PROLOGO
A menudo nos acordamos de nuestra niñez; de los amigos que íbamos haciendo, los que aun, si tenemos esa suerte y están con nosotros al llegar a adultos, los que atesoramos en nuestro corazón porque no los vimos más. Este es un relato que cuenta esa sensación de ser un niño que hace su transición a la adolescencia, los apegos, las ilusiones, la imaginación, la desilusión; el descubrimiento del primer amor. Julián, el personaje principal, es un niño normal que trata de encontrar su lugar; sueña con algún día ser escritor. Aquí, en este texto a modo de diario, expone todos sus sentimientos, pensamientos y experiencias.
“Nunca Desistas de un sueño. Solo trata de ver las señales que te lleven a él.”
PAULO COELHO
Para Agustín, Tomas, Tiziano y Santino
Madrugada 1
Hoy estuve hablando con Aimara, mi compañera del colegio. La tuve ahí bien cerca de mí. Su pelo rubio y ensortijado rozaba mi brazo derecho cada vez que se movía como dándome en secreto una caricia. Ella es de esas chicas que seduce a todo el mundo o al menos es lo que yo pienso. Cuando camina, cuando habla, cuando se ríe hace que el planeta entero se incline a sus pies. Aimara es muy linda. Es la más linda de todas las chicas del colegio. Yo no me canso de mirarla, y de imaginar que paso los momentos más felices de mi vida con ella.
Casi todas las noches, sueño que ella y yo reímos juntos… que caminamos agarrados de la mano… que nos vamos de viaje… que nos abrazamos.
Todos los días en el aula del colegio, la observo desde el último banco del salón. Aimara está siempre en la segunda fila, ella se sienta siempre al lado de Tuco, así le decimos todos porque es colorado, pelirrojo; pero en realidad se llama Gastón. ¡I Qué suerte tiene ese pelirrojo flaco y alto! Que bronca que le tengo porque está todo el tiempo con Aimara y hasta también en los recreos. Me cuesta reconocer que de todos es el mejor en apariencia, pero yo sé que algún día voy a crecer e incluso lo voy a pasar a Tuquito. Ahora, soy petiso y gordito. Pero, ya me voy a poner grande y Aimara me va a mirar como lo hace en mis sueños. Es muy probable, que ahora ella no se dé cuenta de mi amor, que me convierte en el más ridículo de la clase.
Hoy ella me miró cuando se levantó antes de salir al recreo, me sonrió desde donde estaba parada, y cuando salimos a jugar, lo hizo también.
Pienso que por ahí sea verdad lo que me dice mi mejor amigo Tincho, que ella nunca me va a ver como otra cosa que no sea su compañero, porque soy más bajo que los otros chicos. Mi abuela, ella me dice que residen tengo 12 años y que tengo tiempo para crecer; por ahora, Aimara se tiene que agachar para darme el beso del «hasta mañana”: cada vez que el timbre hace notar que el día de clases termino; es más alta que yo, no importa eso creo, porque hoy me miró y me sonrió. Cuando entramos del recreo, antes de que entrara la profesora de matemática, me miró de nuevo. Yo me puse tan colorado como un tomate y de la vergüenza me quedé sentado en mi banco, atrás de todo, como si me quisiera esconder, como si así, nadie podía verme. Quise disimular mis nervios y levanté mi mano izquierda y señalé hacia el cielorraso con mi lapicera azul. Ese cielorraso que es el gran testigo de mis miradas continuas, que suben como un ruego al cielo que está por encima de esos ladrillos. Porque yo quiero estar al lado de ella y hablarle, y compartir la tarea, los recreos, como hace Tuquito. Pero, quiero todo eso y si me mira o la tengo cerca me pongo muy nervioso. A Tuco no le pasa eso, él se la pasa hablando, riéndose, y yo. soy tan tímido. Aimara me animo a decirle cosas cuando sueño con ella.
“Ah!!! Eso no vale”, me dice Tincho, porque a veces le cuento lo que me pasa con Aimara. Él se ríe y me dice que soy muy tonto, y que ella no me va a mirar. El que no entiende es por qué nunca se enamoró. Yo sí. Para mi estar enamorado es eso, pensar todo el tiempo en ella, soñar despierto.
Hay muchas chicas en mi clase, pero Aimara es diferente. Hoy, se acercó tanto a mí que cuando su pelo acarició la manga de mi pulóver azul, sentí que corría una brisa suave que me invitaba a seguirla. Corría con ella mientras sentía las caricias del viento en mis mejillas y veía como hacia rulos en su pelo rubio, nos escapamos de la mano a un campo, arboles, pajaritos de colores. Y rodábamos por el pasto que parecía un colchón de plumas verdes, nos abrazábamos y nos besábamos. Ella otra vez se reía, y la miraba, y entrábamos y salíamos de la imagen. ¡Los dos solos! Qué me importaban Tuco y su altura, mi mejor amigo Tincho y sus recomendaciones, y el resto del mundo. Ahí estábamos los dos: Ella y yo. El resto del universo no existía. Yo no veía a nadie más que Aimara. Detrás de los árboles apareció un viejo tocando un trombón. Me hizo acordar al profesor de música. El hombre tocó una canción de amor, la preferida de Aimara. Ella me miró con cara sorprendida y al mismo tiempo feliz. Estaba tan feliz como yo. Reía, y su pelo dorado como el sol se sacudía hacia los lados como olas en el viento. Mi mundo con ella tenía flores por donde miraríamos, pájaros que con sus colores pintaban de arco iris el cielo y en cada planta que se apoyaban y además una música con tono a Te Quiero hacía de fondo en ese lugar, que era Mi Mundo con ella. Todo era magia. Parecía una delicada estampa salida de un cuento mágico de niños de los años cincuenta. Como los dibujos que me muestra mi abuela en sus libros de cuando ella era chica.
Yo seguía metido en mi mundo de colores y flores que se multiplicaban en cada paso dado, la clase empezó y yo ni me enteré. La profesora tenía que explicar un tema bastante difícil para la prueba, no escuche nada, solo el sonido del timbre que anunciaba el recreo, hizo que mi mundo se desarmara y salte sobre mi banco. Mi cara debe haber tomado una forma un tanto rara porque de pronto sentí la mirada de todos y como que estaba a punto de desmayarme. La profesora llamó al preceptor. Yo seguí sentado, pero era como que la cabeza me daba vueltas y veía como destellos brillantes. Vi al preceptor intentando comunicarse por teléfono con alguien. Yo no entendía qué pasaba, busqué la cara de Aimara entre todas las caras, pero no logre encontrarla, pensé que seguramente ella se había ido al baño, pero no.… estaba apoyada en la puerta del aula charlando y riendo con Tuco. Ahí nomás. me levanté, no sé de cómo, pero me levanté tan rápido que fui corriendo hasta la puerta en donde él estaba hablando y le di una trompada al pelirrojo, él se tambaleó y casi se cae. Me estropeo el mundo, mi mundo con ella.
Mis compañeros, las profesoras, el preceptor y la Directora no entendían nada. Todo se volvió confuso para ellos, menos para mí. ¿Cómo iban a entenderlo? Si nadie imaginaba mi amor por mi compañera. Aimara lo sabía Tincho, mi mejor amigo. Pero él no decía nada, me lo juro.
Tincho se me acercó para alejarme de Gastón. Encima el tonto de Tuco ni siquiera me devolvió la
trompada. Aprovechó a abrazarse a Aimara para que le calmara el golpe que yo le había dado.
- ¿Qué haces Agustín? -me dijo mi amigo, agarrándome de un brazo.
- En casa-me dijo, papá-, tendremos que hablar mucho, mamá y yo con vos, Juliano.
- Ayer le vendí a un muchachito como de tu edad uno, y creo que ese fue el último ejemplar que me quedaba-me dijo- Son libros que no se piden en cantidades, ya que el público que los lee es muy escaso- Concluyó.
- Tuviste suerte niño-dijo- pensé que no quedaban más ejemplares, este estaba en el fondo de la caja, como si te estuviera esperando a vos.
- Solo envuelva lo con el papel y el moño, la tarjeta me la llevo en blanco. – necesitaba pensar bien que le iba a escribir, ahí no me sentía inspirado.
- ¿Qué te pasa, Julián? -me dijo Aimara – ¿Querés arruinar mi cumpleaños? –
- ¿Qué haces Julián? ¿Te volviste loco? –
- Es que yo también le compré el mismo libro – le dije y casi me pongo a llorar-, sé que era el regalo que más le gustaba.
- ¡Venía a darle un beso a tu abuela! – Dijo cuándo cruzo el portal, con los brazos abiertos y una sonrisa que parecía iluminar la habitación. Me hizo reír un rato. Solía entenderme más que mis padres. Después de un tiempo viendo mis cuadernos, entra mama. Traiga algo de ropa para guardar en mi placare, yo me di cuenta que hacía tiempo ordenando cualquier cosa. Seguro quería escuchar algo, quizá podía saber que me estaba pasando.
Lo miré con cara de mandarlo al diablo y no le contesté nada.
Me pregunto si es tan difícil entender a un Julián de doce años enamorada de una Aimara de casi trece. Un Julián que sólo tiene diez centímetros menos de altura que ella. Un Julián que sueña todas las noches que le promete amor eterno a su Aimara.
Me llevaron a la Dirección, y al rato vino mi papá, ahora me doy cuenta con quien se quería comunicar el preceptor, vino a buscarme para llevarme a casa después que la Directora le contara todo el lio que yo había armado, γ la trompada a mi compañero de grado, a Tuco(Gastón)
Mi papa se acercó y me mira muy enojado.
Yo agaché la cabeza y me fui del colegio casi llorando. Le quise explicar durante el viaje a casa lo que realmente había pasado. Pero, él no me escuchaba. Me sermoneó hasta que llegamos. En el fondo ya sabía que papá tenía razón, pero no me pude controlar era más fuerte que toda buena enseñanza. Llegamos a casa entre sus gritos γ reproches. El tampoco entendía nada, no valía la pena explicarle mi amor incondicional: de amores de verdad solo sabía el que le tenía a mama. Yo sabía que después vendría el turno de retos por parte de mamá, aunque por ahí a ella le podía contar lo de mi amor.
Mejor no: me da mucha vergüenza. No me van a entender. Me dirá que me deje de pavadas y de perder el tiempo. Que son cosas de chicos. Que estudie y que me comporte en el colegio como debo hacerlo.
Papá y mamá, me mandaron a mi cuarto. No me dieron permiso para ver la tele ni jugar con la Play. Era oficial, estaba en penitencia. Esa tarde me lo pasé tirado en la cama, y solo pensaba en Aimara. Y en que si le hubiera pegado con más fuerza lo hubiera tirado al piso al colorado, pero no me salió tan fuerte la trompada. Por ahí otro día lo conseguía.
A la hora de la cena mis padres me siguieron sermoneando. Yo los escuchaba, pero seguía pensando en Aimara y en la trompada que le había dado al colorado. No estaba nada arrepentido, pero no se los dije a mamá y papá, se iban a enojar más todavía.
Después de cenar, me acosté. Intenté dormir, pero no pude. Di muchas vueltas en la cama, y como tenía prohibido ver tele y jugar con la Playa, tuve que elegir entre mirar el cielorraso que conocía mi historia de amor o agarrar una lapicera y empezar a escribir.
Elegí escribir.
Agarré el cuaderno que me regaló la abuela un día que salimos a comprar, y empecé a escribir todo lo que me estaba pasando, todo lo que sentía día a día.
Así comienza mi historia de amor. Escribí con letras bien grandes:
“Aimara ama a Julián. Julián no ama a Aimara”
Madrugada 2
Hoy me levanté con la idea fija: lo tenía todo planeado. Sí, me había decidido a contarle a Aimara todo lo que la quería. Le iba a decir que la amaba, y los sueños que yo tenía todas las noches. Que soñaba con ella, y que éramos felices en mi mural de colores, y del viejo del trombón, y de como ella sonreía a mi lado, y lo bien que lo pasábamos. Y también, le voy a preguntar si ella me amaba a mí. Capaz que ella me decía que también me amaba. Yo imaginé mil respuestas. Por ahí se me ocurrió que ella se pudiera reír por todo lo que yo le contara., pero no. Eso no podía pasar.
Yo sabía que Ella los martes a las cinco de la tarde iba a su clase de inglés particular, y, además, conocía la dirección del Instituto porque quedaba cerca de casa. Pensé en esconderme detrás del árbol que estaba a media cuadra del Instituto: desde ahí podría verla llegar y salir. Cuando saliera de la clase la iba a llamar y le confesaría mi amor.
Un rato antes de las cinco salí de casa y me fui para el Instituto de inglés. Me escondí detrás del árbol tal como lo había calculado. Unos minutos más tarde, la vi venir caminando con Laura. Las dos entraron a su clase, lo hizo otra vez, reía y sonreía… y su pelo lacio enrollándose en mi mundo a través de mis ojos que se quedaron inmóviles como dos cristales que reflejan la belleza de un atardecer en verano. Esa risa que traspasaba mi ser, se mezclaba con mi pulóver como el otro día…y su pelo…Y el recreo. Y otra vez el bosque. Nosotros rodando por el colchón de plumas verdes. Sus besos y los míos. El viejo músico, los pájaros de colores. Ella y yo.
Otra vez, aparecía el cuadro pintado como en un libro de cuentos juveniles de los años cincuenta
La hora de la clase pasó rápido. Esta vez, fue la frenada de un colectivo y no el timbre del recreo, el que me trajo a la realidad. Mi mural de colores se volvió a romper. Un espejo roto de ilusiones me miraba como a un tonto, descifrando mis bobas historias inventadas. Ese espejo maldito que enfrentaba al Julián que amaba y al otro Julián que sabía que todo ese amor era como las novelas que su abuela miraba cuando se sentaba a tejer. Y más allá, casi en un costado del espejo roto estaba la cara de Gastón que se reía de mi a carcajadas.
Aimara salió de su clase de inglés y estaba sola, nadie la acompañaba. Era la oportunidad ideal para llamarla y decirle todo lo que me pasaba con ella. Salí y corrí para alcanzarla, pero cuando iba a llamarla para que se dé vuelta, apareció el maldito espejo mostrándome al Julián enamorado
haciendo el ridículo. Ella no me vio, ni miró para atrás, caminaba rápido para el lado de su casa. Ese espejo miserable se me cruzó y me sacó las ganas para llamarla. Me dio mucha bronca por ser así tan tímido, casi me pongo a llorar, me había desilusionado a mí mismo. ¡Tonto, Julián!, ¡Sos un tonto! Yo me repetía por dentro. Perdí la oportunidad, una oportunidad maravillosa. Al final, tanto pensar y planear todo lo que le iba a decir a Aimara ¿Para qué? Para nada.
Me puse las manos en los bolsillos del pantalón y me fui caminando para mi casa. De nada me sirvieron el árbol, la espera, el mural de colorcitos… Me comporté como un verdadero cobarde. Ni si quiera me anime a llamarla para decirle algo, lo que se me ocurriera. Tonto Julián, me repetía mientras caminaba y me acordaba.
Pensé en llamar a Tincho y contarle lo que me había pasado, pero preferí no hacerlo. Se iba a reír de mi yo me iba a poner peor de la bronca y la tristeza. A Laura prefería no contarle nada porque era la mejor amiga de Aimara y no quedaba bien que se entere por otra persona de todo mi amor.
