El Vudú, como la mayoría de creencias y prácticas animistas tiene la facultad de sortear los recovecos de la mente humana para comprender la conciencia con el propósito de manipular la materia. Esta manipulación se usa para sanar o para disgregar porque es lícito comprender que este universo es polar, ergo, no polar al punto de aniquilar a la dualidad opuesta, como ocurre en el cristianismo oficial, que «Dios» y el «Diablo» son enemigos destinados a luchar eternamente sin posibilidad de conciliación e integración en la totalidad, cuándo, en efecto, es lo contrario.
Veremos que en el Vudú, esta concepción judeocristiana es, incluso, una barrera al profundo saber de la gnósis, entendida como conocimiento trascendental allende los límites de la materia.
En el Vudú, la polaridad no es infranqueable y los espíritus se definen por la graduación o intensidad de sus emociones; unos pueden albergar sentimientos de amor e ira al mismo tiempo y otros, son invocados para sanar y enfermar, depende la intención de la consciencia que activa la polaridad en estas entidades. No hay maldad o bondad implícita en la cosmovisión Vudú, sólo, neutralidad como ley suprema.
En la cosmovisión Vudú, los Loas – espíritus que expresan cada una de las emociones y sentimientos humanos– no son «buenos» o » malos», sino que cumplen la función de calibrar la armonía en la naturaleza mediante un diálogo fluido entre las fuerzas irracionales que yacen en la materia y condicionan los pensamientos, y en consecuencia, el comportamiento humano, es decir es la polaridad en constante y perpetúa interacción e incluso cooperación, aunque esto implique, en ciertos momentos de la mecánica del universo, enfrentamientos entre polos.
La energía divina en sí misma es neutral, la intención consciente la dota de polaridad: La intención consciente es el catalizador de la magia animista, es la responsable de movilizar las pasiones humanas que yacen en el inconsciente psíquico para actuar en el mundo físico. Entender la ley de la neutralidad como máxima teológica, es fundamental para estudiar, con juicio objetivo el Vudú y demás creencias animistas similares.
El Vudú, una practica africana muy vieja utilizada con fines mágicos, pues usa elementos sagrados para acceder a conocimientos antiquísimos legados por antiguas generaciones Yorubas que tenían comunicación directa con la energía racional -geométrica- subyacente a su símil irracional, que a manera de instinto se expresa en la naturaleza. Sin embargo, el cristianismo institucionalizado en la iglesia católica y demás iglesias pentecostales, han proscrito de la América cristiana, las prácticas del Vudú consideradas, «brujería» cuando, se sabe que, los pueblos africanos no conocieron, al igual que los pueblos originarios de América, la figura del «diablo» o «satanás» pues estos dos elementos metafísicos judeocristianos son autóctonos de las antiguas creencias abrahámaicas de Asia occidental, no obstante, dentro de la cosmovisión del Vudú, existen espíritus oscuros, similares a los demonios del cristianismo, la diferencia radica en que las figuras adversas de Dios en el cristianismo, no existen en el Vudú haitiano
Elewa y Erzulie, figuras «ardientes» dentro de las creencias del Vudú, son dos entidades Yorubas no- opuestas a Bondyé, (buen -Dios en creole) sino que, son intermediarios entre el mundo físico y el principal Dios Vudú. La figura de un «Diablo» opuesto a Bondyé es inexistente en la teología Vudú.
Los Loas, Elewa y Erzuli no son enemigos o antagonistas a ultranza de Bondyé, sino, de manera similar, operando de forma autónoma, colaboran con Bondyé para manifestar el mundo visible e invisible, lo que es curiosamente similar a los Iblís del Islam, que son demonios que cooperan con Alá para cumplir con su voluntad, al ser partícipes en la creación. Por lo tanto, vale la pena preguntarse: ¿A pesar de las distancias entre el África ecuatorial y el mediterráneo oriental, las mismas representaciones místicas, a pesar de sus diferencias, cumplen una misma función teológica? ¿Hay arquetipos universales comunes a la humanidad?
El Vudú goza de mala reputación, algo que no debería ocurrir, porque los prejuicios del colonialismo son una forma, bastante eficaz, de borrar sabidurías antiguas para reemplazarlas por creencias hegemónicas con el propósito de alinear a las sociedades mestizas Iberoamericanas a los cánones religiosos eurocéntricos, que aún, a pesar de los avances epistemológicos en etnología y antropología, se consideran: «superiores
La civilización hispanoaméricana, presa de la superstición, manifiesta rechazo hacia lo que no comprende, no porque sientan, en primera instancia, temor a rituales que no sean católicos o pentecostales, sino que el aparataje intra-colonial eurocéntrico sigue operando desde las estructuras inconscientes del colectivo humano iberoamericano, alineando sus creencias, exclusivamente a la vertiente occidental de su linaje.
