No recuerdo cuando fue la última vez que me sentí tan solo. Ha pasado un mes desde que decidí dejarlo todo sin mirar atrás, quería evitar todas las lágrimas y las promesas que siempre protagonizan las despedidas de modo que no le dije a nadie sobre mi partida, solo organicé algunos papeles y llene mi maleta con lo que considerara útil: un par de pantalones negros de esos que puedo utilizar por varias semanas y no hacen notar el mugre y el sudor, y unas camisas de manga larga para no quemarme con el sol cambiante de los diferentes pueblos que pensaba tomar como escalas de viaje.

Para salir de casa esperé que todos se fueran a trabajar o a hacer lo que sea que hicieran durante el día, de modo que esperé en la cama hasta no escuchar pasos de nadie. Pasadas las diez de la mañana sólo se escuchaba mi pequeña gata rasgando la tela del sofá mientras yo esperaba agazapado entre las cobijas el momento apropiado, mi maleta estaba hecha semanas antes cuando decidí que no había nada más porque quedarse.

Mi vida tenía que cambiar de cualquier forma o de otro modo habría rasgado mi cuello con un cuchillo. Qué más podía hacer sino huir como el cobarde que soy. Siempre esperando que otros tomaran las decisiones por mí para no implicarme en nada, siempre buscando en otros lo que no era capaz de encontrar en mí mismo, ahora, por fin, después de años y años de cobardía y miedo había tomado una decisión que no comprometiera a terceros.

Por primera vez no tenía que preguntar a nadie nada ni buscar en nadie nada, solo tenía que salir e irme. el dinero no era lo que más me preocupaba a pesar de que no contaba con mucho, supongo que un par de transportes y unas pocas noches en algún hostal. Pero cualquier costo es bajo si se trata de ser libre, de no implicarme más con otros, de no buscar más manos que se me tendieran amistosamente ni hombros sobre los cuales llorar todas mis frustraciones. Ahora me tocaba enfrentar el mundo solo, luchar para vivir o morir.

Si, recuerdo aun ese momento del viaje. Recuerdo sentir el susurro del miedo en mi oído, recuerdo como me temblaban las piernas, la prevención que tenía hacia cada persona que se acercara a decirme algo, la sudoración excesiva por no entender el mundo por no conocerlo ni siquiera a pocas cuadras de mi casa. Ese miedo que me había mantenido durante años preso de otros, personas que guiaban mi vida pensando que hacían lo mejor por mi, y quizá lo hacían.

Pero ya no era momento para arrepentimientos, estaba a punto de comenzar a vivir realmente, trabajar horas excesivas por un sueldo miserable, destruir mi orgullo ante quienes tenían el poder y el dinero, rebajarme a los trabajos que nunca creí llegar a desempeñar, todo por un plato de comida, por unos pocos pesos que me sirvieran para unos cigarrillos y una botella de vino que me ayudara a olvidar el dolor del cuerpo. Eso era lo que me movía al momento de salir de casa, soñar con el sufrimiento que hasta el momento sólo había logrado sentir a través de libros.

No veía otra razón en la vida más que la lucha estéril por el futuro soñado que jamás llegaría. Esa horrible condición, sufrida por todo aquel que sueñe para vivir, era lo que más me motivaba a dejarlo todo y a seguir adelante. No podía andarme con falsas expectativas. Mi abuela siempre dijo “No se deben esperar peras de un olmo” y creo que esa era la filosofía que manejé desde niño, pensaba que la vida no podía ser buena de ninguna forma porque el nacimiento nos condenaba al dolor y no valía la pena esperar y soñar por tiempos mejores.

Lo extraño es que esto, que en los primeros años de mi vida solo me llenaba de desasosiego, con la llegada de la adultez solía parecerme excitante y completamente valido. Aunque aun me pregunto a veces, si al final de cuentas todo era parte de un imaginario colectivo, compartido por tantas personas, ¿no lo hacía eso por lo menos un poco real así al termino del tiempo propuesto para que se dieran las cosas igual no se diera nada?

Es una pregunta a la que no tengo respuesta clara más que la simple facultad humana para aferrarse a las nubes sabiendo que no se toca nada, o una especie de cinismo compartido por todos, eso debía ser vivir y eso era lo que buscaba al dejarlo todo, salir de mi pesimismo burgués para entrar en la desesperación esperanzada que ofrece el mundo.

