1. MASHA
Tenía frío en las plantas de los pies, pues iba descalza por la nieve, y los tenía congelados hasta el extremo de que ya no sentía los nervios y estaban enrojecidos y morados. La lengua le raspaba en la boca, pastosa como papel de lija. Los ojos, oscuros como ópalos, se le cerraban involuntariamente.
Masha sentía que ya no podía caminar más, porque el gélido viento invernal se le colaba en los harapos, la sórdida ropa que llevaba puesta, y al final se moriría. Se frotó las manos, pero estaban tan congeladas que se le habían dormido las articulaciones de los pálidos y flacos dedos. En su rostro descarnado y moreteado no había ni una pizca de vida, era la muerte asomando a su vida, mientras se balanceaba en el borde del abismo.
A tropezones, evadió los restos de cemento y las calles sin asfaltar, desembocando en la callejuela desierta. El viento ululaba maniático y frenético, y las escasas farolas viejas no alumbraban lo suficiente para poder ver bien mientras andaba, o por lo menos, arrastraba los pies, ya muertos e inservibles.
Hacía días que había salido de lo que quedaba de la casa de acogida, ahora vuelta un montón de escombros, un edificio en ruinas, porque las últimas bombas de la guerra de los rebeldes contra el Imperio, habían caído sobre ella, matando a todos los habitantes, los más afortunados habían fallecido en el acto.
Masha ayudó a ciertos niños que les habían arrancado una pierna por el impacto, a otros que lloraban asustados, y muchos habían sido asfixiados por el humo o aplastados debido al derrumbe. La escena era un infierno.
Los candiles todavía humeando, la gente mutilada, los niños muertos debajo de las rocas… Masha había visto el proyectil fatídico caer, pero no había podido hacer mucho más que salvarse.
Estaba comprando en el mercado local cuando escuchó el estruendo, y rápidamente acudió en ayuda de los desafortunados. El ratio de radiación estaría muy alto y extenso, y las personas afectadas que hubieran sobrevivido al bombardeo, infectadas por los patógenos radiactivos, sufrirían las consecuencias: perderían la vida entre horribles dolores y las mujeres embarazadas tendrían hijos deformes, o bien los mismos niños que antes jugaban alegres, en la antesala del terror, ya no podrían vivir tranquilos, agobiados y avergonzados por su mutilación fruto de la fatalidad.
La República Roja se había instaurado como nueva gobernante, izando su característica bandera roja en lo alto del pabellón, en la Casa del Gobierno, y el presidente se había instalado en ella tras haber derrocado, junto a sus generales y comandantes, al Zar, ese desquiciado vejestorio
que vivía despotricando contra todo el mundo, los había vuelto esclavos y los había denigrado y metido en la miseria.
Se decía que ya no salía a la calle y que languidecía eternamente postrado en su cama, incluso que había clones de él pululando por doquier. El presidente, Dominik, no se anduvo con chiquitas. En los próximos días a la caída del régimen antiguo, se procedió a perseguir, capturar y ejecutar tras una terrible tortura a los enemigos, los traidores y los sospechosos de servir y apoyar al Imperio.
Aun ahora, habiendo pasado dos meses del cambio de gobierno, los militares se paseaban por las calles armados con rifles y metralletas con cara de pocos amigos, y Dominik organizaba ruedas de prensa en las que comandaba las nuevas órdenes y hablaba de los temas que iba a legislar: reducir los impuestos, agravar los impuestos de los productos extranjeros, dispensar mayor alojamiento a los huérfanos de guerra y todas las personas en situación vulnerable, y procurar que los alimentos de primera necesidad, el pan, la leche, la harina y más, estuvieran disponibles y no hubiera escasez, pues acababan de atravesar tiempos de guerra y si la demanda superaba a la oferta, habría escasez generalizada y la población sufriría hambruna por un largo periodo, y al presidente no le interesaba para nada que se librasen revueltas y peor aún, que el pueblo muerto de hambre hiciera reyertas en las calles y estallase una nueva guerra civil.
Aun así, pensando sobre estas cosas, repasando los acontecimientos que habían cambiado drásticamente su vida, Masha sentía que el hambre le hacía estragos, convertido su estómago en un agujero negro por el que se filtraba todo hasta desaparecer. El cielo encapotado presagiaba una fuerte tormenta que se desataría de un momento a otro. Un gato atigrado, de pelaje erizado y mordiscos en las orejas, se cruzó por delante de ella, olisqueando ansioso, buscando la comida inexistente.
Masha sintió compasión de él, y captó los latidos desenfrenados de su pequeño corazón que, al igual que el suyo propio, estaba desesperado, al borde de la locura, por asegurar su supervivencia en un mundo destruido en el que no había hueco para ella.
Y fue entonces que se apareció Nikolai, su hermano, cuando ella sentía que se le emborronaba la vista, todo se oscurecía y no podía distinguir los contornos de los objetos ni las siluetas de las personas, los guardias del presidente, trajeados en su uniforme militar verde y negro, que estaban apostados a unos cien metros por delante de ella.
Del cuartel salía una débil luz. Masha empezó a hiperventilar, notando que los hálitos vitales se le escapaban, la vida se escurría de sus dedos y no era capaz de aferrarse. No había nada. No había nadie. Era sólo una
miserable chica huérfana, a la que no conocían y a la que nadie se molestaría en ayudar.
Sabía que iba a morir. Lo notó en la mirada de Nikolai, que le dijo que siguiera avanzando.
«Tienes que seguir. Has de vivir. Hazlo por ti misma.»
Ella, a punto de convulsionar, notando que se le paraba el corazón, con los pies manchados de sangre, cuarteados y agujereados, respirando aceleradamente, dio dos pasos más, pero sintió que se derrumbaba.
Los recuerdos, los archivos mnemónicos, empezaron a pasar ante sus ojos cada vez más rápido, estaba moribunda… Consiguió dar unas zancadas, pero el tirón en uno de los tobillos la alertó de que algo iba mal. Podría quedarse sin movimiento en una de las piernas, y eso sería malo, pero pensó que sería más catastrófico si moría.
Nikolai flotaba a su lado, caminando tranquilamente, con una sonrisa indulgente en su rostro. Pasó a su lado, cuando ella se derrumbó y casi se cayó. Dio más tropiezos ridículos e impulsada por la inercia, por el fuerte instinto, sobreponiéndose a sus límites, estiró las manos y pidió auxilio.
—¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude, por favor!
Su voz era débil, temblorosa, apenas un hilo de vibración que perforaba el viento chirriante e impío que le rajaba las cetrinas mejillas. Por fortuna, los guardias se dieron cuenta de su presencia y dieron un bote, yendo rápidos hacia ella.
—¡Eh, muchacha! —gritó uno, joven y desgarbado—. ¿Te encuentras bien?
—Parece a punto de morirse —dijo su colega, un barbudo de aspecto más robusto—. No podemos dejarla aquí. Llevemos a la pobre dentro.
Ella asintió débilmente, y pudo sostenerse en pie y llegar, sostenida por ellos, al cuartel. Al entrar, percibió que era cutre y estaba empolvado; las mesas estaban polvorientas y cubiertas de esquirlas de hielo, las sillas algo rotas y un poco descuidadas, y una única bombilla redonda flotaba en el techo, bamboleándose. Le iluminó la cara y por poco la dejó ciega.
Masha tomó asiento en una silla. El capitán, un hombre entrado en años, de barriga prominente y ojos agudos, le sonrió displicente.
—¿Qué tal, guapa? ¿De dónde vienes? No es seguro caminar por estos lares de noche. Podrías haberte muerto, has tenido suerte de que te hayamos encontrado.
Ella cruzó las manos sobre su regazo, percibiendo la mirada penetrante de los guardias. Una mirada masculina, odiosa. Estaban sopesando si valía algo como mujer, más allá de su atractivo. Pero habían decidido, al notar su palidez cadavérica, de días que no comía adecuadamente, su tez blanca como la nieve, los labios secos, las manos flacuchas y las piernas como palos, que no tenía valor alguno, que era una joven andrógina, o una desgraciada prostituta a la que su proxeneta hubiera echado del trabajo.
Eso era lo que pensaban, rumiando cual vacas en el campo, en tanto la examinaban de pies a cabeza. Sus alientos fuertes y que apestaban a alcohol. Habrían estado bebiendo svaka, una fuerte bebida alcohólica, mientras charlaban acerca de los temas del momento.
Cómo aumentarse el sueldo, ganar más dinero y subir de estatus. Codearse con el presidente. Formar parte de la milicia. Recibir medallas.
Viajar a las islas paradisíacas del Sur. Divorciarse de su mujer y conseguir otra esposa más joven y sumisa.
Masha lo notó al mirar al capitán a los ojos.
Esta puta no vale una mierda. Es un saco de huesos. Miro sus ojos y parece que están muertos. Qué asco me da. Debemos deshacernos de ella.
Será mejor mandarla a otra parte… Ni siquiera podemos divertirnos con ella.
Me gustan las que tienen más carne, ésta está famélica.
Lástima. Morirá de todos modos si la dejamos fuera a la intemperie. La tormenta podría durar toda la noche.
Masha, aterrada por las peliagudas revelaciones que venían a ella, tembló. No sabía por cuál razón la asaltaban tales pensamientos, obscenos y desconsiderados. Su máscara, la de los guardias, era una fachada puesta para agradar a los jefes, y en ese momento se estaba desmoronando.
Uno de los guardias alargó la mano para tocarle el hombro, y Masha vio cómo la lujuria crecía en sus ojos, pugnando por salir, y el miedo se antepuso al asco. Ya no podía oír lo que se desarrollaba en sus mentes, la psíquica fuerza se había desactivado, empero Nikolai seguía ahí, transparente y tieso, diciéndole mediante gestos que debía salir de allí o le harían daño.
¿Y adónde iré? No tengo a nadie que se preocupe por mí. Todos a los que amo están muertos.
Nikolai se desvaneció cuando ella parpadeó seguido, y el capitán volvió a aparecerse ante ella, agitando la mano espasmódicamente.
—Oye, no te duermas, que aquí no tenemos cama. —Los otros congregados estallaron en risotadas y este la observó, llevando la mirada al mínimo escote del vestido hecho jirones, sucio y helado por la nieve, pero Masha era prácticamente plana y él se quedó desilusionado—. Hm. Es una pena que una chica tan bonita tenga que pasar por tantas penurias. ¿Cómo te llamas, chica?
Masha articuló, con la voz cascada:
—Me llamo Masha…
—¿Hay algún familiar o amigo a quien quieras llamar? Para que te recoja, claro está, pues insisto, no puedo ofrecerte alojamiento, y la tormenta ya está arreciando fuera…
Golpeaban los azotes del vendaval nocturno contra el cristal, la ventisca arrasando con todo en medio de la negra noche turbadora, y Masha abrió los ojos, las pupilas dilatadas, la cabeza le dolía intensamente, punzada por agujas afiladas de hierro al rojo, caldeada como un horno. Si no podía comer nada en escaso instante, se desmayaría o le daría un fallo cardíaco. Suspiró, apretando los labios agrietados, y negó vehemente.
—No… No hay nadie… Que pueda darme ayuda…
Está Nikolai. Al menos él ha venido cuando lo he llamado. Pero, ¿qué podría hacer él?
Dudó, vacilando en dar su respuesta, porque intuía que no sería nada convincente. Esos tipos la tomarían por loca y no se demorarían en mandarla a un asilo. Y allí podría languidecer, muerta en vida, por el resto de sus días…
Movió el cráneo, sacudiéndose la negatividad, intentando que zozobrara, y ahogó un gemido cuando el capitán le preguntó.
—¿Y bien? ¿Qué harás? No puedes quedarte. ¿Jugarás a las cartas? —¡Ja, ja, a lo mejor es buena!
—¡No tiene aspecto de inteligente, pero con una ronda bastará! —¿Y si no lleva dinero?
—¡Entonces no puede jugar! ¡Tendrá que marcharse!
El capitán silenció el alboroto en un segundo y vuelto a Masha, le dijo:
—Estás de suerte hoy, jovencita. Resulta que la comandante del ejército de la República ha acudido aquí por cosas administrativas. La burocracia, que va muy despacio… Y se encuentra arreglando eso ahora mismo. La llamaré y hablarás con ella. Y le contarás la verdad.
Masha estaba aturdida. Resolvió, tras morderse la lengua, decir lo que había realmente en su cabeza. Era mejor intentarlo que callarse. De todas maneras, ellos lo averiguarían tarde o temprano.
Nikolai seguía moviéndose al fondo del local, meciéndose entre las sombras, su delgaducho cuerpo cimbrado como un junco, sus largas piernas tajeadas de cortes, los rasgos tensos, perlados de rocío y escarcha, del color de la tierra y la tormenta.
Lo diré. Porque tengo que buscar un propósito. Y quiero seguir viva.
—Disculpe. —El hombre se giró encontrándose sus ojos castaños, y Masha soltó, en un imprudente acceso de veracidad—: En verdad, tengo un hermano. Nikolai. Así se llama.
—Ah. ¿Y venía contigo?
El capitán miró a sus oficiales pidiéndoles contestación.
—No lo hemos visto —dijo el primer oficial, el de porte juvenil, cruzado de brazos. Observó desdeñoso a Masha—. Ya nos lo podría haber comentado antes.
—Yo no he alcanzado a ver a ningún hombre con ella —reiteró el otro, el de barba larga y enmarañada y anchas espaldas—. Si estaban juntos o no, sólo ella lo sabe. Por lo que vimos, marchaba sola.
—Llamaré a la comandante —sentenció el capitán—. Ella se ocupará de resolver este asunto tan embrollado.
Se dio media vuelta y tocó a la puerta que había en la oscuridad. Ésta se abrió y Masha distinguió a las dos figuras humanas dialogando unos momentos en el quicio. Luego se volvieron, encaminados hacia ella. Tragó saliva y jugueteó con los pies ensangrentados, moviéndolos como una niña en un columpio. Al ser iluminada por la exigua luz de la bombilla, la comandante se hizo presente.
A Masha le sorprendió el hecho de que fuese una mujer. Siempre supuso que las mujeres no podían dedicarse al servicio militar, pero se veía que las leyes republicanas habían abolido los antiguos preceptos patriarcales y ya podían acceder mujeres a tales puestos privilegiados, reservados solamente para los fuertes y fieros.
Masha y ella cruzaron una mirada. Alta, de cabellos rubios recogidos en una coleta, ojos azules como el cielo limpio y ademanes mesurados, imponía respeto incluso a los hombres. Masha entendía que las separaba un gran abismo: ella, la escuálida, menuda Masha, con sus revueltos cabellos marrones, erizados y sin gracia, no conseguiría nunca cautivar ni impresionar a nadie. Para qué se iba a lamentar. La naturaleza no le había otorgado ningún atributo.
La comandante le dijo, empleando un tono firme:
—Yo soy Kiera Fraser, comandante de los ejércitos de tierra de la República Roja. Mi compañero de la brigada policial me ha comentado tu peculiar situación. Estamos en Mosva, a merced de una furiosa tormenta de nieve, y tú has asegurado que tienes un hermano…, que no ha podido acudir contigo.
Masha chasqueó la lengua contra el paladar. Sentía sudores fríos corriendo por su nuca. Se sentía clavada, capturada, en la fría mirada fija de Kiera, una desconocida a la que no le importaba nada, demasiado ocupada en sus labores políticas para inquietarse por la suerte de una desdichada mendiga, sin querer apreciar a una mísera marginada, pero aun así, con todo en su contra, Masha se decidió a hablar, aunque Nikolai no paraba de hacerle señas de que no se atreviera.
—Me… Me encontraba sola, aterida, e intentaba llegar a algún albergue… He salido del orfanato de Krez, pero no… —se le quebró la voz, pero hubo de seguir hablando, asediada por los ojos hipnóticos de Kiera, que la obligó a expulsar—:no podía continuar andando mucho más. Me quedé sin zapatos porque se me partieron. Y.., tampoco pude conseguir comida.
—Una serie de desafortunadas casualidades —dijo el capitán, rumiando.
Kiera se movía de un lado al otro, pisando con sus botas negras, y el suelo retumbaba de sus pisadas firmes cual su propia mentalidad, y se volvió a Masha, mirándola fijamente. A ella se le puso la piel de gallina y arrancó a temblar.
—Ciertos puntos de tu historia no me cuadran. Dices que vienes del orfanato de Krez. Pero ese lugar ya no existe. —Kiera se cruzó de brazos frente a ella, una postura hostil que Masha interpretó como rezumando desconfianza hacia ella, y su cerebro comenzó a gritar dislocado—. Fue destrozado por las bombas y los misiles imperiales hace dos meses. Desde entonces, no hay más que pilas de ruinas. ¿Vagabundeas por allí y te has inventado la historia para dar pena? Si es así, a mí no puedes engañarme. Lo sé todo sobre los antiguos sitios del Imperio. —Plantó las manos encima de la mesa y Masha respingó de golpe, aterrada—. Dinos la verdad. Ya.
El corazón se le iba a escapar del pecho, latiendo con un frenesí demencial. Kiera la observaba, hosca, fruncido el ceño. Se echó hacia atrás, dedicándole miradas desconfiadas. Masha llegó a percibir con claridad inusitada el torrente de sus reflexiones, descargándose fogoso por sus redes neuronales.
Esta enclenque… ¿Qué pretende, engañarnos para que le demos cobijo? No funcionará. Esas tretas de poca monta no pueden conmigo. La meteré en los calabozos como ose volver a mentir.
Masha pugnó por contener las lágrimas, o la expulsarían y al amanecer sería un cadáver lleno de escarcha y mugre. Se rozó los nudillos con los labios, viéndose las manos huesudas, y repuso, apática:
—Yo… No soy importante. No soy alguien que pueda hacer las cosas bien. He intentado hacer lo correcto, pero siempre lo estropeo todo… Si no hubiera ido al mercado aquella tarde, la gente del orfanato seguiría con vida… Esos pobres niños… Todo fue por mi culpa.
Kiera no se inmutó cuando ella rompió a llorar, palmeando su raquítico torso, del que sobresalía el hueso. Masha sabía que ella no era relevante en absoluto. Una afinada, vulgar chica de cuerpo espectral y flaco, pobre
como las ratas, que olía mal y tenía el pelo de punta, grasiento…. Hacía tiempo que no se lo cepillaba, y la suciedad se le había acumulado debajo de las uñas. Sus pies estaban rasgados por completo, torturados por las piedras, las espinas y el gélido invierno. No tendrían piedad con ella. ¿A quién le iba a quitar el sueño si ella se moría?
—No has terminado de hablar, ¿no? — Kiera la asaeteó con los ojos, fulminándola a flechazos azules. Masha se preguntó si siempre tomaba esa actitud torva, porque sin duda era altamente eficaz—. Dime qué relación tienes con Krez.
—He vivido allí desde…, desde la muerte de mis padres. Estaba con mi hermano mayor, Nikolai. —Masha se enjugó las lágrimas, tratando de despejarse la visión borrosa, y enfrentó a Kiera—. Entiendo que no me crea, pero le estoy diciendo la pura verdad. Es todo lo que sé. Krez cayó arrasada y calcinada por las bombas…Y yo estuve allí, salvando a los pocos que fueron supervivientes.
¿Cómo probarás esto, pequeña mentirosa? Estaba pensando Kiera.
Masha se alarmó de repente. ¿Cómo podía ella detectar su pensamiento con esa facilidad?
Es un pensamiento fuerte, una idea enclavada. Cree que yo me estoy marcando un farol. No podría ni aunque quisiera. A estas alturas, o digo cuanto sé o moriré de fatiga, sed y hambre. Estoy tan cansada que me dormiría ahora mismo…
Luchó contra el sueño, a pesar de que los párpados le caían sobre los ojos y la cabeza le pesaba y las piernas se notaban derretidas como lava; miró a Kiera y contestó:
—Por favor, le ruego que me crea. He estado caminando decenas de kilómetros para llegar a un refugio y estar a salvo. No puedo más. Voy a desfallecer si no como algo.
Kiera resopló, exasperada, y se masajeó las sienes. Masha no volvió a notar sus ideas; Nikolai no estaba, se había ausentado.
—¿Y tu hermano? ¿Es una persona real o te lo has inventado?
Masha se meneó en un ademan histérico con las escasas fuerzas que le quedaban. Sus brazos lechosos se veían espectralmente blancos, intangibles y macilentos, como un muerto viviente, una muerta que aún respira, no se sabe cómo. Kiera se preguntaba cómo no había muerto en el trayecto, sabiendo que el camino estaba repleto de nieve e impracticable por el temporal.
—¡Le juro que Nikolai existe, le lo juro! —Masha, en sacudidas enérgicas, se había ocultado la enflaquecida cara, de pómulos marcados, por los pelos grasientos, y al estar tintada en sombras, pareciera más terrorífica que antes—. ¡Nikolai…! ¡Él es…!
—Te aconsejo que te calmes o esto no irá a ninguna parte —le escupió Kiera con frialdad, en un tono que dejó a Masha congelada.
Se repantigó en la silla, clavándose las vértebras de la columna en el respaldo, hasta sentir los arañazos de la madera, y respondió, más tímida:
—Nikolai es mi hermano, tiene tres años más que yo. Vivimos juntos en Krez.
—¿Y dónde está él? —quiso saber Kiera, preguntando con impaciencia manifiesta.
Masha se encogió de hombros, aprisionada por esa mujer, dura de roer, que le dirigía su turbada mirada.
—No lo sé… Él no está aquí…
Kiera dio otro resoplido.
Empezaba a impacientarse, y Masha no quería correr riesgos, así que agregó:
—Siento no ser más específica. Nikolai… Bueno, él… Él estaba a mi lado… A veces está y otras no… Pero siempre viene cuando lo llamo.
—¿Qué significa eso? ¿No puedes explicarte mejor? —bufó Kiera—. Esto se acabó, Masha. Tienes que irte ya. No aportas nada de información útil y nos estás tratando de embaucar. Debes marcharte. O te echaré yo misma.
Masha alzó las manos en un gesto conciliador. Su pequeña cara estaba blanquecina como la de un muerto. Kiera enarcó las cejas.
—¿Ah? ¿Algo que añadir?
—Nikolai siempre está ahí para apoyarme. Venía andando a mi vera, puedo asegurarlo.
Kiera y el capitán cruzaron una mirada cómplice y él replicó:
—Cuando te hallamos, estabas completamente sola, muchacha. No había nadie alrededor. Y si hubiera sido tu hermano, debería habernos dicho eso.
Masha negó con la cabeza.
—No… No… Yo… Os juro que no es una alucinación ni una mentira… Yo lo veo, y él está conmigo…
En esos instantes críticos lo veía, él pegado a la pared, brillante, sonriendo con esa cálida sonrisa, diciéndole: «¿Por qué les has hablado de mí? ¡Tendrías que haberte ido corriendo!'»
Masha se presionó las manos para evitar llorar.
Kiera, acercándose a ella, tanto que sus rostros quedaron a pocos centímetros de distancia, le inquirió en tono ácido:
—¿Qué pasa con tu hermano? ¿Por qué no aparece?
Masha forzó una sonrisa triste, a punto de sollozar de nuevo.
Él no puede. Él no volverá… Ya no está aquí…
En efecto, Nikolai había desaparecido, y la bruma se despejó de la mente de Masha, esa nebulosa que no la dejaba pensar bien, y entonces asimiló que debía contarles lo verdadero. Sobre Nikolai. Y sobre ella.
—Mi hermano… Él no está ya entre nosotros.
Kiera farfulló y descargó un sonoro puñetazo en la mesa, que sobresaltó a Masha. Captó lo que reflexionaba.
Esta mujer está loca. Llamaré al centro médico para que vengan a recogerla. No está en sus cabales.
Masha se cubrió la cara con las manos.
Kiera la exhortó, con ira vibrando en su voz:
Nikolai está muerto. Murió hace siete años, al contraer unas crudas fiebres.
Estuvo tres meses en cama antes de fallecer. Yo sentí que su espíritu no
quería partir…. Y luego soñé con que volvía a verlo… Y desde entonces no
ha dejado de visitarme.
Notó que le temblaban las manos.
¿Por qué tengo esto? ¿Esto es una maldición o una bendición? ¡Yo no
quiero, no quiero recordar esos nefastos momentos! Nikolai…Siento mucho
no haber podido curarte…
Se contuvo, mordiéndose la lengua para no llorar otra vez.
Kiera se disponía a hablar cuando Masha dijo, atropelladamente:
—Mi hermano Nikolai está muerto. Falleció hace varios años. Desde que
eso pasó, yo tengo extraños sueños en los que lo veo y habla con él. Y él
viene a verme, se me aparece en cualquier momento y en algunos sitios….
La primera vez que lo vi fue en su entierro. Caminando entre las flores
blancas. Lo enterraron en primavera…
No pudo aguantar más y se mordió los labios hasta hacerse sangre. Los
guardias, perplejos, no atinaron a decir nada.
Después de una pausa valorativa, Kiera dijo:
—Eso… Eso es inusual. Y estrambótico. ¿Cómo sé que es cierto?
Masha se encogió de hombros, laxa.
—Puede usted comprobarlo en el registro municipal. Nikolai estaba
censado. Seguramente está registrado ahí.
Kiera masculló:
—Tendré que mover unos papeles. Bueno, pues ya está. —La observó, más
calmada, aunque Masha podía sentir su agresividad aún latente debajo de
los procedimientos de protocolo—. Puedes levantarte.
Masha se levantó con el cuerpo agarrotado, afiebrada, cercana a
enfermarse, y Kiera se le aproximó. De pie, resultaba ser unos quince
centímetros más alta que ella, y eso era bastante, teniendo en cuenta que
Masha medía metro sesenta.
Kiera le señaló la puerta. Masha entreabrió la boca, pero no dijo nada.
Ya está. Me mandará al cuerno. Cree que estoy loca de atar. Razón no le
falta, pero yo he cumplido mi parte. ¿Me pegará una patada?
Nikolai siempre la había protegido de los matones, los niños burlones que
se mofaban de ella y la pateaban en el trasero mientras la llamaban bruja.
No es que fuesen a quemarla en una pira o algo por el estilo, pero ser
diferente, y ser además una mujer, no era garantía de reconocimiento, amor
y libertad. Muchos hombres, en su mayoría parte del ejército republicano,
abogados, nobles de alta alcurnia y filántropos adinerados, creían que el
lugar de la mujer era secundario al del hombre y que era el sexo débil.
Nikolai ya no se hallaba allí para protegerla y darle consuelo, y estaba sola,
seca y medio muerta, con los ojos negros y huecos y los pies llenos de
moscas… No quería ser un esqueleto. No quería ser objeto de escarnio.
Kiera le dijo, tras un momento infinito:
—Irás afuera, y yo te acompaño.
Masha suspiró aliviada.
Kiera, girándose a los guardias, les dijo:
—Acompañaré a Masha al gremio. Nos veremos en otro momento.
—Sea, mi comandante. —Los guardias se inclinaron ante ella, exudando
respeto por todos los poros de su piel, e hicieron un gesto característico de
los republicanos: cruzaron tres veces las manos ante el pecho y se dieron
dos palmadas consecutivas—. Por la República.
—Por la República, sí —dijo Kiera, y se despidió de ellos.
Masha apenas les prestó atención. Se centró en avanzar lentamente,
manejada por la instintiva fuerza de voluntad, porque su cuerpecillo
desmadejado ya era un saco roto atado con hilos tajeados al cerebro, y
siguió a Kiera, dejando atrás el cuartel de guardia.
La ventisca había amainado, pese a que los vendavales seguían cortando su
cara y sus piernas y manos, ya entumecidas e insensibles, no respondían a
los estímulos. Masha aguzó la vista y vio el coche negro de elegante
carrocería que estaba aparcado enfrente. Kiera le hizo una seña de que se
montase.
—No te montes en la parte de atrás. Delante. A mi lado.
Ante su tono que destilaba autoridad, Masha no esgrimió réplica. Con algo
de trabajo, pues no podía mover los dedos, abrió la puerta. Intentó montarse
alzando las piernas, más estaba paralizada de haber estado tanto rato
sentada.
Kiera se percató de sus dificultades y fue a ella, la levantó sin mucho
esfuerzo —se asombró y se apenó de que fuera tan frágil y ligera como un
pájaro—, y la colocó en el asiento. Masha se admiró de la bella y mullida
silla, a la que podía adaptarse perfectamente, y se recogió el pelo
desordenado en un moño para poder ver. Kiera se fijó en sus pies
destrozados.
—Podrías infectarte y morir si no te los curas.
—Muchas gracias por salvarme. —Masha le sonrió. Kiera accionó el motor
y el coche arrancó, traqueteando por el sendero nevado—. ¿Adónde
vamos?
—Te llevaré a la sede de las brujas, el gremio.
Los pálpitos del corazón se le acrecentaron y miró a Kiera a los ojos. Ella
agarraba con firmeza el volante y el coche avanzaba veloz por la acera
pavimentada, adentrándose en la ciudad.
—¿Me crees?
—Sí, aunque es difícil creerlo.
Masha suspiró.
—Me alegra saberlo. No sé desde cuándo tengo esto ni porqué… No lo
hago aposta, ¿sabes? La sensación viene cuando estoy en peligro, o me
pongo nerviosa… Y las visiones también.
—No necesito explicaciones —la cortó Kiera, y al notar su rostro
paliducho, esa blancuzca carita afilada, cambió su tono a uno más sereno—
: Quiero decir que yo no entiendo de esas cosas. No soy la persona más
indicada para contarle todas tus preocupaciones. Sólo te ayudo porque es
mi deber. Acoger y rescatar a los niños y las mujeres, los más vulnerables.
Masha se mordió las uñas, negras y descascarilladas. Contempló los
edificios altos y las casas de techo a dos aguas a las que se estaban
acercando. Un enorme edificio alto, de gruesos muros y largas y espejeados
ventanales, se recortó en la distancia, destacando como un guepardo entre
los árboles de la vasta selva. El firmamento, surcado de estrellas, había
borrado la luna, que estaba tapada por nubes borrascosas. Kiera miró a
Masha.
—No te preocupes, ellos te atenderán adecuadamente. Podrás integrarte
con mujeres que son como tú.
—¿Como yo? —Masha pestañeó, incrédula, y sus hombros huesudos se
elevaron, destacando por su palidez inusitada—. ¿Y qué soy yo, sino una
don nadie?
Kiera, sonriendo a medias, sacudió la cabeza.
—Me diste miedo cuando dijiste que podías ver a tu hermano muerto. Digo
que eso da bastante repelús. Si no te hubiera creído, ya estarías fiambre,
siendo pasto de las ratas y los gusanos. —Al cruzarse sus miradas, los
corazones de ambas latieron más rápido—. Sólo te aseguro de que estarás
mejor que en la calle, donde no podías estar segura. Te entenderán y harás
amigos y aprenderás a encarrilarte.
Masha murmuró, abrazándose el tenso y descarnado abdomen:
—No sé, yo nunca he sido más que un desastre… Nunca arreglo nada, solo
lo empeoro… No hay lugar para mí.
—Entonces elige. —Kiera le tocó la frente de golpe, y Masha sintió sus
manos cálidas. Kiera retiró su tacto al instante—. Entre vivir o morir.
Puedo abrir la puerta, entonces saldrás del coche y desaparecerás para
siempre. O puedes elegir integrarte en la comunidad de brujas.
Masha movió el cráneo en negativa.
—¡Yo no soy una bruja! ¡No lo soy! ¡Sólo soy una mujer tonta que ve
cosas por casualidad!
Kiera gestó una mueca.
—Eres una terca y una desagradecida, sí, ya lo veo. Pero tienes un don
especial. Creo en lo que has dicho como testimonio. No soy supersticiosa, pero te creo. —Le regaló una mirada traviesa, aunque fría como de
costumbre—. No me hagas repetirlo. Estoy teniendo paciencia contigo.
Escoge. La decisión sobre tu futuro está en tus manos.
Masha arrugó el ceño.
Ayudarme para luego pretender dejarme tirada… Eso se llama ser sádico.
Apuesto a que le gusta hacerme sufrir.
Kiera no se movió ni un ápice, y Masha le dio vueltas a la cabeza. Y
decidió no evadirse.
—Vale. Lo acepto. Iré al gremio. Pero yo no sé lo que soy.
—Una bruja. —Los ojos de Kiera chispearon fogosamente, ígneos—. Eso
es lo que eres. Por eso irás y encontrarás tu sitio.
Se bajaron del coche al llegar a la entrada. Kiera la miró.
—¿Necesitas ayuda para subir?
Masha tomó aire.
—Podré yo sola.
Se dispuso a andar, pero casi se cayó en redondo de no ser por Kiera, que la
agarró de la cintura.Pensó que parecía una muñeca de cristal.
Parece que se romperá si la toco. ¿Cuánto tiempo lleva sin comer? Parece
un ángel.
Masha enrojeció por su contacto. Kiera sonrió levemente, y ambas se
miraron. Kiera abandonó la sonrisa, manteniéndose estoica aún dadas las
circunstancias.
—De nada.
Alcanzaron los escalones. Gracias a Kiera, que casi la cogió al vuelo,
Masha pudo subir. En la entrada, aguardaba una chica pelirroja, cuya mata
de pelo era un ramalazo de fuego, quien les sonrió.
—Eres Masha Stankov. Encantada de conocerte. Soy Irina.
Ésta la miró interesada y la abrazó de golpe. Masha no se lo esperaba y no
supo qué decir, así que se quedó callada. Olió el perfume que llevaba Irina,
una mezcla de flores fragantes y de aceite, y que la impregnó un poco a ella
también. Irina se retiró y la palpó, sintiendo su frío cuerpecillo.
—¡Por Alyn bendito! Estás helada y muy desmejorada. No te inquietes, me
ocuparé de cuidarte y de ayudarte a que te repongas. Ven conmigo. —Hizo
una inclinación de cabeza, respetuosa y cortés, a Kiera—. Un cordial
saludo, comandante. Gracias por haberla traído junto a nosotras. Nos
encargaremos de que no le falte de nada.
—El placer es mío —dijo Kiera, y miró a Masha de arriba abajo con una
mirada penetrante y enfocada que la dejó cortada de vergüenza—. Bueno,
pues ya he completado mi cometido. Nos veremos, Masha. Debes cuidar de
ti. Y comer más.
Masha le sonrió cálidamente, como atontada, y elevó la mano, diciendo,
más animada:
—Gracias por todo lo que has hecho por mí, Kiera. Otras personas no
habrían estado a la altura y me habrían dejado morir.
Le llegó el pensamiento de Kiera, alto y claro como si le retumbara con mil
golpes de tambor.
Esta muchacha… Ah, no tienes modales, pajarillo. No puedes llamarme con
ese tono casual, como si yo fuera tu amiga. ¿Ya te has olvidado de que soy
una comandante? No creo que volvamos a vernos, a menos que te conviertas en el gafe del gremio y tenga que venir a sacarte cuando la jefa te expulse. Qué más da. Total, para lo que vales… Eres un maldito pájaro,
una cotorra entrometida. Vete ya y no des más problemas.
Masha se puso lívida al detectar esto, intentando dilucidar si era o no
coherente con la actitud amable que mostraba la comandante. En absoluto.
Esa mujer se había revestido de falsa amabilidad para dejarla en otras
manos y poder quitársela de encima. No desearía más que no volver a verla
ni saber de ella. Entonces, si pensaba que ella era un estorbo, ¿por qué la
había salvado? ¿Por qué no la dejó morirse congelada?
Recordó las advertencias de Nikolai.
«La gente lista de la política prefiere manipularte antes que admitir que no
vales para nada y desecharte. Las personas son un activo, y ellos lo
aprovechan al máximo. En este mundo de hipocresía, todos se irán a
manejar al que tengan al lado. Es así de cruel, hermanita. No te fíes de
nadie. Cualquiera con una pizca de maldad querrá venderte al mejor postor.
Incluso la escoria genera dinero. No le abras tu corazón a ningún
desconocido, no caigas en las trampas de las bellas palabras y las sonrisas
bonitas. «
Se sintió una estúpida de remate. Kiera había pretendido desembarazarse de
ella desde el principio. Y si no lo haría en el futuro, sería porque ella,
Masha, poseía un vasto y magno poder que le interesaba conocer y quién
sabe si asimismo usar cuando fuera así requerido. La miró con los ojos
llorosos, blanca como el papel.
—¿Estás bien? —le preguntó Irina—. Oh, pobrecita, has sufrido mucho. Descuida, iremos a la habitación. Pues has de lavarte y asearte.
Kiera forzó una sonrisa, como queriendo decirle que todo estaba bien y que
ella era en verdad una persona íntegra, honesta, pero Masha ya no se fiaba.
Kiera se volteó en el último segundo, y agregó, suave y cauta:
—A lo mejor vuelvo mañana a ver cómo te encuentras. Espero que te
mejores.
Masha abrió la boca para protestar y ponerse en contra de esto, empero
estaba sin energías y solo le salió un débil murmullo que la otra no
escuchó.
Kiera se marchó, y su figura larga y estilizada se hizo un borrón a lo lejos,
cubierta por las neblinosas sombras que se cernían sobre el espacio. El
bosque era un punto indeterminado y distante, enmarañado, y Masha se
dejó conducir, dócil y exhausta, por Irina.
Irina la llevó a su habitación, que era grande, espaciosa, y daba a la cara
norte, donde se veían los árboles del bosque. Disponía de un escritorio de
madera oscura equipado con un tocador a juego, un armario empotrado de
madera de nogal, y dos camas arregladas. Masha se sentó en la suya, y
comprobó que era mullida y sedosa, de lana de oveja.
Irina le indicó que se desvistiera y se metiera en la bañera.
—Te ayudaré a lavarte el pelo. Tienes jabón, esponjas y el agua está llena
de sales medicinales y perfume de aroma de rosas.
Mientras le lavaba el cabello graso, y se lo dejaba reluciente y perfumado,
Masha sentía que recuperaba el calor del cuerpo y su temperatura volvía a
estar normal.
—Dormiremos, comeremos y haremos nuestros deberes juntas. La
cooperación y el trabajo en equipo, la asertividad, y la cordialidad son
valores fundamentales en el gremio. Si eres una bruja, tienes que saber
colaborar con tus compañeras. —Irina movió su melosa cabellera roja y
Masha la observó, preguntándose cómo había conseguido ese hermoso pelo
y porqué ella en cambio tenía una melena rala y erizada—. Lo primero será
que te alimentes bien y te prepares con las ropas más galantes.
Abrió el armario y empezó a sacar abrigos largos y brillantes, de vivaces
verdes, rojos y azules. Descubrió uno morado que le señaló a Masha.
—Esto se llama Kaffta. Son abrigos confeccionados con tela de yakk, que
abundan en las praderas esteparias del norte. Te quedará bien este color y el
atuendo combinará con tu cabello y el tono de la piel, además de que va a
disimular tu flaca constitución.
Se lo puso en la cama, y le indicó a Masha que la siguiera. La agarró de los
hombros observándola.
—¿Qué haces? —se extrañó Masha.
Irina dijo:
—Mm. Ya decía yo que no te sentaría bien sólo arreglarte las vestimentas.
Tengo que maquillarte, arreglar esa cara blancucha. O les parecerás un
espectro y se reirán de ti. Y yo no quiero que eso pase.
Masha estiró una sonrisa en sus labios.
—No creo que haya mucha diferencia si me acicalas…
—Siéntate y déjame hacer algo por ti. No es mi trabajo oficial ni soy un as,
pero algo te pondré de color y te verás más guapa. Y debes comer en la
cena, o serás una desnutrida. Y eso no es bueno para ti.
Masha se sentó y permitió que Irina le trenzara el cabello ralo y desvaído,
tirando de su cuero cabelludo; seguidamente le empolvó las mejillas con
carmín y le echó fragancia de rosas y lilas para que oliera adecuadamente,
le pintó los labios morados y le limó las uñas cortadas. Por último, le calzó
unas botas forradas de lana. Masha sintió que ya no estaba aterida. Era muy
cómodo el abrigo, y al mirarse en el espejo, pensó que no parecía la misma.
—No parezco ni yo misma…
Irina le sonrió vivamente.
—Calla, calla. No arruines mi esfuerzo con tu desánimo. Alza esa cabeza y
siéntete orgullosa. Nuestras hermanas ya están engalanadas y nos esperan
en el comedor. Es hora de tu presentación, Masha. Brillarás con una luz
radiante.
Bajaron juntas, Masha llevada por una ufana Irina, que daba saltitos de
alegría y le comentaba lo guapa que estaba —aunque nunca sería hermosa
como ella, pensaba Masha tristemente—, y al entrar al comedor, estaban
reunidas las brujas.
A la cabecera de la mesa se sentaba una mujer mayor, de cabellera cana y
cara angulosa, que sonreía orgullosamente y le hizo un asentimiento. Sería
la jefa de las brujas, la dirigente del gremio.
A su derecha había una chica rubia, altiva, de bellos cabellos rubios como
el oro y ojos dorados de largas pestañas; miró desdeñosa a Masha al pasar
ésta a su vera. A la izquierda se disponían otras dos brujas mayores,
morenas y veteranas, de aspecto espartano, que le sonrieron por protocolo,
quedamente, y no hablaron entre ellas, y frente a la jefa, al lado de Irina y
de Masha, se había sentado una chica morena de larga cabellera rizada, piel
de ébano y labios rosados; y otra de cabellos negros, vestimenta oscura y
gesto suspicaz.
—Te damos la bienvenida a nuestra casa, Masha —dijo la mujer—. Soy
Alice, y éstas son las compañeras Cora y Diane, profesoras de Magia
Elemental y de Sanación, y las compañeras más respetadas tus nuevas
colegas, Zia —la chica morena asintió—, Anya —la rubia de largas
pestañas hizo una leve mueca—, y Ruby —la de negro con semblante
somnoliento.
Masha sonrió tímidamente y tomó asiento. Las chicas estuvieron hablando
emocionadas durante toda la cena, entre ellas Irina, que hablaba por los
codos; en camino Masha apenas interactuó con ellas, limitándose a
escuchar y a picotear de su plato, abstraída, encerrada en su mente
hermética y atemorizada.
Estaba en un lugar extraño, y se sentía fuera de lugar, como pez fuera del
agua. Aunque ellas no le dijesen nada de forma explícita y fuesen lo más
afables posible, podía palparse su desconfianza e incluso desdén, como ya
le hubiera pasado con Kiera.
No estaba segura de estar encauzando por el sendero correcto, pero al
menos estaba viva. Su madre y su padre la habían educado para ser fuerte y
resistente, y no tener expectativas demasiado altas. A Masha se le
humedecieron los ojos, pero se apretó las manos, intentando fuertemente
que no se escapara ninguna lágrima.
La tristeza significaba debilidad en ese contexto, y en un mundo duro y
hostil, rodeada de enemigos y de posibles traidores, Masha no se fiaba y
debía transformar su vulnerabilidad en poder, cambiar sus puntos débiles
por fortalezas y la impulsividad en templanza.
Pensó con amargura, destilando ansiedad, que Nikolai era mejor que ella en
eso. Sabía desenvolverse en situaciones sociales. Ponía de su parte a todo el
mundo. Las chicas bebían los vientos por él y los chicos lo retaban.
Los recuerdos volvieron a ella, en sacudidas, y Masha se cayó a las
profundas aguas de un mar enrabietado, azotada por la tempestad.
En los últimos momentos de su vida, Nikolai había enfrentado unos
cuantos duelos contra soldados rashianos, curtidos y frívolos, por obtener
ciertas sumas de dinero. Masha, inocente e introvertida a sus dieciséis años,
temerosa y avergonzada por no poder ayudarlo a escapar de ese atolladero,
intentó por todos los medios persuadirlo de que no volviera a pelear.
Nikolai le hizo caso omiso. Se iba por las noches a pelearse con los otros
jóvenes, se emborrachaba y acababa luchando y disputando unas cuantas
bolsas de monedas.
Masha lo veía por las mañanas, tirado en el suelo, aferrado a una botella de
svaka. Se compadecía del despojo que era su hermano mayor, lo regañaba
y, sollozante, lo ayudaba a levantarse y le curaba las heridas de la espalda,
los brazos o los ojos. Un día amaneció con el ojo morado por los puñetazos
y Masha se echó a llorar como una fuente. Nikolai se enfadó con ella, la
llamó idiota y le dijo que no valoraba lo que él hacía por ella.
Masha solía afirmar que Nikolai era imbatible. Pero todas las personas
tienen un límite, y una vez Nikolai se enfrentó a un guardia real que se
encolerizó, y como resultado, lo atacó por la espalda y le disparó en el
costado.
Masha se lo encontró moribundo, arrojado en el granero, entre una pila de
heno. Se lo llevó y lo mantuvo en la cama, curando como pudo al
convaleciente, mostrándose serena y resolutiva, como él hubiera querido.
Nikolai padeció de fiebres intensas por tres días seguidos, y empezó a
delirar en los instantes en que se acercaba al umbral de la muerte, cuando
su vida descendía hacia la penumbra; los médicos le extrajeron la bala, pero
los dolores no se le fueron.
Desafortunadamente, la bala había dañado tejidos y órganos internos, y el
daño era irreparable. Pero fue horrible para Masha ser testigo de cómo su
hermano se volvía loco.
Fue a buscarlo, una tarde que él había salido, aunque ella le había dicho
que se quedara quieto guardando reposo, y no había vuelto a verlo jamás.
Eso sucedió hacía siete años. Desde entonces su fantasma no había dejado
de aparecer, constante y frenético, en momentos estrambóticos y horas
intempestivas.
Se presentaba por las noches, antes de que Masha se durmiese, en las
entradas de los sitios, cuando recogía frutos silvestres en el campo, cuando
iba al ayuntamiento, o al mercado… En principio ella no se creía que él
estuviera muerto, y las imágenes le parecían más bien espejismos,
reminiscencias del pasado vivido junto a él. Pero Nikolai seguía
apareciendo, y le aconsejaba, la apoyaba y le decía lo que tenía que hacer, a
saber, estaba ahí en todo momento que Masha sintiese una amenaza en las
fronteras de su existencia.
A pesar de eso, Masha pensaba a veces que Nikolai no era realmente un
fantasma, sino la imagen adulterada, el icono del ídolo de su infancia, la
vívida permanencia de un recuerdo que ella había extraído de su
subconsciente y tornado sin querer en un amigo, un apoyo imaginario.
Masha podía ver y sentir fantasmas reales, como los de los niños aplastados
por las bombas, que siempre lloraban y paseaban por los alrededores del
devastado cementerio, sin desear mirar sus tumbas anónimas de letras
desgastadas y musgosas.
Encontraba los espíritus de ancianos enfadados o tristes que habían perdido
a sus hijos, almas en pena que vagaban por el pueblo lamentándose de su
suerte; a los soldados caídos en batalla, mutilados y descorazonados, que
aguardaban a sus mujeres y novias, a los bebés recién nacidos que habían
fallecido en el parto, a las madres que los reclamaban y los echaban de
menos…
Y a Nikolai, que le decía que él aún no había muerto y que por eso se
comunicaba con ella, pues se hallaba en el borde entre el mundo de los
vivos y el de los muertos.
Y si no había perecido, ¿dónde estaba? Lejos, en algún lugar ignoto al que
Masha no había podido llegar todavía. Se acordó de la Sombra, del Mar
Negro, los lagos marchitos de aguas negras y sombrías en los que nadaban
bestias inmundas que devoraban a los incautos. Una terrible catástrofe de
hacia cientos de años había sembrado a esas criaturas de la oscuridad por
los bosques y páramos, contaminando los prados e infestando de miedo los
corazones de los hombres.
Masha tenía pesadillas cuando se acordaba de la Sombra. Nunca había
visto algo tan feo ni pútrido. Una vez la llevaron cerca por accidente, pues
sus padres se desviaron de la ruta. Lo había vislumbrado, pavorosa. Una
vasta extensión de agua inabarcable, circundada por una yerma meseta. La
oscuridad parecía solidificarse e imperaba allí. Había oído leyendas sobre
el bosque negro, la meseta desierta de Lang y los terrenos de Dor Guldur.
Los que se adentraban allí nunca volvían.
No recordaba las caras de sus padres. Apenas unas caricias en su pequeña
cabeza, el tintineo de unas campanas y el sonido del traqueteo, procedente
de las ruedas de un carro. Habían pasado por las inmediaciones de la
sombra, ese terreno maldito, en su camino hacia el centro de Rashia,
pretendiendo llegar a las aldeas de Svetya, (en la cual había nacido)
Tammika y Cheka.
Nikolai le había comentado que sus padres eran comerciantes cuyos
antepasados provenían de Rashia, y que se ganaban la vida repartiendo
telas cosidas a mano, especias y otras cosas exóticas por los distintos
pueblos del noroeste. Masha creía que la Sombra los mató, se los llevó
consigo cuando los sintió cerca, ansiosa de carne y sangre humana…
Solo habían vuelto Nikolai y ella a Rashia, caminantes pequeños y
asustados, hasta que llegaron al orfanato y la vieja dueña, Katia, se
compadeció de ellos y los acogió bajo sus alas, tratándolos con mimo,
aunque no suplió sus carencias ni logró que Nikolai olvidara a sus
progenitores, arrancados de ellos por la influencia de un mal antiguo y
cruento que no perecía nunca.
Años después de su supuesta muerte, o de su desaparición, Masha
desarrollaría un talante obsesivo, morboso y auto destructivo. Katia se
quejaba de que apenas comía, dejándose comida en el plato o sin tocarla,
retirándose a los asentamientos silvestres, donde pasaba horas enteras
embutida en sus ensoñaciones y avivando los recuerdos de tiempos previos,
cuando no era tan difícil vivir, puesto que Nikolai estaba vivo. Masha no
conciliaba el sueño, y cuando se dormía al fin, sus pesadillas se tornaban
más cruentos, y estaban pagadas de monstruos sin nombre que mataban a
sus padres y a Nikolai, y ella no podía salvarlos.
Se despertaba sollozando, rabiosa, y el ánimo le daba altibajos y se notaba
desequilibrada, a punto de enloquecer por completo. Andaba de acá para
allá con el estómago vacío, y se aislaba y no conversaba con los chicos, y
no se dignaba romper su mutismo para contarle algo a Katia.
La gente la despreciaba, la consideraba una indigna mujer, inútil y
fantasiosa, que no merecía ayudar ni asistir en nada. Masha era una carga,
una muchacha no deseada. No tenía sitio al que pertenecer.
Se sentía helada, muerta, en los márgenes del lago frío al que se zambullía,
y que la llevaba directamente a la Sombra. Donde posaban sus sueños
muertos. Donde estaban sus flameantes y huecas palabras, que contaban
historias funestas y perdidas. Sus lágrimas tenían un sabor ácido. Eran de
fuego y sangre, eran de piedras y humo, como el mundo al principio del
Tiempo, cuando nada en él vivía. Quería ir al otro lado, atravesar a nado el
lago putrefacto y arribar al reino de los espectros.
Sus sueños no eran sueños ya. Eran de fuego y de nubes, y pesaban como
las rocas, y a la vez eran ligeros como plumas, pues no sentía su peso.
Todos se irían de su lado.
Kiera se lo había dejado claro. Ella era una bruja.
Soy una mujer peligrosa y rara. Vete, porque te quemaré. Vete ya, porque
mis sueños te quemarían.
Se clavó las uñas en las palmas, haciéndose sangre, y se levantó,
tambaleándose. Las demás la miraron perplejas.
—¿Te encuentras bien? —se asustó Irina, la única que se veía decente,
aunque solo fuera en apariencia.
No muestres debilidad o te destrozarán.
—Sí… Solo necesito irme a descansar. Estoy agotada.
Alice le sonrió cariñosa y le dijo:
—De acuerdo. No te apures. Comprendemos que ha sido una jornada
agotadora, y para ser tu primer día, estamos contentas de que estés con
nosotras. Gracias, Masha. Por darnos esperanza.
Masha pestañeó, incrédula.
¿Qué esperanza puedo dar yo? Ni siquiera a Kiera he convencido. No valgo
para nada.
—Gracias —susurró, y se volteó y se marchó a toda prisa, luchando por
acallar las voces que sonaban en su cráneo, espasmódicas, a punto de
empezar una guerra.
—Es una rarita —oyó que decía Anya—. Y no ha comido nada.
—Dejemos que se tome su tiempo. La entrenaremos y probaremos su valía.
Alice estaba tranquila, y Zia comentó:
—Debería haberse quedado y habernos contado algo. Pero vaya, parece de
las calladas. No me da buena espina.
—Tratadla con respeto —dijo Alice—. Es una de nosotras a partir de
ahora. Y será una prometedora bruja.
—¿Cuál es su poder? —quiso saber Ruby.
Irina contestó:
—Dice que puede comunicarse con los muertos.
—Uf… Eso es… Qué mal. —Anya movió las manos de uñas esmaltadas—.
Y va a convivir con nosotras…. Puede ver espíritus… Qué escalofriante. Y
ella misma parece uno… No me fío.
—Pongamos diversas pruebas a lo largo de estos meses —dijo Cora con
resolución—, y que ella las resuelva con y sin nuestra ayuda. La
instruiremos en las magias elementales. A ver qué elemento domina. La
magia que requiere hablar con espíritus, el plano de lo oculto, está más
vinculada a la magia negra.
—Eso no me gusta nada —masculló Diane—. Esa chica podría estar en
colaboración con la Casa Negra. Ya sabéis. El culto a la Dama Oscura.
Todas se miraron desalentadas. Alice alzó las manos, poniendo orden.
—Que no cunda el pánico. Debemos conocerla en primer lugar y luego
tomaremos medidas sobre cómo lidiar con ella de forma eficaz y evitando
que nos haga daño o ponga en peligro nuestro hogar. La comandante me ha
contado en un telegrama que he recibido hace un momento que está
investigando sobre su hermano, Nikolai Stankov, que desapareció o murió
hace siete años. Veremos cuánta verosimilitud tiene su testimonio y si
resulta ser una fraude, la expulsaremos y tendrá cerrada la entrada.
—De momentolo establecemos conjeturas —dijo Irina, y sonrió—. Yo
confío en ella. Elijo ser su amiga. Es más fácil para todas.
Alice serenó su expresión y ellas suspiraron.
—Supongo que estás en lo cierto, Irina. Bueno, vayamos a dormir y ya
mañana pensemos qué realizar al respecto.
Se marcharon tras recoger todo.
En el cuarto, arropada por las sábanas, Masha intentaba dormir. Luego de
infructuosas rumiaciones, cayó en brazos del sueño, olvidándose del dolor
y la incertidumbre por momentos breves.
Soñaría con Nikolai y con Kiera, y en el sueño, ambos le recriminaban lo
que había hecho. Kiera la miraba con esos fríos ojos azules que la ponían
nerviosa. Y su alma se entregaba a la oscuridad, mientras se desligaba del
ayer y se encaminaba a un vertiginoso y tétrico porvenir.
2. EL MUNDO INVISIBLE
Kiera regresó al gremio una tarde, pasados varios días, y distinguió a
Masha, que estaba en actitud decaída, sentada bajo un árbol.
Se acercó a ella en rápidos pasos.
—Buenos días, Masha. ¿Cómo te encuentras hoy?
Ella alzó la mirada, encontrándose a Kiera, con su mirar incólume, sus ojos
azules profundos y calmos, en postura rígida y vertical frente a ella,
característicamente masculina.
—Estoy desanimada. Creía que sería más sencillo, pero fallo todas las
pruebas… Y las otras chicas no paran de burlarse de mí… Estoy equivocada.
Éste no es el camino que debo tomar. —Se enjugó los ojos en los que había
lágrimas salientes. Kiera la observaba tiesa, con las manos en los bolsillos
de su abrigo—. Pero debo ser fuerte y superar el dolor. Se lo prometí a mis
padres. Ellos estarían orgullosos de mí si yo lograra conseguirlo.
39
Kiera se sentó junto a ella, estando así ambas a pocos centímetros. Masha
se sobresaltó al tenerla tan cerca de ella.
Kiera le dijo, empleando un tono afable:
—No te vengas abajo. No permitas que el miedo y el sufrimiento te
consuman. Has logrado llegar hasta aquí con vida y ahora eres una de las
brujas del gremio en la capital. Créeme si te digo que algún día lo
aceptarán. Si se molestan, es su problema. —La miró fijamente—. Tienes
que construir tu futuro sola, sin depender de nadie.
El viento le alborotó los mechones rubios de la frente, y Masha se sonrojó
al sentirse observada por la comandante, esa enigmática y hosca mujer que
le había concedido un voto de confianza. Gracias a ella, y a que le había
dado una segunda oportunidad, seguía viva para avanzar. Con eso tenía
suficiente.
—Sí, es verdad. Gracias por darme ánimos.
Kiera se irguió, recuperando su actitud férrea.
—Sería conveniente que vinieras conmigo al campamento.
Masha se sorprendió.
—Oh. ¿Hace falta que te ayude en algo? ¿O es porque quieres hablar
conmigo?
Kiera desvió la mirada al horizonte ocre y rojizo del crepúsculo, en el que
el sol, una bola fulgurante de fuego, se difuminaba al fundirse con las
montañas nevadas.
—Eso es. Me gustaría conversar acerca de ciertos asuntos contigo, si no te
molesta y no te quita tiempo para realizar tus actividades. Sería bueno para
ti que me acompañases.
Masha, en pie, le sonrió con timidez, notando la oculta amenaza debajo de
las palabras aparentemente amables de Kiera.
Si no voy contigo por las buenas, me obligarás de todos modos. ¿Es eso lo
que quieres decir? Puedes ser terrible si te lo propones. Por eso nadie te
desobedece. No quiero meter la pata. Te diré lo que quieres oír.
—De acuerdo, iré contigo.
Kiera esbozó una ligera sonrisa.
—Bien.
Se montaron en el coche de Kiera y ella arrancó. Se alejaron del gremio,
dejando atrás la capital, Mosva, y llegaron tras recorrer kilómetros de
carretera con campos de cultivo a ambos lados, a una extensa explanada en
la que se distribuía el campamento militar, la base de operaciones del
ejército de la República Roja. Masha divisó una vasta extensión de terreno
infértil y negro más lejos de donde ellas se hallaban.
La Sombra. O sea que estamos donde Kiera trabaja.
—¿Estás investigando sobre la Sombra?
La miró aterrada, con el pánico vibrando en su vocecilla.
Kiera hizo un gesto afirmativo.
—Exacto. Y necesito de tus poderes para poder averiguar definitivamente
lo que hay en ese tétrico lugar.
Masha la miró con los ojos como platos, descolocada.
—¿Vamos a ir allí ahora?
—No. Voy a ponerte a prueba. Será un examen, y luego podrás irte —
replicó Kiera con sequedad.
Parecía hastiada de sus innumerables preguntas e inseguridades latentes.
Masha, aun así, se atrevió a ir más allá, a rizar el rizo, y farfulló de golpe:
—Pero yo… No estoy lista todavía. No puedo enfrentarme a eso.
Kiera frunció el ceño, sin mirarla directamente.
—No seas pesimista y tozuda, aunque sé que no puedes evitarlo. No puedes
huir eternamente de ti misma. Debes aceptar tu poder y entrenarlo y
fortalecerlo a diario, a fin de cumplir con tu deber. —Se giró a ella,
hablando en tono más alto y austero—: Es vital que nos aportes ayuda,
Masha. Piensa lo que quieras, pero si no fuera porque yo estaba en el
cuartel el otro día e intervine para apoyarte, ahora estarías congelada en la
nieve.
Y es gracias a mí, solamente a mí, que estás viva y coleando. No me lo
pongas más difícil. Ya me das bastante dolor de cabeza. ¿No entiendes que
lo hago por tu bien? ¡Deja de lloriquear, que no tienes cinco años!
Masha se estremeció al escucharla. El corazón de Kiera latía de ira. Masha
comprendió que tenía que ser solícita y cooperar todo lo posible. Agachó la
cabeza, asintiendo, mostrando sumisión, y Kiera se sonrió de satisfacción.
Salieron del coche, pisando la nieve que se acumulaba en el suelo. El
viento soplaba en gélidas rachas heladas, rasgando las flacas mejillas de
Masha, de pómulos salientes, y ella se arrebujó en su abrigo. Le
castañeteaban los dientes. Con las piernas temblorosas, caminaba a
traspiés, surcando el manto de espesa nieve. La escarcha goteaba de las
hojas de los árboles cubiertos de la fina capa de blanco.
Kiera avanzaba rápidamente, por tanto, Masha tuvo que apretar el paso
para poder alcanzarla, aunque le costaba horrores. Se presentaron en el
campamento y los guardaespaldas de Kiera, Iván y Vladimir, le dieron la
bienvenida y la dejaron entrar a la tienda, mirando reticentes a Masha.
—Ella viene conmigo —dijo Kiera, y ellos asintieron y le permitieron la
entrada.
Masha se maravilló de que fuera por dentro tan grande y lujosa. Había dos
estufas al fondo, calentando la espaciosa sala, cuyo pavimento estaba
sembrado de alfombras moradas y carmesíes. Los guardias se mantenían
apostados a izquierda y derecha. Kiera se aposentó en su silla de cuero
negro, tras el escritorio de oscura madera. Indicó a Masha que se sentase,
asimismo, y ella así lo hizo.
—Bien. Empezamos ya. Te preguntaré sobre unos cuantos datos privados y
tienes que responderme con veracidad, ¿te queda claro?
Se había puesto más seria y enérgica si cabe, y la miraba con la idéntica
expresión indescifrable que utilizaba para dirigirse a todo el mundo,
excepto al presidente Dominik y la gente asociada a él.
Para el resto de los mortales, Kiera representaba una especie de diosa, una
mujer fuerte de firmes convicciones que podía ser juez y dictador a la vez;
a Masha le pareció un poco tiránica en su forma de expresarse y de actuar,
pero se reservó sus impresiones para discutirlas con Irina, que sentía
animadversión (no explicada ni argumentada, por cierto) hacia Kiera.
Masha se preguntaba si Kiera se levantaba todas las mañanas de mal humor
por algún motivo de peso o si su hosquedad y rabia eran parte indisoluble
de su áspera personalidad.
La comparó con un gato arisco al que se lo ha cogido del rabo y te suelta
rabiosos zarpazos. Ciertamente Kiera podría ser así; se controló para no
caer en ensoñaciones inútiles y la atendió.
Espero que sea algo comprensiva. Si tan solo se pareciera a Alice…. Bueno,
qué se le va a hacer. Haré esto como pueda; espero no suspender.
Kiera lanzó su primer interrogante.
—¿Te llamas Masha Stankov?
—Sí.
—¿Año y lugar de nacimiento?
—1913, Svetya.
Kiera la miró. Masha meció las manos en su regazo, nerviosa. Kiera
siempre la ponía alterada.
—Tienes 23 años.
—Sí, así es.
¿Cuánto más va a preguntar? ¿Quiere saber hasta lo que como, cuándo voy
a dormir y si duermo con un oso de peluche?
Kiera tomó más notas, la tinta de la pluma imprimiéndose en el papel.
Escribía rápido y su pulso era fuerte.
—¿Algún familiar vivo?
Masha movió la cabeza, en un gesto negativo.
—No. Mis padres, Alexei y Olga, murieron hace muchos años, cuando yo
era una niña. Y mi hermano Nikolai, tres años mayor que yo, murió hace
siete años… —Masha se llevó una mano a la boca, ahogando un sollozo.
Kiera no le quitaba la vista de encima—. Fue una muerte desafortunada,
sí…
Kiera la presionó, diciéndole severamente.
—Explica lo que quieres decir. Habla con claridad.
Masha se esforzó en ser más explícita.
—Nikolai y yo vivíamos en el orfanato, y éramos felices allí. Al principio,
todo iba sobre ruedas, pero vinieron tiempos de escasez y no había apenas
comida. Temíamos morirnos de hambre cuando ya no hubiera bollos que
comer. Los últimos panes eran mendrugos secos que te hacían daño en los
dientes y costaba mucho comérselos. Yo los detestaba, pero era lo único
que nos quedaba. Nikolai se metió en peleas para poder sacarnos a flote.
—¿Cómo lo hacía? —se interesó Kiera—. Cuéntame más de eso.
Seguía anotando con una rapidez endiablada. A Masha se le llenaron los
ojos de lágrimas saltarinas, evocando las agridulces épocas del pasado, ya
naufragadas en la turbadora vorágine de sus sueños difusos y estelares.
—Nikolai se acostumbró a ir a los bares, en donde discutía con otros
hombres, y en ellos, o en los graneros o la calle, se peleaba cuerpo a cuerpo
con ellos y si ganaba, le daban bastante dinero.
—Peleas de apuestas. Un juego peligroso —dijo Kiera, mirando a Masha
con intensidad asfixiante—. Tu hermano era un hombre valiente.
—Lo fue. —Masha cabeceó, moviendo los pies, a punto de llorar. Se arañó
las manos para no derrumbarse y dijo en tono fino y más agudo por la
ansiedad—: Ganó varias rondas y la gente lo vitoreaba y muchas chicas se
le declararon. Estaban locas por él, eso me decía. Puede que tuviera
algunos romances, pero él no me contaba nada. Se reía y me aseguraba que
él siempre saldría victorioso. Aún recuerdo lo que me decía: «No te
preocupes, Masha. Volveré con doscientos ruslas y nos compraremos
jamones exquisitos.»
—¿Qué pasó después?
—Un día se emborrachó y perdió los papeles, discutiendo con un soldado
del ejército imperial. Éste le disparó al costado y lo dejó muy malherido.
—¿Murió a causa de esa herida?
Kiera le clavó los ojos azules, y Masha respondió, lánguida:
—No. —Los ojos se le volvieron llorosos, y se le empañó la vista,
rompiendo a llorar entonces—. No murió…, pero quedó realmente
afectado. Me quedé toda la noche despierta esperando su regreso, pero no
volvió, y al notar su ausencia, fui a buscarlo. —Kiera estaba impasible,
observando la carita congestionada de Masha, mientras ahondaba en sus
recuerdos, buscando extirparlos de raíz—. Lo encontré en el granero, con el
costado agujereado y manando sangre. Parecía un mártir de la iglesia
alyniana. Lo llevé como pude de vuelta a Krez y Katia, la casera, me ayudó
a curarlo —había sido enfermera de joven—. Tras curarlo, Nikolai
enfermó, y estuvo en cama por tres meses.
—¿Y qué le sucedió al final? ¿Murió o no? —soltó Kiera con aspereza, y
Masha notó su impaciencia.
Estoy harta de escucharte hablar tonterías. Te he preguntado cosas
concretas para que me des la información precisa, no que me cuentes tu
vida, estúpida. Ah, si es que no tienes remedio. Acaba de una vez y cierra
el pico.
Masha, entre espasmos, reanudó su relato.
—Nikolai enloqueció. Comenzó a delirar y a decir que veía cosas y seres
de otros mundos, procedentes de los confines del universo. —Masha se
encogió de hombros. Kiera se humedeció los labios, devorando su
cuerpecillo con los ojos, y ella se meneó incómoda—. Yo no lo creía, claro
está. El pobre no estaba en su sano juicio. El médico que nos visitó me dijo
que se había vuelto loco por la herida y no sé qué de las paranoias o algo
así… Era noctámbulo, no me dejaba dormir pues se levantaba a cualquier
hora, asustando a todos los niños, y decía palabras incomprensibles y no
quería hablarme… Y una noche se marchó y no volví a verlo nunca más. —
Masha se pasó las manos huesudas por los afilados rasgos de marfil—. Fue
culpa mía. No lo cuidé lo suficiente…
—Pienso que hiciste todo lo que pudiste en tu humilde situación. No te
atormentes por el pasado, Masha. No lo puedes cambiar. —Kiera suspiró, y
esperó a que Masha se calmara y dejara de sollozar—. No llores. No me
gusta verte triste.
Masha la miró, asombrada, y el rubor le cubrió las mejillas con un tinte
escarlata. Kiera le sonrió y guardó las notas tras apuntar algo más.
—Pondré que Nikolai figura como desaparecido. Investigaré sobre eso en
cuanto pueda y te lo confirmaré pronto.
—No estoy segura del todo de lo que te he contado. —Masha se meneó en
el asiento, hiperactiva—. Puede que mi hermano muriera tiempo después.
Kiera pestañeó. Controló la ira que amenazó con aflorar y se contuvo para
no agarrar a Masha y retorcerle el cuello. ¡Qué idiota era, diciéndole toda
esa parrafada sin sentido!
¿No puedes decir las cosas bien, por una vez? Eres una gallina asustadiza,
una cotorra parlanchina que no me está ayudando a nada… ¡Y deja de poner
esa cara de súplica, maldita seas!
Masha apartó la mirada, temblorosa. Los brazos se le tensaron por el estrés.
Kiera tomó aire e inquirió:
—Si lo ves, significa que está muerto, ¿no?
Masha se volvió a ella, trémula.
—En efecto, suele ser así. Yo veo a las personas fallecidas. Para ser
honesta, no lo sé.
—Existen máquinas que permiten al usuario establecer conexiones
psíquicas con personas muertas, familiares, amigos, amantes…. Son muy
caras y escasas. No conozco a nadie que las tenga. —Kiera cruzó las
manos, echada hacia delante, y Masha sintió su aliento—. Lo sé, porque el
presidente está deseoso de encontrar una máquina de este tipo, conectarse a
ella y hacer viajes astrales, como él los llama. También se pueden consumir
hongos alucinógenos, plantas tóxicas que producen drogas potentes, y que
te hacen experimentar esas mismas sensaciones.
—¿Viajes espirituales? —murmuró Masha—. Pero eso es peligroso. Yo no
hago eso.
—¿Has probado alguna vez el estramonio? —Kiera se echó hacia atrás en
la silla, fijándose en el pecho de Masha ligeramente, y luego la miró a los
ojos—. Hace cientos de años, las brujas lo ingerían y afirmaban que podían
volar. Tiene diversas propiedades alucinógenas. Sí, las alucinaciones que
provoca son muy fuertes y duran de dos a seis horas. Reestructuración
mental, euforia, sensación de desprendimiento del ego y de conexión con lo
divino, o la Naturaleza, o el Universo… Las malas experiencias incluyen
paranoia, psicosis, diarrea, vómitos, náuseas… Permanente excitación que
buscan las personas a fin de escapar de la agobiante realidad.
—¿Alguna vez lo has probado? —le preguntó Masha con cautela.
—No. Y nunca lo haría. No necesito drogarme para experimentar la
valentía, tener la cabeza fría y sacar adelante mis proyectos. Y una mujer
como tú, en tu frágil estado, tampoco debería probarla.
—Algunas veces he visto cosas que sé que no son de este mundo —se
animó a contar Masha, y Kiera se quedó estupefacta—. Veo espíritus y
criaturas espectrales que no están aquí, pero para mí son reales. No sé cómo
explicarlo. No espero que me entiendas. —Suspiró y aguantó la mirada
insistente de Kiera, que le empujaba a decir más—. Incluso con los ojos
cerrados, si me concentro mucho, puedo sentir y verlos. A los fantasmas.
Los fantasmas buenos, puros, los que odian y los que anhelan estar de
nuevo con sus seres queridos, los que vagan en pena… Algunos son oscuros
y otros relucientes.
Kiera golpeteó con la mano en la mesa, a golpes repetitivos y frenéticos.
—Eso es interesante. Sí que puedes hacer funcionar tu poder.
—No puedo hacerlo normalmente. Solo si estoy alerta, triste o alterada….
—Masha gesticuló, moviendo las afinadas manitas—. Y no los veo cuando
quiero, ellos se me aparecen en cualquier momento y lugar.
Kiera se inclinó hacia ella. Sus ojos eran dos espadas flamantes, bramando
fuego y hielo a la vez. Masha se quedó atrapada en su dualidad, en esa
oscuridad escondida que tanto la fascinaba y la repugnaba al mismo
tiempo.
—¿Y a tu hermano lo ves?
—No tan claramente como a los fantasmas de extraños. Se aparece en
brumas, y desaparece sin explicación… Únicamente viene para avisarme…
No parece un espíritu, no del todo. Más bien un espejismo, un delirio. Pero
yo no estoy demente.
Kiera alzó las cejas, y se pasó la lengua por los dientes. Se sentía excitada y
no entendía por cuál razón. Solo que la cara sufriente de Masha encendía
una hoguera en su interior escarchado y destrozado por la desdicha.
Y en las montañas de la locura, en aquellos mundos helados que ella había
vislumbrado, en las ciudades muertas de eones indeterminados y nubes de
éter, ella flotaba… El sufrimiento de Masha le transmitía un placer
inusitado. Cada una de sus lágrimas alimentaba su codicia, pero aún se
sentía sedienta. Quería más, y quería que Masha pudiese saciar su hambre.
Se preguntaba a qué sabría Masha si la mordía.
Masha no atinó a sacar sus pensamientos, pues Kiera se había cerrado para
no ser descubierta. Se relajó, alejando el éxtasis de su cerebro embotado, y
le dijo, glacial e inmóvil:
—No he insinuado eso ni mucho menos.
—Pero lo pensabas. —Masha frunció el ceño, y Kiera se sorprendió por su
atrevimiento—. Todos piensan eso de mí y se ríen, y se van cuando piensan
que soy una bruja.
Se tapó la boca, enervada.
¡Oh, no! ¡He hablado de eso en voz alta, otra vez!
Kiera volvió a sonreír. Le encantaba que Masha se sintiera insegura.
Cuando la consolaba o la increpaba, la tenía bajo su dominio. ¡Qué genial
sería poder pasearla por la calle como su nuevo y peculiar gatito! ¡Su
muñeca de cristal!
—No pasa nada, no estoy enojada.
Se levantó.
—Todo listo. Gracias por tu colaboración.
Masha no dijo nada.
—Vamos afuera —dijo Kiera.
Al salir, la nieve las golpeó agresivamente, arremolinada en cúmulos
helados. Masha se lamentó de no haberse puesto la kaffta. Se estremeció
enteramente. Kiera notó su malestar.
—Te prestaré la mía.
Se dispuso a quitársela, y Masha le dijo:
—No es necesario, estoy bien.
—No lo estás, no seas tonta. —Kiera le dio la chaqueta—. Ponte esto, te
vendrá bien.
Masha se abrigó con ella, sintiéndose mejor.
—Gracias.
Se miraron unos segundos, y sus corazones latieron al unísono,
sincronizados.
Kiera le dijo:
—Quiero que me muestres de lo que eres capaz con tus poderes.
Masha se la quedó mirando. Percibió de nuevo sus pensamientos.
Vamos, no huyas de esto. Muéstrame lo que puedes hacer. ¿O es que tienes
miedo de perder el control?
Masha, al sentirse forzada por ella, notó que el miedo se le enroscaba en el
vientre. Sintió miedo de Kiera, de lo que ella pudiera hacerle si no le hacía
caso y obedecía su mandato. Así que asintió.
—Lo haré lo mejor que pueda.
Desconectó la vista cerrando los ojos y dejó que sus sentidos primitivos se
hicieran cargo del asunto. En un primer momento, no detectaba nada, pero
pronto acudieron a ella las fuerzas extrañas e inmemoriales, venidas de
estrellas lejanas por todo el inmenso cosmos estelar, y que la rodearon.
Los Espectros de los Túmulos se despertaron y la sintieron, y fueron a
verla. Masha se estremecía de pavor auténtico. Eran sombras etéreas e
intangibles, cosas que no podían verse por ojos mortales. Solo los magos
poderosos podían detectar sus fantasmales presencias. Ellos se le acercaban
y estiraban sus dedos de falanges huesudas para tocarla. Masha presintió
que la querían raptar y llevarla a las horrendas tumbas donde ellos
moraban, asaltando a los incautos viajeros.
Pestañeó seguidamente y la visión se esfumó como un sueño. Los latidos
de su corazón desenfrenado la alertaban de que no lo era. Se reclinó,
tocándose el pecho dolorido.
Kiera le preguntó:
—¿Y bien? ¿Los has visto?
—Yo… —Masha la miró directamente, sosteniendo sus ojos de un azul
helado, y Kiera permaneció inmutable, esperando que hablase más—. He
visto formas raras de espectros, seres tan antiguos como el mundo… Me
parece que ellos han pensado que he invadido su lugar, pues iban hacia mí
con intención de atacarme… —Movió las manos, espasmódica y asustada,
con los ojos abiertos de par en par—. ¡Te juro que yo no lo he hecho a
propósito! ¡No quería meterme en su mundo, yo únicamente me he
concentrado y he podido detectarlos! De otro modo —su voz se volvió más
atiplada por la ansiedad—, yo no los habría contemplado jamás. Ah, son
espectrales y extraños. Llenos de sombras, altivos y macilentos…. Y casi
parecían sonreír de maldad cuando me han percibido… Tengo frío…
Se palpó los flacos brazos, resguardados por la gruesa tela de la kaffta.
Kiera meneó la cabeza.
—Lo has hecho adecuadamente. Has contactado con ellos y has vuelto. Eso
es más de lo que me esperaba que hicieras.
Masha se volvió a ella, sin aliento, temblando.
—No pienses que lo haré otra vez. Ha sido algo horrible. Ni en mis peores
pesadillas vi criaturas tan malas. —Negó con vehemencia, y la estoica cara
de Kiera se ensombreció—. No… No seré capaz de ir otro día. Me da terror.
Pánico. Tenía miedo de que me capturasen.
Las sombras cruzaron la faz de Kiera por unos instantes, y le sonrió a
Masha.
—No pasa nada por estar aterrado. Sin embargo, no podrás realizar tus
deberes si siempre evades el trabajo. Tienes que enfrentarte al miedo y
vencerlo. Y solo lo lograrás si vuelves al mundo de lo invisible y te
enfrentas a los Tumularios.
Masha se extrañó.
¿Me está animando a intentarlo? ¿Por qué tiene tanto interés en que yo
haga algo tan peligroso? ¿Se cree que mi poder es indestructible e
ilimitado? Si ni siquiera lo controlo… ¿Qué quiere de mí realmente?
No podía escanear su cara y sacar algo en claro, pues la expresión ilegible
de Kiera se lo impedía. Suspiró, e iba a añadir algo, cuando Masha notó
que se le ralentizaba el pulso y le fallaba el corazón y se caía a la negrura
sempiterna. Se desmayó en el acto.
—¡No! ¡Maldición!
Kiera apretó los dientes y la cogió con delicadeza.
No puedes decepcionarme, no puedes, pajarillo. Porque entonces firmarás
tu sentencia de muerte.
Masha volvió a la vida, abrió los ojos y respiró aire de una bocanada. Tosió
y se sorbió los mocos. Ante ella se balanceó Kiera, y su semblante
inexpresivo le erizó el vello de la nuca.
—¿Cómo te encuentras?
Masha se estiró y movió los miembros agarrotados. Constató que estaba
tumbada en el diván de la tienda de Kiera, que estaba forrado de terciopelo.
Los guardias la miraban preocupados, pero su jefa les había ordenado que
no dijeran ni mu, pues podrían alterar más la frágil naturaleza de la bruja.
Masha la miró con los ojos como platos. Kiera estaba de pie ante ella,
pareciendo más imponente y gélida debido a la diferencia de alturas. Su
tono era firme y amable cuando le habló.
—Estaba preocupada porque no te habías despertado. Te desmayaste hace
dos horas. He llamado al médico para que te revise.
Masha le preguntó:
—¿Y por qué ha podido ser?
Kiera se encogió de hombros, meneándose; sus manos estaban metidas en
los bolsillos de nuevo y tenía esa postura varonil que amedrentaba a Masha
al tiempo que la atraía. ¿Por qué Kiera le producía sensaciones tan
contradictorias?
—No lo sé. Puede deberse al agotamiento que te ha generado convocar a
los espectros.
—Yo no los he convocado para nada —replicó Masha, notando que la
seguridad se desinflaba como un globo, en tanto Kiera la inspeccionaba
crítica—. He ido a su lugar…. Y han intentado echarme.
—La alarma que se ha disparado a tu organismo entonces ha provocado
una reacción entera de tu sistema nervioso, y tu corazón ha sufrido una
arritmia. Eso diría el médico. —Kiera se acercó a ella y le acarició el pelo,
suave y lentamente, en maniobras calculadas—. Yo diría que te has
enervado y te ha dado una crisis de ansiedad.
—Lo siento mucho, creía que podía hacerlo bien. He fracasado —dijo
Masha, compungida, pero Kiera le sonrió y le apartó la mano.
—No estés inquieta. Te has esforzado más de lo que yo había supuesto en
un primer momento, y eso está bien. Lo importante es que te encuentres en
buen estado.
Masha le sonrió tímidamente, y Kiera se distanció de ella y llamó al
médico, un hombre mayor de aspecto sereno que entró a verla.
—No tiene bien aspecto. Le tomaré el pulso y la tensión.
La auscultó, le tomó el pulso y midió su tensión. Masha sentía vergüenza
porque Kira estaba observando atentamente.
Al finalizar, el médico dijo a Kiera:
—Su tensión está muy baja, y su pulso cardíaco roza el límite. —Se volteó
a mirar a Masha directamente—. Te recomiendo reposo constante y no
hacer ejercicio intenso. Ah, y no realizar actividades que te generen
ansiedad. Te estaba latiendo tanto el corazón que pensaba que te saldría del
pecho. Es crucial la relajación para el bienestar.
El médico hizo una inclinación a Kiera.
—Salve la República, comandante. Un saludo.
—Salve —dijo Kiera, despidiéndose escueta.
Él se fue y Kiera se giró a Masha.
—Ya lo has oído. No deberías hacer mucho esfuerzo. Concéntrate en
descansar bien y llevar una alimentación nutritiva y completa. —Se fijó en
sus pálidas y deshechas facciones, y se acercó a ella—. No te preocupes.
Podrás arreglarlo.
Masha trazaba círculos con las manos, ignorando momentáneamente la
dulzura inaudita de Kiera, que la alteraba en vez de calmarla. No había
mayor cobertura ni esperanza. Estaba fallando estrepitosamente y su
paciencia (la de todos los que tenían expectativas grandes para ella) algún
día se agotaría, y ella sería expulsada del gremio y perdería todo, moriría en
la calle cual una pordiosera indigna.
Masha sonrió, pero era una sonrisa que pretendía ocultar su monstruosa
tristeza, esa entidad terrible que la impulsaba a llorar en las noches
interminables, mientras ella, virgen de toda impureza, casta en su blanca y
huesuda desnudez, se levantaba y andaba por la casa solitaria, y paseaba
junto al balcón y miraba las estrellas que relucían en el firmamento
nocturno, preguntándose si su vida tenía sentido.
—Siento mucho haberte decepcionado. Sé que querías que lo hiciera como
debo, pero no puedo… Esto me supera en todos los niveles imaginables…
Yo…. No puedo dormir ni comer. ¿Tiene sentido que esté viva?
Se estremeció enteramente, alzando los hombros descarnados, y Kiera se
mordió los labios, conteniendo su pensar. Como era sólido y se
desparramaba inundado su mente, Masha lo pilló.
Esta mujer…. No para de darme dolor de cabeza. ¿Es que no se calla? No le
han enseñado a cerrar la boca. Qué pena. Con lo buena que podría ser si me
siguiera y me hiciera caso… ¿Cómo lidio con ella?
Kiera se frotó las sienes y la miró, y Masha le devolvió una mirada helada
de espanto. Kiera ya no la soportaba. Le daría una patada en el trasero y la
pondría de patitas en la calle. Y ahí se acabaría todo. Punto y final.
—No estoy decepcionada, al menos no tanto como pensaba. —Su volumen
vocal era mesurado, pero escondía la secreta frustración y rabia que Masha
había notado por haber indagado en su registro mental. Más cerca de ella,
reduciendo la distancia que las separaba, le dijo, inclinándose hacia ella—:
No hay bruja más poderosa que tú si te lo creyeras. Pero tienes que
empezar a mirarte con orgullo, a creer en tu propia valía. Si tú no te amas,
nadie lo hará. Y sí que confirmarás que no vales para nada.
Masha gestó un leve asentimiento, y se levantó, encarada a Kiera. Sus
respiraciones se volvieron una, sincronizadas. Masha percibió que el
corazón de Kiera bombeaba sangre incesantemente, estentóreo.
Está enfadada conmigo. Y yo le he dado motivos. Soy torpe, rara y
sensible. Lloro cuando debería de luchar y no como lo suficiente. Katia
siempre se quejaba de eso. Ahora lo entiendo. Debo de causar la impresión
de que soy una estúpida niña malcriada. Pero no lo hago por capricho. No
me quedan fuerzas para aferrarme a la vida.
Kiera le acarició la mejilla, en un gesto tenue que a Masha la sobresaltó y
le heló el torrente sanguíneo. La sensación pasajera, de calor inusual, se
descargó por su organismo. Kiera esbozó una sonrisa gentil. No estaba
fingiendo.
Es tan bonita y tan tonta… Oh, pero, ¿cómo he podido caer tan bajo? ¿En
qué estoy pensando?
Masha detectó su lucha interna y la mirada turbada que le dedicó al retirar
la mano. Cuando articuló de nuevo, sus vocablos eran duros y afilados,
desprovistos de toda calidez.
¿Qué le pasa? ¿Por qué razón me trata así? No sabe si maltratarme,
torturándome con su sadismo, o darme caricias. Me resulta más feo y raro
lo segundo. Y, sin embargo, me siento cómoda a su lado…
Intentó ahondar en su mente, pero Kiera habíase blindado y había cerrado
las puertas a los intrusos. Era inaccesible y hermética como Masha la veía
siempre.
Y le dijo:
—Bueno, ya que no lo has conseguido, tendrás que entrenar más, una vez
que te recuperes. Volveré a llamarte y a citarte para que me cuentes tu
progreso. Hasta entonces, seguramente no nos veamos más. —Su cara era
un lienzo impoluto, frío y rígido—. Sal. Ya puedes marcharte.
Masha se fue, extrañada, confusa por tan raro juego entre ambas, y lo
último que vio fueron los ojos gélidos de Kiera, clavados en ella con un
voraz deseo y una absurda curiosidad.
En las dos semanas siguientes, Masha no supo más de Kiera. Ésta no fue a
verla y no le llamaron en ningún momento de los cuarteles generales.
Siguió entrenando como de costumbre, y aumentó sus sesiones de
entrenamiento a cinco días por semana. Dormía mal, con pesadillas
bestiales en las que figuraban personas de ojos rojos y monstruos
innombrables que la raptaban y la metían en un templo submarino, y comía
poco, picoteando a pesar de las constantes regañinas de Irina. Trataba de
omitir las burlas de Anya y las demás, y se comunicaba con Ruby, que le
contó sobre su abuela muerta en la época del imperio y entre desvaríos y
retos, pasaba el tiempo.
Por la mañana, cuando estaba ocupada plantando prímulas bajo la
supervisión de Alice, maestra boticaria y experta cultivadora de plantas, le
llegó un telegrama. La secretaria se lo entregó en mano.
—Es para ti, niña. De alguien importante.
Masha no se lo creía. Lo abrió y encontró una carta de Kiera, escrita a
mano con letra pulcra y un poco ilegible. Decía así:
«Buenos días, Masha. Me gustaría saber de ti. No te he escrito antes porque
no sabía cuándo podría volver a verte. He estado investigando los
alrededores de la Sombra y no me ha dado tiempo a regresar con más
antelación. Pasaré esta tarde a comprobar cómo vas progresando. Un
saludo, Kiera.»
Masha sintió que las pulsaciones se le descontrolaban y las piernas
temblorosas se le volvían de arcilla. Kiera volvería. Debía de prepararse
para ese momento. La interrogaría con su sequedad acostumbrada y le
lanzaría miradas inquisitivas mientras se tomaba el té y Alice le contaba su
progreso a trompicones.
Volvió al huerto, donde Alice le dijo:
—Sigue plantando los tomates, Masha. No se te da mal.
Le sonrió a la mujer, que era siempre amable con ella, y regresó a sus
labores.
Al caer la tarde, el cielo se tornó amarillento con luces crepusculares, y la
brisa se hizo más intensa. Kiera se presentó cuando Masha estaba
arrodillada poniendo las macetas en su lugar correspondiente.
Dio un respingo al encontrarla de frente. Kiera venía acompañada por Iván
y Vladimir, los dos gigantes que iban a todos lados con ella. Sostenía un
paraguas negro en una mano. Saludó a Alice con cordialidad.
—Buenas tardes, Alice.
Ella se inclinó, reverente.
—Un placer verla, comandante. Espero que le haya ido bien la misión.
—La Sombra es peligrosa y muchos no se adentrarían en ella si no fuera
por el trabajo —dijo Kiera, y se centró en Masha, como si su presencia le
hubiera pasado inadvertida o la estuviera ignorando deliberadamente—.
¿Has progresado desde que nos vimos, Masha?
Ella, sintiendo que la tierra le raspaba las huesudas rodillas, sonrió. Tenía
manchas de tierra en las mejillas y se las quitó con un pañuelo. Kiera no se
inmutaba, parecía de piedra.
—Estoy bien. Bueno, más o menos me mantengo. —Se irguió en toda su
delgaducha constitución física, seca como un estoque, y Kiera notó el dolor
que serpenteaba en sus ojos, detrás de su deslumbrante sonrisa—. Es decir,
estoy haciendo lo que puedo por mejorar. Todos los días son una
oportunidad nueva. Eso decía mi hermano.
—Mm. Ya veo. —Kiera la miraba, atenta, y dijo con voz grave, ácida—:
Pero no estás comiendo como deberías. Y si tampoco duermes, tus fuerzas
están al mínimo. Y eso no te ayuda.
Masha suspiró de resignación.
¿Qué más puedo hacer? Nunca me van a considerar alguien adecuada para
ser una bruja. Y es que yo no elegí tener este poder.
Kiera observó las plantas en derredor. Los árboles frutales que daban
jugosos frutos, la cara manchada de Masha, su palidez, sus ojos ansiosos. Y
la tristeza que la estaba desmoronando.
—¿Tú has hecho esto? —señaló las flores.
Masha asintió enérgicamente.
—Sí… Alice me ha ayudado. Es una mujer muy buena, le estoy agradecida.
Ésta sonrió al ser aludida, y añadió:
—Eres muy humilde, Masha, y eso es admirable, pero no te restes mérito.
Tú misma has logrado recuperar los frutos que se estaban marchitando. Así
que, yo afirmaría que eres buena cuidando las plantas. Podrías trabajar de
esto.
—Me parece una buena idea, sí…
Kiera dejó caer las manos a los costados. Vestía una larga kaffta negra,
adornada con letras plateadas en los puños de la prenda, además de un
jersey negro y pantalones a juego. A Masha la intimidó, pues le recordaba a
las figuras oscuras y aladas, los hijos de las sombras, que pululaban en los
bordes de la oscuridad. Kiera la observaba.
—Comprendo. Te veo más repuesta, en cierto modo. Me alegro de que
estés contenta con lo que haces.
Masha sonrió. De golpe notaba dolores en el corazón, que le daba brincos
en el pecho. Cada vez que Kiera la miraba, eso le producía una sensación
indescriptible, una quemazón insuperable, como si la estuviesen ensartando
en un pincho y la fuesen a abrasar. Se dijo que era una absoluta idiota.
¿Qué querría Kiera de ella, si no utilizarla para cumplir sus propios fines
personales?
Supongo que tener una bruja de tu parte es una estrategia ideal a fin de
conseguir los favores del presidente. Pretenderá que la asciendan y le
aumenten el sueldo, y está jugando conmigo, pero yo no soy una inocente
niña perdida…
Las lecciones de estrategia y carisma de Nikolai le habían hecho algo de
mella, y por eso Masha se mostró reticente con Kiera. No se acercó a ella ni
la miró con ojos suplicantes. No iría tras la sombra de nadie, ni aunque
fuese el mismísimo rey o su comandante. No dejaría que nadie la denigrase
ni la cuestionase nunca más.
La duda se instaló en su alma, y empezó a pensar que a lo mejor estaba
desvariando y sospechando inútilmente de Kiera, quien parecía desearle el
bien e incluso iba a verla, cosa que nadie se habría molestado en hacer. Y
Masha deseaba que le brindasen cariño.
Alice le ordenó:
—Ahora tienes que regarlas, Masha. A las plantas. Para que no se sequen.
Le habló concisamente para que Masha, que estaba en su mundo particular,
se despertara de sus ensoñaciones y volviese a la realidad.
Masha dio un bote.
—Oh, sí. Claro. Enseguida…
Se dirigió a las plantas, y convocó un hechizo de agua, se formó una
tormenta de repente, pues Masha había atraído a las nubes lejanas, y todos
estaban expectantes, observadores de su espectáculo.
—Céntrate en las plantas, no te distraigas. Que ningún pensamiento
intrusivo asome a tu mente —le indicó Alice, y Masha se concentró en
hacer su labor.
Pero, no se sabe si por casualidad o por obra del Destino, si es que había
una fuerza inmaterial que regía los acontecimientos, que Masha se distrajo
al ver cómo Kiera la estaba atendiendo, y sin querer las nubes se
dispersaron y se fueron justo a donde se hallaban Kiera, Iván y Vladimir.
—¡Masha, quita las nubes de ahí! —le comandó Alice, alarmada.
Masha captó sus pensamientos.
¡Oh, no, esta chica va a mojar a la comandante y a sus subordinados! ¡Será
una desgracia! ¡Como la comandante monte en cólera se nos puede caer el
pelo! ¡Detente, desmonta el hechizo, rápido!
Masha, apretando los dientes, se esforzaba en quitar las nubes y favorecer
su dispersión, pero con los nervios le sucedió todo lo contrario: las nubes
tormentosas se descargaron justamente encima de Kiera, cubriéndola por
entero de agua limpia y fría.
Alice se llevó las manos a la cabeza. Las nubes fueron destruidas y hechas
jirones por los vientos que Masha invocó, vendavales que casi los echaron
a volar, tanto Iván como Vladimir contenían la risa a duras penas, y la cara
de Kiera era un poema. Contrajo los músculos de la mejilla y fulminó a
Masha. En sus ojos latía una ira desorbitada.
Masha jadeaba, cansada por haber tenido que esforzarse más en contener y
destruir el hechizo que se había ido de las manos. Alice resopló exasperada.
—¿Cómo has hecho eso? ¡Si te dije que la detuvieras y alejaras las nubes!
—No… No lo sé… Lo siento, lo he estropeado todo…
Masha se mordió los labios y se sacudió la tierra de las manos. Sus mejillas
estaban pálidas como la cera, con la transparencia blancuzca de la tumba, y
lágrimas calientes surcaban su rostro ajado. Sus piernas estaban de la
consistencia de la mantequilla. Alice no le acertó a decir nada, y Kiera se le
aproximó a zancadas, andando fuertemente, y en sus maniobras secas y
hoscas se adivinaba la sombra de la ira.
Está a punto de regañarme… Esto ya es el colmo. Soy demasiado patosa.
Kiera, empapada, con el agua deslizándose de su chaqueta, los ojos
llameantes, alargó el brazo y la abofeteó.
Masha sintió el golpe a una potencia increíble, y sin poder reaccionar,
atontada por eso, por la inesperada agresión, agachó la cabeza. Las
lágrimas se resbalaban de sus ojos, y su sabor salado le resultaba picante y
agrio. Le dolía la mejilla golpeada, y estaba roja como la grana. Kiera
estaba en llamas, hecha una furia. Hablaba a toda pastilla.
—¡Qué te has creído que eres! ¡Tendrías que haber escuchado a tu maestra!
¡Eres un despojo, una desgraciada inútil!
Alice intervino:
—Por favor, no sea tan dura con ella, comandante. Aún está aprendiendo…
Kiera se frotó las manos mojadas, y se quitó el abrigo, ya completamente
mojado. Intentaba relajarse, pero le costaba. Las aletas de la nariz se le
movían al respirar, echando humo. Masha distinguió su fuerte, fibroso
cuerpo debajo del abrigo, y Kiera aún la miraba con desdén. Y eso le estaba
quemando las costillas. El ácido estomacal se le subió por la garganta, y se
esforzó en contener las arcadas.
No podía vomitar ahora y arriesgarse a empeorar la ya de por sí trágica
situación. Debía aguantar los palos y luego se curaría las heridas en
soledad. Lloraría tendida en el lecho, imaginando cómo marcharse para
conseguir un mejor futuro…
No era su sitio, y nunca lo sería. La voz de Kiera, alta y perentoria, le llegó
desde la ultratumba, atravesando las esquirlas heladas y muertas de sus
huesos astillados.
—Mírame. Mírame cuando te hablo. Ten la decencia de mirar a quienes te
hablan.
Masha contuvo las ganas de salir corriendo en estampida como un conejo
despavorido. Observó a su interlocutora, que estaba prácticamente roja de
ira, pero respiró e inspiró para calmarse. No lo consiguió del todo. Kiera,
por mucho que pretendiese estar tranquila, en verdad rugía colérica. Y la
procesión la llevaba por dentro.
Miró a Masha mientras se secaba como podía los pantalones.
—Yo podría ayudarte… —murmuró Masha, en tono lastimero.
—Quédate quieta, no pretendas solucionar ahora este problema. —Su tono
era tajante, y Masha se mantuvo rígida. Kiera, al acabar de limpiarse y de
secar el abrigo que sostenía Iván, lo cogió y observó a su interlocutora, más
calma en apariencia—. La violencia es un método eficaz si se aplica en el
momento adecuado. No valdría de nada darte consuelo y decirte que lo
harías mejor la próxima vez. Has fallado y por ello te he castigado. Está
bien con eso.
Y podría haberte dado más disciplina, pero como eres tan frágil…
Masha se estremeció y la alarma se le vertió por el espinazo en forma de
sudor frío.
Kiera era implacable, criada en el régimen antiguo, con una mentalidad
masculina aún más frívola y desgastada que la de sus contrapartes varones.
Una mujer que se ceñía los pantalones a la cintura y actuaba como si todo
el mundo tuviese que ser igual de calculador, recto e intransigente que ella.
Masha pensó que lo pagaría caro si volvía a causarle decepciones. Kiera
podría…
Debí haberla encerrado en el cuarto oscuro, a que meditara sobre sus fallos.
Así se habría callado de una vez. Maldita sea.
Masha sintió que le temblaba el cuerpo. Así no pensaban las personas
normales. Kiera había salido de un sitio muy vil y negro para pensar de esa
forma tan retorcida. Se negaba a ser castigada.
Kiera se miró las manos unos segundos y debatiéndose entre una cosa y
otra, optó por ser flexible con Masha. No tenía otra opción.
—Dominik y su esposa organizan mañana una fiesta suntuosa en el Palacio
Blanco para presentar los nuevos poderes de la República, y me han instado
a que te invite. —La miró esperando su reacción, pero Masha no atinó a
decir nada—. Por si has considerado venir, que sepas que ellos te esperan
con ganas de saber sobre ti y tu poder (el cual aún no has manejado del
todo). Piensa lo que quieras, pero debes decidir pronto.
Masha se sentía agotada, le pesaba todo el cuerpo. Se sentía doblada y
fustigada bajo el látigo de Kiera, sus juegos mentales, sus trucos
psicólogos, la ley de hielo que le aplicaba…. La amabilidad y las sonrisas…
¿Acaso le importaría que ella no fuera? Era un simple acto protocolario.
Apestaba a política.
—No sé si estoy preparada.
Kiera agregó, afable:
—Me gustaría que vinieras, si te apetece, claro está. La decisión corre de tu
cuenta al final.
No se disculpó por haberla golpeado ni humillado frente a la maestra. Alice
estaba muda, sin objetar nada. No podía enfrentarse a la comandante…
¿Acaso alguien podía sin ser terriblemente escarmentado?
Masha meditó la mejor decisión a tomar, dadas las delicadas
circunstancias. Al final, decidió ser valiente. No ganaría nada escondiendo
la cabeza en la arena.
—Iré, sí. ¿A qué hora es…?
—Es un baile de fachada, pues en realidad es una gran oportunidad para
darte a conocer en el círculo del presidente —la cortó Kiera en seco, y su
mirar echaba chispas—. Procura vestirte con ropas bellas y galantes y sé
educada. No hables de más. No digas de dónde vienes. La etiqueta es
esencial. Se celebra a las 8 de la tarde. No llegues atrasada, sino en el
momento justo. Y no hables de más con la gente, les parecerás bastante
maleducada, pero tampoco te quedes callada.
—Comprendo.
Masha no se atrevió a decir más, y Kiera se despidió de Alice, sin dignar
mirarla a ella. Su mirada glacial y sus torvas palabras se quedaron flotando
en su cerebro, impidiéndole conciliar el sueño aquella noche.
3. LA VISIONARIA
Al rayar el alba, Masha se despertó malhumorada, desganada y con ardores
en el estómago. Tenía el vientre inflamado y sentía que no le cabía ni un
alfiler, por cuanto no bajó a desayunar. Apoyando los pies en el frío suelo
de mármol, miró por la ventana, viendo las brumosas montañas cuyos picos
estaban nevados, y pensó en cómo discurría su vida.
Alice era la única profesora que se mostraba sensible con ella. Cora y
Diane la criticaban en todo momento, le echaban en cara que no pudiese
corregir sus fallos y poder progresar y hacer hechizos más complejos, y la
relación con Zia y las otras era más bien tensa. Todos sus intentos por
socializar terminaban en saco roto.
Las tardes de entrenar con Diane (la profesora que la exhortaba a canalizar
su magia espiritual sin parar), por los alrededores del bosque, eran arduas y
frenéticas. Correr en círculos por el circuito del bosque, bordeando el lago
hasta quedarse sin aliento, gastando cada gota de sudor, la dejaba
completamente quebrada. Se le daban bien las plantas y los animales,
empero las maestras le habían prohibido tener gato, porque decían que eran
animales escurridizos a los que no se podía domesticar fácilmente.
Habían venido otras integrantes, un total de 3 chicas y una niña de ocho
años, y Masha se alegraba, pero ellas no la miraban siquiera, centradas en
sus deberes. Irina estaba más ausente que normalmente, pues tenía que ir a
la Corte a educar a los hijos díscolos del presidente Dominik, que rondaban
la adolescencia.
Masha se encontraba sola. Ayudaba en la cocina a pelar patatas y a
preparar los platos, aunque no era muy diestra y luego apenas probaba la
comida. Ya le habían llamado la atención, sin embargo, ella sentía que no
podía hacer nada. Era un muñeco de trapo, fútil, cuya vida no tenía más
valor que el que ellas quisieran atribuirle.
En las noches, mantenía conversaciones silenciosamente con Nikolai, el
cual le aseguraba que lo fundamental era que estuviese viva y sana, e
hiciera cosas que le trasmitiesen alegría y pudiera seguir hacia delante.
Le recordaba lo que su madre les dijo una vez, cuando aún era una época
dichosa: «La propia vida es un regalo. Vivir es difícil, Masha. A la persona
que te dé la vida, que te la devuelve y con la que sientas ganas de vivir,
cuidala y desea que esté contigo. Nadie puede regalarte nada mejor. «
Sus padres eran muy buenos. A Masha se le humedecieron los ojos al
evocarlos. Ambos habían perecido (o desaparecido al igual que Nikolai, no
lo sabía con certeza) al ser llevados por la sombra a regiones ignotas del
inframundo. Nunca volvería a verlos. Y los echaba tanto de menos…
Irina entró, abriendo la puerta con emoción, e interrumpió sus caóticas
reflexiones enturbiadas por la desazón. Masha la miró, sorprendida al
máximo.
—¿Qué haces aquí, Irina? Pensaba que estarías en el palacio.
Ella se rio, con risas argentas y cristalinas.
—Qué dices, tonta. Hoy es el día señalado. El presidente nos invita, a las
brujas, a su fiesta de presentación. Se conmemoran dos meses y medio
desde que se instauró la República. ¡Hay que celebrar el surgir de una
democracia más eficaz!
Se balanceó atrás y adelante, parodiando un baile, y le dijo, al acercarse a
ella:
—¡Vamos, levántate! ¿No ves que pierdes el tiempo ahí sentada? ¡No te
deprimas ahora, que hay que engalanarse para la fiesta! Zia, Ruby y Anya
se están preparando ya.
Masha se levantó con dificultad. Irina la observó y de golpe la abrazó.
—Tranquila… A ver, cuéntame qué te pasa. Hay algo que te ronda la
cabeza, y lo sé. Eres mi amiga.
Masha se enjugó las lágrimas.
—No es nada… Bueno, honestamente, creo que la he fastidiado. Ayer vino
la comandante Kiera y yo estaba en el huerto… Con Alice, plantando flores.
Y la maestra Alice me dijo que las regara, y convoqué una tormenta, y sin
poder controlar mi nerviosismo la dirigí hacia Kiera y ella se mojó…
Irina se echó a reír a carcajadas.
—¡Menuda tontería! ¿Y por eso estás deprimida y llorando? ¡No seas boba,
no es para hacer tanto drama!
Masha la miró, sollozante.
—No, es por lo que pasó después. Kiera me dio una bofetada. —Irina abrió
los ojos, estupefacta. Masha prosiguió—: Me insultó, me dijo que yo no
valía para nada y que tendría que ser una alumna eficiente. Me humilló. Y
frente a la maestra Alice. Me hizo sentirme disgustada, y por eso me odio
más a mí misma.
Irina dijo, la voz consternada de indignación:
—No me lo creo. No me lo puedo creer. ¡Y va la comandante y te hace
eso! Es intolerable. Aunque sea la comandante y lo que ella quiera, no
puede tratarte como a una mierda. Tienes derechos. Eres una humana,
como todos.
Le sonrió con cariño genuino, y Masha sintió que sus pensamientos eran
coherentes con sus palabras y su actitud, no como el caso de Kiera.
—¿Qué piensas sobre la comandante?
Irina movió la cabeza, evasiva.
—No me gusta comentar sobre ella, pues es una tipa extraña. Tiene unas
manías raras. He oído historias espeluznantes sobre ella. Está como un
cencerro, vaya. Y debe de estar muy frustrada para desahogarse contigo.
Pegarte, qué barbaridad. Y además en público. Y tú no has hecho nada
malo… Se le va la olla, sí. —Se encogió de hombros, haciendo un
puchero—. Qué más da. Olvídate de ella, Masha. Ignórala cuando la veas y
no permitas que te amargue la vida. Ya está.
Masha sonrió.
—Gracias por apoyarme, Irina. Te lo agradezco infinitamente.
—Para eso están las amigas —dijo ésta, sonriente—, y ahora, al baño. Te
buscaré un vestido pomposo y que dé el cante para que seas la más
hermosa de la fiesta después de mí, obviamente.
Y escuchando su parloteo de fondo, Masha se fue al baño más serena. Irina
la peinó, haciéndole un recogido con flores en el pelo, la maquilló y la vistió con un vestido rojo carmesí sin mangas en el que destacaba la blanca
y afinada cara y los brazos de Masha. Al mirarse al espejo, Irina le tiró de
los mofletes.
—¿Ves qué guapa estás? ¡Que le den por saco a todos esos criticones! ¡Vas
a conquistar a los políticos y vas a conocer a muchos chicos guapos!
Masha se rio un poco. Se sentía mejor.
Fueron a la ceremonia, que tenía lugar en el Palacio Blanco, la residencia
del presidente. La anchura y la belleza del lugar, tachonado y relleno de
joyas y lujos por doquier, impresionó y mareó a Masha. Los grandes y
forrados sofás aterciopelados, las lámparas de diamante que refulgían
diáfanas irradiando luz, las mujeres galantes y los hombres en trajes…
El presidente estaba de pie en el centro de la sala, cerca de los asientos que
habían pertenecido al Emperador, charlando animado con algún general de
alto rango.
Masha e Irina se acercaron a Zia y a Ruby.
—Oh. Qué guapas —dijo Zia, echando un rápido vistazo a Masha—. Ese
vestido es encantador, Masha.
—Muchas gracias —dijo ella.
Ruby dijo en tono soñoliento:
—He estado haciendo experimentos con distintos químicos para poder
construir un nuevo ventanal con vidrio más reforzado, y eso me ha llevado
toda la mañana… No he podido echarme una siesta. Tenía ganas de
dormirme, pero he tenido que acudir a esta fiesta… Ser una bruja para que
luego te metan en toda clase de intrigas políticas. Me da pereza y aun
repugnancia.
Irina intercedió:
—Nos vendrá de perlas para presentarnos al presidente y hacernos famosas.
Si conseguimos influencia en la corte, podremos tener lugar en ella y nos
darán más voz y voto. Apuesto que las maestras están planeando algo de
eso.
—Están parloteando con el presidente Dominik y su mujer, que es muy
sosa, no tiene gracia —dijo Anya, acercándose a ellas—. No me interesan
sus parloteos ni los demás. He venido a comer, beber y conseguir alguna
pareja. Buscaré a un chico bello…. Y que tenga dinero.
Se fue, ignorando a Masha, y ésta intentó que eso no la afectara. Se alejó de
las otras, yendo hacia las mesas, curiosa, y en ese momento se topó con
Kiera, que caminaba hacia el mismo sitio.
Enarcó una ceja al verla.
—Oh. No sabía si vendrías o no.
—Pues aquí estoy —reiteró Masha, marcando sus palabras—. Ya te dije
que acudiría. Es algo relevante. Para todos.
Kiera no replicó. La miró de pies a cabeza, estudiando su perfil,
regodeándose en su cara maquillada y su esmirriada complexión, y Masha
se preguntó por qué estaba tan intranquila a su vera.
Debería ignorarla. No he venido por ella, sino por mí. Irina tenía razón.
Nikolai también. Ignórala.
No podía ver a Nikolai, no con ese tumulto alrededor, con Kiera mirándola
intensamente, y sobrepasando más punzadas de angustia en su pecho, elevó
la barbilla.
—Estás… Muy bien. Encantadora, me atrevería a decir —dijo Kiera en
tono neutro, dominando su furia residual, pero al mirar a Masha a los ojos
no pudo evitar sonreírle—. Me alegro de que hayas venido.
Empezaron a caminar, una al lado de la otra, hacia la mesa. Kiera cogió
trozos de pollo que masticó y comió con fruición, mientras la miraba.
—¿No vas a comer?
Masha movió las manos ante ella.
—No, no puedo. Las reuniones con gente desconocida me ponen muy
nerviosa, y se me hace un nudo en el estómago.
—Inténtalo. Vence tu temor.
Kiera seguía comiendo tan pancha, y Masha notó que el pánico la
inundaba, desbordándose. Kiera se mantenía tiesa frente a ella, pero le
tendió un trozo de pollo.
—Come. Te vendrá bien.
Masha sonrió de suficiencia.
¿Me obligarás a comer? ¿Qué clase de persona eres?
Kiera pareció leer en sus ojos su turbación, y le insistió.
—No quiero obligarte, no es mi intención. Pero estaría bien que comieras
algo, o podrías desmayarte, como ese día. Todavía me acuerdo de tu cara.
Masha sonrió, obligándose a fingir, y cedió al fin. Comió sin ganas. Kiera
se veía complacida. Masha se fue hacia el otro extremo, seguida por Kiera.
Se acercaron al presidente, que saludó a Kiera. Con él iba su esposa, una
mujer morena muy engalanada. Sus ojos eran dos avellanas brillantes.
—Buenas noches, señor presidente —dijo Kiera, firme, pero no sonrió,
llena de estoicismo—. Un placer haber venido a esta celebración.
—Encantado de verla, comandante, y también a su pequeña compañera.
—A Masha el corazón le dio un bote al advertir que ellos estaban fijos en
su figura esmirriada y desgarbada—. Eres una bruja, ¿verdad?
—Sí, señor. En efecto. Me llamo Masha Stankov.
El presidente sonrió más y dijo:
—Me sentiría muy contento si pudieras hacer una demostración de tu
poder, Masha. Y así mis invitados se sentirían más felices y la fiesta sería
más impresionante.
Masha cerró los ojos un segundo. El sudor frío le resbalaba por la nuca. El
lanugo se había erizado, protegiéndola del frío ambiente. El viento polar
volvía a soplar, llenando su interior de escarcha.
—Sí. Puedo hacerlo.
—Oh, eso es fantástico. —La mujer sonrió y se rio, con una risa frívola que
desagradó a Masha—. Y, si no te molesta decirlo, ¿cuál es tu especialidad,
pequeña?
No… Eso… Mi especialidad… Mi talento…
Masha detectó que el mundo se borraba, que perdía pie y caía a un agujero
negro de pesadilla en el que era devorada por las llamas…
Sintiendo la mirada apremiante de Kiera, dijo en tono lánguido:
—Yo… No es que sea algo muy interesante…
—Dilo ya —la instó Kiera.
Masha, fija en ellos, reveló:
—Yo… Puedo ver a los muertos.
El ambiente se congeló, haciéndose un silencio sepulcral. Masha vio el
desencanto en sus caras; se habían quedado congelados por el estupor y
rápidamente, a fin de que el ambiente no se enrareciese, se apresuró a
añadir:
—Es complicado, y lo estoy reforzando en estos momentos…
De repente vio a Nikolai, que le sonreía como de costumbre, y a más
fantasmas que se aparecían por doquier.
Se retiró de ellos, y las sombras empezaron a salir de sus dedos y se
alzaron hacia lo alto. Los presentes se quedaron desconcertados y no
acertaron a decir nada. Las mujeres murmuraban algo sobre las sombras, y
Masha sintió que podía retenerlas y devolverlas a ella.
—¿Qué es eso?
Kiera la contemplaba con admiración y estupefacción. Dominik y la esposa
estaban muy extrañados, pero no decían nada. Parecían estatuas de cera.
—¡Oh! ¡Salen de sus dedos…! —exclamó la señora, entre gemidos de
terror.
Masha no podía detenerlas, y las sombras se seguían enroscando en el
techo, y bajaban y danzaban en torno a los concurrentes, que se apartaban
de ellas, medrosos. Las maestras se acercaron a Masha, incrédulas.
—¿Desde cuándo puedes hacer eso?
Alice la miraba extrañada y tanto Cora como Diane no se lo podían creer.
—Es estrambótica y rara… Pero esa habilidad no debería de haberse
desarrollado tan tarde… A menos que la tuviera oculta sin saberlo —dijo
Diane, recelosa.
Masha se concentró, cerró los ojos y detuvo las sombras, que regresaron a
ella en oleadas. La luz fue a ella y la iluminó, y Kiera sonreía a su lado. Las
sombras cesaron en cuanto tocaron la piel de Masha,y ésta las absorbió y
dejaron de existir, formando parte de ella en ese instante, absorbidas por su
piel.
Kiera le sonrió y comentó:
—Lo que acabas de hacer… Eso es fantástico. Podrías convertirte en una
magnífica guerrera.
El presidente, su mujer y los congregados estallaron en aplausos. El
hombre se veía radiante y las luces se enfocaban en Masha, así como los
múltiples rostros curiosos. Cientos de ojos que la examinaban interesados.
Estaba avergonzada y temerosa de hablar, pero Kiera acudió a su rescate.
—Señor presidente, ciudadanos de Rashia, os presento a Masha, la bruja de
los espíritus.
Masha la miró boquiabierta.
¿Qué apelativo tonto es ése?
Dominik asintió y cacareó:
—Masha, la Dama de Negro. La nueva bruja. La esperanza de Rashia. Es
un nombre interesante y magnético. Me gusta.
Volvió a aplaudir, observando a Masha, y su mujer le sonrió.
—¡Ha sido un espectáculo maravilloso, chica! ¡Y nos encantaría que
hubiera más!
Kiera la miró y le susurró por encima de su cabeza:
—Ya sabes lo que se vende. Dales lo que quieren y saldrás elevada como
una preciosa bruja. Como la mujer que nos salvará.
Masha estaba más acelerada y la miró.
—Yo no quiero danzar al albur de lo que ellos me digan, da igual quiénes
sean.
Percibió que Nikolai y los demás espíritus estaban allí, flotando alrededor
de ella y de los reunidos, y la mirada satisfecha de Kiera. Suspiró y se
resignó a que tenía que ofrecerles el espectáculo que ellos deseaban
vislumbrar. Si con esa maniobra comercial se ganaba los corazones de los
políticos y conseguía que finalmente Kiera la tomase en serio y la
respetase, lo haría. Se enfocó en despejar el ambiente.
Los violines y el piano sonaban de fondo, en una melódica sinfonía que
acudió a sus oídos, acunando su espíritu quebrantado por las adversidades.
Las voces de los demás y los ruidos externos se difuminaron de sopetón y
en su ínterin quedó hueco para ser rellenado por las sombras, un poder
naciente que habría de dominar a fin de ser considerada una bruja de hecho
y de derecho.
Los espectros, las almas errantes de los anteriores gobernantes y Nikolai,
sonriente y cariñoso, iban flotantes de un lado al otro, errantes en su volar,
y Masha sentía que la rodeaban y la envolvían en su gélido abrazo, que no
era superficial ni hostil, sino más bien cariñoso.
«Gracias por contactar con nosotros.»
Masha sentía que flotaba con ellos, al ser tomada de la mano de Nikolai. El
mundo se había tornado un montón de oscuridad y penumbra. No había
Materia ni Forma. Ella misma ya parecía una más de los Espectros que la
alzaban.
Nikolai le sonrió.
«Bienvenida al mundo invisible, hermana. Este es nuestro hábitat.»
«¿Cómo he llegado aquí?»
«Has contactado con nosotros a través del encierro y el aislamiento en tu
interior, eliminadas las influencias del exterior. Y has arribado bien a este
plano.»
Masha no veía más que la oscuridad plana y compactada, nada de líneas,
círculos o curvas.
«Aquí no hay nada. Solo sombras. «
«Se trata de un plano inmaterial, sin contacto posible con el plano material.
No está en ninguna parte, por lo menos no dentro del plano en el que tú
vives. Diría que estás en una frontera entre el mundo de los muertos y el de
los vivos. Y has llegado gracias a la abstracción, lo que los sabios llamarían
visión psíquica o visión a secas. Los magos y ascetas la practican
regularmente para acceder a un universo superior, en el que pueden
encontrarse con los dioses, o Dios, o en otras palabras, la Nada. El origen
de todo. El principio de los tiempos. Donde todo se disuelve y vuelve a la
nada, lo que nunca es y nunca será.»
Masha lo miró, confusa.
«No te entiendo muy bien. Lo que quieres decir es que he accedido por una
visión a otro plano, mediante la absoluta concentración de mis sentidos. ¿Y
eso puedo hacerlo? Si no he tomado nada que me induzca a este estado.»
Nikolai le sonrió de oreja a oreja, exultante.
«No necesitas ningún estimulante. Tú no. Tienes este poder desde que
naciste. Siempre has sido especial y padre y madre lo sabían. Veías sucesos
antes de que pasaran. Sabías reconocer trazos de personalidad en la gente
antes de que los conocieras bien. Madre decía que podías predecir cuándo
llovería o caería la nieve, y que tenías un don sobrenatural para hablar de
cuándo podrías enfermar o si algo o alguien era peligroso. Simplemente lo
sentías. Eso se llama » resplandecer». Y tus sueños son profecías, hablan de
lo que puede o no pasar en el futuro cercano. Tú misma eres una profeta,
venida para anunciarnos el fin del mundo.«
Masha se puso pajiza, pero continuaron flotando en la masa negra e
informe.
«Esto no es una manifestación mental tuya, sino un mundo allende el
Tiempo y el espacio. Aquí no existen la muerte ni la vida, ni la materia o la
forma, pues éstos son conceptos humanos y no pueden existir donde no hay
nada que los represente. Nosotros no estamos muertos, pero ya somos algo
más que simples humanos. Hemos pasado a ser criaturas sin tangibilidad,
etéreas e inhumanas; nos encontramos en el Vacío, a donde van todas las
almas que no son reclamadas.»
«¿Qué…? ¿Y eso cómo sucede?»
Nikolai respondió:
«Verás, según la nigromancia, la magia especializada en revivir los cuerpos
de los fallecidos, hay tres tipos de zombis o no muertos. Los autómatas, los
que carecen de voluntad propia y siguen a su convocante, los semi
automáticos, que tienen cierta voluntad, aunque necesiten comandos y
mantenimiento regular, y los libres o no automáticos, que, como su propio
nombre lo indica, son revividos que conservan su conciencia y pueden
llevar una vida más o menos plena, teniendo sin embargo que vivir junto a
su maestro para que les dé el tratamiento adecuado y no se deterioren. Y los
espectros que aquí ves son almas de gente que fue asesinada de modo
violento.»
«Pero la nigromancia está prohibida en la actualidad. Además de que es un
arte mágico que se considera maldito y perverso y nadie se atreve a llevarlo
a cabo. Pueden condenarse a sus practicantes a pena de muerte.
«Ahí está el quid de la cuestión «dijo Nikolai, mirándola.
«Durante miles de años, Vanika, la Dama Oscura, sembró el terror por toda
Terraris y trajo la desdicha a las razas. Ella poseía poderes oscuros más allá
del alcance de la imaginación de ningún mortal. Podría ser una supernova y
poner fin a planetas y mundos enteros sin remordimientos. ¿Y sabes lo que
hizo? Creó bestias sanguinarias y sedientas de sangre, elfos y humanos
mutados y casi inmortales, pero la creación más compleja suya fue el
Nekros, el libro de los Muertos. Gracias a este instrumento, que posee
voluntad y algo de consciencia de la propia bruja, Vanika dominó y
esclavizó a las razas mortales en escaso tiempo. Repartió copias de ese
libro infame, buscando acólitos que la sucedieran y la ayudaran a reforzar
sus poderes. Todos aquellos que osaban coger el Libro y entrenar con él
fueron subyugados por las tinieblas nunca volvieron a ser humanos;
murieron esclavizados por ella y atados de por vida al libro, se convirtieron
en los Tumularios, los Espectros de los Túmulos de Dor Lomir, reyes
nigromantes de los reinos desaparecidos de los hombres, otrora hombres
poderosos, y se abrió la puerta prohibida con la llave de plata.»
«¿Qué llave?
Nikolai agregó, especificando:
«No es una llave. No como tal. Es un apelativo para una persona concreta
que reúne los poderes oscuros que Vanika poseía. Ella no tuvo hijos, pero
sus engendros monstruosos repartieron virus y contaminación por doquier.
Y contaminó a muchos viajeros por aquel entonces, hace dos mil años, y
ellos se reprodujeron y algunos de sus descendientes heredaron el don
oscuro, los poderes de la oscuridad, vestigios de la magia de Vanika.
Muchas civilizaciones han caído desde que su influjo maligno se extendió
por Terraris. La espléndida Esternesse, reino de los Montaraces, fue barrida
por las olas de un magno diluvio por culpa de las perversiones de la Reina
Nigromante. Sus vampiros, lobos feroces que no duermen y los orcos aún
continúan arrasando con la vida que se encuentran a su paso. La Sombra no
es sino los restos de su poder, que late desde las profundidades de la tierra,
expulsando magma y oscuridad al mundo y volviendo tóxico y corrupto
todo lo que toca.»
«¿Y esa persona…, sería humana?»
Masha y él se miraron y Nikolai dijo:
«Sí, podría serlo, pese a que sus generaciones estuvieran corrompidas por la
influencia de la Dama Oscura, pero no tanto como para volverla una
criatura deforme. Sería una persona aparentemente corriente, pero vería y
sentiría cosas con los sentidos amplificados y con una inmensidad
oceánica. El poder que tiene un visionario, aquel que es capaz de ver y
hablar con los espectros, no es común y no procede de la naturaleza
humana, es decir, que se origina en la sombra. Y esa persona puede ponerse
en contacto, vía sueños proféticos y conversaciones en la noche, a veces de
forma inconsciente, con lo que habita al Otro Lado. Lo que vive más allá
de la noche de los tiempos, los seres que están tras la barrera del sueño.»
«¿Qué son esos seres?»
Masha temblaba, pero Nikolai le agarró la mano para calmarla y repuso:
«Algunos no tienen forma, y se arrastran por la tierra negra, imitando el
habla humana y gritando palabras raras en una especie de idioma
inconexo* «¡Tekelili -Tekelili!, o vuelan con sus alas membranosas como
estrellas estelares venidos de remotas y extrañas estrellas. Otros parecen
cefalópodos inmensos y voraces, habitantes de los mares hondos e
inexplorados en regiones heladas y muertas de antiguos eones, cuyos hijos
son horribles semi humanos con escamas y ojos bulbosos y ciegos, y otros
podrían ser más similares a Vanika, y se alimentan de la sangre de los
inocentes. Todos ellos podrían salir de las sombras y traspasar el umbral,
llegando a nuestro mundo, si la persona en cuestión es usada de portal.»
Nikolai la miró, y Masha ató cabos, llegando a la conclusión.
«¿Quieres decir que alguien está convocando o tratando de convocar a esos
monstruos cósmicos para arrasar con Terraris o conquistarla?»
Él hizo un asentimiento leve. Masha se rozó el tórax, acongojada.
«¿Y la persona que serviría de portal podría ser yo?»
Él no sonreía.
Su cara era seria al argüir:
«Cabe la posibilidad de que tú lo seas, pero yo no he afirmado nada. Solo te
he contado lo que sé de primera mano, porque lo he estado estudiando, y lo
que me temo que podría pasarte si fueras tú la vidente. El caso es que
videntes que puedan ser portales, ofrendados con poderes para contemplar
el mundo arcaico de los seres ancestrales como Vanika y sus aliados hay
pocos, y nacen a lo sumo cada mil años o así. No creo que pueda haber
otros, si es que los hay. De todos modos, cuídate y guarda cuidado. No le
cuentes nada de esto a nadie.»
«Nikolai… Entonces no estás muerto.»
Él negó, moviendo la cabeza.
«No, no del todo. No se puede llamar «muerte» a mi estado actual. Hay
cosas que no mueren, y rondan por las cámaras mortuorias, heladas y
arenosas de ciudades sin nombre, más antiguas que las primeras
pirámides… Ten mucho cuidado, Masha. Yo estoy muy débil aún, y no sé si
podré volver a por ti y llevarte lejos de donde estás ahora.»
Masha lo miró extrañada.
«¿Y dónde estás?
Él frunció las cejas. Su cabello rubio flotaba en una desgreñada melena,
cubriendo su cara pálida y flaca.
«No puedo decirlo ahora mismo. Aparte, no puedo salir a la calle, y menos
en mi estado. Digamos que no soy más que la sombra de lo que era… Debo
capear el temporal y aguardar a que sea el momento adecuado. Pero te juro
que iré a buscarte y te sacaré de allí.»
«¿No estoy segura en donde estoy?»
«No, no lo estás. Muchos piensan aprovecharse de ti y usarte para su
beneficio. «
Masha se mordió los labios.
«Te esperaré y mientras tanto me iré preparando. Miraré en la biblioteca y
leeré los libros ocultos sobre hechicería y nigromancia.»
Nikolai palideció aún más.
«No lo hagas. Ellos podrían hallarte aún más deprisa… Aunque creo que ya
lo han hecho, pues he estado vigilando tus despertares y siempre parecías
tener pesadillas.»
«Sí, las tengo. Y son horribles.»
«Mejor no investigues. Ya me ocuparé yo.»
Masha frunció el ceño hacia él y Nikolai se sorprendió de su terquedad.
«¡No! Por fin tengo un motivo para seguir viva, hermano, y es saber que
estás bien. Te buscaré y te encontraré y podremos marchar fuera de
Rashia.”
«El momento se acerca, Masha.”
Nikolai estaba taciturno, articulando sombrío:
«Cuando ellos crucen la puerta, no te dejarán marchar. Te harán su esclava
como sea. Y los acólitos te engañarán para que sigas confiando en ellos. «
«¿Sus…, acólitos? ¿Los que sirven a esas criaturas?»
«Los otros dioses. Deidades antiguas, más viejas incluso que Vanika, que
proceden de los agujeros cósmicos del universo inmemorial. Humanos
codiciosos y temerarios los veneran y hacen rituales sangrientos con el fin
de invocarlos. Y sé que queda poco para uno de esos ritos.»
«¿Cuándo será el siguiente?»
«Dentro de tres meses. En la primera luna de sangre del año que viene.
Antes de que comience la primavera, cuando el invierno se aproxima a su
fin. Habrá una noche de luna llena y luego aparecerá una luna de sangre,
eso dicen los textos antiguos. Investiga en los libros guardados en el
gremio. Te darán información sobre eso. Ah, y el templo bajo el mar. El de
Zhagon.»
«¿Quién es ése?»
«Investiga y luego te contactaré para que me cuentes tus pesquisas. Y otra
cosa…»La voz de Nikolai se volvió más grave a la vez que su pálida cara de
marfil y sus largos cabellos rubios se iban meneando en un remolino. «No
te fíes de Kiera. No te dice su verdadera identidad ni su objetivo. «
«Eh…»
Masha se sintió incómoda por lo último que le había dicho él. Se soltaron y
Nikolai comenzó a esfumarse hasta irse por completo de su vista.
«¡Espera, Nikolai! ¡No entiendo a lo que te refieres!»
La conexión se cortó, la oscuridad se fue disolviendo hasta difuminarse
enteramente y Masha abrió los ojos, fulminada. Boqueaba sin aliento, como
un pez en la superficie, y Kiera la cogió suavemente, notando sus ojos en
blanco. La respiración se le incrementó y le latió el corazón de nuevo.
—Está viva —anunció Kiera a los expectantes espectadores—. Y ha
vuelto.
Masha se levantó, apoyada en Kiera, aturdida y con los cabellos
desordenados. La gente aplaudió y la vitoreó.
—¡Masha! ¡Masha! ¡Masha!
Irina fue a ella, acompañada de las otras chicas.
—¿Qué has hecho? ¡Por Alyn, nunca había visto nada igual! ¡Nos has
dejado deslumbrados!
Las maestras Cora y Diane asintieron.
—Ha sido muy inspirador, muchacha —dijo Cora a modo de halago, y
Masha se emocionó y se le colorearon de carmín las mejillas—. Tendremos
que entrenar más con tus habilidades.
—Por supuesto, maestra Cora.
Diane comentó:
—Haremos una fiesta de té para conmemorar la adquisición de este talento.
Lo tenías bien escondido, chica. Nos has dado gran regocijo.
Alice extendió los brazos a ella, y Masha se acercó y se abrazaron. Alice,
como una abuela cariñosa, le dijo:
—Sabía yo que ibas a destacar. Mejor tarde que nunca. Vas a brillar,
Masha. Más que las estrellas.
Al oír eso, Masha se acordó de los monstruos innombrables de mundos
infinitos y alejados del sol. Miró a Kiera.
—He hablado con mi hermano.
Omitió el hecho de que él le había asegurado que no estaba muerto y
además le había aconsejado desconfiar de ella.
Kiera se le acercó y le dijo:
—Muy bien. Comprendo que hayas deseado hablar con él. Pero no voy a
remover tus viejas heridas. Hoy es un día de fiesta y descanso.
Masha repuso:
—Me encuentro muy cansada. Como si algo me hubiera drenado la
energía.
Kiera sonrió.
—Es lógico. Después de haberte ausentado por media hora…
Masha la miró con la boca abierta.
—¿Tanto tiempo he estado ausente? Nikolai y yo hemos hablado por unos
minutos… —Se llevó una mano al mentón, pensativa—. Entonces eso
quiere decir que en el otro plano el Tiempo no pasa… Claro, porque no hay
tiempo como tal. Y esos seres… ¿Para ellos existirá el tiempo? Tengo que
averiguarlo todo.
—¿Qué dices? —le preguntó Kiera, y Masha notó la ansiedad patente en su
rostro.
Sonrió y dijo:
—No te preocupes, no es nada. —Señaló la pista de baile—. Me apetece
bailar un vals.
Los demás, atentos a ella, sonrieron.
Y Dominik exclamó contento:
—¡Bailemos junto a Masha, nuestra salvadora!
Se fueron a bailar, y la música era más animada y alta. Masha los miró
reticente.
«No sé qué se supone que tengo que salvar. Nikolai no ha hablado con
claridad. ¿Debo salvar Rashia, a sus gentes, a mí misma? Si es así, ¿de qué
exactamente? ¿De los dioses? ¿Y cuál es su culto y quiénes son sus
integrantes? Debo investigarlo cuanto antes. «
Kiera, a su vera, la interpeló:
—Masha, ¿me concedes este baile?
Ella le dedicó una sonrisa que Kiera correspondió. Masha le dio la mano y
Kiera se la tomó y fueron a la pista. Bailaron durante un rato, y al mirarse a
los ojos, la corriente eléctrica surcó sus cuerpos, mientras sus destinos eran
sellados… Aunque eran contrarias la una a la otra.
A pesar de que Kiera formase parte de la oscuridad y Masha de la luz, o,
en otras palabras, Masha fuese una mujer cuya función era salvar a los
demás y Kiera en cambio fuese a destruirlos…. Dos mujeres opuestas.
Juntas por una alianza temporal. Unidas por la adversidad y separadas en
los momentos más inoportunos, cuando las mentiras fuesen desplazadas
por la cruda y mórbida verdad.
Y entonces, los otros dioses cruzarían la puerta, condenando a las gentes de
Terraris a morir. Solo Masha podía derrotarlos. Ella era la clave. Pero tenía
que revelar la sórdida verdad que yace bajo las sombras, inmune a los
remordimientos, y destruir para siempre a los enemigos de la humanidad,
los integrantes del culto a los Dioses Estelares, aquellos que habían
decidido entregar su humanidad y su alma a Los Que Moran Más Allá de
Las Estrellas.
4. EN LA SOMBRA
Masha se encontró con el gato atigrado que había visto por las calles, y
decidió adoptarlo cuando él vino a pedirle comida. Lo cogió en brazos y
constató con pena que estaba tan escuálido y sucio como ella hubo estado
(y seguía estando igual de deprimida y vacía). Pensó que eran similares.
Fue a la casa y le dio algo de pescado y carne que el famélico felino devoró
con fruición.
Se fue a dormir y el gato se tumbó a sus pies. Masha se relajó y pudo
descansar bien. A las tres horas, escuchó la voz firme de Kiera abajo.
Luego unas pisadas en la escalera y una mano que tocaba a la puerta.
—¿Puedo pasar? —preguntó Kiera.
Masha intentó incorporarse, pero el gato, al que había llamado Fiodor,
gruñó en sueños y ella suspiró. No se movería para no despertarlo.
—Puedes entrar.
Kiera entró y su delgada figura se silueteó en el umbral. Al avanzar, vio a
Masha tumbada en la cama con Fiodor y su sorpresa fue mayúscula.
—Buenos días. No quería molestarte, no sabía que estabas durmiendo.
Masha le sonrió.
—No, estoy despierta.
Masha hubiera jurado que en las estoicas facciones de Kiera había rubor,
pero en las sombras era difícil decirlo con certeza. Encendió la lámpara de
la mesilla y vio que, en efecto, Kiera estaba algo esquiva, pero su cara era
inconmovible.
—¿Cómo te sientes, Masha?
Se acercó a ella, vacilante. Masha le hizo señas.
—No te preocupes. Puedes venir por este lado. Fiodor está dormido y no
quiero molestarlo.
Kiera se fijó en el gato y miró a Masha.
—Oh. Ya veo. Lo has adoptado. Te gustan los animales, pues.
No le hizo mucho caso al animal hasta que éste se despertó y la miró y
comenzó a gruñir desconfiado.
Masha le acarició la cabeza y le dijo:
—Oh, pequeño peludo. No desconfíes de Kiera.
Incluso el gato desconfía de ella. ¿Qué es lo que tiene que induce a todos a
alejarse de ella?
Kiera carraspeó y se aclaró la garganta y al acercarse más a Masha por el
lado derecho, le dedicó una sonrisa dulzona.
—Está bien que acojas a los animales. Eres una buena mujer.
Masha arqueó las cejas.
—Oh. Así que puedes ser dulce cuando te parece bien. ¿Me estás
halagando?
Kiera echó la cabeza atrás, riéndose, y Masha cogió al vuelo su reflexión.
Ja., ja. Qué graciosa. Esta pequeña bruja… Qué descarada puede ser sin
darse cuenta. No le dijeron que no debe decir todo lo que piensa. Da igual.
Me parece divertido.
La miró y le sonrió.
—Sí, la verdad es que es un halago. Después de la actuación del martes,
Dominik y sus colegas están muy complacidos contigo y desean que actúes
más veces para ellos. Si estás de acuerdo y tienes tiempo, claro. Y me
siento orgullosa de ti.
Daba golpecitos al suelo con las botas.
Masha se sonrojó y comentó:
—Vaya, eso es una gran alegría para mí…
Kiera agregó:
—Y he venido porque me complacería que te unieras a la expedición de
mañana a la Sombra. Irás conmigo, con Iván, Sergei, Vladimir y más.
Investigaremos los alrededores para encontrar nuevos seres oscuros.
Masha sonrió y asintió con energía.
—Me interesa ir. Iré contigo.
Los ojos de Kiera brillaron prácticamente de calidez y se puso las manos en
las caderas.
—Perfecto. Prepárate todo lo necesario. Kaffta, botas, guantes. Hará mucho
frío por allí. Cruzaremos Cheka y puede que paremos en Svetya. Y luego
llegaremos a la sombra. Te recogeré en la entrada del gremio a las 9 de la
mañana. Procura desayunar y dormir bien.
—Vale. —Cruzaron miradas de emoción, aunque Kiera trató de esconder
sus emociones—. Estaré preparada. Nos vemos pronto.
—Hasta mañana, Masha.
Kiera alargó la mano, soltando un poco su estoicismo, y le rozó el pómulo.
Masha sintió que se le aceleraban los latidos. Los ojos de Kiera estaban
clavados en ella. Se alejó al segundo porque Fiodor le gruñía con el pelo
erizado y el rabo gordo de miedo.
Masha lo notó inquieto.
—¿Qué te pasa, Fiodor? —Le acarició el lomo, pero el felino seguía
bufando a Kiera y ella se vio obligada a alejarse más de Masha. Ella
suspiró—. Lo siento. No sé qué le pasará contigo, no parece cómodo. Cosas de gatos.
Kiera sonrió.
—No es nada. No te preocupes. Bueno, te veré mañana.
—Adiós —dijo Masha dulcemente, calmando a Fiodor como podía, pero
este sólo reposó cuando Kiera se hubo marchado de la casa.
Los instintos de cazador del gato se habían agudizado por la presencia de
Kiera, y volvería a tener esos extraños accesos de rabia, con pretensión de
alertar a su dueña de los terribles monstruos sin nombre que acechaban su
vida.
Masha se despertó al alba, y se preparó todos los enseres indispensables
para su travesía a la Sombra. Se puso la kaffta azul marino y bajó al
comedor, en donde había un hervidero, un bullicio; Cora y Diane, que eran
unas cocineras excelentes además de brujas profesionales, les servían las
raciones abundantes a las chicas. Las mesas alargadas y limpias estaban
atestadas de comida: fruta jugosa y dulce, panes de cereales, blandos y
apetecibles, mermelada de frutas silvestres, zumos, etc.
Las otras brujas, las recién llegadas, se mantenían aparte de las alumnas
que ella conocía, que eran las expertas, habiendo llevado mucho tiempo
alojadas en el gremio, y charlaban de sus cosas en un extremo de la mesa.
Una niña de pelo negro alborotado, de cara pequeña y ovalada, comía un
bollo con aire distraído.
Masha se sirvió té y una pequeña tostada con mantequilla. Irina la llamó al
advertir su presencia.
—¡Masha, ven y siéntate con nosotras!
Ella la distinguió, sentada junto a Anya, Zia y Ruby, y se les acercó
sonriendo amablemente. Se sentó enfrente de ellas.
—Buenos días. ¿Cómo estáis?
—Maravilladas por lo que hiciste el otro día en el baile —dijo Irina,
tomando su zumo de naranja—. Y estábamos hablando de lo guapa que
estabas y de lo impresionante que fue tu actuación.
—No nos lo esperábamos para nada, y fue genial lo que hiciste. —Zia
estaba comiendo huevos revueltos con tocino, y a Masha se le revolvió la
tripa al ver tal cantidad de comida. Zia agregó—: Es decir, pensábamos que
no te acercabas a nosotras porque tenías miedo, ya que no podías
desarrollar tus poderes.
—¡Menuda sorpresa nos llevamos! —exclamó Anya, mirando a Masha y
revolviendo su melena rubia de rizos dorados como el trigo—. Tendrías
que habernos consultado sobre tus dudas. Nosotras somos veteranas y te
podemos echar una mano.
Masha se sintió sobrepasada por tanta muestra de afecto.
¿Se sienten así conmigo o es solo un farol? ¿De verdad están dispuestas a
ser mis amigas?
Ruby dijo, en tono algo más expresivo:
—Y Masha habla a veces con mi abuela.
Ella sonrió y dijo:
—Sí, en ocasiones me encuentro con ella por el jardín y hablamos. Me
pregunta mucho sobre ti. Y también puedo ver a otros fantasmas.
Irina cogió una manzana verde y le dio un mordisco. Se fijaron en Masha
las tres.
—¿Qué vas a hacer hoy? —le preguntó Irina, mordiendo la manzana—.
Vamos a atender a las nuevas niñas que llegan hoy. Son siete en total. Les
mostraremos el gremio en un tour completo y luego haremos una fiesta de
té. Estamos desbordadas, y nos vendría bien tu ayuda. Y al final, después
del trabajo, comeremos muchos pasteles.
Le sonrió. Masha picoteó de su plato.
Bebió té y contestó, mirándolas:
—Lo siento mucho, chicas, pero hoy me será imposible. La comandante
Kiera me ha citado para que la acompañe a la Sombra. Haremos una
investigación exhaustiva. Debo partir en unos minutos, pues ella me espera
a las 9.
Cruzaron miradas sorprendidas.
Zia dijo:
—¡Vaya, eso es una novedad! ¿Cómo es que se le ha ocurrido semejante
idea? A nosotras nunca nos ha propuesto ir a la Sombra bajo su supervisión, aunque llevamos muchos años siendo brujas. Podría sentir envidia de ti, pero esa tía no me gusta nada.
—Eres una privilegiada, se ve que te ha escogido como su bruja predilecta
—le dijo Anya, y la señaló con el dedo—. Pero ándate con ojo. Yo si fuera
tú no me fiaría de lo que dice Kiera. A ninguna de las cuatro nos ha caído
nunca bien. Es hostil, obstinada y de mente cerrada. Parece un hombre con
cuerpo de mujer. —Resopló—. Te deseo suerte.
—¿Por qué lo decís? —se atrevió a preguntar Masha.
Irina, que había terminado de comer, farfulló:
—Anya y Zia están en lo cierto. Kiera no es fiable. Yo siento que esconde
algo, pero no sé qué será. —Apoyó una mano en la mejilla, peinándose el
flameante pelo—. Yo llegué aquí hace diez años, desde Valtis. Se
descubrieron mis habilidades de brujería y mis padres decidieron
mandarme aquí a estudiar y a formarme para tener un próspero futuro. Y
me he adaptado bien, porque tengo dotes de socialización. Simplemente,
soy simpática y es más fácil para mí entablar relaciones amistosas y
duraderas con los demás.
—Yo vengo de Tammika —dijo Anya, observando a Masha—. De una
familia tan pobre que no teníamos dinero ni para comprarnos ropa. Ingresé
en el gremio y me acogieron como a una muchacha más. Y ahora puedo
mandar dinero a mis familiares y los visito de vez en cuando.
Zia reveló:
—Yo soy de Amaria Sur, y nací en una aldea tan mísera que la gente allí no
tiene agua para lavarse y los niños mueren de muchas enfermedades. Me
fui en barco hacia el continente de Erador, después de un sinnúmero de
dificultades, y pude ingresar aquí. Sigo manteniendo contacto con mis
parientes y les envío ropa y utensilios de primera necesidad.
Masha miró a Ruby, que comentó:
—Yo soy de Wix. Mi familia es de la burguesía, pero mi padre contrajo
deudas muy grandes y no podía pagar la casa donde vivíamos, así que nos
desahuciaron. Y tuve que buscarme la vida y vine aquí con lo poco que
tengo.
Masha asintió, sollozando.
—No te pongas a llorar, chiquita —le dijo Irina, y le tomó la mano—. No
te lo contamos para que te apiades de nosotras.
—No lo sabía… Lo siento mucho por vosotras…
Masha se secó las lágrimas. Ellas le sonrieron.
—Lo que queremos decirte es que todas tenemos problemas de diversa
índole, a pesar de ser tan distintas —dijo Zia, y sus ojos brillaron de
resolución—. Pero eso no nos distancia, sino que nos une. Somos hermanas
en la desgracia, mujeres que se enlazan por un propósito claro.
—¿Qué pasa con Kiera? ¿Por qué es así?
Anya se encogió de hombros, y ellas cruzaban miradas.
—No lo sabemos. Solo nos llegan rumores aterradores.
—Bueno, Anya, lo que me pasó poco después de llegar no fue un rumor,
eso sucedió realmente —dijo Irina—. ¿Y te acuerdas de Jasmine?
—Oh, Jasmine…—Zia se puso pálida y se le notaba pese a su piel oscura—
. Qué pena. Dicen que se suicidó.
—¿Qué le ocurrió? —insistió Masha.
No me dejéis en ascuas.
La miraron, viéndose preocupadas. Irina movió las manos.
—Ah… Bueno, te lo contaremos. Resulta que hace unos dos años, llegó una
chica nueva. Se llamaba Jasmine. Se parecía a ti, Masha. —Ella se puso
temblorosa—. No físicamente, sino en el carácter. Era tímida, apocada, no
se quejaba jamás… Y Kiera solía acercarse a ella para molestarla. Le decía
cosas muy crueles. Que tenía que entrenar más, que no era una bruja de
verdad sino una embustera, que no hacía nada como es debido… Pullas,
bromas e injurias.
Masha sintió que se le secaba la boca.
—¿Es eso verdad?
Todas asintieron a la vez, y Zia continuó:
—La cosa fue peor con el tiempo. Kiera la llevó a la Sombra una vez y
Jasmine tuvo que luchar ella sola contra los vampiros. Kiera la ayudó
cuando ya no podía más, pero Jasmine estaba aterrorizada. Evitaba a Kiera
todo lo que podía, aunque ésta iba a buscarla continuamente. Nos decía que
quería marcharse de Rashia, pero nunca llegó a hacerlo.
—¿Le pasó algo malo?
Ruby respondió:
—Por desgracia, Jasmine estaba muy cansada mentalmente por el abuso de
poder al que era sometida por Kiera, y un día no aguantó más y se arrojó
desde el balcón al lago, matándose por la caída.
Masha ahogó un sollozo.
—¡No puede ser! ¿Y fue por lo que le había pasado?
—Estaba harta de sufrir por culpa de Kiera. Y se negó a vivir en esa
pesadilla. —Irina miró a Masha—. No es la única vez que Kiera ha
conllevado que otras personas se depriman y se hundan. La vemos
constantemente maltratando a sus soldados. Es muy áspera y seca con ellos.
No muestra sus sentimientos, como si no los tuviera en absoluto. Por eso,
cuando me contaste lo que te hizo, me alarmé y pensé que estaba repitiendo
el mismo patrón contigo. Es una persona que se nutre del sufrimiento
ajeno, te chupa la fuerza y se alegra de que sufras, es decir, una sádica.
Masha negó vehementemente, horrorizada.
—No… Eso… Pero yo tengo que irme con ella ahora.
—Bueno, trapos sucios de Kiera revelados. Viene lo importante: que vas a
subir de nivel y si puedes, la mandarás a tomar viento cuando seas la bruja
más poderosa del mundo —le dijo Ruby.
Masha sonrió, repuesta del susto.
—Muchas gracias por vuestro apoyo, chicas.
—No hay de qué —se alegró Irina.
—Son las 9 menos cinco —le dijo Zia, y Masha empalideció—. Tienes que
irte ya, ¿no?
—Sí, sí. Adiós, chicas.
Masha se despidió y salió a toda prisa.
No puedo llegar tarde o me insultará de nuevo… ¿Y será por eso que todos
desconfían de ella? Madre mía… En qué tinglado me he metido yo solita…
No quiero acabar como la pobre Jasmine… Qué miedo.
Irina se fijó en el plato medio lleno de Masha.
—Pobrecilla. Apenas come. Tenemos que cuidarla para que no se
derrumbe. E inventar excusas para alejarla de Kiera.
—Eso es lo más difícil —resopló Anya—. No para de aparecer en su busca.
Es una pesada.
—Exacto —se inquietó Zia—. La comandante parece estar en todas partes,
como un viejo lobo. Me da repelús que Masha esté a solas con ella.
—Masha es más fuerte de lo que parece —murmuró Ruby, avistando por la
ventana el paisaje invernal—. Pudo llegar aquí cuando su cuerpo había
pasado el umbral de la vida y estaba a las puertas de la muerte. Seguro que
podrá derrotar a Kiera y le pateará el culo.
Ellas se rieron e Irina dijo, entre risas:
—Eso sería guay. Ruby, tienes unas ideas locas, pero me gusta cómo
piensas. Kiera es una bomba de relojería. Y Masha es el desactivador.
Masha llegó corriendo. Kiera la esperaba, con Iván y Vladimir, y miraba su
reloj de pulsera. Sus ojos eran tan fríos como el ambiente escarchado de
fondo.
—Te has retrasado por cinco minutos. ¿Qué estabas haciendo?
Masha se sentía derretida como un flan.
—Charlaba con mis amigas. Son un poco ruidosas y hablan mucho. Lo
siento por la tardanza.
—Tienes que llegar a tiempo a las citas —siseó Kiera, y su voz sonó como
una apisonadora, aplastando el alma inocente de Masha—. No puedes
quedarte durmiendo o charlando. Ésta es una reunión seria.
Holgazanas. Luego querrán ponerse como las salvadoras del mundo. Y
Masha, llegando tarde. Tendré que volver a regañarla. Ah… Qué
problemática es.
Masha notaba sus piernas truncadas, temblando como una hoja. Reunió
todo su coraje y esperó. Kiera llamó a otros soldados. En total eran diez.
Iban en dos coches.
Kiera la oteó.
—Bueno, Masha, espero que estés preparada.
—Lo estoy —dijo ella, fingiendo firmeza.
Fueron al coche. Masha se montó atrás, justo en medio de dos soldados
desconocidos. Iván se situó en el asiento del copiloto, y Kiera conducía
rápido, alejándose de la ciudad. Todos estaban silenciosos. Masha se
sonrojó, sintiéndose observada por los dos muchachos.
Ambos eran guapos, pero cada uno a su manera. Uno era espigado, de cara
estrecha y pelo más rubio y puntiagudo, mientras que el otro tenía
mandíbula cuadrada, ojos oscuros, cejas gruesas y cuerpo robusto. Se veían
amigables.
—Me llamo Sergei —le dijo éste a Masha.
—Y yo soy Mihail —le dijo el otro, sonriéndole.
—Masha. Encantada de conoceros —les sonrió ella.
Kiera los observaba por el espejo retrovisor, con el ceño fruncido.
—La jefa nos ha comentado que eres una bruja excepcional, que ves
espíritus —dijo Sergei.
Masha repuso:
—Sí. Puedo verlos y charlar con ellos. Hay veces en que ellos me llaman,
otras yo los veo por casualidad. Vienen y van por todas partes, y me hablan
de múltiples cosas.
—¿Qué te dicen? —se interesó Mihail.
—Muchas cosas. —Masha, animándose, habló más rápidamente—: Que
están tristes, airados, que se sienten solos… Veo hombres, mujeres, niños…
De todas las clases y edades.
—Interesante —dijo Sergei, y él y Mihail se miraron, riéndose—. Eres un
portento. Y guapa, además.
Masha sonrió, sonrojada hasta las orejas.
—Sí, claro que lo eres —sonreía Mihail.
Kiera dio un giro brusco de golpe, y el coche se aceleró, surcando la
carretera a gran velocidad. Ellos se sobresaltaron.
—¿Qué ocurre, jefa? —se preocupó Iván.
Masha se tropezó con su cara agria en el espejo. Sus palabras fueron
cortantes, dirigidas hacia Sergei y Mihail.
—Dejad la charla, muchachos. No podemos perder el tiempo con tonterías.
Se callaron ipso facto, pero Kiera seguía mirándolos ceñuda. Solamente se
calmó cuando arribaron en la Sombra, tras pasar Alta Svetya y Cheka.
Una densa, impenetrable oscuridad se extendía por doquier, tapando
árboles y al cielo mismo, horadando el terreno y devorando animales y
personas. En más franjas de tierra a la redonda, las fracturas ocasionadas
por la Sombra habían partido en dos terrenos de labranza, llevándose
consigo a los habitantes, sencillos granjeros que un buen día habían dejado
de existir, devorados por la negrura.
En esa tierra estéril, muerta, de hacía siglos y eras por determinar, solo los
orcos y los vampiros alados transitaban, y éstos últimos hombres mutados
por influjo del poder de la Dama Oscura. Los vampiros vagaban por los
cielos negros buscando a posibles presas. Sus chillidos ensordecedores e
inhumanos alertaron al grupo. Masha se estremecía.
Kiera aparcó en las cercanías de la Sombra. Se bajaron. Kiera taladró a
Masha con los ojos, furiosa.
—¿Estás bien? —le preguntó ella, notando su enervación.
Kiera no se dignó responderle. Masha cogió sus pensamientos.
Conmigo te callas y te haces la tonta, pero bien que te pones a charlar con
esos idiotas. Ah, estoy harta de los tíos. Se creen que pueden conseguir lo
que se les antoje.
Le dio la espalda, oteando la explanada desértica.
¿Qué la ha hecho enfadarse tanto? ¿Será que yo estaba hablando
demasiado?
Masha se quedó alejada de ella. El viento fresco del norte despeinó a
ambas. A Kiera se le salieron mechones de la coleta. Algunos dorados le
cubrieron la frente.
—Vamos a entrar —vuelta a ella, la asaeteó con su mirada de hielo—. Ve
con cuidado.
Masha hizo un tenue ademán.
Penetraron en el hostil, yermo terreno. Las brisas se tornaron más
virulentas, azotando sus caras con potencia, y la negritud se adentraban por
todos lados, invadiendo sus corazones. Los árboles eran escasos y estaban
marchitos y ennegrecidos, de aspecto decadente y espectral. Nubes
boscosas tapaban el sol. A lo lejos, los vampiros se acercaban a ellos,
volando frenéticos. Sus gritos les perforaban los oídos. El lago de aguas
aceitosas humeaba un miasma fétido y desagradable.
—Nos han olido —dijo Kiera, y los miró—. Vamos a cazarlos. Masha,
préstame tu poder.
Ella dudó, vacilante.
—Eh… No sé cómo podré pararlos…
La negrura invadió el espacio, separándolos entonces, y el ambiente se
congeló, volviéndose más macilento y fúnebre. Los vampiros comenzaron
el ataque, desperdigados, lanzados a por los guardias. Hirieron a los que
estaban más alejados, que soltaron gritos de terror. Uno hirió a Sergei al
clavarle sus garras en el hombro, y éste aulló dolorido.
Pero Kiera, entrenada durante décadas en la orientación en plena oscuridad,
logró apercibirse de esto y le disparó a bocajarro y el monstruo alzó el
vuelo, gruñendo. Otros se lanzaron a por ella, pero les disparó, y aunque las
balas no les alcanzaron, lograron ahuyentarlos. Más vampiros acudieron al
estruendo de la pólvora, sedientos de sangre.
Un vampiro le gruñó a Masha, volando con celeridad hacia ella,
desplegadas sus alas membranosas, constatando ella que era feo, de piel
gris y transparente y ojos semicerrados, prácticamente ciegos, por su larga
estadía sin luz solar; y se abalanzó sobre ella.
A punto estaba de clavarle las uñas cuando Mihail se interpuso, cubriendo a
Masha con su cuerpo fornido, y abatió al vampiro al dispararle de frente. El
bicho cayó a tierra con un ruido sordo y el torso agujereado.
Ella le sonrió dulcemente.
—Muchas gracias.
—De nada —le dijo él.
Kiera, entretanto, luchaba contra más bestias aladas, que se lanzaban en
remolinos a por ella.
—¡Morid, capullos!
Les disparó sendas ráfagas de balas, hasta que vació el cargador. Se guardó
el arma y se giró, viendo que Mihail protegía a Masha. Se le tensaron los
músculos de la mejilla, pero se mordió la lengua para contener la ira,
escaneando a Masha sombríamente.
Ella, sin querer, percibió su pensar.
Ah, así que él ha sido más rápido que yo. Está ligando contigo, pajarillo,
eso está claro. No me hace la menor gracia. Ojalá se muriera. Si lo matase
un vampiro, sería un estorbo menos entre tú y yo.
Se alejó de ella, y Masha, estremecida, dejó de sentir el discurrir de su red
neuronal.
¿Por qué Kiera piensa eso? Es mucha crueldad de su parte. ¿Por qué le
molesta? Mihail me ha salvado, nada más.
Se reunieron con los demás. Sergei no atinaba a enfrentarse a un vampiro
que lo iba a herir, pero Kiera, disparando con su otra pistola, la de reserva,
lo acribilló a balazos. Se quitó el pelo rubio de la frente sudorosa. Mihail la
seguía, junto a Masha.
Kiera los fulminó con la mirada.
—Sigamos. Luego examinaremos los cadáveres y tomaremos muestras que
les mandaremos al gremio. Ruby los examinará y podremos sacar datos
sobre ellos.
—No sabía que Ruby podía hacer eso —dijo Masha, yendo a su lado, y
Kiera se relajó.
—Sí. Es una chica extravagante. Una bruja con intenciones científicas.
Obsesionada con investigar sobre cómo transformar la Materia en cosas
diferentes; ella cree que la magia y la ciencia son compatibles. —Le echó
un vistazo, y Masha se azoró—. Mihail te ha salvado, ¿verdad? Debes de
estar contenta.
—No te comprendo —dijo Masha, mirándola a los ojos azules y crudos—.
¿Por qué te molesta que él me ayude? Es un buen hombre.
Kiera resopló. Pisaba fuerte en el suelo al andar. La cólera se le enroscaba
en el vientre y la quemaba por dentro. La desazón de no haber sido ella la
que salvara a Masha de nuevo.
—No te incumbe. —Se sentía colérica y se le pasó a la voz, pero lo rebajó
y extinguió el fuego, agregando insípida—: De todas formas, está bien que
te haya rescatado.
Pero podría haberlo hecho yo. Yo soy la que se preocupa por ti, no un
vulgar tipo que acabas de conocer.
Masha se estremeció y le dijo, en tono acaramelado:
—Kiera, yo… Realmente no quiero molestarte con mi actitud. Sé que te
parezco una niña caprichosa, pero no lo hago aposta. Te prometo que a
partir de ahora seré más madura y estaré a la altura. Y lo haré bien, como tú
deseas.
Kiera esbozó una media sonrisa.
Muy bien. Has aprendido la lección. Eso me agrada. Quédate a mi lado y
olvídate de ese imbécil de Mihail.
Masha pestañeaba, perpleja.
¿Kiera está celosa? ¿Porque yo he charlado con un hombre? ¿Y por qué le
desagrada eso?
De improviso, un vampiro voló hacia Kiera, abalanzado sobre ella, y le
clavó las garras en la pierna derecha, arrancándole trozos de tela y de carne.
Ella aulló de dolor.
Masha, concentrándose en sacar sus poderes, congregó a las sombras,
echándolas encima del bicho. Kiera le disparó al vampiro y éste huyó; los
demás la observaron asombrados.
—¡Oh, jefa, eso ha sido una proeza! —se asombró Sergei.
—Y la menuda Masha la ha protegido —dijo Mihail.
Ésta se ruborizó por tener a los soldados observándola, sonriendo por haber
salido al rescate de su jefa. Corrió a atender a Kiera, que se apoyaba en el
suelo con dificultad. De la herida le manaba abundante sangre.
—Estás herida… Puedo curarte —dijo Masha, pero Kiera se negó.
—No es el sitio adecuado. Vayamos a examinar los cuerpos y ya me
curarás en el cuartel.
Volvieron, recogieron muestras de sangre y tejidos de los vampiros
abatidos y regresaron al cuartel general.
Dominik estaba allí, y los recibió con un saludo cordial.
—Buenas tardes, comandante Fraser. ¿Qué le ha sucedido? —se alarmó al
verla cojeando, seguida de Masha y los otros.
—Un simple rasguño. Nada que no se pueda arreglar.
—Será mejor si te sientas y reposas —le dijo Masha, y ellos se
sorprendieron de que Kiera le hiciera caso.
Masha cogió un botiquín médico que había en la sala y miró a Kiera. Se
preparó para curarla.
Kiera se despojó de la kaffta. En uniforme se veía más imponente y austera.
Le sonrió a Masha, atravesándola con su mirar azul. Ella procedió a detener
el sangrado, a continuación, le limpió la herida y finalmente la cosió y la
vendó.
—Muchas gracias, Masha.
—De nada.
Se miraron, sonriéndose.
Dominik dijo:
—Estaría bien llamar al médico por si acaso, aunque la destreza de Masha
es admirable. Es una buena enfermera.
Ella, roja de vergüenza, murmuró:
—Bueno, son los primeros auxilios… Tengo que dar una asistencia eficaz.
—Ponte a mi lado —le dijo Kiera, y ella la obedeció.
Dominik dijo:
—Habéis realizado una gran labor hoy. Investigar sobre la Sombra requiere
mentes jóvenes y valientes. —Le sonrió a Masha—. Supongo que no le
habrá agradado la visita a la Sombra.
—Es un sitio extraordinario y horrible, pero yo me sentía segura con ellos
—dijo Masha.
Dominik se giró a Kiera.
—A pesar de ser una herida no muy profunda, veo que le cuesta caminar,
comandante. No va a poder desempeñar sus facultades plenamente en ese
estado. Le recomiendo tomarse unos cuantos días de reposo.
Masha añadió, mirando a Kiera:
—Exactamente. Si no, podría empeorar y volver a infectarse.
Kiera suspiró, pero cedió.
—De acuerdo, eso haré. Ya puedes volver a casa, Masha.
Ella le dijo:
—Irina me comentó esta mañana que por la tarde van a venir más niñas al
gremio y que van a celebrar una fiesta de bienvenida. No me apetecía ir
antes, pero lo he pensado mejor. Iré para relajarme.
—Muy bien, eso es bueno para ti. —Kiera la miraba con la misma
intensidad, y Masha se quedó eclipsada—. Pues ve y diviértete. Te lo has
ganado.
Masha se extrañó de su cambiante actitud.
¿Ya no está enfadada conmigo? Qué rápido cambia de parecer.
Kiera se levantó, aguantando el dolor.
—No debería caminar, jefa —le aconsejó Iván.
—Estoy bien. Podré apañármelas. No soy… —rectificó al mirar a
Dominik—. No hay nada que odie más que la inactividad.
—No se preocupe, comandante —le sonrió Dominik, bondadoso—. Puede
usted tomarse un tiempo de descanso a fin de recuperarse de su herida, le
puedo asignar unos días para relajarse. Incluso supervisar a Masha no sería
mala idea.
A Kiera se le iluminaron los ojos, y Masha lo vio perfectamente, pero fue
breve: al momento Kiera retornó a su estoica postura, de cara indefinible y
severa, y dijo:
—Sí, estoy de acuerdo con eso. La ayudaré a sobrellevar sus tareas.
Se acercó a Mihail y le susurró algo al oído, que nadie más pudo oír. Él
salió de la tienda y ella fue tras él. Tras un momento no muy espacioso,
Kiera regresó. Se insinuaba una sonrisa satisfecha en sus labios. Volvió a
sentarse. Dominik hizo un ademán aprobatorio.
—Bueno. He venido a supervisar y como he comprobado que todo va de
perlas, estoy contento. Me marcho. —Se centró en Kiera en exclusiva—.
Que descanse, comandante Fraser. Le deseo un buen día.
—Igualmente, señor.
Los guardias se palmearon el pecho.
—Por la República Roja.
—Sí, salve a la República —dijo Dominik, y salió firmemente.
El eco de sus pasos se perdió en la distancia. La tormenta atronaba afuera,
deshilachados los sonidos del exterior. Kiera sonreía levemente.
Oh, sí que serán buenos días. Ahora que Mihail ya no está incordiando…
Un plan inteligente mandarlo a las estepas rashianas. No volverá a pisar
Mosva en lo que le queda de vida. Que se fastidie. No debió haberse
entrometido en mis relaciones.
Masha tiritaba bajo su kaffta. Kiera estaba fiera, le ardían los ojos,
expulsando relámpagos azules.
¿Por qué hace todo esto? ¿Por qué traslada a Mihail? No ha pasado nada
entre él y yo… Me aterra cuando es tan posesiva. Y lo peor es que no puedo
detenerla…
Kiera le sonrió.
—Voy a ir a la fiesta.
—Te esperaremos con ganas —murmuró Masha, algo decaída, sin
embargo, intentó aparentar alegría.
Suspiró aliviada cuando se despidieron y ella volvió en el coche de Irina,
que había venido a recogerla.
Kiera parece estar loca. ¿Lo está de verdad? Y, no obstante, ¿por qué me
agrada estar en su compañía?
—¿Todo bien? —Irina la examinó—. Bueno, pasa de Kiera y su ser
antisocial. Vas a disfrutar de la fiesta por todo lo alto.
Masha asintió, cerrados los ojos para meditar.
La ceremonia se celebró en el jardín, engalanado con numerosas flores.
Habían dispuesto mesas y sillas cómodas, dulces de todo tipo, frutas,
zumos y té. Masha miró los postres con ansiedad, porque no tenía ganas de
comer todavía.
En realidad, me apetece, pero estoy estresada…
—¡Vamos a bailar! —exclamó Irina, uniéndose a las demás, y se pusieron
a danzar.
Las chicas dialogaban entusiasmadas entre ellas. Las niñas se centraban en
Masha, embelesadas. Habían formado un corro en torno a ella y la
acribillaron a preguntas.
—¿Es verdad que eres la bruja de los espíritus? —la interpeló la niña de
cabellos oscuros.
—Sí, lo soy.
—¿Y qué puedes hacer? —quiso saber otra, de cara pecosa y pelo trenzado
de una intensa tonalidad roja.
Masha pensó que se parecía a Irina, como si fuera su versión infantil.
—Veamos… —Masha recorrió con la vista el grupo de chiquillas, y articuló
en tono sólido—: Puedo verlos, hablar con ellos, y tengo sueños raros
también. En general me va bien. Y puedo hornear unos dulces deliciosos.
Aunque rara vez me los como.
El hambre se le había esfumado, y empezaba a sospechar que Kiera se
había enojado con ella y al final no aparecería.
Las niñas dieron botes, emocionadas.
—¡Eso es fantástico! ¡Queremos ver más!
Masha hizo una sonrisa un poco forzada. No podía producir sombras a
voluntad, solo en los instantes en que tenía miedo o angustia extrema. Así
que se escaqueó como pudo de las niñas, yendo hacia Alice.
Ruby hacía bolas de fuego que danzaban en el aire, Zia mandaba brotar los
árboles y las flores, que se mostraban espléndidos; Anya configuraba brisas
frescas que les hacían cosquillas, e Irina convocaba el agua para que saliera
en chorros argentinos hacia ellos, y les rellenaba los vasos.
Cora y Diane conversaron brevemente con Masha sobre su progreso, y se
mostraron orgullosas de ella.
Alice le comentó, cariñosa:
—Me alegro de que hayas ido a la Sombra y hayas superado tu temor
inicial. Ya verás que poco a poco vences todos tus miedos y te conviertes
en una poderosa bruja. Ésta es tu casa, Masha.
—Gracias por animarme, maestra.
—Podrías inclusive trabajar en el huerto, o dirigir esta institución en el
futuro. Piénsalo. Eres buena con los niños, de talante afable y considerado.
A la gente le gusta tratar con personas abiertas y responsables.ç
—Me siento a gusto aquí. Me agrada tener amigas.
Kiera llegó cuando estaban atiborradas de dulces, las niñas y las mayores
arremolinadas cerca de las mesas. Masha no había probado los pasteles,
sino que bebió té y tomó pedazos de melocotón porque se sentía nerviosa.
Y se encargó de hacerles trucos a las niñas con las sombras, y cuando
discernió sus caras alegres, se calmó y se le borró la ansiedad.
Kiera se le acercó, mirándola detenidamente, y las niñas se asustaron por su
porte altivo, su elevada estatura y sobre todo por sus ojos fríos y su
semblante inexpresivo.
Masha se congeló al verla, pero hizo de tripas corazón y siguió a su bola.
—Oh. Una mujer mayor… —Talía, la niña del pelo negro y la cara
redondeada, miró a Kiera con atención—. ¿Y tú quién eres? ¿La compañera
de Masha?
Ésta se ruborizó al oír «compañera». Todas se quedaron paralizadas. Kiera
miró a Talía.
—No. Yo soy la comandante Kiera Fraser. Y deberías hablar con más
respeto a los adultos. En especial, si no los conoces.
Talía se encogió, temblando ante su acerado mirar. Masha intervino,
acercándose a Kiera.
—No le digas eso, es solo una niña curiosa.
—La curiosidad mató al gato —cortó Kiera, distante.
Masha exhaló un suspiro, resignada.
—Vale, lo que tú digas. A todo esto, ¿a qué has venido?
—A verte brillar. —Kiera, guardadas las manos en los bolsillos, empezó a
pasearse delante de ella, yendo de un lado al otro—. No tengo nada mejor
que hacer. Estoy inválida ahora.
—No es eso, no estás tan mal —le dijo Masha, sonriendo, midiendo bien
sus palabras—. Eres muy fuerte, Kiera, y sé que te recuperarás en poco
tiempo.
—¿Ah, sí? Gracias.
Kiera enarcó las cejas, y a Masha le latió más rápido el corazón,
bombeando sangre profusamente.
—¿Qué te parece si damos un paseo? Despacio, para que no te haga daño
en la pierna. —Masha la deslumbró con su sonrisa luminosa, de cientos de
vatios de potencia, cálida cual el sol—. No tengo más actividades de
momento. Y las niñas se quedarán bien cuidadas.
—Me viene bien —comentó Kiera.
Masha se giró a las niñas:
—Bueno, chicas, mañana nos vemos. Seguro que lo pasáis genial en la
fiesta. ¡Que disfrutéis mucho!
—¡Sí! ¡Gracias por todo, Masha! —exclamaron, felices.
Talía la abrazó, y Masha se quedó atónita.
—Gracias, Masha. —Se despegó de ella y la miró emocionada—. Eres un
encanto. No sé por qué andas con esa mujer tan rara —me da escalofríos—,
pero no me importa porque eres fantástica. Quiero ser tu hermana menor.
Masha dejó escapar unas risas y le acarició la cabeza.
—Claro que sí, pequeña. ¿Cómo te llamas?
—Talía.
—Pues bien, a partir de ahora, Talía, yo te cuidaré, y os daré clases a ti y a
tus amigas. Ve a jugar y más tarde hablaremos.
—¡Gracias, Masha!
Talía se fue, poniéndose a jugar con las demás. Y Masha se fue con Kiera.
—Me sorprende que sepas manejar a los niños. Tal vez tengas talento para
ser maestra. —Kiera la observó, los ojos refulgentes más allá de la aparente
frialdad, y Masha quedó retenida en su poso de maldad, inconmensurable e
ignota—. Hoy lo has hecho bien. ¿Ves como no es tan difícil?
Masha sonrió.
—Sé que puedo lograrlo si me lo propongo. Llevo días comiendo y
durmiendo mejor. Gracias a tu apoyo, Kiera.
Ella le devolvió la sonrisa.
—La salud es lo primero. Sigue mejorando y ya verás que todo se arregla.
Siguieron hablando y luego quedaron para verse en unos días. Kiera se
marchó y Masha no percibió hostilidad o tenebrismo por su parte. Miró al
cielo, surcado por las aves y con nubes esponjosas que flotaban en el lienzo
rosado, iluminado por las luces crepusculares.
Se sentía con esperanza después de muchos años de vagar en la miseria, y
ardía en deseos de enfrentarse al futuro.
5. TALÍA
El hombre miró en torno de él, inquieto, tratando de sondear la
impenetrable oscuridad que imperaba por doquier. El tiempo había dejado
de tener sentido para él desde hacía mucho.
Se encontraba agazapado en la negrura, mugriento y desmadejado, el pelo
descuidado, hecho una maraña; sobreviviendo como buenamente podía a
merced de las ratas que correteaban por ahí y los insectos que le picaban.
Sus uñas estaban gastadas y cortadas hasta la raíz. Cubierto de harapos,
sucio y desangelado, se arrastraba para beber agua de las escudillas,
devoraba con desesperación la carne seca y rancia y hacía sus necesidades
en un orinal que estaba en un oscuro rincón.
Sabía que se encontraba bajo tierra, donde los gusanos tienen su morada,
junto a los hijos de la noche.
Su captora lo había torturado infinidad de veces a lo largo del tiempo,
arrancándole las uñas, torciendo sus piernas y sus manos, privándolo de
alimento por largos periodos y azotando su cuerpo, dejándole marcas
sangrantes por las flagelaciones.
Lo llamaba indigno y estúpido, entre otras cosas; asimismo lo vejaba
usualmente y se regodeaba en su sadismo, y al hartarse lo abandonaba a
solas en la penumbra.
Notando que tenía los pies infectados de heridas, los ojos hundidos y
macilentos en una cara pálida de tono ceniciento, los cabellos grasientos y
alborotados y una barba descuidada, él sabía que era un hombre salvaje
debido a su cautiverio. No podía afeitarse ni lavarse de forma adecuada; las
únicas duchas que tenía permitidas eran las que le daba su captora cuando
le echaba cubos de agua gélida por encima de la columna vertebral.
Había temido volverse un verdadero salvaje, dejando de ser humano al
estar aislado de todos, incapaz de volver a la civilización, a integrar la
sociedad humana.
Afortunadamente para él, en la húmeda, tenebrosa prisión en la que fuera
confinado, había pilas de libros ajados y cuyas páginas estaban roídas por
las voraces y grandes ratas. Los leía para distraerse, y aprendió detalles
acerca de los Dioses Estelares, los moradores cósmicos del universo ignoto
y fulgurante.
Un día, su captora trajo una máquina de metal que tenía electrodos, pero le
había prohibido tocarla hasta que estuviera lista. Él la miró con curiosidad,
y decidió usarla cuando ella no estuviera vigilándolo.
En las ocasiones en que ella se ausentaba por semanas enteras, y él
disponía de tiempo suficiente para investigar, empezó a usar la máquina. Al
principio tuvo mucho miedo, pues al conectarse se sintió flotar en el vacío
interestelar del cosmos, tétrico e inconmensurable.
Su torturadora, al regresar, supo que él había estado usando la máquina y lo
obligó a conectarse para que le dijera qué era lo que veía, amenazando con
torturarlo si se negaba. Por supuesto, él se conectó entonces, y como ya
tenía mayor experiencia, pudo vislumbrar mundos más desconocidos y
terribles. No le revelaba a su secuestradora más que retazos de lo que había
visto y oído, y ella lo obligaba a seguir conectándose para contemplar más
cosas.
Él así lo hizo, y pronto se entusiasmó por continuar divagando en el sueño
cósmico, adentrándose en las profundidades innominadas nunca vistas por
ojos humanos, encontrándose a medusas bioluminiscentes que nadaban en
las aguas negras de océanos viscosos y atemporales, a los antiguos dioses
con cabeza en forma de estrella, ingenieros voladores que habían
construido majestuosas ciudades que él consiguió vislumbrar.
Las extrañas edificaciones se erguían en la cumbre de las níveas montañas,
sus trazos monstruosos que se diferenciaban horrorosamente de las
construcciones humanas.
Tales ciudades milenarias, ancladas en el Tiempo, de incalculables eones,
desafiaban las leyes de la geometría, mostrando sus pináculos, sus
rectángulos, sus curvas aberrantes, y él veía criaturas extraordinarias en las
simas que se abrían, en lo profundo de valles oscuros en los que
serpenteaban arroyos decrépitos en cuyas oscuras aguas nunca se había
reflejado la luz del sol.
Él flotó en aquellas honduras, avistando las ciudades sin nombre con
pirámides carcomidas y cubiertas de arena, de tiempos antediluvianos en
los que el hombre primitivo aún no se había puesto en pie, y se topó con los
cefalópodos malvados, que intentaron apresarlo con sus tentáculos y
mandaron a sus siervos deformados en su busca, batracios horrendos de
ojos bulbosos en los que se adivinaba la ceguera, de patas palmeadas y
cuerpos hinchados, arrastrándose viscosamente; y él se zafó y se
desconectó para no ser capturado.
Volvió a conectarse con posterioridad, superados ya sus iniciales temores,
ansioso por saber más sobre los horrores primordiales que lo habían
perseguido, y anduvo en sueños por la meseta de Lang, la arcaica y árida
zona en la que Vanika, la Dama Oscura, la temida Reina Nigromante, había
erigido otrora sus tenebrosas fortalezas, y mediante los sentidos
amplificados, navegó por ciudades de bordes afilados y negros, de una
terrorífica inmensidad, situadas en los páramos helados y muertos de la fría
y lejana Antártica.
Al final, tras muchos intentos terminados en fracaso, consiguió establecer
un intermitente flujo de conexión con Masha, lo cual lo alegró
sobremanera. En sus conversaciones, él la advertía constantemente de los
peligros que la acechaban, mientras podían seguir en contacto, aunque no
podían hacer eso por mucho tiempo, ya que dependía del rato que le dejase
la carcelaria de conectarse.
Masha creía que él estaba muerto, ya que ella podía comunicarse con los
espíritus, pero él le aseguró con insistencia que él no lo estaba, por lo
menos no del todo. Su secuestradora, una mujer vil, horrible y cuyo
corazón era un órgano quebrantado y podrido, se complacía enormemente
en dejarlo medio vivo, en la frontera entre el mundo de los vivos y el de los
muertos.
Él acabó resignándose a que no podría escapar. Lo había intentado todo:
cavar un túnel, romper las paredes con explosivos, pedir ayuda a los del
exterior… Pero esa tremenda mujer lo descubría siempre, por mucho que él
ocultase sus pretensiones, y entonces lo sometía a torturas, dejándolo
moribundo, destrozado. Él había llegado a mirar en el abismo insondable
de su alma, ahogado en la maldad sempiterna, en la locura, y veía que los
ojos ácidos de ella le producían un temor hondo y visceral.
No podía escaparse solo, y no se resignaría a morir como un cerdo en el
matadero, pero necesitaba la ayuda de Masha. Tenía que contactar con ella
y pedirle socorro, y que ella pudiera sacarlo de allí cuanto antes. Y luego se
fugarían lejos de Rashia, huyendo del dolor para siempre.
Masha desayunó con las chicas y luego les dijo que se iría a la biblioteca a
examinar algunos documentos.
En la biblioteca, a la luz de las lámparas, estuvo buscando volúmenes de
magia negra.
Encontró dos que se ajustaban a sus requisitos: uno llamado «Cultos
prohibidos de dioses paganos», y que trataba sobre los cultos antiguos a los
dioses ancestrales cuando aún no se había instaurado el alynismo como una
religión dominante en Terraris; y otro denominado Historia de la Magia
Negra, uno de los pocos ejemplares que no habían sido quemados o
retirados por sus polémicos escritos, redactado por el árabe demente Abdul
Alzhed, quien había afirmado siempre que los Otros Dioses gobernaban la
raza humana desde las sombras.
Masha empezó a pasar las páginas, topándose con la historia de lo que
aconteció en la meseta de Lang, y también en la Antártica en las primeras
edades geológicas, millones de años anteriores a que los hombres se
separasen del mono y se volviesen homínidos y proto humanos; y revisó las
descripciones de los Antiguos, los pulpos estelares y los demás seres que
los adoraban.
Además, supo de los vampiros y los orcos y otros grupos de humanos y
elfos transmutados en horribles bestias por influjo de la sangre de Vanika,
la cual había asediado Terraris con su dominio de sombras, luchando en
guerras incesantes contra los hombres y los elfos, hasta que estos se
unieron en alianza y la derrotaron y mataron en la Guerra de la Ira, dos mil
años atrás. Su cadáver fue sepultado y momificado por sus acólitos y se
supone que yacía en la vieja necrópolis de Dor Guldur, y el Libro de los
Muertos, el Nekros, se perdió en la noche de los tiempos.
