del Toboso, un restaurante que daba la sensación de existir desde antes que el pueblo mismo.
—¿Conoces algún lugar para tomar algo?
—“Acuario”
Él sonrió, de veras divertido y abrió sus ojos en un gesto rápido.
—Cerró hace décadas pero ¡debería estar para nosotros! —Luego con algo de añoranza agregó—: Qué hermoso era ese lugar…
—Como todo lo de esa época… Hablo de Acuario y en mi cabeza suena aquel tema de Génesis “Te seguiré, me seguirás”
Él se detuvo un momento junto al cordón y mientras tarareaba el estribillo del tema, revisó el porta cd; sacó un disco y antes de colocarlo, la miró y dijo:
—“Yome quedaré contigo ¿Te quedarás tú conmigo?”
Momentos después comenzaba a sonar“Fallow you, fallow me”
Capítulo 3
Luego de dar algunas vueltas por el centro, fueron a “La Gran Aldea” y buscaron una mesa junto a la ventana. El ambiente estaba tan calefaccionado que los dos quedaron en camisa y en una tercer silla se apilaron las camperas, los sacos y las chalinas de ambos.
Ella lo observó sintiendo la irrealidad del momento. Había imaginado siempre cómo sería volver a encontrarlo, no obstante, nada la había preparado para eso. La emoción no se podía imaginar.De pronto se sentía joven, como si estos treinta años no hubieran pasado… ¿Y si era así? ¿Y si jamás se habían despedido aquella noche? ¿Y si habían salido del bailable a tomar algo y ella tuvo un lapsus en el que creyó haber vivido treinta años…? Por un momento fugaz, pasado y presente se confundieron.
No. Claro que no.No era posible; porque en aquella época, no existía “La Gran Aldea”…
Pidieron dos capuchinos y dos porciones de torta.
—¿Y entonces? ¿En dónde habíamos quedado?
—En lo cambiado que está todo a como nosotros lo conocimos y…
—No. Digo… ¿en dónde habíamos quedado hace treinta años…?
Ella ahogó una sonrisa.
—Si la memoria no me falla bailamos hasta que se hizo la hora del cierre de Kayak.
—Sí… y debo confesar que fue la noche más hermosa de ese verano.
Su franqueza la dejó sin palabras ¿Qué diría él si se sinceraba diciéndole que para ella fue la noche más hermosa de muchos veranos…?
Él estuvo a punto de decirle cómo había soñado, en algún momento de su vida, con este encuentro; pero en aquel momento trajeron la orden…y además, la veía temblar igual que en la mañana y no lograba determinar si era emoción o si él la ponía nerviosa. No podía ser frío. No obstante, tomó su propio pullover y lo puso sobre sus hombros.
Ella simuló sumergirse en la tibieza de la prenda, pero en realidad la loción de él había aturdido sus sentidos; continuaba usando la misma fragancia que la noche que lo conociera.
—Para mí también fue una hermosa noche.
—¿Viste? Y eso que, en principio te habías negado a bailar conmigo. Tuve que recurrir a la persuasión para lograrlo.
Ella casi se ahogó con el café.
—¡¿Persuasión?! Extraña forma de persuasión, elevabas de tal modo la voz, que todo hacía suponer que yo estaba en problemas… Mis amigos se habían vuelto a mirarnos…
—Entonces resultó.
Rieron en verdad divertidos con aquel recuerdo.
—No iba a ser fácil convencerte, terminabas de decirle que no a mi amigo…
—Pensé que sólo yo recordaba aquello con tanto detalle.
—Ya ves que no. El “pisotón” me dio la excusa justa para poder invitarte a bailar.
—¡Excusa! ¿Necesitabas una excusa para pedirme de bailar en un bailable?
—Ya ves que sí. Le habías dicho que no a mi amigo. Y en general rechazabas bailar con chicos más grandes que vos.
Al decir aquello logró que ella lo mirara casi sorprendida. Y aunque guardara silencio, sabía que no había pasado por alto el detalle. Lo cierto era que la observaba sábado a sábado, desde que la viera por primera vez aquel sábado de diciembre; una cuestión de edad, había evitado que se acercara antes. En aquella época, era muy usual que se saliera en grupo, y ella siempre estaba con el suyo. La observaba, sí. Pero no podía evitar pensar que era una “nena”.
—Eras una nena —dijo en vos alta.
—Había cumplido los 15.
—Eras una nena —confirmó—. Jugando con sus primeros maquillajes… Ni siquiera podías dominar aquellas plataformas con las que me pisaste.
—Ahhh no. Eso fue un desafortunado percance.
—Percance, sí… ¿Desafortunado…?
—Y no voy a aceparte lo de nena —dijo de inmediato para evitar darle una respuesta—. Pareces ver desde la perspectiva de un padre.
Sólo al decir aquello, tomó conciencia de lo que aún no se había hablado.
—¿…Tal vez lo ves hoy desde la experiencia…?
Simplemente negó con el gesto, sin despojarse de la sonrisa a penas insinuada.
—No tengo hijos —dijo al cabo de unos momentos— ¿Y vos?
—Tampoco. Ni siquiera me casé.
Abrió sus ojos en un gesto rápido de asombro.
—Yo sí. Pero no resultó.
—¿Hace mucho?
—Muchísimo. Pero contame de vos, ¿cómo ha sido tu vida? ¿Qué hiciste? ¿Dónde estás viviendo?
—Bueno, en realidad mi vida, no ha sido la gran aventura, pero no me puedo quejar. Estudié, luego trabajé confeccionando ropa de invierno. En el ´94 me vine a vivir a las sierras… “Pero no resultó”.
—¿Y eso por qué?
