Cuento 2: La Sombra del Alba

En mitad del Caribe, cuando los mapas aún tenían manchas sin nombre, surcaba el mar un barco temido por todos: La Sombra del Alba. Su capitán, Francisco “El Coyote” Megías, era un corsario español expulsado de la Armada por negarse a obedecer una orden injusta. Desde entonces, juró vivir libre, bajo la bandera negra.

Una madrugada, mientras el navío cruzaba aguas envueltas en niebla, avistaron una isla que no figuraba en los mapas. El vigía juró haber visto una luz azul brillar en la costa, como si el mismo océano respirara fuego. El capitán, supersticioso pero ambicioso, ordenó fondear.

Al desembarcar, encontraron un templo antiguo medio cubierto por la selva. En su interior, una campana de oro colgaba sobre un pozo sin fondo. En la campana, solo había una palabra grabada:

encarnación

La leyenda decía que quien la hiciera sonar atraería una tormenta, pero también descubriría un tesoro oculto. Francisco rio ante el mito… y tiró de la cuerda.

El sonido estremeció la selva. El cielo se abrió con un trueno, y del pozo surgió una ráfaga de viento tan fuerte que arrancó los árboles de raíz. Cuando los piratas lograron regresar al barco, el mar hervía de furia, pero entre las olas emergía un cofre cubierto de conchas brillantes.

Nadie sabe qué fue del capitán Megías ni de La Sombra del Alba. Algunos dicen que la tormenta los arrastró al fondo del mar, custodiando su propio tesoro. Otros, que aún navegan entre la niebla, buscando marineros valientes para unirse a la tripulación.

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