– Deberías ver las rozaduras de mis talones – dijo directamente y sin contemplaciones.
– No te quejes tanto y sigue caminando. Aún nos queda mucho hasta llegar a lo alto – su voz retumbó con eco en mis oídos.
El sol comenzaba a golpear nuestras cabezas. Aquello era lo más duro que había vivido. Parecía increíble que hubiéramos sobrevivido a un accidente así.
Miraba a un lado y a otro algo desconcertado. Un par de giros más por aquella angosta subida y estaríamos a salvo. Al menos así lo creía yo.
– Ya está- dijo secándose el sudor con su brazo-. Todo ha acabado.
Tras dos grandes zancadas, con la esperanza como único hilo de vida y solo pudiendo escuchar mis propios jadeos, lo vi.
– Parecía más bonito cuando nos lo explicó el chico de la tienda. Vaya decepción.
– Se acabó la sesión. Quitaos con cuidado las gafas de realidad virtual. Podéis pagar a la salida.
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