Deberías ver las rozaduras de mis talones después de tanto tiempo caminando de puntillas. Ya sé que es ridículo, pero la vida no está hecha para ser un hombre y medir menos de un metro treinta. Créeme, es complicado caminar por la calle con la cabeza a la altura de la polla de los otros tíos, y pretender que tu amor propio permanezca intacto. Me he pasado la vida andando de puntillas, como si eso me convirtiese en invisible, pero hoy he decidido que se acabó porque, de seguir haciéndolo, nunca podría haberte citado aquí para preguntarte, con los pies anclados al suelo, si quieres casarte conmigo.

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