Yo era quien debía decírselo. No sé cómo haría, pero tendría que sacar coraje de donde sea y contarle lo que siento. De nuestro mundo de árboles coloridos γ de la música del viejo del trombón. Tendría que poder romper ese espejo que se me aparecía cuando quería hablar con Ella y contarle todo. No sé quién pudiera entenderme. Pensé en la abuela, pero era muy grande, y a lo mejor ya se había olvidado que es estar enamorado.
Esta noche estoy triste. Hoy las cosas no salieron como las planeé. Ni siquiera me dieron ganas de prender la tele y ver Los Simpson. Apoyado en mi escritorio, antes de cerrar mi diario, escribí:
“Aimara no ama a Julián y Julián no ama a Aimara”
Madrugada 3
Hoy conté todos mis ahorros porque en unos días es el cumpleaños de Aimara, y quiero sorprenderla con un lindo regalo. Hace como un mes que vengo pensando qué le puedo regalar. Se me ocurre que tiene que ser un regalo de esos que la dejen con la boca abierta. Algo que no se le ocurra a nadie más. Me las tuve que ingeniar para poder enterarme qué era lo que más la gustaba a Aimara para su cumple. Ella cumple trece años, es unos meses mayor que yo. No mucho, sólo seis meses. Yo no tengo demasiado dinero ahorrado porque me los gasto en los juegos de Play, pero algo me quedó de lo que me dieron mis abuelos para el último día del niño. Sólo faltan tres días para su cumpleaños y sé que la voy a sorprender con el regalo más lindo de todos. Mañana voy a comprarle algo que sé que le va a encantar.
Para averiguar qué era lo que prefería que le regalen para su cumple, tuve que hacerme el distraído en uno de los recreos del colegio. Me acerqué adonde estaban Aimara y Laura, ellas hablaban siempre muy concentradas, cosas de chicas como hacen siempre. Estaban justo al lado de una columna, yo hice como que me ataba los cordones y agachado detrás de una columna escuche la conversación de ellas dos, Aimara le decía a Laura que para su cumpleaños le gustaría que le regalasen un libro en su versión en inglés, se llama Pretty Little Liars. Ella vio la serie en televisión, y quiere leer la novela, para ver cuánto se parecen las dos. Pero en inglés, porque le serviría para mejorar su dicción. Otra vez, su sonrisa, los árboles, todos los colores de mi mundo orbitaban en la punta de mi nariz y me envolvían en un abrazo tierno que pronto se desvaneció cuando imagine lo que hubiera pasado si se daban cuenta que las estaba escuchando. Escuche que le decía a Laura, que conseguir el libro podía ser difícil, ya que ella pregunto en la librería donde compra siempre y le dijeron que se había agotado, pero que a lo mejor había quedado algún ejemplar en alguna otra librería.
Aimara decía que tenía la esperanza de que alguien de su familia lo pudiera conseguir como regalo para su cumpleaños. La oí cuando dijo que era lo que más quería, y mientras hablaba los ojos le brillaban más que cualquier estrella en el cielo, su pelo formando remolinos que envolvían su sonrisa.
Laura le dijo que iba ver por algún lado, alguna librería para ver si lo encontraba.
Ese día cuando llegué a casa entré a un lugar de ventas por internet, pero no lo encontré. Le pregunté al librero que estaba a pocas cuadras de mi casa y me dijo que me podía ayudar porque no estaban entregando ese título. Que como era un libro importado costaba mucho conseguirlo, y los pocos que tenía ya los había vendido; me dijo que lo único que podía hacer era darme la dirección de una librería que estaba algo lejos, pero que era posible que lo tengan. Le agradecí, y salí corriendo para mi casa. Entre, vi a mi mama que estaba terminando de hacer un postre con vainillas y flan, ese que me gusta tanto. Entre a mi pieza, saqué mi alcancía del escondite, conté todos mis ahorros, y por si acaso, le pedí algo más de plata a mi mama con la excusa de que íbamos a juntar entre todos para hacerle el regalo de cumpleaños para Aimara, ella accedió sin más. Contento, fui hasta el baño, me duche, me cambie y volví donde mi madre y la abrace, ella sonrió y me miro con cara de desconcierto, pero no hizo preguntas. Almorzamos, y después trajo ese postre que estaba preparando. Que rico cielo santo
A la tarde, me tome el colectivo que me indico el librero, y le avise al chofer que me diga cuando estábamos cerca de la dirección que me dio. Después de casi una hora de viaje, por fin llegue. La librería justo abría. Una señora muy elegante abrió la puerta desde adentro y me invito a pasar. Le dije que estaba buscando el libro Pretti Little Liars. Me miro y se quedó un instante, como pensando, rebuscando en su memoria.
Mi cara de desahucio me delato, y rápidamente me dijo que espere…
Se fue hasta el fondo, tardo unos minutos, mi impaciencia iba creciendo, me ahogaba pensando que iba a volver con las manos vacías. Y por el pasillo cubierto de fabulas, novelas y cuentos ilustrados venía con el libro. Quería saltar, pero me cónyuge, lo iba a hacer después cuando nadie me viera.
Si debe ser, pensé. Es la ley de atracción.
– ¿Me lo podría envolver con un lindo papel de regalo? Le pregunte sonriente.
– Sí, claro. ¿Queres que incluyamos con el papel y un moño, también una tarjeta para una dedicatoria? – Me pregunto la mujer.
Pensé que mejor la dedicatoria se la iba a escribir en mi casa.
Salí de la librería feliz como cuando sueño que estoy con Aimara, en realidad, creo que aún mas, ahora tengo un instrumento para acercarme, así iba a ser más fácil.
Esperando el colectivo, imaginaba, otra vez… La sonrisa, el campo, los pájaros coloridos y al viejo con el trombón. Escuche que alguien me preguntaba:
– ¿Subís?
– Si- le dije. Y después que subió una señora que parecía mi abuela, subí yo. Me senté y miraba la bolsa que tenía el libro envuelto con un papel lleno de estrellitas y un moño color rosa. Pensando en la emoción de Aimara cuando rompa el papel, ahí sí, me va a abrazar y besar y vamos a ser novios. De la felicidad que sentía me equivoqué de línea de colectivo y me fui para otro lado. Me di cuenta cuando ya había recorrido diez cuadras del camino, me bajé y tomé el que me llevaba a casa. Entre y fui derecho a mi habitación, busqué cualquier papel para usar de borrador, empecé a garabatear algunas dedicatorias. Ya era la hora de la cena, así que tuve que suspender mi inspiración para más tarde.
Esa noche soñé más que nunca con Aimara. Me imaginaba su cara cuando abriera mi regalo. No sólo se iba a poner contenta por el libro, sino que pensaría cómo sabía yo que ella quería ese libro. Seguro le inventaría alguna cosa graciosa, tipo que yo tenía poderes mágicos o algo así. No me iba a creer, pero no me iba a importar, igual se iba a reír. Con semejante regalo yo iba a correr con ventaja con respecto al colorado Bastón. ¿Quién sabe lo que le iba a regalar él? El mío iba a ser su preferido, y eso me ponía más feliz que nunca.
Todas las noches hasta la anterior al cumple, estuve practicando la dedicatoria.
Para Aimara porque te amo
Para mi querida Aimara
Para Aimara que disfrutes cada línea de este libro.
Para Aimara, que pronto lo podamos leer juntos. Te ama, Julián.
Entre todas elegí la última. Agarré una lapicera que me hiciera letra linda, y escribí en la tarjeta que me dio la señora de la librería. Lo guarde en mi placad hasta que llegue el día del cumpleaños.
El día del cumpleaños me levantaría más temprano que nunca, no quería llegar ni un minuto tarde al colegio. En realidad, estaría bastante nervioso. Aimara iba a saber todo mi amor por ella. Por ahí me decía que a ella le pasaba lo mismo conmigo.
Todos iríamos llegando, pero los regalos se entregaban en el aula después de izar la bandera. Así
hacíamos siempre para no armar tanto lio. Tuco se iba a morir de la bronca al ver que yo le iba a
dar a Aimara el regalo más lindo de todos. Porque a Ella se le iba a notar en la cara que sería el regalo que más le gustaba. Y seguro que me iba a dar un beso o dos. Ella no lo iba a poder creer.
Madrugada 4
Ayer fue el día. El cumpleaños número trece de Aimara, de mi Aimara. Como lo supuse
desde la semana anterior, fui al colegio más nervioso que cuando tenemos examen. Llevé el regalo en la mochila, bien acomodado entre las carpetas para que no se vaya a arrugar. Yo fui el que llegó más temprano. Miraba para todos lados para ver si la veía llegar, así la saludaba primero, pero ella no aparecía. Faltaba poco para que tocara el timbre e izáramos la bandera. Llegaron todos mis
compañeros de grado, menos Ella. Mis manos transpiraban de los nervios y de sólo pensar que tendría que entregarle el regalo y quizás sea el último que se lo dé.
Había llegado el momento de decirle que la amaba y pensaba todo el tiempo en ella. Lo peor que podía pasar era que Aimara se enojara, pero no creo porque al ver su libro preferido se iba a poner súper feliz.
Izamos la bandera. Yo miraba para atrás para ver si la veía. Qué alivio sentí cuando vi que estaba
parada en la entrada del patio, esperando que termináramos de decir la oración a la bandera para acercarse a nuestra fila. Nos fuimos al aula, la rodeamos y le cantamos el feliz cumpleaños, y la saludamos con un beso. Y empezó el desfile de regalos.
La primera que le entregó el regalo fue su mejor amiga Laura. Aimara abrió el paquete y tenía una remera de muchos colores. Los chicos se acercaban de a uno para darle su regalo.
La Profesora nos dio un rato de permiso para la celebración. Siempre que alguien cumplía años hacíamos lo mismo. Se acercó Franco a la cumpleañera y cuando ella abrió el regalo nos mostró que había una lapicera dorada en una caja muy linda. Le tocó el turno a Guada quien le regaló el perfume que más le gustaba. Así se fueron acercando todos nuestros compañeros para entregarle lo que cada uno pudo comprarle. Para el final, quedamos Tuco γ yo. Nos miramos como desafiándonos. Le hice señas para que le entregara primero su regalo. Yo creía que mi regalo iba a ser el que más le iba a gustar. Creía, escribo, porque no fue exactamente así. Tuco se acercó a mi amor y le entregó algo rectangular envuelto con un papel brillante con estrellitas. Ella abrió el paquete muy ansioso como si por la forma supiera qué contenía. El papel de regalo era igual al mío, y el paquete también. Ella desarmó el moño y al desenvolver el paquete se encontró con su libro preferido. Yo no podía creerlo: el pelirrojo se copió de mí. El paquete tenía un ejemplar de Pretty Little Liars. Ella abrazó a Tuco y no lo soltaba nunca. Yo no podía creerlo. ¿Por qué yo siempre tenía tanta mala suerte? No me salía una a favor. Apreté fuerte lo dientes para no ponerme a llorar. Sentía una mezcla de tristeza y enojo. ¿Entonces, el chico del que me habló el librero era Tuco? Hasta en eso me ganó. Y yo que me había recorrido media ciudad para conseguir el libro. ¿Qué iba a hacer ahora? Si se lo daba todos se iban a reír, y Tuco más que todos.
Maldito Tuco y tonto Julián. “Tuvimos que quedar nosotros dos para el final.», me dije a mi mismo.
Todos me miraron, esperaban que le diera mi regalo. Creo que a la única que no le interesaba recibir más regalos era a Aimara. Claro, si había recibido lo que más quería. Ella ni se dio cuenta de que yo no le había dado nada. Metí mi mano en la mochila y dejé el libro bien guardado. Apoyé la mochila en mi banco. Me acerqué a Tuco. No pude negarme a mi impulso, y otra vez, le di una trompada. El pobre quedó tirado entre los dos bancos de adelante.
Todos me miraban. Mi mejor amigo Tincho me llevó a un rincón del salón y otra vez me dijo
Los miré a todos mis compañeros, y me fui corriendo al baño. La Profesora se enojó y llamó al preceptor, Tincho me siguió, y me preguntó otra vez qué me pasaba.
– Julián -me dijo Tincho y me palmeaba la espalda-, no cambias más. Ahora si me convenciste de que estás enamorado de Aimara. Mala suerte amigo. No te queda otra que bancártela.
– Ese colorado – le dije con bronca – siempre gana.
No bien dije estas palabras, apareció en el baño el preceptor. Le dijo a Tincho que regrese al aula, y a mí me llevó a la Dirección. Como no podía ser de otro modo, me sancionaron otra vez. De nuevo, el preceptor llamó a mi papá. Le dijo un montón de cosas, que mi comportamiento era raro, que hablara conmigo, que así no podía seguir, que había cambiado mucho. Y la Directora también agarró el teléfono y empezó a hablarle y a hablarle a mi papá.
Me quedé parado en la Dirección con la cabeza agachada de la vergüenza y de la bronca. Me moría de ganas de llorar, pero me aguanté. Cuando fui a buscar mi mochila al salón, todos mis compañeros me miraron raro; no entendían qué me estaba pasando. Me suspendieron por tres días del colegio.
Al rato llegó mi papá y otra vez se repitió la escena del otro día en el colegio, en el auto y en casa. Otra vez, los sermones. Otra vez, sin poder jugar a la Play ni mirar televisión.
Las enseñanzas de los buenos modales, y después de todo la que te enseñamos con mamá cómo nos podés hacer esto, que si seguís así te vamos a tener que cambiar de colegio…que qué me estaba pasando.
¿De dónde salía esa violencia? ¿Qué tenía con Gastón? ¿Qué era eso de andar pegándole a un compañero de clases? ¿Cómo podía ser que hubiera cambiado tanto?, yo que siempre me había portado bien. Y bla, bla…
Tincho me llamó por teléfono, pero mamá le dijo que como estaba castigado por haberme portado tan mal en el colegio, no me dejaba hablar con nadie. Yo la escuché cuando ella atendió el teléfono. Preferí no seguir armando lio, y no le hice ningún reproche a mamá. Sonó el
teléfono una vez más, y ella dijo lo mismo que le había dicho a Tincho, pero no sé quién había llamado esta vez. Seguro que fue Aimara. Debe estar muy preocupada por lo que pasó. Además, estará con la intriga de cual era mi regalo. Pobre, casi le arruino el cumpleaños. Tincho no debe entender nada. ¿Cómo se habrá enterado él de que a Ella le gustaba ese libro? ¿Habrá hecho lo mismo que yo? ¿Habrá escuchado escondido detrás de una columna? Y si, sino cómo se iba a enterar del regalo preferido de Aimara.
Cada vez que me pongo a pensar en porqué no le di yo primero mi regalo, se me llenan los ojos de lágrimas.
Y la dedicatoria, y todo lo que la había practicado… y nuestro mural lleno de árboles coloridos… Y el viejo del trombón… todo se había arruinado.
Durante la cena no hablé mucho. Le pregunté a mamá quién me había llamado hoy a la tarde y me dijo que llamaron Tincho y Laura.
Laura, qué raro, pensé. A lo mejor que Aimara le dijo a ella que me llamara para ver cómo estaba porque ella no se animaba. Porque Ella, a veces, es tímida igual que yo.