A pesar de su desaparición y posterior muerte, la influencia de Vanika no
se disipó, pues había influido de tal magnitud en las mentes de algunos
magos avariciosos y temerarios, que los trastornó por completo, y éstos
habían establecido cultos sanguinarios que ensalzaban a la Madre Oscura a
lo ancho de la desierta extensión de Rhín, y eran regidos por los Magos
Grises y se decía de uno de ellos, Pâlladon, que era atrozmente cruel, y que
era uno de sus más devotos servidores.
Masha seguía ojeando los libros, absorta, cuando Diane la sorprendió por
detrás.
—¿Qué haces?
—¿Maestra Diane? —Masha se volvió, asustada, topándose con la cara de
malhumor de Diane—. Yo… Nada… Estaba investigando algo que me
intrigaba…
Diane se fijó en los libros, y zanjó cáustica:
—No te metas donde no te llaman. No deberías husmear en estos
volúmenes tan peligrosos. Déjalo. —Le arrebató el libro de las manos y lo
colocó en el estante, y Masha se sintió desconsolada—. Pensé que estarías
entrenando, no derrochando el tiempo en naderías. —La miró, sus ojos
brillando de furia—. ¡Vete a entrenar ya, y no seas vaga, que luego fallas
las pruebas!
Masha agachó la cabeza y se fue al jardín a entrenar. Diane fue más dura
que de costumbre, insultándola y pegándole por su apatía.
Transcurridos dos días, en la noche del viernes, los sollozos de Talía
despertaron a Masha, que dormía un sueño ligero, cuando la niña entró en
su cuarto.
Masha se sobresaltó y se levantó de la cama. Talía fue descalza a ella. Sus
mejillas estaban mojadas por lágrimas calientes, aunque se contenía.
—¡Masha! —Talía la abrazó, convulsa—. ¡Miranda y Daphne han
desaparecido!
Masha fue con ella de la mano, al pasillo. Despertó a las demás diciéndoles
que era una emergencia. Ellas la miraban extrañadas y cansadas, aún en
camisón, lógicamente. Alice alumbró con el candil las caras demudadas de
Masha y de Talía.
—¿Por qué nos despiertas a estas horas, niña? —gruñó Diane, irritada—.
Es hora de irse a la cama.
Talía, abrazada a Masha, sollozó quedamente.
—¡Mis amigas no están! Las han cogido… Se las han llevado los malos…
Los fantasmas…
Masha le acarició la cabeza, diciéndole con dulzura:
—Talía, te aseguro que los fantasmas no han hecho eso. Son buenos.
Cora llegó a ellas, preocupada.
—¿Qué ocurre, Talía? —preguntó Alice, alertada por sus llantos.
—Mis amigas se han esfumado, no sé cómo, pero ya no están… —
murmuraba Talía, gimiente de dolor.
Ante su faz turbada, todas marcharon a comprobarlo. En efecto, las niñas
no estaban: dos camas lucían vacías, con las sábanas revueltas. Talía
lloraba agarrada al camisón de Masha. Irina le sonrió, en un gesto
tranquilizante.
—No te preocupes, Talía. Ya verás como las encontramos. A lo mejor se
han escondido en el bosque y están jugando al escondite.
—No, no… —Talía movía la cabeza en negativa, sacudiendo sus espesos
cabellos negros—. Sé que Miranda y Daphne no son así. Ellas son mis
amigas de cuando éramos muy pequeñas. Y no se irían sin avisarme. ¡Las
han secuestrado!
—Sin duda es una niña muy espabilada —dijo Anya, y la miró—. Estate
tranquila, las buscaremos de inmediato y las encontraremos sanas y salvas.
—Empezaremos a buscar ya —dijo Alice, y les hizo señas—. Será mejor
que nos dividamos en dos grupos, ya que somos más.
Las otras brujas, jóvenes alumnas, se encontraban al pie de la escalera,
mirándose entre sí asustadas.
—Yo colaboraré en la búsqueda, por supuesto —dijo Masha.
—Y yo también —dijo Irina, ofreciéndose a ayudar.
Cora les indicó:
—Alice, Zia y yo iremos por el lado norte. Anya, tú guiarás a las otras
chicas y les contarás lo que ha sucedido. —Ella asintió y Cora se giró a
Masha—. Irás con Irina y las otras niñas, y las cuidarás todo lo posible. No
permitas que ninguna se despiste y se separe del grupo. Es crucial que
estemos juntas y a la vez podamos cubrir el mayor terreno para encontrar a
las desparecidas.
—Vamos a ello —dijo Alice.
Se pusieron manos a la obra.
A lo largo de la madrugada, y cuando el sol comenzaba a salir por las
montañas, hicieron una búsqueda exhaustiva por todo el terreno del gremio.
Sondearon el lago con ayuda de los dispositivos de rastreo de Ruby,
escanearon y barrieron entre los árboles, metiéndose en la profundidad del
bosque, pero no encontraron a las niñas.
Zia, Anya y las maestras volvieron con las manos vacías. Masha se fijó en
sus caras desalentadas y suspiró.
—Seguro que están por alguna parte…
Abrazó fuerte a Talía, y ella le sonrió.
—Gracias, Masha.
—Volvamos y descansamos un poco, y ya seguiremos buscando mañana
—dijo Alice, y se veía desconcertada por primera vez desde que Masha la
conociera—. Es una situación inaudita. Otras veces hay chicas que se han
marchado, pero nunca habían desaparecido niñas de repente…
—Es como si se las hubiera tragado la tierra, no están por ningún lado —
dijo Zia.
—Y mira que hemos mirado hasta debajo de las piedras… —farfulló
Anya—. Qué desgracia. No puede ser… Espero que estén bien y aparezcan
pronto.
Regresaron al gremio y se fueron a dormir. Talía no consintió en dormirse
con nadie más que con Masha. Se tumbó en la cama a su lado, Masha la
abrigó y no tardó en conciliar el sueño.
Al cabo de unas cuantas horas, Masha, tras haberse desvelado, la despertó.
—Talía, despierta.
La niña abrió los ojos y Masha le sonrió con dulzura y la miró.
—¿Has dormido bien?
—Sí. —Talía se frotó los ojos y le sonrió—. Muchas gracias. No podía
quedarme sola, no después de lo que ha sucedido. Temo por la seguridad de
mis amigas.
—Las encontraremos, te lo prometo.
Talía salió de la cama, andando laxa, arrastrando los pies. Sus pelos estaban
tan alborotados y erizados como los de Masha. Se volvió a ella. Sus ojos
estaban muy abiertos.
—Tengo miedo… He sentido cosas, Masha.
—¿Qué? —Masha fue a ella y la abrazó, y Talía se echó a llorar en su
hombro. Masha le acarició los mofletes enrojecidos—. ¿Qué sucede? ¿Qué
es lo que sientes, Talía? Me lo puedes decir. Yo no se lo contaré a nadie
jamás.
La niña se restregó los ojos con las manos e hizo un asentimiento.
Masha se espabiló del todo cuando Talía, en un murmullo, dijo:
—Yo… Siento que puedo ver cosas que no son normales. Por ejemplo,
gente que no está bien de la cabeza, gente muerta… Puedo vislumbrar lo
que sienten las personas cuando las miro y me llega lo que piensan. Como
flechazos que me atraviesan.
—¿Puedes leer sus mentes?
Masha le secó la cara con la toalla. Talía comenzó a gesticular.
—Sí… Si el pensamiento es fuerte. Una vez leí la mente de un hombre que
quería pegar a su mujer. Yo lo supe. No sé cómo lo hice, pero lo entendí. Y
aparté a la mujer y la salvé de su marido. Era malo, y le gustaba pegarle.
Masha sintió que la boca le ardía.
Esta niña es diferente. ¿Tendrá los mismos poderes que yo?
—¿Y eso lo supiste solo observando al hombre?
Talía asintió y añadió:
—Y también puedo saber cuándo papá y mamá están enfadados… Discuten
mucho porque ellos no están felices juntos. Papá toma mucho svaka, y creo
que se le sube al cerebro y lo deja atontado. Ellos han hablado de
divorcio… No sé qué es, pero suena feo. Y desagradable.
—Percibes lo que otros piensan y sienten…
Masha la miró, ansiosa:
—Tienes que decírmelo todo, Talía. ¿Qué más te pasó y cómo lo
afrontaste? ¿Ves a los muertos, como yo hago?
Talía se miró los pies y la observó a Masha.
Y tras unos minutos, susurró:
—Los veo. Me llaman desde sus tumbas. Y me dan tanto miedo… —Se
retorció de miedo, pero se dominó y con increíble entereza agregó—: Mis
papás creen que yo estoy enferma y por eso me llevaron a un sanatorio. Un
doctor muy cotilla me preguntó lo que me pasaba, y yo me negué a
decírselo. Creía que me dejarían encerrada para siempre. Y nos volvimos a
casa, y sentí que mis padres querían divorciarse, y separarme de ellos, y
llevarme a donde no hay nada bueno.
—¿Adónde querían llevarte, Talía?
Masha la miraba con latente ansiedad, y la niña respondió.
—No lo sé. Pero comprendía que ellos querían marcharse por separado. Es
lo que hace la gente cuando está el divorcio, ¿no? Se pelean, se distancian,
se dicen cosas malsonantes y luego no vuelven a verse más. Me sentía sola.
No lloró de nuevo, y Masha se admiró de su actitud valiente y firme a pesar
de su azarosa vivencia.
—Eres una niña increíblemente calmada y valerosa. —Talía se mostró
sorprendida y Masha arguyó—: Estoy segura de que tus padres te aman
muchísimo y no querían abandonarte. Te han dejado en el gremio para que
encuentres tu lugar, como yo lo he encontrado.
—¿Tú también puedes ver venir a las personas malas? ¿Sientes su maldad?
Masha asintió. Talía se abrazó a ella.
—Hay muchas personas malvadas, Masha. Este lugar, por lo que he
sentido, está lleno de gente maltratada. Hay mucho dolor y tristeza
acumulados. Se amontonan en todas partes.
—¿Lo sentiste al llegar aquí? ¿Con solo las vibraciones?
Talía meneaba el cuerpecito en movidas rápidas. Sus ojos brillaban
enmarcados en su rostro juvenil y blanco.
—Sí, lo he notado nada más aparecer aquí. Se nota si prestas la atención
suficiente. Hay una alta probabilidad de que haya gente mala en estos
muros. No me fío.
Masha esbozó una tierna sonrisa, tratando de calmarla.
—Suena un poco descabellado, pero te doy la razón. Sujetos malvados y
tiranos hay por doquier, en cualquier parte del mundo, y hay que tener
mucho cuidado. Sin embargo, Talía, no creo que haya problema en que te
quedes. Las maestras son mujeres buenas y las chicas y yo te cuidaremos.
Talía alzó la cabeza a ella, alarmada.
—No, eso no. Cualquier cosa menos permanecer aquí. Entre estas paredes
hay un mal inusitado, que se nutre del dolor ajeno y cada vez crece y
engorda con más potencia. ¿No lo has sentido?
Masha se concentró. Escaneó las paredes. Cerró los ojos y miró, con su
sentido amplificado, usando su psíquico poder, los ojos de la conciencia,
buscando lo que subyacía alrededor. Se encontró con el fantasma de
Jasmine, que estaba junto al bosque. La llamaba desde la tumba revuelta,
en susurros lastimeros y quejumbrosos.
Gotas de sangre. Aullidos. Y un cuerpo que se caía.
Dolor. Desesperación. Locura.
Intentó escapar, pero Jasmine la atrajo hacia ella. Flotaba ante ella, con el
semblante inescrutable. Su vestido blanco estaba rajado y manchado de
tierra y sangre. No le veía la cara, tapada con los cabellos morenos.
Jasmine alargó los brazos y la tocó. Masha se resistió. Los dedos del
espíritu estaban helados y muertos, de textura gelatinosa.
Jasmine sonrió, abriendo la boca, negra como un lago sin fondo. Tenía los
dientes negros y podridos.
Me dejaste sola. No acudiste cuando te llamé.
Y ella me mató. Me dejó hundirme.
Yo no tenía tanto poder como ella creía. Y por eso se enfadó conmigo y me
torturó.
Deseaba irme de aquí, ir muy lejos, a donde ella no pudiera alcanzarme.
¡Pero no pude, y acabé arrojándome desde este balcón!
Jasmine la aferró, pero Masha se soltó como pudo y la apartó de un
empellón. Jasmine alzó el vuelo y se quedó flotante, encima de ella. Los
ojos eran dos oberturas vacías donde estuvieron los globos oculares. Solo
había oscuridad, una impenetrable telaraña viscosa y pútrida, en ellos. Le
enseñó los dientes y Masha retrocedió.
—¿Qué quieres de mí? ¡Déjame en paz!
“¡Quiero que me hagas justicia! —le gritó Jasmine, pegando su rostro
ceniciento al de ella, y Masha tiritó de frío—. ¡Deseo que la mates para
vengar mi muerte!”
—¿Matar a quién?
Masha se alejó de ella, reculando hacia la habitación. Talía se apareció
entonces, empujándola hacia adentro. Intentaba cerrar el balcón.
—¡Masha, entra! ¡No dejes que te alcance!
Jasmine chilló furibunda, y trató de entrar, y en medio de las brumas Masha
distinguió a Talía, que intentaba cerrar las puertas. Fue a ayudarla y juntas
cerraron el balcón.
Jasmine no traspasó los cristales y vociferó enervada.
“¡Escúchame, maldita bruja! ¡Cumple mi deseo y véngame! ¡Haz que mi
muerte tenga un significado y pueda cesar mi sufrimiento!”
Talía cogió a Masha de la mano, dándole su poder, y las dos miraron a
Jasmine, que flotaba espasmódicamente en torno al balcón, en el ambiente
brumoso de la mañana. Cerraron los ojos, inspiraron y espiraron y al
abrirlos, Jasmine y la noche habían desaparecido, despejado el ambiente
insano, aunque aún olía fétidamente, como a carne en descomposición.
Masha notó que se le doblaban las piernas. Talía la sostuvo.
—Ya está, ya ha pasado todo.
—¿Qué quería Jasmine de mí?
—Es un alma vengativa. No puede acceder al más allá, al reino espiritual,
porque ha sufrido una muerte violenta.
Masha recordó su conversación con Nikolai.
—Mi hermano me dijo que los espíritus asesinados o los suicidas van al
Vacío, un abismo horrible donde son devorados por la oscuridad indeleble
—dijo Masha, y Talía se puso pálida.
—Temo que mis amigas hayan muerto o estén a punto de morirse, porque
si eso les pasara yo no podría vivir tranquila, nunca podría perdonarme, y
ellas se volverían espectros. Y sus almas desconsoladas podrían
atormentarme por el resto de mis días…
Masha la consoló, sonriéndole.
—No saques conclusiones precipitadas. Las hallaremos, y seguro que están
a salvo. Ésa es mi promesa. Y no te fallaré.
Talía le sonrió.
—Vamos a desayunar entonces, estoy muerta de hambre. —Miró
atentamente a Masha—. No las tengo todas conmigo, pero me atrevería a
pensar que Jasmine llevaba tiempo esperándote.
—Bueno, a lo mejor nos estaba esperando a las dos —dijo Masha, dulce, y
Talía se sonrojó, cohibida—. Tienes el poder que yo poseo, Talía.
—No soy una bruja, y nunca estaré a tu nivel —replicó la niña, moviendo
los pies en círculos—. Pero haré mi mayor esfuerzo por aprender de ti y
convertirme en una bruja como tú. —Se estremeció—. Es la primera vez
que veo un espíritu tan nocivo y me están dando escalofríos
—Vamos abajo, anda.
Talía marchó junto a ella. En el comedor se encontraron a Irina y las
demás.
Se sentaron con ellas e Irina dijo:
—Tardaste mucho, Masha. ¿Qué hacías? Ya creíamos que no vendrías.
—Talía y yo hemos estado hablando de nuestras cosas. —Masha las miró
atenta—. Os anuncio que no soy la única con habilidad de ver espíritus.
Talía se encogió en la silla y Masha añadió:
—Talía, esta niña tan linda que veis aquí, asimismo tiene el don de la
clarividencia.
Ellas se quedaron patidifusas y Zia exclamó:
—¡No es posible! ¿Dos brujas con esa capacidad? ¡Es un milagro!
—No me lo puedo creer. —Anya las miró a ambas alternativamente—. ¿Y
cómo lo sabéis? ¿Os lo habéis contado?
—Yo noté una conexión especial con ella desde que la conocí —dijo
Masha, y la niña sonrió alegre—. Y ya entiendo por cuál razón. Talía es
como yo.
—¿Qué es lo que puedes realizar, Talía? —le preguntó Ruby.
—Básicamente todo lo que Masha hace, pero con habilidades inferiores. —
Talía comió de su pan, observando cómo ellas la miraban asombradas—.
No soy tan diestra como Masha. Y no veo ni percibo todo, solo lo más
relevante.
—Eso es genial. —Irina le sonreía y le dijo a Masha—: Puedes entrenarla
como tu alumna, si te parece bien. Seríais como hermana mayor y la
pequeña. Qué lindo.
Talía se encogió de hombros.
—Por mí está bien. No me gusta estar en este sitio, hay mucho
padecimiento en él, y los fantasmas se acercan mucho a Masha, y hoy nos
ha asaltado uno, pero ya que insistís me quedaré.
—Es una niña madura para su edad —se maravilló Irina—. Apuesto a que
ya sabía lo que íbamos a decir.
—Tengo idénticas limitaciones que Masha a la hora de percibir algo en las
mentes de los demás —dijo Talía—. Pasemos al otro tema. Me preocupa
más que Miranda y Daphne hayan sido capturadas y yo no haya podido
hacer nada por salvarlas.
—Eres una niña, Talía, no te fustigues por eso. —Masha la miró sonriente,
y se esforzó en comerse su ración—. Y estabas dormida y los captores
vinieron en la penumbra, así que poco pudiste hacer. No te inquietes, las
vamos a encontrar.
—Se ve complicado pues aún no hemos hablado rastros de ellas, pero
haremos todo lo que está en nuestra mano para encontrarlas y llevarlas de
vuelta a casa —le aseguró Zia.
Anya dijo, mirando a Talía:
—Y de ahora en adelante te vendrás con nosotras y trabajarás a nuestra
vera. No te dejaremos sola ni un segundo, no vaya a ser que te pase algo
malo.
Talía sonrió.
—Gracias por ser tan comprensivas. Me caéis bien. —Frunció las cejas—.
No como esa tipa… La comandante. Kiera. O como se llame. —Alzó los
hombros, mordiendo el pan y tomándose el jugo—. Creo que tiene algo
raro. Algún tornillo suelto.
Ellas cruzaron miradas cómplices.
Masha forzó una sonrisilla y terció:
—Vamos, Talía, no puedes decir eso de una mujer que está velando por
nuestra seguridad… Ella no es mala, solamente es algo malhumorada.
—¿Te sientes segura con ella? —le preguntó Talía de golpe, y Masha se
quedó tiesa—. Porque yo he sentido todo lo contrario. A lo mejor tú te
sientes bien con ella por cómo te trata. Creo que te tiene aprecio. —Entornó
los ojos hacia Masha—. Demasiado, diría yo. Y eso me parece chungo.
—Dejemos a Kiera de momento —dijo Zia—. Y hablemos sobre las
chicas. ¿Qué nos puedes contar de ellas, Talía?
Se enfocaron en ella, que no tardó en contestar.
—Son mis amigas de siempre, de cuando éramos super chiquitas.
Teníamos tres años y nos conocimos de casualidad. Empezamos a jugar
juntas en la calle y además vamos a la escuela las tres, a la misma clase.
Miranda es la pelirroja, la de las trenzas. Como Irina. —La indicó y ella se
sintió orgullosa—. Miranda es buena, locuaz y un poco entrometida. Le
gusta saberlo todo de todo el mundo. —Se limpió la boca con la servilleta,
retomando—: Y Daphne es más tímida y callada, como Masha. Se la
reconoce pronto. Es morena y delgada. No destaca, pero es una amiga
simpática cuando coge confianza.
—¿Y qué crees que les ha podido suceder? —inquirió Masha.
Talía se llevó las manos a las mejillas.
—No tengo idea. No son niñas tontas que se van con la gente mala.
Miranda puede ser imprudente, pero no es tan fácil convencerla de que se
vaya con alguien. Yo la aviso siempre de que no confíe en los extraños. Y
Daphne tiene miedo de alejarse de nosotras, así que no se iría con
desconocidos.
—Así pues, y considerando estas variables, ¿piensas en que las han
secuestrado? —Irina la miró—. Pero no me cuadra esa hipótesis. No son
hijas de gente acaudalada. Son brujas jóvenes que acaban de llegar. Si el
secuestro no está motivado por fines monetarios, solo se me ocurre que sea
por otro motivo.
—Otro más oscuro. —Ruby adoptó un tono lúgubre, y Talía se
estremeció—. Hay pervertidos a patadas. En cualquier sitio en el que mires
bien. En los rincones ocultos a las personas comunes. Hombres con
viscerales instintos que abusan de niñas indefensas, las venden o trafican
con ellas o con mujeres blancas. El tráfico humano, con fines de
explotación sexual, está a la orden del día.
Masha pensó en los otros dioses y en sus sangrientos cultos.
—Cabe la posibilidad de que hubieran sido raptada para ser metidas en
algún culto extraño. —Las miró, y Talía estaba sobrecogida—. Puede que
las hayan aislado de los demás porque van a celebrar un rito estrafalario y
antiguo.
—Ésa es una conjetura siniestra —dijo Anya—, pero podrías haber
acertado. En las tierras de donde yo vengo, en las frías estepas, todavía hay
gente rara que venera a los dioses de los viejos ritos, para que les den
fertilidad y abundancia en sus cosechas. Me ponen los pelos como
escarpias.
—Tenemos que investigar más sobre todo eso —dijo Irina—, y procurar
hallar a las chiquillas antes de que se agote el tiempo. Estamos a mediados
de enero, y con este frío, será duro sobrevivir para unas pequeñas que están
desamparadas.
Masha se irguió con gesto decidido.
—Me pondré a investigar ahora mismo sobre la magia negra y las sectas, a
ver qué logro descubrir.
—Vamos a retomar la búsqueda por donde la habíamos dejado —dijo
Zia—. Espero que podamos encontrar a las pobres dentro de poco.
—Rezaré a Alyn esta noche, y espero que atienda mis plegarias —dijo
Anya.
Miraron a Talía, que estaba blanca como un lirio.
—No estés inquieta, Talía. —Ruby le sonrió, tratando de animarla—. No
creemos que estén muertas, al menos estarán por alguna parte, y les estarán
dando de comer. Lo arreglaremos. Las hallaremos y las llevaremos a casa.
No vamos a parar hasta encontrarlas.
Talía bebió el zumo y se puso más animada.
Masha terminó de comer su pan con mantequilla y les dijo:
—Nos vemos luego, chicas. Iré a la biblioteca.
Se despidió de las chicas y de Talía, y marchó directa a hacer sus
investigaciones.
6. LOBA Y CORDERO
Masha se pasó varias horas investigando sobre la magia negra, pero no encontró nada acerca de los rituales paganos. Hasta que, ya era de noche cerrada y se marchó a acostarse. Talía se había quedado dormida junto a Fiodor, que estaba a su lado, hecho un ovillo. Masha los miró con cariño y se durmió a su vez.
Transcurridos catorce días, cuando el invierno se hacía menos brumoso y ya se olía la primavera, aunque aun levemente, y ella se acordó de que Kiera aún no había aparecido.
«¿Dónde estará? ¿Seguirá explorando la Sombra? Me parece raro que no se haya presentado. Ya ha pasado un mes desde que la vi por última vez.»
Al cabo de otras dos semanas, recibió un telegrama, que recogió en secretaría. Estaba con Talía, que la miró curiosa.
—¿Qué es eso?
—Una carta.
—¿Es de alguien a quien echas de menos? —Masha la miró atónita y Talía se rio, juguetona—. Lo sabía. Lo noto, por la cara melancólica que pones. Extrañas a esa persona y quieres recibir noticias suyas.
—Eso no es… —Masha la miró, ligeramente enojada—. No te metas en esto, es un asunto privado.
Talía se reía.
—Vaya… Seguro que es de tu amante secreto. Y viene a verte hoy o algo por el estilo.
—¡No seas una cotilla! —la regañó Masha, y abrió el sobre ante la curiosidad de Talía—. No dejaré que lo mires. Esto es personal.
—Vale… No te enfades.
Talía pateaba el aire, dando vueltas, aburrida. Masha abrió la carta y la leyó. El corazón volvió a descontrolársele, y le dio un vuelco en el pecho. Releyó la carta, pues no se lo creía.
«Buenos días, Masha. Sé que te has extrañado por mi continua ausencia. Ciertos temas personales me han obligado a viajar a Valtis, la nación más al oeste de Erador. Y he tenido que desplazarme más a la Sombra. Ya te contaré todo cuanto ha acontecido. Vendré esta misma tarde a verte, sin más demora. Lo siento por no haberte escrito antes. Un saludo, Kiera.»
Masha arrugó la carta entre sus manos trémulas. Mientras ella se debatía entre la melancolía y el deseo de vivir, buscaba afanosamente a unas niñas desparecidas y trataba de contactar con Nikolai, que por cierto tampoco le había vuelto a dar señales, Kiera se daba paseos por la Sombra y caminaba por Valtis tan pancha, como si ella le importara un bledo.
«Será cruel. Me manda una carta después de un mes, y pretende que yo esté sentada aguardando su regreso. Bueno, qué se le va a hacer. De todas formas, deseo verla y saber cómo está.»
Le dijo a Talía:
—Tengo que prepararme para este encuentro. Ella vendrá por la tarde.
—¿Ella? —Talía la miró de hito en hito, asombrada—. ¿Te ves con una mujer?
Masha se puso tan azorada que el rubor le llegó a la raíz del cabello. Se guardó la carta en las ropas y replicó:
—No es lo que piensas. Se trata de la comandante Kiera. Usualmente quedamos para conversar de algunos temas, triviales y otros trascendentales. Así que he de acudir a la cita.
Talía trató de reprimir su miedo, pero se le traspasó a la voz al decirle:
—Ah, vale. Bueno, espero que te vaya bien, Masha.
La abrazó y Masha se mostró jovial.
«Por fin Kiera vendrá. La he echado de menos. Incluso he extrañado su descaro y sus bromas.»
Le sonrió a Talía, diciendo:
—Gracias. Y estate serena, que todo me irá bien. Ve con Irina y las demás, ellas te cuidarán.
—Sí. Hasta luego, Masha.
Ella le dedicó una radiante sonrisa.
—Sí, luego nos vemos.
Talía se marchó y ella se fue al cuarto a prepararse para reunirse con Kiera aquella tarde, tras haber recibido su telegrama. Se afanó en maquillarse a instancias de Irina —pues ésta habíase marchado al palacio rojo a dar clase a los hijos de Dominik, dejando a Talía al cuidado de Zia, Anya y Ruby—, y se vistió con un sencillo y bonito vestido rosa pálido estampado de flores, que realzaba su fino talle y sus delicadas facciones de muñeca, dándole una aire florido.
Kiera la esperaba fuera, en el jardín que lindaba con el espeso bosque. Al verla llegar, le sonrió con inusitado cariño, gesto que no era común en ella.
—Estás… Oh, vaya. Pareces una muñeca.
—Gracias.
Masha desvió la mirada, avergonzada, pero Kiera no le dijo nada fuera de lugar. Anduvieron juntas, contándose sus respectivos problemas y sucesos que les habían acontecido. Kiera le habló de sus nuevos reclutamientos y de las cazas que había logrado realizar en la Sombra.
—He reclutado buenos jóvenes hoy, bastante colaboradores, y nos hemos internado en la Sombra. Hemos capturado vivos a unos cuantos vampiros alados, hito que no se conseguía desde hacía muchos años. Estoy contenta por los recientes éxitos.
—Me alegro mucho por ti —dijo Masha, y se recogió los cabellos sueltos detrás de la oreja—. Yo, por mi parte, no he hecho mucho. He avanzado con las magias elementales, pero no domino del todo las técnicas. Me falta más concentración y perder el miedo.
—Seguro que pronto lo consigues, no te preocupes.
Masha se sorprendió de que Kiera le hablase con esa dulzura, mostrándose cándida y amable. No parecía la misma mujer que no cesaba de retarla y humillarla últimamente.
«¿Qué le pasará?»
Se centró en sondear su mente, pero no hizo falta: los pensamientos de Kiera eran tan fuertes y acérrimos que le vinieron solos, sin necesidad de buscarlos.
«Oh, no creía que estuviese tan linda… Hace tiempo que no la veo y la echaba de menos… Es torpe, crédula y demasiado indulgente, pero me atrae… No sé cómo remediarlo… Qué error es éste…»
Masha se quedó descolocada. ¿De verdad Kiera todavía pensaba eso de ella? La miró fijamente.
—Piensas, piensas… ¿Que soy una mujer torpe o algo así?
Kiera la observó asombrada.
—¿Qué? No. A ver… Bueno… Espera, ¿cómo es que dices eso? —Frunció sus cejas, encarada a ella, y sus ojos se le clavaron en el alma—. No me habrás leído la mente, ¿no?
Masha negó.
—Para nada. Sabes que yo no hago eso…
—Mientes. Oh, estás mintiendo. —Kiera la asaeteó con sus ojos incólumes—. Sabía que no debía confiar en ti.
Masha retrocedió. Se le dispararon las alarmas. La cara de Kiera era sombría, fantasmal. Sus labios estaban contraídos en una mueca. Masha sintió que algo iba muy mal. Notó un pitido en los oídos.
—Masha, dímelo. ¿Me has leído la mente? ¿Has podido hacerlo todo este tiempo? ¡Eres una maldita espía!
Kiera apretó los puños, frente a ella, acercándose más. Masha casi se tropezó al volverse. Echó a correr, despavorida. Kiera la llamó a voz en grito, colérica.
—¡Vuelve, Masha! ¡No puedes escapar! ¡Ven y dime la verdad, zorra!
Masha, temerosa de que en zancadas cubriese la distancia que las separaba, huyó campo a través, yendo hacia la casa, pero decidió no entrar. No tenía por dónde esconderse. Y no podría explicar lo que le sucedía con Kiera.
Oía las voces de Kiera, rebosando de ira, perforando el silencio del bosque. Sentía sus fuertes pisadas, en la hojarasca, a pocos metros de ella. Cruzó entre los árboles, y se subió a uno trepando con todas sus fuerzas. Nunca le había gustado trepar y carecía de la agilidad suficiente. Se arañó las piernas y los muslos delgaduchos, pero se encaramó a las ramas y se mantuvo quieta, respirando fuertemente, intentando no alertar de su presencia a su perseguidora.
Kiera caminaba, buscándola por todos lados, pisando aceleradamente las hojas caídas. No la llamó más, pero mascullaba entre dientes.
—¿Dónde estás, mentirosa? ¡Te encontraré y te castigaré!
Al acercarse más al punto donde ella se había ocultado, Masha percibió sus reflexiones oscuras y crudas. Lloró en silencio, las lágrimas desdibujando su rostro flacucho, sus piernas arañadas y su vestido roto.
«¿Dónde te has metido, puta? ¡Te voy a encontrar, y te voy a dar un buen castigo! ¡No volverás a burlarte de mí jamás! ¡Ya lo verás! ¡Te arrepentirás de esto, perra!»
Kiera seguía dando vueltas, olfateando su rastro como un perro veterano de presa, y se marchó al lado este en su busca. Masha bajó del árbol a trompicones, y corrió, haciendo de tripas corazón, al lado opuesto al que iba Kiera. Pero se cayó al tropezar con una piedra, cuando se internaba en el bosque, y gimió dolorida. Nada se movió en la frondosa floresta. Todo estaba sumido en silencio absoluto, como si estuviera aguardando el desenlace de tan nefasta tragedia.
Masha se levantó jadeando, sudorosa, y se quitó los zapatos. Con los pies desnudos, resolvió seguir avanzando, pero se le dobló el tobillo. Emitió sin querer un agudo gemido de dolor.
«¡Oh, no, me descubrirá! ¡Vendrá a por mí!»
Salió de la penumbra, andando renqueante, cojeando por el dolor que le producía apoyar el pie herido, y entonces se topó con Kiera. Estaba de pie ante ella, inexpresiva.
—Te encontré.
«¡No, no, no!»
Masha se dio la vuelta, tratando de huir. Kiera la agarró de la falda del vestido y lo desgarró, por tanto, Masha cayó redonda a tierra, por fortuna se libró de su agarre al romper la tela. Kiera no cejó en su empeño y la agarró de las piernas.
—¡No escaparás de mí, zorra enclenque! —aulló.
Sus ojos estaban negros y más helados que un estanque en invierno. Masha jadeó, intentando soltarse. Le pegó una patada, y se libró al fin, levantándose y echando a correr. Kiera la siguió y la alcanzó en unos momentos, cogiéndola del cabello y tirando. Le arrancó varios pelos, Masha chilló, pero se resistió. Kiera la envolvió en su abrazo mortal, echándola al suelo.
—¡Quédate quieta, maldita seas!
Masha se volteó antes de que Kiera la tocara y con esfuerzo de voluntad, impulsada por la desesperación, la pateó, con lo que Kiera gruñó y se alejó de ella. Esos segundos fueron cruciales: Masha se irguió y se distanció de ella, pero Kiera no dio su brazo a torcer. Con la cara roja de furia, insultándola, se lanzó a por ella. Corrían como posesas por el espacio, y la escasa luz le servía a Kiera para ir a por ella. Masha tropezó de nuevo y se resbaló, cayendo de bruces entre los montones de hojas.
Kiera la agarró del pelo, la zarandeó y le gritó:
—¿Qué demonios pensabas hacer, putita? ¿Me lo vas a decir? ¡No importa, porque te lo arrancaré a gritos!
La puso de pie alzándola con virulencia, y Masha se volvió, le dio un cabezazo y Kiera, aturdida, la soltó. Masha emprendió la huida, y Kiera tardó un poco en reponerse de su aturdimiento. Las luces crepusculares fulguraban rosadas, envolviendo el ambiente de una luz sobrenatural.
Masha decidió dirigirse a la casa al avistar luz en las ventanas. Su corazón cabrioleaba en su pecho de pura desesperación. En torno a ella el mundo estaba teñido de rojo sangre, plagado de espinas.
«¡Alguien podrá ayudarme! ¡Le explicaré la situación!»
No contaba con la resistencia, la fuerza y la terquedad de Kiera, que había realizado entrenamientos muy duros en los que había simulado perseguir a enemigos muy veloces. Masha no era rápida ni fuerte, sino solo lista.
«Me has subestimado, muñequita. Siempre te encontraré mientras pueda olerte. Y sé dónde estás.»
Kiera se le apareció por detrás, sobresaltando el corazón débil de Masha. Creyó que se iba a desmayar o le daría un paro cardíaco. Kiera no sonreía. Estaba manchada de tierra, y tenía sangre en las manos. Los ojos le dolían y estaban inyectados en sangre.
—¡Dime la puñetera verdad ya!
Masha reculó y se volteó tratando de escapar, pero Kiera sabía que el truco no funcionaría dos veces. Ya estaba harta de jugar al gato y al ratón.
En dos zancadas se acercó a ella, la cogió de la cintura y la elevó. Masha pataleó. Kiera la soltó y Masha se arañó la cara con la tierra al estamparse. Se volvió y se puso frente a Kiera, jadeante. Estaba en una posición vulnerable, tirada boca arriba. Kiera la observó, sonriendo levemente.
—Eres una sádica —soltó Masha.
Kiera sonrió y le rajó el vestido por la parte de abajo. Masha pataleó, pero Kiera se acercó a ella, casi echada encima, y le echó el aliento en la cara.
—No me digas… Tal vez. Pero eso no importa. Dime la verdad. Ya.
Masha forcejeó y le clavó las uñas en la cara, rozando los ojos. Kiera se llevó las manos a las facciones convulsas, rabiosa. Tiró de ella arrojándola abajo y le cogió las muñecas para que no se moviera. Masha sollozó, pero trató de patearla. Kiera sonrió, llena de excitación.
—¿Te gusta jugar, pequeña? Pues juguemos.
Masha se meneó nerviosamente, y Kiera le rozó la cara, escupiendo:
—¡Te he dicho que te quedes quieta!
—¡No! —se opuso Masha, y entonces Kiera, en un acceso de ira, le rajó la parte de arriba, desgastando el corpiño, con lo que terminó de rajarse, y los pechos pequeños de Masha, como limones, se balancearon ante la atónita comandante.
Kiera miró la blanca y demacrada desnudez de Masha, su pecho al descubierto, y Masha se sonrojó por eso. Captó lo que Kiera pensaba.
«Oh. Son pequeños. Claro. Si es tan flaca… Es como un ángel…»
Masha se removió incómoda.
—Eso es lo que piensas de mí en realidad.
Kiera distendió su sonrisa, enseñando los dientes.
—La verdad es que sí puedes leer la mente. Qué interesante.
—¡No! ¡No! ¡Déjame en paz!
Kiera no abandonó su imperturbable sonrisa.
«¿Qué quieres hacer? Yo quiero hacerlo. Quiero ver cómo reaccionas.»
—Hazlo —la exhortó Masha, y Kiera se quedó atontada—. Sé que quieres hacerlo. Tócame. Bésame. Si eso hace que lleguemos a un acuerdo…
Kiera frunció el ceño, recelosa, pero se lanzó a ella y la besó en la boca. Masha la correspondió, devolviendo el beso. Un fogonazo de electricidad recorrió sus cuerpos, calentando el corazón de Kiera. Miró a Masha con ansiedad latente.
—¿Quieres hacerlo? Adelante —le dijo Masha, semidesnuda frente a ella.
Kiera la observó, se inclinó hacia ella y le acarició los senos, dando pequeñas caricias en movimientos circulares.
Masha notaba que se le calentaba el cuerpo, el pecho le ardía, sus pezones estaban erectos, y el cerebro le daba vueltas confuso, sobrepasado por esas sensaciones tan raras y poderosas… Se desnudó, despojada del vestido, y enredó los brazos en el cuello de Kiera, atrayéndola a ella en tanto se besaban.
Kiera se desnudó también y se puso sobre ella, le tocó los pechos nuevamente, le mordió el cuello y le acarició piernas y muslos… Y enredadas, enlazadas y dándose amor y pasión a raudales, se sentían conectadas…. Kiera le levantó la pierna, y en sus embistes sus sexos se rozaron, y Masha sintió que alcanzaba el clímax…. Nunca se había sentido tan bien. Kiera la besaba, sin cesar de acariciarla, e incluso le tocó el clítoris…
En medio de su ardiente coito, Masha ya no podía pensar en la pelea precedente. Kiera resoplaba, embistiendo contra ella con potencia, furiosa y locamente, y se sentían tan bien que no se podían separar, y sus bocas y manos se juntaban… Bueno, no llegó a durar mucho tiempo, pero para Masha significó una eternidad.
Cuando Kiera se despegó de ella, alejando sus manos de sus caderas salientes y dejándola sin el calor de sus caricias, Masha volvió a la realidad. Kiera se vistió y la miró.
—No le hables a nadie de esto.
Masha se estaba durmiendo.
Suspirando, Kiera repuso:
—No puedes quedarte aquí dormida.
—Kiera, no me dejes sola…
Masha extendió los albos brazos, y ella la miró.
—Te llevaré a la casa.
La ayudó a levantarse y se miraron. Kiera se fijó en que el vestido de Masha estaba hecho trizas.
—Siento habértelo roto. Y siento haberte golpeado. No quería…, pero me he descontrolado.
Masha le sonrió y la abrazó de sopetón. Kiera tomó su delgado talle y le acarició las mejillas.
Masha se dejó hacer. Kiera la observó y le repartió caricias por el cuello; sus manos oscilaron sobre sus senos segundos antes de tocarlos, Masha gimió deleitada, y Kiera la tocó un poco más, hasta que se hartó y la dejó, apartándose de ella.
Estoica de nuevo, aunque dulce, a su modo particular, la llevó a la casa.
—Aquí hace frío y no me gustaría que te congelaras.
Masha le dedicó sonrisas refulgentes, pero Kiera permanecía seria, con el semblante apático. Ya en el cuarto de Masha, se mantuvo frente a ella, enervada.
—¿Te encuentras bien, Kiera? —le preguntó Masha.
Kiera se inclinó hacia ella y Masha se sintió pequeña y sobrecogida, atrapada nuevamente en su mirada incomparable y tétrica. Kiera le tocó levemente el tórax, bajando hacia sus pechos, y Masha sintió calor por dentro.
—Kiera… ¿Quieres hacerlo otra vez? ¿Es eso?
Atrapó su pensamiento.
«No. No puedo hacerte el amor otra vez, ya me he pasado de rosca. Ya ha sido suficiente la muestra de cariño. No puedo darte más. Ojalá pudiera, pero me está prohibido. Debo ser más estricta contigo, y, no obstante, te deseo cada vez más.»
Kiera retiró la mano y chasqueó la lengua. Masha la miró anonadada.
—No. Ahora no es posible. ¿O es que te has quedado con ganas de más?
Masha elevó los hombros, y Kiera vio que estaban salpicados de pecas. Masha se veía más angelical y fina que nunca, y se le antojó poseerla. Le parecía la mujer más hermosa del mundo. Una mujer a la que nunca podría reclamar como suya, porque jamás lo sería.
Masha murmuró, retorciéndose las manos huesudas:
—Bueno… No sé, no me importaría. Llevamos un mes sin vernos. ¿No deberíamos aprovechar el tiempo? Se pasa volando.
Kiera le sonrió.
Le rozó el pecho descarnado, notando el esternón saliente, y las clavículas protuberantes, y repuso:
—Como quieras, pajarillo. Si eso es lo que quieres, te lo daré. Oh, si es que eres un diminuto ángel.
Masha se llenó de gozo; centenares de mariposas revoloteaban desenfrenadas por su estómago. Kiera la empujó con delicadeza y ella cayó sobre la cama. Kiera se lanzó sobre ella, y ambas notaron que sus corazones latían muy rápido.
«No puedo creerme que esto esté pasando. Creía que ella no querría volver a verme.»
Kiera le sonreía, radiante, y Masha la atrajo a ella, rodeando su cuello con sus bracitos. La besó en la boca. Kiera le levantó el vestido, revelando sus bragas. Masha se sintió flotar ingrávida cuando Kiera empezó a acariciar su zona íntima.
Kiera la besó ahí abajo y una vez que Masha estuvo lo suficientemente excitada, se desnudó, desvelando su fibroso cuerpo. Masha le dio caricias en la cara, y Kiera se echó hacia delante, cogiéndola de las caderas, besándola en los labios con pasión manifiesta.
—Sigue, no pares.
—Lo que me ordenes, mi pajarito.
Kiera le sonrió. La cogió de la cintura, acariciando su clítoris en gestos suaves, Masha elevó el cuello y los ojos se le cerraron, tanto era el éxtasis que embargaba su cuerpo que creía que iba a explotar. Nunca había sentido algo más placentero.
Kiera la acarició unos minutos más, y ella gimió con deleite, alcanzando el orgasmo. Le vibraba todo el organismo, acompasándose con los movimientos frenéticos de Kiera, que la embestía, apasionada y aun agresiva, elevando su pierna y rozando su sexo con el suyo propio. Con mayores rozamientos, el calor entre ellas se expandió hasta altas cotas, y ambas notaron la electricidad que se desperdigaba por sus sistemas corporales.
Masha no paraba de gemir, encandilada por los embistes de Kiera, y ésta sudaba copiosamente, echada encima de ella, y su aliento era fuerte y sus ojos traslucían su emoción, el divertimento que hallaba en fornicar con la mujer que había conllevado que se despertaran al máximo sus deseos a la sensualidad, los bajos instintos que, por vía del estoicismo, le habían enseñado a controlar y anular, castrando esa parte animal que le pedía a gritos copular con Masha.
«Me gustas mucho, Masha. Tanto como para concederte algo de mi tiempo y mi compañía. Que tú me ames no depende de mí, pero fornicar contigo sí. Es justo lo que me dice el maestro. Pero el estoicismo no me preparó para esto. Navego entre lo bueno, lo malo y lo indiferente. Y ante tu virginal y angélica belleza, una no puede quedarse mirando con indiferencia. ¡No puedo sino desearte! Y sé que eso será mi fin.»
Masha la miró entonces, alertada por su pensar.
Kiera la puso de lado y continuó pegándose a ella. Masha seguía gimiendo, y sus gemidos eran el aliento de Kiera, su alimento, la puerta hacia el anhelado paraíso que la filosofía estoica, que se regía por los principios de castidad, método y control de emociones, le habían negado toda su vida. Hasta ese preciso momento. Le retiró a Masha los pelos revueltos y en punta, finos como la paja, y la besó en el cuello, y la miró a los ojos, tocándola en toda su esquelética fisonomía, rellena de lujuria.
«No puedo controlarme. Quiero más. Y más. No podría parar de besarte y de tocarte ni aunque fuera el último día de mi vida. Ah, parece que he vivido en espera de este momento. Y tú has venido a cambiarme y a devolverme los sentimientos que me estaban vetados.»
Masha giró la cabeza, encontrándose a Kiera, y ella la besó en los labios al tiempo que la zarandeaba y le daba algunas traviesas palmadas en el trasero, hasta extenuarse.
Una vez alcanzado el clímax, se separaron, sudorosas, desnudas, una sobre la otra, y Kiera miró cómo el flaco torso de Masha, de pechos transparentes y casi inexistentes, subía y bajaba. Masha la miró, tendida en el lecho.
—Gracias, Kiera. Por todo lo que me das.
Ella sonrió, sintiéndose complacida, y le quitó los cabellos de la frente.
—Gracias a ti, Masha.
Se levantó, sin dejar de mirarla embelesada, y se vistió aprisa. Masha se incorporó, mirándola fijamente.
—¿Ya te vas?
—Me he excedido de la hora. —Kiera se miró la muñeca, donde estaba el reloj de pulsera y observó a Masha, sonriendo satisfecha—. Ya son las diez y cuarto. Tendría que estar en el cuartel hace una hora. Bueno, no importa.
—Oh, no sabía eso. —Masha se levantó y la miró, y Kiera se quedó inmóvil, observadora de su flaca blancura—. Perdona. No pretendía importunarte.
—Estoy contigo porque lo deseo. —Kiera la examinó con ojos deseosos y henchidos de dopamina—. Si no quisiera, no estaría aquí. Pero eres demasiado bella y suave, como una muñeca de porcelana. Y me resultas irresistible.
—Qué romántico —se emocionó Masha.
Kiera se le acercó y la besó en la nariz, luego en la boca y en el pelo, y le acarició la cabeza. Fija en ese menudo cuerpecillo que tanto ansiaba tener, la cogió en volandas.
—¡Qué haces! —gritó Masha, pero ya no gritaba de pavor sino de emoción.
Kiera la colocó con suavidad en la cama. Masha se apercibió de su pensar, que cabrioleaba en su cerebro. Kiera estaba más atrevida que nunca antes.
«Oh, si pudiera tenerte para siempre… Sería maravilloso, pero por desgracia el mundo no es un lugar bonito. Y no me enseñaron a amar. Lo siento, Masha. Quería cambiar para estar contigo, pero eso será imposible. Tú y yo somos opuestas. Y nunca podremos estar juntas.»
Masha notó que se revestía de la misma coraza gélida de antaño, y Kiera, alejándose de ella, volvía a ser la pasiva y taciturna mujer que fuese siempre. Masha suspiró.
Kiera la miró, pero ya era solamente lascivia. El poso más profundo, sus emociones largo tiempo enterradas, habían sido anuladas totalmente, arrastradas por la vorágine sin parangón de una conciencia destruida y una psique inestable, perdida para siempre en los remotos abismos de la demencia.
Masha se vistió bajo su mirada, destemplada y despojada de calidez. Se sintió incómoda y desgastada, como si no hubieran estado haciendo el amor anteriormente.
Kiera le dijo, en tono monótono:
—Debo marcharme ya, Masha.
Ella la observó reticente.
«¿Qué te impide ser tú misma? ¿Por qué tienes tanto miedo de expresar tus emociones? Hace un momento me estabas acariciando con naturalidad. Y ahora estás peleando contigo misma. ¿Qué fue lo que te hicieron para que acabaras así, quebrada y rabiosa?»
Masha la miraba con precaución, sopesando si decirle algo, y optó por guardarse sus reflexiones.
Kiera, frotándose las manos, la miró atentamente, repasando su perfil delgaducho, y terció:
—Pero no creas que no volveré.
Masha se mordió los labios. En Kiera se libraba una lucha mortífera entre sus emociones y su deber como comandante, y se estaba decantando, no por equilibrar la balanza, sino por actuar como siempre lo hacía: despreciando a los demás y sus actos de amor hacia ella, y dándoles la espalda.
Rechazaría su amor porque le habían inculcado que debía ser fría ante todo y rechazar los placeres y los amores, cosas breves y caducas.
«Todas las cosas buenas son borradas por el tiempo. Los tesoros, los dolores, los seres queridos… Nada dura para siempre. Ni siquiera tú, muñeca. Así que, lo mejor es que me vaya de tu lado. Poner tierra de por medio. Es mejor para ambas.»
—Será mejor que te vayas —le dijo Masha, y balanceó los pies. Kiera se puso tensa—. Después de todo, es lo que deseas.
Kiera titubeó y Masha la contempló. Estaba aturdida, y no estaba habituada a verla dudar.
—No… Bueno, sí. No te preocupes. Ya nos veremos en otro momento.
Se volteó, y Masha se fijó en su espalda, anhelando que se volviera y la besara y le dijera que la amaba, pero eso no llegó a suceder. Kiera se marchó sin decirle adiós, ni unas simples palabras cariñosas, y Masha se quedó atontada, conteniendo su infinita tristeza, sabiendo que la cuerda que las unía ya se había quebrado.
Sus sueños murieron aquella noche, junto con el fervor que sentía hacia Kiera. Ya no le parecería tan emocionante que ella regresara, aunque pudiese volver a querer darle cariño. Su alma estaba en llamas y rodaba cual una noria. Se estaba muriendo de amor, por alguien que no podía amarla y tampoco quería en realidad.
Llorando, se preguntó por qué había sido tan ingenua para confiar en Kiera, y si ella volvería a visitarla. El desengaño fue momentáneo, y se le esfumó con las honduras del sueño. Soñó con Kiera, y sabía que no podía dejar de quererla. Sus ojos azules estaban clavados en su alma, sorbiendo su corazón a cuentagotas.
Kiera la miraba y buscaba su boca y se acercaba a ella y la besaba. Masha sentía que perseguía una sombra inalcanzable, la estela oscura de una mujer hermética que nunca se abriría a ella. Pero su encanto y magnetismo persistían, y ella se sentía irremediablemente atraída a Kiera. La mujer que le había salvado la vida, concediéndole una oportunidad de enmendar sus errores. La mujer misteriosa, sombría y desconsiderada que la había reprendido, enseñado a soportar las penurias y a aceptarse a sí misma.
La mujer que había capturado su corazón, llevándola al sufrimiento eterno. Y los ojos azules de Kiera eran el abismo oscuro donde se moría su razón.
7. NIKOLAI
Masha no podía dormir. No cesaba de moverse nerviosamente en la cama,
con los nervios destemplados, al lado de unos durmientes Fiodor y Talía,
que no se inmutaban en absoluto.
Se adentró con cierto temor en las brumosas aguas de la inconsciencia, el
mundo onírico en el que se plasmaban todos sus miedos, el que hay entre la
vigilia y el sueño, perdiéndose en la sombría nocturnidad.
En sus reinos de lo inconsciente, en los que ella gobernaba en exclusiva,
Masha se topaba con espíritus todo el tiempo, con monstruos de pesadilla y
sus propios y profundos deseos.
Esa noche, sin embargo, soñaría algo distinto.
Flotando en la inmensidad de los vapores de esos universos cósmicos y
sagrados, Masha distinguió a varias figuras antropomorfas. Había tres: un
anciano de aspecto rudo, una niña rubia y espigada y un hombre más joven.
—No puedes, padre —dijo el hombre joven—. No puedes llevártela.
El anciano lo miró severamente y replicó:
—¿Y por qué no? Ella ya está preparada.
El hombre, que sería su hijo, dijo en tono ácido:
—Yo te dije con bastante claridad que ya no quería verme involucrado en
tus extrañas aficiones. No voy a permitir que te lleves a la niña a tu culto de
sangre y dolor. ¡Déjala tranquila!
El viejo se centró en la niña y le preguntó:
—¿Y tú qué quieres hacer…?
Masha no llegó a captar el nombre de la chiquilla.
Ésta contestó, susurrándole:
—Yo quiero irme contigo, abuelo.
—Sea. —El anciano miró a su hijo, o eso es lo que pudo intuir Masha que
hacía—. Ya está. Ella ha tomado su decisión. Se vendrá conmigo.
El hombre joven se enervó y arrancó a gritarle, casi derrumbado.
—¡No puedes! ¡Es mi hija! ¡No te la puedes llevar, no me la quites!
El viejo contrarrestó:
—No te la estoy quitando, sino que la voy a llevar al sitio al que pertenece.
A su verdadero hogar. Tiene que encontrarse y conocerse bien a sí misma y
desarrollar su pleno potencial. Tiene que ser la escultora de su propia vida.
El hombre rompió a llorar, perdiendo la compostura, totalmente quebrado
psicológicamente. El viejo se alejó, llevando a la niña de la mano.
Las sombras difuminaron la escena y dieron paso a otro escenario, más
crudo y tosco.
Masha los vio de nuevo. Se estaban peleando. O más bien, como discernió
al cabo de unos segundos, el anciano la estaba torturando, a la niña de
rubios cabellos.
Golpeándole la espalda sin cesar, con la piel ya cubierta de heridas por los
latigazos, ensangrentada y desollada, la injuriaba a voz en grito, sulfurado.
—¡No, no y mil veces no! ¡Te he dicho muchas veces que tienes que
controlarte y extirpar tus pecados! ¡No puedes caer en el vicio de la
glotonería, y debes erradicar de tu mente la ira y el deseo! ¡Debes ser
completamente recta y estoica! ¡Depende de ti cómo afrontar los sucesos!
¡Prepararte para una vida de penurias, eso es lo esencial! ¡No olvides que
nuestro camino es de espinas!
Masha se quedó aterrada, pues el tormento de la niña continuaba, durante
meses, años, décadas. Las visiones se sucedían una tras la otra, en un
bestial frenesí. El viejo poniéndole cilicios en los tobillos, que se le
enganchaban a la carne y la arrancaban, propiciando un atroz
sufrimiento…Ella dejando rastros de sangre al intentar caminar; encerrada
en el armario por días y noches, privada de comida y de agua…. Siendo
obligada a comer gusanos y a estrujar corazones entre sus manos… Chillaba
y lloraba estremecida, y no podía descansar jamás, o sería brutalmente
castigada…
La bruma envolvió a Masha, y el sueño se cortó de golpe. Masha se
despertó, con lágrimas en los ojos. Le ardían las cuencas oculares.
¿Qué es lo que he visto? Sin ninguna duda, es el pasado de alguien. ¿De
quién? ¿Y por qué he accedido yo ahí? Creía que no podía tener visiones
del pasado. Mi poder carece de límites, en ese caso. ¿Puedo ver el pasado
de alguien en ráfagas, cual una reminiscencia porque conozco su cabeza y
por tanto, soy capaz de avistar los recovecos oscuros de su mente?
En el desayuno, se mantuvo pensativa y apenas comió algo, y luego se
subió al cuarto a meditar. En ese instante preciso, Nikolai se presentó, su
voz retumbando en su mente, y su visión estaba borrosa, pero muy
reluciente a la vez.
¡Masha! ¡Tienes que venir, rápido!
¡Nikolai! ¿Qué ha pasado?
Él movió las manos, frenético.
¡Tienes que sacarme de aquí ya! ¡Estoy en la iglesia de Krez! ¡Van a venir
a matarme!
Masha, percibiendo la veracidad en su mirada alocada, asintió y se levantó
de un salto.
Vale. Voy ahora mismo. Aguarda, te salvaré.
Salió en busca de Ruby.
Ésta se hallaba en el taller, inmersa en la fabricación de nuevos vidrios que
fueran más resistentes al calor. Masha se fijaba, a medida que andaba en su
dirección, en la mesa alargada llena de virutas de lápices, trozos de cristal y
herramientas tales como cuchillos, lijadoras, prensas y moldes.
Se acercó a ella. Ruby llevaba puestas unas gruesas gafas para evitar
hacerse daño en el proceso, y estaba soldando una parte del vidrio recién
hecho.
—¡Ruby, tienes que ayudarme, es urgente! —exclamó Masha sin
menoscabo de sonar irritante o de que Ruby no pudiera oírla.
Ruby la miró, exhalando un suspiro, al parecer hastiada.
—¿Otra vez se te han quemado los pasteles? Te avisé de que pusieras el
horno a ciento cincuenta grados, no a doscientos. Por eso se te queman. No
me des la lata con eso ahora, estoy trabajando.
—¡No, Ruby, no es eso! ¡No puedo entretenerme en perfeccionar mis
habilidades como repostera, hay algo más importante que debo hacer!
Masha agitaba los brazos, con el corazón golpeando rítmico y acelerado en
su torso, y Ruby farfulló.
—¿Qué quieres? No puedo atenderte. Me pillas en plena faena. Estoy
confeccionando un cristal novedoso que resista mejor las altas
temperaturas. Llevará incrustaciones de feldespato y diamante, podría
instalarse en la fachada…
—¡Por favor, Ruby, escúchame!
—¿No puedes irte a molestar a Anya o a Zia para variar?
Fruncía el ceño debajo de la pantalla de las gafas. Masha insistió, desolada.
—¡Por favor, Ruby, necesito que me ayudes! Eres la única a la que se lo
puedo pedir. —Juntó las manos, adoptando una actitud suplicante—: Te lo
pido por favor.
Ruby suspiró y se quitó las gafas. Su largo y sedoso pelo negro estaba
erizado y despeinado por haber pasado tanto tiempo en una ardua tarea que
requería toda su atención.
Miró a Masha, haciéndole un escaneo. Sus ojos ribeteados de negro y sus
labios oscuros la hacían verse más sombría, pero era solo maquillaje.
Masha sabía que Ruby, la reservada y metódica bruja gótica, tenía un buen
corazón. Solo había que pillarla receptiva y con deseos de ayudar. El resto
marcharía si hubiera viento favorable, si los vientos de la vida no les
soplaban demasiado fuerte en su contra.
—Dime.
La miraba exigiendo una respuesta veraz y persuasiva.
Masha respondió:
—Necesito ir a la iglesia de Krez.
—¿A esa iglesia maldita? —Ruby la miraba, pasmada—. No deberías ir
allí. Hace quinientos años, quemaron a numerosas brujas en la hoguera,
ante sus mismas puertas. La gente la ha condenado y ya se niega a visitarla.
No ofician misa en ella desde el 1750. Pero la Iglesia de Alyn se ha negado
a derribarla. Qué repulsivos son.
Masha se agitó y repuso:
—Ruby, esto es serio. No es un capricho mío. Es por mi hermano. Me ha
contactado y me ha dicho que está allí retenido.
Ruby notó la tensión evidente en su cara y en sus gestos: Masha se veía
demasiado agitada y pálida para estar mintiendo. Dejó a un lado el vidrio,
la soldadura y las gafas.
—Ya que insistes, te acompañaré. Iremos en mi coche. Vamos, no
podemos remolonear.
Salieron sin avisar a ninguna maestra, se montaron en el coche de Ruby y
pusieron rumbo a Krez, una pequeña aldea rashiana que se ubicaba a seis
kilómetros de Mosva. Pasaron por muchos campos de labranza, y Masha
avistó a los labradores segando y cultivando vegetales y frutas,
preparándose para la venida de la primavera, época de abundante cosecha.
Llegaron a Krez a la hora de haber iniciado el trayecto.