—No me adapté, no había trabajo, extrañaba Santa Fe…
—Pero en aquella época soñabas con vivir aquí…
—Sí, quizás ese fue un poco el tema… venía de turista y todo era espectacular… Vivir aquí fue una experiencia completamente diferente; no era feliz. En el 2000 me volví a Santa Fe.
—Hoy mencionaste que tus padres están viviendo en Giardino, así que supongo que vendrás con frecuencia.
—Siempre que puedo. De todos modos, no pensaba venir este invierno…
—… y entonces escuchaste que iba a nevar…
Los dos rieron.
—¿Y qué fue lo que te decidió?
—Un viaje que se venía gestionando desde hacía un tiempo en mi trabajo.
—¡Viajaste a las sierras por trabajo!
—Algo así, pero como te imaginarás, no fue ningún sacrificio…
—Pero ¿qué viniste hacer?
—A conocer la biblioteca de la Universidad de Santa María. En el mes de mayo se estableció un intercambio que derivó en la invitación. Yo me ocupo precisamente de procesar el tipo de material que solicitaban… Y aquí estoy.
—Trabajas en una biblioteca –afirmó
—Sí, cuando me volví a Santa Fe, seguí con el taller de confección pero también me decidí a estudiar bibliotecología.
Él se echó hacia atrás en la silla y sonrió ampliamente, observándola con tanta atención, que por un momento ella se preguntó qué parte de su relato había sido tan divertido.
Como si adivinara sus pensamientos, él negó con un gesto sin dejar de sonreír.
—No, no… No puedo imaginarte bibliotecaria.
—¿¡Por qué no!?
Apoyó un codo sobre la mesa y dejó caer la cabeza sobre el puño de su mano cerrada.
—¡Porque la imagen que tengo de vos, siempre va a estar asociada a esas “plataformas infernales” con las que me pisaste esa noche! Y me cuesta imaginar una bibliotecaria con ese calzado…
—Sin embargo me serían muy prácticas para alcanzar los libros de los estantes superiores.
Los dos sonrieron.
—¿Y? ¿Lo lograste?
—Si logré ¿qué?
—La felicidad
—No sé si exactamente la felicidad, pero digamos que me siento bien. Y en definitiva, creo que he logrado medianamente todo lo que me propuse en la vida.
Él pareció meditar unos momentos las palabras de ella.
—¿Eso incluye tu soltería? —fue más una afirmación que una pregunta.
—Incluye mi soltería. Soy soltera por elección.
—Sí, ni falta hace que lo digas. Me imagino que no será porque te hayan faltado candidatos.
—No faltaron, pero debo reconocer que no fueron los mejores. Te aseguro que de embarcarme en algo con cualquiera de ellos, hubiera sido un desastre.
—Te felicito, entonces.
—Tu turno…
Se encogió de hombros.
—Seguí trabajando siempre con mi padre, en el negocio de repuestos de motos. Viví siempre en la ciudad, salvo por un par de años que estuve viviendo afuera después que me separé. Y a veces, cuando me tomo unos días de vacaciones me voy a Mar del Plata.
—Pero ustedes tenían una casa aquí en La Cumbre… —Lo dijo casi sin pensar; y se arrepintió al momento. Más aún al escuchar la breve respuesta.
—La vendimos hace mucho.
Recordó entonces que alguna vez había escuchado un rumor sobre esto… no estaba segura. Pero no era un tema en el que quisiera detenerse.
—¿Y qué te trajo ahora a las sierras? –preguntó muy consciente de que era preciso salir de aquel repentino silencio.
—Hace años que no venía, tantos, que ya perdí la cuenta; y el otro día, repentinamente sentí muchos deseos de estar aquí. Tal vez te pase igual… creo que uno siempre se queda un poco aferrado a los lugares en donde tenemos las primeras vivencias de juventud…Y aquí estoy. ¡No creas que intentando ser joven nuevamente! –aclaró con vehemencia y un gesto fingido de espanto. Y ella quedó fascinada al ver cómo seguía él conservando los gestos de treinta años atrás.
—¿Pero estás parando en La Cumbre?
—No. Estoy en La Falda, con unos amigos.
—¿Cuánto tiempo te quedas?
—Hasta el próximo domingo.
—Yo también. Viajo el domingo a la noche, porque el lunes ya tengo que trabajar.
—¿Entonces podemos volver a vernos durante la semana?
—¡Ay, sí! Me encantaría.
Y continuaron charlando… sin darse cuenta de cómo pasaba el tiempo. Y sí, dos personas que no se ven desde hace treinta años, tienen bastante de qué hablar.
Capítulo 4
Si bien se habían colocado los abrigos antes de salir de la confitería, el ambiente adentro estaba tan cálido, que afuera parecía mucho más frío que antes.
—No puedo creer la hora que se hizo, pero estamos de vacaciones y es sábado –decía él mientras caminaban hasta el coche. Abrió la puerta del lado de ella— ¿Ves? –preguntó, mirándola divertido— Si Kayak existiera, te invitaría a bailar…
Ella sonrió por la ocurrencia.
—No, espera –pidió
Y en un gesto por demás de gracioso se asomó por encima de la puerta abierta del vehículo, y observó sus pies.
—Mm.… Zapatos —confirmó— Sí, sí te invitaría.
Y abrió su boca con sorpresa, con el mismísimo gesto que pusiera la noche del “pisotón”.
Después que él se quedara mirándola con ese gesto, ella se detuvo unos instantes, se disculpó varias veces y de distinta manera, esperando que esto generara otra situación. Pero la iniciativa no había nacido en él, y ella no tenía ninguna excusa para permanecer allí más tiempo, de modo que se dirigió a la barra, tal como lo había planeado en el baño y pidió su jugo de durazno. Y bueno… ¡tenía 15 años! ¡Y eran los fines de los 70!