Después de cenar me acosté más triste que nunca. Me quede mirando el cielorraso. Me dormí llorando. En el piso, al lado de mi cama, quedaron desparramadas unas hojas rotas en pedazos de «pretty» más «little» más “liars”.
Madrugada 5
Los tres días en que estuve suspendido en el colegio, mis padres no me dejaron salir para nada de casa. Ni mis amigos me podían venir a ver, ni siquiera llamar por teléfono.
– Veamos – me decía papá – si aprendes de una vez por todas a portarte bien en la escuela.
– Es tu último año, Julián -agregaba mamá-, ya falta poco para egresar y empezás a comportarte tan mal. La verdad, no te entiendo, hijo.
– Es que yo no quise pegarle tan fuerte a Gastón -les decía, yo.
No me animaba a contarles el motivo de mi bronca hacia Tuco: se iban a reír.
Un día antes de volver al colegio vino mi abuela a visitarme. Yo estaba estudiando en mi habitación cuando escuche que sonaba el timbre. Me asomé en la puerta de mi cuarto y la vi que estaba colgando su cartera. Seguro, ella ya sabría de mi castigo, de la trompada, la uno y la dos y de la suspensión, pero lo que no sabía era el porqué. Nadie lo sabía, solo Tincho y yo.
Vi que se sentó, pregunto por mí, y charlo un rato con mama. Después, la sentí entrar en mi cuarto.
Cuando mamá se fue para la cocina, a preparar la merienda, le conté todo a la abuela. Desde el principio. Todo lo que me pasaba con Aimara. Ella, cuando termine de contarle, sonrió, y con un beso en la frente me dijo:
- Mi amor, que dulce que sos. Mi querido Julián. Y me abrazo bien fuerte.
- ¿En qué andan ustedes dos?
- Cosas de la escuela – dijo la abuela, y me guiñó el ojo.
- Julián -me dijo el doctor -, voy a tener que enyesarte. No vas a poder pisar por un tiempo
- Deberá hacer reposo absoluto- dijo el médico.
- ¿Qué tal las cucarachas? – y se fue riéndose.
- La próxima vez que cometa un acto de violencia lo expulsaremos de la escuela. – y me señalaba con su índice alargado mientras les hablaba.
- Julián, ¿Qué pasó? ¿No tuviste tiempo para estudiar? –
- ¿Y cómo va eso, chico travieso? – murmuró la Directora cuando pasó al lado mío, le sonreí, y seguí mirando la columna en donde estaban apoyados ellos dos.
- ¡Te extrañe mucho Aimara! Me moría de ganas de venir a la escuela para verte.
- No me importa otra persona más que vos. Odio al colorado. No pienso en otra cosa que no seas. – no termine la frase porque mi voz alta hizo que el preceptor me viniera a llamar la atención.
- ¿Qué son esos gritos Julián? – dijo la directora llevándome del brazo a dirección.
- Julián está nervioso, tendrá que esperar unos días más para volver al colegio.
- Tendremos que amonestarla igual – decía la Directora a la madre de Laura, después de haberle contado todo lo que había pasado – La intención de golpear a su compañera la tuvo. Yo que usted controlaría los tiempos que pasa con Julián, pareciera como si lo copiara.
- Ahí va el poeta – me gritaban los chicos hoy a la salida.
- Basta de pensar- me digo en voz alta y sigo escribiendo.
- Es hermoso – me dijo ella, y me abrazó -. Gracias, me encanta
- Mira, nene. Si querés ser mi amigo me tenés que ayudar en algo.
- A las 9:00 de la noche está bien – terminaba de hablar agarrando un pedazo de pan del
- Bueno, hasta el viernes, Caspiano.
- Ahora – me dijo, Caspiano -, te vas a tener que subir por este paredón y saltar para el otro
- Tomá, te va a hacer falta por si está muy oscuro. Hay luna, pero también algunas nubes.
- Una vez que cruces el jardín, vas a golpear en la primera ventana que veas. Está pegada a una
- Lo único que nos falta – me dijo, mientras abría de nuevo la bolsa es que nos descubran y nos lleven presos. Si nos ven pueden pensar que somos ladrones.
- Escúchame bien – me dijo y se me acercó un poco más -, cuando llegues a la ventana vas a
- No me muevo de acá-me dijo Caspiano, ni bien salté.
- ¿Señora Sonia? – dije, y creo que mi voz temblaba – ¿Está usted por ahí? Le traje un sobre
- Nene – me dijo acercándose a mí a-, ahora andate por el mismo lugar por el que entraste. No mires para atrás. –
- Creo – le dije – que esta noche voy a tener que dormir acá. No puedo volver solo a mi casa. Mi mama cree que me quede a dormir de un amigo.
- Acá vas a dormir cómodo.
- ¿Qué te pasa Julián?, estas raro. – me decía una y otra vez.
- Laura, ¿Queres que nos encontremos hoy, en la plaza? Así hablamos tranquilos. –
- Si, dale. ¿A las cinco podría ser no? – me contesto. –
- Te escucho Juli… –
- Ahhhh…. me quedo más tranquila ahora. Sabes, pensé que de nuevo te habías metido en líos con Aimara y el colorado.
- Sí, pero estoy metido en un lío tremendo -le dije a Laura al mismo tiempo que arrancaba una Margarita – ¿Te gusta? Te la regalo.
- ¿Por qué decís que Sonia es rara? -Preguntó Laura- Ésta es una suposición tuya. Ella no te hizo daño y el viejo tampoco -empezó a deshojar la margarita. Sería bueno conocer más de la historia de ellos dos.
- ¿Y vos qué pensas? –le dije
- Sinceramente-me dijo, y se puso medio roja-, creo que ellos dos esconden una antigua historia de amor.
- ¿Me ayudás a averiguarlo? -le pregunté.
- Con mucho gusto -me dijo Laura, y cuando sonrió se le hicieron, otra vez, los hoyuelos en las mejillas.
- ¿Te gusto alguna parte en especial del libro-le pregunté-, ¿Ahora que lo leíste más tranquila?
- Si, sí. – Me dijo- Me encantó la frase: “.no tendrías más que susurrar al Tiempo, y él, en un abrir y cerrar de ojos, haría girar las agujas de tu reloj”
- Guau -exclamé- que buena reflexión. Me alegro mucho de que te haya gustado el libro. Te tengo que confesar que mi abuela me aconsejó que te lo regalara cuando le pregunté, yo no entiendo mucho lo que les gusta a las chicas.
- En mi tiempo libre -me dijo señalándome el libro- aprovecho para pintarlo.
- Mejor ni lo nombres a ese hombre -me dijo la mujer-. Por suerte no lo vi más está sucio y grita asustando a los chicos. –
- Tiene razón, señora-le dije y me fui andando para casa.
- ¿Cómo anda el poeta enamorado? -me decía Gastón, y se alejaba riéndose
- No le digas nada-me decía Laura- Ignóralo a este tonto. –
- Ahí está-le dije a Laura, y señalé hacia donde estaba sentado el viejo-. Vos esperame acá, y yo me acerco a saludarlo. Si no me dice nada, te digo que vengas.
- Dale-me dijo Lau – Andá tranquilo, te espero acá. Si me llamás, me acerco.
- Hola, Caspiano-lo saludé
- Hola, nene. Ya sé que desaparecí y seguro que me anduviste buscando, pero parece que la carta dio resultado.
- Uyyy qué bueno-le dije-l ¿Le puedo presentar a una amiga del colegio?
- Ay, nene-me dijo rascándose la cabeza, igual no tenía olor a sucio. Parecía que se hubiera bañado – ¿Es la chica que está mirándonos desde allá enfrente?
- ¿Seguro que quieren saber mi historia con Sonia?
- ¿La encerraron? ¿No la viste por mucho tiempo? -le preguntó Laura
- Nos hablábamos a través del muro, o, mejor dicho, nos pasábamos cartas por ahí-mientras hablaba llenaban los ojos de lágrimas-. Un día el padre de Sonia nos descubrió, me acusó de ladrón. La Policía me detuvo y me pusieron preso.
- Estuve como dos años encerrado. Todos los días pensaba en Sonia, lo que ella pensaría acerca de mí. Sus padres no le deben haber contado nunca la verdad. Ella estaría muy triste pensando que yo no la quería y por eso no volví al paredón del fondo de su casa. Cuando salí, la primera que hice fue averiguar que era de la vida de Sonia. Ahí me enteré de que a ella le mintieron diciéndole que yo me había escapado a otra ciudad y que eso demostraba que no la quería de verdad. Los padres la iban a obligar a casarse con ese joven hacendado. Cuando yo supe el día y la hora en que iban a obligarla con ese muchacho llamado Juan, pensé en ir a la iglesia. Y fui, aparecí justo en ese momento en la iglesia. Sonia me reconoció. Y cuando el Sacerdote le pregunto si quería a Juan por esposo ella grito “no, no lo quiero. Yo amo a Caspiano”
- Se armó un revuelo bárbaro. Aunque Sonia no miró para donde yo estaba parado, igual me fui yendo despacio de la Iglesia. Si me llegaban a descubrir me iban a encerrar de nuevo.
- Parece una novela romántica-dijo Laura-. Yo pensaba que estas cosas no ocurrían en la vida real.
- Fue tal el lío que se armó que la boda se suspendió. El novio ante esa decisión, quedo avergonzado frente a la gente que no quiso saber más nada ni de Sonia ni su familia.
- Por eso, digo-y me acarició el flequillo-que vos salvaste mi amor. Julián, futiste la única persona que confió en mí. En este barrio todos siempre me tuvieron miedo, y por eso se alejaban de mí. La verdad es que lo pasé muy mal durante todos estos años-siguió hablando y los ojos se le llenaban de lágrimas-, es duro vivir en la calle y no poder confesarle el amor a quien uno ama.
- ¿Y los padres de Sonia ya se murieron? -le preguntó Laura
- Un gol no es mucho, chicos-nos dijo- Yo sé que ustedes pueden meter goles. No se olviden de que son un equipo, tienen que ganar entre todos.
- Soy un genio, ¿no? Veamos si sos capaz de hacer un gol vos también.
- Te felicito-le dije-, somos un equipo. No importa quién haga el gol.
- Fijate como jugas-me grito, Gastón-. ¿No ves que casi nos golean, otra vez?
- Faltó poco para una quebradura -e dijo el médico a mis padres-. Igual no podrá pisar por un tiempo largo.
- Julián, yo no te aconsejo que vayas al viaje de egresados. No podés pisar y si viajás te vas a aburrir por que no vas a poder hacer nada con tus compañeros.
- Julián-me dijo con tristeza-. ¿Cómo estás? ¿Te duele mucho?
- Laura -le respondí con alguna lagrima dando vueltas por mi cara – no sé si voy a poder ir al viaje. No puedo pisar -y le pregunté, serio- ¿Vos lo viste no? Gastón me pegó a propósito.
- ¿Te acordás que Caspiano nos dijo que te debía una?
- Y que Sonia tenia algunos poderes mágicos…- agregue
- No te preocupes -me dijo Laura, yo voy y hablo con ellos. Les pregunto sobre pueden ayudar.
- Laura -le dije abrazándola-, sos mi ángel de la guarda
- Julián-me dijo mamá-, vas a tener que hacerte la idea que no vas a ir. Tiene razón el doctor, te vas a aburrir porque no podrás salir a ningún lado con tus amigos
- No importa, mamá -le dije. Dejame ir a compartir estos ratos con los chicos, yo tengo esperanza de poder ir al viaje.
- Está bien. Andá a compartir esos preparativos con tus amigos. Sé que te pone contento.
- Vamos, Julián-me dijo, y se paró–. Se nos va a hacer tarde.
- Adelante, jovencitos -nos dijo con una sonrisa bien grande, y le vi los agujeros de los dos dientes que le faltaban.
- Permiso-dijimos Laura y yo
- Hola, Julián-me dijo-sentate acá al lado mío.
- Ayyy, qué dolor.
- Aguantá un poco más -me dijo Sonia-, y ya pasa. Te tiene que doler si querés que esto te haga efecto y te sane.
- No puedo creerlo-dije-, voy a poder ir al viaje de egresados
- «Disculpame estas bailando con mi novia -y agarré a Laura del brazo me puse a bailar con ella.
- ¿Qué pavadas decís, Julián? -me dijo Laura.
- Tenía ganas de bailar con vos -le dije- y no me gustaba cómo te miraba ese desconocido.
- Chicos, se van a quedar sin desayunar-identifique la voz de Laura-. Apurense, vamos-.
- Ahí salimos-dijo Tincho y me hizo señas como diciendo que diablos me pasaba.
- Nada, no pasa nada-le dije a Tincho.
- Se nota que te estás enamorando -me dijo sonriendo.
Me dijo que lo que me pasaba a mí, les pasaba a todos los chicos de mi edad. Que los amores de la escuela primaria eran los más inocentes de todos los amores. Que ella también había tenido un novio. No, me dijo que tuvo dos novios en la escuela. Hasta de los nombres se acordaba. Pero ninguno de esos dos novios era el abuelo. Al abuelo lo conoció cuando era ya más grande. Mamá nos llamó para que tomáramos la leche con la torta que había traído la abuela. Cuando entramos a la cocina, nos dijo:
La abuela y yo nos miramos cómplices y nos reímos.
Cuando la abuela se fue, me quedé más tranquilo. ¿Entonces, a todos los chicos de mi edad les pasaba lo mismo? ¿Por qué, mamá y papa no me entendían? Claro, yo nunca les había contado el verdadero motivo por el que le pegué dos veces a Tuco.
Regresé al colegio después de los días de suspensión. Mis compañeros me miraron como si me tuvieran lástima. Tuco ni se acercó, yo de lejos vi que tenía un moretón chiquito en el cachete: era mi trompada.
En ese momento, me sentí un poco mal. Al final de cuentas, él no tenía la culpa de estar enamorado de Aimara igual que yo.
Tincho y Laura me vinieron a abrazar y a preguntarme cómo estaba. Me contaron de sus llamados telefónicos yo les agradecí su preocupación. Les dije que ya estaba bien. Tincho me guiñó el ojo y sonrió. Laura no entendía mucho, pero se sonrió también. Aimara ni se acercó. Estaba con Gastón. La Directora me miró con cara de mala, y el preceptor hizo lo mismo.
Por fin, terminó el primer día de la vuelta a mis clases. Mañana sería distinto, ya nadie me iba a preguntar nada. Decidí que iba a cambiar, ya no más trompadas. Tenía que empezar a portarme como antes. Bien.
Llegué a casa. Desde hoy tenía permiso para ir a pasear, mirar la tele y jugar con la Play
A la tarde agarré la bici y me fui a la plaza que está cerca de casa. Ahí me tiré en el pasto, que me hizo acordar al colchón de plumas verdes y mirando el cielo me puse a pensar. Otra vez, Aimara y el bosque colorido y el viejo del trombón y nosotros dos corriendo abrazados.
El grito de una mamá a su hijo que estaba en una hamaca, me sacó de mi ensoñación.
