Su nombre era Jacob, su piel blanca, sus ojos verdes y su pelo rojo (al igual que su prematura barba). Vestía siempre con jeans, zapatillas Adidas, camisetas manga sisa y una boina color verde que su novia le había regalado. Tenía 3 perforaciones (una en el lóbulo de cada oreja y una en su tetilla derecha) y 3 tatuajes (una brújula arriba de su ombligo, un ancla en su hombro izquierdo y un Pin-up de su novia en el derecho). Todos en negro y gris. Era de contextura ancha y medía poco menos de 1,80. No tenía más de 20 años cuando todo comenzó.

Su novia se llamaba Grace y era unos años menor que él. Su piel era blanca, sus ojos cafés y su pelo azul, púrpura, anaranjado, rojo y rosa. Medía bastante menos que él y vestía siempre un overol de jean y unas botas negras. No gustaba del maquillaje, pero delineaba siempre sus ojos. Sus pómulos eran grandes y estaban recubiertos con pecas, y tenía tantos tatuajes en su cuerpo que hacía tiempo había perdido la cuenta. No tenía ninguna perforación y tanto sus brazos como sus piernas estaban cubiertos de cicatrices de cortadas. Su espalda era ancha, sus pechos firmes y su culo enrome. 

Echados en la proa del bote que acababan de robar se tomaban de las manos y miraban las estrellas. Mientras el mundo se derrumbaba a sus espaldas, entendieron que las cosas nunca volverían a ser como antes. Que solo se tendrían el uno al otro por el resto de sus vidas y que nada debía separarlos. Con lágrimas en los ojos pero una sonrisa en el rostro, Jacob encendió un cigarro.  

– ¿No que ya no fumabas? –

– El fin del mundo es una buena excusa para fumar –

– Todo es una buena excusa para fumar… –

Se habían conocido varios meses atrás en un grupo de ayuda para personas con depresión. Cada lunes a las 8 de la noche se reunían en una pequeña iglesia junto con otros cuantos pobres infelices y por más de hora y media compartían sus problemas y recibían retroalimentación de sus compañeros. Jacob, a quien sus padres obligaban a ir por sus problemas de adicción, nunca compartía. Y no era que no estuviese triste, o que no creyera en la ayuda que podía brindarle el grupo, sino que más bien, se sentía cómodo en su tristeza y no quería deshacerse de ella. Grace, en cambio, era lo único que quería. Sabía que si no salía de ese hueco en el que se encontraba desde hace tantos años terminaría por quitarse la vida. Cosa que, aunque tentadora, hacía mucho había dejado de ser una opción. No porque le preocupase el dolor que esto podría causarle a aquellas personas que la amaban, o porque pensara que el suicidio era una salida fácil, una jugada cobarde. Quería vivir simplemente porque sabía que la felicidad existía y estaba dispuesta a todo para encontrarla. 

Ese día Grace estuvo ansiosa y decaída durante toda la sesión. Se comía las uñas, movía rápidamente la pierna y mantuvo su mirada siempre baja. Sudaba a chorros y se le escapaba una lágrima cada tanto. Esperó hasta el último momento para compartir y lo hizo con voz débil y temblorosa. 

– Han sido días horribles… mi mejor amiga, ella….estábamos juntas en su casa y ella… ella se suicidó… –

No pudo decir más antes de echarse al suelo y romper en llanto. Sus compañeros más cercanos la abrazaron y consolaron, mientras que Jacob, entre otros, no supo hacer más que contemplarla llorando y sentir lástima por ella. Mientras la observaba le fue inevitable fijarse en su cuerpo, detallar cada centímetro, cada lunar, cada tatuaje, cada cabello, cada cicatriz visible en ese momento. La había visto todos los lunes por más de 4 meses y jamás se había dado cuenta de lo hermosa que era. Al percatarse de que la estaba deseando sintió culpa, sacudió la cabeza y salió del salón . Encendió un cigarro, como lo solía hacer al finalizar cada sesión, y se sentó en un banco a esperar a los demás, y no es que quisiera juntarse con ellos, nunca lo hacía, simplemente sentía la necesidad de ver a Grace una vez más. No entendía muy bien por qué y tampoco le importaba, solo necesitaba verla. 

Cuando finalmente salieron, Jacob botó lo poco que quedaba de su cigarro y, nervioso pero decidido, se dirigió a Grace. La tomó suavemente por el brazo y le preguntó si podían hablar un rato. Ella dudó por un instante. Jamás habían intercambiado más que un saludo. Entonces le sonrió y asintió con la cabeza. Se despidió de sus amigos y partió con él. Caminaron un rato en silencio y Jacob se ofreció a llevarla a su casa. Ella aceptó y subieron a su carro, un viejo jeep color negro tapizado en cuero. Estuvieron otro rato en silencio, mientras él manejaba y ella miraba por la ventana.  

