Después de varias noches sin poder dormir, decidí que ya no podría descansar hasta el día de mi muerte.
Hope corría y les ladraba a los perros de los vecinos mientras caminábamos en la oscuridad y frio de mayo. Afuera del Olimpia estaban dos amigos de la escuela primaria, discutiendo con el dueño del bar para que no cerrara su local y poder servirse una copa más para el camino. El perro se acercó al portón de la iglesia y orinó el altar de la virgencita que había construido mi vecino Don Pape. Decía la historia que había su pulgar izquierdo había desaparecido en un tiroteo durante una tocata de bandas punk de dudosa calidad musical. Hope alzó sus patas delanteras y le ladró a la figura de yeso vestida con ornamentos y coronas. La estatuilla trepidó y se despedazó en las piedras que la rodeaban. El can se alejó satisfecho luego de destruir la imagen religiosa. Todo un hereje.
Soñé que dormía. Qué lindo sueño. Que hermoso debe ser dormir y soñar con verdes … y hermosos atardeceres. Los ladridos de Hope me trajeron de regreso a ese estado de narcolepsia en el que no sé si estoy en un sueño o en el sueño sobre u n sueño. Una noche soñé que moría. Sentí que dejaba mi cuerpo, pero su peso me lo impedía. En u n punto podía mirar hacia atrás mientras me alzaba de la cama. Otra vez los ladridos de mi perro me trajeron de regreso al sueño dentro del sueño. Caminé hacia el paradero y tomé el bus al hospital. Hope que acompañó y se quedó junto a la señalética moviendo su cola de derecha a izquierda. El doctor Rojas me recibió en su despacho. La oficina olía a incienso y a tabaco.
– Señor Espósito, hace mucho tiempo que no nos veíamos. ¿Aun usando los medicamentos que le receté?
– Doctor…ya no. Los dejé paulatinamente antes que ellos me dejaran. Sentía que mi cabeza estaba llena de globos explotando, o que alguien apedreaba un techo de zinc.
– Benjamín…no puedes dejar un medicamento sin la prescripción de un médico.
– Doctor…debo enfrentar quien soy. Quizás mi esencia sea la de no dormir y estar triste todo el día. Soy feliz en mi tristeza.
– ¿Has tenido contacto con tus hijos?
– Solo necesito a Hope para vivir.
– ¿Cuándo volverás a llamarlos?
– ¿Me da mi receta?
Caminé por la orilla del rio. El petricor después de la lluvia y el ocre de las hojas de los árboles me ponían feliz dentro de mi tristeza. No era una víctima, toda mi incapacidad era causada por mí.
Extrañaba a Hope cuando salía a caminar. Él siempre lograba subirme el ánimo en esos momentos oscuros en que no podía ver, en que no quería ver.
Pasé por el café Mumbai por un moca. Me puse una de las bufandas que la dueña disponía para sus clientes y me senté en una de las mesas que daban a la calle.
– Buenos días Sra. Claudia. ¿Me da una cajetilla?
– ¿Suicidios con filtro o regulares?
– Máteme como quiera.
– ¿Moca grande o chico?
– Hope no pudo venir. Andaba en el centro.
– Ud. no es la misma persona si ese.
– Somos el complemento entre mi alegría y su negritud.
– El perro cuenta mejores chistes.
– Lo sé Miss Claudia. Ese perro es un genio. Todos creen que él me acompaña, pero es al revés.
– O sea, Ud. cuida al perro y sus geniales escritos.
– Él es quien se gana la plata. Yo lo alimento y lo cuido.
– Este café va por parte de la casa. Pero en el próximo libro me incluye el café como publicidad encubierta.
– Delo por hecho. Yo le cuento a Hope. Gracias. Solo necesito un favor.
– Dígame.
– Asista a mi funeral.
– Allí estaré. Llevaré café y cigarrillos.
– ¡Palestina libre!
Esa noche volví a no dormir. Vimos una película con Hope. Esta vez él eligió la de un crimen sin resolver por veinticinco años. El perro se volvió loco cuando el protagonista entra a una cancha de fútbol persiguiendo al asesino. Hope giraba en sí mismo con las orejas en alerta y la cola tiesa. El rostro del criminal perturbaba a mi compañero. Pero apagar la película resultó peor y destruyó su cama y su plato lo lanzó contra la muralla.
A pesar de que llovía torrencialmente, salimos a pasear con Púrpura, como llamábamos a la correa. Hope la odiaba, y yo también, pero dada su irritabilidad preferí eso a que se me escapara detrás de otro perro o de un transeúnte trashumando. Su manera de desquitarse fue llevarme trotando bajo el agua. Me arrastró por cuadras hasta llegar al rio. Se apoyó sobre el barandal y le aulló a la luna incipiente que se hacía lugar entre las nubes y la lluvia que se retiraba luego de la medianoche. Otro perro que se paseaba por la orilla del rio le respondió, y luego otro que dormía bajo el puente. Uno tras otro se fueron integrando más a este concierto cánido de la medianoche. Sentí que mi cabeza se hinchaba y no podía mantenerme de pie. El mareo era tan acentuado que vomité todo lo que no había comido en días. Me aferré a un poste, pero no pude evitar caer. Un tipo que pasaba me pinchó las yemas de mis dedos para bajarme la presión intravenosa y evitarme un accidente vascular. Desperté en la ambulancia camino al hospital. La enfermera llevaba a Hope a mi lado. Lo traía de la correa y élse había dejado someter. La tristeza en su mirada me decía que esta vez sí era en serio y que no tendría quizás otra oportunidad.
– Debió haber venido antes.
– Lo sé doc. Pero es demasiado tarde.
– Nunca lo es.
– Nada es peor que un demasiado tarde.
– Ud. lee demasiado y ve demasiadas películas.
– ¿Le parece? Me mantienen vivo. Son mi pasión junto a escribir y junto a mi perro.
– Su opción ha sido el evadir todos sus problemas y así le ha ido.
– Así me ha ido…esos problemas son los protagonistas de mis cuentos.
– Pero no puede dejar todo eso en un baúl escondido en el sótano.
– Quiero volver a mi casa. Quiero volver a la isla procastinación.
– Le daré el alta solo si se somete a una terapia y se interna por un mes.
Esa noche rompí la ventana de mi cuarto y nos alejamos hacia el parque. Busqué un par de cosas en el auto y mucha comida para Hope. Enfilamos el auto hacia la playa y nos perdimos en la carretera que bordea la costa. Hope, que a esta altura ya era Hero, sacó su cabeza por la ventana del auto y disfrutaba del paseo. Puse su canción favorita en el estéreo y nos desvanecimos en la neblina del mar que podía ser un sueño o el sueño dentro de otro sueño.
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