Estuve un rato ahí sentado, no se cuánto tiempo paso después de volver a la realidad. Me entretuve mirando como jugaban a la pelota; después, más allá, donde estaban las hamacas, había dos nenes chiquitos jugando a las escondidas, me hicieron reír, porque mientras el otro contaba, el que se iba a esconder, del apuro porque no sea descubierto se llevó por delante al señor que vende pochoclos. Corrí la mirada hacia un costado, y sobre el árbol que da esas flores de color, había un nido. Dentro había un ave más grande y dos pequeñas, eran tan coloridos, serian cotorritas, no lo sé con exactitud. Pero de nuevo, otra vez, apareció en mi mente Aimara, las flores, el cielo brillante y como si la tuviera graba en mi memoria, una música suave y tierna que por un segundo hizo que mi piel se erice.
Pero tan rápido como me di cuenta, me levante, y agarre mi bici. Ya iba a volver a mi casa.
Mientras volvía me caí de la bicicleta, quise saltar el cordón para subir a la vereda, casi me faltaba tan poco. Cuando me di cuenta, estaba ya en el piso, el dolor que sentía en la pierna era insoportable. No me podía parar, tenía ganas de llorar. Unos vecinos me acercaron a casa, por suerte estaba a sólo dos cuadras. Mi mamá agarró el auto y me llevó al hospital. Veía mi pierna que se hinchaba cada vez más. Me dolía bastante, era insoportable. En la guardia cuando el médico vio la pierna, mandó a mamá a que me saque unas placas radiográficas. Lo que el doctor había supuesto se confirmó cuando regresamos.
A pesar de que me lo venía imaginando, me empezaron a caer lágrimas. Todo me pasaba últimamente. No podría ir al colegio por un tiempo, no escuche cuanto le dijo a mama.
Al rato apareció papá y la abuela. Me llevaron a casa, después de que la enfermera me enyesó. Ya no sentía tanto dolor, pero estaba muy molesto.
¿Cómo me fui a caer?
Al otro día, mama fue al colegio para informar acerca de mi accidente con la bici.
Ahora estoy en la cama. En la cama de mi cuarto. Era lo último que me faltaba. No puedo ir al colegio ¿Cómo voy a hacer para verla? Tengo más bronca que dolor.
A la noche, cuando mis padres duermen, escribo y escribo en mi diario. Este diario y yo, solos.
Decidí, papa y mama trabajan. Viene la abuela a quedarse conmigo. La paso muy bien, hablamos, miramos tele, o alguna peli en el DVD. Le quiero enseñar a jugar a la Play, pero no casa una. Mejor juego solo..
Los días pasan, espero y desespero. Por un tiempo no voy a poder pisar buen, tengo que hacer reposo. A veces me duele mucho. ¡La extraño, Aimara cuanto te extraño! Pensé que podía venir a visitarme. Seguro se enteró lo que me paso. Pero no, ella no viene. No viene nunca a verme.
Hoy vino a visitarme Laura. No la esperaba, pero por lo menos me entretuve hablando. Me contó que Aimara está en cama con bronquitis.
«Los dos en lo cama, lástima que tan lejos», pienso. Yo no puedo ir a visitarla y ella tampoco a mí.
Mis ilusiones se pasean otra vez por el loco paisaje dibujado con colorcitos pasteles de tonto enamorado. Mi espejo me mira desde un rincón y lanza una risotada burlona. El campo de árboles y flores coloridas y del viejo tocando el trombón está vacío.
Mamá me trajo una pila de libros para leer. Entre ellos hay uno que me lo mandó de regalo Tuco. Lo hizo seguro para hacerme enojar. Se trata de una cucaracha de un tal Kafka. «Qué bicho ton desagradable», pienso. Mi curiosidad le gana al asco, a la rabia y lo empiezo a leer. Me atrae esa historia. Es como que, en este momento, me siento identificado con ese Gregorio Samsa que nombra Kafka. No puedo dejar de comparar la situación del protagonista con la mía. Yo acá, tirado en una cama y sintiéndome transformado en un bicho horrible. Es obvio que mi compañero se quiere vengar de mi trompada, de todas mis trompadas. Por eso me mandó este libro. Le dijo a Laura que me lo diera. ¿Por qué no me lo trajo el? Sentí cuando leí sobre metamorfosis como sique eso me estaba pasando a mí, que me trataba de cucaracha, y encima seguro que quiere que me quede así para siempre. Si Aimara se entera del sarcasmo de su amiguito de banco, su tan querido Gastón, se pondrá loca de rabia. Ella me defenderá a mí, estoy seguro. Porque a Ella le encanta correr, caerse y rodar en mi mundo de colores. En cambio, ese colorado y su horrible bicho del cuento, esa cucaracha con su mundo de dormitorio abandonado, sin una comida en un plato, sin una hermana compasiva, con un padre exigente, con una madre indefensa, sin el colegio y sin los profesores que no entienden. ¡Pobre Gregorio Samsa! ¡Pobre Julián! Me siento arruinado como el personaje de este libro.
Tengo sueños terribles. Sueño que mi metamorfosis se hace cada vez mayor, mi pierna sigue inmovilizada, el yeso se disuelve y cae derretido en medio de la alfombra que está al pie de mi cama. Sigo soñando y mis ojos observan la camiseta de Independiente apoyada en una silla en un rincón de mi cuarto… y la pila de libros que no puedo leer. Hasta no puedo ver bien, y apenas puedo moverme. Como si fuera el mismo Samsa.
Escribo en mi diario:
Mi perro ladra insistente desde el jardín. Y no quiere entrar en mi cuarto. Mi madre se hace la distraída y toma mate en la cocina. Mi hermana escucha música a todo volumen. Papa frunce la cara y me observa desde lejos. Yo me veo cada vez más chiquito, y el espejo hecho añicos y Tuco y su cara con moretones. Y sigo soñando todas las noches lo mismo. Mis horribles noches. Con mi pierna quebrada, mi cama, el diario yo.
La otra madrugada creo que grité en medio de un sueño; mamá vino a mi cuarto, me preguntó si me pasaba algo. Me puso el termómetro en la axila para tomarme la temperatura.
– Julián – me dijo -, me asustaste. ¿Qué pasó? ¿Tendrás fiebre?
– Nada, ma – le dije -, sólo que tengo sueños muy feos.
Ella se quedó un rato conmigo, y cuando vio que me estaba durmiendo, la sentí que se iba a su dormitorio.
No tenía fiebre. Sólo ese maldito sueño que se repetía todas las noches, o casi todas…. A veces soñaba con Aimara y mi mundo con ella, el bosque colorido, los pajaritos y el viejo del trombón, y los besos de ella y los besos míos. Sueños. Solo sueños. Y por momentos, divago. Mi pierna parece aullar de dolor, mis brazos tiran cachetadas al aire, mis manos no pueden sostener la lapicera, mi diario está roto en medio de la cama. Lloro dentro de mi bosque de colores, Aimara no está y el espejo roto que me sigue mirando con sorna. y sigo llorando. Lloro otra vez por culpa de esa cucaracha que aparece de repente en mi mundo y se quiere quedar ahí. Grito para que se valla. Acomodado en mi almohada, se va deslizando en la sábana y se pega a mi cara, mirándome, jugando con mi pelo ensortijado. Que sueño horrible el de esta noche.
Otra vez, como todas las tardes viene a verme mi amiga Laura. Le pregunto por Aimara, ella me dice que su mejor amiga sigue en cama. “Por eso no viene a verme”, pienso.
A la noche, otra vez aparece la asquerosa cucaracha, no estaba Aimara, Tuco estaba con ella. Los dos me miraban riéndose. Estaban abrazados y se burlaban de mí. Parece que hasta se amaran de verdad. Ese amor es de mentira. El de verdad es el mío, en el mural con los pajaritos de colores, el profesor de música y Aimara. ¿Qué conocen de estas cosas ese bicho feo y el malvado de Gastón?
Hoy, Laura me trajo un chocolate con almendras, mi preferido. Ella lo sabe porque en los recreos siempre me compro uno, aunque mi mamá me diga que me saldrán más granitos en la cara.
– ¿Cómo está Aimara? – le pregunté
– Está bien – me contesta desinteresada – Hoy ya fue al colegio.
– ¿Te preguntó por mí? – le dije.
– Ni una sola vez – me contestó y empezó a hablarme de otra cosa.
Por primera vez noté que Laura se ponía molesta por mi insistencia acerca de saber cómo estaba Aimara. No entiendo por qué.
Laura se puso a explicarme algunos ejercicios de matemática y me anotó los temas de las pruebas de historia y geografía de la semana que viene. Porque el doctor le dijo a mamá que ya puedo ir al colegio la próxima semana. Tendré que usar las muletas. La verdad es que no estudio mucho, no tengo ganas. Estoy cansado de estar en la cama y la extraño mucho a Aimara. Tincho también viene a visitarme casi todos los días. Mis otros compañeros vinieron algunas tardes. Los que no aparecieron nunca fueron Aimara, y por supuesto Tuco. Todas las tardes tenía esperanzas de que cuando tocaran el timbre de casa fuera Ella la que llegara.
Pero, nunca vino. Ella nunca se interesó por mí.
Los profesores tendrán algo de compasión por mi estado, aunque no estudie mucho. Veremos qué pasa cuando llegue al colegio de nuevo. Sé que tengo que portarme súper bien…
Espero poder hacerlo.
Madrugada 6
Hoy volví al colegio después de dos semanas de estar haciendo reposo. Los profesores y algunos de los chicos me observan de reojo como desconfiando de este Julián peleador. Me miran la pierna enyesada. Algunos se acercan a preguntarme cómo estoy, si me duele la pierna… otros me
ven de lejos y hablan entre ellos. Pienso que tendré que volver a ser el de siempre si quiero que los chicos de la escuela me vuelvan a querer. Volver a ser el de antes… el de antes de enamorarme de Aimara.
Laura fue la que más se alegró por mi regreso. Gastón pasó cerca de mí, me miró con cara burlona y me dio un empujoncito. Se acercó como para saludarme con un beso, pero lo que hizo fue decirme al oído:
Los demás no lo escucharon. Yo lo miré con odio y no le contesté. La única que vio el gesto burlón de Tuco fue Laura. Ella me sostuvo de un abrazo ayudándome a llegar al aula.
Me resulta muy raro tener que caminar con estas muletas. Las hubiera revoleado por el aire.
La Directora de la escuela no me perdonará una pelea más, ni nada que esté fuera de lo permitido. Estoy en la cuerda floja. Ante el primer desliz, chau y fuera del colegio.
Cuando Tuco se acercó a burlarme, me vinieron ganas de darle con las muletas en la cabeza a ese colorado, pero yo sabía que no podía dejarme llevar por mis impulsos. La Directora, con su voz de siempre, ya les había dicho a mis padres.
Las clases se desarrollaron con el ritmo habitual. Cuando salimos al recreo, muchos de los chicos se acercaban y me saludaban. Muchos… menos Aimara. Me pareció raro, ella nunca había actuado así. ¿Sera que aún se sentía mal por su bronquitis?, para mí no había otro motivo para comportarse tan indiferente.
La profesora de Historia nos tomó la prueba. El tema era las primeras escrituras de los egipcios y sus pictogramas del año 4000 ac. y todo lo referente a la evolución de la
escritura. A mí me interesaba mucho todo esto, seria por esa loca idea de querer ser escritor. En los días que estuve en reposo busqué en internet acerca de la vida de Kafka y su biografía. Y volviendo a como se empezó a escribir, pude responder todas las preguntas y hasta dibujé lo más parecido que me salieron los jeroglíficos que usaban para escribir en el año 3200 a.c. La memoria no me falló y me acorde de la escritura en tablas de arcilla y llegue hasta las veintisiete letras que utilizaban los cananeos en el 1700 a.c. Terminamos la prueba, salimos al recreo.
En la siguiente hora tuvimos un examen de Geografía. Ahí recorrimos la flora y fauna de la provincia de Buenos Aires. Continuando con La Pampa y ahí me perdí… me perdí en la frondosa provincia de La Pampa llena de llanuras y verdes árboles. En mi mundo logré esconderme detrás de un arbusto en ese paisaje pampeano y me quedé mirando a Aimara y a Gastón que escribían y escribían. Llenaban hojas y coloreaban el mapa de Argentina. Los colores del mapa se parecían a mi bosque con amarillos, rojos, negros y pasteles. Yo no pude escribir nada. No había estudiado Geografía, lo poco que sabía no lo pude escribir. Me lo pasaba observando a Ella y a Tuco. Se
notaba que ellos dos si habían estudiado mucho, no paraban de escribir. Seguí perdido en mi mural inventado. Miré a todos mis compañeros. Algunos escribían bien rápido, otros pensaban como recordando lo que habían estudiado. A mí se me borro todo lo que había leído, no me podía concentrar. Seguía pendiente de lo que hacía Aimara y Tuco. Me levanté con mis muletas, hice un poco de ruido sin querer y entregué la hoja en blanco a la Profesora. Ella me miró haciendo un gesto de desdén, y me dijo:
Me puse todo colorado y no le dije nada. ¿Qué le iba a decir?, que me desconcentré por mirarla a Ella. Le pedí permiso para ir al baño y salí.
Al rato sonó el timbre y cuando estábamos en el recreo quise acercarme a Ella. Quería preguntarle qué le pasaba que no me había saludado y me ignoraba. Tendría que acercarme rápido a ella antes de que se le pegara el colorado ese. No podía moverme rápido. Todos me miraban con cara de lástima. Me sentía un ridículo. Yo odiaba mis muletas, ¡Las odiaba!
En el recreo se me acercaron Tincho, Guada, Laura, Marcelo y otros que no eran tan amigos. Aimara ni me miró. Tampoco llegué a donde estaba ella. Se había puesto a charlar en la otra punta del patio con Gastón al lado de una columna. Una de las tantas columnas de nuestro patio. Justo habían elegido la que estaba más lejos del aula sino yo hubiera podido acercarme a Ella, aunque el colorado me miraría con mala cara a mí no me iba a importar.
Ella lo miraba como si lo quisiera mucho. Yo no quería ni pensar que estuvieran enamorados. No, no.. eso era una locura. Si Aimara lo pasaba tan bien conmigo en mi bosque de colores… pajaritos. y el viejo del trombón. Ella no podía estar enamorada de ese colorado flacucho alto. Y si era como decía mi abuela, Aimara tendría que estar enamorada de alguien, y Tuco también, y Laura, y Guada… Tincho no estaba enamorado de nadie, ya me lo dijo el otro día cuando le pregunté y le dije lo que me contó mi abuela. Será que todos los chicos no se enamoran. Algunos se deben enamorar y otros no. Yo estoy en el grupo de los que nos enamoramos. Pero recién este año me gusta Aimara, el año pasado apenas la miraba. Pero… este año no sé qué me pasó. Empecé a soñar con ella, y me encantaba su pelo ondulado y rubio v como se movía. Todo. Todo lo que ella hacía era perfecto.
Me acerqué a Laura, y le pregunté al oído:
– ¿Aimara y el colorado, son novios?
– No tengo idea – me dijo con un tono raro. – Preguntádselo a ellos. Yo no soy periodista.
– Bueno, no te enojes – le dije. – Te pregunto porque ustedes son amigas.
– Y eso qué tiene que ver – dijo y se fue a hablar con un grupito de chicas que estaban a unos metros de donde estaba yo.
Laura me contestó mal, y noté que me hubiera mandado al pasear a Indonesia si yo no estuviera con estas muletas que apenas me dejan caminar. ¿Laura estará enamorada de alguno de mis compañeros? Otro día se lo voy a preguntar, ahora mejor no, está enojada por lo de recién.