Krez era un pueblo de pequeñas dimensiones, con un ayuntamiento,
farmacia y mercado local que se animaba y se llenaba de pueblerinos y
viajeros una vez al año, en la Fiesta de la Primavera, también llamada la
fiesta de las Brujas, pues precedía a la famosa noche en la que se decía que
las brujas alcanzaban el apogeo de su poder.
Ruby condujo su vehículo diestramente por las calles intrincadas, en las
que no había ni un alma por el crudo ambiente invernal. El paisaje era de
ensueño: los árboles escarchados, la nieve cayendo en copos azulados y
acumulándose en las aceras…
La temperatura había descendido bastante por hallarse Krez más al norte;
Ruby consultó el termómetro y vio que marcaba doce grados bajo cero. Por
suerte, se habían provisto de kaffta, botas y guantes de lana, y vestían
varias capas encima para resistir los envites del viento.
Al llegar a la iglesia, aparcaron y fueron caminando, directas al lugar. Sus
respiraciones creaban un vaho difuso.
Masha le indicó a Ruby:
—Mi hermano está ahí.
—¿Estás segura?
Ruby la miró con duda en la voz y los ojos marrones.
Masha asintió enérgica.
—Totalmente segura. Nikolai nunca me engañaría. Ha afirmado que no
puede salir solo, así que debe de estar cautivo en un sitio hondo e
inaccesible.
Se volvieron a la iglesia, observando la pintura desgastada y carcomida que
cubría la fachada, la dejadez imperante a rasgos generales, con el polvo
posado en las paredes deslucidas, las ventanas sucias y rotas, y la ominosa
aura que desprendía, como de ropa vieja que se hubiese deshilachado al sol.
—Huele mal, como a huevos podridos —resopló Ruby—. No me gusta el
aspecto que tiene. Bueno, no es que me gusten mucho las iglesias.
—¿Por qué? —la interpeló Masha, curiosa.
—Soy atea. —Ruby expulsó aire de entre los dientes, el cual rápidamente
se volvió vaho—. Me he desligado de la fe por considerarla una mentira,
cuentos para los débiles y los enfermos que necesitan seguir creyendo en
algo para poder soportar las dificultades de la vida. La creencia es necesaria
cuando la voluntad es enfermiza y denigrante.
—Oh. No lo sabía. —Masha le sonrió—. Bueno, no pasa nada. A mí me
parece bien. Me alegro de que me cuentes cosas personales, Ruby. Creía
que eras más reservada.
—Y lo soy, pero no soy una insensible o una psicópata. Te ayudaré a
rescatar a tu hermano. —Sus ojos castaños brillaron de determinación—.
No me quedaré de brazos cruzados cuando mi amiga está sufriendo.
—Te lo agradezco —le sonrió Masha con cariño.
Se desplazaron a la parte de atrás, donde había unos gruesos muros
blancos, de un color roído por la humedad y el tiempo.
—La cripta. Ahí es donde estará. Es un lugar muy asfixiante si te metes,
aunque nunca he estado.
—¿Crees que lo tienen encerrado ahí de verdad?
—Puede ser. Tendremos que entrar para cerciorarnos.
Les llegó un ruido repentino desde el muro. En él había incrustada una
minúscula ventana, y una cara humana se asomó por ella, y ambas dieron
un brinco, asustadas.
—¿Qué demonios es eso? —se alteró Ruby.
—Vamos a ir con cautela…—murmuró Masha.
El extraño en cuestión, cuyos rasgos faciales eran salvajes y fieros, no se
detenía en sus gesticulaciones hacia ellas.
—Creo que quiere que nos acerquemos —dijo Masha.
—Vamos con cuidado —Ruby resopló—. No me fío un pelo, quizás sea un
degenerado.
Se acercaron a la ventana, que estaba a ras de suelo, tan baja que tuvieron
que arrodillarse. El hombre tocaba el cristal apresuradamente, y sus labios
se movían articulando sonidos ininteligibles.
—¿Qué está diciendo? No lo entiendo —rezongó Masha.
—Sé leer los labios —dijo Ruby, agregando—: Mi abuela era sorda, y nos
comunicábamos con ella por señas. Yo la apreciaba muchísimo, y ella solía
conversar horas y horas conmigo, así pues, me hice una experta en el
lenguaje por signos. —Leyó los labios del desconocido y lo tradujo,
dirigiéndose a Masha—: Dice que quiere salir. Nos pide que lo saquemos.
Está muy nervioso. Dice que hagamos algún truco con magia. —Bufó,
incrédula—: ¿Cómo sabe que yo soy una bruja?
—Debe de ser Nikolai. Él me animó a llegar al gremio, cuando supo de mis
poderes. —Masha miró al extraño—. No te preocupes, Nikolai. Te
sacaremos.
Se levantaron, quitándose tierra de las rodillas.
—Tu magia es de fuego, ¿no?
Masha la miró ansiosa y Ruby suspiró.
—Sí. Pero no soy la mejor bruja del mundo ni nada por el estilo. No te
esperes nada grandilocuente. Soy más de algo sencillo y furtivo. Bueno, me
las arreglaré.
Sacó su grimorio y empezó a recitar las palabras de un conjuro, por tanto,
el espacio de iluminó con una luz roja.
Ruby le dijo a Masha:
—Apártate. Voy a reventar la pared.
El hombre se había apartado, intuyendo en apariencia lo que Ruby
pretendía realizar. Ruby entonó el canto con más potencia y de golpe la
pared estalló, explotando intensamente. Cascotes de piedra se alzaron en el
aire, los cuales podían haberlas herido, de no ser porque Masha los retiró y
los aplastó sirviéndose de las sombras que pudo conjurar.
Ruby miró con fijeza el agujero que había creado, un surco humeante de
piedra chamuscada que se abría en el muro. Chispas de fuego saltaron aquí
y allá.
—¿Y ahora qué? —bufó.
Ambas se miraron.
Un hombre se arrastraba, saliendo de la indeleble oscuridad. Se puso en pie
y las observó. Ruby y Masha se pusieron tiesas como gatos a un tris de
enzarzarse en una pelea callejera.
—¡Eh, tú! —le gritó Ruby con hosquedad—. ¡No des ni un paso más!
¿Quién eres y qué quieres de nosotras?
Él trató de limpiarse la mugrienta faz con la manga raída. Harapiento,
desaliñado, y con la mirada turbada, daba la impresión de ser un
trastornado. Alzó las manos en un gesto conciliador, pero Ruby lo
observaba desdeñosa.
—Tranquila. Soy Nikolai. No…, no quiero haceros daño. —Miró a Masha y
los ojos se le pusieron como platos—. Masha, ¿eres tú?
Ella se quedó helada y acongojada.
Nikolai… Oh, pero ¿qué te han hecho?
—¿Nikolai? ¡No puede ser! ¡Eres tú!
Se acercó a él y lo abrazó y él le acarició el pelo, notando sus sollozos.
—Hueles mal —le dijo Masha, sollozante, y cruzaron miradas de
entendimiento, nostálgicos—. Pero estás vivo y eso es lo que de verdad
importa.
Nikolai sonrió levemente y murmuró:
—No estás soñando, hermanita. Estoy aquí contigo. Y por fin he logrado
escapar. Gracias a vosotras. —Le sonrió a Ruby y su expresión se tiñó de
melancolía—. Ah… Llevaba mucho tiempo deseando ser libre, acariciar la
libertad…
Ruby lo oteó ceñuda.
—¿Cómo sé que dices la verdad?
Nikolai soltó un suspiro y dijo:
—Te enseñaré esto. Como prueba definitiva de que no miento.
Se levantó la camisa rajada y ellas distinguieron un surco que le atravesaba
el abdomen, localizado en el costado derecho, entre la segunda y la tercera
costilla.
—Oh… Eso es… ¡Tu herida de bala! —se asombró Masha.
—No te creo. —Ruby lo apuntó con el dedo, exudando desconfianza—.
Podrías habértelo inventado todo y nos quieres engañar y maltratar.
Nikolai coligió:
—Esta herida es de hace muchos años, cuando yo aún era un hombre
libre… Recuerdo que discutí con un soldado imperial tras haberle ganado
en la pelea. Yo estaba borracho y le dije varias cosas impropias, lo
reconozco. Él se encolerizó y me disparó, y yo me caí al suelo y luego me
tiraron a un granero…. Ahí me quedé hasta que Masha fue a buscarme y me
llevó al orfanato. Ella me cuidó. Y ella puede corroborar la historia.
Masha hizo un asentimiento, mirando a Ruby.
—Todo coincide con lo que le pasó a Nikolai, así que solamente puede ser
él. Yo lo cuidé. Y la cicatriz figura en el mismo sitio que yo recuerdo, por
lo que ha de ser él.
Él agregó:
—Sé que os cuesta reconocerme como a un hombre civilizado, porque por
desgracia parezco un salvaje de las cavernas.
—Tienes el mismo aspecto con el que te aparecías en mis visiones —dijo
Masha, y le preguntó, intrigada—: A todo esto, ¿cómo podías conectarte y
hablar conmigo, si no eres un fantasma?
—Mediante una máquina de electrodos que hay en la cripta, donde he
estado preso todo este tiempo —respondió Nikolai, y su voz poseía un deje
de amargura, pero las miró, alarmado—. No gastemos tiempo hablando
aquí, este lugar es peligroso. Ella vendrá dentro de poco. Vámonos.
Masha recordaba lo que le había comentado Kiera sobre las máquinas.
¿Será solo una coincidencia que una máquina como esa haya sido usada
por Nikolai, si no hay mucha gente que sepa de su existencia? Déjalo estar.
No le des más vueltas. Lo prioritario es cuidar de Nikolai.
Ayudó a Nikolai, cuyas piernas estaban agarrotadas, a subirse al coche. Él
no habló durante el trayecto de vuelta.
—Te esconderemos en el gremio —le aseguró Ruby—. Procuraremos que
nadie te encuentre.
—Sí, Ruby y yo te cuidaremos —le dijo Masha en tono reconfortante.
—Muchas gracias —susurró Nikolai, sintiéndose bastante adormecido.
Llegaron al gremio y lo colaron en el cuarto de Ruby, intentando no
despertar sospechas entre las maestras ni las alumnas. Nikolai se tendió en
la cama adyacente a la de Ruby y se quedó dormido en segundos.
—Lo dejaremos dormir —dijo Ruby—. Probablemente ha sufrido una
bajada de tensión, o un colapso nervioso, por haber estado tanto tiempo
respirando el aire malsano; a fin de cuentas, vivir en el subsuelo debió de
resultarle infernal.
Masha miró a su hermano, que se mantenía inamovible, durmiendo.
—¿Quién ha podido hacerle algo tan horrible?
—No lo sé. —Ruby sacudió la cabeza, inquieta—. Pero no me cabe la
menor duda de que, quien quiera que haya sido, está loco de atar. Debemos
ser cautelosas y evitar que nos descubra y venga a por nosotras, pues, al
haber salvado a tu hermano, ahora estamos en riesgo. Lo dejaremos
descansar y ya cuando se despierte, lo lavaremos y le daremos de comer.
Pondré perfume en la habitación para que no apeste. Tu hermano huele
como un perro vagabundo.
Masha la miró y le dijo, expresando su gratitud:
—Muchas gracias, Ruby.
—De nada.
Cerraron la puerta a cal y canto, y se marcharon a hacer sus respectivas
tareas.
8. AMOR Y ODIO
Seis días después, no hubo buenas nuevas.
No se hallaron más rastros de Miranda y Daphne, las niñas desaparecidas, y
Talía estaba tan inquieta que no podía pegar ojo. Fiodor estaba muy gruñón
y arisco y se escapaba por las noches a cazar por el jardín, trayéndole a
Masha roedores y pájaros que ella enterraba, entre lágrimas, dándoles
sepultura bajo los lánguidos abetos.
Nikolai aún no había recobrado el conocimiento, y no daba signos de
hacerlo con prontitud, y Masha se desesperaba. Comía con desgana y sus
sueños tormentosos estaban plagados de monstruos que la perseguían entre
la niebla. Ruby se turnaba con ella para velarlo y cuidarlo, cuidándose
ambas de no ser descubiertas en su complot.
Kiera no se presentaba para hacerle compañía a Masha, y ella estaba
desalentada por sus ausencias.
Tal vez ya se ha hartado de mí. Si no viene, será por eso. Qué tonta he sido.
Ella no me ama.
El sábado por la tarde, habiendo organizado las maestras unos retos para las
chicas recién ingresadas, Masha fue encomendada a pelar patatas por orden
de Cora, que la vigilaba de cerca en su puesto junto a los fogones.
Masha se había puesto un delantal y estaba sosteniendo el pelador con
indecisión, pero se arredró y empezó a pelar los tubérculos.
—Bien, bien. —Cora le sonrió—. Intenta no cortarte. Hay que pelar
muchas, para la tortilla que prepararé esta noche. Ya somos casi cuarenta
brujas, Masha, y esos estómagos no se llenan solos. ¡Manos a la obra!
—Sí, señora.
Masha frunció el ceño, concentrándose en la tarea.
Diane charlaba con Alice, que estaba preparando las mesas con un conjuro
—de forma que los cubiertos y los platos volaban por el aire y quedaban
colocados perfectamente en su sitio—, y Masha se distrajo al aguzar el oído
para escucharlas, conllevando que se deslizara el pelador y le cortara la
yema del pulgar.
—¡Ay! —Se miró el dedo, del que salían gotas de sangre minúsculas—.
Qué torpe soy. Si es que no tengo remedio…
Las maestras volvieron la cabeza, fijadas en ella.
—¿Te has cortado? —le preguntó Cora.
—Sí…
—¡Eso es porque no estabas prestando atención a lo que hacías! —la
regañó Diane—. ¡Pon los pies en la tierra, niña, y sal de tu mundo de
fantasía! ¡Esto no es ningún cuento de hadas, aquí vienes a trabajar!
¡Retírate ya, seguiremos nosotras, o se lo encargaré a Zia o a Anya, que
ponen más empeño que tú!
—No la regañes tanto, la pobre se está esforzando —intervino Cora.
Diane refunfuñó.
—He visto niños de seis años con más garbo que ella. Parece una mosca
muerta. —Le hizo un ademán a Masha, airada—. ¡Mueve el culo y a hacer
otra cosa, venga! No estás en un palacio.
Masha se tragó el escozor que le subía por la garganta, tóxico como el
veneno de una serpiente. Se le enroscaron las tripas, estaba aturullada por
tal vejación. Diane siempre la trataba de ese modo. Implacable. Fiera.
Es igual que Kiera. Oh, ya sé por qué no viene. Ha perdido el interés en mí.
Y no vendrá nunca más.
Se retiró de la cocina, conteniendo su pena.
Alice anunció, cacareando:
—Masha, la comandante ha venido. Me ha dicho que quiere hablar contigo.
—Oh. —A Masha se le dispararon las pulsaciones, y su corazón no cogía el
volante, y nada podía detenerlo—. ¿Ahora mismo?
—Sí.
Alice dejó pasar a Kiera, que la miró adusta, pero un cierto refulgir en sus
ojos azules la traicionaba: parecía a un paso de sonreír, y Masha se alegró
de verla.
A buenas horas llegas.
—Buenas noches, profesoras —las saludó Kiera cordialmente, y ellas
inclinaron la cabeza, respetuosas—. ¿Cómo va todo por aquí?
—Muy bien. Preparando la cena para las chicas —contestó Alice
alegremente—. Ya somos treinta y cinco brujas, comandante. ¿A que es
maravilloso? —Kiera asintió y Alice prosiguió hablando, como toda mujer
mayor que se siente escuchada y quiere soltar su perorata—. Nos han
llegado nuevas muchachas este último mes. Pobrecitas, estaban muy
demacradas, como Masha. —Ella, al ser aludida, enrojeció inhibida, y
Kiera la miró con avidez—. Se acerca la primavera y pronto celebraremos
una fiesta de bienvenida. Será fabulosa. Pondremos pavo asado, dulces,
tarta de mora y de zanahoria… Y usted y el presidente Dominik están
invitados, faltaría más. Que no se me olvide colocar las guirnaldas…
Masha percibió lo que pensaba Kiera.
Vaya con la vieja. Y dale. No me des la murga ahora. ¡Solo he preguntado
por protocolo! ¿Por qué parecen todas unas abuelas ancianitas, contando
sus cuentos? Tengo ya treinta años, no voy a estar escuchando esto… Qué
lata.
Masha contuvo una risita. Kiera la observó. Ella se puso seria de repente.
—Masha, ¿puedes venir un momento? —terció, cortando de un tajo el
parloteo infinito de Alice, que se quedó helada.
—Bueno, hablad de lo que consideréis conveniente. Estaré por aquí si me
necesitáis —les refirió con su cariño habitual.
Y se retiraron al fin de ella, quedándose a un lado, lo más lejos posible de
la cocina y de las ancianas parlanchinas y cotillas.
Se miraron, notando que la pasión fluía por sus venas, calentando sus
corazones.
—No sabía que vendrías —murmuró Masha, y Kiera la miró, obnubilada.
—He estado muy ajetreada. Dominik me ha instado a acudir a las típicas
fiestas y cenas políticas donde hay mucho ruido y pocas nueces, y eran tan
aburridas que no podía quedarme quieta… Y además he estado con el
trabajo de campo, haciendo cazas en la Sombra.
Suspiró y se masajeó las sienes.
—No te preocupes. También yo he tenido mucho lío. He estado entrenando
y buscando a unas niñas desparecidas.
—Oh. —Kiera enarcó las cejas—. ¿Han desaparecido unas niñas?
—Sí —dijo Masha apenada—. Se llaman Miranda y Daphne y son amigas
íntimas de Talía. Está tan preocupada que no duerme ni come bien. Y yo
estoy a punto de un ataque de nervios. Tomo infusiones de noche, pero no
me calmo del todo. —Le regaló una tierna sonrisa—. Gracias por haber
venido. Pensé que tardarías más.
Kiera dibujó una sonrisa en sus labios carnosos.
—Las cosas deben hacerse a su debido tiempo, aunque me cuesta esperar
ya que yo soy impaciente por naturaleza. Con el debido riego y cuidado,
todos los frutos maduran. —Hizo amago de acariciarle el pómulo, pero se
frenó y Masha percibió los latidos de su corazón rampante—. Y tú eres una
bella flor, Masha. Y has madurado espléndidamente.
Masha se sonrojó y volvieron a mirarse. Las maestras cuchicheaban entre
ellas.
—Están sospechando de lo que hablamos entre nosotras —le susurró
Masha.
Kiera replicó:
—Por mí pueden pensar lo que les dé la gana. Pero que no se metan en
nuestros asuntos. Hoy es un día especial.
—¿Y eso?
Kiera le sonreía.
—He venido a cenar contigo.
Masha sonrió más y el corazón le dio botes en el pecho, flamante.
—Oh… Bueno… Vale. Qué detalle más bonito de tu parte.
—Me gustaría ver que comes bien para saber que te estás recuperando,
pero no es una visita obligatoria ni una supervisión. —Kiera se inclinó
hacia ella, tanto que sus cabezas casi se rozaron—. Vengo a verte y a estar
a tu lado. Si no te parece bien, puedo irme y ya hablaremos otro día. Lo que
quieras.
Masha se puso roja. Se admiró de la actitud de Kiera, que era tan
complaciente con ella que no parecía la mujer de hielo y de cara agria con
la que ella se había acostumbrado a tratar con regularidad.
Está muy emocionada por verme… Es inaudito que me hable así. No parece
la misma persona. ¿Quién eres de verdad, Kiera? ¿Una embaucadora, una
salvadora, una santa o una asesina? Tienes muchas facetas. Y no sé cuál
aceptar como la verdadera. Me confundes. Pero no me importa. Te amo, y
deseo que te quedes conmigo.
—Oh, vaya —logró decir al fin, y se traslucía su sorpresa a su voz de
pajarito—. Eso no me lo esperaba. Me agrada que me dejes espacio.
—¿Por qué no iba a hacerlo? Eres libre. Solo tienes que extender tus alas y
volar —dijo Kiera con mansedumbre, pero Masha sintió escalofríos.
Me aterra que me diga palabras tan melosas. Ella no es así. ¿Tendrá algún
as bajo la manga? ¿Quiere manipularme a su antojo? ¿Qué es lo que desea
de mí en realidad? ¿Poder, gloria, estatus, amor, calidez, esperanza? Parece
dos cosas a la vez. Amor y odio. Capaz de amar y de odiar al mismo
tiempo. Y le tengo miedo.
Le dijo en tono dulce:
—No me parece mal. Podemos cenar juntas, de hecho, me encantaría.
—Estupendo.
Kiera se sentó a la mesa y Masha se puso frente a ella. Alice llegó veloz
como una centella.
—¿Qué le gustaría tomar, comandante? Tenemos vino rojo y añejo, vino
blanco, pollo al horno, patatas….
Alice mariposeaba frente a ambas mujeres, y Kiera dijo:
—Me gustaría comer pollo con patatas, si es tan amable, Alice.
—¡Muy bien! —Alice dio sendas palmadas—. Marchando su comanda. Y
traeré la de Masha, por supuesto.
Fue a ponerles las viandas.
Masha dijo:
—He pelado unas cuantas patatas. No iba tan desastre como otras veces,
hasta que me he cortado el dedo.
—¿Te has hecho daño?
Kiera enarcó las cejas. Masha le mostró el dedo, en el que ya no había
sangre, solo una fina raja en la yema.
—Ya no sangro. Es un corte muy liviano.
Kiera le sonrió.
—Tienes unos dedos preciosos, Masha. Como si fueran de una muñeca.
Masha se abrumó por ese comentario.
Se está pasando de la raya. ¿Acaso no hay un límite para la cantidad de
lisonjas que puede hacerme? No, será que está de buen humor. Bueno,
tampoco me molesta. Me gusta que esté tan halagadora hoy. Es
inusualmente placentero.
Kiera le sonreía cariñosamente, y a ella se le esfumó el dolor que le corroía
las entrañas.
Alice les puso las correspondientes raciones, con una copa de vino rojo
para Kiera, junto al plato de pollo asado con la guarnición de patatas, y a
Masha un vaso de agua y una escueta ración de verduras y pollo,
considerablemente más pequeña.
Kiera la miró preocupada. Pensaba que era inaceptable que Masha comiese
tan poco, pero por temor a espantarla, no le dijo la verdad usando su rudeza
habitual, sino en un tono más sutil.
¿Qué le estaba pasando? Masha la estaba convirtiendo en otra persona, en
una mujer con el corazón abierto y vivo, cuando se suponía que ella tenía el
pecho cubierto de espinas negras y lleno de tanto dolor y pesadumbre que
aterrorizaba a todo el mundo que lo descubría al final. Nadie quería estar
cerca de ella, pues todos la temían y rehuían su presencia.
Y tuviste que aparecer tú para hacer la metamorfosis, pajarillo. Pero es
demasiado tarde. Algunas cosas se pierden para siempre. El amor, la
inocencia, el respeto… La justicia no existe, donde solo hay muerte y
destrucción. ¿Y qué somos, Masha? Nada más que peces diminutos,
navegando en un mar embravecido. Nada más que pájaros débiles y
solitarios. Y nos ahogamos al contemplar el vacío negro de la eternidad,
allí donde mueren todos los sueños. Lo que pudo haber sido y nunca será.
Kiera la miraba mientras devoraba su ración. Masha se alertó por el aluvión
de pensamientos de Kiera que la invadió, descargados en su mente. Le
llegaron algunos más.
¿Y qué queda cuando todo se ha muerto? Nada más que oscuridad y vacío.
El vasto, oscuro páramo de la eternidad.
Masha se estremeció, y Kiera le dijo:
—Come algo. Haz un esfuerzo. Por tu propio bien.
Masha miró el plato con hastío.
—Es que no me entra hambre, la verdad. No sé por qué…
—No quiero ser crítica contigo, Masha, pero comprenderás que tienes que
llevar una alimentación variada y equilibrada, y tomar todos los nutrientes
necesarios. Es lo mínimo que puedes hacer para estar bien.
Kiera la observaba ojo avizor, perforando su corazón y sus huesos,
destrozando la inmensa negrura reinante en su ser, que se agitaba
embargado por las olas de un mar en la tempestad. Masha dejó que las
sacudidas del viento huracanado la movieran. Se estaba yendo hacia la
penumbra cada vez más rápido. Y Kiera no podía sacarla de ese hoyo, ya
no.
Se esforzó en picar un poco, haciendo una ligerísima actuación, y pensó en
ingerir la comida en pequeños trozos. Había desplegado un campo de
batalla en su plato, y Kiera la contemplaba separando los trozos de comida
y dispersando todo, como siempre le sucedía al estar ansiosa o triste. Nadie
podía comprender el alcance de su dolor y nadie podría jamás repararlo.
—Lo sé, y agradezco que te preocupes por mí, Kiera, pero no temas. Estoy
bien. —Masha esbozó una sonrisa tranquilizadora en sus labios y Kiera se
calmó un ápice—. Mi estómago se cierra cuando me pongo alterada…
He rescatado a mi hermano de un agujero donde llevaba siete años siendo
esclavo de un vil hombre, o una horrible mujer. Pero él no se ha despertado
todavía. No sé si lo hará. Tengo miedo de que se muera. Pero he de ser
fuerte, y superar esto, y comer y vivir… Aunque sea muy difícil para mí.
Kiera finalizó su cena y bebió agua. Le habló con ternura.
—Entiendo. Come lo que puedas. No pretendo que mi presencia aquí te
inspire preocupación.
—Para nada. —Masha movió las manos, dando mayor énfasis a sus
palabras—. Estoy bien contigo. Me gusta mucho que estés aquí.
Kiera le obsequió una radiante sonrisa.
—Gracias. Nunca me habían dicho algo tan dulce. Eres una bendición,
Masha.
Masha le sonrió cálidamente y terminó de cenar.
Kiera se despidió de ella entonces.
—Volveré dentro de unos días. Por cierto —la miró a los ojos, y los suyos
eran de fuego líquido, ardientes como llamas—: Dominik organiza una
cena familiar en el Palacio Blanco y me ha instado a invitarte. Es puro
protocolo, pero yo estaré allí. Tengo que dialogar con los generales y otros
allegados acerca de los nuevos planes de conquista en la Sombra.
—Vale. Me lo pensaré —dijo Masha—. Salgamos fuera, Kiera. Para tener
más privacidad.
Kiera estuvo conforme y fueron caminando por los jardines.
—¿Has dormido bien estos días?
—No… He tenido pesadillas, visiones…
—¿Y tu hermano? ¿Sabes algo de él?
Masha se bloqueó, pero efectuó un esfuerzo sobrehumano para mesurar su
expresión y rebajar su tensión.
—No. No ha vuelto a contactarme. ¿Por qué lo preguntas?
—Comprendo. Bueno, puede que lo haga en otro momento más propicio.
Masha notó que Kiera estaba evasiva, y le lanzó la pregunta del millón:
—¿Has logrado averiguar si está vivo o muerto?
Kiera respondió, sin dudar:
—Sí. He averiguado que desapareció en Krez en 1929, pero nada más. No
sale nada sobre su muerte en los archivos municipales. Pudo dárselo por
muerto en ese entonces, pese a que no me consta que se lo buscara… Su
cuerpo nunca fue encontrado, así que figura como desaparecido.
Masha sintió que la acidez le subía desde el estómago. Se contuvo las
ganas de vomitar.
—¿Eso es todo?
—Sí. Lo siento mucho, Masha.
Kiera la miraba atenta, y en la neblina, su rostro incólume se veía aún más
tenebroso que de día. Masha sentía que no le encajaba lo que le había
contado.
¿Por qué no puedo creerte? ¿Tienes algo que ver en eso, en lo que le pasó a
Nikolai? ¿Por qué no lo buscas? Ah, él te importa un comino. Solo quieres
tocarme y meterte en mi cama.
—Bueno, ya es tarde. He de volver al cuartel, Masha. —Kiera le acarició el
pelo y la frente, pero Masha estaba frígida, sin reaccionar. Kiera ladeó la
cabeza—. ¿Estás bien? Te veo pálida.
—No te inquietes, te juro que estoy bien. Un poco de sueño, solo eso.
Kiera se acercó más a ella. Estaban a pocos centímetros una de la otra. Los
pálpitos de Masha eran tan intensos que Kiera los oyó, desgarrando el
silencio de la noche.
—Estate tranquila, pajarillo. Estaré aquí. Te lo prometo.
Masha la miraba, un agujero abierto en su corazón con un escalpelo
ensangrentado.
¿Cumplirás tu promesa? ¿De verdad me amas? ¿Y puedo confiar en ti? ¿O
es otro de tus engaños?
Kiera se fue a ella y le tomó la cara. La besó en la boca. Masha sintió el
sabor de sus labios. Compartieron una mirada apasionada y Masha la
abrazó de golpe. Alzó la cabeza y la besó, de puntillas.
Kiera pensaba a toda marcha.
Antes de que todo acabe, estaré ahí para lo que necesites. Bueno, es la
calma antes de la tormenta. Desearía que todo fuera de otro modo. Poder
llevarte lejos de aquí, a un lugar edénico, una virginal playa como las de mi
infancia… Serías la mujer más bonita bajo el sol. Pero ese paraíso nuestro
no es real. No hay nada más que soledad y dolor, muñeca.
Masha la miró y le plantó otro beso en la boca. Kiera se sonrió y le
despeinó el pelo.
Susurró, inclinada a ella:
—Descansa, pajarillo.
—Igualmente.
Kiera se alejó dando media vuelta. Masha sintió punzadas de dolor en el
pecho. Y las sombras se volvieron más espesas, horadando su alma y
sumiéndola en la noche eterna, la sinfonía del horror que ella tendría que
enfrentar en un vertiginoso futuro.
Su camino era de espinas.
Kiera.
Dolor.
Laceraciones.
Secretos.
Felina. Malvada. Tirana.
Poder. Deceso. Oscuridad.
Y mientras la lluvia caía, Masha sintió que debía averiguar más sobre
Kiera, porque la oscuridad había arañado tanto su corazón que ya no le
quedaba nada.
Y su alma quería entregarse a la oscuridad que reinaba en la noche del
mundo, madre de criaturas cósmicas y horrendas, proclamando la agonía
del amor y la esperanza.
INTERLUDIO
HERMANO Y HERMANA
Pasado de Masha y Nikolai
Olga cuidaba de la pequeña Masha, a la que le había trenzado el pelo
aquella tarde y que dormía plácidamente a su vera.
Viajaban de camino a Svetya, la aldea en la que Masha había nacido, la
cual estaba situada hacia el norte de Rashia, y tenían por ello que atravesar
todo el oscuro páramo de la Sombra, flanqueado por árboles decrépitos y
negros a ambos lados, con el cielo cubierto de nubes oscuras y una
inminente tormenta, que se venía venir que sería dura.
Alexei, un hombre joven, de ademanes comedidos y sonrisa grande y de
constitución sólida y fuerte, llevaba el carromato, sin azotar al caballo,
llamado Aleksander.
Estaban repletos de telas y otras mercancías, como especies exóticas del sur
del continente de Erador, que planeaban vender en el mercado del pueblo.
Se volvió a su mujer y le dijo:
—Olga, creo que nos dará tiempo de pasar por Mosva y ver si podemos
comprar algo más de comida para los niños.
Ella, alta y de cuerpo estilizado, de cabellos largos y sueltos sobre los
hombros y vestida con una larga túnica típica de la región invernal, le
sonrió y acariciando la cabeza de Masha, le preguntó.
—¿Piensas que podremos conseguir más víveres? En la capital las cosas
están muy caras. Nunca nos ha parecido rentable vivir y comerciar allí.
Él le mostró una gran sonrisa.
—¡Alégrate, mujer, y no seas tozuda! ¡Seguro que lo conseguiremos! ¡Fíate
de las buenas habilidades que tengo para regatear!
Ella suspiró y dijo:
—Sí, ciertamente eres el mejor a la hora de regatear, Alexei. Me alegro de
que seamos marido y mujer.
Él se rio, y ambos observaron a Masha.
—¿Qué pasa, mamá?
—Nada, cariño, tu padre y yo estábamos hablando de ciertas cosas. Puedes
seguir durmiendo.
Masha se tumbó en el regazo de su madre, quien la besó con verdadero
cariño. Se oyó un movimiento tras la tienda y Nikolai descorrió las
cortinas.
—¡Quiero que lleguemos ya!
—Todavía falta un poco para eso, cariño —le dijo Olga, y él se sentó a su
lado y balanceó las piernas con impetuosidad—. Tienes que ser paciente.
—Vale. Me parece una lata, pero bueno.
Nikolai refunfuñó. Continuaron la marcha, a través del paisaje helado y
amenazador de la Sombra.
—A ver si no llueve —dijo Alexei, y ambos observaron las nubes. Miró a
Olga y ella asintió—. Nos vendría de perlas que estuviese el cielo
despejado y podamos pasar hoy. No me gustaría nada tener que pasar aquí
la noche, es un lugar espeluznante.
—Nunca habíamos ido por esta parte —murmuró ella, y se fijaron en la
vasta, árida y seca extensión de tierra frente a ellos.
La Sombra se levantaba inexpugnable sobre ellos, hosca y vacía, y desde su
posición en el carro Olga y Nikolai avistaron esos terrenos pelados y
muertos de completa negrura, en los que apenas alumbraba el sol, donde no
había rastro alguno de vida.
Parecían las entrañas resecas de algún gigantesco animal, que se han puesto
al sol y se han podrido y desecado de tanta luz. Pero en aquella baldía,
inmensa vastedad, sólo había criaturas pululando por las sombras, maldad y
oscuridad infinitas, vestigios del poder maligno de la Dama Oscura, cuyo
influjo directo sobre la tierra la carcomió y la secó por dentro, consumiendo
la vida de las plantas y de todo animal que se acercase por las
inmediaciones.
Olga y Alexei, viajeros desde hacía muchos años, descendientes de
comunidades de exploradores y artistas ambulantes que se habían mezclado
con gitanos en la antigüedad, aunque conservaban rasgos rashianos, como
la frente alta, los pómulos marcados y los ojos azules, tenían en su sangre
parte de la impetuosa y aventurera raza gitana, los cuales eran a su vez
integrantes de los pueblos bárbaros que se habían desplazado en grandes
migraciones al oeste de Alysia, buscando tierras más fértiles para su
ganado y a fin de poder extender su dominio sobre mayor cantidad de
terreno.
Y ellos siempre habían escuchado cuentos y leyendas sobre la Sombra, y
desde que eran niños la habían temido como se temen las cosas más
legendarias y terribles, y sus padres les habían prohibido tajantemente que
se acercaran a esos sitios peligrosos en sus viajes. No obstante, tras
conocerse por azar y enamorarse, en uno de sus trayectos hacia Mosva,
doce años atrás, se habían comprometido y habían decidido vivir su vida en
compañía. Olga se había quedado encinta y había tenido a Nikolai, su hijo
mayor.
Al descubrir las ansias de aventura del niño, iguales a las que ellos sentían,
resolvieron seguir viajando, porque era su pasión y también su único medio
de ganarse la vida. Alexei se orientaba de manera genial en la naturaleza, se
conocía los caminos practicables y sabía cómo ir hacia el norte guiándose
por las estrellas en vez de las brújulas, como hacían los antiguos viajeros.
Al conocerse Rashia y las tierras colindantes como la palma de su mano,
Alexei podía cuidar de su familia, asegurando que todos estaban sanos y
salvos, a la vez que llegaba al destino y se ponía a regatear con los demás
vendedores y éstos le compraban las telas a un precio asequible y les
entregaban bastante dinero por ellas, al ser bordadas a mano por la propia
Olga.
Se había aficionado a bordar y tejer tapices y mantones durante los
embarazos, y luego empezó a confeccionar también ropas y prendas de
vestir, adornadas con lujosos bordados de seda e incluso confeccionaba
kafftas. Le encantaba matar el tiempo en su mayor afición, aparte del
cuidado de su familia, y la gente pagaba más sabiendo que eran
auténticamente tradicionales.
En el presente, el cielo se ennegreció y las sombras y las nubes de borrasca
taparon el astro rey, de modo que ellos no verían nada en varios kilómetros
a la redonda por los próximos minutos. Nikolai miró a lo alto, nervioso.
—¿Y ahora qué haremos, padre?
Alexei y Olga cruzaron una mirada turbada.
—Nos adaptaremos a las circunstancias, hijo. —Alexei le sonrió cariñoso a
su hijo y miró a Masha, que aún dormía acurrucada en los brazos de su
madre—. No podemos desfallecer ahora. ¿O prefieres que demos media
vuelta y huyamos?
Nikolai pataleó, moviendo las piernas frenético.
—¡No, no! ¡No haremos eso! ¡Hay que seguir para llegar al pueblo y poder
vender las pieles y las telas que madre hace!
Ella sonrió y lo besó en la rubia cabeza, dorada como el trigo recién salido.
—Muy bien, mi niño. Eres un hombre valiente.
Alexei se echó a reír.
—¡Sí, bien dicho, hijo mío! ¡Algún día serás un gran viajero como yo, y tu
hermana hará telas preciosas como las que ahora vendemos! ¡Y viajaremos
por los mejores sitios!
Masha se despertó, y los miró somnolienta.
—¿Qué está pasando?
—No te preocupes, guapa. Todo irá bien. Estamos esperando a que pase la
tormenta —dijo Olga.
Masha asintió y se estiró. Se puso a su lado, apoyada contra el brazo de su
madre. Nikolai señaló las nubes.
—¡Se vienen hacia aquí!
Miraron hacia lo alto, en donde en medio de la negritud devastadora la
tempestad gélida se descargaba, y justamente avanzaba hacia ellos. Gotas
finas pero que herían como agujas se deslizaron por sus rostros
preocupados.
—¡Seguiremos avanzando! —dijo Alexei, sin tener miedo ni perder
aplomo en absoluto, y Olga se mostró de la misma guisa, siendo estoica y
prudente como él—. No podemos parar en estos momentos. Iremos
adelante.
—Y nunca nada se interpondrá en nuestro camino —dijo ella.
Nikolai se acercó más a su madre y se abrazó a ella. Y juntos empezaron a
cantar, mientras Alexei espoleaba al caballo para que continuara
avanzando, el cual se movió con reticencia y piafó asustado.
Se negaba a seguir. Alexei lo forzó, pero el animal estaba muy raro, se
mostraba nervioso, inusualmente alterado.
—¡Solo es una tormenta normal, Alek! —Alexei iró de las riendas, pero el
caballo plantó las patas y se negó a moverse.
—Algo le pasa. Pero él suele ser obediente y bueno… A lo mejor ha sentido
algo.
Masha y Nikolai vislumbraron unas sombras que se les acercaron, volando
a máxima velocidad, a una considerable altitud.
—Madre, veo algo…
Masha indicó temblorosa las figuras aladas que volaban con celeridad hacia
ellos. Alexei y Olga las vieron y distinguieron algo espantoso, que los
congeló de sopetón.
—Vampiros. Por eso el corcel no quiere ir allá —dijo Olga.
Miró a su esposo, y él espoleó a Alek.
—¡Vamos, Alek! ¡Date prisa! ¡Tenemos que salir de aquí ya!
Olga agarró a los niños de las manos y ellos se juntaron, estremeciéndose.
Olga los besó en las mejillas y los abrazó.
—¡Alexei, salgamos de este maldito lugar ya!
—¡Sí, mujer, si el caballo pone de su parte!
Alek piafaba muy asustado, lleno de temor. La oscuridad se abatió sobre
ellos, cercenando toda esperanza, pretendiendo consumirlos. Los vampiros,
una bandada de unos diez, se abalanzaron sobre ellos ayudados por las
tinieblas que proliferaban por todas partes. Olga distinguió a Alexei
proferir gritos desesperados.
Trató de alcanzarlo en la oscuridad, pero el impenetrable manto negro no la
dejó. Alek cayó derrotado, mordido por algún vampiro, y el carromato se
torció y se cayó al suelo de un golpe sordo, y ellos salieron despedidos cada
uno por su lado.
Un largo rato después del accidente, Olga se levantó con trabajo. Estaba
magullada y le dolían las rodillas, de habérselas arañado por el golpe, pero
su instinto maternal superó su terror y se acordó de sus hijos, niños
indefensos y pequeños. Anduvo hacia el carromato caído, sin embargo, los
vampiros se interpusieron y le aullaron.
—¡Niños! ¡Alexei!
La bruma no se despejó del todo, pero sí lo suficiente para que ella viese
que los monstruos horrendos se estaban alimentando de la sangre del
caballo, al que le habían cortado la arteria carótida. Varios se
arremolinaban a su alrededor, empujándose entre ellos con ansiedad por
tomar su parte, queriendo succionar ávidamente la preciada sangre, como
los cuervos ante la vista de la carroña.
Olga miró al vampiro a los ojos, consternada y horrorizada. Los suyos
estaban perlados de lágrimas y los del vampiro eran ciegos y estaban
marchitos y cerrados, característicos de criaturas cuyo horror innominado
había propiciado que se desarrollasen de esa forma.
Olga había oído de niña que los vampiros habían sido humanos una vez,
miles de años antes de que la corrupción de la oscuridad desatada por
Vanika se extendiese por el mundo, y que a consecuencia de ello se
degradaron y dejaron de serlo. No es que fuesen vampiros nobles en
verdad, sino que eran los restos de los experimentos fallidos que había
hecho la Reina Nigromante, sujetos muertos al haber sido desangrados por
ella que se habían transformado en seres mutantes y deformes, vampiros de
clase inferior, que, al igual que los Espectros de los Túmulos, serían
esclavos de Vanika por toda la eternidad.
A Olga no le importaban las historias, solamente salvar a sus hijos. Y
cuando el vampiro se lanzó a ella y le desgarró el cuello, sus últimos
pensamientos en el instante previo a la agonía, a encontrarse en el otro
lado, fueron para sus hijos, a los que amaba más que nada en el mundo.
Los vampiros seguían devorando la sangre del caballo y del fallecido
Alexei, y no se percataron en un primer momento que Nikolai sacaba a
Masha de debajo del carro.
Se largaron rápidamente, corriendo tanto como pudieron, aprovechando
que los vampiros estaban extasiados por el olor de la sangre de sus presas y
estaban saciándose de beber.
—¿Adónde vamos, hermano? —le preguntó Masha, inquietada.
—Lejos de aquí. A un lugar seguro —respondió Nikolai, y miró hacia atrás
por puro instinto, notando que los vampiros estaban ensimismados en su
cacería, destrozando a sus presas—. No podemos parar, Masha. Hay que
correr.
—Pero yo no quiero correr —resopló ella, y miró a donde estaban los
cadáveres de sus padres, y al ver a los vampiros, se asustó y volvió la
mirada.
—¡No te quedes quieta! ¡Debemos huir!
Nikolai tiró de ella y Masha se volteó a él. Estaba llorando. Su carita estaba
congestionada, cubierta de lágrimas.
—¿Qué pasa, Nikolai? ¿Por qué hay bichos feos ahí? ¿Por qué padre y
madre no vienen con nosotros? ¿Están bien? ¡Dime que están bien y que
volverán!
Nikolai apretó el paso.
—¡No puedo decirte nada, no lo sé! ¡Solo sé que hemos de marchar pronto,
y llegar a la ciudad!
Deseó que el cielo se despejara y que los vampiros se hubiesen marchado.
Cuando huyeron por el frondoso bosque en aquella noche aciaga, Nikolai
no encontró fuerzas para rezar ni para llamar a Alyn. Había visto cómo los
vampiros derribaban a su padre, el hombre más fuerte, bueno, virtuoso y
sabio que él hubiera conocido, y cómo le clavaban los colmillos y le
chupaban la sangre.
Habían encontrado en sus travesías manadas de lobos que se alimentaban
de los muertos para sobrevivir. A Nikolai le gustaban los cuervos y las aves
rapaces. Todas las criaturas tenían una función en la cadena alimentaria,
pero no los vampiros, los orcos y los demás monstruos que habitaban la
Sombra. No tenían más propósito que corromper lo bueno del mundo y
convertirlo en algo malo y estéril, y a pesar de ser tan joven, Nikolai sabía
que hay males muy antiguos que nunca mueren del todo, y a los que es
mejor no enfrentarse jamás, ni llegar siquiera a ver un atisbo de su
existencia.
Así que azuzó a Masha a hollar con él los páramos helados y desiertos de la
tundra. En pleno invierno, las temperaturas bajaban críticamente y los
vendavales sobre las mesetas eran demenciales. La naturaleza no tendría
piedad con los pobres niños.
Juntos, y aun al límite de sus fuerzas, ellos resistieron y soportaron la
fatiga, el hambre, la sed. Caminaron y caminaron con los pies destrozados,
apoyados el uno en el otro, mirando a la larga inmensidad nevada de un
mundo mortecino y caduco, deseando que alguna luz en algún lejano punto
llegase hasta ellos, viendo a los animales silvestres, como los zorros y los
lobos, buscarse el sustento, sorteando la nieve que les impedía avanzar más
raudamente y tratando de no congelarse en la frialdad de las invernales
noches.
Les aguardaron noches sin dormir, días frescos y con tormentas que los
arreciaban, pero contando con el apoyo del otro, continuaron andando por
la superficie helada. No tenían comida, pero Nikolai le daba moras
silvestres a Masha y también parte de su ración propia, y comían raíces de
los arbustos raquíticos que encontraban en la tundra y líquenes que les
sabían insípidos, y tomaron agua del hielo derretido de las lagunas
escarchadas y congeladas.
No querían morirse en las praderas esteparias, en el seno de un mundo
gélido e indiferente, y luchaban contra la muerte, el abatimiento y la
tristeza sin desfallecer. Desgraciadamente, eran niños que no tenían a nadie
en el mundo, y que estaban abandonados a su suerte. Nikolai incluso cargó
con Masha a sus espaldas cuando ella se agotó tanto que ya no podía andar,
porque los pies se le habían agarrotado y congelado del frío crudo. Ella
lloraba a cada momento que el ambiente se volvía sombrío, y le preguntaba
a Nikolai qué pasaría con ellos y dónde estaban sus padres, y si algún día
volverían a verlos. Él no podía responderle, y le decía que se durmiera y
que mañana llegarían a una respuesta y encontrarían un destino más
favorable.
El mundo era increíblemente frío y hostil para los dos hermanos.
Afortunadamente, alcanzaron a divisar a un hombre, un cazador que
trabajaba en la frontera entre las aldeas y Mosva, y que se había desplazado
a cazar zorros para vender sus pieles. Los encontró en medio de la nieve, en
la noche impía en la que no brillaban las estrellas, a punto de morir
congelados, raquíticos como palos, y se apiadó de ellos y los llevó a su
cabaña.
Curó a Masha de unas fiebres que había contraído con ayuda de su mujer,
una fornida señora de las estepas, que les dio leche agria de oveja, y ambos
los llevaron a Krez, la aldea más próxima a la capital, en donde había un
orfanato gestionado por el Emperador y uno de sus oligarcas, Svantoky, y
cuya dueña, la vieja Katia Stankov, ama de llaves y mujer de confianza que
había servido al mismísimo Zar en su mocedad, los tomó bajo sus alas.
Se quedó con ambos niños, y los trató lo mejor que pudo, dándoles el
cariño que necesitaban. Nikolai tenía pesadillas y se movía nerviosamente
por la casa, aunque nunca dejaba de sonreír y de cuidar de Masha. Ella era
más introvertida, y se quedaba en el cuarto sin salir o solo consentía en ir
con Nikolai a recoger huevos de los nidos, aunque ella no trepaba, a pescar
al lago o a ayudar a Katia a preparar la comanda para los otros niños.
Masha no comía mucho y siempre se dejaba algo en el plato, viéndose
delgaducha y pálida. Nunca dormía bien y tenía pesadillas sobre los
vampiros y sobre los espectros, que la asediaban mucho en esos tiempos
funestos. Sabía interpretar las emociones de la gente y se ponía en guardia
cuando leía sus pensamientos, y aun sin querer, ya enseñaba su
clarividencia.
Katia se maravillaba de ella y decía que tenía un don único y especial, y
Masha se asustaba cuando veía a sus padres muertos.
Pero dejaría de verlos al cabo del tiempo, conforme se acercaba a la
pubertad, y se preocupaba de atender a los niños y de estar más con
Nikolai, quien a su vez decía que iba a enrolarse en el ejército y que iba a
conocer a una tal Kiera Fraser, quien a sus veinte años ya era una de las
sargentos más prometedoras del ejército imperial, y la cual se estaba
preparando para ser oficial y ascender a comandante en el futuro.
El destino de Kiera estaba enlazado con el de los hermanos, de forma que
el futuro le depararía un terrible destino a ambos, y por ello conocerían
bien a Kiera Fraser, la indómita muchacha que se había enrolado en la
milicia, luchando contra los comentarios despectivos de los hombres, y
quien después de mucho trabajo y esfuerzo, y gracias a su estoica y fría
personalidad, se convertiría en la comandante del ejército republicano, una
vez instaurada la República Roja en Rashia.
Y conocería a la perfección a aquellos dos valientes hermanos cuyas vidas
se habían entrelazado con la suya propia por el azar y la contingencia.
9. EL LEGADO MALDITO
La mujer dormía intranquila, zarandeada por horribles recuerdos y sueños
enlazados que se referían a ellos, a los viejos dioses de allende el tiempo y
el espacio, susurrando historias acerca de colores caídos del cielo y noches
pretéritas, decadentes y arcaicas.
Los otros dioses, cuyas formas y nombres no podían ser conocidos ni
recordados por los hombres mortales, se aparecieron en sus visiones,
dejándola rota y quebrada por el dolor y el miedo, y notaba un terror
indecible que se le disponía a arraigar en el estómago y no se le esfumaba
jamás, por mucho que lo intentara.
Ellos volvían siempre, a verla sufrir, a hacerla llorar y gemir dolorida y
acongojada. Sabían cómo explotar su miedo y volverla una niña sufriente y
asqueada. Tenía miedo de su maestro, un familiar loco de remate que la
sometía a crueles torturas que la dejaban con la espalda en carne viva,
sangrando por los cuatro costados de su ser macilento y destrozado, pero
ellos le inspiraban más pavor, un miedo visceral que le apretaba las
entrañas.
Y lo odiaba tanto que había fantaseado con asesinarlo en numerosas
ocasiones, pero esos macabros proyectos se quedaron inacabados, colgando
inanes en algún compartimento negro y rajado de su cerebro demente,
hiperbólico, insano.
Los primeros padres de los hombres, individuos salvajes y brutos del
pueblo bárbaro de los atilos y los ruanos, habían celebrado ritos en el
nombre de Zhagon y de los Antiguos desde la edad más temprana. Se
habían transmitido tales rituales, cultos prohibidos y diabólicos, de
generación en generación, pasando hasta llegar a la suya.
Los hombres modernos descendientes de los pobladores de la región en
esas épocas pretéritas continuaban la tradición de celebrarlos en noviembre
y en marzo, en la entrada del invierno y la primavera, y estos ritos
consistían en ritos horrendos, de carácter fúnebre y corte sanguinario, en
los que se reunían todos los fieles en una cueva milenaria y sombría para
llevar a cabo la ceremonia.
Ella podía evocar con una precisión milimétrica esos años tormentosos en
los que había sido aprendiz y acólito antes de conseguir su ascensión y
dedicarse a dar ofrendas a la tormenta, ofrendas vivas, de carne y sangre,
de huesecillos pequeños y debiluchos, carnecitas blandas y tiernas, otras
juveniles o seniles, y todas ellas se ofrendaban a los Dioses Estelares, sus
ídolos milenarios, y también a su propio ego gigantesco, el cual siempre
deseaba más, pues ese legado lo llevaba en los huesos.
Siendo niña había probado la sangre y había matado a personas jóvenes y
ancianas con sus propias manos pequeñas y trémulas. La primera vez que
lo hizo le fue imposible dormir en unos días y tuvo espasmos y temblores
cada momento en que recordaba lo que había gestado.
Su maestro, un sujeto curtido y moldeado en el acero y la disciplina
ascética, la había obligado a seguir matando, como heredera de su puesto
que sería, y ella había acabado por acostumbrarse a los manantiales rojos
que manchaban sus manos o le salpicaban a la cara cuando hincaba el
cuchillo en el pecho de la víctima y luego le extraía el corazón.
Habiendo crecido, ya vuelta una mujer, sentía que tales entrenamientos y
prácticas exacerbadas, sanguinarias, no habían sido en vano. Ya no
quedaban rastros de sentimiento en su corazón carcomido por la maldad
infinita. Nada de duda, arrepentimiento, pena o culpabilidad.
El estoicismo en el que había sido criada y los latigazos que le habían
infligido le habían arrancado las últimas reticencias a matar que albergase
en el fondo de su alma, habiendo transformado el acto de asesinar, de
arrebatarle la vida a otro ser humano, en un procedimiento rutinario e
incluso aburrido que ella terminó realizando.
En un principio, ella se movía como un autómata, actuando más por inercia
llegado el momento de las ejecuciones, que por deseo propio, pero al sentir
el poder, el regocijo de saber que dominaba a la persona que la miraba con
ojos suplicantes y le pedía que no la matase, se le despertó la sombra que
estuvo dormida, en letargo como un oso al hibernar, en algún rincón de su
mente, en aquellos recovecos negros en los que nunca había alumbrado la
cordura. Y el sadismo se ocupó de proveerle sentido a sus misiones y de
proporcionarle el placer que hasta entonces no había llegado a
experimentar.
Por lo visto, tenía que matar más y más gente para alcanzar la gloria, el
verdadero éxtasis de poder en el que la muerte fuese insignificante, pues
ella poseía la facultad de dar muerte a todos los débiles niños y mujeres que
se cruzasen en su camino.
El maestro los ponía en el altar de sacrificio, ella los apuñalaba en
bandazos frenéticos y el corazón era extraído de un golpe áspero y duro. El
órgano era echado a los sabuesos o a los acólitos hambrientos, o bien, si al
maestro le interesaba porque su huésped había sido una hermosa y virginal
jovencita, se lo llevaba y lo preservaba en tarros que guardaba en la casa.
Finalmente, ella se despojó del miedo y de la incertidumbre. Tenía algo en
lo que creer, un propósito fijo. Debía ser la sucesora del culto a Zhagon.
Debía allanar el camino de los Dioses, los shoggoths, esos monstruos
deformes y sus señores, los voladores estrellados, y el grandioso Zhagon,
deidad pisciforme de boca horrenda, devoradora de vida y de esperanzas, y
así su maestro se sentiría enorgullecido y no la golpearía en arrebatos de
ira, enajenado y cruento.
Ella se convirtió en una experta mentirosa, en una mujer estoica y seria que
fingía trabajar para el bien y ayudar a la gente, cuando en realidad proveía
de desgraciados a su culto, engrosando las filas de acólitos o bien
otorgándoles a los Dioses el sacrificio que aguardaban. El maestro le decía
que estaba haciendo un buen trabajo, y que era su deber sucederle cuando
él se muriera.
No solía mostrarse cariñoso con ella ni había interacciones constantes entre
ambos que mostrasen signos de afecto recurrente, sino que él, un hombre
hosco ya cargado de años, le enseñaba cómo liquidar personas eficazmente,
una vez que se cansó de que ella solo matara cabras y corderos, y le
encargaba por tanto que estuviese al frente de la reunión.
Ella no dudaba ni un segundo. Hecha la invocación, la ofrenda era
entregada al dios, que podía ser tanto Zhagon como el cefalópodo enorme o
los shoggoths, y estos se marchaban satisfechos y no regresaban en una
temporada.
El maestro se lo advertía muy claro: ella debía ocuparse de engatusar a las
víctimas con el fin de llevarlas al culto, bien por propia voluntad si le
apetecía al desdichado —si los había engañado bien, los mismos sacrificios
entraban en la cueva por su propio pie—, y en el caso de que se resistieran,
hacía falta un secuestro discreto y fugaz.
Nunca nadie podría descubrirlos, o sería el fin del linaje, del poder que su
clan había mantenido durante cientos y cientos de años. El maestro
procedía de las toscas gentes del norte, y era un férvido creyente y
perpetuador del legado maldito, no así su hijo mayor, que se había opuesto
a que la niña fuese inducida a meterse en la secta. No se relacionaba con su
padre porque estaba colérico, al haberse llevado éste a la niña, pero no
podía sospechar para nada, ni una ínfima parte de lo que sucedía en
realidad.
Así pues, ella había crecido viviendo y practicando tales ritos horripilantes,
de gente que se comía a otros seres humanos, rodeada de personas
simiescas y estúpidas que adoraban a deidades ancestrales, y estaba al
corriente de las advertencias de su maestro. Siempre le decía que no podía
fallar bajo ningún concepto, puesto que entonces los dioses se enojarían
con ellos y podrían matarlos en lugar de a las víctimas.
En el nuevo caso del que se estaba ocupando, la víctima concreta era
virgen, tranquila y dócil como los corderitos esponjosos, y podría saciar su
hambre y su sed de sangre, pero no podía tocarla. Y, sin embargo, desde el
primer instante en que la vio, se quedó prendada por esa figura de marfil,
vulnerable y medio rota, minúscula criatura perdida en el océano de un
universo insensible, ajena a los dolores y sinsabores del mundo real.
Verla y estar con ella, sabiendo que nunca podría poseerla, la llenaba de
amargura. Ella nunca había perdido los papeles. Era recta, pulcra y severa.
Tenía un temple duro como el hierro y una actitud crítica e intransigente.
Pero no se esperaba en absoluto que el cordero recién llegado pudiese
derrumbar su inexpugnable fortaleza. La coraza que se había puesto para
que no pasara la luz se rompió poco a poco, agujereada por las filtraciones
de ella y de su espléndida sonrisa y su lindo cuerpecito.
Y como hace el agua sobre una roca, ella la desgastó y la hizo caerse y
hundirse en las mareas de la sensualidad, desterrando toda regla de ella, de
su inamovible código de conducta. Ya no tenía ganas de seguir cumpliendo
las normas de su comunidad. Solo deseaba estar a su lado, mirarla a los ojos
y tocar su cuerpo de ángel… Pero ése sería el fin de su vida, marcada y tallada
por la soledad y la tragedia.
El maestro había sido tajante: no podía tocarla so pena de muerte. No podía
corromper su sangre ni su cuerpo, o los dioses se enfadarían con ella y la
mandarían a la negrura. Podrían hacerle mucho daño a ella y a sus fieles.
Podrían matar al maestro. Y ella no quería que eso pasara, pero le resultaba
difícil resistirse a la tentación. Y su amor, joven y dulce, delicado e
inocente como un niño, se dejó hacer lo que ella quiso hacerle, impulsada
por la lascivia. Y probó los sabores amargos del amor.
Y no hallaría fuera del bien centro y reposo, aunque su misma vida colgase
de un hilo. Empezó a tener pesadillas en las que todo se volvía negro, pero
el mayor infierno era mirarla a ella, a esos cálidos ojos marrones, antes del
fin. Cuando deslizaba el puñal y salpicaba la sangre.
El hombre llegó a la casa y se encontró a la mujer desayunando.
—¿Cómo te va con la operación? —le preguntó nada más verla.
Ella se comió el trozo de pan y le respondió:
—Bien. Vamos poco a poco, sin acelerar mucho. No me conviene que eso
pase y pierda el interés en mí.
El viejo la miró a los ojos, pero ella se mantuvo inmutable, fría igual que la
escarcha.
—No te olvides de prepararlo todo para el evento más importante que nos
ocupa. Estamos ya a finales de febrero, y cuando sea marzo, celebraremos
la ceremonia. La luna de sangre está próxima a venir, y cuando aparezca,
en esa noche funesta, celebraremos la venida de la salvación. Un nuevo
comienzo.
Ella siguió comiendo mientras él se quitaba pelusas de la sotana y la
miraba.
Y ella añadió, lóbrega:
—Y en ese momento, podremos cambiar el destino del mundo entero.
Traer la justicia a la sucia humanidad. Y limpiaremos todo, eliminando a
los idiotas, los pecadores que no pueden existir.
El viejo sonrió, esbozando una sonrisa maligna, el rictus de una curvatura
provista de maldad.
—Los Dioses volverán aquí, y las mitologías se harán realidad. Él saldrá de
su templo bajo el mar, en el que ha reposado por centurias, y estaremos
dispuestos a derramar sangre para que su voluntad se cumpla. Y él nos
garantizará todos nuestros deseos.