– Lamento lo de tu amiga –

– Gracias… –

– ¿Quieres contarme lo que pasó? –

– En realidad no –

– Está bien –

-… se botó de una terraza. Frente a mí –

– Vaya… –

– Sí –

– Supongo que te entiendo –

– Lo dudo –

– Verás, pasé por algo similar hace poco –

-¿A qué te refieres? –

– También perdí a mi mejor amigo. Murió de una sobredosis –

– Lo siento –

– Gracias…-

– ¿ Qué sentiste cuando pasó? –

– Impotencia. Dolor –

– ¿No sentiste culpa? –

– Las drogas lo mataron, no yo –

-Ya veo. Pues en mi caso es diferente. No lo entenderías –

– A ¿Sí? Y ¿qué te hace tan especial? –

– Yo la empujé… –

El silencio volvió a apoderarse del carro por varios minutos. Entonces ella prosiguió. Le explicó que su amiga había sufrido de una crisis tras la muerte de su padre, cosa que la llevó a un consumo excesivo de drogas y acabó con su relación amorosa. Fue entonces cuando la contactó y le dijo que quería suicidarse. Sabía que Grace había querido lo mismo en el pasado, así que le propuso que lo hicieran juntas. Ella aceptó, en un principio con la idea de verla y hacerla cambiar de parecer. Sin embargo, al encontrase, Grace sintió la extraña necesidad de verla quitarse la vida. Por alguna razón, quizá para satisfacer su propio deseo de morir, decidió que no se interpondría en su camino. Se encontraron en el apartamento de su amiga y esperaron a que sus padres y hermanos se acostaran. Era un octavo piso. Salieron a la terraza, saltaron la barrera de seguridad, se pararon en el borde, se tomaron de las manos y cerraron los ojos. Contaron del 10 al 1, y Grace, cuando pensó que su amiga saltaría, la soltó. Pero esta no saltó. Le dijo que sentía miedo, que se arrepentía, que no quería hacerlo y quebró en llanto. Grace le sonrío con ternura, la miró a los ojos, le dijo que lo sentía y la empujó. Le dijo a sus padres, a los paramédicos y a todo el mundo, que ella había ido al baño y al volver la había visto saltar. Su historia era respaldada por una nota de suicidio, así que nadie dudó de ella. 

Al terminar la historia le pidió a Jacob que guardara su secreto, a lo que él no respondió. Llegaron a su casa poco después y él le robó un beso. Le dijo que quería volver a verla, y desde ese momento no ha pasado un solo día, en 7 meses, en el que hayan dejado de verse. Follaron a las pocas horas, se cuadraron a los pocos días y se enamoraron a las pocas semanas. Él dejó de beber y de fumar, ella de cortarse y ambos de ir al grupo. Fueron a cine, a comer, a parques de diversiones, a maquinitas, a conciertos, a jugar mini golf y fueron felices. Pero nunca fueron más felices que en ese instante, echados en el bote mirando las estrellas. 

Fue una tarde soleada la de aquel día. Se encontraban en un pequeño restaurante de sushi a pocas calles de la casa de Grace. Hablaban de religión cuando la primera bomba cayó. El suelo tembló y sus platos cayeron al suelo. Se miraron a los ojos, se tomaron de las manos y salieron corriendo del lugar. A unos cuantos metros había uno de los pocos bunkers que se habían construido previendo la guerra. No alcanzaron a llegar cuando la segunda, tercera y cuarta bomba cayeron. El humo y los escombros los rodearon. Cerraron sus ojos, se abrazaron, se echaron al suelo tras de un muro y esperaron a que todo terminara. Cayeron 5 bombas más. 

Salieron completamente ilesos de la catástrofe, salvo por dos grandes cortadas en el rostro de Jacob y otras cuantas en las piernas de Grace, que con el tiempo se perdieron entre el resto. Sus celulares habían dejado de funcionar. Decidieron entonces que debían separarse e ir cada uno a ver si sus familias estaban a salvo. Se encontrarían dentro de una hora en casa de ella, independientemente de lo que descubrieran. Jacob corrió tan rápido como pudo hacia su casa, anhelando con todas sus fuerzas encontrar a su familia a salvo. Mientras tanto Grace caminaba a paso lento rumbo a la suya. Ninguno vio sobrevivientes en el camino, sin embargo se podían escuchar gritos y sirenas en la distancia. Jacob encontró los cadáveres quemados de sus padres, su hermana y su hermano abrazados entre los escombros de lo que solía ser su hogar y se echó a llorar. Grace, en cambio, encontró que su casa se encontraba intacta. Se acercó con cautela a una de las ventanas y vio que sus padres estaban vivos. Se sintió extrañamente decepcionada. Los vio llorar y discutir por un instante, se dio media vuelta y volvió por donde había venido. Se encontraron a medio camino. Jacob le habló con la voz temblorosa. 

– Están muertos… todos en mi casa están muertos –

– También en la mía–

Esa misma noche decidieron su futuro. Fueron a un centro comercial que se encontraba en ruinas y tomaron un par de pañoletas rojas que amarraron a sus cuellos y una mochila que llenaron de suministros. Los pocos sobrevivientes hacían lo mismo. Ya nada pertenecía a nadie. Salieron de allí hacia la marina donde robaron un pequeño bote blanco y azul. En él encontraron un gato negro al cual bautizaron Frankeinstein, al igual que al bote. Subieron el ancla, encendieron el motor y se tumbaron en la proa. La ciudad ardía tras de ellos.

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