“No, no –pensaba— ya con esto último perdía toda esperanza” En una misma noche lo había visto invitar a bailar a una de las chicas más hermosa (lo cual quitaba toda posibilidad de que reparara en ella), lo pisaba sin querer, y finalmente comprobaba que él no tenía la menor intención de intercambiar ninguna palabra con ella pese a tener una excusa para hacerlo. Era deprimente.
Mm. Pensándolo bien, después de todo, había sido simpático.
Entendió que no podía seguir dando vueltas por el mismo lugar, así que había llegado el momento de ir un rato a la puerta. Y fue precisamente cuando regresaba de allí, que sucedió lo inesperado: estaba parada a la derecha de la entrada cuando presintió que se acercaba; de pronto se detuvo junto a ella; él estaba con dos amigos.
—¿Bailas? —preguntó uno de ellos.
No podía estarle sucediendo aquello. Los miró. Uno la había invitado, sinembargo todos esperaban su respuesta.
Obvio que fue negativa.
—¿Y conmigo? ¿Bailarías? —preguntó él
Imposible aceptar cuando terminaba de rechazar al amigo. Si lo hacía, era, abiertamente “un quemo”; y por otra parte, herir los sentimientos del rechazado.
Sintió la situación por demás de irónica cuando escuchó su propia voz, que forzada por las circunstancias, se veía obligada a decir:
—No. Tampoco.
¡¡¡Negarse a bailar con Él, después de esperar sábado a sábado que esto sucediera!!! Ella misma fue la encargada de poner fin a la única oportunidad que se le había presentado…
Sin embargo cuando ya daba todo por perdido, él comenzó a sonreír…
—Ah… pero mira que bien, eh? —comenzó a decir, mientras se apartaba un poco, lo que le obligaba a levantar la voz cada vez más— me pisaste y no dije nada, porque no te dije nada…y conste —agregó haciendo partícipe al entorno, mientras señalaba los pies de ella—, que fui pisado con esas terribles plataformas…
Más miradas comenzaron a volverse hacia ellos.
—Y ahora rechazas mi invitación… ¡¿Te parece bien?! Tus disculpas no serían acaso bailar conmigo…?
Ella había comenzado a sonreír (no era cuestión que él tomara en serio su negativa) y además, las miradas ajenas ya la incomodaban.
Antes de que él pudiera seguir hablando, ella se le aproximó diciendo…
—Está bien, está bien, vamos a bailar…
¿Qué es lo que hace que algunas historias sean inolvidables? ¿La edad? ¿El lugar? ¿El momento? ¿La ilusión?En realidad es un poco todo eso. La suma de esos pequeños detalles es en definitiva, lo que hace una historia inolvidable. Eso, y quizás, y más posiblemente, lo que quedan inconclusas.
¿Había alguna señal oculta en éste reencuentro? Él, después de años de no venir a las sierras; ella, que no tenía pensado venir estas vacaciones… ¿Era el destino éste encuentro? ¿Y por qué tenían que encontrarse? Ya que nada sucede porque sí…
Capítulo 5
El sol no los acompañaba; había estado siempre gris, siempre a punto de nevar, pero lo único persistente era el aguanieve…
El jueves habían quedado en salir a caminar por Giardino, pero sólo llegaron hasta la Capilla de Las Flores. El frío les hizo cambiar de idea y volvieron al auto a tomar café que habían llevado en un termo.
—Esto me recuerda por qué no venía en invierno…
Pese a que él se lo había dicho la noche que se conocieron, ella igual había conservado las esperanzas de encontrarlo en las vacaciones de invierno. Kayak le había resultado muy desolado sin su presencia, más allá que aquel lugar nunca volvió a ser lo mismo…
—Mañana vamos a ir a bailar –anunció él.
—¿Por qué no? –preguntó cuando vio el gesto negativo de ella.
—¡Ay! por favor, van a creer que somos padres “vigilanteando”algún hijo.
—Al lugar que pienso llevarte nadie va a creer eso.
—¿Y a dónde vamos? Que yo sepa, acá no hay lugares para adultos… ¡En todo caso no para adultos como nosotros!
—Ah… es sorpresa. Eso sí, lleva mucho, mucho abrigo. ¡Y se te permite llevar plataformas!
—¡Claro que no! ¡Alguien me hizo descubrir la comodidad de ir a bailar en zapatillas!
Sonriendo, él puso en marcha el auto. Y dieron una vuelta por Giardino; era un paisaje muy extraño: las montañas parecían haber desaparecido a causa de la densa niebla que cubría todo en el último rato. Era un paisaje extrañamente gris, como si se tratara de otro lugar, sin tiempo…
Capítulo 6
El viernes pasó a buscarla temprano.
—Dicen que ésta noche sí va a nevar.
—Mm… he escuchado eso desde que llegué… y lo único real hasta ahora es el aguanieve…
—¿Todavía no vas a decirme a dónde vamos?
—Calculo que te vas a dar cuenta… —y la sonrisa tan característica de él, trajo aquel recuerdo fresco del pasado.
Esta vez, siguió por la avenida principal hasta el final, donde el camino se dividehacia “Altos de San Pedro” y antes de pasar la tranquera de acceso, detuvo el auto un momento sin detener el motor y colocó un CD,unos momentos después comenzó a sonar “El largo y sinuoso camino” de los Beatles. Otro tema no podría haber acompañado mejor el paso por aquel lugar. Los dos guardaron silencio. Los dos sintieron lo mismo. Los dos se sintieron traspasados por el aspecto del lugar en aquella tarde tan particular, traspasados por la música, traspasados por la maravilla de estar juntos… La maravilla del encuentro, que aún los tenía sorprendidos.
Él iba casi a paso de hombre, como para que el tema terminara justo cuando llegaban a la altura de la Casa de té que se encuentra a la derecha del camino, un poco antes del hotel.
Aquel lugar, es uno de los más bellos de Giardino, pero aquella tarde tenía un encanto indescriptible.
Justo en el momento que bajaban del auto comenzaba a caer aguanieve. Eligieron una mesa junto a la ventana que da al bosquecillo serpenteado por el camino que ellos habían recorrido momentos antes… Y otra vez volvió esa sensación de conjuro que parecía insistir en reconstruir el pasado: mientras esperaban que les trajeran su consumición, se escuchaba de fondo “Con su blanca palidez”.
Distraída mientras hacía un barquito de papel con una servilleta, él la observó y no pudo evitar pensar que ella había vivido dos veces más, los años que tenía cuando la conoció, esa noche que unas “plataformas demenciales” parecían guiar su vida; sin embargo, se había bajado de ellas y caminaba sin titubeos. Qué segura se la veía con sus años que no se preocupaba en ocultar. Cuánto, cuánto había quedado en el camino… Cuánto se pierde cuando no se camina de a dos. Eran ellos mismos… y eran tan distintos: ellos jóvenes, con toda la vida por delante y eran ellos, mujer y hombre ahora, con gran parte de la vida recorrida. ¡Cuánto se habían perdido uno del otro; cuánto!
“¡Cómo había deseado encontrarla los primeros tiempos después de conocerla! Ese invierno, por cuestiones de trabajo viajó a Santa Fe, y en un impulso impensado, había llegado hasta la casa de ella. Llamó a la puerta, pero nadie atendió; y sólo entonces, recordó que eran vacaciones de invierno: ella debía haber viajado a Giardino con su familia. Pese a que había lamentado no encontrarla, no pudo evitar pensar que tal vez era lo mejor. ¿Qué hubiera dicho si el padre de ella lo atendía? “¿Bailé con su hija en el verano, estoy de paso y se me antojó verla?” Era una locura; si bien era joven para pensar como adulto, tenía una hermana y sabía del recelo que puede experimentar un padre.
¿Cuándo comenzó a dejar atrás aquel recuerdo que le hacía tanto bien? Algunos años después. Había ido a las sierras con unos amigos, y cada tarde, sin muchas esperanzas daba una vuelta por Giardino sólo para ver si la cruzaba. Su corazón latió desbocado cuando esto sucedió, aunque nunca pudo precisar si fue la sorpresa de verla… o el golpe de la realidad. Estaba acompañada. Y parecía feliz. Contra todo aturdimiento, deseó que en verdad lo fuera… Y siguió su camino.”
Cuando salieron de la Casa de Té, continuaron el camino que rodeaba el hotel, pasaron por la parte de atrás de la gruta y llegaron a Valle de Oro; una pendiente hace desembocar en un camino interno que comunica Giardino con La Cumbre: el “Camino de los Artesanos”. Al llegar a éste punto ella no tuvo dudas que él lo seguiría en dirección a La Cumbre.
Una vez allí, dieron unas vueltas por el pueblo y después tomaron la calle principal. Esta calle, luego de cruzar una arteria principal lleva a lo que en otra época fue Kayak.
Detuvo el auto justo en la puerta. El bailable de ahora estaba en desuso. Como sea, el aspecto del lugar se había ido modificando lastimosamente a través de los años, a tal punto que costaba imaginar el agradable, ameno e íntimo boliche que alguna vez fuera.
—Vamos a necesitar mucha, mucha imaginación…
Colocó un CD en la disquetera del auto y de inmediato la voz de Christine Corda comenzó a cantar “Le jardin imaginaire”.
En el momento en que bajaba del auto y lo rodeaba, ella comprendió la intención, y se cubrió la cara con las manos.
—Vos estás loco… —dijo en el momento que abría la puerta de su lado.
—Bastante, sí… ¿Bailas conmigo?
—¡Claro que no! —dijo al borde de la risa.
Se quedó mirándola y comenzó a alejarse del auto…
—Me rechazas como hace treinta años atrás ¿Te parece bien?
Se alejó aún más, y por un momento ella cerró los ojos adivinando lo que venía. Es cierto que en la calle no había un alma, y que las casas estaban retiradas, pero…
—¿Sabes el esfuerzo que significó preparar esto? Sonido, iluminación… —Cuanto más se retiraba, más elevaba su voz — Buscar la música que acompañe la ocasión… La noche es hermosa, helada pero hermosa; nos reencontramos después de treinta años… No hay razones para no bailar… Porque sencillamente, si no bailas conmigo…
Ella salió del auto.
—… pienso despertar a todo el vecindario con mis gritos…
—Shhh, está bien, está bien, bailemos…
Y salieron a bailar.
Y salieron a bailar.
Vinieron, luego las preguntas usuales. El nombre de cada uno.De dónde eran. La fecha de cumpleaños: los dos resultaron ser del mismo mes, con diez días de diferencia; él seis años mayor que ella. Las ocupaciones de cada uno. Ella, como es de suponer, estudiaba (o, en todo caso, “cursaba” el secundario). Él trabajaba en el negocio del padre. Él estaba esa noche con algunos amigos; ella con sus amigas. Si bien era cierto que la dejaban salir a bailar (como a las otras chicas de su grupo) porque tenía un hermano “mayor” Y era requisito elemental que saliera y volviera con su hermano. En aquella época, esto no era tan raro: generalmente se compartían los mismos amigos y los mismos grupos… salvo aquellos casos en que hubiera mucha diferencia de edades. Ella se quedaba hasta marzo; esa, era la última noche de él: al día siguiente se volvía a su ciudad. Él le recomendó Acuario para ir a tomar algo, se reúnen “los jóvenes de tu edad” le había dicho. Y siguieron bailando. Aunque no lo demostró, el ánimo de ella había decaído ¡no podía tener tan mala suerte! ¡Bailar con él la noche antes de que se fuera!