Desde ese primer día, como dije antes, ya ha pasado un mes. Escribo estas lineas desde la comodidad de la celda de un barco al cual entré sin tener una invitación, razón por la cual me hice acreedor a una suite de lujo en la que lo único que abundan son ratas y algunas personas cuya apariencia no dista mucho de nuestras compañeras de grandes dientes.

No he tenido la oportunidad de hablar con ninguno, esto de la vida social nunca se me dio del todo bien. En un comienzo pensé que era una de mis grandes cualidades pero cuando quieres comer y sabes que la solución es entablar alguna conversación por insignificante que sea por lo menos para ganar algo de confianza, mi “cualidad” queda un poco corta.

Pasados cuatro días dentro de la misma celda, ya se alcanzan a ver algunas muestras de confianza entre los que la comparten, la gran mayoría habla entre ellos y pues, aunque no me hablen a mí, por lo menos me incluyen cuando sus alocuciones se dirigen a todo el grupo. Dicen que una vez se desembarque nos entregaran a todos a las autoridades y pasado eso nos extraditarán a cada uno a su lugar de procedencia, la idea me molesta un poco, la verdad en el momento de partir esperé no tener que regresar jamás y mucho menos después de un mes, ni se deben haber percatado de mi ausencia.

Ya son más de las dos de la mañana del quinto día y todos duermen tranquilamente, yo aun no puedo conciliar el sueño y supongo que no lo haré ya que la suite en la que me instalaron le falta una cama cómoda y el olor del inodoro no me deja pegar los ojos, de modo que sólo puedo mirar los barrotes de la celda mientras el movimiento arrullador del barco me lleva tranquilamente. No entiendo como estas personas pueden dormir tan fácil, pronto desembarcaremos y nos llevaran de vuelta al lugar que abandonamos corriendo buscando una nueva vida. Cómo luchan contra la frustración de no lograr nada y aun así duermen con la satisfacción de las metas cumplidas, qué difícil acoplarse a la simplicidad de lo que en un comienzo parece tan complejo, un camino eterno, una lucha incesante y al final de cuentas resulta igual moverse o quedarse quieto.

Algo enorme chocó contra el barco o por lo menos eso creo, el temblor fue tal que sacó de sus sueños confortables a todos mis compañeros de celda. El silencio es total después del golpe pero la ansiedad aumenta en todo el barco, casi se puede oler el mar mientras se escuchan las voces de los trabajadores gritar de un lado a otro, pasos que golpean los pasillos seguidos por silencios que parecen interminables. Las ratas de la celda corren por entre los barrotes buscando una salida, los animales siempre son los primeros en darse cuenta de las tragedias. Las personas en los pisos superiores gritan y corren pero nadie baja a buscarnos, pronto comenzamos a ver como el agua va llenando los corredores confirmando los mayores miedos, las lágrimas y los gritos de las personas que se encuentran encerradas conmigo llenan el espacio que deja libre el agua.

Todos piden ayuda a gritos, pero de mí boca no sale nada, solo los miro en una especie de shock que no me deja mover ni un musculo, el agua se extiende por la parte baja de mis piernas y entiendo lo que ellos saben hace varios minutos, no podremos salir y parece que nadie se preocupa por venir a abrir la puerta. Las recamaras bajas de los barcos siempre son las primeras en llenarse de agua y pronto los gritos de mis compañeros abrirán paso al silencio que solo el mar guarda, pronto no se escuchara nada.

El agua sube rápidamente, los gritos no se detienen, nadie baja las escaleras hacia la celda. Nos han abandonado. De cualquier forma, por qué deberían preocuparse por quienes no pagaron un boleto. Mis compañeros golpean los barrotes y las paredes, presas de la desesperación buscando cualquier alternativa para salir, el agua pronto llegará y cubrirá nuestras cabezas y yo aun no muevo un musculo, solo miro fijamente mis piernas mientras el agua sube y las cubre por completo.

De repente, más que un grito desesperado comienza a salir de mi garganta y de mi boca la inoportuna risa, rió y rió sin parar mientras mis compañeros sólo miran asustados como si hubiese entrado en una especie de locura. No puedo hacer más, quizá sea el pánico, quizá en verdad me volví loco, o tal vez estoy tranquilo por no tener que volver al lugar de donde vine, después de todo es lo que buscaba al momento de salir de casa y lo que más me molestaba era pensar en el regreso. Ahora las circunstancias han decidido por mí y por el resto, ahora todos tenemos esa nueva vida que buscábamos. Quién dice que para apreciar la vida no se necesita un poco de humor negro.

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