Como yo, Chava era un solitario. Como yo, era consciente de la simplicidad del ego masculino y el sadismo de la psiquis femenina. Como yo, dependía del consumo para lidiar con ambos. Y como yo, entendía que todo en esta vida tiene un precio, y que con unos cuantos pesos, lo realmente necesario es alcanzable. Sin embargo, a diferencia de mí, odiaba el mundo, pues, para su desgracia, su corazoncito averiado albergaba fe. Y es que de verdad estaba dañado, pues al momento de nacer fue sometido a una cirugía de corazón abierto por algún tipo de defecto congénito, y desde su primer día en la tierra sufrió de una delicada salud. Estoy convencido de que, de alguna manera, esto tenía que ver con su conflicto interno. Volviendo al caso, Chava estaba seguro que eventualmente el amor y el sentido aparecerían en su camino y todo estaría bien; las piezas encanjarían al fin, y ver que tal cosa se tardaba en ocurrir llenaba su ser de odio y resentimiento, poco a poco. Yo lo quería, claro, pero así como quería a las personas por aquel entonces, no que ahora lo haga de manera diferente. La pasaba de puta madre con él, y quería que estuviera bien, siempre y cuando lo segundo no interviniera con lo primero, por supuesto. En el fondo de mi corazón sabía que me aprovechaba de él, pero sin duda él también lo sabía, y también lo hacía conmigo, pues no hay nunca excepciones a las realidades expuestas con anterioridad, y eso ambos lo teníamos absolutamente claro. O eso pensaba.
Esa noche fue la primera vez que fui a verlo tocar, si es que se puede llamar así a lo que hace un dj, y estaba realmente sorprendido por lo bien que lo hacía. El sitio estaba repleto y la gente reía, bailaba, saltaba y alentaban a Chava. Seguro la droga y el olor a sexo tenían más que ver con aquello, pero de todas formas bien sabía que aquellos toques podían salir terriblemente mal con facilidad. Yo no reía ni bailaba ni saltaba ni alentaba. Era uno de los pocos huevones sentados bebiendo pola y fumando cigarrillos. Pero la escena, a pesar del calor infernal y el asqueroso ruido que mi amigo creaba, me era suficiente para estar pasándola bien. Puedo decir con absoluta honestidad que me sentía orgulloso de él. Chava era la única persona en el mundo cuyo éxito no me producía envidia. Además, veía culitos y tetas saltar y revolotear, y por aquel entonces no podía pedir más, no que ahora sí pueda.
Cuando terminó su set vino directo a mí, sonriente, y me preguntó cómo me había parecido. Le dije que la había sacado del estadio y lo abracé con fuerza. Estaba sudado y exhausto, pero era claro que lo último que quería era descansar. Su débil corazón latía tan rápido que sentirlo pegado a mi pecho me produjo tanta emoción como temor. Su sonrisa maníaca, de aquel desquiciado que logró, una noche más, obligarse a estar feliz, me conmovió terriblemente. Lo acompañé a cobrar los 100 mil que le debían por el toque, y usando su status de dj y mi billetera, escogimos 3 culitos para llevar a rematar. Y escoger es un decir. Sabíamos que no podíamos darnos el lujo de llevarnos a las viejas más buenas, así que íbamos directamente por algunas que no estuvieran del todo mal. O un poco gordas, o muy ebrias, o medio chirretas. Siempre hacíamos lo mismo. Sí, Chava era dj, pero dj de huecos y moridero, además de delgado y chaparrito. Y yo, bueno, yo soy yo. Entonces compramos un par de bolsas de perico, olí un pase por cada fosa para bajar un poco mi embriaguez y nos subimos los 5 a un taxi. Llamé a Tommy, nuestro único otro amigo, y le dije que llegara a mi casa. Mis viejos estaban de viaje y la tendríamos toda para nosotros solos esa noche y la siguiente. Yo era el de plata, y por eso a la gente le gustaba salir conmigo en aquel entonces, no que ahora no sea así.
Cuando llegamos, Tommy se encontraba frente a la portería, fumando. Nos bajamos allí y, tambaleando, caminamos hasta la casa. En el camino miré el cielo mientras Chava le contaba a Tommy de nuestra noche y le preguntaba por la suya, y sentí los pelos de mi nuca levantarse cuando escuché a uno de ellos decir que mañana deberíamos salir de Bogotá. El plan no me sonaba mal, y de igual manera sabía que el guayabo no lo permitiría, lo que me aterró fue escuchar la palabra “mañana”. Así que bebí un largo sorbo de aguardiente, que a decir verdad no tengo idea de dónde salió, y “mañana” dejó de existir.