Y no podía faltar el tema de las plataformas de ella; y la sugerencia de él de ponerse más cómoda para ir a bailar, mientras le mostraba una chica, muy cerca de ellos que calzaba zapatillas.
Y vinieron los lentos… porque eran los ´70 y se bailaba lentos. En todo caso, eran los ´70, ¡¡¡y se bailaba!!!
Los lentos eran el momento más especial de la noche. Esto cobraba sentido si se tenía la suerte de bailar con alguien con quien uno había deseado hacerlo desde hacía mucho. Era el momento de estar cerca; era el momento del primer contacto; de poder casi sentir el aliento de sus voces mientras continuaban hablando…Y por lo general no había desubicados.
Los lentos no comenzaban de improviso; la música iba bajando gradualmente, de modo que cualquiera de las partes pudiera decidir retirarse si no deseaba seguir bailando: muchas veces se bailaba movido por el simple placer de bailar, pero cuando llegaban los lentos, solía haber deserción masiva en la pista; nadie bailaba lento por puro gusto. Cuando llegaban los lentos, se esperaba bailar con “ese alguien que gustaba”. Por esta razón, quienes continuaban en la pista ya eran noviecitos, o bien había habido “química”…
Y ellos continuaron en la pista…
Treinta años atrás, bailar lentos había resultado de lo más natural: estaban en un bailable. Hacerlo ahora y en estas circunstancias parecía ir más allá del simple deseo de revivir esa noche lejana. La cercanía de bailar lentos creaba una intimidad que los dejó sin palabras. Nada existía más allá de ellos. Eran pura sensación. Podrían haberse quedado bailando así por toda la eternidad… Quizás, cada uno a su manera pensaba el modo de demorar aquel momento. Detenerlo, si fuera posible. Tal vez… si es que pensaban.
—Uy… Qué silencio…
—No puedo hablar del frío —mintió ella.
—Hubiera preferido que de la emoción.
No. No podía decirle que tenía ganas de llorar de la emoción. Volver a vivir con tanta semejanza momentos ocurridos hacía tanto tiempo. Pero ahora todo se parecía más intenso; giraban muy despacio pero se sentía flotar en un sinfín de sensaciones que le producían vértigo…Y su perfume… Como aquella noche, él olía a pinos. Todo parecía ser igual; incluso la impresión de encontrarse solos –justificada ahora–, pero treinta años atrás, parecía no existir nadie más junto a ellos, pese a estar rodeados de parejas. Fue una noche mágica, fue una noche que no tendría que haber terminado jamás…
Las últimas notas de “California Sunday morning” dieron paso a “My eyes adored you” y después vino “Hotel California” de Eagles.
Continuaron bailando.
Ute Berling “Baby Blue”… SharifDean “Do you love me?”
¿Quiénes eran? ¿Los de antes? ¿Los de ahora? ¿Qué pasaría por sus inescrutables mentes? ¿Y por sus corazones…?
Tom Jones “I´ll never fall in love again”… Roberta Flack “The first time ever I saw your face”
El silencio que los envolvía se tornaba peligroso, pues llevaba implícito la amenaza de dar comienzo a algo que acaso no podrían contener. Así lo comprendió él en un instante de lucidez.
—¿Y cómo es tu vida ahora? Ya sé que sos bibliotecaria, ya sé que no te casaste, y que te sentís bien.
—Eso es todo. ¿Qué más?
—¿Vivís sola?
“Bueno, no exactamente” pensó ella. Pero… ¡no podía decirle que vivía con cinco gatos…!
—Vivo con cinco gatos —dijo
Él sonrió.
—Yo vivo con tres perros.
Y continuaron dando vueltas al ritmo de Bobby Crimson que cantaba “Flying”
—¿Te parece si tomamos algo?
Lo miró sin comprender.
—También traje café.
Fueron al coche.
Cuando abandonaron la pista de baile, ya casi no quedaba nadie bailando; la noche se estaba terminando. Ella rechazó la invitación de tomar algo en la barra, pero él le pidió que lo acompañara a tomar su trago. Y fue en aquel momento cuando sugirió intercambiar direcciones para escribirse; había pedido lapicera y papel en la misma barra.
De algún modo ella siempre había estado esperando (no porque lo quisiera) que él diera por terminada la noche: lo había esperado cuando luego de bailar movidos, habían comenzado los lentos; lo había esperado cuando dejaron la pista porque prácticamente ya no quedaba nadie bailando. Y lo había esperado ahora con el intercambio de direcciones. Pero contrariamente a lo esperado, él tomó su vaso y la condujo a uno de los reservados. Parecía dispuesto a acompañarla hasta que viniera el hermano a buscarla. En principio se había sentido un poco incómoda… ¡¿qué diría su hermano al verla en el reservado con un muchacho desconocido?! Para compensar el hecho, había tenido la precaución de sentarse a una distancia bastante prudencial. Como sea, comenzó a sentirse cada vez más confiada al comprender que él la había guiado hasta allí, sólo para seguir charlando.
Y charlaron de muchas cosas en el poco tiempo que quedaba. En realidad ya había comenzado la cuenta regresiva: la noche se terminaba.