Yo me quedé pensando que si Aimara y Gastón eran novios no podría acercarme más Ella, la cucaracha no me lo iba a permitir. Yo los seguía observando. Me imaginaba al colorado como un horrible bicho con sus patitas deslizándose por la pared. Un bicho que quería subir, pero no podía, cada vez que hacia un envión para trepar tenía que volver a su lugar.
Desde donde yo estaba veía que ahora Aimara lo miraba como si no oyera lo que él hablaba y hablaba, como si la cucaracha del cuento nunca hubiera aparecido y no le importara nada de ese estúpido colorado.
Cuando ella giro la cabeza para su derecha me vio que estaba con Tincho, Guarda, Marcelo y tres o cuatro chicos más. Aimara se acercó a nosotros olvidándose de la cucaracha colorado, que imaginé rodando por el piso y aplastado por un chico que calzara como 42. Cuando Ella se sumó al grupo, me preguntó cómo estaba y se disculpó por no haberme ido a ver… Y su bronquitis que la tuvo en cama. y qué sentía yo al tener que usar esas muletas… y si me dolía mucho la pierna.
Yo no entendía nada de la misma emoción. Aimara, mi querida Aimara, se acercó para saludarme. Me olvidé de los que me rodeaban y me acerqué bien a ella. Me apoyé firme en una de mis muletas y grité con todas mis fuerzas en medio del patio:
Todos se quedaron boquiabiertos, los chicos, el preceptor, los profesores, Aimara, y también la cucaracha colorada.
A mí ya no me importaba nada. No tenía que perder. Nunca gane más que un mural pintado en mi mente. Ese mural en el que con mi imaginación entraba y salía con Aimara…. los árboles, los pajaritos de colores, y el viento que tocaba música.
Y seguí hablándole a Ella.
Vi que Aimara se puso toda roja de la vergüenza y que estaba a punto de llorar. Mientras la cucaracha se acercó a ella para consolarla.
Cuando me llevaban para la Dirección, seguí hablándole a Ella:
– Todos los días te escribo una poesía y nunca me animo a entregársela y también tres sigo a tus clases de inglés. Imagino que estamos juntos en un bosque verde de arbustos y con un trombón que festeja nuestro amor. Vos estás feliz ahí conmigo. Mi cuarto y el cielorraso del salón saben que te pienso y te miro cada minuto, todos los días
Cuando llegamos a la puerta de la Dirección, el silencio era total. Todos estaban pendientes de mí. Me miraban y se reían locos ante mi declaración de amor. Gastón se acercó a donde estaba Aimara para abrazarla, parecía que ella se iba a poner a llorar. Tincho me hizo cara de que no me entendía.
De repente, Laura corrió hasta la puerta de la Dirección y me sacó una de mis muletas. Supuse que me iba a dar un golpe en la cabeza por testarudo. Cerré los ojos para que el golpe me doliera menos. Pero me equivoqué, la muleta fue a parar a la cara de mi querida Aimara. Se oyeron los gritos de Laura. Gritos de bronca. Una bronca que estuvo escondida por mucho más tiempo del que yo hubiera imaginado. Gastón llego a agarrar las muletas e impidió que diera de lleno en la cara de Aimara. Apenas le rozó el brazo a ella.
Laura se puso a llorar. Aimara también. En el patio se armó un lio terrible. Algunos consolaban a Aimara, otros a Laura. Yo no entendía nada lo que pasaba. En realidad, en ese momento llegué a suponer que Laura podría estar enamorada de mí. ¿Laura enamorada de mí? La verdad es que me dolía un poco la cabeza. El preceptor me alcanzó la muleta. El recreo se terminó ahí en ese momento. La Directora mandó a todos los chicos a sus aulas, excepto a Laura y a mí. Nosotros dos íbamos para la Dirección.
Otra vez, se repetía la misma historia; el preceptor llamando por teléfono a mis padres, y hoy también a los de Laura.
La Directora habló con mamá:
El problema hoy lo tuvo Laura. Pobre Laura. Ella quería cuidarme como lo hacía siempre, y al final terminó en líos. Ahora fue a ella a la que suspendieron. Ni siquiera había llegado a golpearla a Aimara con mi muleta la cucaracha la atajó en el aire. Sólo le había rozado un brazo, pero no le hizo daño.
Vinieron a buscarnos nuestras mamás. Antes de despedirnos, Laura me miró con cara de preocupada. Si bien yo no había golpeado a nadie esta vez, en casa me volvieron a retar y a poner en penitencia. No había golpeado a Gastón, pero el lio lo armé yo por gritar en medio del patio y decir que estaba enamorad de Aimara. Y la pobre Laura que reaccionó de esa manera. ¿Qué raro? ¿Se habría peleado antes con Aimara? Ahora, a ella la iban a castigar también y no me podría venir a visitar. Yo la extrañaría: Laura siempre me acompañaba. Siempre.
Yo estaba enamorado de Aimara.
¿Y Laura? ¿Qué le pasaba a ella?
Me dormí escribiendo estas dos preguntas. El tiempo las iría a contestar más adelante.
Madrugada 7
No es la mejor madrugada que me tocó escribir el diario. La amonestaron a Laura, yo no podía ir al colegio por una semana. Me siento culpable por eso. Porque el que armo todo el lio en el recreo fui yo. A mí no me amonestaron; al final de cuentas lo que hice fue «una chiquilinada”, según escuché que le decía la Directora a mi mamá. No sé qué es una “chiquilinada” para la Directora. Yo no me creo inmaduro por haber hecho lo que hice.
Sólo le confesé mi amor a la chica que quiero. Creo que más de uno
hecho lo mismo si se animaran. Ellos se reían de mí, pero los alumnos que estaban en el patio hubieran hecho lo mismo si se animaran. Ellos se reían de mí, pero no saben lo que es estar en mi lugar. Y es capaz que los grandes que trabajan en el colegio también tienen ganas de decir las cosas como las digo yo, y es capaz que no lo hacen porque les da vergüenza o miedo a que los rechacen. A veces, yo no entiendo a los adultos. Porque si es como la abuela me contó el otro día, ellos deberían entender a un chico de doce años enamorado. Porque a ellos les debe haber pasado lo mismo a mi edad.
En mi cama, estoy boca arriba mirando al techo, sosteniendo la lapicera en mi boca y con las manos debajo de mi nuca. Otra vez, pienso y me pregunto ¿Por qué Laura habrá reaccionado de ese modo? ¿Se habrá peleado con Aimara mientras yo estuve faltando al colegio? No lo entiendo. Laura es una chica muy tranquila incapaz hasta de hablar en voz muy alta. Es muy tímida.
Tengo mucho sueño, pero me voy a levantar a escribir más en el diario. No sé, me dieron ganas de escribir acerca de Laura, de Lau. Ella es tan buena. Y ahora estará sola en su cuarto. ¿Escribirá Laura? La otra vez me contó que le gustaba leer y pintar. Le voy a decir a mi abuela que me ayude a elegir un lindo libro de eses que vienen con dibujos para pintar, que no son para las nenas chiquitas sino para las adolescentes. Me quiero disculpar por todo lo que le está pasando. Mañana, después de venir de la escuela voy a decirle a mi abuela que me ayude, que me acompañe a comprar ese libro.
Y si la llamo ahora, ¿Será muy tarde? Intento, si no me atiende rápido, corto.
– Hola – m e contestó la abuela al teléfono – ¿Quién habla?
– Hola, abue. Soy Julián, ¿te desperté?
– No, corazón – me dijo ella – ¿Qué te pasa? ¿Te metiste en líos otra vez?
Le conté todo lo que había pasado hoy. Ella se reía v me decía que estaba orgullosa de mi, que siempre había que decir lo que sentíamos y que era lógico que eso molestara en el colegio… que ella lo entendía porque si todos hicieran lo mismo que yo. y algunas cosas más, me dijo la abuela.
– Me parece muy buena idea – me dijo cuándo le consulte de algo para Laura -. El otro día en la librería vi un libro hermoso que es la historia de «Alicia en el país de las Maravillas», pero en ilustraciones para colorear. Si yo hubiera tenido una nieta de tu edad, se lo hubiera regalado. Me encanto.
– Entonces mañana – le dije -voy a la librería y se lo compro.
Me despedí de la abuela. Ahora me siento más tranquilo, estoy seguro que a Lau le va a encantar mi regalo. Mañana se lo compro y se lo llevo a su casa. Le va a venir bien, debe estar aburrida sin ir al colegio y en penitencia. Ahora, que me pongo a pensar, cuando yo entre a la escuela la voy a extrañar a Laura. Todos estos días en que ella no estuvo la extrañe.
No sé de qué me voy a disfrazar para ir al colegio mañana. Ni quiero pensarlo. Todos se van a reír de mí.
Algunos hasta me aplaudían. No sé si por burla o si por el coraje que tuve de decir lo que dije frente a todo el colegio. Sentí que me prendí fuego en un momento.
¿Y qué estará pensando Aimara? ¿Ella también se reirá de mí? No puedo creer lo que hice. ¿Cómo ese me ocurrió? «Todos los días te escribo una poesía y no me animo a entregártela».
¿Y Laura? ¿Será que Laura está enamorada de mí? No creo. No soy muy lindo que digamos. Ella, además es mi amiga, y yo la quiero un montón. Ella también me quiere. Me acompaña a todos lados, sabe todo, porque le conto todo. No, no, no…. No creo. Si gustara de mi me lo habría dicho.
Tengo tantas páginas escritas ya. Por ahí tengo algún error en la redacción, pero es como me sale. Igual, es un diario, mi diario. Nadie lo leería sin que yo le diera el permiso para hacerlo. Si mi mama quisiera buscarlo, no lo encontraría; lo guardo en el cajón de mi escritorio que tiene llave. Si lo llegara a leer mi mama, no, prefiero que nunca lo encuentre, que no lo lea nadie. Yo lo escribo para mí.
No me salen muchas palabras esta noche. Mis papas ya están durmiendo. No se dieron cuenta de que todavía estoy despierto sino alguno de los dos hubiera venido a decirme: «Julián, acóstate que mañana tenes que levantarte temprano para ir al colegio.». Todos los días lo mismo. Al final de cuentas, es mejor que piense menos y escriba más; cuando sea grande quiero
ser escritor. Me gustaría ser escritor, si, como ese Kafka, el de la cucaracha. Aunque a mí me gustan más las aventuras γ el terror; cuando sea grande voy a escribir como Kafka, mejor. También me gusta la poesía, pero si lo cuento se reirían. No van a entender que me guste escribir y menos si es poesía. «Ahí va el poeta romanticón» dirían mis compañeros. Ni los grandes me entenderían. Si todos supieran que me gusta escribir, y que además tengo un diario donde escribo todas las noches todo lo que me pasa. Aimara me miraría horrorizada, Tincho diría “Te golpeaste la cabeza cuando te caíste de la bici? , el colorado “Una cucaracha que inventa un corazón para escribir poemas” , mis papas “Tenes que madurar, con doce años no podes saber nada todavía”, y los otros compañeros, mis profesores, la directora y hasta el portero y las que traen el desayuno se reirían hasta cansarse; pero hay dos personas en el mundo, solo dos personas que me entienden; mi abuela que me aconseja y me ayuda cuando tengo un problema y Laura; ella es la única que no se ríe de mis locuras, es como si fuera mi hermana, se preocupar por mi como yo por ella.
Tengo un poco de sueño. Es re tarde ya. ¿Qué pasará mañana en la escuela? ¿Qué me dirá Aimara? ¿Y Gastón? Gastón me va a odiar seguro, y todavía faltan como dos meses para que terminen las clases, ya el año que viene empiezo la secundaria, y a lo mejor mi mama me cambie de colegio, y no lo veo más. ¿Pero y Aimara?, ella si va a seguir en el mismo colegio, Laura también.
Tengo mucho sueño, mañana será otro día….
¿Qué día será mañana?
Madrugada 8
Hoy cuando volvía del Colegio pasé por la librería y busqué el libro que me dijo la abuela. Lo encontré. Las Aventuras de Alicia en el país de las Maravillas, todo ilustrado y con frases que a Lau le van a gustar: Alicia advirtió, con cierta sorpresa, que las piedrecitas se convertían en pastelitos, ¡Brilla, brilla ratita alada! ¿En qué estarás tan atareada?
A la tarde fui a visitar a Laura γ le llevé el libro de regalo.
Su mamá nos hizo la merienda y después nos pusimos a ver el libro, y mirar las ilustraciones y leer las frases que tenían. Laura estaba feliz, se le notaba en la cara. Me contó que ella había leído la novela completa de Lewis Carroll, y que le había gustado un montón, pero que este libro lleno de ilustraciones le gustaba más todavía.
Le dije que la extrañaba en el colegio. Y que algunos de los chicos me miraban y hablaban bajito cuando pasaba por al lado de ellos, seguramente comentando lo que yo había hecho el otro día. Laura me dijo que no les hiciera caso. También me pidió perdón por el lio que armó cuando me saco la muleta y le quiso pegar a Aimara. Le molestaba que fuera tan indiferente conmigo. Que como es mi amiga no quiere que m traten de esa manera. Así que se me fue de la cabeza mi ocurrencia de que Laura pudiera estar enamorada de mí. La verdad es que es mejor, sino sufriría
mucho porque yo vivo hablándole de Aimara. Me quedé como dos horas charlando con Laura, me sentía muy bien con ella.
Cuando volvía de la casa de Laura se me ocurrió pararme a hablar con Caspiano. Es un hombre que siempre anda por el barrio. Está un poco sucio y, a veces, habla solo. Yo lo conozco desde que voy a tercero o cuarto grado. Mi mamá nunca me deja acercarme a él. Pero no es malo, no tiene casa, y ni familia, amigos tampoco, no le tengo miedo a Caspiano. Lo más desubicado que hace es gritar de vez en cuando. No grita malas palabras; nombra a una tal Sonia. Dice como que la quiere desde toda la vida. ¿Estará enamorado de una mujer con ese nombre? Capas le pasa lo mismo que a mí que a mí que estoy enamorado de Aimara. El otro día también grité en el patio del colegio que la quería. ¿Y? ¿Está mal hacer eso? Me pregunto yo, una y otra vez. ¿Por qué nos tiene que dar vergüenza gritar nuestro amor por otra persona? A mí me da vergüenza, sí. Mis compañeros me miran con risitas disimuladas, menos Laura que es la única que me banca en ésta y en todo. Mi querida Laura.
Y entonces, me acerqué y le hablé a ese hombre, que, según dice la gente del barrio este medio loco. El señor estaba sentado sobre una frazada, parecía vieja y sucia, y apoyaba su espalda en una de las paredes de una casa que estaba abandonada.
– ¿Hola, Caspiano, Te puedo hacer una pregunta?
– ¿Quién sos, nene? – me dijo, mirándome con desconfianza.
– Soy Julián -le dije.
-. Yo te veo por acá desde que soy chico. Cada vez que voy al colegio. –
– ¿Vos vivís en la calle?
– Y a vos, ¿qué te importa? – me dijo, pasándose la mano sucia por la nariz.
– Como siempre estás tan solo – le dije mientras me acercaba al lado de él. Se notaba que no tenía a donde ir. ¿Dónde comerá cuando tiene hambre? ¿Y cuando hace frio o llueve, donde duerme? – ¿Queres que seamos amigos?
