
El pensamiento humano es un espejo fragmentado, un monóculo de agua que se evapora al tiempo que se amplia el significado del cosmos.
Cada idea surge como chispa en la negrura,
no es impoluta ni eterna,
sino sombra encandecente por el roce del mundo.
Ningún enigma llega a la mente sin antes
tocar la carne con su filo intangible,
los sentidos son la puerta arcana
por donde lo eterno se disfraza de segundos que se superponen.
El ojo no atesora la luminosidad,
sólo inventa colores al ritmo de lo externo.
El oído no encarcela voces,
simplemente transmuta vibraciones en cantar de espectros.
La piel no toca lo fidedigno,
sólo rememora el toque que la hiere o la consuela.
El gusto es sortilegio íntimo,
una comunión secreta con lo que se desvanece.
Y el olfato es el perfume de lo ausente,
fragancias del vacío que se posan en la vastedad de la memoria.
Todo es desplazamiento,
danza secreta de las partículas y la materia,
y lo que proclamamos sensación
no es más que el estremecimiento de aquel bailoteo en nosotros,
la rebelión de la fragua enardecida del corazón de un hombre que se resiste al universo,
la debacle del cuerpo contra la potencia de lo infinito.
Así se fantasean los colores,
así nacen las notas y sonsonetes,
así se encienden los aromas,
así el aterimiento y las llamas nos visitan azarosamente
como espectros enamorados.
El botón de la rosa no contiene el carmesí de la sangre,
el rojo es incendio enbravecido en nuestra mirada.
La campana no lleva a cuestas la naturaleza del sonido,
el sonido tiembla en el cause del plasma de las venas.
La sustancia no conoce el olor del salvajismo,
la colonia es memoria que se disemína en el aire.
Lo innegable es una cosa,
lo que creemos sentir es otra,
y sin embargo habitamos sólo en esa frontera divisoria,
en esa ensoñación primera
que hace de la ilusión un diáfano espejo del éter.
El hombre es metamorfosis de apariencias,
entrelaza fantasmas y los jura sólidos,
habita en visiones que lo atraviesan
como destellos de lunas benditas sobre el agua,
siempre bellas como musas, siempre intocables como el amor o la lujuria.
Nada es uno, todo es esencia opositora,
corpus y sombra,
materia y sueños oníricos,
realidad y formas fantasmagóricas.
Los doctores primigenios profetizaron de especies,
de imágenes que volaban desde las cosas abandonando su verdad
para colonizar las retinas y en los oídos,
de morfologías visibles y audibles
que se ofrendaban como emisarias del ser.
Pero sus palabras eran pájaros tornasoles,
jaulas vacías que intentaban aprisionar el enigma,
lenguas huecas que olvidaron lo etéro,
lo real no amerita presentación,
lo veraz se experimenta como herida,
como caricia de fuego en el mapa sideral de la piel del alma.
En verdad, es el corazón la forja preciosa y secreta,
es él quien resiste, quien reacciona,
y en esa sublevación inventa la continuidad de lo aparente.
Todo lo que creemos ulterior
es una ignición que adentro se origina,
un espejismo redentor que nos condena.
Entonces, ¿qué somos?
¿Un suspiro cautivo en las albarradas del cuerpo?
¿Un hechizo de movimientos
que se enmascara de amores, de melodías, de luces que vibran?
¿Un convenio secreto entre la realidad y la fantasía,
entre el abismo y la imaginación indomable?
Quizás la existencia no sea más
que una tregua entre lo exorbitante y lo efímero,
un retrato encendido de locura,
donde lo verdadero se disuelve en sueños
y lo imaginario funda lo autoexistente.
Somos reverberaciones de lo invisible,
somos armonía de lo imposible,
somos sombra de lo que jamás se alcanza
y aun así nos hiere como si fuera el colmillo del cielo.
Oh, fantasía primera,
misterio que se viste de multitud,
llave sagrada y velo de muerte,
engaño y revelación.
En ti la flor se vuelve buscadora del infierno solar,
la canción se transforma en espasmos del espíritu,
y el enamoramiento en herida sacrosanta.
Tú eres promesa de fruta que brota en el vacío,
la certeza de que incluso en la ilusión
late lo interminable.
Y si todo es fantasma,
si todo es eco y reflejo,
entonces, amada mía,
qué importa que el mundo sea una mentira,
si tu mirada inventa astros y firmamentos,
si tu voz incendia los silencios más sostenidos,
si tu tacto regresa al vacío en plenitud serena.
Pues aun en el reino de las quimeras,
donde nada es sólido y todo es cambiante,
el corazón halla su verdad más profunda, sentir pasión,
y en el averno mismo
descubrir la infinidad vestida de un instante.
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