Kayak siempre cerraba con una tanda de lentos y en aquel momento estaban pasando “Ben” de Michael Jackson.
Fue una de sus amigas la que se acercó para decirle que su hermano la estaba esperando en la puerta de entrada.
Y allí terminaba la noches más inolvidable de su vida.
Lo último que escuchó mientras se marchaba fue “La mañana ha roto” de Cat Stevens…
La misma música que ahora, desafiando toda sensatez, los hacía dejar el auto para bailar nuevamente a la intemperie. No pudieron evitar reír mientras giraban en aquella vereda desolada, con una noche aún más desolada.
—¡No puedo creer que te estoy siguiendo en esta idea tan descabellada!
—¿Qué es lo peor que nos podría pasar?
—¿La policía?
—No creo que salgan con ésta noche.
—¿Una gripe?
—Tiene cura… Y, en todo caso… ¿quién nos quita lo bailado?
De repente se percató de que algo había ensombrecido el espíritu de ella.
—Te quedaste pensativa.
—Desde que nos encontramos el sábado pasado, he tenido por momentos ésta extraña sensación… Como si de pronto fuera a despertarme, para darme cuenta que el tiempo no pasó, que es el verano del ’79, que tengo mis 15 años y…
Se calló. No podía estar hablando semejante locura. Era una incoherencia total… como la noche misma.
Supo que de algún modo él intuía por dónde pasarían sus reflexiones. ¿Tal vez él pensaba lo mismo?
Apoyó la cabeza en la de ella.
Cerca. Muy cerca de su pensamiento, él deseaba con desesperación que el tiempo se hubiera detenido aquella noche de hacía treinta años.
Pero no quería pensar en eso.
Porque el tiempo no se había detenido.
Porque su vida no había sido un sueño.
Porque cargaba una cruz por el resto de sus días, hasta el último aliento de su vida.
No quería pensar en eso.
Era una noche serena, fría, extremadamente silenciosa… Lo único que matizaba aquel silencio, era la voz de Leroy Gómez cantando con Santa Esmeralda “You´re my everything”… mientras el aguanieve caía ingrávida sobre dos extraños seres que bailaban en la esquina de una calle solitaria.
Capítulo 7
El sábado ella tenía que ir hasta Capilla del Monte; lo había postergado toda la semana; había cumplido a medias con sus amistades… pero no quería fallarle a una de ellas que la esperaba para que conociera el negocio de artesanías que había inaugurado en la calle techada de Capilla.
Él se ofreció a llevarla, y ella no logró encontrar ninguna excusa aceptable para impedírselo. Pero en realidad no quería que lo hiciera. Sólo pensarlo la inquietaba.
—¿Vamos por la ruta principal o preferís el camino de Cruz Chica?
—El de Cruz Chica —contestó sin dudar.
“Como si elegir alguna de las alternativas le fuera a evitar pasar por aquel lugar…” pensó él con cierto vacío interior.
Tomó el acceso viejo de La Cumbre, bordeó El Toboso para abordar la calle principal que desembocaba en la arteria del camino interno. No pudo evitar aminorar la marcha cuando pasó frente a la que fue su casa. Conservaba su aspecto original. Los recuerdos como fantasmas perversos comenzaron a horadar su calma.
“Y aún falta lo peor…” pensó con desánimo… considerando lo poco acertado que había sido insistir en acompañarla.
Qué gran error había sido permitirle a él que la llevara. Imposible no reparar en su actitud cuando pasó frente a la casa… ¿Qué ocurriría cuando pasara por el lugar de la tragedia?
—¿Por qué dejamos de escribirnos? –preguntó en un desesperado intento de no pensar más en aquello.
—¿Cómo?
La pregunta le sonó muy tonta comparada con lo que él estaría reviviendo, pero ya no podía volver atrás.
—¿Te acordas que supimos escribirnos?
—Ah, si…
—¿Por qué nunca contestaste mi carta?
—¿La verdad? —meditó sus palabras antes de hablar— Tuve la impresión que no eran palabras tuyas —dijo finalmente.
—Lo dice la persona que escribió una carta en máquina de escribir.
Obviando su comentario, él insistió:
—¿No eran tus palabras, verdad?
Fue ella la avergonzada al confesarlo.
—Tu impresión no te falló. No eran mis palabras.
—¿Por qué?
—Porque no quería arruinar todo con mi respuesta.
—Te había dicho algo así como que esperaba que en el futuro pudiéramos llegar a ser algo más…
—¡Que memoria!
—La he estado ejercitando en éstos días y me sorprendo recordando detalles que jamás creí que pudiera. ¿Entonces?
—Me pusiste en una situación embarazosa. No quería decirte no, porque cerraba toda posibilidad de algo y no podía decirte sí, porque recién te conocía.
—Tal vez es lo que debiste decir entonces.
—Tenía quince años. Y era la primera vez que alguien se me insinuaba, no supe cómo proceder.
—Pero no te había pedido nada atrevido.
—No. Ya sé. Pero en aquel momento me pareció que no era apropiado aceptar la posibilidad de que pudiéramos llegar a algo más, por el simple hecho de que sólo nos habíamos tratado una noche. Me aterraba pensar qué podías pensar si lo hacía.
—Simplemente confirmarme que yo no lo había imaginado y que aquella noche había sido tan especial para vos, como lo fue para mí.
Nunca se le había ocurrido pensar en ello.
—Fue especial. Te aseguro que lo fue —dijo al fin, como saldando una vieja cuenta pendiente.
Serpenteaban la última parte del camino que pasa frente al Complejo de Los Cocos, antes de tomar la recta que empalma con la ruta, a la altura de San Esteban. A él, en apariencia se lo veía tranquilo, pero su procesión iba por dentro.