El viejo Caspiano me miró de arriba abajo. Se quedó como pensando. Se paró y con voz seria me dijo:
Lo miré con algo de emoción y expectante para ver en que quería que lo ayude. ¿Me aceptaría como su amigo?
– Dale, sí. ¿Qué querés que haga?
– Bueno, bueno, pero tenes que venir el viernes a la noche, y ahí te digo.
– ¿A qué hora? – le pregunté, y mientras pensaba qué excusa le iba a poner a mama para
salir de casa. A los dos, Mama y Papa.
bolsillo de su saco. -Bueno, ya. Ándate nomás. Si querés venir el viernes; acá voy a estar.
Cuando lo salude vi de reojo que sonrió. Parecía que ya no desconfiaba de mí.
Esta noche cuesta dormir. Me dan vueltas mil ideas de lo que tendré que hacer para
que el viejo Caspiano se hiciera mi amigo. Y seguro podría averiguar quién era Sonia y por qué la llamaba gritos.
Pensaba y pensaba qué mentira les diría a mamá y a papá para que me dejen salir a esa hora. Se
me ocurrió que podría decirles que iba a la casa de alguno de mis amigos. No sería tan fácil: mamá seguro que me llevaría en el auto hasta la casa del amigo que yo le dijera. Uy, qué difícil se me ponía la cosa.
Di mil vueltas en la cama. En una de esas se me ocurrió que le diría que iba a un torneo de Play en la casa de Tincho, mi mejor amigo. Ella me llevaría, me dejaría en la puerta de la casa.
Sería complicado organizar todo, pero no me podía salir mal… no le podía fallar a Caspiano.
Pero, tendría que convencer a mi amigo para que me ayudara con la mentira. Mañana en el colegio le cuento todo. En realidad, algo. Porque si no, me iba a querer acompañar y ahí lo arruinaríamos todo.
Espero que Tincho me ayude porque si no yo voy a estar en apuros. A Laura no le puedo decir esta vez, no la quiero complicar más de lo que ya lo hice. A Tincho le voy a tener que explicar varias veces lo que quiero hacer, aunque sea a medias, porque si no no va a entender. Siempre hace lo que hay que hacer y nunca se mete en ningún lío. Es capaz que es mejor ser así.
Madrugada 9
Hoy hable con Tincho. Le explique lo de Caspiano. Me dijo que era una locura. Después de escuchar todo lo que me tenía que decir, acepto ayudarme para que mi mama se creyera lo de la Play.
A las 9 de la noche en punto, yo estaba donde Caspiano me citó. Llegué, miré para todos lados Caspiano no estaba. ¿Me habría mentido? Me quedé parado en la esquina. Esperé un
rato largo. Cuando pasó como media hora, apareció.
– Hola, hola – oí la voz de Caspiano -. Pensé que no te animabas a venir, Julián.
– Yo cumplo mis promesas, don Caspiano – le dije orgulloso.
– Muchos me prometieron que me acompañarían – me dijo, moviendo la cabeza para uno y otro lado -, pero después no aparecieron. Vamos – agarró su bolsa y se la cargó al hombro
– ¿Adónde vamos? – le dije, intrigado.
– Seguime – me dijo –
Yo lo seguí sin abrir la boca. Caminamos unas ocho cuadras para el lado más oscuro del barrio.
La zona en donde las casas eran más feas. Paramos en la vereda de una casona con un paredón de unos dos metros que parecía dar al fondo.
lado. Vas a pasar por un jardín un poco abandonado, lleno de arbustos y algunas estatuas de dragones. Yo lo miraba con los ojos bien grandes y asintiendo con mi cabeza. Prefería no preguntarle nada. Pensé en salir corriendo y volver a casa, pero no, gran reto me iba a llevar.
– ¿Saltar? ¿Yo solo? – le dije, pero igual se me fue un poco el miedo
– Y sí. Si yo pudiera hacerlo no te pediría ayuda – me dijo y se miró los pies y las manos.
Abrió su bolsa y sacó una linterna. Me dijo:
Y él siguió hablándome…
Puerta que es la del garaje. Vas a tener que caminar unos quince metros desde esta pared. No te asustes, no te va a pasar nada, aunque veas que el jardín está oscuro.
– ¿Y después cómo salgo de ahí? – le pregunté
Pasó una moto a toda velocidad. A una cuadra vimos que venían dos autos. Me dijo que me
escondiera detrás del arbusto que teníamos al lado, en la vereda.
Se rio muy fuerte. Con la poca luz que había en la calle pude ver que le faltaban dos dientes. Y
ahí sí, me agarró un poco de miedo. Sacó de la bolsa un sobre y me lo dio.
ver que hay luz. Golpea suave el vidrio y pregunta por Sonia. Cuando ella se asome por la ventana, le entregas este sobre.
– ¿Y qué es este sobre? ¿Una carta? – le pregunté, curioso.
– Hace lo que te digo, y cuando vuelvas te cuento – me dijo.
– ¿Cómo sé que es Sonia la que me abre? – le pregunté.
– Ella vive sola ahora en la casona – me dijo Caspiano -. Así que quedate tranquilo que
ninguna persona va a estar ahí. Sólo ella.
¿Y si esa tal Sonia no me dejaba salir de la casona? ¿Cómo sería esa Sonia? ¿Se enojaría por la carta?
Fue como si el viejo me hubiera leído el pensamiento. Me dijo…
Sonia, te va a dejar salir y no se va a enojar con vos. No le tengas miedo. Ella no es mala –
dijo, mientras colocaba sus manos una encima de la otra para que yo pudiera treparme -. Del otro lado del paredón, a esta misma altura, hay un árbol en donde te podrás subir y pasarte de nuevo para este lado.
Me miró fijo.
– ¿Todo entendido? – me preguntó.
-. Todo perfecto, don Caspiano – le dije.
Salté. Al menos tenía de aliada a la luna que brillaba en medio del cielo cuando no se cruzaba una nube、La luna era mi cómplice. Si hubiera sido una noche bien oscura no sé si me hubiera animado a saltar a esa casona que parecía embrujada.
Caspiano había calculado mal la distancia o yo tenía miedo, llegar a la ventana que
tenía la luz encendida me llevó mucho tiempo. Tuve que pasar por arbustos puntiagudos, pisar hojas que parecían carnívoras. Ese fondo era horrible. Y era verdad lo de las estatuas de dragones. Pensé que el viejo se estaba burlando de mi cuando me describió el fondo de la casa. El jardín era horrendo. Menos mal que yo no soy miedoso. Aunque en verdad tuve un poco de miedo. Pero, ya no podía arrepentirme, menos aún, dejar de entregar el sobre. La casona parecía una verdadera casa embrujada, tenía una planta baja y la planta alta con varias ventanas todas oscuras, y también vi una chimenea. Yo caminaba despacio para no caerme ni hacer ruido. Supuse que no había ningún perro en la casona sino hubiera ladrado. Los perros escuchan todo desde bien lejos. Hasta ahí el lugar era como me dijo el viejo. Había sólo una ventana iluminada. Golpeé y llamé a esa Sonia.
que me dio Caspiano
Oí unos pasos adentro de la habitación. Alguien se acercaba a la ventana. Mamita en que lio me
estaba metiendo.
– ¿Quién está ahí? – dijo una voz de mujer mientras se oyó crujir una ventana que parecía abrirse.
– Me llamo Julián – respondí lo más tranquilo que pude, γ la luna iluminó de lleno mi cara – Traje un sobre para usted. Me lo manda el señor Caspiano
La ventana se fue abriendo de a poco. La cara de la mujer también se iluminó con la luna llena.
La mujer tenía muchas arrugas en su cara, y el pelo lleno de canas como mi abuela, esta señora, tenía el pelo largo y despeinado, abultado hacia un costado. Unos lentes redondos sobre sus ojos descansaban una mirada penetrante enmarcada de dos finas y largas cejas que me hicieron recordar a algún personaje de cuentos.
Me miro, a través de sus cristales, levanto una ceja, y así como estiro su mano, me quito el sobre.
Y salí corriendo. Me asuste.
Llegué al paredón desde donde había saltado. Me pinché con unos arbustos que al entrar logré esquivar. El árbol que me había prometido Caspiano, que estaría, estaba.
– Caspiano – grite, y a mi grito lo acompañó el maullido de un gato que pasó entre mis piernas.
– Si si-escuché – Acá estoy. Dale subí y tirate para este lado que yo te ayudo.
Caí todo despatarrado sobre la vereda. Menos mal que no me lastimé ni me rompí la ropa, si no mama me iba a preguntar dónde había estado.
– ¿Todo bien? – Me preguntó Caspiano- ¿Sonia agarró el sobre? ¿Te preguntó algo?
-. Sí todo bien -le contesté – Me asusté un poco por el jardín que es muy feo –
Nos fuimos caminando despacio hasta la esquina de la casa abandonada en donde casi siempre dormía Caspiano.
El me miró como me mira mi abuelo, y sonrió. Tiró una frazada bastante limpia en el piso y me dijo:
Se sentó al lado como para velar mi sueño.
Cuando me acosté extrañé un poco mi cama. Pero, la aventura de dormir en la calle con Caspiano era más que excitante. Además, cuando se lo contara a mi amigo Tincho ni me lo iba a creer. Y de
Sonia. Aunque pensándolo bien sería mejor no hacer demasiados comentarios acerca de lo
que había pasado esta noche.
Por suerte era primavera y no hacia frio. Acababa de vivir la aventura más estupenda de todas las que pude haber imaginado.
Al principio no me podía dormir, pero después de un rato largo, el cansancio me ganó y soñé y todo. Esa noche soñé con Sonia y Caspiano, y también con Laura. Pero no fueron pesadillas, eran sueños que me hacían reír. Ni bien salió el sol, Caspiano me despertó.
– Es hora de que vuelvas a tu casa – me dijo sacudiéndome -. No quiero que te vean conmigo, las personas no entienden, puedo tener problemas.
-. Sí, si claro – dije y pegué un salto para pararme – ¿Otro día me vas a contar quién es Sonia y porque le mandaste ese sobre?
– Si, otro día te cuento – me dijo palmeándome la espalda -. Ahora andate a descansar. Y muchas gracias por ayudarme, Julián.
Madrugada 10
Después de semejante noche volví a casa bien temprano. No quería que ningún vecino me viera
con el viejo y le contara a mis padres.
A mamá le sorprendió que volviera a las siete de la mañana, le dije que no me sentía bien y que la extrañaba.
– ¿Cómo lo pasaron, Julián? -preguntó mamá
– La pasamos genial – le dije mientras me iba para el baño – Nos divertimos mucho. Ahora
tengo un poco de sueño. ¿Me ducho y me puedo acostar un rato?
Durante esa semana y la que siguió estuve medio raro. Mis compañeros pensaban
que era por lo que había pasado en el recreo la otra vez. Tincho, me preguntó un par de veces
adónde fui con el viejo Caspiano. Le dije que al final no lo había encontrado. No quería que alguien se enteraba de lo que había hecho, mis padres no me lo iban a perdonar. Quería seguir viendo a Caspiano. Tendría que hacerlo cuando nadie pudiera verme con él. Debía contarme lo de su historia con Sonia. Quería encontrarlo de nuevo.
Todas las tardes pasaba con la bicicleta por donde siempre estaba Caspiano, para ver si lo encontraba; no lo vi. Parecía como si se lo hubiera tragado la tierra. ¿Dónde se había metido? Quizás cambio de ligar, se fue a otra esquina. Recorrí todo el barrio para encontrarlo, pare en cada esquina, espere un rato, pero nunca apareció. Se me ocurrió ir hasta el caserón de Sonia, quizás este sentado contra la pared, esperando por algo. Tampoco, ni un rastro. ¿Por qué habría desaparecido Caspiano?
A nadie le importaba como estaba, podía mentirles fácilmente. La única que no me creía era Laura, mi amiga Laura. No se cansaba de preguntarme cuando tenía la oportunidad.
Después de varios días de insistir, una y otra vez, al final le dije:
Un rato antes de la hora yo ya había llegado, me senté en el pasto, cerquita de las hamacas. Ahí quedamos en encontrarnos. Cinco y cincuenta y nueve, y ya casi era la hora, la veo caminar hacia donde estoy, seguramente porque ya me había visto; y sentí que estaba dentro de una película, Laura se veía radiante, el viento jugaba con su cabello lacio, cubriendo al compás de la briza, su rostro blanco como una porcelana fina. Asomaron sus ojos negros que parecían dos piedras preciosas. Se sentó cerca mío y después de saludarme, me dijo:
Le conté todo lo que había hecho esa noche con Caspiano; lo de la carta, el jardín lleno de arbustos, de Sonia, que dormí en la calle, todo con lujo de detalles.
Laura me escuchó atentamente y en ocasiones abría los ojos tan grandes que parecía como si le diera miedo lo que le contaba. De a ratos, sonreía y se le formaban hoyuelos en las mejillas y su lacio pelo caían a los costados con más soltura. Qué lindo cabello tenia, recién me doy cuenta…
Me sorprendí su comentario, nunca la oí hablar así de ellos, ahí me di cuenta de que el golpe que le había querido dar a Aimara tenía un motivo; no la quería. Yo siempre en las nubes. ¿Cómo no me había dado cuenta? Puede ser que Laura le de bronca que los dos se hagan los lindos por toda la escuela. Como si solo ellos existieran, como si fueran los más importantes. Pero aparte me dijo que le daba bronca como ella me trataba. Deben ser cosas de chicas, les dan muchas vueltas a las cosas, son más complicadas que los varones.
Cuando agarró la flor, nuestras manos se rozaron y sentí como una cosquilla en el estómago. No sé fue raro lo que me pasó con Laura. Ella sonrió y me dio un beso en la mejilla. Me puse colorado, como siempre.
– ¿Por qué decís que te metiste en líos? -me dijo tranquilizándome
– No sé, Sonia era rara -le contesté- Y además no vi más a Caspiano. Se habrá mudado de
barrio. Es todo muy raro.
Laura me conto que estaba coloreando el libro que yo le había regalado. Me confesó que además de pintar y leer, a ella también le gustaba escribir.
Ella sonrió, y abriendo la mochila me mostró el libro y una caja de lápices de colores.
Hablamos del colegio un rato más. Teníamos pendiente el partido de fútbol con otro colegio, era para recaudar dinero para el viaje de egresados. Laura me contó que todas Ias chicas del
grado estaban pintando una bandera para alentarnos el día del partido. Se cobraría una entrada de poco valor y, además, íbamos a vender hamburguesas, panchos y gaseosas. Pasaron
como dos horas y antes de que se hiciera de noche la acompañé hasta la casa y me volví en la bici.
Volví a pasar por la esquina de Caspiano, pero no estaba. Ni señales del viejo. Se me ocurrió
preguntarle por él, a una señora que vivía justo enfrente de esa esquina.
mugriento y grita asustando a los chicos.
– Pero es malo ese hombre? -pregunté, como si nunca hubiera hablado con é
-. No, no es malo-me contestó- Pero sus gritos asustan. Si no viene más por acá, yo estaría
tranquila. Y vos cuídate, nene.
