En millones de tinieblas, la brisa quedó suspendida en angustia; no había noche en el día que calmara las aguas de mis tormentas. Mientras beso la boca de tu voz, los días de soledad se congelan en silencios fríos.
Son esas señales de pájaros danzantes las que aquietan el latido que nace cada vez que tú te vuelves brillante.
Eres fascinante: la forma más dulce de contemplar los atardeceres. Las estrellas, con sus hojas de luz, iluminan el cielo de nuestro amor.
Quédate entonces en el tiempo, atada a mis manos, para que no llegue la mañana si aún no llegas, amada.
Porque tú eres dueña del oro, doncella de cuentos, la manera más tierna de pronunciar un “te extraño”, la locura más inmensa de decir que te amo.
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