Ella movió la cabeza, sin embargo, no sonrió. Una mueca se delineó en sus
labios, otorgándole una vetusta expresión.
—¿Y ellos podrán darnos lo que deseamos?
—Claro que sí. Nosotros, sus siervos, que vivimos por y para preservar este
nuestro legado, alcanzaremos la paz. Dejaremos atrás el padecimiento y
entraremos en el reino de la dicha; la sangre correrá cálida sobre la tierra —
persistió el viejo, exultante.
Ella se levantó de la mesa. Permanecía en serenidad, impertérrita.
Será el día que se vayan a juzgar a los pecadores. Ellos serán convocados y
acabarán con los perversos y los condenados a morir. Los mortales que no
los veneran no tendrán escapatoria. Será una masacre unilateral. Qué
alegría. Por fin esas gentes necias serán erradicadas… Ah, cuánto lo deseo.
La sangre. Deseo ver ríos de sangre.
—Será el día del Juicio Final —dijo él, y ella lo miró—. Pero tienes que
hacer que la operación salga bien y no se estanque. Has de preparar al
cordero para el sacrificio. Y tú oficiarás llegado el momento y su sangre
pura será derramada, para ofrendarnos la gloria y la felicidad eterna.
Ella asintió y se mostró de acuerdo con ello.
—Lo comprendo, maestro. Acataré sus órdenes al pie de la letra.
—Así me gusta. Estás haciendo lo correcto. Serás recompensada.
Ella se miró las manos y luego a él. Y una sonrisa desquiciada, propia de
una mente catastrófica, se configuró, pincelada sobre sus labios.
—Lo sé. Haré lo que tengo que hacer. Nada es más relevante que eso. Y los
sentimientos serán eliminados. No valen para nada. Yo… Lo odio todo de
ellos. Quiero matarlos por lo que me hicieron. Ejecutar mi venganza. Por
eso los mataré a todos.
El viejo asentía sin dejar de sonreír.
—Pues hazlo. Y utiliza tus dotes para llevarlo a cabo. Crea una tierra de los
bienaventurados.
Ella pareció sentir espasmos de lucidez, y lo miró tenebrosamente.
Y replicó:
—Entonces, será el momento decisivo. La oscuridad engullirá a la luz y el
sol dejará de brillar. La tierra será de los dioses, ellos la reconquistarán y la
someterán de nuevo.
—Así es como debe ser.
—Los detesto a todos —dijo ella, y en su mirada se deslizó la locura,
pugnando por salirse del abismo—. Será el día en que la muerte caiga sobre
la tierra. Y ellos se fundirán con la oscuridad eterna.
Y todos perecerán. Incluida ella. El cordero blanco de pureza y de plena
hermosura… No, ella no debe vivir. A pesar de todo lo que he vivido con
ella, no puedo dejarla con vida. O si no, me enfrentaría a un castigo más
grande de lo que puedo soportar. O su vida o la mía. Hay que pagar un
precio. Nuestra deuda será con sangre. El destino del mundo y la tradición
son más prioritarios que la vida de esa mujer. Y en este mundo de mierda,
es comer o ser comido.
Le sonrió al anciano.
—Bueno, maestro, iré a hacer unas gestiones ahora. Tengo una reunión y
no puedo faltar. Nos vemos.
—Sí. Ve con cautela.
La mujer se marchó y él se quedó pensativo.
Masha estaba envuelta por una densa y abrumadora aura, un fétido miasma
que emanaba de un ser que estaba en la nave central. Se hallaba en la
iglesia de Krez, aquel lugar sofocante al que Ruby le había instado a no
acercarse.
Anduvo a tientas, sorteando los escombros, y se fijó en que, en derredor
suyo, había fuego y ruinas. Por todas partes, los bancos estaban cubiertos
de sangre, las personas mutiladas y descabezadas, y los gritos de los que
aún estaban vivos, pero tenían miedo de morir. El púlpito chorreaba sangre,
y un libro antiguo de tapas negras estaba abierto por una página al azar.
Caos. Gente chillando y corriendo despavorida. Más soldados combatían al
bicho, un monstruo informe que tenía un cuerpo gelatinoso y blandengue y
muchas protuberancias que se asemejaban a ojos o piernas humanas. El
monstruo se acercó a los soldados, que le disparaban en vez de huir, y se
los tragó con sus inmensas fauces, negras como boca de lobo.
Masha se alejó de ellos y distinguió a las brujas que eran sus amigas. Irina,
Anya y Ruby se afanaban luchando contra el ser, pero no podían hacerle
frente. Zia cargaba con Alice, que estaba atontada, como si le hubieran
dado una paliza, con descargas eléctricas de muchos voltios, y en mitad de
ese tremendo horror que carecía de nombre, Masha se sintió desorientada.
Las brujas juntaron sus manos, entonando cánticos mágicos para
protegerse, pero no les sirvió de defensa contra el hórrido ser que se
arrastró a ellas y las devoró. Se volvió a ella, sediento, y Masha echó a
correr…
Se despertó de golpe, con sudores fríos en la nuca. Se le vertían por el
espinazo. Comprobó que era de noche al avistar el reflejo de la luna llena.
Talía dormía a su vera, más calmada que las noches anteriores.
Masha se salió de la cama, dejando las sábanas revueltas y hechas un lío, y
miró a la luna gibosa y redondeada, que parecía estar hecha de plata. Casi
parecía sonreírle, como si supiera lo que iba a pasar y estuviera jugando
con sus sentimientos.
Algo adormilada, Masha fue a la biblioteca a investigar.
En las sombras de la nocturnidad fría e insensible, que ponía a remojar su
sentido común y quebraba y astillaba las aristas de sus huesos, Masha ojeó
el libro de los cultos que había escondido en otro estante para que Diane no
la volviera a reprender y la dejara a su aire.
Se lo puso bajo el brazo y se lo llevó consigo. Sentada en el escritorio, leía
a la luz de la lámpara. Leyó el nombre del escritor: Abdul Alhzed.
«Culto prohibido en honor a Zhagon. Los mitos de Zhagon y de los otros
dioses.
Desde hace miles de años, desde los tiempos más antiguos y caducos, los
hombres de las estepas rashianas, que descienden de los bravos atilos y
ruanos, celebran en los meses de invierno, a primeros de noviembre y de
primavera, ritos de cuestionable moralidad.
“Son ritos paganos que veneran a los Dioses Estelares, los que vienen de
más allá de las estrellas más lejanas del universo remoto e incógnito. Tales
ceremonias tienen lugar en la más absoluta discreción, en total secreto, en
cuevas o sitios oscuros y poco conocidos por los habitantes del pueblo,
excepto los que son practicantes y pertenecientes a la secta.
Las gentes del pueblo de Krez me han contado detalles escalofriantes
acerca de este viejo ritual, que lleva celebrándose entre los modernos atilos
desde antes de que sus tatarabuelos existieran.
Dicen que en días previos a que tenga lugar, desaparecen multitud de
cabezas de ganado, denunciándose la desaparición inexplicable de
corderos, crías de carnero, ovejas hembras y cabras. También se esfuman
los bebés de seis meses en adelante y los niños de edades comprendidas
entre los cuatro y los diez Nadie sabe qué será de ellos, y nadie puede
saberlo jamás. Sencillamente, desaparecen y nunca más se vuelve a saber
de ellos.
He estado tomando notas sobre ellos según los datos que los pueblerinos
me han ayudado a recopilar. Gracias a ellos, y a la exhaustiva investigación
que persigo, he logrado entrever de qué trata el culto y catalogarlo como
uno de los más sangrientos jamás conocidos.
«En primer lugar, es regido por un Padre, un sacerdote que oficia la
ceremonia, de avanzada edad y aspecto extraño y maligno, aunque parece
muy ordinario si se lo ve. Y éste suele tener a un alumno de su lado, un
neófito al que ha iniciado desde hace muchos años en el mundo sectario y
el cual tomará el relevo cuando el viejo muera. Es su ayudante, y puede ser
el encargado de secuestrar a las niñas o mujeres y de matarlas.
En segundo lugar, la manera de iniciarse en el culto. Los no iniciados
entran cuando son muy jóvenes, llevados por sus madres o por
recomendación de algún adulto de referencia. Normalmente las personas
que lo conforman se conocen entre ellas al ser miembros de la comunidad.
Suelen ser familiares directos, en primer, segundo o tercer grado, o gente
loca que simpatiza con el culto y quiere formar parte de sus celebraciones.
En tercer lugar, y éste es un punto importante, las víctimas son llevadas al
culto mediante el engaño sistemático o el rapto, en medio de la noche o por
la tarde en invierno, cuando ya se hace de noche más pronto. Son raptadas
cuando no queda más opción, ya que normalmente son traídas por el
ayudante. Me atrevo a elucubrar que debe de ser listo y avispado para
engañar a las pobres chicas y luego llevarlas a su muerte.
El cuarto punto es éste: las víctimas no pueden ser mujeres anodinas, sino
mujeres que sean brujas, que tengan poderes inusuales y extraños que a los
fieles les suscite curiosidad.
Los requerimientos para ser una víctima propicia son éstos:
1. La víctima ha de ser un niño imberbe, que aún no ha llegado a la
pubertad, o un bebé de entre cinco y diez meses, o niñas de entre los seis y
los diez años. Asimismo, pueden ser mujeres castas de vida puritana que
nunca hayan tenido una relación sexual o mujeres ancianas sin marido o
relaciones previas.
Los aldeanos me explicaron que los acólitos desean que su víctima sea de
estas características porque su sangre pura y su carne blanda les resultará
más agradable a ellos y al dios, y porque es más fácil convencerles, a niños
y jóvenes ingenuas, de ir con ellos.
2. Deben poseer habilidades psíquicas para poder comunicarse con los
dioses y otros seres cósmicos. Esto es de especial relevancia. Los poderes
psíquicos son heredados de la Dama Oscura, la terrible Vanika, la bruja
inmortal que creó hombres horrendos y les legó parte de su maldición al
transformarlos en seres de la noche.
*Datos importantes:
La mayoría de esos hombres se convirtieron al cabo en vampiros que
pululan por el estéril terreno llamado la Sombra, pero otros, una minoría, se
integraron en la comunidad de la secta.
Una vez que la víctima va a ser sacrificada, se la maniata y se la pone en el
altar, y seguidamente se le extrae sangre, que se echa en un cáliz y en el
libro mágico. Se invoca, con esa magia, al dios, y al fin, cuando ya esté
presente, él devora el corazón de las víctimas y los convocantes el resto del
cuerpo. «
Masha cerró el libro, conteniendo las náuseas.
Hacen sacrificios humanos. Son caníbales. Espera, ha dicho algo de Krez.
El rito se celebra allí… En la iglesia maldita. Entonces, si secuestran brujas
tiene que haber un túnel que comunique con el gremio y los lleve a Krez.
Debe estar por algún lado.
Fiodor no cesaba de maullar alterado, dando correrías frenéticas, y Masha
se acercó a él.
—¿Qué pasa, Fiodor?
Él seguía maullando, y se fue, pretendiendo llevarla fuera de la habitación,
conminando a Masha a seguirlo. Ella se preparó, poniéndose la kaffta, los
guantes y las botas para protegerse del frío, y cerró la puerta, cuidando de
no despertar a Talía.
Cogió un candil y siguió al gato escaleras abajo hasta que entraron al
subsuelo del edificio y caminaron unos doscientos metros en línea recta.
Masha se abrigó en su kaffta y procuró seguir a Fiodor, que la condujo a
una puerta secreta cuyo resorte Masha encontró a ciegas en las tinieblas y
al accionarlo, se abrió de golpe, revelando un túnel.
—¿Qué es esto? —se preguntó Masha, mirando extrañada el profundo
socavón excavado en la roca del muro.
Fiodor maullaba más alto, casi aullando, y la miró, como si le estuviera
diciendo, a su manera, que tenían que entrar por ahí, a la negrura densa e
impalpable, con el fin de hallar la verdad.
Masha se sintió impulsada por la curiosidad y el deseo de saber más, y
confiando en su instinto y los de Fiodor, que eran mucho más agudos que
los suyos, entró en el túnel. Fiodor avanzaba más rápido, y ella iba a la
zaga, pero cogió carrerilla y se puso a nivel.
Los golpes tumultuosos de cientos de patas la asustaron, y a punto estuvo
de sufrir una conmoción. Ratas gordas y de pelaje espeso salían de las
paredes que goteaban, húmedas por el agua subterránea que se filtraba
desde arriba. El túnel parecía perderse en las profundidades mismas de la
tierra, habiendo sido construido por manos humanas hacía miles de años.
Masha sentía las preguntas agolpándose en su cabeza, dando vueltas como
en un carrusel.
¿Los acólitos han construido esto? Entonces debe de llevar a la iglesia
maldita.
Las ratas, cuyos ejemplares más grandes podían llegar a las pantorrillas de
Masha, pasaron corriendo a su lado, rozando sus botas, y ella trató de
apartarse; Fiodor corría detrás de las bandas de roedores, y Masha los
iluminó, y a la luz del candil se vieron enormes para ser simples ratas, con
ojos disfuncionales, ciegos, por su larga estadía sin luz del sol; especímenes
extraños y obscenos de un terror innominado, que nunca se había revelado
a los ojos de los hombres corrientes y que se había desarrollado a espaldas
del mundo, y cuya progenie seguiría alimentándose de carroña y quién sabe
si de restos humanos, inmersa en la porquería, la negritud y la inmundicia
de una existencia aislada en el seno de las sombras eternas.
Fiodor se encargaba de espantar a algunas, dispuesto a darles caza, y se
lanzaba sobre ellas, y entre los gritos de los roedores y los bufidos de
Fiodor, Masha fue andando en la negrura.
El túnel interminable se ensanchó al cabo de dos horas, el momento en que
Masha y Fiodor hubieron recorrido los cinco kilómetros que lo separaban
de la iglesia de Krez, el lugar de destino. Masha alumbró en la oscuridad,
constatando que habían salido finalmente del túnel, por los maullidos
recelosos de Fiodor y el silencio que se había quedado, sólo interrumpido
por los golpeteos de las patas tanto del felino como de las ratas.
Masha, alumbrando el espacio a su alrededor, desgarró la oscuridad,
advirtiendo entonces que el túnel había acabado, dando paso a una cueva
milenaria y oscura, cuyo paisaje kárstico contenía estalactitas y
estalagmitas diseminadas por los recovecos, y era grande y negra como
boca de lobo.
Tuvo que andar con cautela, mirándose los pies todo el rato del descenso a
fin de evitar tropezarse y caerse con la gravilla y las rocas sueltas. Cuando
Fiodor y ella bajaron la pendiente, se levantó un polvo arenoso que lo
cubrió todo en derredor de ellos. La cueva se abrió aún más, extendiéndose
hasta límites exponenciales e inimaginables, y Masha hizo luz en el suelo y
casi se consternó del susto. El pavimento terroso estaba lleno de huesos,
desparramados sin orden ni concierto.
Las náuseas empezaron a manifestarse.
¿Qué locura es ésta?
Fiodor se disponía a explorar, y ella comenzó a hacer la expedición por la
zona, aguantando las arcadas, pues olía muy mal, a pestilencia y
corrupción, y se le antojó nauseabundo, y se le puso la piel de gallina.
Fiodor no se calmó, sino que siguió gruñendo a las ratas que aparecían para
molestarlo, interponiéndose en su trayecto, y él estaba con la cola erizada a
tope y marchaba a cazarlas, y estas serpenteaban entre Masha y él.
Masha, aturdida por tanta descarga de información, fue dando vueltas por
la cueva, explorando la zona. Descubrió, al acercarse para echarles un
vistazo, y viéndolos nítidamente, que los huesos desperdigados eran restos
de seres humanos, entre los que había cráneos, costillas, fémures, tibias y
más, de tamaños grandes y pequeños, medio podridos y descompuestos o
roídos por las ratas.
Esqueletos recientes, o muy viejos, zarandeados y separados con
brutalidad, al haber sido los huesos arrojados allí. También se percató de
unas jaulas de metal más al fondo de la cueva, que contenían los esqueletos
pútridos de ovejas y cabras, a juzgar por los restos de pezuñas y
cornamentas.
Casi se resbaló y se cayó por la sangre, coagulada y de un intenso tono
negruzco, que encharcaba el suelo, inundando la caverna, anegándola por
todas partes.
Masha gimió de pánico.
No… No es posible. Aquí se celebran los ritos y arrojan a los sacrificios tras
haberlos devorado… Matan tanto animales como personas… Esto es un nido
de monstruos.
Se le encogió el corazón, volviéndose del tamaño de un puño, al divisar
más restos humanos al aproximarse a las áreas lóbregas de la cueva, pero
eran mucho más pequeños que los otros que había visto, e incluso algunos
eran tan diminutos que supuso que corresponderían a bebés.
Masha se contuvo, agarrándose las ropas, para no vomitar por el repulsivo
y dantesco escenario que estaba presenciando.
Esto es insano. ¿A quién se le ocurriría matar a bebés? Ahora todo cobra
sentido. El libro decía lo que verdaderamente pasaba. Y aún sigue pasando.
Esta gente está loca de atar. ¿Y cómo podría detenerlos?
Sintió escalofríos por todo el cuerpo, se le había activado el sistema de
alarma. Tenía que salir de allí cuanto antes. Fiodor vino a ella, con una rata
muerta colgando de la boca, y la arrojó a sus pies, emitiendo luego un
maullido satisfecho, como queriendo decirle:
«Mira, ama, he cazado una rata para ti. ¿A que es un buen regalo?”
Masha se fijó en unas pequeñas heridas producidas por incisivos en los
cadáveres, y en lo gordas que estaban las ratas, y unió dos hipótesis. No
había que ser un lince para llegar a la conclusión de que las ratas se comían
lo que quedaba de los desafortunados.
Ellos devoran el cuerpo del sacrificio salvo el corazón, que es ofrecido al
dios. Y lo que quede es consumido por las ratas. Con razón han engordado
tanto.
Masha decidió marcharse, poniendo pies en polvorosa. Llamó a Fiodor, que
acudió diligente a su llamada tras lavarse las patas concienzudamente de
los restos de tierra.
—Vámonos, Fiodor.
Debo contarle esto a alguna de las chicas. A Irina, o a Ruby… No, no puedo
hablar con ellas de esto aún, necesito conseguir más pruebas de que esto
existe, o creerán que les estoy diciendo bolas. Lo hablaré con Nikolai si él
se despierta. Y ni una palabra a las maestras, pues dirán que estoy majara.
Consternada, con lágrimas saltando en sus ojos marrones, Masha se dio la
vuelta, preparada para irse, en el instante en que movió uno de los
esqueletos, y asomó de entre las capas de sordidez un lazo verde junto a un
fino pelo rojo, que reposaban sobre un esqueleto pequeño.
Masha recogió el lazo y lo miró. Recordó lo que Talía le había contado
acerca de sus amigas, y que, en la fiesta de bienvenida, Miranda tenía el
pelo recogido en dos trenzas anudadas con lazos verdes. Observó el
esqueleto y sacó conjeturas, llegando a la tórrida verdad.
Se le cortó la respiración y tembló como una hoja. El corazón le daba botes
en el pecho, acelerándose cada vez más. La vista se le nubló por unos
segundos, pero no soltó el lazo, y observando aturdida el esqueleto de
cuencas vacías, menudo y gris, en la fosa de las almas perdidas, se sentía
hundida por el peso de una verdad insostenible, de una revelación
demasiado macabra para ser soportable, siendo aplastante y desquiciante in
extremis.
Miranda… Oh, no. ¿Por qué, por qué te han hecho esto? ¡Tú, tan pequeña,
sola en la oscuridad…! ¿Por qué te han matado? ¡No quería que murieras!
¡Y no pude salvarte!
Se cayó derrumbada, sollozando de frustración y de pena, sin detenerse a
pensar en nada más, pues no había escape para su tristeza más que llorar; el
dique se había roto y el agua se desbordaba desde sus ojos desconsolados.
Era el desorden que le habían dejado, y ella se apenó por la muerte de una
niña, una inocente criatura a la que no había podido rescatar de la desidia,
la muerte, el dolor y la miseria del mundo.
Mujeres y niñas maltratadas. Prostitución, esclavitud, tráfico de seres
humanos, odio, maldad, suciedad, violaciones y asesinatos…. Todo eso
pululaba en la cara oculta del mundo, y Masha se lamentaba de no haber
salvado a Miranda de las garras de la crueldad humana, en tanto lloraba
frente a su cadáver.
Finalmente, tras un debate interno entre su razón y su corazón, se decidió a
avanzar, a seguir viviendo para poder hacer justicia a las víctimas.
Han matado a una niña inocente, a una más de miles de niñas y mujeres
que han asesinado… Han segado tantas veces la vida que ya no les importa
si una más o menos. No puedo decírselo a Talía, es muy pronto para que lo
entienda. Tal vez no pueda contárselo nunca. No pasa nada. Debo
asegurarme de que sea feliz. Cuidaré de ella para que no le ocurra nada así.
Resuelta, apretó el lazo con el pelo y lo guardó en los bolsillos de la kaffta,
llamando a Fiodor a que viniera junto a ella. Éste la siguió obediente,
todavía gruñendo a las ratas que corrían despavoridas, huyendo de su
depredador natural.
Masha y Fiodor dieron marcha atrás, regresando al gremio, alejándose de la
abominable cueva, internados de nuevo en ese laberíntico y angosto túnel,
y al retornar al cuarto, Masha escondió el libro en un cajón de la mesilla, se
colocó el camisón y trató de dormir.
Sus sueños se trocaron en violentas pesadillas, y en todas ellas presenciaba
la muerte de Miranda, sus ojos aterrorizados vueltos hacia la figura negra e
inhumana que no vacilaba ni un instante y le arrancaba el corazón.
10. COMO SALVAJES
Masha se despertó gritando de terror, al distinguir con nitidez y por
enésima vez el rostro desencajado de la pequeña Miranda, sus ojos
desenfocados, su torso abierto y rajado de parte a parte, y su corazoncito
siendo extraído… Y aún palpitaba en las manos de su verdugo…
—¡No, no, no! —gritó Masha, dolorida, antes de distinguir a Talía, quien la
miraba inquieta.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Se acercó a ella latente de curiosidad, como todos los niños.
Masha movió las manos nerviosamente, restándole importancia a su crisis.
—No, es sólo un mal sueño. Las típicas pesadillas. Tengo que acostarme
temprano y tomar más infusiones para relajarme. Se me pasará —dijo en
tono más convincente, y a pesar de ello Talía la miraba confusa.
—Debes cuidarte, Masha, me estás preocupando. —La abrazó de repente y
Masha se enterneció por su calidez—. Somos hermanas, ¿no? Cuidamos la
una de la otra.
—Es cierto, Talía. Gracias por tu apoyo.
—De nada.
Talía le sonrió y se puso a dar botes. Masha se levantó, se lavó la cara y se
vistió ante su atenta mirada. Se puso una kaffta dorada encima de un
vestido del mismo color, las botas oscuras, y los guantes de lana los dejó en
el bolsillo. Se fue al tocador, y se esmeró en maquillarse, echándose carmín
en los labios, sombra de ojos y polvo de rosas en las mejillas para añadirles
más color.
Girada a Talía, le sonreía.
—¿Estoy guapa?
—¡Estás radiante! —Talía se rio con cierta picardía—. ¿Adónde vas? No
me digas que a otra cita con tu amante.
Masha pensó en Kiera y se sonrojó.
—No, no es eso… —Le sonrió animadamente—. Voy a una fiesta al
Palacio Blanco. El presidente Dominik me ha invitado y desea que yo vaya
personalmente.
—¡Hala, qué chulo! ¡Te vas a volver una celebridad, y harás que los chicos
se vuelvan locos y beban los vientos por ti! —se emocionó Talía.
Masha le sonrió de nuevo y meneó la cabeza.
—Qué cosas se te ocurren, Talía. Eres muy imaginativa.
Talía comenzó a dar saltos, entusiasta.
—¡Seguro que conoces a un apuesto rico y te casas con él, y tienes tres o
cuatro hijos, o incluso más!
—Uf, eso no me interesa. —Masha volteó los ojos, rememorando
súbitamente la mirada de Kiera, desbordante de deseo hacia ella—. No, no
me apetece. Soy muy joven.
Se rio, y Talía se sumó a las risas, y al bajar al comedor, se encontraron a
las otras brujas, las amigas.
Irina y las demás estaban ocupadas haciendo pasteles y tortillas y carne
para alimentar a las cuarenta y cinco brujas que ya formaban parte de la
hermandad (pues habían venido diez muchachas nuevas en las últimas
semanas).
Al verla, sonrieron de gozo, deslumbradas.
—¡Qué bella estás! —Irina la abrazó, tierna—. ¡Si pareces la princesa de
algún cuento medieval!
—No es para tanto, solo me he arreglado un poco.
Anya, Zia y Ruby la miraron estupefactas.
—¿Un poco? No seas humilde. ¡Te has puesto reluciente! Yo diría que vas
con intención de conseguir pareja —dijo Anya, guiñándole el ojo.
—Oh, Masha, vas preciosa. Ese kaffta te resalta la cara. La tienes pálida y
fina, pero luces bien —comentó Zia afablemente.
Masha les regaló una sonrisa.
—Gracias, chicas.
—¿Adónde vas así de guapa? —le preguntó Ruby.
—A una celebración en el Palacio Blanco.
—Oh, vaya, ojalá pudiéramos ir… Pero estamos muy atareadas ahora —se
quejó Anya.
Se enfocaron en las tareas. Zia cargó el saco de patatas y lo puso sobre la
mesa.
—Bueno, pues manos a la obra, que tenemos mucho trabajo que hacer —
dijo Irina.
—¿Qué vais a hornear? —se interesó Masha.
—Tarta de arándanos y de manzana, ensalada de patatas cocidas con carne,
pescado guisado y empanadas de carne —dijo Anya—. Al principio sonaba
aceptable cuando Alice lo dijo, pero yo me sospeché que olía a
chamusquina. Y en efecto, así era: nos han puesto al frente de la cocina
mientras ellas se van a darles clases intensivas a las nuevas. ¡Qué lata!
—Pues yo me siento orgullosa de que hayan delegado en nosotras los
deberes culinarios —comentó Zia—. En mis malos tiempos, Diane no
paraba de regañarme por cada fallo cuando yo estaba en los fogones.
Resulta que se me quemaban todos los platos…
—Será un largo día, pero sobreviviremos —farfulló Ruby, y miró a
Masha—. Tienes suerte de poder escaparte.
—No es que yo quiera ir tanto como parece. Es una cena con el Jefe de
Estado y los militares. En realidad, la idea me la sugirió Kiera.
Las otras cruzaron miradas cómplices. Irina torció la cara en una mueca,
que evidenciaba el desagrado que sentía hacia Kiera.
—Esa tía… Ya te dijimos que no nos gusta ni un pelo. Por mí está bien que
vayas, pero no nos gusta que estés con ella.
—No es mala persona…, solo es peculiar —dijo Masha.
—Venga, no la defiendas —masculló Irina—. Después de todo lo que te ha
pasado por culpa de ella, tienes que reconocer que no es buena. Te quiere
intoxicar. Es una maldita serpiente.
—No es mala conmigo —intervino Masha.
—No me gusta, huele a maldad. —Talía refunfuñó, observando a Masha—.
Seguro que es mala de verdad.
—¿Qué dices, Talía? —Masha le acarició la cabeza, pero la niña resoplaba
rabiosamente—. No seas criticona. No es de buena educación criticar a los
mayores.
—Por favor, no nos des lecciones de moral —Ruby señaló a Masha, que se
cohibió—. Tú misma eres capaz de fiarte de Kiera, porque te da buenas
palabras y regalos, y sé que, aunque te diera un ramo de rosas con un puñal
por detrás, no te importaría. Eres demasiado ingenua, Masha.
Ella frunció el ceño, dolida.
—¡No soy tan tonta como para eso! Confío en ella porque me trata bien.
Vuestras sospechas son infundadas, chicas. Os prometo que todo está
bien….
No estoy cometiendo un fallo al confiar en Kiera, ¿no? Ella es difícil, pero
yo siento que sus sentimientos hacia mí son sinceros. Y nuestros lazos son
cada vez más fuertes.
Zia dijo, resignada:
—Bueno, haz lo que quieras. No importa lo mucho que te prevengamos,
irás al peligro de todos modos. Es mejor que lo descubras por ti misma.
Oyeron unos pasos acercándose.
—Ah, debe de ser Alice —dijo Irina—. Le preguntaremos cómo debemos
proceder…
Se callaron ipso facto al ver a Kiera, mirándolas con una expresión de
desprecio, como una loba sedienta de sangre. Reparó en ellas, escaneando
una a una; en sus ojos había esquirlas de hielo. Fueron instantes previos a
fijarse en Masha.
—Te estaba esperando fuera, pero como vi que no venías, supuse que
estarías dentro. —Miró lúgubremente a las demás—. Y ya veo que os estáis
divirtiendo a mi costa. Os estáis riendo de mí, ¿no? Espero que tengáis una
justificación plausible.
Volvió a taladrar furiosa a las brujas, que estaban lechosas, aterradas.
Irina titubeó:
—No, bueno, eso… No pretendíamos…
Perturbada por la fría mirada de Kiera, se resignó y bajó la cabeza.
Masha intercedió, sonriéndole a Kiera:
—Siento haberte hecho esperar. Me había olvidado de la hora exacta a la
que habíamos quedado. Soy tan despistada…—Rio nerviosa y añadió—:
Solo hablábamos de trivialidades.
—¿Ya estás lista?
Kiera la miró, ansiosa, y ella asintió.
—Sí, lo estoy.
—Entonces podemos irnos.
Kiera les dirigió a las brujas una última mirada llameante que destellaba
auténtico desdén, pero ellas ya estaban prevenidas y solamente se centraron
en Masha.
—Que te vaya bien, Masha —le sonrió Irina, cariñosa.
—Espero que te diviertas mucho —le dijo Talía, que se había puesto a una
distancia prudencial de Kiera.
—No bebas mucho alcohol, que eso no lo aguantará tu cuerpecillo —le
advirtió Zia, y al ser mirada por Kiera, Masha se ruborizó.
—Y a ver si consigues a un novio guapetón y nos lo presentas —le sonrió
Anya, amistosa.
—Y come, no te dejes nada en el plato —le dijo Ruby—. Tienes que
ponerte fuerte.
Se enfrascaron en sus deberes, pelando patatas mientras conversaban, al
salir Masha y Kiera.
—Se ve que te aprecian mucho —le dijo Kiera, una vez que marchaban
hacia el Palacio Blanco.
—Sí, son buenas chicas. Pero no está bien que hablen mal de ti. Te pido
que las disculpes por eso —le dijo Masha, sintiéndose azorada.
¡Mis amigas te odian y todavía no entiendo por qué razón! Pero mi mayor
temor es que no te comprendo, Kiera. Y te amo a pesar de eso. Espero que
algún día pueda comprender el alcance de tus actos y el significado de ellos
y de tu actitud….
—No me importa, no te preocupes. —Kiera le sonrió con cariño, y Masha
se calmó un tanto—. Siempre hay gente criticándome a mis espaldas. Estoy
acostumbrada a despertar rencor y envidia allá donde voy. También sucede
con mis subordinados, por eso soy tan inflexible con ellos.
—Ya veo. Debe de ser duro.
—La resiliencia es fundamental. Tienes que tener una mente fuerte y
adaptativa. Pensar en que no importará lo que piensen de ti, si algún día
ellos serán polvo, ecos olvidados por otros. A todos nos pasará, Masha. —
Kiera elevó la vista al cielo, tintado de azul y surcado por nubes blancas—.
No temas la muerte. Cuando llegue la hora, todo será igual para todo el
mundo. Nos acercamos al mañana, vivimos el día a día, caminando hacia el
futuro, hacia el olvido y la muerte, la sombra que seremos. Donde todo se
desvanece.
—Una reflexión muy interesante —comentó Masha, y Kiera le sonrió.
—Leo bastantes libros en mi tiempo libre, aunque apenas tengo, ya que
siempre estoy trabajando…
—Oh. ¿Y son buenos libros?
Masha la miró con los ojos brillantes, y ella se encendió.
—Te prestaré algunos si deseas leer.
—Vale. Muchas gracias.
—De nada —le sonrió Kiera, y se fijó en el cielo—. Hace un día soleado.
—Vamos a divertirnos, ya que estamos juntas—se emocionó Masha.
Kiera le sonrió con ternura.
Masha se animó y habló más, relatando las experiencias de los últimos
días, aunque omitió las referencias al culto terrorífico y Kiera no le
preguntó más por Nikolai.
Al llegar, aparcaron en una explanada cercana a la residencia presidencial,
y entraron en la mansión.
Por supuesto, allí se congregaban los generales, capitanes y oficiales de
todos los rangos y ejércitos de la República Roja, engalanados con sus
mejores trajes, junto a sus mujeres ataviadas con sus más vaporosos
vestidos, ellos festoneados de medallas que lucían orgullosamente sobre el
uniforme, y ellas cargadas de joyas.
Kiera también iba de uniforme, y Masha pensaba que estaba muy atractiva
así, y le gustaba mucho cuando sonreía. Además, su presencia intachable
lograba imponer respeto a los asistentes, que la saludaron respetuosamente
al verla pasar.
Dominik y su mujer, Mila, se les aproximaron con una sonrisa de oreja a
oreja.
—Saludos, comandante Fraser —dijo Dominik, y miró a continuación a
Masha—. Un gusto volverla a ver, señorita Masha.
—El gusto es igualmente mío, señor presidente —dijo Masha, mostrándose
recatada y a la vez amable.
Mila comentó alegremente:
—¡Qué bonito vestido, y qué graciosa muchacha eres!
Masha sonrió, sonrojada por la lisonja, y ellos continuaron conversando
con ella y con Kiera un poco más.
—Cenaremos juntos, pequeña —le dijo Mila—. Sería genial que
pudiéramos ver algún espectáculo más de los que haces.
—Sí, yo podría mostrarles algo más. He aumentado mi poder y lo estoy
controlando mejor.
—Eso es una alegría —dijo Dominik, y ella sonrió.
Se sentía aliviada y recargada de energía. Se excusó diciendo que iba a
beber agua, y Kiera compartió unas cuantas conversaciones sobre ella al
presidente, asegurándole de que Masha era una excelente bruja.
—Está progresando mucho. Es notoria su mejoría, aunque de momento no
ha conseguido recuperar peso.
—Qué pena, con esa carita tan linda que tiene —decía Mila—, si se
recuperase, se vería más bonita. Y es una buena chica.
—Sabía que era muy prometedora —dijo Dominik, preguntándole a
Kiera—: ¿Dónde la encontró usted, comandante?
—En un cuartel en Mosva. Se estaba congelando de frío, a punto de morir
de hipotermia, cuando los guardias la encontraron.
—¡Madre mía, qué desgracia! —exclamó Mila—. Pobre criatura. Es un
pajarito desafortunado. Pero por suerte usted estaba allí para salvarla.
—Sí, eso hice. Aunque parecía sospechosa de estar mintiendo, se veía tan
mal que decidí ayudarla y la llevé al gremio de brujas.
—Usted tomó una sabia decisión, comandante —le sonrió Dominik, y
Masha vio que Kiera sonreía de gozo—. Al ayudar a una mujer moribunda,
ha demostrado una vez más que nuestro gobierno se rige por el principio de
humanidad y que los valores éticos son los que nos ayudan a ser mejores
personas. Siempre hay que hacer el bien y apoyar los demás.
—Exacto. Y ahora estoy trabajando con ella… Digamos que la ayudo a
ponerse bien y le hago seguimiento.
—Eso es bueno —dijo Mila—. Esa muchacha no puede curarse sola. Me
pregunto si la meterán en alguna clínica, llegado el momento de que su
enfermedad se torne irreversible. No come casi nada, ¿no es así?
—Ella es la única que puede decidir sobre su futuro —terció Kiera—.
Lamentablemente, no tiene a nadie. Sus padres y su hermano mayor
murieron hace muchos años y ella cayó en la miseria. Estaría bien si
decidiera recuperarse y vivir saludablemente, pero me temo que no se la
puede forzar al respecto. No querría discutir con ella. Y no se puede obligar
a una mujer adulta a comer si ella no quiere.
—Oh, no, claro que no. —Mila movía la cabeza, consternada, y Masha se
estremeció y se enfadó por la conversación—. No se puede. Eso tiene que
salir de ella. Es su vida, al final. Pero como su amiga, usted puede ayudarla.
Kiera alzó el mentón, pensativa.
—Supongo que es más fácil decirlo que hacerlo, sin embargo, no me
rendiré. Quiero que Masha esté sana. Y estaré ahí para apoyarla en lo que
ella necesite.
Masha se alejó, rehusando escuchar el resto del diálogo, que la había
incomodado por hablar de ella, de su vida privada y sus íntimos problemas.
Kiera la había puesto en evidencia. ¿O había intentado respaldarla alegando
que su pasado era sórdido y oscuro y por eso ella tenía ese padecimiento?
Le diría bien claro que no le gustaba que le fuera contando a los políticos
todo lo que le pasaba, aunque fuera un pretexto para que ellos sintieran
empatía y compasión por ella al conocer su trágica situación.
Se maravilló de que Kiera supiese encargarse tan bien de las relaciones
públicas, manejando tan bien las relaciones sociales. A pesar de su carácter
hosco y distante a primeras, podía adaptarse con facilidad a los espacios
con aglomeración de gente y le decía las cosas correctas a cada uno, sin
derrochar saliva y sin mostrarse agobiante, pero sin ser tampoco una mujer
seca y tirante, sino más bien una que destilaba simpatía.
Mientras ella hablaba con ciertos oficiales de la marina y de la infantería,
Masha, remoloneando cerca de las mesas, pero sin acercarse a ellas(sentía
ansiedad por la comida), se topó con los hijos del presidente, que la
miraron de arriba abajo.
—Oh, mira, si es la bruja esta… La que puede ver fantasmas.
—¿De verdad puedes verlos o es una historia que te has hecho para parecer
más creíble? —se burló el primer hijo, Aslan, de pelo ondulado y figura
delgada.
El otro, Vasili, igual de delgado, pero más bajo y de rasgos más anodinos,
se rio.
Masha notó que la vergüenza se le subía a la cara.
Aun así, intentó responder, y les dijo:
—Pues sí, la verdad es que puedo verlos y hablo con ellos. No siempre, y
no cuando yo quiero, sino cuando ellos me llaman…
Los hermanos se miraron y estallaron en risotadas despectivas hacia ella.
Aslan le espetó con socarronería:
—¡Bah, no me creo esos cuentos de viejas! ¡Tú no eres una bruja, mírate, si
estás esquelética!
—Eres un saco de huesos, creo que solo vales como carne de cañón.
Vasili espetó, mirando a Masha despectivo:
—No, yo creo que sirve como la puta de lujo de algún general.
Kiera ya se había percatado de sus cuchicheos y venía hacia ellos, hecha
una furia.
Aslan se rio más, observando a Masha burlonamente. Ella sentía que se le
caía el alma a los pies.
—¿Sabes qué creo, brujita? Eres la mascota de Kiera, y por eso le gusta
pasearte por todas partes… —A ella se le subieron los colores, y parecía un
tomate—. ¡Ja, ja! Dicen que Kiera parece más un varón que una hembra.
—Hombre, si es comandante, y con ese comportamiento que tiene, no creo
que tenga mucho de mujer, más bien de hombre…
Se seguían riendo, cuando de golpe Kiera los apartó, tocando sus hombros,
y como era igual de alta que ellos, los intimidó con su mirada azul y hostil,
dura como el hielo. Temblorosos por su actitud envalentonada, los jóvenes
no dijeron nada.
—No sé qué os parece tan gracioso, pero os juro que, si os reís de Masha
una vez más, si la humilláis o le tocáis un solo pelo, yo misma me
encargaré de castigaros con un duro entrenamiento.
—¿Vas a…, entrenarnos? —balbuceó Aslan.
Kiera sonrió maliciosa al argüir:
—Os llevaré a las crudas estepas y entrenaremos en la tempestad. Y cuando
se os congelen los dedos y no podáis más, os los cortaré pedazo por
pedazo, y si os quejáis, os echaré a los lobos.
Los hermanos murmuraron entre dientes.
—No, no puedes hacer eso…. Es un crimen…—susurró atemorizado Vasili.
Kiera compuso una sonrisa malévola.
—Oh, sí que puedo. Soy la comandante del ejército de Tierra de la
República Roja y puedo llevaros a donde me venga en gana, contando con
el permiso de vuestro padre, que estará encantado de que yo os reclute. Y
como mis cadetes, puedo someteros a todo tipo de entrenamientos. Y no
tendré piedad alguna.
Su tono amenazador, unido a sus ojos de hielo, los dejaron espantados, y
ambos hermanos agacharon la cabeza.
—Muy bien. Sed humildes, y disculpaos con ella. No aceptaré un no por
respuesta.
Masha intercedió:
—No hace falta, Kiera. No estoy ofendida…
Kiera apretó los hombros de los hermanos tan fuerte que a los dos les dolió
por la presión que ejercía, y gimieron un poco.
—No me iré hasta que le deis disculpas —insistió Kiera, reteniendo a
ambos en su apretón, y ambos miraron a Masha y se disculparon.
—Lo sentimos mucho, Masha.
—No queríamos burlarnos de ti…
—Y no lo haréis nunca más, decidle eso —dijo Kiera.
—No lo haremos nunca más —murmuraron a la vez, y Kiera al fin los soltó
y se fueron corriendo.
Masha le sonrió tiernamente a Kiera.
—Muchas gracias, Kiera, pero de verdad que no hacía falta…
Ésta replicó en tono crudo, incorregible:
—Sí, sí que hacía falta. Esos rastreros niñatos se estaban riendo de ti. Y yo
no iba a quedarme de brazos cruzados viéndote sufrir.
Masha se enterneció por este gesto de apoyo.
Nadie salvo Nikolai me había apoyado nunca en esto. No imaginaba que
Kiera pudiese tener esa benevolencia en su interior. Me alegro de haber
venido con ella. Parece dispuesta a protegerme. Aun así, ¿qué es esta
extraña sensación?
Notaba algo que se le enroscaba en las tripas, culebreando, como si le
estuvieran estrujando las entrañas con manos invisibles.
Kiera le dijo delicadamente:
—Vamos a cenar con el presidente y los suyos, Masha. Es importante que
demos buena impresión. Y no temas. Estaré contigo.
Se dirigieron a la mesa, sonriéndose con cariño, y se sentaron una junto a la
otra, frente a Dominik y a Mila, y a los lados de los capitanes, generales y
alférez tanto de la marina como de tierra y aire. Los chicos, refunfuñando,
mantuvieron la cabeza gacha y no le dijeron nada a Masha ni por
casualidad, ni siquiera miraban a Kiera; estaban temerosos de que los
injuriase otra vez, y por ello se refugiaron en el silencio.
La conversación al principio fue frívola y superficial, y luego se metió en
temas exclusivamente políticos, y Dominik discutió con Kiera y con los
otros militares la imposición de nuevos aranceles, el trabajo de campo de
los obreros y de los agricultores rashianos que vivían en las áreas más
próximas a la Sombra, etc. También hablaron sobre cómo aumentar la
mano de obra, proveyendo más viviendas, en condiciones básicamente
infrahumanas, al proletariado, y su inclusión en las fábricas de textiles y de
metales y cómo hacer que se incrementara su productividad y pudiesen
ganar mejores condiciones de vida y un sueldo más elevado.
Dominik se mostró muy interesado en exportar e importar productos de
Rashia al mercado internacional a fin de enriquecer a la nación, y revivió
los debates que había tenido con Kiera y los otros hombres de la milicia en
las semanas anteriores, profundizando en el aumento de armamento y la
construcción y perfeccionamiento de nuevos tanques de combate y navíos
de guerra.
La Paz Fría se había instalado relativamente en el Bloque del Este en esos
meses en los que se estaba asentando la República Roja, pero ahora que se
estaba estabilizando y tenía más poder, Dominik sabía que las naciones de
Erador estaban suspicaces sobre sus próximos movimientos en el territorio
nacional y en el extranjero.
Los poderes ejecutivo y judicial eran supervisados y manejados por él
críticamente, y los jueces imponían sin cesar penas de muerte o de cárcel
(que conllevaban la pena máxima de veinte años de destierro en las estepas,
de donde pocos criminales lograban salir con vida, azotados por el cruel
invierno), a los enemigos del régimen democrático, amigos íntimos del
Emperador, el que se decía que chocheaba en sus últimos días y al que se
suponía —si se creían los rumores fantasiosos— de que Dominik había
matado secretamente y había ocultado el oprobio alegando que se debía a la
vejez del tirano, que tenía alrededor de noventa años.
Para Dominik era prioritario, y lo recalcaba mucho (y Masha lo oyó decir
varias veces esa noche), establecer alianzas duraderas con las naciones
occidentales, con el objetivo de ganar aliados potentes que apoyaran su
mandato mientras él se deshacía de los opositores, los cabos sueltos.
Asimismo, se debatió largo y tendido sobre cómo aprovechar eficazmente
para su correcta distribución el agua del río Vôlg, el caudaloso río que
discurría por Rashia, buscando eliminar la escasez de agua; y sobre las
medidas eficaces para disolver y quitar de en medio los barrios marginales,
periféricos, en los que vivían gitanos, prostitutas y vagabundos, la zona
más paupérrima de Mosva.
Dominik resultó ser, para sorpresa de Masha, un hombre idealista, defensor
de los derechos humanos y el cual promovía ideas para cambiar la situación
del vulgo, animando a dar luz verde a la prohibición de que los niños y las
mujeres trabajasen en las fábricas —donde enfermaban rápidamente por la
alta exposición a contaminantes y el arduo trabajo, y donde se morían y
eran esclavizados por los patrones—.
Inclinado a la ciencia y con pretensión de promulgar más el saber
científico, el presidente se le figuró a Masha un hombre valiente y
responsable, con buenas dotes de socialización y que podría gobernar
adecuadamente.
Más tarde, por incisos que hizo Kiera, Dominik se entusiasmó y la charla se
desvió a otros derroteros, y él se puso a hablar animado de las máquinas
mágicas que permiten al usuario hacer viajes astrales, a través de unos
cables que se conectan a las sienes del sujeto.
Mediante la hipnosis y los electrodos, y sumido en un estado de meditación
profunda, el viajero puede moverse por mundos extravagantes, situados
más allá del universo conocido, yendo a explorar galaxias lejanas de
infinita brillantez, cuajadas de estrellas y de seres incógnitos y
sobrehumanos, y en ese punto el presidente argumentaba la teoría de que
existen otras formas de vida, criaturas alienígenas y de civilizaciones
avanzadas que habitaron en el pasado en Terraris y que volverían a ella.
—Y podremos conocer finalmente a nuestros vecinos, a todos esos seres
que están tecnológicamente más avanzados que nosotros —decía exaltado,
bebiendo de su copa—, y será un momento dichoso. Elucubro que algún
día en el futuro cercano, el hombre pisará la superficie del planeta rojo.
¡Verá sus lunas, sus océanos y sus montañas, y otras cosas magníficas que
ningún hombre antes ha podido vislumbrar! ¡Será un gran paso para la
humanidad!
Un duque que estaba sentado a su derecha, de barriga grande —era tan
orondo que parecía un tonel de cerveza debido a las proporciones de su
vientre, o eso le pareció a Masha—, cuyo mostacho era también destacable,
se rio.
Y terció, burlesco:
—Eso suena genial, presidente, pero si permite puntualizar, será mejor que
nos ocupemos del aquí y del ahora. En concreto, llenar nuestros estómagos
con esta deliciosa comida.
Cogió pedazos de pavo y se lo comió. Todos se reían, excepto Masha y
Kiera, y ella miró con ansiedad las viandas.
—¿No va a comer, señorita Stankov? —le preguntó Dominik, y ella se
avergonzó porque todos la miraban atentamente—. El pavo está delicioso,
le recomendamos que lo pruebe.
Ella titubeó, pero atenta a Kiera, que le hacía gestos con los ojos para que
comiera, dijo en un susurro:
—Sí… Bueno, es que no sé lo que es el pavo asado y por eso no sabía si
probarlo.
Kiera arqueó las cejas, anonadada, y los demás fueron tomados por
sorpresa también. Comenzaron a reírse, estampadas en sus caras sonrisas
que rezumaban desprecio hacia ella. Masha se arrepintió de haber
expresado su inquietud y su opinión. Claramente a nadie le interesaba. Se
estaban regodeando en su mísera condición, en el hecho de que ella venía
de la extrema pobreza, de una vida prieta y miserable.
Kiera era la única que no se reía. Parecía una estatua, rígida y estoica. El
gordo se rio a carcajadas, señalando a Masha.
—Oh, pequeña, ¡cómo es posible que no lo sepas! ¡Un pavo asado es un
manjar valioso, para mí es el plato más rico del mundo! ¡Un pavo es un ave
que se asa al horno y se rellena después de castañas y otros frutos secos!
¡Qué desgracia la tuya que no lo hayas comido nunca!
Masha bajó la cabeza. El sonrojo le llegaba a las orejas. Presentía que no
podría decir nada que la excusara de su imperdonable agravio.
He metido la pata. Y ellos volverán a burlarse de mí. Yo no soy una mujer
noble. No soy de este mundillo, y ellos saben que jamás seré una igual.
Ellos se rieron, burlones, y Masha capturó sus pensamientos.
¡Miradla, tan famélica y flacucha que parece que se va a morir! ¡Qué asco!
¿Cómo puede presentarse aquí?
¡Si asusta a todo el mundo! ¡Y parece una bruja, sí, pero una mala y fea!
¿Cómo se le ha ocurrido a Kiera traerla, si sabe que no come nada?
¡Parece un esqueleto andante, qué miedo me da!
¡Ja, ja! ¡Y no sabe ni lo que es un banquete! ¡Apuesto a que se ha criado
entre tanta miseria que no tiene ni ropa interior! ¡Qué antihigiénico!
Kiera intervino de sopetón, sobresaltando a los presentes.
—Les pido por favor que disculpen a Masha por no conocer una comida de
la alta sociedad. Pero no es su culpa por no saberlo, pues ella nunca ha
tenido acceso a ese tipo de comidas de las que otros se han atiborrado.
Miró al gordo con desdén, y éste se enervó y dijo:
—Yo no la estaba acusando de nada…
Masha intercedió, y observó al duque.
—No me siento molesta, no se inquiete. De hecho, haré un esfuerzo por
probar esa carne de la que usted me ha hablado con tanto elogio.
El hombre no habló más, agobiado por la mirada insidiosa de Kiera,
cortante como la hiel.
Masha cortó el pavo en trozos minúsculos y lo degustó silenciosa, y aunque
fue lo único que comió, intentó que se le viera el supremo esfuerzo que
gestaba por agradar a los comensales.
Nadie le dijo nada injuriante, y las burlas se esfumaron de la mente de los
demás. Masha hizo trucos con las sombras, y ellos se maravillaron y le
aplaudieron gozosos. Una vez terminada la cena, se dispusieron a
marcharse a sus respectivos hogares.
Dominik le sonreía a Masha.
—Estoy agradecido de que se haya presentado, señorita Stankov.
¿Podremos disfrutar de otra velada con usted, para que nos muestre más de
su fantástica magia?
Ella sonrió.
—Por supuesto que sí, señor presidente.
Mila exclamó alborozada:
—¡Eres una chica preciosa, sigue en ello!
Se volvieron, despidiéndose de Kiera. Se estrecharon las manos.
—Hasta otro día, comandante Fraser.
—Igualmente, señor. Buenas noches.
Kiera se inclinó cortés al matrimonio y se fue con Masha.
En la travesía de vuelta, Masha permanecía callada.
—Dime lo que te inquieta, Masha. —Kiera la miró al tiempo que se
concentraba en maniobrar—. Sé que no te encuentras bien. Puedo intuirlo.
Masha la miró estupefacta.
—¿Cómo? Si no he dicho nada.
—Justamente por eso. —Kiera la miraba, preocupada—. Cuando te callas,
intentas aceptar tu dolor y destruirlo. Pero te vendrá mejor decírmelo.
Vamos. No voy a regañarte.
Masha se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. Kiera vio sus
pálidas manos, tan blancas y finas que más bien parecían de una muñeca,
temblar y contraerse. Masha la enfocó con sus ojos marrones, inundados de
dolor.
—Se han mofado de mí. Pude entrar en sus mentes y leer lo que piensan de
mí… —Rompió a sollozar, dolorida, y Kiera frunció las cejas oscuras—. Y
decían de todo… Que si soy un esqueleto, que si doy miedo…
Kiera la miraba.
—No te preocupes, Masha. No te lo tomes a pecho. A mí también me
hicieron burlas cuando ingresé como novata en el ejército. Y las soporté sin
asustarme, con la cabeza bien alta. —Le cogió la mejilla y la besó en la
boca. Masha se quedó mirándola arrobada—. Mantente firme. Controla tus
emociones y no permitas que sus injurias te afecten. Recuerda lo que yo te
he enseñado. Ellos no son importantes. Tú sí.
A Masha se le subió el color a las mejillas, dándole mayor vivacidad.
—Gracias por animarme, Kiera.
Se acercó a ella y la besó. Kiera se aproximó más a ella y se besaron de
nuevo. Se miraron a los ojos con pasión.
—Espero que no te hundas y puedas dormir tranquila —le dijo Kiera,
conduciendo más rápido.
—No te preocupes, estaré bien —le aseguró Masha, sonriendo.
—Yo te apoyaré en lo que necesites.
Masha le ofrendó una radiante sonrisa y Kiera se percibió distinta.
Cambiada. Casi humana. Casi.
Pero la oscuridad, dueña de su corazón y de su alma, la aprisionaba en su
yugo desde que tenía uso de razón.
No puedo… No puedo caer en la tentación. No he de decirle esas cosas
bonitas más de lo estrictamente necesario. Y no debería haberla besado.
Debo distanciarme de ella. Mi cometido es lo principal. No ella.
Apretó los dientes, esforzándose en no mirar apasionadamente a Masha,
alejándose de ella, volviéndose de nuevo distante, hueca por dentro. No
cambiaron más impresiones durante los minutos previos a llegar al gremio.
Cuando Masha se acercó para besarla, Kiera aceptó el gesto, pero sus ojos
se veían fríos, despojados de amor alguno.
Masha sintió un temor inusitado. Se bajó del coche y se alejó de ella. Kiera
se quedó estática, encarada a ella, observándola.
Debía hacer lo que siempre había hecho. Su misión debía ser exitosa.
Y ella se erigiría al fin como la gobernante suprema de Terraris,
subyugando a los humanos de mentes débiles y medrosas, coronada de oro.
Y sería la reina de la oscuridad acechante en la noche de los tiempos.
Sin remordimientos, sin dolor, sin empatía.
Con maldad, desidia, poder y tiranía.
La negrura cayó sobre ella, empañando su cara de un tinte negro que la
hizo verse más sombría aún, y Masha se asustó, y esa cara tenebrosa se
imprimió en su retina, previamente a que Kiera se voltease y su mirada se
diluyese hasta desaparecer, volátil y cruda, en la niebla de los sueños
perdidos.
11. KIERA
Kiera se levantó de la cama y se desnudó. Se restregó los ojos para quitarse
las legañas y la somnolencia y se miró al espejo, algo sucio y recortado,
que tenía frente a ella. Se volvió y se revisó la espalda.
Surcando y horadando la piel como ríos de lava roja, pero ahora viéndose
blancas y fantasmales, entrelazadas y retorcidas, había diseminadas
cicatrices de muchos años atrás, cuando ella aún era una niña y su abuelo
había comenzado a educarla en la rígida y metódica disciplina estoica.
Ya no quedaba en ella atisbo alguno de humanidad. Solo había que
asomarse a esos ojos azules, de profundo pesar y sordidez, para vislumbrar
un alma quebrantada por el mal, extraviada para siempre en los abismos
remotos del dolor, y una mirada turbulenta, desvaída e indiferente al
sufrimiento ajeno, pues le habían arrebatado la capacidad de sentir. Y su
corazón negro estaba plagado de espinas, retorciéndose en su pecho
flamante, vibrando en el lenguaje de las espinas.
Kiera se tocó las heridas, marcas del flagelo que le habían infligido en el
pasado, que aún no había naufragado en los vastos océanos de su memoria.
El canto de las sirenas, la perversa letanía de su vida, fue tomando forma y
corporeidad conforme ella se repasaba su flagelado, aterido y oscuro
cuerpo con los ojos. Tenía latigazos por todas partes, en los brazos, la
espalda, algunos en los muslos y marcas de cilicio en los tobillos. Se miró
al espejo con desagrado, sintiéndose fea y asqueada de sí misma.
Su físico estaba tonificado, pero en él se habían esculpido las mentiras, los
dolores y las sombras, y ella nadaba en las aguas negras del lago
inmemorial, intentando evadir la podredumbre. No había lugar donde
escapar. Nunca podría acceder al mundo de los buenos y los afortunados.
Ella estaba maldita, y era una eficaz máquina de matar de métodos
escrupulosos que siempre estaba planeando cómo coger a su próxima
víctima y llevarla a su cadalso.
En mi reino de inmundicia, sólo reino yo. Y las calaveras van por todas
partes allá donde yo vaya. Me hundo en las aguas, y los monstruos me
llaman. Ellos podrían ser mis únicos amigos. Pero yo no tengo amigos.
Quiero llegar a buen puerto, pero ése no es mi destino. Y sólo veo muerte y
sangre. Los cadáveres flotantes me agarran, quieren que yo me ahogue con
ellos. ¡Pero yo no quiero morir! ¡Y no dejaré que me hundan! Nado en las
aguas de los impostores, convirtiéndome en uno de ellos. Estoy
esperando…. Dejar de ser.
Cesó de mirarse las manos magulladas por las espinas y los tobillos que
antaño estuvieron ensangrentados. Frunció el ceño y pegó un puñetazo al
espejo, cuya superficie se resquebrajó un poco. Una gruesa raya salió.
Kiera frunció el ceño a su reflejo.
—Esto es lo que querías, maestro. Me has convertido en un monstruo. Y no
puedo ser otra cosa, más que el asesino que me hiciste ser.
Se volteó, poniéndose la ropa de nuevo. Esta vez era una chaqueta negra
con un jersey verde oscuro y pantalones también oscuros. Se recogió el
pelo y se puso las botas. Al salir del cuarto, reparó en Daphne, a la que
había encerrado en el cuarto oscuro.
Lleva un día y medio ahí. Debería sacarla y llevarla. El maestro ya debe de
estar preparando la ceremonia.
Fraser era terco y muy estricto, y ella no quería importunarlo, pues no le
convenía que la regañase. Abrió la puerta, y en el umbral, en la franja de
luz que se recortó en medio de la sombra, apareció Daphne, que estaba
asustada y hambrienta.
—Sal. —La niña no se movió, y Kiera la azuzó, inflexible—. ¡Vamos, sal
de una vez o te obligaré!
Daphne se incorporó como pudo y salió dando traspiés. Sus pelos eran un
revoltijo oscuro sobre sus ojos, tenía las uñas moradas por el frío y los pies
congelados y con hematomas. Kiera la observó y ella se quedó helada de
terror.
Sentía temor indecible hacia esa mujer rubia, alta y de talante inamovible,
que la había secuestrado hacía un mes y medio. Había llegado una noche en
plena oscuridad, completamente vestida de negro, le había puesto un
pañuelo con somnífero en la boca y aunque tanto Miranda como ella habían
gritado y habían forcejeado, no pudieron resistirse y la mujer se las llevó.
Las metió en un cuarto oscuro nada más llegar, sin decirles ni explicarles
nada, y luego, al cabo de un largo rato, se había llevado a Miranda, que
lloraba pidiendo ayuda, y Daphne había mirado los ojos gélidos de Kiera,
teniendo miedo de ser golpeada.
Kiera regresó al poco tiempo, pero no traía de vuelta a Miranda. Daphne
dejó de chillar y de oponerse a su captora una vez supo que si estaba
callada no sería maltratada, y por lo tanto había permanecido así mucho
tiempo, acurrucada en la sombra, aguantando el hambre, el frío y las ganas
de orinar, hasta que se le hizo insostenible y golpeó la puerta a gritos,
pidiendo auxilio. Un mínimo de compasión.