Era evidente que en el barrio no lo querían. No tenían un motivo valedero, les molestaba porque estaba sucio y gritaba. Pero nadie se acercaba a él para preguntarle si lo podían ayudar. A veces, los grandes me sorprenden. Nos enseñan tantas cosas buenas que debemos hacer y no se detienen un minuto para saben qué le pasa a la persona que está al lado de ellos o que se cruzan todos los días. Siempre están tan apurados que parar un minuto para mirar a los ojos al resto de la gente, les parece perder el tiempo. A mí me gusta mirar a la gente a los ojos. Los ojos hablan tanto. Como los ojos renegridos de Laura, que, sin quererlo, hoy me dijeron muchas cosas. Aunque ella lo niegue con sus palabras, yo creo que sus ojos me dijeron que Lau se está enamorando de mí. Y eso de que le quiso pegar a Aimara porque Aimara me trata con indiferencia, creo que no
es tan cierto.
Cuando volví a casa no podía sacarme a Laura de la cabeza. Fue rara esa noche no soñé con la Sonia o con n mi eterna enamorada Aimara. Soñé toda la noche con mi amiga Laura. . Laura… Laura. Su pelo negro, Sus ojos mirándome profundamente. y los hoyuelos que se le formaban en las mejillas. Qué linda y dulce que es Laura.
Madrugada 11
Me hice muy compinche de Laura y nos encontrábamos casi todas las tardes en la plaza. Yo siempre le regalaba margaritas que había cerca de donde nos sentábamos, ella la guardaba en algún bolsillo o en la mochila. Siempre me sonreía cuando se la daba. Ya no se ponía colorada como la primera vez.
Siempre, antes de acompañarla a la casa, pasábamos por la esquina de Caspiano, algún día él iba a aparecer. No perdíamos la esperanza. Además, Laura quería conocer al viejo del que tanto le hablaba yo.
Yo vela muy feliz a Laura. Me encantaba verla sonreír y mirar los hoyuelos que se le formaban en sus mejillas, En la escuela, ya no estaba tan pendiente de Aimara y Gastón. Laura y yo sabíamos que nos teníamos que portar bien sino nos iban volver a suspender unos días. Así que volvimos a ser los de siempre… dos alumnos tranquilos y estudiosos.
La cucaracha colorada cuando tenía oportunidad pasaba cerca mía para decirme algo feo o reírse burlonamente.
Yo hacía como que no lo oía. Él estaba buscando que yo me enojara y le volviera a pegar así me expulsaban del colegio
Los demás chicos casi que ya se olvidaron de mis gritos enamorados de aquel día de la muleta. Muchos pensaron que esa vez estaba un poco loco por el dolor de mi pierna. Yo ya no usaba las muletas. Podía caminar como antes. Y cuando alguno me preguntaba qué me había pasado esa vez, le decía que el dolor me hizo decir cosas que ya no recordaba. La mayoría me creía. Aimara no se acercaba mucho a mí, era como si me tuviera miedo. A Laura la saludaba apenas. Seguro que volverían a amigarse, con el tiempo serian amigas otra vez.
Una de las tardes en la que paseábamos con Laura, vimos a Caspiano en la esquina de siempre. Yo no lo podía creer. qué emoción!
Me acerqué yo solo para saludarlo, era preferible que Laura se quedara enfrente. No sabía si el viejo se iba a enojar al verme aparecer con una amiga.
Él se acomodó sobre la manta que tenía en la vereda, me miró sonriendo y me dijo:
– Si, mi amiga Laura
– Decile que venga-me dijo-. ¿Es tu novia?
– No, no. Es mi amiga del colegio
Caspiano me miró sonriendo. Le hice señas a Laura para que se acerque a nosotros. Después de
presentarlos, nos quedamos charlando un rato largo con él. En medio de la conversación vi que la
señora del otro día nos miraba desde la ventana de su casa. Espero que no conozca a mi mamá y le cuente, sino voy a estar en problemas. Hablamos mucho, y Caspiano nos dijo:
– Si, si- dijimos a dúo, Laura y yo.
– Hace muchos años-empezó a hablarnos-, Sonia y yo éramos novios. Pero los padres de Sonia no me querían a mí porque no tenía mucho dinero. Decidieron encerrar a Sonia para que no me viera más. Le consiguieron un novio que tenía una hacienda muy grande. Y querían que se casara con él. En esa época, pasaban esas cosas, no es como ahora que cada uno elige a su novio. Bueno, a veces
Si te dejaban elegir el novio o la novia. Dependía de cada familia.
Laura y yo lo escuchábamos atentamente, y nos mirábamos de vez en cuando sorprendidos por lo que nos contaba Caspiano.
Y nos siguió contando:
Continuo el relato después de una breve pausa, como si se transportara a ese día, su cara se tornó triste.
Yo la miré sonriendo. Yo tampoco pensaba que estas cosas pudieran suceder de verdad
Caspiano siguió:
– ¿Y los padres esos tan malos qué le hicieron a Sonia? -le pregunté al viejo
– La encerraron en esa casa y nunca más la dejaron salir. En el barrio se comentaba que la chica se estaba convirtiendo en bruja de pura tristeza nomás. Yo no pude verla nunca más. De vez en cuando, cuando pasaba algún chico como vos -dijo, y me palmeó la espalda le mandaba una carta. Los chicos empezaron a no acercarse más a mí. Yo prometí quedarme acá hasta recuperar a Sonia. Como verán, el tiempo paso y paso. Pero gracias a la carta que vos le llevaste nene, pude verla hace unos días.
Miro hacia el cielo como agradeciendo.
En ese instante, sentí los ojos de Laura que me miraron. Ella también tenía algunas lágrimas, seguro se había emocionado por lo que nos estaba contando el viejo. Yo me imaginaba en la esquina de una vereda del barrio esperando que Aimara entendiera mi amor por ella. Y, otra vez, apareció el mural de colores con los paritos, los árboles y el hombre del trombón. Por un momento, dejé de escuchar a Caspiano… mi imaginación se había escapado a ese bosque que inventé hace tiempo. Antes de volver a la realidad y verme en la esquina hablando con Laura y Caspiano mágicamente en mi mural de colores apareció el pelo lacio de Laura que acariciaban mi pulóver azul. Sacudí la cabeza para que desaparezca mi ilusión inventada y seguí escuchando a Caspiano. Laura estaba tan concentrada en la historia que no advirtió mi ausencia imaginaria.
– Si, no hace mucho que se murieron de muy viejos. Y por eso ahora vive sola en la casona.
– ¿Sonia fue bruja alguna vez? -me animé a preguntarle a Caspiano
– Algo así-me dijo y sonrió mostrando el hueco de los dos dientes que le faltaban- Vine a esta esquina para agradecerte por entregarle la carta esa noche. Ahora estoy viviendo con ella en su casa. Te debo una. Cuando necesites alguna ayuda, sabés donde encontrarme y como llegar a la ventana de la planta baja.
– Gracias, don Caspiano-le dije.
– No te preocupes porque el jardín está limpio y no te parecerá tan feo -me dijo riéndose, y me dio un beso en la mejilla – Aunque podés tocar el timbre de la entrada principal. Jovencitos me tengo que ir -se paró, agarro la manta que ahora estaba limpia y se fue para el lado de la casa de Sonia. No miró ni una vez para atrás.
Laura y yo nos quedamos boquiabiertos con semejante historia. Nos fuimos a la plaza para hablar acerca de lo que acabábamos de escuchar. La historia de Caspiano y Sonia era más mágica de lo que los dos hubiéramos imaginado.
Madrugada 12
Los días pasaron y al fin llegó el día del partido de fútbol. Era la final, teníamos que ganar si o si para ser los campeones del torneo entre clubes de colegios.
Antes del partido, Laura me llegó a contar que entre todos vendimos muchas entradas, ¿y con lo recaudado más lo que vendiéramos en el bar seguro que llegábamos a pagar lo que nos restaba del viaje de egresados?
Yo iba a jugar de delantero, como siempre, igual que Gastón. La tribuna estaba llena de gente, nuestras familias y vecinos, y la familia y los vecinos del otro equipo también.
Todos entramos en calor corriendo un rato por la cancha. Las chicas de nuestro grado desplegaron la bandera tan linda que habían hecho. Nos alentaban agitándola para todos lados. Nosotros las escuchábamos desde la cancha. La tribuna estaba toda llena de gente
El partido empezó puntual a las cuatro de la tarde. Estábamos jugando bastante bien, pero a los treinta y dos minutos el equipo rival nos hizo un gol.
En el entretiempo, cuando fuimos al vestuario, el profesor de Educación Física que era nuestro entrenador nos alentó para que no nos pusiéramos mal.
Cuando volvimos a la cancha para empezar el segundo tiempo, escuchábamos los gritos del público del otro equipo. Cuando empezamos a jugar los últimos cuarenta y cinco minutos, nuestras compañeras y algunas amigas de ellas que habían venido a ver el partido, comenzaron a alentarnos. Creo que eso nos dio fuerza y más fuerza para intentar ganar el partido. A los pocos minutos, Gastón metió un gol.
¡Empatamos!
Me dio bronca que fuera él el que logró meter la pelota en el arco. Pero, éramos un equipo y había que alegrarse por el gol. Cuando fui a abrazarlo para felicitarlo durante el festejo del gol, me dijo en el oído:
Miré para donde estaban las chicas. Aimara gritaba toda emocionada. Laura aplaudía, y me miró haciéndome una señal como diciendo que yo estaba jugando bien. Me dio fuerzas verla ahí observándome. Me distraje mirándolas y casi me sacan la pelota y nos meten otro gol.
No le dije nada porque al final de cuentas esa cucaracha colorado tenía razón. Yo no estaba muy
concentrado en el partido. Me lo pasaba mirando para el lado en donde estaban las dos chicas que
rondaban en mi cabeza: Laura Y Aimara.
En una jugada muy buena para nosotros, uno de mis compañeros me hizo un buen pase para que yo pudiera tirar al arco. No había ningún contrario en mi marca, fui derecho a patear la pelota, el gol era mío. Cuando estaba por pegarle a la pelota, sentí un golpe fuerte en el tobillo derecho me desestabilicé y me caí.
Como en cámara lenta llegué a ver que la cucaracha colorado pateó la pelota que yo perdí y metió el gol. El mismo Gastón fue el que me pegó; no podía creer que uno de mis compañeros de equipo me hiciera eso. Los demás no se dieron cuenta lo que paso. Yo me moría del dolor tirado en la cancha, el resto festejaban el gol de Gastón. Me llevaron en una camilla hasta donde estaban los suplentes y pusieron a otro de mis compañeros en mi Lugar. Yo no podía pisar, encima el golpe a propósito que me hizo ese maldito era en la pierna que me quebré cuando me caí de la bicicleta.
Desde el banco de suplentes vi a Laura me hacía señas para que no me preocupe. Indudablemente ella entendió todo lo que pasó. La miré a Aimara y estaba gritando el segundo gol de Gastón, ella ni reparó en que a mí me habían sacado lesionado de la cancha.
Mi equipo ganó el campeonato. Gastón fue el que se subió en lo más alto del podio para recibir la copa y los aplausos. Yo, mientras tanto, me estaba retorciendo de dolor. Ni siquiera pude acompañar a mis compañeros para festejar. Todos pudieron dar la vuelta olímpica, menos yo.
Laura se me acercó y me preguntó si me dolía mucho el tobillo. En ese momento mis padres también se acercaron. Laura me dio un beso en la mejilla, y mis padres me llevaron a la guardia de la clínica.
– ¿Y mi viaje de egresados? -Pregunté casi llorando
– El viaje es en dos semanas -le dijo mi mamá.
El doctor me miró y con cara de preocupado argumentó:
A la noche me llamó Laura. Le conté que a lo mejor no podría ir al viaje de egresadas y por su voz note que se habla puesto triste. Algunos de los otros chicos también llamaron para preguntar cómo estaba de mi caída. Cada vez que sonaba el teléfono esperaba oír la voz de Aimara, pero … ella nunca llamo. Mi mural de colores y árboles y del viejo del trombón volvió a caerse y quebrarse en mil pedazos. Creo que fue esa la última vez que vi el mural en mi imaginación. El tiempo me hizo comprender que nunca iba a existir.
Esa noche llore mucho. Tenía bronca. Pensé que tenía mucha mala suerte. Esa cucaracha tenía la culpa, yo esta vez no había hecho nada. Pero como el golpe fue en el partido, nadie lo noto. Fue injusto.
El lunes tendría que ir al colegia otra vez con muletas. Me dormí triste. Mala pata la mía, no pegaba una.
Madrugada 13
Laura, el domingo a la tarde, me trajo uno de esos chocolates que ella sabe que me gustan tanto. Cuando entro al living me vio con la pierna estirada y vendada, se acercó γ me dio un abrazo grande.
– Si, si yo lo vi – mientras me acariciaba la cabeza-. Pero nadie se dio cuenta. Esa cucaracha, como decís vos, te la tenía jurada y aprovechó a cobrarse tus trompadas del colegio.
– Y para su suerte -le dije nervioso-, le salió bien.
– No te preocupes-me dijo Laura tranquila san dije – Alguna solución vamos a encontrar.
Mi mama nos dio la merienda. Estuvimos pensando cómo podía solucionar mi tema de poder pisar con mi pie dolorido. Laura me sostenía para que yo pudiera pisar. Lo intentaba, pero me hacía ver las estrellas.
Después de un rato, Laura me miró y dijo
Nos miramos entendiendo perfectamente lo que debíamos hacer. El tema es cómo hacerlo. Yo no podría salir de casa excepto para ir al colegio. Mi papá me llevaba en el auto ahora que no podía caminar bien.
Intentar hablar con Caspiano o con Sonia iba a ser complicado.
Laura pensaba tanto en mí. Realmente me quería como a un gran amigo. ¿Cómo a un amigo?
¿Estaba enamorada de mí? No se me habría ocurrido un par de meses atrás que yo le pudiera gustar a esa morocha tan tímida y hermosa. Creo que estar en casa encerrado mucho tiempo me hace pensar pavadas.
¿Y Aimara? Ni siquiera me llamó para saber cómo estaba. Estaría festejando los dos goles que hizo el colorado de su amiguito. Me seguía sintiendo desilusionado y triste por el comportamiento de Aimara. ¿Sería que yo no le importaba? ¿Y el bosque, los pajaritos y el viejo del trombón serian parte de un invento solo mío? Si, evidentemente.
Madrugada 14
Hoy en el colegio, Laura me dijo que a la tarde iba a casa para contarme una buena noticia. Yo me puse como loco de la curiosidad.
– Es algo lindo-me susurró al oído-Ni te lo imaginas, Julián.
– Dale-le dije-Adelántame algo, porfa.
– Tiene que ver con Caspiano. Pude hablar con él para que nos ayude con tu tobillo.
Me puse re feliz, y aunque mis compañeros se me acercaban para decirme que lamentaban que no pudiera ir al viaje, yo les sonreía despreocupado. Gastón escucho que dije que no importaba, y se fue lejos con una sonrisita. Aimara me saludó apenas. Yo no entendía su actitud.
A la tarde, Laura fue a casa y me contó todo lo que había hecho para hablar con Caspiano y con Sonia.
Nos fuimos a mi habitación a hacer que veíamos unos videos así mamá no nos escuchaba.
– Ayer fui a la casa de Sonia -me dijo Laura
– ¿Te atendió? -le pregunté nervioso- ¿Estaba Caspiano?
