Las palabras de mi madre regresan de nuevo:
“Tu cuerpo no es algo que debas dejar de cuidar.
No es saco de boxeo ni tiene infinita energía en cavidad.”
Cuánta razón tenía; hoy, lo que hacía ya no lo hago más.

Los amigos de la infancia cargaron maletas
y se fueron muy lejos de mi vida,
y ya hasta ni recuerdo sus nombres de pila,
pues solo quedan anécdotas de terciopelo.

Nos convertimos en adultos con muchos problemas,
pensando en cómo resolverlos,
sin tiempo para nosotros,
embriagándonos en días libres de condena.

Mi cuerpo llora por un dolor del pasado,
mis manos tiemblan por no expresar lo pensado.
Sé que no puedo volver, y aunque pudiera,
no cambiaría nada siquiera.

Todos usan máquinas para andar,
pero por mi orgullo no accedí.
Mejor dicen que es descansar,
y al cielo ellos se van a divertir.

Ya comprendí, estábamos en otros tiempos.
Debería seguir escribiendo
más cartas de consuelo y no de detrimento.
Ya debería morir… para verte en ensueños.

Un día apareció, por debajo de mantos oscuros,
una dulce muchacha que tocaba la sinfonía del corazón sobre todo;
y qué feliz yo era ahí,
un irresponsable al no salir.

¿No te ha pasado alguna vez
que coincides con alguien
a quien esperaste por años?
Aquella que conecta y responde a tus pensamientos de inmediato.

Pero no puedes hacer nada,
porque son de épocas diferentes,
y ese pequeño inconveniente
se debe también a cómo eres.

Tiene un futuro por delante,
mientras mi trabajo arruinó el mío.
Quizá no debería ni hablarle
y pensar más en terminar el pedido.

Cuánta razón tenía mi madre.
Sus palabras regresan de nuevo a mi mente, y nuevamente…

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS