Todos los males de la Tierra… o algo así
“La principal falla en la investigación médica, radica en buscar sistemáticamente el alivio a una afección específica. Nuestro equipo en cambio, tiene por meta potenciar el sistema inmunológico del ser humano. Haciendo esto, las enfermedades serán cosa del pasado”.
Dr. Juliana Freites
Capítulo I
Mientras Teby Antunes terminaba de dar los últimos toques a su maquillaje, preguntó inclinándose frente a su amigo:
-¿Cómo me veo?
Sin poder apartar su mirada de los atractivos pechos en forma de gota, que quedaron a escasos centímetros de su cara, Leo dudo un poco antes de responder.
-¿Te gustan?
Una nueva duda hizo titubear a Leo. No sabía si Teby hablaba de aquellos senos de buen tamaño, de los pequeños granitos de acné color verde amarillo, que se alineaban formando una espiga a la altura del juvenil esternón, o de los fuegos labiales que acababa de maquillar.
-Ya sabes que me gustan, ¿por qué preguntas?
-Porque las mujeres necesitamos afirmar nuestra autoestima, estúpido.
-¿No habría sido más sencillo pedir a tu padre un poco de plata y que te implantaran unos fogazos originales? He oído que todos los herpes tienen el treinta por ciento de descuento.
-Mi padre, como todos ustedes, los hombres, piensa que las mujeres solamente tiramos el dinero. Mi mesada se ha terminado hace quince días. No me daría ni un centavo más, aunque se lo ordenara el rey. Así que debo conformarme con estas cosas.
La adolescente miró un par de minutos, con aire crítico, las pequeñas protuberancias de neoflesh que tenía sobre sus labios. La imagen dentro del espejo guiñó aprobatoria mientras juntaba el pulgar con el índice. El reflejo recibió una buena cantidad de besos por parte de la Teby verdadera, que en ese momento se colocaba de perfil para contemplar su trasero. Mientras se disponía a salir colgada del brazo de su amigo, la chica sonreía, aunque sus pensamientos no eran del todo alegres. ¿Para qué servía tener un médico en la familia si no podía sacar ninguna ventaja? Sin embargo era sábado de fiesta y no podía pasarlo pensando en cosas tristes. Era preferible entregarse a la diversión y no pensar en la tacañería de su padre.
-¡Galileo Mendes, eres un chico afortunado! Hoy saldrás para presumir que llevas a la chica más guapa del domo.
-Y a la más loca también.
-¡Calla, penco!- la joven replicó mientras hacía cuentas con los dedos-. La quincena pasada compré una pulmonía de campeonato, hace una semana usé unos derrames en los ojos del morado más chic. Hoy, estos barritos más monos que un mono capuchino. ¿Sabes lo que eso significa?
-¿Qué no te queda blanca ni para el almuerzo del lunes?
-¡No, animal! Significa que tal vez muy pronto pueda estrenar mi primera venérea. Te encantará compartirla conmigo. ¿Qué dices?
Ambas Tebys guiñaron para luego hurgar con picardía. La mano de Teby se deslizó apoderándose por unos segundos de la entrepierna de Leo. El chico, a su pesar, no pudo ocultar la excitación bajo su pantalón. Teby escapó contoneando las nalgas mientras se reía de su amigo.
Tebe Antunes no era la joven más guapa, ni la más loca. Ni siquiera era la única que podía darse el lujo de enfermar cuando le diera la gana, desde que se había descubierto la forma en que el cuerpo humano sanara a sí mismo, convirtiéndolo en un organismo a prueba de enfermedades, todo el mundo buscaba, con afán desmedido, experimentar la sensación morbosa de estar enfermo.
“Lo que padeces habla de quién eres” era el slogan del mejor laboratorio de enfermedades a nivel mundial.
La gente pobre se tenía que conformar con la gripe estacional. Era la única enfermedad gratuita y que contagiaba de forma espontánea sin hacer distinción. El hecho de ser libre de cargos le hacía ser esperada con entusiasmo.
Los adinerados… bueno, con ellos sí que era diferente. Una extensa colección de los más exquisitos padecimientos se ofrecía a clientes distinguidos, mediante grips probadores, colocados en las estancias de los comercios más exclusivos. Cada uno era esperado con emoción creciente a medida que se daban a conocer detalles sobre sus efectos en el cuerpo.
La cantidad que se llegaba a pagar por algunas enfermedades sorprendía a más de uno, sobre todo si se tomaba en cuenta que todos los males de la Tierra no duraban más de cien días, pero las encuestas revelaban que para cualquier consumidor, el gasto siempre valía la pena. Cada centavo invertido en enfermedades, era dinero bien aprovechado. Después de todo, ¿qué significaba la vida si no podías sentirte realmente vivo? ¿Para que querrías tener todo un mundo de dinero, si no eras diferente a cualquier hijo de vecino?
La vida resultaba tan insípida como el agua, si no se saboreaba realmente su amplia gama de matices.
Así que las enfermedades clásicas como el asma, la lepra, el lupus, la parálisis infantil, el cáncer, y un sin número de enfermedades y padecimientos de descubrimiento más reciente, como la vratskelia, el duplem, el hibisco o la costilla de Adán. iban y volvían seguidos de apellidos extravagantes, al arbitrio de un grupo de modistas que los retocaban, haciéndolos cada vez más perniciosos, para luego lanzarlos al mercado, donde eran recibidos con entusiasmo por un público consumidor cada vez más hambriento de sensaciones.
Las sustancias químicas tenían su nicho aparte. Los padecimientos de médula ósea, pulmón, hígado, páncreas y riñones, que estas provocaban, eran seductores. Se jugaba con la muerte. El envenenamiento, accidental o planeado, y el suicidio, no eran raros. Resultaban decisiones románticas, por toda esa atmósfera cargada de dramatismo y arte que les rodeaba.
Por todos los medios se podían escuchar discusiones de expertos y advenedizos, que vertían sus opiniones sobre si esta, o aquella otra colección era mejor, o si acaso algún suicidio había logrado capturar el verdadero espíritu de la temporada.
Londres-París-Roma-Tokio-Berlín
Cascadas de catálogos describían las maravillosas obras de cada diseñador. La humanidad también caía en cascada, caía cada vez más en la decadencia. La mayoría de los padres se preocupaban poco por la higiene de sus hijos. El manejo de alimentos, de agua y de desechos se convirtió en un problema social y no de salud pública. Y qué decir de las conductas sexuales. Existía aún el control natal, pero la limpieza era desdeñada y hasta se la veía como una manifestación de mojigatería propia de otras épocas.
Caída sin control. Caída en la banalidad de una vida a prueba de cualquier afección.
OPINIONES Y COMENTARIOS