– Si, estaban los dos-me seguía contando-. Cuando toque el timbre me hicieron pasar a la casona. Les conté lo que ocurrió en el partido y les dije que quería saber si nos podían ayudar. Me dijo Sonia que vayamos el miércoles a las doce de la noche porque hay luna llena y ella puede hacer algo que yo no entendí muy bien.
Entonces, con Laura nos pusimos a idear cómo hacer para salir el miércoles a esa hora cada uno de nuestras casas. Después de pensar un rato se nos ocurrió decirles a nuestros padres que nos juntábamos con los chicos de la escuela para organizar algo del viaje de egresados.
padres que nos juntábamos.
Mamá me acarició la cabeza, y sonriendo me dijo:
El miércoles a eso de las ocho de la noche, Laura me pasó a buscar para ir a la casa de Tincho. Nos íbamos a quedar un rato en su casa y después a la plaza a esperar que se haga la hora que Sonia dijo. Había una luna llena hermosa. Nunca la vi tan grande. Mientras estábamos esperando que se hicieran las doce, me dieron ganas de darle un beso a Laura. Y se lo di nomás. Ella no se enojó. Nos reímos los dos. Acaricié su pelo negro y me sentí en un verdadero mural de colores y árboles y música de trombón. Laura se puso un poco incomoda, de tímida que era.
Era cierto, yo tardaba mucho para caminar. Laura me ayudaba a ir más rápido y a sostenerme para apoyar mi pie y que no me doliera. Después de caminar un rato largo, llegamos a la casona de Sonia. La suerte estaba del lado nuestro. Todo salió de acuerdo a lo planeado. Diez minutos antes de las doce de la noche tocamos el timbre de la casona de Sonia. Nos abrió Caspiano.
Sonia estaba en el living sentada en un sillón v con una olla pequeña de donde salía un olor como de remedio. Me hizo señas para que me acerque a ella. No tenía cara de bruja como esa noche en que le entregué el sobre de Caspiano. De cerca vi que tenía cara de buena, y estaba bien peinada y su voz no fue como la de esa vez. Ahora sí se parecía un poco a mi abuela.
Cuando me senté a su lado, agarró mi tobillo dolorido y empezó a pasarme una crema sobre él. La luna daba de lleno en ese espacio del living. Sonia y yo parecíamos como pintados sobre un fondo aluminado sólo por su luz. Laura y Caspiano nos miraban sentados en un sillón grande que estaba en el otro extremo del living. Sonia dijo algunas palabras que no entendí. En una de esas sentí un dolor muy fuerte en mi tobillo y grité.
Con sus manos arrugadas me sostuvo el pie y es como si lo hubiera girado en contra del sentido de las agujas del reloj. Suspiré bien largo como para aguantarme ese dolor tremendo. Vi que Laura me estaba observando tranquila. Entonces me sentí más seguro y no me dolió tanto.
La luna seguía iluminando mi tobillo. Para mí el tiempo era eterno, pero sólo habían pasado cinco minutos.
El dolor se me fue de repente.
– ¡No me duele más! -le dije a Sonia
– Veamos-me dijo ella-, parate y caminá sin las muletas.
Empecé a caminar por todo el living. iNo me dolía nada!
Fui corriendo a abrazar a Laura. Y también, abracé a Caspiano y a Sonia.
Laura me abrazó bien fuerte, y me pareció que lloraba de alegría.
Caspiano me sonrió, y la luna ahora iluminaba la cara del viejo. Sonia y él se abrazaron, se les notaba la cara de satisfacción. Sin duda, eran dos personas buenas. Eran mis amigos.
– Ya pueden irse-nos dijeron Sonia γ Caspiano
– Que tengan un lindo viaje-dijo Sonia
– Queremos unos chocolates de regalo del viaje-nos dijo Caspiano, riéndose
Laura y yo nos miramos sonreímos. Les dimos un abrazo a los dos y nos fuimos muertos de risa. Agarre a Laura de la mano mientras la acompañaba hasta su casa. Nos prometimos mantener en secreto lo que había pasado. Seria nuestro secreto desde ese día y para siempre. Que los demás pensaran cualquier cosa de cómo me había curado.
Cuando aparecí en el colegio sin las muletas y como si nada hubiera pasado con mi tobillo, todos mis compañeros se acercaron a mirarme. Se alegraron por verme bien. Iba a poder viajar con ellos. Gastón me miró de reojo y se puso colorado de la bronca. Aimara me vino a saludar y me dijo que se alegraba de que estuviera bien. Yo me puse feliz porque ella mi vino a hablar.
Aunque esa noche volví a soñar con el bosque, los pajaritos, el viejo del trombón, no estaba Aimara en el sueño. Era Laura, sentí una felicidad enorme cuando supe que era ella.
Había una chica que pude distinguir muy bien: era Laura. Sentí que con ella era feliz
Cuando me levanté a la mañana, me pregunté cómo había logrado sacarme a Aimara de mi cabeza. No dudé que el amor verdadero de mi Laura, lo había logrado.
Esta tarde le iba a contar todo a la abuela, ella se iba a poner muy feliz cuando supiera que yo me había enamorado de alguien que de verdad me quería. Al final, me pasó lo mismo que a ella que tuvo dos amores en la escuela.
Madrugada 15
Yo estaba muy feliz porque podría ir al viaje de egresados. Mis padres no entendían lo que había pasado con mi tobillo. Aunque pensaron que lo que sucedió es que el médico exageró en el diagnóstico.
Cuando llegó el día del viaje, todos nuestros padres nos fueron a despedir. Yo viajé en el asiento al lado de Tincho. Laura y Guada iban adelante nuestro. Aimara iba en los últimos asientos al lado de Gastón. Al principio, miré varias veces para atrás para ver qué hacía Aimara. Después de dos o tres horas logré olvidarme de ella y nos pusimos a jugar a las cartas con Tincho, Guada y Laura.
Vivimos una semana más que linda en nuestro viaje de egresados. Nos divertimos mucho. Una noche fuimos a un baile que organizaban entre varios colegios. Esa noche la vi tan linda a Laura. Cuando me di cuenta de que estaba bailando con un chico que yo no conocía me sentí muy celoso. El pelo negro de Laura le caían con soltura sobre el hombro. El vestido azul que se había puesto me encantaba.
Vi a Aimara que bailaba con otro desconocido
Tincho estaba con Guada.
La cucaracha Gastón miraba desde un rincón a dos chicas que estaban cerca de él, parecía que quería invitarlas a bailar, pero el muy tonto no se animaba a decirles algo.
Sin pensarlo demasiado, me acerqué a Laura y a ese chico que yo no conocía. En medio del baile le grité al chico, porque la música estaba muy alta:
El chico me miró con cara de asombro y se fue de la pista de baile. No lo vi más.
Bailamos y bailamos y bailamos. Ya todos se habían ido de la pista y nosotros dos seguíamos y no
parábamos. En realidad, no nos dimos cuenta de que habíamos quedado solos bailando, hasta que todos empezaron a aplaudirnos. Nos dio un poco de vergüenza y nos acercamos a nuestros compañeros.
qué bien que lo pasamos esa noche con Lau!
Cuando llegué a la habitación del hotel no me podía dormir pensando en Laura. Tincho que compartía la habitación conmigo me preguntó si me había hecho novio de Laura. Le dije que nada que ver, que sólo éramos buenos amigos desde hace mucho. Pero, antes de dormirme pensé que no era una mala idea ser novio de Laura. Me acordaba de cuando la besé en la plaza la otra noche, pero a Tincho no se lo conté porque se iba a reír, además, Laura me hizo jurarle que no se lo dijera a nadie. Era tan linda, Laura. Su pelo negro que acariciaban mi pulóver y rozaban mi cara en ese mural inventado… con arbustos y pajaritos de colores y el viejo del trombón que tocaba nuestra canción preferida… fue lo último que me acuerdo de esa noche… me dormí con una sonrisa. Hacía mucha que no me dormía sonriendo.
Al otro día nos levantamos temprano. Iríamos a la excursión en donde subiríamos un cerro con trajes de escaladores de montaña. Yo estaba muy feliz de poder hacerlo. Pensar que unos días antes no hubiera podido trepar ese cerro con mi tobillo desgarrado. Seguía pensando en Sonia y su poder mágico.
Al final, era como lo que me leía la abuela en los libros de cuentos, no todas las brujas eran malas. Mientras pensaba en eso, golpearon la puerta de la habitación para que Tincho y yo más apurásemos.
Yo me había quedado pensando en Sonia y las brujas y todas esas cosas, y me olvidé por un rato de nuestra excursión.
Lo miré, agarré la mochila que tenía lo que usaríamos en la excursión y me acerqué a la puerta para salir. Yo me puse a pensar si lo que decía mi amigo era cierto o no. ¿Yo estaban enamorándome de Laura? ¿A ella le pasara lo mismo? Yo la vela feliz cuando charlábamos, hacíamos las tareas del colegio, íbamos a la plaza.
Nos divertimos un montón escalando el cerro. No era tan alto, pero fue una linda experiencia.
Esa noche llegamos muy cansados. Tincho y yo nos dimos una ducha, estábamos tan cansados que no hicimos ningún comentario.
Madrugada 16
Cuando volvimos del viaje de egresados teníamos muchas cosas para contar. Nuestros padres
esperaban ansiosos. Yo me bajé del micro todo despeinado y con ganas de meterme en la cama. A mis compañeros les pasaba lo mismo. Cuando terminamos de saludar a nuestros familiares, nos sacamos la última foto de recuerdo de nuestra vuelta. La bandera que hicimos antes de viajar con nuestros nombres pintados en varios colores parecía extenderse orgullosa, una vez más había
logrado su cometido: acompañar a los estudiantes del último año de la escuela primaria. Mientras
nos íbamos acomodando, yo buscaba con mi mirada a Laura. Quería salir en la foto al lado de ella. Se me acercó. Alguien disparó el flash, y ahí quedé abrazado entre Laura y Tincho. Ni se me pasó par la cabeza mirar dónde se había puesto Aimara. Cuando, unos días después, tuve la foto en mis manos, observé que el colorado estaba parado justo detrás de mí. Al final, ya se nos había pasado la bronca o los celos que nos teníamos. Aimara era nuestro trofeo. Y como nuestro interés por ella había terminado -o casi terminado-, las cosas entre Gastón y yo estaban volviendo a la normalidad. La pobre Aimara no tenía nada que ver en todo esto. El problema lo habíamos generado Gastón y yo.
Cuando llegué a casa dormí todo el día. Aunque antes tuve que contarles a mamá y a papá algunas cosas de las que hicimos. Les conté todo, excepto lo de la noche en que fuimos a bailar y separé a Laura de ese chico desconocido que no volvimos a ver. Sabía que, si les hacía algún comentario, yo me iba a poner colorado y ellos se iban a divertir y decirme que estaba enamorado y esas cosas con las que no quería que me molestara nadie. Tampoco le conté a nadie que la había vuelto a besar a Lau. Ella prefería que los demás no supieran que nos estábamos poniendo de novios por ahora.
Al otro día, nos encontramos con Lau en la plaza. Ella trajo la caja de chocolates que les habíamos prometido a Caspiano y Sonia. Nos quedamos un rato charlando en el pasto, y Lau sonreía y se le formaban los hoyuelos en las mejillas y estaba tan linda con ese pelo negro que le caían sobre los hombros y rozaban mi brazo…
Me pasaba muchas veces que ella hablaba y yo me quedaba mirándola y no escuchaba lo que decía. A veces entrábamos los dos en mi mural de colores de arbustos y del viejo que tocaba el trombón. Y ahí, los dos éramos felices. Yo era feliz.
Me había hecho re amigo de Laura. En realidad, me di cuenta de que estaba enamorado de ella.
También entendí que desde hacía mucho tiempo ella me quería un poco más que al resto de mis
Compañeros.
Tocamos el timbre en la casa de Sonia. Nos abrió Caspiano y se puso muy contento por vernos de nuevo y por la caja de chocolates. Nos hizo pasar al living. Sonia nos preparó un rico chocolate. Nos reímos mucho los cuatro. Ellos también estaban felices, y eso a mí me alegró mucho. Y a la noche cuando estaba solo en mi cuarto pensaba que se había producido una magia entre Caspiano y yo. Él había recuperado a Sonia, yo había encontrado a quien realmente estaba enamorada de mí, mi dulce Laura. Esa travesura de acercarme a él, esa tarde, había dado buenos resultados. Por primera vez en mis doce años, sentí que en la vida se podían hacer cosas importantes con pequeños actos.
Aimara pasaba al lado mío en el colegio y la verdad es que ya no me importaba. No sé por qué motivo se peleó con Gastón. Apenas se hablaban los dos. Unos meses después comprendí que a Aimara no le importábamos ni la cucaracha colorada ni yo. Gastón no se hizo mucho problema, porque se había hecho muy amigo de esas dos chicas del otro colegio y en el recreo se lo pasaba hablando de lo lindas que eran.
Ya pasó el viaje. Ahora queda la fiesta de fin de curso.
Me voy a poner un traje negro y una camisa rayada que me regalaron mis abuelos. Mi familia me dice que estoy más alto, y yo también me veo un poco más grande.
A la fiesta podían ir nuestros padres, abuelos, tíos y hermanos.
Yo me senté en la misma mesa que Laura. No me cansaba de mirarla, estaba hermosa. Su pelo
caía sobre la cara y el vestido que se había puesto, parecía una princesa de un cuento de hadas. Se había maquillado un poco, parecía más grande. En el momento del baile, me apure a invitarla para que nadie me gane. Fuimos los primeros. Bailamos muy juntos. Mi abuela me guiño el ojo.
Cerca de nosotros se puso a bailar Aimara y me miraba, pero yo no la miré porque Laura estaba más linda.
Gastón se quedó sentado y ni bailó. Resultó ser un amargado.
Como en la fiesta del viaje de egresados, Laura y yo fuimos los últimos en dejar la pista de baile. Ni nos dimos cuenta cuando los chicos nos empezaron a rodear e hicieron una ronda. Nosotros dos quedamos en el medio. No nos dio vergüenza. Bailamos un poco más hasta que pararon la música, era hora de entregar los diplomas a los recién egresados.
Nos sacamos muchas fotos. Era nuestro último día de compartir todos juntos. El final de la escuela
había llegado. Todo fue tan lindo. Mis padres estaban felices, y mis abuelos también.
Yo me sentía grande, había terminado la escuela.
Laura y yo íbamos a seguir en el colegio, igual que Tincho y Guada. Gastón dijo que se cambiaba de colegio porque sus padres se mudaban de barrio. Aimara nos contó que prefería ir a un colegio al que iban sus primos.
Así se fueron ordenando nuestras vidas.
Hoy le voy a poner fin a esta parte del diario de mi vida. Si sigo con las ganas de ser escritor,
seguramente escribiré muchos años más o para siempre.
Tengo sueño.
Cierro el diario de mis Madrugadas, y agarro la foto que tengo en mi mesa de Lau. En ese portarretratos estamos solos el día de la fiesta. Lo abrazo bien fuerte.
Esta noche en mi bosque de arbustos y pajaritos de colores y del viejo del trombón apareció, otra vez, Laura. Lo hace desde mucho tiempo atrás.
Las últimas palabras que escribí en mi diario:
Laura mi primer gran amor… Laura siempre, Laura.
FIN
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