Le cedo mi paraguas (fragmento)

Le cedo mi paraguas (fragmento)

Astri de Juan

25/05/2018

Sin duda, el aire era aliento. El sol se despedazaba en aquellas horas rompiéndose en mil contra el suelo, paredes y espaldas, traspasando su luz la línea del destello, porque todo el cuerpo goteaba uniéndose camisas y pechos, volviéndose las telas papel mojado.

El aire ardía solemne. El calor se erguía solemne.

A Zaso se le resbalaba Rona entre los brazos.

Al primer abrazo, Rona salió disparada contra el techo, no llegando a golpearse contra él pero dándole tiempo de descubrir polvo sedimentario sobre la lámpara. Al aterrizar lo dijo: «Mañana tengo que fregar la lámpara». Zaso, con los ojos vueltos hacia adentro de ansia, arrancó a abrazarla de nuevo, y esta vez Rona se escurrió contra la vitrina y a punto estuvo de destrozar vajilla y vasijas de no haber sido porque, al golpearse contra ella, resbaló y salió disparada, sentada sobre su culo por todo el pasillo, girando como una peonza, y Zaso la seguía deseoso de abrazarla, pero no podía ni cogerla de la mano porque de nuevo le imprimía inercia y le hacía girar sobre el eje de su cuerpo.

Andaba Zaso muy preocupado por los sudores de Rona, cuando decidió emigrar a Egipto. «Sudaré tanto como ella y nuestra unión física resultará imposible, pero será poético». (Zaso estaba leyendo por entonces a Pedro Salinas). Así que Zaso dejó a Rona entre sus charcos empeñada en secarlos (pensó por un momento que quizá si no se esforzase en secar sus charcos de sudor, sudaría menos. Pero Rona no se rige por los silogismos escolásticos, sino por la entropía, según la cual todos los relojes son nubes y no a la inversa).

Zaso no fue a Egipto. Subió cargado de bolsas del supermercado y sacó de ellas treinta kilogramos de polvos de talco y se los arrojó a Rona cuando giraba para entrar en la cocina a fregar su sudor, y se agarró a ella y la quiso, y la quiso, y la quiso mucho e hicieron movimientos y sonidos muy dulces, allí, amándose entre la nieve.

Y sudó tanto Rona y el talco absorbió tanto, que la fue absorbiendo entera, quedando un montoncito de polvos brillantes como estrellas de cien mil colores.

Zaso sudó mucho durante dos días para recomponer el puzzle de Rona.

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