Quizá el cielo, tan límpido, ya imaginaba aquel atardecer nuestro cercano y sincrónico encuentro. 

Creo que la luna soñaba cada noche, recostada en el horizonte, que éramos locos amantes… Eternos. 

Tal vez coincidimos en algún espacio de la inmensidad, entre luces y colores, como hijos del universo. 

Y puede que nuestras almas danzaran alegres y felices entre mil galaxias, sin miedos ni tiempos. 

Ahora ya somos presente mágico y pleno, cómplices y amigos que se estremrcen y laten en un amplio mar de besos. 

Francisco Gallardo Perogil 

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