Iberoamérica es tan diversa, que reducirla al cristianismo, es negar la ontología del mestizaje, que se nutrió y aún se abastece de miles de culturas para- ser, como dijo José Ignacio Cabrujas «la primera civilización universal de la historia de la humanidad».
Los chamanes del Vudú, y demás grupos animistas africanos, para sobrevivir en un ambiente hostil, cargado de prejuicios en su contra a partir de la persecución por parte de los funcionarios del clero católico a partir del siglo XVI, buscaron la manera de resistir al colonialismo blanco a través de prácticas mágicas para mantener sus sistemas de vida, su cultura, protegida de la incesante etnofagia cultural europea.
Esto se nota de manera clara en Louisiana (Estados Unidos), en Haití, ciertas regiones de Cuba, en islas del Caribe oriental como Martinica o Granada, y Brasil, donde el Vudú y sus variantes, más que una religión, es identidad cultural, es decir, un Ser- operativo que se resiste a diluirse o mixturarse en las religiones abrahámaicas traídas a América por los colonos de la Europa occidental.
El Vudú es sinónimo de autoestima cultural de los pueblos esclavizados que de África llegaron secuestrados a América por parte de los esclavistas holandeses y portugueses. Es la esencia de la cosmovisión del animismo africano que, comparte, con las creencias animistas ubicadas en todo el mundo, desde los Druidas Celtas en Europa, hasta los chamanes aborígenes en América, el contacto permanente con la conciencia ordenadora del universo, según las creencias gnósticas griegas – el Demiurgo- además de contactar, a través de rituales místicos, con las memorias de los ancestros.
Los antepasados del homo sapiens, desde el Homo ergaster, Habilis, hasta el Neandertal, tuvieron creencias, en unos más desarrolladas que en otros, relacionadas con la existencia de fuerzas ultra- terrenas.
El hombre ha sido místico desde que tuvo conciencia sobre la naturaleza y se percató de que hay patrones geométricos que impregnan a la naturaleza, desde las estaciones del año, el celo de las hembras de Caribú, hasta la estructura cristalográfica perfecta de los minerales. Ya lo manifestó David Bohm, un físico cuántico norteamericano cuando, escribió, en la década de los ochenta del siglo pasado, su libro: «orden y totalidad implicado» en síntesis, que detrás del aparente caos de las partículas elementales de la naturaleza, hay una fuerza ordenadora capaz de darle sentido y coherencia a la materia.
Ciencia y espiritualidad no son dos caras de distintas monedas, sino, la espiritualidad, es a través del camino de la razón crítica, el nivel siguiente del conocimiento científico, como lo escribió en 1160 d.c Ibn Tufail, un médico y filósofo hispanoárabe en su novela filosófica – que además fue la primera novela filosófica de la historia de la literatura-: «el filósofo autodidacta».
El Vudú, como práctica animista, es descendiente de esas antiguas creencias chamánicas en la que, cada ser de la naturaleza posee un espíritu: el agua, los árboles, las rocas, los animales, el fuego, el viento, pues, los sabios Yorubas en Nigeria o Benín, así como los estoicos griegos de la escuela de Posidonio de Rodas, creían en que hay una fuerza racional invisible que gobierna el mundo visible. Y las distintas civilizaciones a lo largo de la historia, han buscado la manera de contactar directamente al Logos mediante la magia, que no es otra cosa, que la introspección de la conciencia humana hurgando en las catervas del ser, para encontrar la conexión entre la mismidad del -ser y la Fuente, la Unidad metafísica: Dios para los cristianos, Tao para los taoístas, Mónada para los gnósticos, o el Bondyé para los practicantes del Vudú.
En esencia, los seres humanos, a pesar de las diferencias de genio, de cultura, de género, somos los mismos. Se nace, se -es feliz, se sufre, se enferma, unos se recuperan, otros mueren, lo que cambia es el contexto, las condiciones socioeconómicas, no obstante, en lo más íntimo del ser, compartimos la conciencia de saber que el cuerpo es finito y que todo lo que hoy es, mañana no será, porque bajo el mandato del tiempo, entre ricos y pobres, animistas, musulmanes o cristianos no hay distinción. Ante el tiempo como juez, nadie sale vivo.
El Vudú y demás creencias no cristianas siguen siendo objeto de rechazo. Los practicantes del Vudú, en los países cristianos, se esconden en recintos alejados, generalmente en bosques, donde pueden ejercer, con total libertad, su identidad cultural.
El respeto interreligioso, siempre y cuándo no se imponga a manera de teocracias u estados confesionales, enriquece el saber y en última instancia, enseña a comprender el valor de la hermandad sin estar de acuerdo los unos con los otros respecto a temas religiosos, políticos o ideológicos, porque en esencia, somos iguales, en apariencia, desde el Ego hasta las formas físicas del cuerpo y gustos, somos diferentes, pues en la mezcla, está la pureza.
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