Finalmente llegaron a la ruta y dobló a la derecha, en dirección a Capilla del Monte, pasaron el acceso principal de San Esteban y cuando tomaron la recta en pendiente, él aminoró excesivamente la marcha, sin dejar de contemplar el lugar hacia su derecha. Ella sintió un vacío en el estómago: ¿Debía hablar?, ¿preguntarle lo obvio?, ¿debía callar, y quedar como indiferente? ¿¡Cómo proceder!?
Había sido un año largo, porque para los jóvenes el tiempo pasa lento, sobre todo cuando están con alguna ilusión romántica; cuando llegó el verano siguiente, conservaba la esperanza de encontrarlo. Pero sucedió que las chicas ya habían cumplido sus 16, y ahora eran admitidas en los bailables de La Falda, por éste motivo, su grupo, por decisión de mayoría había comenzado a ir a bailar a Bon Bai. Como sea, el verano recién estaba comenzando y había tiempo de sobra.
Pocos días después de comenzar Enero, se supo la noticia del accidente ocurrido durante la madrugada, entre Capilla del Monte y San Esteban; se trataba de cuatro jóvenes que volvían de Capilla del Monte, dos de ellos habían muerto, uno estaba herido de gravedad, y otro con heridas leves.
Ella tuvo un mal presentimiento. Y la misma amiga que le contara la noticia fue la que se lo confirmó
—Él está bien, es el que menos se hizo. Podes ir a visitarlo.
—Tal vez ni se acuerda de mí…
—Y tal vez no lo veas más… Ni bien salga de donde está internado, se vuelven a su ciudad. Anda a verlo… Yo te acompaño si no te animas a ir sola.
El coraje nació casi forzado por las circunstancias: el valor que le infundía su amiga,el tiempo que iba a contra reloj, la idea (cierta) de que no volvería a verlo.
—Cuidado con lo que hablas —le advirtió cuando al fin se decidió— Todavía no le han dicho que dos de sus amigos murieron…
Como ya le habían dado de alta en el lugar donde había estado internado, tuvo que reunir más coraje para llegarse hasta la casa.
No lo hubiera logrado de no contar con el apoyo de su amiga.
Fue bien recibida por el entorno familiar. Las hicieron pasar a la habitación donde él estaba acostado.
La reconoció en el mismo instante que la vio entrar, y se alegró mucho. Conversaron un poco de todo; le preguntó por sus estudios y ella confesó la cantidad vergonzosa de materias que se había llevado. Él le confirmó lo que ya sabía: esperaban el alta, para poder volver a su ciudad; y también supo que estaban de preparativos pues se iban al día siguiente. Qué irónico: lo había conocido un año atrás, justo un día antes de que se marchara; y cuando volvía a verlo, era un día antes de partir.
Inevitablemente se tocó el tema de su accidente: “un par de costillas quebradas y dolor de cabeza por el mismo cimbrón del auto, pero nada más” –dijo. Y ella sintió pena al comprender lo que todavía tenía que afrontar.
Luego con seriedad, reconsiderando el hecho había recapacitado acerca de lo que pasa por hacerse los locos.
Se despidieron. Él le deseó suerte con los exámenes y ella salió de allí con la triste certeza de que no lo volvería a ver.
Después de aquello, siempre, siempre que volvió a La Cumbre lo había hecho con la esperanza de saber algo de él. Le llegaron algunos rumores aislados.
Ella decidió escribirle, y lo hizo; pero nunca tuvo respuesta.
Algunos años después, alguien le contó que él había pasado un verano por allí. Andaba con un grupo de amigos; habían llegado en moto y citando las palabras textuales, “estaba medio loco”
Y luego de aquello, jamás volvió a saber de él.
Esa noche, después que él la dejó en su casa al regresar de Capilla, condujo en dirección a La Falda, pero sin un destino preciso. Dio vueltas y vueltas hasta que finalmente se cansó de manejar. Estacionó el coche al fondo de la avenida Edén, pero no apagó el motor. Estuvo tanto tiempo allí que llegó a perder la noción del mismo. De pronto se encontró mirando cómo danzaba el aguanieve frente a las luces encendidas del coche y aunque las luces de la calle eran mortecinas, observó como se deshacían los ínfimos copos ni bien tocaban el capo del auto.
Capítulo 8
Los dos estaban bastante extraños cuando se encontraron el domingo.
Algo había cambiado.
Un silencio inusual se había apoderado de ellos, y ninguno parecía tener el suficiente coraje de romperlo.
Él fue el primero en hablar, y dijo lo que era obvio.
—No debí haber ido ayer a Capilla del Monte.
Ella asintió, en completo acuerdo.
—Pensé que no me iba a afectar. Pero no fue así…
Se pasó ambas manos por su cara como si quisiera alejar los recuerdos.
—¿Sabes por qué vine éste invierno?
En caso de que ella hubiera podido responder, él no le dio tiempo.
—¡Me había estado sintiendo tan bien estos últimos años…! Pero anoche avizoré una posible recaída. Y muy probablemente deberé retomar la terapia cuando regrese. —Negó con vehemencia— No puedo solo. Y no creas que eso me salva de mi mismo, no. Siempre están los altibajos. Pero si estás en terapia, das un grito de auxilio, y siempre hay alguien que te tira un salvavidas… Lo más extraño de cuando te pasa algo como a mí, es que no estás bien en ninguna parte. Ni con nadie. Los que no te conocen, hablan con libertad y en cualquier momento emiten una opinión al respecto contra personas como yo. Y uno calla, mientras de algún modo te sentís juzgado, acusado y condenado. Los que te conocen, guardan un pacto de silencio sobre lo que pasó como pretendiendo“no recordarlo”
—Perdona –dijo ella después de unos momentos—. Yo estoy entre éstos últimos. No se qué decirte. No encuentro las palabras.
