Todos corren.
De un lado a otro, frenéticos, sin mirar,
pisando sombras, ignorando cuerpos,
como si el mundo fuera un tablero que no sangra.
Yo también corro.
Trabajo, hago, me consumo,
me olvido de respirar… hasta que paro.
Paro, miro, siento. Respiro.
Y entonces veo la frialdad:
la gente pasa, nadie recoge la caja caída,
nadie levanta la mirada, nadie toca con cuidado.
Follar no es solo carne.
Es roce, sí, pero es alma.
Y el alma no se reparte, no se vende,
no se mezcla con desconocidos sin sentido.
Y aún así, todos actúan, todos consumen,
como si tocar fuera tocar sin consecuencias.
El mundo va rápido.
Yo voy rápido.
Pero entre la prisa, hay silencio,
hay espacio para sentir,
para recordar que cada roce, cada acto,
debería ser un pacto con la esencia,
no solo un movimiento más
en el bucle infinito de la indiferencia.
OPINIONES Y COMENTARIOS