Entramos a casa y Tommy se metió a mi cocina y sacó 5 vasos. Él tomaría de la botella. Y bebimos y hablamos y bebimos y molestamos y bebimos. Pedimos más trago y seguimos bebiendo. Chava nos mostró unos aretes que le había robado a su madre y nos dijo que si parábamos a venderlos mañana antes de salir de Bogotá. En aquella ocasión la palabra no me produjo malestar. Me causó risa. Risa que pensara que en verdad mañana saldríamos de la ciudad. Risa que le hubiera robado unos aretes a su madre. Risa que tres muertos andantes planearan un futuro, por más inmediato que fuera. Pero, más que nada, me llenó de ternura escucharlo pronunciar aquellas palabras, así que simplemente puse mi fría mano sobre su hombro y asentí.
La memoria me falla a partir de ese momento. Lo cierto es que lo próximo que recuerdo es mi reflejo en el espejo. Despeinado y ojeroso. De regreso a este mundo tras una línea. Feliz y triste al mismo tiempo. Vómito en el inodoro y en el suelo. Salí del baño y vi la casa iluminada por un esplendoroso sol mañanero. Latas y botellas por todas partes. Chava bebía cerveza en el sofá mientras una de las viejas dormía con la cabeza en sus piernas y los aretes de su madre en sus orejas. Era mucho más bonita de lo que recordaba. Me sentí estúpidamente orgulloso. Le sonreí y me sonrió. El mundo entero no era lo suficientemente grande para albergar la tristeza que ocupaba el espacio entre nosotros.
Me senté a su lado y le pedí que me pusiera al tanto de los hechos de la noche anterior. Chava nunca perdía la conciencia como Tommy y como yo. Su salud simplemente no se lo permitía. Yo solía decir que si yo hubiera tenido su suerte habría muerto hace mucho. Ahora pienso que tal vez hubiese tenido una vida tranquila y satisfactoria. Creo que él fue el mejor de nosotros. El rey de los perdidos. De nada vale un degenerado que no se puede mantener vivo para seguir matándose poco a poco.
Supe que Tommy había subido con las otras dos viejas a mi habitación hacía un par de horas, y que yo llevaba ese mismo tiempo contándole eufórico a Chava y a su chica sobre cualquier montón de cosas que prefiero no recordar, y había entrado al baño hacía unos 20 minutos. Ella se había dormido a mitad de mi discurso, pero él, mi amigo, quería seguir escuchándome. Tenía los ojos llorosos, y con la voz entrecortada me dijo que siguiera hablando. Ignoré su petición y con dulzura le pregunté si entonces ya no venderíamos los aretes de su madre. Se río y me respondió mirando a la chica que dormía sobre sus piernas:
-Ya lo hice-
Fui a la cocina por una cerveza y brindé con él.
-¿Me vas a prestar a tu vieja?-
-Claro. Pero ya te toca después de Tommy-
Ambos reímos.
-Me gustaría sentirme siempre como me siento cuando salimos de fiesta-
-No te preocupes, Chava. Ahora comemos algo, descansamos y pedimos más trago-
-No me refiero a eso-
-Lo sé. Pero es lo único que tenemos-
-No es verdad. Nos tenemos el uno al otro, ¿no?-
Me quedé en silencio unos segundos antes de responder.
-Sí. Claro que sí-
-Podemos hacer muchas cosas entonces. Podemos pasear y jugar play y jugar fútbol y salir a almorzar y hablar mierda-
-Así lo haremos, entonces. Ya verás-
Chava rompió en llanto de repente. Lo besé en la cabeza y sentí un inmenso dolor. La vieja despertó y sin decir una palabra se metió al baño. La escuchamos vomitar y le dije a Chava, bromeando, que eso provocaban sus besos. Completamente serio me dijo que no la había besado, y me sentí tan triste por sentirme tan feliz de pensar que eso aumentaba mis posibilidades con ella.
No vi a Chava por varios meses después de eso. Ignoré sus mensajes y llamadas hasta que se cansó de buscarme. Seguí saliendo con Tommy, y por boca suya supe que seguía en su rollo, pero lo último que quería era verlo, hasta que una tarde llegó a mi casa. Apestaba a alcohol y estaba totalmente desquiciado. Me dijo que lo había perdido todo en el casino, que había sacado un préstamo con unos tipos pesados y llevaba una semana gastándolo todo en fiesta. Que necesitaba dinero para pagarles. Le dije que le prestaría la plata, pero que fuéramos a almorzar y a ponernos al día. Me respondió que le encantaría, pero que necesitaba saldar su deuda lo antes posible. Le di la plata y le pedí perdón por desaparecer. Riendo me dijo que no me preocupara por eso. Que sentía el show que había hecho aquel día en mi casa. Que ya estaba bien. Me abrazó y, sin más, se fue. Sabía que nunca volvería a ver ese dinero, y que todo el cuento de los gota a gota era un invento, y aun así, me sentí curiosamente feliz.
Esa fue la última vez que lo vi, y la primera que sentí envidia de él. Tommy murió al poco tiempo y no fue al entierro. Le escribí para saber si se había enterado de lo sucedido y nunca me respondió. Recordé el día que me comí a la vieja de los aretes en el baño mientras mi amigo lloraba en la sala, y quise que hubiera sido el último de todos. No que ahora no lo quiera.
-T
OPINIONES Y COMENTARIOS