Desafortunadamente para ella, Kiera no era clemente, y lo único que le dio
fueron varias bofetadas y un poco de agua en una escudilla, además de
bollos secos y carne insípida. Eso era lo que comía últimamente, pero al
menos seguía viva.
Así pues, Daphne, cuya esperanza era tener unas horas más de vida, y que
haría lo que fuera por no enfadar a Kiera, se comió las sobras que le arrojó
y bebió agua, con la cabeza gacha. Kiera la observó sin despegar la vista.
Daphne se alteró cuando Kiera la tomó de las muñecas y se las ató con
fuerza.
—Ahora vendrás conmigo.
—¿Adónde vamos…?
Daphne se calló al chocarse con la estoica mirada de Kiera, glacial como el
viento en invierno.
—No hagas preguntas. No hables. Quédate callada y sígueme.
Daphne comprendió que su oportunidad de sobrevivir radicaba en ser
obediente. Y obedeció a Kiera, y ella la transportó a la cueva, tras pasar por
la maloliente y húmeda cripta. El hielo en sus ojos pareció más sólido
cuanto más silencio las envolvía, pero Daphne no se atrevió a decir algo
por temor a ser castigada de nuevo. Odiaba el cuarto negro y no deseaba
que la encerraran allí de nuevo.
Al bajar a la cueva, se toparon con Fraser, que estaba atareado preparando
las velas y el incienso en el improvisado altar, que era una piedra tosca
sobre una doblada columna de mármol, colocada en posición horizontal.
—Ya la he traído. ¿Está todo listo para la ceremonia?
Fraser le sonrió y respondió:
—No, todavía no. Quedan cinco días para la luna de sangre. Ya cuando sea
el momento apropiado, celebraremos el ritual.
Kiera mantenía tan fuertemente cogida a Daphne de las vestiduras que esta
no podía moverse.
—¿Entonces qué hago con ella, maestro?
Fraser echó un ligero vistazo a Daphne y dijo:
—Bueno, podrías traerla para la ceremonia de esta noche… No, espera, es
mejor reservarla por si acaso. Llévatela y dale de comer. Sería mejor que
engordase, está muy canija. —Echó una mirada reprobatoria a Kiera—. Y
lo mismo digo del cordero. Tendrías que haberla alimentado más.
Kiera sacudió la cabeza.
—Hago todo lo que está en mi mano, para asegurarme de que esté
preparada. No puedo hacer más.
Fraser exhaló un suspiro y repuso:
—Bueno, en ese caso no pienso insistir, se ve que no has hecho más. Es
suficiente con tus esfuerzos. Llévate a la niña y luego ve a vigilar al
cordero. Tiene que estar listo para ser sacrificado. Y esta vez asegúrate de
que su sangre sea pura, eso es esencial.
Kiera asintió y se volteó, agarrando a Daphne, que estaba alterada por tan
escalofriante diálogo entre ambos. Pensaba que estaban locos de remate.
—Ah, y recuerda que es vital que ella aparezca bien vestida y aseada. Los
siervos nos merecemos un manjar exquisito y suave, que nos pueda saciar.
Y el Dios se merece un corazón casto y joven. Y seremos grandemente
alabados —dijo Fraser.
Kiera dijo:
—De acuerdo, lo tendré en cuenta y me aseguraré de que ella esté bien
presentable y perfumada.
Se fue, dejando a Fraser preparar el cáliz y las demás cosas, y cuando
volvían, Daphne le preguntó, mirándola fijamente.
—¿Por qué haces esto?
—¿El qué?
Kiera la miró fríamente, y Daphne, aunque sentía pavor, pudo con ello y
repuso:
—Esto. Son cosas que hacen personas malas.
Kiera refunfuñó e iba a replicar, pero Daphne argumentó:
—Cuando te vi en la habitación, me di un buen susto. Pensaba que venías a
matarnos. Miranda no paraba de chillar, pero yo me quedé paralizada. He
pensado mucho sobre eso, mientras estaba sola. Si de verdad quisieras
matarme, creo que ya lo habrías hecho. El hombre de ahí —alzó el mentón,
volviendo la vista atrás, trémula—, parece inofensivo, pero no me da buena
espina.
—Cállate, no seas estúpida.
Kiera la miró enfadada, pero no la golpeó. Las palabras de Daphne habían
calado algo en su interior infestado por la malicia y la pesadumbre,
removiendo sus tripas. Y por primera vez en su vida, se preguntó lo que
estaba haciendo y si de verdad servía a una causa mayor y sacaría beneficio
de ello.
No, no puedo cuestionarme nada. No puedo. Tengo que cumplir con los
preceptos de la comunidad, las reglas del maestro y no contradecir los
principios que nos guían. ¡Y no pienses en el pajarillo, no permitas
distracciones de placeres vanos y fútiles!
Llegaron a la casa y Kiera le puso más comida a Daphne e incluso la dejó
beber toda el agua que quiso. Le recordaba la cara desangelada y triste de la
mujercita a la que amaba.
Daphne, temblando, no le sonrió, de pie frente a ella, pero murmuró:
—Sabía que eres una buena persona.
—Eso no es cierto. Te equivocas. Yo…
A Kiera se le secó la garganta. La duda la inundó y no supo qué responder.
Daphne bebió el agua de un trago, sedienta. Y Kiera, al mirarla a los ojos,
decidió ser compasiva, y no la encerró en el cuarto, sino que la dejó hilando
algo de lana en un rincón.
Y se marchó a los cuarteles, sustraída en una lucha interna entre la luz y la
oscuridad, que eran parte de ella misma.
1929, Krez
Nikolai salió corriendo a la calle. Hacía veinte grados bajo cero y se estaba
congelando, pues en su loca carrera se había olvidado de ponerse el abrigo.
Se arrebujó en su jersey algo sucio y anduvo entre traspiés por las calles
desiertas, y con sus maniobras alocadas llamó la atención de algunos
transeúntes que pasaban, mujeres con sus hijos, hombres que iban al
trabajo, y ellos lo señalaban y cuchicheaban sobre él, elucubrando que
estaba loco.
Ciertamente no presentaba un aspecto brillante. No se había afeitado en
unos días y sus pálidas mejillas hundidas tenían algunos pelos rubios, los
cabellos estaban revueltos y tenía ojeras que colgaban prominentes debajo
de los ojos. Además, tosía y caminaba dando vaivenes, sin poder sostenerse
en pie.
Estaba harto de que Masha llorase a su lado y de que Katia no lo dejase de
caminar. Necesitaba dar un paseo y luego volvería a casa. Solo un poco de
aire fresco y estaría como nuevo.
Caminó por la calle unos metros más, y entonces se chocó de frente con
una mujer rubia, de elevada estatura (por lo menos medía metro setenta, y
eso era bastante para las mujeres que él estaba acostumbrado a ver), que
conversaba con un hombre con uniforme militar.
El hombre se enfadó y le espetó:
—¡Eh, idiota, mira bien por dónde vas!
Nikolai volvió en sí, saliendo de la abstracción, y se fijó en que
efectivamente ellos eran de la militancia.
Se puso muy tieso, y con los ojos abiertos y la boca seca les dijo:
—Lo siento, mucho, de verdad.
Creyó que se mareaba y se dobló, pero no pudo vomitar. Se irguió,
aguantando el dolor del costado, y la mujer le preguntó:
—¿Se encuentra usted bien?
—Me parece que está chalado. ¿No ve la cara que tiene? —farfulló el
hombre.
Ella lo examinó con atención y terció:
—Puede ser, pero creo que este hombre necesitará nuestra ayuda. Ha
estado a punto de caerse y si lo hiciera, podría ser fatal. —Lo miró y le
preguntó directamente—. ¿Te haría falta una mano?
Nikolai movió las manos, haciendo exagerados aspavientos.
—No se preocupen, yo estoy perfecto…
Dio un hipido y casi se cayó en seco. Se mantuvo sobre los talones y evitó
caerse. Pensó que se moriría si se daba un golpe letal en la cabeza en la
caída.
El hombre y la mujer se miraron.
—Sin duda alguna, este joven no está bien —dijo el hombre, categórico—.
Lo llevaremos al cuartel.
—Así es —convino ella.
Entre los dos, lo agarraron y lo llevaron al cuartel general. Una vez dentro,
Nikolai se sentó en una silla y el hombre se marchó. La mujer se sentó en la
silla frente a él, tiesa y áspera.
—¿Qué haces sentada ahí? Pensaba que era el sitio del hombre —dijo
Nikolai con la voz gangosa.
Ella pestañeó incrédula, y enseguida mordió.
—Yo soy la oficial Kiera Fraser. Y estás en mi territorio. No me hables en
ese tono.
Nikolai se rio y la señaló con el dedo.
—Oh, así que eres la famosa Kiera… Se cuentan cosas sobre ti. Dicen por
ahí que tienes un mal genio que no veas.
Kiera frunció el ceño.
—Háblame con respeto. No soy una mujer cualquiera. No seas idiota. Te
he salvado el pellejo.
Nikolai siguió riéndose, lo que aumentó su enojo, y le dijo en tono burlón:
—Vaya, ahora las mujeres también pueden gobernar sobre los hombres. No
me lo creo. Tú has accedido por enchufe. O les has regalado jamones a los
de arriba.
Kiera se acomodó en la silla y lo escaneó. Los ojos le echaban chispas
azules.
—No. Yo estoy aquí porque he estudiado y trabajado muchísimo. He
perdido horas de sueño para estar en este puesto. Lo tengo por mis propios
méritos.
Nikolai se calló, tanteando el terreno.
Y soltó sin cortarse un pelo:
—Si eso es así, y en realidad eres una oficial, tienes más atributos de
hombre que de mujer.
—¿Cómo?
Los ojos de Kiera expulsaban fuego hacia él.
Nikolai se echó hacia delante, diciendo:
—Quiero decir que eres una mujer más masculina que femenina.
Kiera contrajo la cara en un rictus amargo que impactó en Nikolai con la
potencia de un misil.
—Yo soy lo que me venga en gana. No te inmiscuyas en mi vida privada.
Nikolai se sonrió, y dijo pícaramente:
—Y en cuanto a eso… ¿Te interesan más los hombres o las mujeres? Por
tus pintas, diría que las mujeres, pero te ves bastante joven para eso… Pero
bueno, puedes acostarte con quien quieras. Qué digo yo. Con un hombre
también. Eres guapa.
Kiera hizo una mueca agria que le dirigió, e irrumpió, atajando mordaz:
—No te permitiré más comentarios soeces ni faltas de respeto hacia mi
persona. Estás en mi cuartel, y aquí se hace lo que yo ordene. Así que
quédate calladito.
Se levantó y sacó unos papeles y una pluma para apuntar cosas. Los puso
sobre la mesa.
—¿Para qué es eso? —preguntó Nikolai—. No entiendo nada.
Kiera se sentó de nuevo y le alargó un vaso que contenía svaka.
—Ni pensarlo —se negó él—. No pienso volver a emborracharme.
—Bebe. Estás adormilado y necesito que te despiertes. Debes responder a
una serie de preguntas.
Nikolai refunfuñó, y accedió a beber al fin. Apuró el vaso y miró a Kiera.
—¿Éste era tu plan desde el principio? Muy bien pensado.
—Eres un extraño que he encontrado por la calle y me vendría bien saber
algo de ti. Dónde vives, en qué trabajas, si tienes familia. Procedimiento
rutinario.
—Eso suena aburrido. No voy a escribir todo eso. —Nikolai bostezó ante
la rabiosa Kiera, que se controló para no cogerlo del cuello—. Te lo diré,
porque estoy más despierto ahora.
Kiera esbozó una ligera sonrisa y le formuló las preguntas pertinentes.
—Bien. ¿Cuál es tu nombre?
—Nikolai Stankov.
—¿Año y lugar de nacimiento?
—1910, Tammika.
—¿Tienes familiares vivos?
—Mi hermana Masha. Mis padres murieron cuando éramos niños, hace ya
tanto tiempo que no lo recuerdo.
Kiera anotó lo que le había comunicado y lo observó.
—Continúa. ¿Dónde vives y en qué trabajas?
—Vivo en el orfanato de Krez. Trabajo en peleas de apuestas, como
luchador.
—Eso no es un trabajo —dijo Kiera, y él matizó.
—No, pero es mi único medio de ganarme la vida. Tengo que proteger a mi
hermana, ¿sabes? No tienes pinta de que te interesen los problemas de los
pobres, siendo oficial y todo eso, pero es la verdad.
—¿Tu hermana es más pequeña que tú?
Nikolai asintió.
—Sí. Tres años menor que yo.
Kiera lo apuntó rápidamente, y al mirar a Nikolai, lo interpeló:
—Y si estás tan ocupado protegiendo a Masha, ¿qué hacías vagabundeando
por la calle un día laborable?
Nikolai dijo en tono lánguido:
—Es una larga historia. Hace tres meses, yo peleaba bastante bien y ganaba
dinero. Cuantiosas sumas incluso. Pero un tipo se peleó conmigo porque yo
le había ganado y él no lo aceptaba y entonces me disparó y, bueno, me
quedé herido y en cama, hecho un inútil. No lo soporto, por tanto, me
marché para respirar aire fresco.
Kiera se levantó. Él la miró y la imitó.
—No tan rápido —le dijo ella—. No he terminado de preguntarte.
Nikolai se sentó y bufó.
—¿Qué más quieres saber? Mi vida no es interesante. Soy un hombre
huérfano que se pelea en los bares.
—Debes de querer mucho a tu hermana menor si te sacrificas por ella, y
eso es de alguien valeroso —dijo Kiera en tono neutro.
Nikolai la miró a los ojos. Pensó que sonaba persuasiva y no cortante como
antes, y no entendía cuáles eran sus intenciones.
No sé qué quiere de mí. Le seguiré la corriente y le diré algo más y así me
dejará volver con Masha.
—Sí… A ver, no soy un buen ejemplo a seguir, mas soy el único pariente
vivo que le queda a Masha. —Se sonrió, y Kiera notó que los ojos le
destellaban de orgullo—. La pequeña Masha… Ah, es tan tierna y dulce que
parece una muñeca en vez de una persona. Nunca critica a nadie ni tiene
prejuicios contra nadie. Me regaña porque quiere que deje las apuestas y
me busque un oficio digno. Y ella es tan talentosa…
—¿Tiene alguna habilidad extraordinaria? —quiso saber Kiera, rígida
frente a él.
Nikolai se acarició la nuca y se sintió con ganas de hablar, impulsado por el
alcohol.
—¡Que si tiene algo! Claro que es especial. Siempre lo ha sido. Desde que
vino al mundo. Mi madre solía decir que Masha podía sentir las cosas antes
de que sucedieran. Premoniciones. Así se llaman.
—El poder de adivinar el futuro —dijo Kiera.
—Exacto. Y es que sabe hacerlo. No hace falta que sea algo insólito. Puede
predecir cuándo va a llover. Dice que ve las nubes y que puede sentir
cuándo caerá la lluvia. Y hay más. Ella puede ver y hablar con los muertos.
Kiera se quedó estupefacta.
—Eso es… ¿Clarividencia? Es una habilidad psíquica muy potente.
Nikolai sonrió levemente.
—Sí. Y Masha los ve y les habla con toda naturalidad. Y puede saber lo
que sienten y por lo que han pasado. ¿A que es increíble? Le he dicho que
se uniera al circo, pero no me ha hecho caso. Se ha enfadado conmigo. Y
eso que estoy de broma…
Se incorporó, mirándola. Kiera estaba tensa como la cuerda de un arco.
—¿Y bien? ¿Puedo irme ya?
—No.
Kiera se mantenía ante él, fría e inconmovible. Nikolai se arredró, empero
la miró a los ojos.
—Así que no me dejarás pasar. Pues me iré, lo quieras o no.
Iba a golpearla en la barriga, pero Kiera antepuso la mano y agarró el brazo
de Nikolai y lo dobló. Él gimió de dolor. Kiera se lo retorció de nuevo y lo
golpeó en las piernas. Nikolai se cayó de rodillas y ella lo golpeó en la
cabeza.
Él la miró, sangrando por la boca.
—Oh. No debí haber hablado. Eres una hija de puta.
—Es tarde para arrepentirse. No volverás a salir —sentenció ella, y le
asestó el golpe crítico.
Nikolai sintió que todo se desvanecía y se volvía negro, y cayó en la
inconsciencia.
Se despertó gritando, con los pulmones inflamados; se sentía ardiendo de
fiebre. Sacudió el cuerpo espasmódico y vio que le temblaban las manos.
Se salió de la cama y entonces se tropezó con Ruby, que entraba en el
cuarto.
—¡Qué haces, se te va la olla! —Lo miró ceñuda—. ¡No puedes despertarte
y gritar como un loco!
Nikolai la miró y gritó:
—¡Llama a Masha, dile que estoy bien y que debemos hablar!
Ruby, cruzada de brazos, arguyó:
—Primero, te bañas. Y luego ya tendrás tiempo de hablar con ella.
—¡Esto es importantísimo! ¡No podemos perder ni un segundo!
—A bañarse. Ya —zanjó Ruby, y lo levantó sin mucho esfuerzo y lo
miró—. ¿Has visto cómo estás? Apestoso, harapiento y famélico. No
puedes estar así.
Nikolai hundió los hombros.
—Vale. Iré a bañarme.
—Ahí hay una bañera. Tengo toallas, gel y champú. Y luego te afeitaré y te
cortaré el pelo.
Nikolai se bañó y se vistió con una ropa limpia que Ruby le había dejado.
Ella había ido a avisar a Masha.
Se preguntó melancólico cuándo fue que había perdido su entereza y se
había vuelto un niño asustadizo.
Ruby volvió con Masha. Ella abrazó a Nikolai, y lo besó en la mejilla. Sus
lágrimas eran cálidas y caían a lo largo de sus mejillas salientes.
—¡Qué bien que te has despertado! ¡Tenía miedo de perderte, hermano! ¡Y
estás muy guapo así vestido!
Se separó de él, quien se centró en Ruby, que traía unas tijeras.
—Le falta el retoque final. Le quitaré toda esa maraña de melena salvaje.
—Ya me hacía falta un corte de pelo, sí —sonrió él, y se dejó acicalar.
Ruby lo afeitó, le cortó el pelo largo y Masha lo barrió. Y al mirarlo, ambas
se quedaron boquiabiertas, sobre todo Ruby, que no podía apartar los ojos
de él.
—¡Qué guapo eres!
—Gracias —le dijo él, sonriendo, algo sonrojado. Se miró y se pasó la
mano por la faz, notando sus pómulos marcados—. Ya ni recordaba la
sensación de tener la piel limpia. Qué bien se siente.
Masha le sonrió.
—Estás mejor así, hermano.
Ruby le susurró a Masha:
—No sabía que tu hermano era tan guapo. Aunque está muy flaco. Le
llevaré comida ahora mismo.
Y se marchó a traerle comida. Nikolai miró a Masha.
—Te he echado de menos…, hermanita.
Sus ojos grises chispearon de tristeza y emoción desbordante. Masha lo
abrazó, llorando a lágrima viva, y lo besó en la mejilla.
—¡Yo también, hermano! ¡Te quiero mucho!
Ruby volvió con una bandeja con un vaso de agua fresca, un filete de
ternera guisado y patatas cocidas de guarnición. Nikolai lo devoró todo en
pocos minutos y le sonrió.
—Muchas gracias. Estaba todo delicioso.
Ruby esbozó una sonrisa en su cara pálida y sus ojos ribeteados de negro
despidieron destellos por la emoción que la embargaba. Ambos se miraron
unos segundos y la dopamina hizo su efecto, descargándose a raudales en
su torrente sanguíneo y conectando a dos personas muy dispares. Y Nikolai
y Ruby pensaron al unísono que querían pasar más tiempo disfrutando de la
compañía del otro.
Masha, al percibir sus miradas ilusionadas, decidió dejarles espacio para
que se conocieran más.
—Bueno, voy a la biblioteca. —Se abrazó a Nikolai y él cerró los ojos y le
revolvió el pelo, sonriendo de euforia—. Luego nos vemos.
—Que te vaya bien.
—Yo cuidaré de él, te lo prometo —le aseguró Ruby, y se sentó al lado de
él, y empezó a charlar, contándole todo tipo de anécdotas.
Masha guardó los libros en su cuarto. Luego fue a donde estaba Nikolai.
Ruby se había ido.
—¿Y Ruby?
—Me ha dicho que va a preparar el almuerzo y que luego te avisará.
Masha se fijaba en su hermano. Nikolai le devolvió una mirada embargada
de melancolía.
—¿Cómo te encuentras?
—Un poco mejor. Ruby y yo hemos estado hablando. Resulta que es muy
simpática cuando se muestra abierta.
Sonreía, y Masha se alegró por él.
—Me gusta ver que estás mejor ahora. —Lo miró a los ojos, esforzándose
por pronunciar las palabras próximas con cuidado, y le dijo—: Si no te
importa, ¿puedo preguntarte una cosa?
Él asintió levemente.
—Dime.
Masha se sentó en la cama a su lado y tomó aire, repasando lo que iba a
decir, y le formuló directamente:
—¿Conoces a Kiera? Kiera Fraser, la comandante del ejército republicano.
Nikolai cambió de expresión de repente, transmutado su rostro sereno en
uno jadeante de terror, agobiado por la angustia, y con los ojos
desorbitados, y la piel pajiza, dijo:
—Kiera es un monstruo. Uno con cara humana. Te dije que no confiaras en
ella.
—¿Ella te mantuvo aislado del mundo en esa iglesia derruida?
Nikolai movió las manos huesudas. Se puso aún más pálido, transfigurado
en un muñeco de cera.
—Hace siete años, yo me…, me encontraba en la calle, delirando. Quería
tomar el aire. Me equivoqué al no escucharte. Y salí a pasear, pero estaba
delirante y la estaba liando parda. Y entonces me choqué con ella y otro
general o capitán que iba con ella. Kiera me preguntó si estaba bien, y
parecía hablar en serio cuando insistió en llevarme al cuartel. Una vez allí,
recuerdo que me dijo que me haría un cuestionario. Me preguntó de dónde
venía y si tenía familia. Le dije que mis padres habían muerto hacía
muchos años y que mi única familia era mi hermana pequeña, Masha.
Ella recordó la insistencia de Kiera por saberlo todo de ella.
—Ya me conocía. Ya sabía quiénes somos. Y por eso te encerró. Para
encontrarme y poder manipularme.
Nikolai frunció el ceño.
—Puede ser. Yo te puse en peligro por mi estupidez. Lo siento mucho,
hermanita. Si lo hubiera sabido, nunca le habría dicho nada a esa perra.
Pero me dio svaka, que logró espabilarme, y yo me puse envalentonado y le
hablé de ti y de tus poderes. Cuando ya me cansé, le pregunté si podía irme.
Pero ella me miró como si no me entendiera. Me dijo que todavía no
podría.
—¿Y qué pasó después?
Nikolai se puso las rodillas contra el pecho esquelético, balanceándose.
—Nos pusimos a pelear y traté de darle puñetazos, pero fallé. Creo que me
dio un golpe en la cabeza con algo duro, o serían varios puñetazos fuertes,
y luego me arrastraría, con algunos de sus hombres (acólitos también
seguramente) a una cripta que hay debajo de la iglesia. Pienso que ella
planeaba dejarme allí a morir. Cuando al fin desperté y vi que estaba
encerrado, me puse nervioso y enfadado, y le grité para que me liberase. Se
negaba a dejarme ir. Me dejaba escudillas con carne rancia, a veces cruda,
y un orinal para hacer mis necesidades. También me golpeaba cuando
estaba airada.
Masha se puso lívida como el papel.
—Qué horror. ¿Cómo pudiste soportarlo?
Nikolai sonrió débilmente.
—No lo sé. Supongo que aguanté porque tenía esperanzas de volver a verte
y saber que estabas bien. Además, yo podía conectar contigo a través de la
máquina, y así me enteraba de cómo te encontrabas y podía cuidarte, aun
en la distancia. Tú eres mi motivo para seguir viviendo, Masha. Recuerda
lo que decía nuestra madre: «Hay que estar agradecido por la vida que uno
tiene y amar a las personas con las que te ha tocado vivir. «Y por eso seguí
vivo, pero me iba convirtiendo en un salvaje poco a poco.
«Al principio soportaba bien el calor, el frío, la humedad y las ratas.
Aguantaba las burlas y las vejaciones de Kiera porque pensaba que podría
escapar. Lo he intentado todo. Pedir ayuda, mandar mensajes a la gente,
cavar un túnel, romper el techo con explosión improvisada… Kiera siempre
me pillaba y me castigaba sin comer por varias horas o días.
Masha notaba los mareos, cada vez más emergentes.
—¡Qué terrible! ¿Cómo puede hacer eso?
Nikolai le clavó una mirada turbada.
—Ella le juró servidumbre al dios por una razón muy concreta y fuerte.
Debe de ser algo malo que le pasa a ella o a su familia, si no, no habría
tomado esa decisión tan extrema. Llevar esa doble vida debe de ser difícil.
—Puede ser que desee el poder del presidente o algo así…—aventuró
Masha.
Nikolai se encogió de hombros, soslayando:
—Honestamente, no lo sé. No entiendo por qué me dio ese sufrimiento. Y
su actitud contigo a primeras no debió de ser agradable. Sin embargo, su
cometido es conservar la pureza de tu sangre. Eso es lo que han enseñado.
Si eres virgen, el Dios no te rechazará y tendrás dos opciones: ser devorada
por él o los acólitos una vez te hayan sacado el corazón y se lo hayan
entregado al dios, o ser perdonada e integrar el culto.
Masha se estremeció.
Pero yo he tenido relaciones con Kiera…
—¿Y qué pasa si la llave no es virgen?
Nikolai se encogió, y así parecía más frágil.
—Entonces siguen en pie las dos opciones. O te devoran cuando lo
descubren por despecho o te dejan formar parte de ellos, aunque te pondrán
clavos en los pies o algo similar como castigo por tu impureza y tu
incapacidad de haberte mantenido pura.
Masha lo miró, alterada.
—¡No fue mi culpa! ¡Ella…, ella me…!
Nikolai se levantó y la miró, inquieto.
—¿Te han forzado? No deberían. A menos que haya sido fuera del culto.
Espera. ¿Ha sido un acólito?
Intentó descifrar su expresión, aunque Masha no lo dejó, poniéndose
cabizbaja y apartando la mirada. Sentía que cada revelación que destapaba
la sanguinaria naturaleza de la mujer que amaba la mataba por dentro. Y en
su fuero interno ella había sospechado y había imaginado cuál sería la
verdad, y a pesar de eso, había preferido ponerse un velo en los ojos para
no contemplar al monstruo.
El amor es ciego. Oh, he sido una estúpida… Era todo parte de sus
maquinaciones. Todo. Sus hechizos, sus besos, sus juegos y sus caricias,
todo eran mentiras. Un vano sueño. Difuso y tonto. Y yo he caído como
una colegiala de quince años en sus garras… Y lo peor es que no puedo
dejar de quererla.
Se sintió imbécil, rematadamente ingenua, y el corazón le palpitó con
fuerza, desbocado. Masha lloró. Se sentía como un gato desollado. Y le
estaban quemando las entrañas.
—Tranquila. Estoy aquí y jamás te dejaré sola. —Nikolai la envolvió en su
abrazo—. Calma, pequeña.
Masha dejó vía libre a las lágrimas para que fluyeran, y al cruzar miradas
con su hermano, él percibió algo de su dolor.
—¿Te pasó algo con Kiera? Puedes contármelo. Yo siempre te apoyaré.
Masha confesó:
—Fue después de una pelea, hace dos semanas… Kiera y yo… —Agachó la
cabeza, llorando, pero se dio fuerzas al advertir que Nikolai la escuchaba
atento—. Kiera y yo lo hicimos. Nos acostamos.
Nikolai la abrazó y al mirarse, ella vio que él lloraba también, convulso.
—No… No… Ese maldito monstruo sin corazón… Tendría que haberme
escapado antes y haberlo impedido. ¡Tendría que haberla matado!
La abrazó, y Masha notó los hombros flacos de su hermano y toda su
raquítica constitución temblorosa, y movió la cabeza.
—No, hermano. No habrías podido considerando el olfato y la malicia de
Kiera. Ella sabe los puntos flacos de cada uno. Fue a por mí porque sabía
que te haría daño. Y me conocía perfectamente. Todo este tiempo lo ha
sabido. Todo sobre nosotros y mi poder. Ha sido un teatro. Pero lo que me
hizo… Bueno, no sé si fue tan forzado o no… No lo recuerdo muy bien.
Nikolai se mordió los labios.
—Bueno, tenemos que escapar de aquí. Espera, cogeré la pistola y avisaré a
Ruby.
Masha le dijo:
—Iré yo a avisarla, no te preocupes.
Nikolai asintió y ambos cruzaron miradas de esperanza, en las cuales se
notaba el deseo de recuperar el tiempo perdido, de volver a pasar tiempo
juntos como hermano y hermana, de vivir las aventuras y tener el apoyo y
el cariño que tantas circunstancias adversas les habían arrebatado.
12. CONDENADOS A MORIR
Ruby llegó al cuarto cuando Masha la llamó.
—Espero que sea un mensaje importante.
Nikolai, de pie y más pálido que antes, le preguntó:
—¿Hoy es el día 6 de marzo del año 1937?
Ruby lo miró extrañada.
—Sí, claro. Lo preguntas como si se te hubiera ido la cabeza.
Nikolai movió las manos en gestos exaltados.
—Entonces, es hoy el día de la ceremonia. La luna será de sangre esta
noche y por ello tenemos que marcharnos ya. Y muy lejos.
Se centraba en Masha y en Ruby, pero ésta no dio su brazo a torcer y
preguntó, con extrañeza:
—¿A qué viene todo este secretismo? ¿Qué os traéis entre manos Masha y
tú? ¿Acaso no me lo podéis contar?
—No podemos perder tiempo, siento no poder explicarte lo que pasa —dijo
Nikolai, y se meneó y fue a coger la pistola que descansaba en la mesa.
Ruby farfulló.
—No sé qué haces con esa pistola, si tú no eres un policía ni un militar. Y
como no explicas nada…
Nikolai dijo:
—Esta pistola se la quité a Kiera una vez que ella no estaba prestando
atención. Fue fácil pillarla desprevenida. Simplemente estaba de espaldas a
mí, mirando algo abstraída mente, y yo se la arrebaté y me la guardé.
—¿Y nunca sospechó de ti? —preguntó Masha.
Nikolai se encogió de hombros.
—Qué va. ¿Para qué iba a sospechar ella que yo le había quitado la pistola?
Yo tenía todas las de perder. Era un muñeco atado a sus hilos, y ella
pensaba que yo nunca podría escaparme y reclamar mi libertad.
Ruby inquirió:
—¿No puedes al menos explicar lo que sucede?
Él frunció los labios en una mueca.
—Ojalá pudiera. Si salimos de esta con vida, Ruby, prometo que te lo
contaré todo de cabo a rabo. Pero de momento es esencial que salgamos de
aquí. El gremio es un lugar peligroso. Hay que evacuarlo.
—Avisaremos a las demás y nos iremos —convino Masha.
—Está bien, ya lo pillo —se resignó Ruby.
Nikolai cargó el arma con unas dos balas que había en la mesilla y se la
guardó en el bolsillo de la chaqueta. Ellas se abrigaron.
—Ya estamos listos —dijo él.
Masha cogió su pensar, destilando odio hacia Kiera.
Y le meteré una bala en la cabeza a esa hija de puta. Ha llegado el día en
que por fin me vengaré. Por Masha, y por mí.
Masha se estremeció al escucharlo. Caminando a tientas por el pasillo,
podrían haber pasado desapercibidos, si no fuera porque se tropezaron de
golpe con Zia, Anya e Irina. Ellas se quedaron atónitas al distinguir a
Nikolai.
—¡Un hombre! ¿Qué hace un hombre aquí? —se extrañó Zia, asombrada.
Anya señaló a Ruby.
—Ya decía yo que andabas tramando algo. Te ausentas más de lo habitual
del taller. Y resulta que te estás viendo con él a escondidas.
Ruby masculló:
—No seas cotilla, Anya, y no saques conclusiones precipitadas…
Masha intervino, revelando:
—Es mi hermano, Nikolai.
Ellas emitieron una exclamación de asombro, turbadas.
—¿Y por qué está aquí? ¿No decías que estaba muerto? —preguntó Irina.
—Es una larga historia que no puedo contar ahora —dijo Masha, notando
la apremiante mirada de su hermano sobre ella—. Más importante, hemos
de irnos. Ya. Vamos a por Talía y por Fiodor.
Fueron a la cocina a gran velocidad, encontrándose el lugar desierto a
excepción de Talía y el gato, que remoloneaban cerca de las mesas.
—¡Masha! —Talía fue a ella, y al advertir a Nikolai y sus caras acaloradas,
interpeló—: ¿Qué está pasando aquí?
—Cosas malas, niña —respondió sucintamente Nikolai, y ella lo miró
extrañada—. Digamos que tienen que ver con personas malas que quieren
hacernos mucho daño.
Talía pareció comprender al instante su idea y dijo:
—Tiene que ver con Kiera, ¿a que sí?
Nikolai asintió. Se puso la chaqueta y una bufanda al cuello. Masha tomó a
Talía de la mano. Ruby cogió a Fiodor, que se enroscó en sus hombros.
—Sí. Me temo que sí —suspiró Nikolai.
Zia lo interpeló:
—¿Y ahora dónde vamos, señor misterioso?
Él sonrió levemente y cruzó una mirada de entendimiento con Masha.
—Al Palacio Blanco.
—¿Y por qué? No tenemos nada que hacer allí —dijo Anya, volteando los
ojos en exasperación.
Nikolai replicó firmemente:
—Al contrario, tenemos que ir allí para evitar que se produzca una
masacre.
Las chicas se quedaron heladas.
Y Ruby dijo al segundo:
—Bien, iremos en mi coche, que es el más rápido y el más grande, pues
cabemos todos.
Salieron rápidos y se metieron. Ruby conducía a toda máquina, pulsando el
acelerador.
—Si tenemos suerte —dijo Nikolai mientras ellas lo miraban intrigadas—,
podremos detener a Kiera antes de que los haya herido. Si es que llegamos
a tiempo.
Zia farfulló:
—No comprendo ni papa de lo que dices, pero como eres el hermano de
Masha, te haremos caso.
—Y te daremos un voto de confianza —dijo Talía, y le sonrió tiernamente,
con convicción—. Se te nota que eres una buena persona.
—Muchas gracias, chicas. Vuestro apoyo es fundamental —dijo Nikolai, y
Masha se abrazó a él—, ya que vamos a salvar al país y a sus gentes.
Al cabo de cincuenta minutos, Ruby anunció:
—Estamos aquí.
Distinguieron la impoluta y pulcra fachada de la casa blanca, la residencia
de Dominik, y se bajaron y corrieron raudos a la entrada. Los guardias las
dejaron pasar cuando ellas alegaron que querían ver al presidente.
A pesar de que los otros guardias no les pusieron impedimentos, el acceso
no sería tan fácil como se habían pensado al principio. Se encontraron a
Iván y Vladimir, que los miraron desconcertados.
—¿Qué hacéis por aquí? —Vladimir miró a Irina y le sonrió —. Te ves
muy guapa, pelirroja.
Ella le dijo con sequedad:
—No tengo tiempo para halagos, Vladimir. Es importante que nos digas
dónde está Kiera.
—La jefa se encuentra en una reunión con el presidente y los oficiales de
tierra y aire —dijo el coloso, y se fijó en ellos, repasando sus caras
congestionadas—. No sé qué motivo tenéis para venir, pero no os podemos
permitir la entrada. Luego vendrán la esposa y los hijos…
—Ya están ahí —dijo Iván, acercándose a ellos, y se percató de Nikolai—.
A ti no te hemos visto nunca. ¿Eres nuevo?
—Soy el hermano mayor de Masha —dijo él, y les dijo, alterado—: Por
favor, debemos entrar y detener esta fiesta. No tiene sentido.
Ellos se miraron y lo observaron ceñudos.
—Ya os hemos dicho que es una celebración privada y no podemos dejaros
asistir. Va contra las normas —dijo Vladimir en tono seco.
Masha resolvió adoptar una actitud suplicante para infundir mayor
dramatismo y poder convencerlos.
Si nos ponemos a discutir, gastaremos mucho tiempo aquí.
—Por favor, muchachos —los miró a los ojos, y ellos se centraron en ella,
obviando a los demás—. Me conocéis desde hace mucho y sabéis que yo
nunca os engañaría. Necesitamos nuestra ayuda para detener la reunión. Y
debemos ver a Kiera.
Iván coligió:
—Es cierto que podemos hacer una excepción ya que eres conocida por el
presidente y por los otros, y además Kiera quería verte, aun así, no me
parece una excusa lo suficientemente válida como para…
Masha cruzó las manos, poniendo cara abatida.
—Os lo pido por favor. Y yo también quiero ver a Kiera.
Iván suspiró resignado, cediendo al fin.
—De acuerdo. Os dejaremos. Adelante.
Masha sonrió y les hizo señas a los demás. Pasaron a toda prisa por los
pasillos.
—Lo has hecho genial. Has podido convencer a esos grandullones —le dijo
Nikolai con cariño, y ella sonrió.
—Ya se te dan mejor las artes de la persuasión —dijo Irina—. Bueno, nos
viene bien tenerlos de nuestro lado. Vladimir e Iván son fuertes y podrán
ayudarnos sin problemas.
Se desplazaron unos metros más, navegando por los interminables pasillos
alfombrados, hasta que llegaron a una puerta de madera oscura. La abrieron
y entraron en otra sala.
—Están allí atrás —indicó Nikolai.
Efectivamente, los avistaron al fondo de la sala, rodeados de plantas
exuberantes, frente a la cristalera que mostraba el jardín. Habían dispuesto
una mesa repleta de manjares y vinos exquisitos y comidas deliciosas y
vivaces en colores y de mucha variedad, y aunque se les hizo la boca agua,
Nikolai les dijo que se mantuvieran quietos y en silencio.
—Calmadas sobre todo, chicas. No hagamos ruido. O nos escucharán y
estaremos en peligro.
—¿Qué vamos a hacer?
—Mirar a los políticos y vigilar a Kiera. Veamos cuál es su próxima
acción.
Se enfocaron en ellos, distinguiéndose a Dominik con sus hijos
adolescentes a ambos lados, su mujer junto a él, a la derecha de la mesa, y
frente a él estaban tanto Kiera como otros capitanes y generales, todos
galantes y sonrientes.
—Y yo le dije a esa chica, que se llamaba Masha, lo que era un pavo asado
—dijo riéndose el hombre orondo del mostacho que Masha reconoció
como el que fue a la fiesta del otro día—. Pero ella no sabía ni lo que era….
¡Pobre, cuánta incultura tiene! ¡Y lo flaca que está, que da mucho repelús!
No se pueden permitir esas faltas en una cena de gala. Me parece que
tampoco sabía ni coger los cubiertos.
Masha frunció las cejas, exasperada.
Y ahora ese pedante se está riendo de mí. Lo que me faltaba.
—Hay mucha gente inculta e ignorante en este país, por desgracia —dijo
Dominik, argumentando a favor del gordo, tomando sorbos de su copa de
vino—, pero mi mujer y yo vamos a cambiar Rashia y a darle una capa de
pintura nueva, como dicen los artistas. Y así crearemos un mundo mejor.
Para que los pobres puedan ser más afortunados. Y las mujeres y los niños
no mendiguen en las calles.
—Exactamente, querido —dijo Mila, que le seguía la corriente a su marido.
—¿Qué piensas hacer, Aslan? —preguntó un general al hijo mayor.
Éste sacó pecho y respondió con soberbia:
—Yo, cuando sea presidente, y sé que eso será en el futuro próximo, haré
que las mujeres brujas no vuelvan a tener lugar en el gremio.
—Pero ellas nos protegen, ¿no? Diría que es necesaria su presencia —dijo
Kiera.
Él la cortó, diciendo arrogante:
—No. Cuando yo acceda al cargo, me encargaré de engrosar las filas del
ejército y de proporcionarle más armamento y mayores condiciones de
asalto por si hay que invadir nuevas naciones.
—No pienso que tengamos que hacer más invasiones —terció Kiera, y
Masha se notó estremecida ante el timbre frío de su voz—. Rashia ya es
una nación bastante grande y potente, con muchas reservas de carbón y gas
natural, y me parece que estamos bien así…
Dominik dijo:
—Mi hijo se ve que ha salido con ideas imperialistas, comandante Fraser.
—¡Eso es lo que triunfa hoy en día! —exclamó el gordo rico, sentado a la
izquierda de Kiera, y se meneó de exaltación, alzando los brazos—. ¡El
mundo es un pastel que puede ser repartido entre las superpotencias, y hay
que ganar más poder para dominar más terrenos! ¡El mundo es nuestro! ¡A
por la dominación! ¡La República Roja se alzará con la supremacía
mundial! ¡Y conquistaremos el mundo entero!
Kiera se sonrió y se levantó de repente. Varios pares de ojos se clavaron en
ella.
—¿Qué le ocurre, comandante?
Kiera se encaró a Dominik. Sacó la pistola, que relució en su mano.
Inmediatamente los comensales se pusieron en alerta. Estaban blancos
como la leche. Mila tenía la cara espantada, sin nada de sangre en ella.
Kiera apuntó a Dominik. Masha sentía que no podía contener su miedo,
pero aguantó para poder ver la escena.
—¿Qué significa esto, comandante Fraser? ¿Va a rebelarse, va a
amotinarse contra la República? —preguntó Dominik, y le dirigió una
mueca—. No es bueno morder la mano que te da de comer.
Kiera sostenía la pistola, firme, y en su mirar había hielo, oscuridad
cristalizada y condensada. Aunque estaba de espaldas a ella, Masha podía
intuir su expresión beligerante. La conocía tan bien…
No obstante, lo que vino a continuación nadie se lo esperaba.
—Por favor, comandante, suelte el arma y le perdonaré esa impertinencia
—dijo Dominik con la voz quebrada, y Mila estalló en un llanto
incontrolable cuando Kiera se mantuvo fija y sonrió malvada.
—Estoy harta de vosotros. Vuestra pedantería, vuestro egocentrismo…
Siempre pisoteando a los demás. Y por eso estáis condenados a morir. Y
hoy moriréis.
—¿Qué está usted diciendo, comandante? —Dominik empezó a gesticular,
presionado por la visión del arma y la mirada malévola de Kiera—. Se lo
ruego, baje la pistola y piénselo. Recapacite. O cometerá usted un error
imperdonable.
—No valéis nada. —Kiera señaló a los asistentes, apuntando con el cañón
del arma—. Detrás de vuestras falsas y tontas sonrisas y vuestros trajes y
joyas, no sois nada.
—¿Y qué eres tú? ¿Y qué harás? —Dominik se enfadó y le gritó airado—.
¡No tendrás un mañana, porque yo mismo despedazaré tu futuro! ¡Yo, que
te puse aquí, te ayudé a ascender en la escala militar, yo, que te llamé para
que vinieras! ¡Yo soy tu salvador! ¡Sin mí no serías nada, solo una muerta
de hambre más, como esa zorra esquelética, esa bruja de pacotilla a la que
tienes de mascota!
Kiera sonrió, apretando el gatillo, dispuesta a disparar. Mila lloraba a
lágrima viva.
—Yo no necesito ningún salvador. Mi único camino es el camino de la
venganza. Yo soy la destrucción. Adiós, Dominik.
Le disparó a sangre fría en el cerebro, y la bala se hundió en la masa gris,
que se reventó y estalló por todas partes, manchando las impecables
paredes. Kiera no dudó y no se demoró en dispararles a los otros, a los de la
milicia, al gordo que se había reído de Masha, al que le pegó varios tiros, y
a todos los demás después de él, quienes se derrumbaron como fichas de
dominó, cual castillos de arena.
En medio del caos y del derramamiento de sangre sin control, Mila se había
arrastrado debajo de la mesa y huía con los chicos. Kiera se volvió con
celeridad inusitada y les disparó a los dos con una precisión milimétrica. El
mayor cayó herido de modo fulminante, pues la bala le había atravesado el
corazón, pero el menor consiguió salvarse al agacharse por instinto y
recibió el disparo en la pierna derecha.
Masha convocó las sombras de golpe, y éstas se dispersaron por el espacio
y lo apagaron todo, envolviendo a las personas que aún quedaban vivas.
—¡Corramos! ¡Hay que escapar de aquí! —les gritó Nikolai.
Salieron a tope detrás de él, atravesando los pasillos oscuros, y se toparon
con la gente que salía de las salas y gritaba despavorida. Se oyeron
temblores de tierra y empezaron a salir bichos deformes de todos lados.
Iván y Vladimir corrían por otro lado, y ya no vieron más a Mila y al hijo
sobreviviente.
—¿Qué son esos seres? —se asustó Irina—. No paran de salir.
—Han llegado a través de un portal. Seguramente sea una bruja juvenil o
un aparato que han usado para llamarlos, y mediante el sacrificio los han
convocado —dijo Nikolai.
Masha se fijaba en los monstruos de ojos bulbosos, que pretendían
abalanzarse sobre ellos, pero las chicas los espantaban y los mataban
convocando sus poderes.
Aparecían peñas y más peñas entre el gentío que corría espantado y las
paredes rotas, y veían al pasar corriendo a los que eran devorados por los
monstruos con apariencia pisciforme.
—¡Son los sirvientes de Zhagon, no podemos matarlos, ni a ellos ni a su
dios! —gritó Masha, mientras Ruby los quemaba, Anya los mandaba a
volar y Zia ponía escudos protectores—. ¡Salgamos y vayamos al gremio a
buscar a Alice!
—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntaron ellas.
—¡He estado investigando, pero no puedo decir más, no es momento de
ponerse a hablar!
Nada más salir del barullo y del caótico maremágnum en el que se había
convertido el palacio, vislumbraron un escenario de pesadilla: la gente
corría apresurada y los monstruos avanzaban saltando, persiguiendo a los
humanos, los niños llorando aterrorizados, y los seres estrambóticos
campando a sus anchas. Fuego, sangre y sombras imperando por doquier.
Se dirigieron al vehículo de Ruby, arrancaron aceleradamente y pusieron
rumbo al gremio.
—¡Los bichos esos nos pisan los talones! —chilló Anya.
Talía se acurrucó contra Masha, aterrada.
—¡Son muy malos, lo veo!
—¿Y dónde está Kiera? ¡La hemos perdido de vista! ¡Y hay que
encontrarla! —gritó Nikolai.
Ruby lo miró con el ceño fruncido, por el espejo retrovisor.
—¡Deja de estar obsesionado con esa perra psicópata por un maldito
segundo! ¡Vamos al gremio a asegurar que las maestras estén bien!
—Espero que hayan podido evacuar —murmuró Masha, y agarró a Talía y
a Nikolai.
—¡Ve más rápido Ruby, que no nos capturen esos feos monstruos! —chilló
Irina.
—¡Voy lo más rápido que puedo! —replicó Ruby.
Pisó todavía más fuerte el acelerador y el automóvil se deslizó a toda
potencia sobre la carretera aún con rastros de nieve, casi como si fuera
volando. Las ruedas chirriaban sobre el asfalto a causa de la fricción.
Pasaron como centellas, sin contemplar los paisajes nevados ni por asomo.
Llegaron al gremio y aparcaron y salieron agotados y alterados. Entraron
atropellados en la cocina, encontrándose un caos infernal: sangre
chorreando por el suelo, restos de pisadas que no eran humanas, y brujas
jóvenes muertas o muy heridas.
—¿Qué es esto…?
Zia no pudo articular más. Viendo a las jovencitas con partes del cuerpo
arrancadas, o tan gravemente heridas que no podían curarlas, a ellos se les
congeló la sangre en las venas y el corazón se les quedó aplastado por el
peso de las piedras.
Anya y Zia lloraban, en tanto Ruby trataba de contenerse las arcadas.
Masha tapó los ojos de Talía para que no viera las horrendas escenas.
Vieron a Alice tirada en el suelo, casi inconsciente, y fueron a por ella.
—¡Maestra Alice! —Masha se arrodilló a su lado y le tomó el pulso. Irina y
las demás se acercaron—. Aún respira. Podemos salvarla.
La levantaron. La anciana mujer, cuyas mejillas estaban descoloridas y
cuyos ojos estaban vidriosos y a punto de apagarse, les sonrió con dulzura.
—Mis niñas…. Soñé con que llegaría el día que estaríais todas unidas en la
adversidad. Tenéis que detener al culpable. Por vuestra seguridad. Siento
no haber podido derrotarlas. Eran tan fuertes y salvajes… Esas criaturas
horribles. —Tosió, y ante la mirada inquieta de ellas, sonrió y dijo—: Estad
tranquilas, yo estaré bien…
—La salvaremos, maestra Alice —le refirió Irina cariñosamente—. Usted
es como una madre para nosotras y siempre nos ha ayudado.
Cargaron con ella, que estaba muy débil y no podía tenerse en pie, y
mientras miraban a un lado y al otro por si aparecían otros bichos deformes
como los anteriores, Ruby le preguntó a la venerable mujer.
—Alice, ¿dónde están Cora, Diane y las otras chicas?
—Creo que Cora está por alguna parte…. Estaba luchando contra los
monstruosos seres una vez que estos se han presentado… Y les plantaba
cara muy bien….
—¿Y qué le ha pasado para acabar así? —Irina la observó, y Alice estaba
meditabunda—. ¿Quién le ha hecho esto?
—¿Qué le pasa?, la noto debilitada —dijo Masha.
Alice reveló, en un acceso de coraje:
—Yo… Intenté ponerlos en su sitio, derrotarlos para que no hicieran daño a
las niñas…. Pero Diane me traicionó. Bueno, nos traicionó a todas. Dejó
que los monstruos matasen a las chicas… Y, al tratar de impedírselo, me
envenenó con extracto de belladona… Ella es buena en eso…
—No, no puede ser…
Masha y las demás se esforzaron en contener las lágrimas, al tiempo que
salían del gremio.
Irina repuso:
—Es agobiante ya que vamos contracorriente, pero intentaré hacer un
antídoto que contrarreste el veneno y lo administraré a Alice por vía oral o
intravenosa.
Miraron a Nikolai, y él dijo:
—Debemos llegar a Krez, a la iglesia terrible, porque allí estará Kiera.
Anya asintió y dijo:
—Irina y yo llevaremos a Alice en mi coche. Nos vemos allí.
—Vale. —Ruby indicó a Masha —. Nosotros iremos juntos.
—Yo iré con las chicas y ayudaré a Irina a fabricar la cura —dijo Zia.
Se disponían a irse cuando oyeron una voz a sus espaldas.
—¡Esperad un momento!
Se volvieron, encontrándose a Cora, que jadeaba yendo hacia ellos.
—¡Maestra Cora! —Masha fue a ayudarla y la asistió—. Puede usted
apoyarse en mí.
—Gracias, Masha. Eres una chica estupenda. No hace falta, todavía puedo
caminar. Os ayudaré a encontrar a Kiera y a Diane.
Se acercó a ellas, que le sonrieron cariñosas.
—Menos mal que está usted viva —dijo Irina.
—Nos temíamos lo peor —dijo Ruby.
—Yo no me esperaba para nada la traición de Diane. Era gruñona y arisca,
pero pensaba que tenía buen corazón. Me equivocaba. Igual que con Kiera
Y Diane trabaja para ella… Tenemos que ir a Krez de inmediato —dijo
Cora.
Se montaron en los respectivos coches y marcharon hacia Krez.
En cuanto llegaron, Cora les dijo:
—Id a esa iglesia y acabad con Kiera y con ese horrible culto. Yo me
ocuparé de curar a Alice —les sonrió con auténtica amabilidad—. Mucha
suerte, chicos.
—Gracias, maestra —se lo agradecieron ellos.
Subieron las empinadas calles nevadas hasta arribar enfrente de la iglesia.
Al aproximarse al edificio, encontraron el coche negro de Kiera. Ella estaba
fuera, en mitad de la fría nieve, abrigada con su kaffta negro. Su mirar se
veía aún más tétrico que normalmente, y Masha rehuyó su mirada.
Anduvieron cautelosamente, y Nikolai las instó a guardar silencio.
—Como nos pille, estamos muertos.
Se acercaron sigilosamente, intentando no ser descubiertos por Kiera, que
se mantenía ceñuda y miraba el reloj de pulsera.
—Ya debería de haber llegado. Mierda —oyeron que decía.
Se dio la vuelta, y Masha captó lo que pensaba.
Necesito encontrar a Masha y convencerla de que se venga conmigo. Le
diré que es una cita…
Se estremeció de pavor. Se sintió engañada, y la hiel se escurría por su
garganta. La escarcha se acumulaba en su interior, junto al miedo.
—Esperaremos a que entre y la seguiremos —dijo Nikolai—. No os
mováis, por favor. Está esperando a Fraser, el dirigente del culto, y su
maestro, para más señas. Los pillaremos juntos, con las manos en la masa,
y los mataremos antes de que puedan capturar a Masha.
Las chicas lo miraron interrogantes, y él añadió:
—No puedo explicar las cosas en este instante. Solo os pido un favor:
ayudadme. Y no dejéis que Kiera capture a Masha.
Ellas se mostraron de acuerdo, y sus miradas brillaban de determinación.
—Vale, lo haremos como nos has indicado. Esa perra no tocará a Masha ni
un solo pelo, lo juramos —dijo Irina con ahínco, y sus amigas asintieron a
la vez.
Masha no acertó a esbozar ninguna réplica, y transcurrieron varios minutos.
Ninguno de ellos decía nada ni hacía gestos delatores ni ruidos que
pudieran alertar de su presencia. Talía se hallaba abrazada por Masha,
quien se mantenía acuclillada, como los demás. Por el contrario, Kiera se
movía dando vueltas, nerviosa. Parecía estar bastante agitada.
—¡Salgamos y plantemos cara a esa perra, y que le den por saco! —gritó
Irina—. ¡Estoy harta de esconderme!
—¡No! ¡No podemos hacer eso, o nos matará! —dijo Nikolai.
—¡Deja de contradecir! ¡Somos más, y más fuertes que ella!
—¡No sabéis de lo que es capaz ese monstruo! —dijo Nikolai.
Irina refunfuñó.
—¿No quieres pegarle un tiro en la cabeza? ¡Te ha torturado y mantenido
bajo tierra, y creo que sería justo que la matases!
Nikolai pensó por unos segundos, valorando la idea.
Al final cedió y dijo:
—Me has convencido. Es hora de hacer justicia.
—Nikolai…
Masha lo miró preocupada.
La va a matar de verdad. Pensaba que era solo una idea, pero no…
Se sentía mareada. Notaba una quemazón insistente en el pecho, simulando
que le estaban clavando agujas al rojo. La cabeza le daba vueltas de
tiovivo.
No había considerado realmente que Nikolai fuese a asesinar a Kiera, a
pesar de que él, obviamente, quería matar a la mujer que lo había torturado
y anulado durante tantos años, lo cual era lógico.
Pero Masha no había reflexionado en lo que significaba esa posibilidad
para ella, en la consecuencia más directa: si Nikolai mataba a Kiera, él
obtendría su anhelada venganza, en cambio, ella perdería
irremediablemente a la mujer que había robado su corazón, por la que
suspiraba en las níveas noches y por cuyo recuerdo mojaba los pañuelos de
lágrimas innumerables y perdía el temple y las ganas de comer.
Nikolai se levantó y miró a Kiera. Las brujas se irguieron a su vez y ella
chocó con sus miradas de odio. Finalmente, Kiera miró a Masha, como si
no entendiera nada.
—¿Qué es esto? ¿Estás jugando a las casitas ahora, pajarillo?
Miraba a Nikolai fijamente, y él sostenía la pistola entre sus manos
temblorosas.
—¡Te voy a matar, hija de perra! ¡Te freiré el cerebro!
Kiera lo miraba sin pestañear. Masha pensó que podría extraviarse para
siempre en el azul turbio de sus ojos, el océano turbulento que anunciaba su
sinrazón.
—Ah —se limitó a decir Kiera, y lo miró con clara indiferencia—. ¿De
verdad te piensas que puedes matarme?
—¡Te dispararé todas las veces que haga falta! —chilló él—. ¡Y luego
encontraré a Fraser, tu maestro, y también lo destrozaré!
Kiera esbozó una maquiavélica sonrisa que les agujereó las tripas. Nikolai
se puso blanco como la cera y Masha se sintió aturdida. Kiera sacó su
pistola.
—La he recargado. Ahora tiene tantas balas como antes, suficientes para
disparar a todos. Y así dejaréis de molestar. —Se centró en Masha, y ella se
sentía alelada—. Me llevaré a Masha y no podréis detenerme.
Irina se rio, soltando risas campechanas.
—¡Qué graciosa! ¡Eso es lo que tú te crees, zorra! ¡No dejaremos que te
acerques a ella!
Al unísono, las cuatro brujas activaron sus conjuros, pero Kiera apuntó con
la pistola a Nikolai. Masha no podía reaccionar, pues estaba congelada de
terror.
—Si me intentáis matar, dispararé a Nikolai hasta dejarlo frito. No será una
muerte rápida e indolora, será lenta y angustiosa. —Sus ojos se velaron de
negro al tiempo que añadía—: Y me gustaría ver vuestros rostros
espantados mientras él agoniza… Delante de vosotras.
—¡No!
Masha avanzó, interponiendo su cuerpo fino entre Nikolai y la pistola, y
Kiera enarcó una ceja. Nikolai se asustó por la reacción de Masha.
—¡Masha, no lo hagas! ¡No te sacrifiques por mí!
Ella pensaba frenéticamente.
Piensa, piensa… ¡Tengo que salvarlos a todos! ¡No permitiré que muera
nadie más! ¡Y debo parar a Kiera!Piensa, piensa… ¡Tengo que salvarlos a todos! ¡No permitiré que muera nadie más! ¡Y debo parar a Kiera!
Kiera la observó, sin mover un músculo.
—¿Qué haces ahí parada, muñeca?
—¡No mates a mi hermano, por favor! —Masha intentó apelar a algún
sentimiento en Kiera, pero ésta permanecía inexpresiva—. ¡Te lo suplico,
no mates a ninguno de ellos! ¡Por favor!
Kiera bajó el arma.
No voy a matarte, pajarillo. No, eso sería… Contrario al plan, por supuesto.
—No los mataré si vienes conmigo de buen grado —sentenció Kiera.
—¡No la escuches! ¡Solo quiere engañarte! —le gritó Nikolai a Masha,
desesperado.
Ella miró a ambos alternativamente.
Irina y las demás preparaban un conjuro y lo iban a activar, cuando Masha
se volvió y les dijo:
—¡No! ¡Yo iré con ella! ¡Confiad en mí!
—Es una locura —masculló Ruby—. Tenemos que detenerla.
—Si lo intentamos, matará a mi hermano —dijo Masha.
—Y lo haré de verdad. Yo cumplo mi palabra —dijo Kiera con frialdad,
ácidamente.
Masha se volvió, encontrando su negra mirada. La bondad y el amor hacía
tiempo que habían naufragado ahí, dejándola vaciada de toda humanidad.
Kiera se parecía a un monstruo, en el sentido de que no había límites para
su maldad y era capaz de manipular y matar con tal de conseguir sus
intereses.
Masha suspiró y fue con ella.
Kiera la estudió atentamente y dijo:
—Muy bien. Veo que te has preparado como es debido.
Masha sostuvo su mirada torva, y entonces, ante el asombro mayúsculo de
los presentes, conjuró las sombras y ellas acudieron a su llamado, y trató de
golpear a Kiera, pero ella la apuntó con la pistola, y el frío roce del metal
sobre su frente desencadenó una descarga de terror en Masha.
Nikolai se dispuso a lanzarse a por Kiera, pero ella negó, moviendo el
cráneo.
—Yo si fuera tú no lo haría. Solamente he venido a por Masha. Vosotros
no me interesáis. —Su boca y sus ojos eran una línea de indefinible y
compacta negrura—. Ni vivos ni muertos. Solo quiero a Masha. Y no
quiero romper su preciosa cabeza.
