Tercera Visita

Rubén tenía ocho años y dormía en una habitación pequeña, con la ventana que daba al jardín. A veces escuchaba grillos, sapos; otras veces, solo un silencio espeso como lana y el sonido de algun murcielago perdido que cruzaba la ventana. 

Aquella noche se despertó sin saber por qué. No hubo trueno, ni grito, ni ruido. Simplemente abrió los ojos… y estaban allí.

No era una. Eran tres.

Tres mujeres vestidas de negro. Vestidos largos, mangas anchas, sombreros con ala caída. Cada una sostenía una varita fina, como de madera antigua.

Estaban de perfil, inmóviles, en la punta de su cama.

Miraban hacia la ventana.

Rubén abrió la boca para gritar, pero no salió sonido. El aire le pesaba en el pecho.

—Mamá… —susurró, sin voz.

Las brujas no se movieron.

Una de ellas, la más alta, inclinó apenas la cabeza. Como si lo hubiera escuchado pensar.

Rubén cerró los ojos con fuerza. Se tapó con la sabana, contó hasta diez…cuando volvió a mirar, el cuarto estaba vacío.

Pasó el día inquieto. No dijo nada. a esa edad, no se hablaban esos temas

La noche siguiente, el sueño le pesaba. Se negaba a dormirse. Pero el sueño siempre gana.

Y volvió a despertarse de golpe. Las brujas estaban otra vez allí.

Las mismas tres. En el mismo lugar. Con la misma postura.

Rubén tragó saliva. Algo dentro de él, algo muy niño pero muy sabio, comprendió:

No venían por él. Estaban esperando algo afuera. Se sento en la cama y con mirada desafiante sacando un coraje desde lo mas profundo de su ser, las enfrentó. 

—¿Qué miran…? —murmuró con un hilo de voz.

Nadie contestó.

Solo un susurro, apenas perceptible, como si una tela rozara la otra.

Se quedó mirando fijamente a la bruja del medio. Tuvo la impresión —o la certeza— de que ella también lo miraba… aunque de perfil.

Esa madrugada tampoco gritó..

A la tercera noche ya no pudo evitarlo. Quería dormir con la luz encendida, pero le dio vergüenza pedirlo.

Se durmió igual.

Cuando abrió los ojos, ya sabía…Ahí estaban.

Las tres. Perfectamente quietas.

Rubén respiró hondo, y algo cambió: ya no tuvo miedo.

Se enderezó un poco en la cama.con voz mas familiar les pregunto 

—¿Qué esperan? —preguntó.

Una bruja giró apenas la cabeza. Muy despacio.

La varita en su mano apuntó un instante a la ventana, susurró unas palabras en un idioma imperceptible, y una estela de multicolores estrellas salieron como persiguiendo a alguien, la ventana se encandiló formando una explosion de luces sin sonido.

Y entonces Rubén escuchó algo. Un ruido afuera, como si alguien se alejara en el pasto mojado.

Las brujas no se movieron. una seguia mirando la ventana otra hacia la puerta con la vara preparada como para efectuar un disparo  y la tercera lo miraba a Ruben con rostro de proteccion, de confianza.  Parecían guardianas nocturnas, centinelas de un secreto que él no debía conocer.

Después, todo se apagó. A Ruben le pesaban los parpados Como si alguien hubiera cerrado los ojos del mundo.entrando en un profundo sueño, 

 Despertó a la mañana siguiente, con la luz entrando por la ventana.

El tiempo pasó y durante ese transcurso esperó la visita de las tres señoras por varias noches…

Nunca más volvieron.

Pero a veces, en noches silenciosas, cuando la casa queda a oscuras, él siente —sin miedo, pero con respeto— que aquella tercera noche terminó algo.

O empezó.

Fin

Diseño : IA

Musica: Delever me 

Intérprete : Sara Brightman  

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