Entre la multitud, te veo.
No debería, no deberíamos… pero lo hago.
Nuestros ojos se encuentran y el aire cambia,
como si el mundo dejara de moverse solo para nosotros.
Nos acercamos, casi sin darnos cuenta,
rozándonos entre cuerpos ajenos,
sonrisas cortadas, risas que tiemblan,
el pulso acelerado de quien sabe que está cruzando una línea invisible.
Cada mirada es un incendio contenido,
cada gesto, un secreto que nadie más puede descifrar.
Nos buscamos, nos encontramos, y luego… nos separamos,
como si nada hubiera pasado,
pero todo ha pasado.
Hay un idioma que solo entendemos nosotros:
el roce de una mano al pasar,
el leve temblor al cruzar la mirada,
el miedo y la necesidad que se mezclan,
el deseo de acercarse y el vértigo de estar demasiado cerca.
Y en medio de todo esto,
me doy cuenta: no importa el tiempo, ni los cursos, ni los cambios.
Lo que pasa entre nosotros es eléctrico,
intenso, imposible de ignorar.
Y eso, solo eso, basta para mantenernos atados,
aunque el mundo siga girando sin detenerse.
OPINIONES Y COMENTARIOS