Masha respiró de nuevo, aspirando bocanadas de aire, cuando Kiera le
retiró la pistola. Masha se giró. En sus mejillas había lágrimas rodantes.
—Lo siento, chicos. Poneos a salvo.
—¡No! ¡Masha!
Nikolai y ellas intentaron ir a salvarla, a liberarla de Kiera, pero ella la
agarró y los miró con desidia, cogiendo a Masha al apretar con la fuerza de
sus brazos.
La tenía agarrada por detrás, y al ser más alta que ella, le susurró al oído:
—Ya te tengo, muñeca. Y te vienes conmigo.
Masha, llorando, fue arrastrada por ella a la oscuridad de la iglesia, y
escuchó cómo sus seres queridos se debatían sobre la mejor forma de
salvarla.
Kiera la condujo por unas escaleras de caracol que descendían a la
negritud, y una vez bajaron a la cripta, tras bajar los sombríos escalones, se
hallaron en un espacio húmedo y cerrado que olía a huesos y a tumba
revuelta.
Kiera la soltó y Masha la observó, desconfiada. Kiera se guardó la pistola y
la repasó con avidez, aunque se veía serena.
—Has tomado una buena decisión. Al fin y al cabo, los hubiera matado de
no ser porque has intercedido y me has pedido clemencia.
Masha le dirigió una mirada fulminante.
—Tú no tienes piedad con nadie. Nikolai me lo ha contado todo.
Kiera sonrió y la observó, acercándose a ella.
—Ah. Así que Nikolai se ha ido de la lengua. Ha contado más de lo que
debía. Pero bueno, no hay remedio. Es la verdad.
—No quiero que me cuentes nada —dijo Masha, y se enjugó los ojos,
sintiéndose manipulada—. No puedo soportar ni una más de tus mentiras.
Kiera, más cerca de ella aún, la miró con suficiencia.
Su tono se volvió más crudo y lánguido al decir:
—Te contaré toda la verdad. Ha llegado el momento de que sepas por qué
hago todo esto.
Masha se retiró de ella, volviendo a sollozar. Al notar sus ojos marrones
cargados de lágrimas, algo se rompió en el interior de Kiera, y las astillas
laceraron su corazón podrido y deshecho.
—No quiero escucharte. No te creeré.
Kiera miró al techo y luego a Masha. En sus ojos azules no había pena, solo
la pasividad y la insensibilidad de alguien que ya no es capaz de sentir
nada.
—No necesito que me creas. —Kiera exhaló un suspiro y habló en tono
monótono al decirle—: Lo siento, Masha, pero no tengo otra opción. Mis
padres son mayores ya y no creo que les quede mucho más tiempo en este
mundo. Mi hermano no quiere saber nada de política y mi hermana menor
está en silla de ruedas. Es paralítica desde que nació. Tiene una enfermedad
degenerativa que se ha agravado con el paso del tiempo y ya no la deja
caminar ni salirse a la calle. ¿Puedes imaginar lo que es eso? Una tortura,
un infierno diario.
Masha la fulminó de nuevo, enojada.
—Eso no te justifica para secuestrar niños y darlos a un dios ancestral y
monstruoso. ¡Has cometido crímenes imperdonables! Y lo que me dijiste y
lo que me hiciste…
Kiera se acercó a ella, su cara seria.
—Nunca he querido hacerte daño, Masha. Me sentí atraída por ti desde que
te vi. Y deseé estar contigo. Incluso si eso me ponía en riesgo… Formo
parte de la organización desde la adolescencia. Siempre he sido buscadora
de lo oculto, del horror antiguo y extraño que yace en la oscuridad del
mundo. Mi maestro me enseñó cómo ser madura, seca y fuerte. Me formó
para ser su sucesora. —La miró, y Masha tragó saliva, pero Kiera agregó,
templada—: Y luego, para poder ascender en el poder y acceder a los
círculos íntimos, me integré en el ejército. Luché todo lo posible por ser
admitida, aunque fuese una mujer. Las interminables discusiones con mi
padre, los llorones de mi madre y mi hermano… Recuerdo que los dejé en
Valtis, renunciando a una vida feliz y estable para entrar en el mundo
espinoso del crimen. Pero valió la pena al conocerte. —Se acercó más a
ella, intentando acariciarle, pero Masha reculó—. Te veía pequeña y
desnutrida, pero con una belleza insólita, como la bruja que eres. Una bruja
que serviría de portal. Las reglas del culto son claras. No podía sino
vigilarte y establecer mínimas relaciones contigo, pero no podía olvidarte.
Estabas en mi cabeza. —Le cogió la cara y la acarició, y Masha se resistió,
pero Kiera le sonrió—. Esa blanca carita me gustó mucho. Tus ojos
tristes… Como los del cordero ideal. Eras la Materia perfecta para el
sacrificio, o la bruja que podría liderar el culto a mi lado.
Mi maestro, un viejo sabio, me lo dijo:
«No es bueno tocar la Materia antes de la ceremonia. Ella no se puede
corromper.” —Sus ojos se estrecharon, helados y estáticos, y Masha notó la
lujuria descargando en ellos, junto a la dopamina—. Pero cada vez me
resultaba más duro dejar de desearte. Era más y más… Hasta que me dejé
llevar. Y te toqué. Y te besé. Y no podía parar.
Masha le pegó un empujón y se alejó de ella.
—¡Me das asco! ¡Has tenido a mi hermano hecho un despojo durante siete
años y a mí me has engañado y manipulado! ¡Y has intentado matar a mis
amigas! ¡Eres un monstruo!
Kiera se encogió de hombros, indiferente.
—Bueno… Se veía venir que te lo diría tarde o temprano. Pero yo mantuve
bien mi fachada. Nunca podrías haber sospechado de mí.
—¿Y qué hay del poder? ¿Qué planeas hacer?
Kiera elevó los brazos en gestos férvidos.
—¿No lo ves, Masha? Pretendo crear un mundo justo y lleno de sabios y de
gente buena. Gente que se merezca vivir. Por ello tenía que matar a los
inmundos y hacer una limpieza. La basura del mundo debe ser erradicada
para que sea más justo.
Se puso frente a ella en zancadas, y le acarició la cabeza. Masha hizo una
mueca. A Kiera le brillaban los ojos.
—¿No te parece maravilloso? Ayúdame, quédate a mi lado, y juntas
podremos construir un mundo mejor, la tierra de los bienaventurados. Y
seguiremos a Aquel Que Viene de las Estrellas.
Masha se despegó de ella, temblando convulsamente, aunque la taladró con
sus ojos furiosos. Y a Kiera eso le dolió más que cien puñales clavados en
el pecho.
Masha le gritó:
—¡Yo no pienso seguirte, eres insoportable! ¡No me juntaré con
monstruos!
Se apartó de ella. Kiera estaba sombría.
—Ah… Qué lástima. Podríamos estar tan bien. Yo podría hacerte sentir
tantas cosas buenas… —Se sonrió ufana—. Seguro que quieres. Y tengo
ganas de tenerte, pero si te toco una vez más será mi fin. El maestro me
regañará y me castigará. Los cien latigazos no me gustan nada, pero de eso
no me libro.
La cogió de la mano, tirando de ella, y le dijo:
—No te preocupes. No te haré nada malo.
La agarró de la cintura y la alzó y Masha pataleó para soltarse. Kiera la
soltó con brusquedad y Masha la abofeteó. Kiera se miró la mejilla roja y le
dirigió una mueca.
—Eres díscola para ser tan pequeña, pajarillo.
Se lanzó a ella y Masha se estremeció enteramente. Kiera la agarró de
nuevo y trató de alzarla, pero Masha no paraba de moverse y forcejear.
Kiera le cogió el mentón y le dijo:
—Estate quieta. No quiero molestarte ni hacerte nada. Es por tu propio
bien.
Masha forcejeó y se soltó de su agarre, y se dio la vuelta tratando de huir,
pero Kiera la agarró de su cintura de avispa y la atrapó. Masha notó el
corazón dando botes en su descarnado tórax, y la respiración y los
pensamientos de Kiera diluyendo en su mente, fluyendo sin parar hacia
ella.
¡Quédate quieta, Masha! ¡No seas tan desobediente! De todos modos, no
puedes escapar de mí. Jamás podrás. Tú eres mía. Y quiero poseerte en
cuerpo y alma.
Y al echar la vista atrás, Masha se quedó paralizada, al toparse con los ojos
fríos y fijos de Kiera, su tormento y su pena, la oscuridad insondable de
unos ojos que la envolvían en la sombra, arrojándola a los abismos negros
de la locura.
13. SANGRE Y ESPINAS
Kiera llevó a Masha a la nave central y la colocó sobre el púlpito que servía
de altar.
Masha pataleó y se quejó, forcejeando para soltarse, pero Kiera era mucho
más fuerte que ella y la puso boca arriba y le sujetó las muñecas y se las
juntó con unas cuerdas, apretando tan fuerte que a Masha se le cortó la
respiración.
—¡Estate quieta!
—¡No! ¡No te dejaré! ¡Suéltame!
Masha siguió resistiéndose, y Kiera lo tuvo difícil para sujetarla (pese a que
Masha ya estaba sujetada) mientras Masha pegaba patadas al aire y ella
trataba de esquivarlas. Le echó el aliento en la cara, acercando tanto su cara
que estaban a escasos centímetros.
—¡Que te quedes quieta, maldición!
Masha detectó la presencia de un viejo hombre que venía arrastrando los
pies. Iba vestido con una larga túnica negra, polvorienta y gastada. Llevaba
un libro negro en la mano, abierto por una página concreta.
Era mayor, cargado de años, a juzgar por su faz amarillenta y
apergaminada; sus cejas eran negras y estaban arqueadas, dándole más
maldad a su rostro, y se veía artero y maligno. Tenía barba de varios días
Sus ojos, azules como los de Kiera, rezumaron desprecio al examinar a
Masha.
Kiera se volvió.
—Maestro. He traído a Masha.
—Bien, bien. Ya veo que lo has conseguido. Ten, toma el libro. Córtale un
poco la mano y que se le derramen unas gotas de sangre. Las necesitamos
para activar la conexión y crear el portal.
Kiera asintió, tomó el Libro que él le entregaba con la mano derecha y
agarrando el cuchillo con la izquierda, le cortó a Masha el dedo índice, de
cuya yema chorreó unas cuantas gotas rojas que cayeron sobre las páginas
antiguas.
Se lo devolvió al anciano, a instancias de Masha, que se movía
nerviosamente y pataleaba, aunque no le servía en absoluto para liberarse
de su aprisionamiento.
—Perfecto. Vamos allá. —Él empezó a pasar las páginas y dijo—:
Entonces lo convocaré. A él. Nuestro Dios.
Masha sintió que temblaba de pies a cabeza. Se fijó en el anciano, cuyos
ojos, cavidades negras en las que anidara la locura, no paraban de recitar
conjuros y palabras innominadas, y tembló.
Es Fraser. El fundador del culto. Y algo más…
Kiera le agarraba los brazos para evitar que se moviera, y ella entrevió sus
pensamientos.
El abuelo quiere que yo lo haga bien. Pero no sé si descubrirá lo que hice.
Cometí un error al dejarme atraer por esta…, esta mujer.
La miraba con ansiedad y lujuria, que salía desde su mirar gélido, y el viejo
dijo:
—Yshoggoth, da min wuoer, Tsgaa, Ysoghotthoth, yo te invoco … Ven
aquí desde tu reino estelar… Ven y conviértete en nuestra fuerza, oh Dios.
De repente el suelo comenzó a temblar y a resquebrajarse, se creó un
agujero, y de las profundidades de la oscuridad salió una criatura informe,
amorfa, consistente en una oscura masa gris, violeta y negra, que discurría
pegajosa por el suelo; cientos de ojos daban vueltas continuamente por su
carne blanda, viscosa y que parecía ser como una gelatina, era grande,
mucho más de lo que Masha había visto en sueños, y los ojos, las piernas y
los brazos que asomaban de ese bulto horrendo aparecían y desaparecían,
tomando forma y luego volviendo a ser absorbidos por él, y el olor pútrido,
fétido, que emanaba era insoportable. A Masha se le puso la piel de gallina.
Kiera aún la mantenía inmovilizada, y en sus ojos vio una alarma que no
había sentido nunca antes. Fraser esbozó una sonrisa tirante y desquiciada,
saludando al bicho con la reverencia que viene del temor.
—Bienvenido, oh gran deidad. Espero poder complacerte si te ofrezco a
esta mujer en sacrificio.
Taladró a Kiera con sus afilados ojos, acercándose a ella.
—Ella es pura, ¿no es así?
Señaló a Masha. A Kiera se le secó la boca.
—Eh… Ella es…
—Dime la verdad, Kiera. O sufrirás las consecuencias.
Ella agachó la cabeza, perdiendo parte de su aplomo ahí, en ese momento
en que se dejó dominar por el miedo que sentía hacia su abuelo. Masha se
preguntó qué clase de castigo le daría su familiar para que Kiera, una mujer
imbatible, que no tenía miedo a nada ni a nadie, se viese reducida a una
niña miedosa delante de él. Su cabeza estaba plagada de terror y monstruos
innombrables, y Masha no podía sacar nada en claro de toda la maraña.
Sudorosa, aterrada, con los nervios a flor de piel, Kiera dijo:
—Yo he cumplido mi parte, maestro. He hecho lo que me ha pedido.
Fraser la señaló con el dedo, sonriendo malévolamente, y Kiera se puso
lívida.
—¡No! ¡Lo sé, sé que te vi fornicando con ella en el bosque, donde está ese
gremio de brujas! ¡Y Diane me ha contado que os ibais a andar juntas y tú
le decías y le hacías cosas indebidas! ¡Yo te dije que no podías corromper a
la Materia del sacrificio!
—No… No puede ser… Eso no es así…
Kiera se echó el pelo hacia atrás, y sus manos sufrían espasmos
incontrolables, fruto del pavor. Masha miraba alternando entre Fraser y
ella.
—¡Sucia marimacho! ¡Yo sabía que no ibas a poder hacerlo como es
debido! ¡Si tan solo fueras una mujer normal! —Las injurias de Fraser
herían como cuchillos, y le hizo señas, encolerizado—. ¡Ven aquí, que te
vas a enterar!
—Puedo explicarlo… —murmuró Kiera, espantada.
—¡He dicho que vengas!
Su tono altivo no daba lugar a réplica, y se escondía mucha rabia ahí. Y la
ira es peligrosa, y más si la tiene alguien a quien estás supeditado.
Kiera sentía miedo de su abuelo. Masha lo notó al ir Kiera hacia él, en su
cara blanca como el papel y su cuerpo, desgarbado y tieso, encogido para
parecer más pequeña. Se le figuró una niña, débil, llorosa y cobarde. Fraser
la obligó a mirarlo a los ojos. Y le propinó la primera patada. Los insultos y
las recriminaciones llovían sobre Kiera como pedruscos, y ella solo
aguantaba.
—¡Te dije que no podías tocarla, que tenías que preservar su pureza!
¡Ahora has contaminado su sangre! ¡Nuestro Dios la va a rechazar!
—Maestro…
Fraser la golpeó con el bastón en la nariz, y Kiera empezó a sangrar. Fraser
le pegó en las rodillas, Kiera se tambaleó y se cayó. Él le golpeaba la
espalda con una potencia febril e inhumana.
—¡No debes violar las reglas de la comunidad, y no debes corromper al
recipiente!
—Yo…
Kiera alzó una mano, que Fraser rajó también. Kiera aulló de dolor, y él la
cogió de la cabeza y se la movió con violencia, fiero, salvaje y hostil.
—Te entrené para que fueses la mejor, la más implacable. No debes tener
emociones, y menos hacia el sacrificio. ¡Eres un estorbo, una perra con un
maldito cerebro de hombre, algo que no le corresponde! —Le descargó
patadas en el vientre, y Masha se aterrorizó por los aullidos guturales de
Kiera, que rasgaban el espacio—. ¡Y todo eso que te hice, todo lo que te
enseñé, fue en vano! ¡Estás mentalmente enferma, y no eres apta para ser
mi sucesora!
La soltó bruscamente. Kiera trató de ponerse en pie, y lo logró con trabajo.
Estaba hiperventilando. Los ojos cuajados de lágrimas, las mejillas
arañadas. Se tocó el costado. Seguramente se había partido algunas
costillas.
Fraser le habló con desdén:
—Si hubieras nacido varón… No creo que fueras más lista, pero irías
acorde con tu comportamiento. Tú actúas como un hombre porque no sabes
ser una auténtica mujer. ¡No puedes ser lo que no eres! —Indicó a
Masha—. ¡Y has copulado con ella por vicio, por placer, sin tener en
cuenta el agravio que has causado a tu comunidad! ¡Y todos esos castigos
que te puse para que aprendieras a ser digna, no valen para nada! ¡Eres una
inútil, estúpida, torpe marimacho! ¡No sirves de nada!
Kiera no replicó, soportando las vejaciones en un hermético silencio. Fraser
masculló entre sus dientes y le pasó un cuchillo largo de mango oscuro.
—Tienes que arreglar esto. Ve y mátala. Asegúrate de que ella es virgen
aún, y espero por tu bien que lo sea.
Kiera comenzó a temblar otra vez.
Asintió y tomó el cuchillo, acercándose a Masha, que se removió, (pero
como estaba atada no podía soltarse), y le susurró:
—Lo siento mucho, Masha. Perdóname.
Kiera alzó las manos, agarrando el arma, cuyos destellos se clavaron en la
retina de Masha. Su instinto de supervivencia la empujó a buscar la manera
de sobrevivir. Tenía que desvelar su poder y escapar ya. O sería demasiado
tarde.
Espero que los demás salgan rápido de este antro. Me libraré de esto. ¡Me
niego a morir aquí!
Fraser le dijo a Kiera, en tono mordaz:
—Ya sabes lo que pasará si fallas y ella no resulta ser un buen sacrificio.
Lo serás tú en su lugar.
Kiera contorsionó la cara en una expresión de horror y Masha captó su
pensar, acelerado y aterrado.
El Dios me devorará, o bien los demás me pondrán en una cruz o algo así y
luego me comerán cuando haya muerto… ¡No, no quiero morir! ¡Quiero
vivir! ¡Soy demasiado joven para esto!
Miró a Masha, temblorosa.
Lo siento mucho, pero tengo miedo. No puedo decepcionar al
abuelo. Odio los latigazos. Las cadenas. Las espinas. Comer gusanos. Las
noches y días en el cuarto oscuro. Las mañanas y tardes sin comer y sin
bañarme. Lo odio todo. ¡Los odio a todos! ¡Lo destruiré todo! ¡Yo soy un
juguete roto, algo que no tiene valor! ¡Y me gustaría morirme y que todos
ellos se murieran conmigo!
Masha supo que Kiera escondía aún muchas sombras y que solo veía la
superficie. Los ojos de ella la escaneaban, ansiosos, mirando sus pechos,
sus caderas, sus piernas, su boca.
Me hubiera encantado volver a hacerte el amor… Abrirte de piernas.
Tumbarte en algún lugar sombreado y besar tu cuerpecito… Ah… Ah… Te
deseo tanto que duele… Me duele tener que hacerte esto, Masha. Quiero
poseerte, quiero tenerte, quiero que seas mía… ¡No quiero matarte, no, pero
no tengo otra opción!
—¡Mátala de una vez, extrae su corazón y bebe su sangre! —le gritó
Fraser.
Kiera balanceó el cuchillo ante Masha. Ella cerró los ojos y el poder acudió
a su llamada. Las sombras salieron desde su piel, su cuerpo se incendió, en
llamas, y las sombras atacaron a Kiera, rápidas y desbordantes, en raudas
oleadas, dejándola ciega; Kiera gritó dolorida y se apartó, Masha cogió el
cuchillo y salió corriendo tras bajarse del altar.
—¡No puedes huir, muñeca! —le gritó Kiera, aullando ferozmente, y fue
tras ella.
Fraser le cogió la mano, pero Masha le cortó en la cara y el viejo se alejó
de ella. El shoggoth aullaba enfurecido. Le cortaba el paso. Masha miró
frenéticamente a todas partes. No había salida. Fraser y Kiera la cercaban
por un lado, y el monstruo por el otro. El Shoggoth le aulló enfadado,
echándole su pestilencia.
Los demás se presentaron, corriendo veloces.
—¡Masha! ¡Huye!
Ella vio a Nikolai, Irina, Ruby, Zia, Anya y la niña, Talía. Pálidos y
asustados, eran un reflejo de cómo ella se sentía. Se acercaron a ella, que
corrió a por ellos.
—¡Oh, por Alyn, qué horror! —exclamó Irina, y todos miraron al
monstruo, que se acercaba a ellos a toda prisa, rugiendo como un tren fuera
de control.
—¡No podemos luchar contra eso! —gritó Nikolai, e instó a Masha a que
se acercara más—. ¡Debemos irnos ya!
—¡Y ésos no nos dejarán pasar! —chilló Ruby, señalando a Fraser, que se
había recobrado y andaba renqueante hacia ellos, apoyado en su bastón,
injuriando a Kiera.
—¡Pensemos sólo en salvarnos, y luego ya veremos! —dijo Zia.
—Qué bicho más tremendamente feo —se estremeció Anya.
Irina le quitó a Masha las ligaduras y ella pudo mover las muñecas.
—¡Vámonos ya! —gritó Talía—. ¡Ese bicho nos comerá!
Masha los desoyó y se plantó frente al monstruo, que le devolvió una
mirada terrorífica.
Ella convocó su poder, y las sombras se manifestaron nuevamente,
enroscadas en sus manos y brazos. Podía manejarlas a voluntad, pues eran
parte de ella. Le dolían los pies, el corazón le zumbaba en el pecho,
repiqueteando aceleradamente, y a su alrededor todo daba vueltas de
carrusel. Pero debía superar el terror y vencer al monstruo a fin de salvar a
sus seres queridos. Kiera y Fraser la observaban estupefactos.
—¡Qué demonios haces, niña tonta! ¡No puedes derrotar a nuestra
invencible deidad! —rugió el viejo, aproximándose a ella, pero Masha
estaba preparada.
Las sombras fluyeron desde sus manos, desperdigándose por el ambiente
malsano y crudo, congelando a los espectadores. Se lanzaron cual
proyectiles a la masa deforme que la quería matar; Masha, concentrada a
tope, descargó más flechas y sombras al bicho, y lo hicieron retroceder. Lo
agarraron y lo zarandearon como si fuese de goma. También habían
logrado espantar a sus enemigos. Kiera no daba crédito a lo que veía.
Fraser estaba tirado en el suelo, y al tratar de levantarse, Masha distinguió
sus pupilas negras y muertas, pero no se detuvo. Caía un diluvio de
sombras, gruesas y firmes, sobre el monstruo, lo torturaban, lo golpeaban,
lo pinchaban… El bicho aulló y se esfumó, quedándose más débil y
diminuto en consecuencia del impacto. Masha, agotada por tal esfuerzo, se
volvió a los demás y echó a correr. La multitud de fieles se congregaba y se
iba hacia ellos. Sus pasos resonaban cada vez más cerca. Estaban a punto
de llegar.
Se unió a sus amigos y salieron en tropel hacia la salida.
A punto de salir, Masha oyó los gritos desenfrenados de Kiera. En el
umbral, se paró en seco.
—¿Qué haces? ¡Sal, hay que escapar e ir tan lejos como podamos!
Nikolai tiró de ella, pero se soltó y lo miró.
—Es Kiera. Tengo que salvarla.
—¡No tienes que ayudarla! —negó él—. ¡Ha estado a punto de matarte!
Masha recordó la mirada angustiada de Kiera, su tormento personal, la
tortura vivida a lo largo de los años, su niña interior, a la que había visto en
sus visiones. Sufriente. Quemada. Alocada. Torturada. Negada y
rechazada.
—¡Volveré en un momento, no tardaré!
Se dio la vuelta, volviendo adentro.
Las chicas se miraron, asustadas.
—¿Qué mosca le ha picado? No todo el mundo se merece ser salvado —
masculló Irina.
—Vámonos de aquí —dijo Ruby.
Y se marcharon en busca de un escondite, no muy lejos de todos modos
para aguardar a Masha.
Ella fue a mirar, asomándose en el umbral de la sala, donde los reunidos
escuchaban la oratoria de Fraser.
—El miedo es un eficaz método de enseñanza. Educar al niño para que
aprenda a través del dolor que se le inflige cuando ha cometido una falta. El
instinto, las pulsiones del cuerpo, responden ante el sufrimiento, y lo toman
como una consecuente respuesta al error cometido. Por eso el criminal debe
ser castigado con tortura. Y los niños han de aprender sus lecciones a palos.
Con miedo yo soy un maestro eficiente, y mi alumno uno más ejemplar,
una vez que asocia la recompensa a la ausencia de dolor y recibe este en
silencio y abnegación, comprendiendo que merece el castigo. La
motivación de la pena es moldear los corazones de los hombres. Los
débiles corazones humanos, que se rebajan al deseo y no cumplen con su
deber. Y hoy, Kiera entenderá que debe ser castigada. Su pena es la
crucifixión.
Masha alcanzó a verla estirando el cuello, y se quedó son aliento,
horrorizada. Kiera estaba sobre una cruz de madera, los brazos estirados,
las piernas alargadas al máximo. Le habían clavado dos clavos en las
manos y otro en los pies, que los mantenía unidos. Sangraba por los brazos,
el costado, y de su frente también se escurrían gotas de sangre.
Por si esto no fuese poco, la habían coronado de espinas, emulando un
mártir, y tenía las espinas duramente incrustadas en la carne. Estaba
prácticamente desnuda, con sólo un trapo tapando sus partes íntimas, y
tenía los ojos enrojecidos y casi cerrados.
—Abuelo… No… Por favor, perdóname…
A Masha se le partió el corazón escucharla hablar con esa voz tan fina y
rota, símbolo de un alma perdida en los vórtices de la demencia. Fraser se
volvió a Kiera.
—No. No hay nada que perdonar. El castigo por haber fracasado será tu
propia vida. Sabes bien que yo no tengo piedad con los viles y los sucios. Y
tú deberás limpiar tu inmunda alma y tu repulsivo cuerpo. Arderás en las
llamas del infierno y tu alma será purgada de sus pecados ardiendo en el
fuego infinito. Hasta ese momento, sufre. Te consumirás en el dolor, te
ahogarás en tu propia sangre y nosotros nos haremos cargo de tu carne
maldita cuando hayas expirado. Adiós, Kiera.
Sin contemplación, se giró a la muchedumbre, que abucheaba a Kiera y le
escupía y la insultaba fervorosa, y proclamó:
—¡Muy bien, compañeros! ¡Es el día del Juicio Final, en el que Kiera
sustituye a la muchacha del sacrificio! ¡Nuestros dioses han retornado para
exterminar a las malvadas gentes de Terraris, a los impíos y viles hombres
que cometen muchos pecados! ¡Kiera ya ha pecado, y solo será perdonada
si muere en la cruz! ¡Y cuando muera, podremos hacer uso de su cuerpo!
—Su mirada cruel le heló la sangre a Masha—. ¡Tomaremos su carne, que
será la hostia bendita, y tomaremos su sangre, que será el vino del señor! ¡E
Yshoggoth podrá devorar su corazón si le place, mientras nosotros nos
quedamos con el resto!
Masha sintió que le temblaban las piernas. Se arqueó hacia delante, las
arcadas le subían por el esófago desde su descontrolado estómago.
Están dementes. Se la quieren comer…. Debo salvarla. Malditos caníbales.
Reunió las sombras que se arremolinaban en la estancia, las juntó, las atrajo
hacia ella y las dirigió a la gente. Fraser recibió el disparo de las sombras
que se le abalanzaron. Los fíeles empezaron a chillar de pánico en plena
negrura. Masha los retorció, creando y engordando más sombras que fluían
de ella, y al producirse el apagón, la turba se descontroló como un rebaño
de ovejas que no ha cuidado el perro pastor, saliendo en estampida. Fraser
había vuelto a caer y se retorcía de dolor. Masha le cortó las ataduras a
Kiera tras bajarla de la cruz con mucho esfuerzo y la observó consternada.
Tenemos que salir inmediatamente.
Lograron salir de la iglesia terrible, y a la luz del día, Masha miró a Kiera.
Ella abrió los ojos y también la miró, extrañada.
—Oh. ¿Por qué me salvas? Yo no merezco vivir. No después de lo que te
he hecho.
Masha suspiró.
—Me parece que esto es más duro de lo que yo había pensado. El bien y el
mal… Nada es absoluto, Kiera, ni siquiera la verdad. Todos tenemos un
lado bueno.
—Ah… Sí…
Masha, cargando con Kiera trabajosamente, pues esta pesaba casi el triple
que ella, llegó a donde se habían refugiado los otros, detrás de unos
matorrales. Nikolai salió a su encuentro.
—¡Te estábamos esperando, Masha! ¡Ha sido una imprudencia de tu
parte…! —Se fijó en la doliente Kiera y se le cortó la respiración—. Oh. Si
parece a punto de morirse…
Las chicas se le acercaron y Anya ahogó un sollozo, estremecida.
—¡Qué le han hecho, por Alyn! ¡Y porqué la has salvado, si es una
repulsiva traidora!
Masha situó a Kiera en un tronco caído. Ella aulló de dolor al sentarse.
Tenía las articulaciones doloridas. Apenas podía verlos porque su visión
estaba borrosa de haber estado asfixiada.
Masha se volvió a sus amigas.
—Ayudadme a salvarla, por favor. Os lo suplico. Vosotras no sois unas
asesinas. No somos como esos locos.
Irina se cruzó de brazos, mirando a Kiera analítica.
—Yo diría que le queda poco tiempo de vida, Masha. Por cómo son sus
heridas, deduzco que ya ha sufrido algo de fallo orgánico. La herida del
costado está abierta e infectada; ha perdido bastante sangre. —Se acercó a
Kiera sin ocultar su repugnancia a través de una mueca, pero ésta se
mantenía congelada, apretando la mandíbula para no gritar de dolor—. Se
le habrán roto dos o tres costillas. Sí, puede ser.
—¿Cómo lo sabes? —se sorprendió Masha.
Irina sonrió.
—Soy una buena sanadora, después de todo. Todas nos especializamos en
sanar heridas. Pero Kiera tiene poco que sanar. Ya está al borde de la
muerte.
Kiera, cuyo rubio y ondulado cabello le tapaba el abdomen rajado y
cubierto de laceraciones, susurró:
—Masha…. Masha…
Intentó levantarse, y Masha fue y la paró.
—No puedes levantarte, y no puedes caminar. Quédate ahí.
Kiera la atravesó con sus ojos azules, ahora perlados de sombras y de
muerte.
—Masha… Eres un ángel… —Alargó una mano ensangrentada y le acarició
la cara. Ella notó que se le partía el corazón—. Eres preciosa, pero yo no te
merezco… Déjame morir…
Masha se inclinó a ella, mirándola fijamente.
—No… No te dejaré sola. Tú no quieres morir, ¿verdad?
—No… No quiero….
La voz de Kiera era un hilo quebradizo, y todas desviaron la mirada,
angustiadas por su aspecto decadente y ensangrentado. Nikolai permanecía
tieso, y le dedicaba torvas miradas. Kiera se echó hacia delante y escupió
sangre, tosiendo a la vez. Le faltaba el aire y le costaba respirar.
—La salvaré, os guste o no. —Masha se volvió a ellas—. Y aunque estéis
en contra, es mi decisión.
Ruby farfulló, disgustada.
—Como quieras. Pero no estamos de acuerdo en que salves a Kiera.
Kiera escupió más sangre, que le salía en hilillos de la boca. Sus dientes
estaban manchados de rojo.
—Qué asco —dijo Talía, haciendo una mueca—. ¿Por qué hace eso?
—Los pulmones se encharcan de sangre y no puede respirar
adecuadamente. —Irina alzó las cejas, mirando a Masha—. Si la salvamos,
nos darás una compensación.
—Sí. —Las miró, y ellas suspiraron—. Entonces estamos juntas en esto.
—Yo miraré a ver qué pasa —dijo Nikolai.
Masha les dijo a las otras.
—Chicas, manos a la obra.
—No hay remedio.
Irina sacó su botiquín de primeros auxilios, se arremangó las mangas de la
camisa y le hizo una seña a Zia.
Masha les dijo:
—Decidme qué heridas tiene.
Irina se acercó cautelosa a Kiera. Al despejar la frente de los cabellos
pegados y enmarañados, reveló numerosos pinchazos.
—Múltiples laceraciones por púas en los bordes de los ojos, los pómulos,
los párpados y la frente. Más pequeñas en los labios. —Observó sus manos
desgastadas y cortadas por las espinas, y el costado sangrante—.
Hemorragia interna en la zona del abdomen, con tres costillas rotas a lo
sumo. Pérdida abundante de sangre y mareos, náuseas y fallo del riñón y de
otros órganos también. En concreto, fallo multi orgánico provocado por el
desangramiento, las heridas de los clavos y la asfixia. Luego vendrá la
hipoxia, que es la falta de oxígeno en sangre, y la hipercapnia, que consiste
en la elevación anormal de dióxido de carbono en la sangre arterial.
Masha la miró.
—¿Y eso es remediable?
Irina dijo lacónica:
—No, no lo es. Podemos curarla, pero no te aseguro que podamos
realizarlo de verdad. Es difícil, considerando el tipo de tortura que se le ha
infligido. Los pulmones ya están muy llenos de sangre. Kiera podría
haberse ahogado si seguía en esa postura, pero puede que tenga un paro
cardíaco, o le vaya más sangre a los pulmones y termine ahogada por su
propia sangre.
—Eso es terrible —dijo Masha, poniéndose muy pálida.
—Me están dando náuseas —dijo Talía—. No puedo mirar.
Masha le acarició la frente a Kiera.
No te dejaré morir. Te salvaré como sea.
Indicó a Talía:
—Ve con Anya al arroyo y trae agua. Toda la que puedas. Me ocuparé de
quitarle las espinas y de secarle la cara.
Irina extrajo una aguja del maletín y la llenó con un líquido que sacó de una
ampolla.
—Vale. Te haremos caso, Masha. Tú mandas ahora.
Ruby se acercó a ella.
—Te ayudaré.
—Tú te encargarás de cauterizar su herida. La del costado, para que no siga
sangrando. —Masha se giró a Zia—. Y Zia, tú le sacarás los clavos.
Ella farfulló.
—Me ha tocado la parte más repulsiva, qué lata. Pero es lo que hay.
Sacaron sus vendas, esparadrapos, medicinas y jeringas. Zia cogió unas
tijeras y empezó a limpiar los pies de Kiera.
Irina dijo:
—Lo haremos por partes, poco a poco. O Kiera podría marearse y sufrir
una parada cardiorrespiratoria o un ictus cerebral, y eso sería fulminante.
Iré a dormirla.
La jeringa relució en su mano. Masha asintió.
—Bien.
Juntándose alrededor de Kiera, empezaron el proceso de sanación.
Kiera miró a Irina.
—¿Qué es eso? ¿Qué vais a hacerme?
Irina contestó:
—Por si acaso, te dormiré. No nos conviene que te muevas mucho. Así te
dolerá menos, aunque ya te ves completamente destruida.
Kiera le hincó sus ojos helados.
—No me tocarás y no me vas a clavar una aguja… No… No…
Masha se fue a ella y le acarició la mejilla.
—Kiera, estate tranquila. Estoy yo aquí, contigo. Todo saldrá bien, pero
tienes que poner de tu parte.
Kiera le sonrió débilmente.
—Sí… Quédate conmigo, Masha…
Zia enarcó una ceja.
—¿Cómo tienes esa confianza con ella? Es inaudito.
Irina frunció el ceño. Masha sonrió nerviosa.
—Una vez esto acabe, hablaremos. Nos contarás todo sobre tu relación con
Kiera.
Masha dijo:
—Bueno, empezamos ya.
Sujetó a Kiera, que al mirar la aguja trató de oponer resistencia, e Irina se la
inyectó en el cuello. Kiera cabeceó y se durmió al instante.
—Es un calmante —aclaró Irina—. Podremos ocuparnos de sanarla ahora
que no se mueve. Es demasiado inquieta, por Alyn. Vamos al lío.
Anya y Talía volvieron cargando con dos cubos de agua fría, y Masha tomó
varios paños mojados. Se encargó de refrescar la frente y la faz de Kiera, y
Anya le curó poco a poco las heridas pequeñas. Masha sacaba una por una
las espinas enredadas en el dorado pelo de Kiera.
Irina le dijo a Masha:
—¿Quieres encargarte tú de su costado mientas yo le saco los clavos? No
me da tiempo. Y se quedará con heridas muy graves si no se los quitamos
ya.
—De acuerdo.
Irina le pasó un paño a Masha. Ella observó la herida, el agujero abierto y
rojo en la zona de las costillas.
Su cara era muy transparente, y la pelirroja le dijo:
—No puedes flaquear ahora. Sabes lo que debes hacer. Pasa el trapo por el
agujero, para limpiarlo de bacterias y otros gérmenes. Y Ruby le quemará
lo que quede y se la coserá.
Zia se había preparado unas pinzas enormes para extraer el clavo del pie.
Irina iba a usar las suyas. Le cogió la mano a Kiera, examinando el clavo.
—Está bien metido. Será complicado sacarlo.
Zia agarró las pinzas y cogió el clavo, y en su extracción, despertó a Kiera,
que aulló de dolor. Sus alaridos las asustaron. Eran salvajes y terriblemente
ensordecedores.
Zia se sobresaltó y le soltó el pie.
—¡Maldita sea! ¡Chilla como un animal!
—¡Qué susto me ha dado! —Anya la miraba, temblorosa, y Kiera se
removía hiperactiva—. Serás canalla. Quédate quieta, te están sanando.
—Voy a vomitar —dijo Talía, y en efecto se giró y vomitó.
Nikolai farfulló:
—La que va a liar para que la cures… Masha, no debiste meterte en tanto
fregado. No se merece que la salves.
—No me critiques ahora. —Ella, mordiéndose los labios, terminó de
limpiar la herida. Fija en Kiera, le acarició la cabeza—. Tranquila. Podrás
con esto. Confío en ti.
—Masha… Masha… No me dejes sola… No quiero morir…
Ella se levantó y le terminó de quitar las espinas.
Kiera aulló otra vez, afiebrada, pero Masha le dijo, tierna:
—No te dejaré sola. Voy a curarte. Pero tienes que aguantar el dolor.
Enfréntate al miedo.
Le agarró las mejillas para que no se resistiera. Ruby se aproximó, lista
para quemar el área con un soplete.
Irina miró a Kiera y le dijo:
—Ahora necesitamos que soportes lo que viene.
—¿Qué…?
Zia le arrancó, con todas sus fuerzas, el clavo del pie. Kiera aulló con
sonidos demenciales, espasmódicos. Irina no se demoró en arrancarle el
clavo de la mano derecha y luego el de la izquierda. Kiera aulló con más
potencia, inflamadas sus cuerdas vocales, con las vías respiratorias
ensangrentadas, y a Masha se le llenaron los ojos de lágrimas. Le acarició
las mejillas, abrazada a ella, y le limpió la cara mojada. Se volteó y Kiera la
observó.
—Masha…
Sus manos estaban agujereadas, rasguñadas. Las marcas de los estigmas
estaban sangrantes. Kiera buscaba su boca y sus ojos.
Quiero besarte. Antes de morir, quiero decírtelo. Eres maravillosa.
Masha lloró, pero se enjugó las lágrimas rodantes y cruzó una mirada con
Ruby.
—Adelante.
Separada de Kiera, contempló como ella se retorcía como una serpiente,
respirando afanosa, mientras Ruby le quemaba la herida. Cuando se la
cosió y las brujas se apartaron de ella, Kiera no podía pensar en nada. Tenía
los ojos vidriosos.
—Y ahora, dinos la verdad —Irina miraba a Masha.
Zia y las demás la miraron a la vez y ella se meneó intranquila. Kiera se
derrumbaría de un momento a otro. Pasaron unos minutos.
—Que nos lo diga Kiera —dijo Irina—. Ya tiene dosis suficiente para que
le haga efecto.
Kiera empezó a toser, con los ojos inyectados en sangre. Miró a Irina.
—¿Qué me has metido, zorra?
Parecía haber recuperado la lucidez anterior. Masha miró a Irina, alarmada.
—¿No era un calmante?
—Le he dado una dosis suficiente para matar a un caballo. Es un potente
veneno que viene de las plantas azules del sur, de Erador. Mi padre se
especializó en la extracción y la comercialización de venenos. —Irina se
encogió de hombros—. Qué más da, Masha. A Kiera le quedan minutos de
vida.
—¡No! ¡Me dijiste que ibas a curarla!
Irina frunció las cejas.
—Esa alimaña no debe estar viva. Por eso le he dado su propia medicina.
En unos instantes le llegará al corazón y se morirá. Asunto arreglado.
Kiera se rio repentinamente, mientras ellas la miraban con odio latente.
—¡Ja, ja! ¡Envenenar a una mujer moribunda! ¡Qué cobarde, Irina! —Su
mirar se volvió tormentoso y hostil al mirarlas, excepto a Masha—. ¡No
valéis una mierda! ¡Debí haberos matado en cuanto os vi! ¡Brujas de
mierda!
Masha se quedó in situ. La mirada gélida de Kiera le producía cosquillas.
Parecía que la estaba desnudando. Se sentía azorada y aterida.
Irina se adelantó e interrogó a Kiera.
—Dinos. ¿Qué le hiciste a Masha?
—¿Yo? —Kiera se rio—. Nada. No le hice nada, jamás.
Irina le mostró la botella.
—Esta botellita contiene el antídoto. Yo podría dártelo. Si dices la verdad.
Los ojos de Kiera se dilataron. Su boca enseñó unos dientes sangrantes.
—¡Zorra! ¡Dámelo!
—No. Nos dirás qué le hiciste a nuestra amiga o morirás.
Masha miró a una intransigente Irina.
—Por favor, dale el antídoto. Ya ha sufrido bastante.
Kiera se echó hacia atrás, se tocó el cuello y se arrancó unas espinas que se
le habían quedado en la melena rubia. Miraba a Masha, sacando fuerzas de
sus tripas.
—Yo no le he hecho daño a Masha. Es tan bonita y tan dulce… Ella se
acostó conmigo porque quiso. Fue consentido. Yo no la he forzado.
Nikolai se volvió a ella, furioso.
—¡Eres una hija de perra! ¡Te voy a matar, por lo que le hiciste a mi
hermana!
Masha intentó conciliar, interponiéndose entre él y Kiera, que la miraba
aturdida.
—Por favor, hermano, no le hagas más daño… Ya ha sido bastante duro…
—¡Cállate y déjame que le parta la cabeza! —rugió Nikolai, y miró a
Masha—. ¡Siempre te metes en medio! ¿No entiendes que ella es la
culpable de todo lo malo que nos ha pasado? ¡Debo matarla!
Masha se sintió harta. Hastiada de ser siempre mangoneada por unos y por
otros.
No soy vuestra muñeca.
Y gritó, desde lo más profundo de su ser.
—¡Basta ya! ¡Nunca me escucha nadie! ¡Ni tú, ni Kiera ni nadie! ¡Ya estoy
harta de que me digáis lo que tengo que hacer, lo que he de comer y cómo
he de comportarme! ¡Yo tomé la decisión de acostarme con ella, y punto!
Nikolai la apuntó con el dedo, ante la mirada atónita de las demás. Hasta
Kiera había dejado de moverse, observando estupefacta la discusión entre
ambos hermanos.
—¡Pues muy mal hecho! ¿Te creías que ella te ayudaría? ¡Y una mierda!
¡Nunca le has importado, nunca te ha amado, y nunca lo hará! ¡Y tú eres
una mujer que está enferma y necesita cuidado, no un encuentro sexual con
la hija de puta que dirige una secta maldita! ¡Escúchame bien!
—¡Escúchame tú a mí! —contraatacó Masha, sintiendo que se quedaba
afónica, y se acercó más a Kiera, agregando—: ¡Estoy cansada de que todo
el mundo se crea con el derecho de dirigir mi vida y de hacer conmigo lo
que le venga en gana!
—¡Cuando te cures, hablaremos! ¡Deja de llorar y de poner excusas, lo que
hiciste no estuvo bien! —se sulfuró él.
—¡Callaos los dos ya! —intervino Irina, mirándolos furibunda—. No es el
momento de ponerse a pelear. —Se fijó en Kiera con desdén—. Bueno,
están peleando por tu culpa. Alégrate. Masha está enfadada, y es por ti. Bueno, Masha, no te preocupes. Ya le he dado el antídoto. Está bien.
Masha miró a Irina y solo pudo murmurar:
—Gracias, Irina.
Kiera no atinó a decir nada. Nikolai se alejó de su hermana.
Masha intentó levantarla y lo consiguió.
—Te ayudaré, vamos —dijo Zia.
Entre ella y Masha, que cogía a Kiera de un extremo, la llevaron unos
metros a pie.
—La dejaremos en el hospital, con magia de teletransportación —dijo
Anya—. Y por suerte, no tendremos que verle la cara nunca más.
Kiera miró a Masha.
—Masha… No volveremos a vernos, ¿verdad?
Masha le sonrió y le acarició la mejilla. Kiera se mantenía tiesa y seca,
hundida por el peso de una insoportable verdad. Masha se sentía igual de
desgarrada.
En el fondo, una lo sabe. Y yo siempre lo he sabido. Desde que me di
cuenta de que te amaba, pese a todo, en las buenas y en las malas. Si tú te
En el fondo, una lo sabe. Y yo siempre lo he sabido. Desde que me di
cuenta de que te amaba, pese a todo, en las buenas y en las malas. Si tú te
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mueres, me quedaré sola. Sin ti. Sin una compañera que me bese y me
acaricie y me diga que me veo bonita en el vestido de flores. Si tan solo
pudiera volver a ese día, haría que las cosas fueran distintas… Si me
hubieras abierto tu corazón, Kiera, yo te habría apoyado. Desearía haberlo
sabido para haberte consolado cuando nadie más lo hacía. Yo hubiera
hecho cualquier cosa por ti, lo hubiera dejado todo atrás por ir a tu lado.
Pero tú me has engañado y usado… Y, sin embargo, no puedo dejar de
amarte. No sé cómo hacerlo. No puedo odiarte, no soy capaz. Siempre te
amaré, pase lo que pase. Y guardaré recuerdos de ti en mi corazón.
Si te mueres, me quedaré sola. Sin ti. Sin una compañera que me bese y me
acaricie y me diga que me veo bonita en el vestido de flores. Si tan solo
pudiera volver a ese día, haría que las cosas fueran distintas… Si me
hubieras abierto tu corazón, Kiera, yo te habría apoyado. Desearía haberlo
sabido para haberte consolado cuando nadie más lo hacía. Yo hubiera
hecho cualquier cosa por ti, lo hubiera dejado todo atrás por ir a tu lado.
Pero tú me has engañado y usado… Y, sin embargo, no puedo dejar de
amarte. No sé cómo hacerlo. No puedo odiarte, no soy capaz. Siempre te
amaré, pase lo que pase. Y guardaré recuerdos de ti en mi corazón.
La besó en los labios, y Kiera, pegada a ella, se inclinó con el peso del
cuerpo y trató de acariciarla, pero estaba tan debilitada que no podía
levantar las manos. Se la quedó mirando.
Masha se fue con las demás, dándole la espalda.
Y oyendo la melodía lacrimosa que anunciaba su trágico final, Kiera entró
en el hospital y se derrumbó ante unas aterrorizadas enfermeras, que no
vacilaron en llevarla en camilla hacia la consulta del doctor.
EPÍLOGO
Pasaron dos semanas en las que todo marchó como la seda. No se
escucharon noticias del culto, y ellas pensaron que seguramente habría sido
disuelto, aunque no se halló nada del dirigente, Fraser.
Seguían sin encontrar a las jóvenes brujas que se habían desaparecido
durante la lucha fatídica de esa noche, y la maestra Cora atendía a Alice,
que se había quedado muy grave tras ser envenenada por Diane, la que
pertenecía al culto en secreto.
Habían decretado luto oficial en el gremio por la muerte de las brujas y por
el fallecimiento de Miranda. Talía aún no se había repuesto, y se sentaba en
las sillas y las observaba hacer cosas, pero su mente estaba en otro lado.
Kiera estaba completamente ausente, y Masha les dijo a sus amigas que
creía que había muerto.
—O a lo mejor ha huido del país, vete tú a saber —resopló Irina,
mesándose el cabello—. Bicho malo nunca muere.
—Pasemos a otro tema, no me gusta nada hablar de eso —dijo Anya.
Esa tarde Talía se sentó enfrente de Ruby, que le sonreía. Nikolai apareció
por la cocina y se cruzó de brazos.
—¿Haciendo pasteles, ¿no? Qué buena manera de pasar el tiempo.
Se acercó a Ruby y ella le sonrió. Talía y ella se abrazaron y Nikolai las
miró sonriente.
—Por fin todo ha terminado. Espero que Kiera esté bien muerta.
Masha se contuvo para no sollozar. Había estado toda la noche llorando y
tenía los ojos enrojecidos y secos. No había comido nada y no pensaba que
los dulces le abrieran el apetito.
Zia y Anya colocaron los pasteles en las bandejas, pero ninguna tocó nada.
Parecían estar esperando algo, aunque ninguno de ellos sabía de qué se
trataba.
—La vida seguirá, a pesar de todo el mal que hemos vivido —dijo Irina, y
ellas la observaron, melancólicos—. No me miréis con esas caras largas.
Hay que pasar página y continuar hacia delante.
Nikolai fue hacia Masha y la abrazó. Ella notó sus costillas y suspiró.
—Tampoco estás comiendo mucho.
—Tengo mucha hambre, pero lo gasto enseguida porque no puedo
quedarme quieto —dijo él, cruzando miradas cómplices con Ruby—. Creo
que Ruby y yo iremos esta tarde a pasear.
Masha miró a Talía y se le acercó.
Le acarició el pelo, diciendo con dulzor:
—Talía, ¿qué te parece si vamos con mi hermano y Ruby esta tarde al
centro? Podemos pasear, comprar cosas… Ropa, juguetes. Lo que quieras.
Talía murmuró:
—No hemos encontrado a Daphne… ¿Algún día la encontraremos?
Masha le respondió:
—Claro que sí, ya lo verás. De momento, tienes que ser fuerte y vivir. Por
ella. Por ti. Y por Miranda.
Talía se levantó y se abrazó a ella. Masha le sonrió con cariño y le devolvió
el gesto.
Zia miraba la radio, y trató de sintonizarla.
—¿No funciona? —Anya fue a examinar el aparato—. A lo mejor se ha
estropeado.
—No. Ayer funcionaba perfectamente. Voy a comprobarlo… —Zia logró
encenderla y se escuchó la estática de fondo—. Me ha dicho Iván que van a
emitir ahora un nuevo mensaje. Creo que es un anuncio político. A ver
quién es el nuevo presidente.
Masha terció:
—Pero no pienso que pueda haber un presidente todavía. No se han
convocado elecciones y hemos terminado de escapar de una posible guerra
nacional. Y además Dominik está muerto, Kiera lo mató…, ¿no os
acordáis?
—No seas aguafiestas —la cortó Anya, haciendo aspavientos con la
mano—. Seguro que han podido poner a alguien a cargo. Esperemos que
sea buena gente. Después de todo lo que hemos pasado…
—La democracia debe ascender de sus ruinas —dijo Nikolai solemne, y
ellas se sorprendieron—. Intento dar ánimos. No me miréis con asco.
—¡Ja, ja! ¡Sí, esa es buena, Nikolai!
Ruby le sonrió y lo besó en la mejilla. Él la atrajo hacia sí para besarla.
—A ver qué pasa —dijo Masha.
Se hizo el silencio, solamente interrumpido por el ruido de la estática.
Ésta se difuminó y dio paso a una voz que anunció:
—Ciudadanos de Rashia, es el momento que todos estábamos esperando:
anunciamos al nuevo gobernante de nuestro amado país. ¡Dadle la
bienvenida!
Se oyeron fragores de aplausos y muchos vítores.
—Lo están celebrando en el Palacio presidencial —dijo Irina.
—Y ahora va a hablar nuestro nuevo presidente —dijo Nikolai.
Aguzaron el oído, atentos.
Una voz alta y firme anunció con solemnidad:
—Yo, Kiera Fraser, como presidenta de la República de Rashia, declaro
que cumpliré con mi deber en todo momento, a fin de salvaguardar el
interés público y cumpliré los preceptos de la democracia, garantizando una
vida buena y armoniosa para todos los ciudadanos por igual. Sin ningún
tipo de discriminación por raza, religión, género. Acepto el cargo que el
pueblo me ha concedido.
—¡Salve a la presidenta! ¡Salve!
La gente estallaba en alabanzas, y Kiera ya no habló más. El ruido se zanjó
de un corte rápido. Zia había apagado la radio. Su cara estaba roja de rabia.
—¡Es increíble! ¡Esa alimaña sigue viva!
—Qué desgracia. —Irina suspiró y se llevó una mano a la cabeza—. Y
ahora viene la peor parte. Nos buscará y nos matará. Hará caza de brujas en
pleno siglo de democracia. Y tratará de encubrir sus crímenes como
siempre hace…
—Entonces debemos huir —dijo Nikolai en tono apremiante—, antes de
que sea demasiado tarde.
—¿Y cómo lo haremos? Hay guardias desplegados por todas partes adonde
vayas —dijo Ruby—. No podemos salir sin su consentimiento. Es un
bloqueo general por todo el territorio del Estado.
A Masha se le iluminó la cara.
—Chicas, tengo una idea. No será necesario batallar contra Kiera una vez
más —de todos modos, estamos en clara desventaja por la inferioridad
numérica—, y no podemos huir. No hará falta nada de eso. Propongo que
vayamos a hablar con ella.
Irina bufó.
—Ve tú si te parece bien. Si yo voy, se la armaré bien. Le escupiré en la
cara mientras la llamo «hija de puta» y muchos insultos más. Y no me
importa que me vea todo el mundo.
Masha suspiró.
—No, no es eso. Se trata de que vaya yo. Como a mí me conoce más…
—Vaya que si te conoce —farfulló Anya—. Yo diría que bastante. Seguro
que sabe la cantidad de pecas que tienes en la nariz y todo.
Masha se sonrojó, pero las miró frunciendo el ceño.
—No me toméis a guasa. Hablo muy en serio.
—Uh, se está enfadando… Eso es malo. Mejor la escuchamos —dijo Zia, y
todos se volvieron a ella.
Masha argumentó:
—Se trata de un plan secreto. Una maniobra inteligente. Voy a su casa, al
Palacio Blanco, y trato de negociar un acuerdo para que nos perdone la
vida y nos conceda un indulto. Y trataré de ser lo más persuasiva posible.
Iré bien maquillada y arreglada para causar mayor sensación.
—Parece más bien que vas a una cita —dijo Nikolai, cruzado de brazos.
—Ésa es la estrategia. —Masha gesticuló vivamente—. Dejadme que me
explique. Sabéis que Kiera siente algo por mí. Pues bien, lo usaré a mi
favor. La persuadiré como sea de que debe dejaros vivos para que yo pueda
estar con ella. O por lo menos, le haré creer que volverá a verme a menudo.
Y cuando esté encandilada, haré que firme el indulto y luego podremos
irnos de Rashia, si queréis.
Ruby se rio. Irina hizo una mueca. Masha se quedó estupefacta.
—¿Qué pasa? ¿No os gusta el plan?
—Hace aguas por todos lados —dijo Irina, y la señaló—. Pero sé por dónde
vas. Es la clásica estrategia de conquista. Te pondrás como la reina de la
seducción, e intentarás conquistar a Kiera, ¿no?
—Exacto. Eso es. La conquistaré para que se postre a mis pies y haga lo
que yo me digo.
Ruby negó.
—Eso será imposible. Masha, sabes cómo es. Un vil monstruo sin alma. Y,
además, solo le interesas por tu apariencia y porque le gusta controlarte.
—¡Ahí es donde quiero llegar! —Masha extendió los brazos, y ellos la
miraron pasmados—. ¿No lo veis? Yo soy una droga para Kiera, su
muñeca de cristal. Y por eso mismo, sé que podré engañarla y llevarla a mi
terreno. Pero no iré aún. He planeado ir dentro de tres meses. Cuando ella
me eche más de menos. Y entonces la engaño haciéndole creer que soy
suya y a la vez negociamos una paz temporal. Y también le digo
claramente que no soy su juguete. ¡Mataremos dos pájaros de un tiro!
—¿Y cómo piensas engañarla? —preguntó Nikolai, suspicaz—. Es más
astuta que un zorro. Se las sabe todas.
—No se espera que yo vaya a volver, y menos todavía, que desee estar con
ella. Se emocionará y bajará la guarida. Y le diré, para reforzar el engaño,
que quiero vivir con ella un tiempo.
—¿Cómo?
—¿Qué, qué dices?
Irina, Nikolai y las demás se habían puesto blancos.
—¿Se te ha ido la cabeza? ¡Es una psicópata, te pondrá en peligro, Masha!
—exclamó Irina.
—No. Porque, con la actitud empoderada que yo muestre, se dará cuenta de
que me ha perdido y se esforzará en recuperarme. Y, creedme, cambiará. Si
tiene fuerzas y sabe que yo me iré del país si no cambia y se vuelve mejor
persona.
—Te arriesgas demasiado, eso no merece la pena —dijo Nikolai, taciturno,
pero Masha los miró, decidida.
—Haré lo que sea con tal de salvaros.
—Ten cuidado, no acabes en su colchón —se rio Irina—, o podrías
volverte de su misma condición. Es un viejo dicho. Ah, ¿y sabes qué?
Podrías envenenarla poco a poco.
—No haré eso —se negó Masha—, porque no podemos quedarnos sin
presidenta en esta tesitura. Y no hay nadie más a quien recurrir. Pero
lograré que Kiera se enamore de mí y se vuelva una mujer compasiva, y
entonces os perdonará la vida. Influida por mí, por supuesto. Ya sabéis lo
que dicen: el amor es la fuerza más poderosa que existe.
Ellos suspiraron.
—Lo haremos como dices —cedió Irina—. No es un plan tan alocado
después de todo y al no tener mayores opciones, nos habíamos quedado en
un punto muerto. Gracias, Masha.
Ella se dejó abrazar por todos.
—Sabía que eras nuestra esperanza, como dijo Alice —dijo Zia.
—Confiamos en ti, amiga —le sonrió Ruby.
Talía también la abrazó.
—Ve a por Kiera y dale caña, tiene que enmendar y ser más buena. Y
especialmente contigo.
Masha sonrió.
—Eres más poderosa de lo que crees, hermana. Estoy orgulloso de ti.
Nikolai le revolvió el pelo y Masha se rio. Mirando por la ventana al
paisaje primaveral, se acordó de Kiera, y dejó que sus sueños vagaran sobre
las nubes esponjosas de éter.
Kiera se levantó aquella mañana y se lavó la cara. Se miró al espejo. Ojeras
bajo unos ojos azules de profundo pesar, pelo rubio y enmarañado. Se hizo
una coleta y pensó en Masha y en su risa y su voz angelical, que le sabía al
canto de las sirenas.
Masha, te estoy esperando. Sé que volverás. Y entonces, seremos de nuevo
contendientes, o tal vez amantes. ¿Estás preparada? Yo sí lo estoy.
La visión de Masha se emborronaba y desaparecía, y Kiera, llorando
sangre, aún apenada por su pérdida, se decidía a ser estoica y a serenarse.
La visión se fue y ella se quedó hueca y vacía, oscuridad en el fondo plano
de su mente.
Masha la llamaba. Miró a lo alto, a las cosas que no podía alcanzar, y sus
sueños se transportaron al cielo azul de la mañana, en tanto deseaba que los
destinos de ambas, el de ella y aquella pequeña bruja que podía ver
espíritus, volvieran a entrelazarse.
Y la vida siguió su curso, más allá de la muerte y el dolor.
Y Masha deseó reencontrarse con Kiera. Y Kiera deseó verla y acariciarla
de nuevo, una vez más.
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