—Prefiero tu silencio.
—¿En vez de qué? ¿Preferís mi silencio en vez de qué?
—En vez de las frases hechas. Esas de que “todo va estar bien”, que “el tiempo curará”, que “aprenderás a perdonarte”… y lo más descabellado “fue sin querer” o “a cualquiera le podría pasar” Sólo que no le pasó a cualquiera. Me pasó a mí. Y nada está bien, el tiempo no cura… y no he aprendido a perdonarme. Por supuesto que fue sin querer ¿pero acaso eso me redime?
—No te diría nada por el estilo… pero tampoco encuentro qué decirte. Intento ponerme en tu lugar y es…
—Es una situación que sólo la entiende quien la vive.
Y era verdad.
Ella había tenido una noche de desvelo. Después que habían vuelto de Capilla del Monte, comprendió con claridad cuál era la situación: desde que se encontrara con él, lo del accidente había estado presente, y se había dado cuenta cómo había cuidado sus palabras para no decir algo indebido; cómo trataba de evitar todo aquello que pudiera recordarle la tragedia. Era por eso que no quería que la lleve a Capilla; era por eso su inquietud durante todo el trayecto. Era eso, y el temor de no saber qué decir llegado el momento. En otras palabras: exactamente lo que había sucedido.
Y exactamente lo que le sucedía ahora. ¿Debía tocar el tema? ¿Cómo tocar el tema?
No. Ella no estaba preparada para afrontar algo así. Ella no podía ayudarlo. Su vida había ido por causes muy diferentes.
—Con iguales siempre es más fácil —afirmó él—. Con aquellos que han vivido tu misma realidad.
Ya está. Sus palabras de algún modo definían la situación. Le había dado muchas vueltas al asunto, tantas como las que había dado luego de dejarla.
—No sabes la felicidad que fue encontrarte, pero anoche me di cuenta de algo: la mente me estaba haciendo un juego extraño. Estar con vos de alguna manera me regresaba a la etapa anterior al accidente. Y de algún modo viviendo lo mismo sentía como si fuera posible modificar lo que iba a ocurrir poco después…
Ella espero con paciencia a que él continuara.
—Pero ayer… —negó con la cabeza y la miró con desaliento— ayer al pasar por San Esteban fue como que desperté de ese sueño utópico; se me vino toda la realidad encima. Y ya está, ésta es mi vida. Y todo lo que siento va a desaparecer sólo conmigo. Sólo cuando yo desaparezca.
—No me asustes.
—No —forzó una sonrisa— No me malinterpretes. Asumo mi culpa. Y cargaré con ella hasta cuando deba hacerlo.
Se hizo un silencio tan profundo como la tarde.
—Con respecto a nosotros…—dijo de pronto— Intenté buscar señales ocultas que motivaran nuestro encuentro…
—… Yo también. Cuesta creer que nos encontramos sólo por esas cosas raras de la vida…
—Pero tal vez tengamos que aceptar que nos encontramos «sólo por esas cosas raras de la vida».
Se estaban despidiendo. Eso era claro.
Y ella no sintió dolor por éste hecho; sintió dolor en definitiva por la parte que le había tocado a él. Y porque aquel joven que había conocido hacía tantos años, no se merecía algo así.
Por su parte, él había meditado mucho la noche anterior. Estos días habían sido extraordinarios…Todo había contribuido a crear la magia: los buenos recuerdos, la música, los lugares… el aguanieve… Pero ¿qué pasaría cuando todo acabase? Porque esto iba a terminar, no podía ser para siempre…
Y así se despidieron. Con un abrazo que, más allá de todo descubrimiento último, aún pretendía desesperadamente aferrarlos al pasado. La música había quedado pasando casi al descuido y Jacky James laceraba el alma con su inolvidable tema “Take my heart”.
Ella se quedó observando cómo el auto se alejaba, teniendo la certeza de que ya no volvería verlo. Pidió al Universo protección para su viaje de retorno. Y pidió que su alma pudiera encontrar alguna vez sosiego.
Se quedó allí, hasta que el auto desapareció de su vista. Preguntándose una vez más porqué había sucedido todo esto.
Tal vez este encuentro cerraba finalmente el círculo de esta historia; quizás era un respiro en el camino, un poco de aire fresco para continuar con el resto de sus vidas…
Levantó las palmas de sus manos hacia arriba y frunciendo el entrecejo vio cómo se disolvían los copos de aguanieve ni bien tocaban su piel. Y entonces comprendió. Comprendió lo que él entendiera la noche anterior: si alguna vez alguien hubiera querido encontrar una señal oculta en todo lo que había motivado éste encuentro, quizás la señal siempre estuvo más que visible. Lo que podría haber sido entre ellos, tenía la característica del aguanieve; había sido aquello que estaba a punto de suceder, pero no se definía; algo que podría ser maravilloso, pero no plasmaba; un presagio de lo más bello… pero nunca llegaba. Al fin, sólo terminaba siendo tan fugaz e ingrávido como el aguanieve…
Aquel lunes, ya no había vestigios de turistas. El silencio era inmenso.
Aquel lunes todas las personas retomarían el ritmo acelerado de la ciudad, en tanto los pueblos serranos, habían recobrado la quietud usual, adormeciéndose en la blanca tarde de invierno.
Sí, blanca, blanquísima tarde de invierno.
Porque finalmente, aquel lunes había nevado sobre las sierras.
Y continuaba nevando.
Nevaba… quizás como nunca antes.
Fin
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