LA COPA EN EL VIENTO

LA COPA EN EL VIENTO

Ruben Ielmini

21/11/2025

Había una vez un hombre que vivía cerca del mar. Tenía muchas primaveras vividas, pero aún conservaba la curiosidad y la sorpresa de un muchacho. Caminaba todas las mañanas por la orilla, dejando que el viento le despeinara los pensamientos.

Un día, casi por azar, entabló amistad con una mujer mucho más joven. No era una amistad profunda todavía, pero sí una conexión fresca, de esas que despiertan algo en el alma: un poco de alegría, un poco de interés, un poco de nostalgia por aquello que uno ya no es.

Ella compartía gustos distintos, vivía otra velocidad, otra época. Pero aun así, la charla entre ambos fluía como esas olas suaves que llegan sin buscar nada.

Hasta que un día, sin aviso, llegó el silencio…y no supo el porque.

No fue un portazo, ni una discusión, ni un mal gesto. Fue simplemente… silencio. Como si alguien hubiera cerrado una ventana sin hacer ruido.

El hombre, fiel a su costumbre, no reclamó. No presionó. No buscó explicaciones. Sólo observó el espacio nuevo que quedaba en su vida, como quien mira la marca que deja una taza tibia sobre la mesa.

Una tarde, encontró en su notebook unas fotos de unos paisajes,  pensó en ella, y que podrían gustarles.  Se las reenvió con un breve mensaje para compartirlo, creyendo que tal vez,  una charla entre amigos renaciera como una brasa que todavía conserva calor.

Pero el mensaje solo obtuvo por respuesta una frase corta.Como alguien que se da por enterado y nada más.

El hombre, entonces, hizo lo que siempre hacía cuando algo le pesaba: caminó hacia el mar.

Mientras avanzaba por la arena, recordó una vieja metáfora. «Sostener una copa llena de agua con el brazo extendido no duele al principio. Pero con el tiempo, hasta el objeto más liviano se vuelve imposible».

—No es la copa ni el agua —se dijo—. Es el tiempo que uno insiste en sostenerla.

Y allí entendió que…

La amistad surgida había sido hermosa mientras duró, como una visita inesperada que alegra la tarde. Pero era tiempo de apoyar la copa. No romperla, no maldecirla, no culparla. Sólo apoyarla con suavidad.

El mar, esta vez no opinó, sólo respiraba dejando sus musicales olas rompiendo en la playa.

El viento esta vez no venia desde el mar, iba hacia él y a su paso se llevaba un momento de su vida que había recuperado brevemente, su juventud.

El hombre miró esas olas, que iban y venían sin pedir permiso a nadie. Sintió que dentro suyo algo lo invadía, como si una pequeña brújula interna encontrara nuevamente el norte.

—A veces —pensó—, el silencio también es una respuesta.

Nunca supo si aquello fue real o solo el encuentro que la que la vida le puso enfrente para moverle alguna fibra. Se inclinó por la segunda frase.

Los ángeles existen, son buena compañía. Los hay reencarnados en gatos, perros, aves, mariposas, flores, viento suave y otros en humanos. Algunos aparecen temprano, otros tarde y otros… demasiado tarde.

 Algunos los vemos y nos hablan, otros en cambio son invisibles, pero están presentes caminan a nuestro lado, son protectores, y así como vienen, se alejan en silencio. 

 El hombre siguió caminando. Liviano… había soltado la copa de agua en el viento, con la certeza tranquila de que lo que se suelta con respeto no se pierde: simplemente se transforma.

Fin

Tema musical: She

Interprete: Mantovani y su orquesta 

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