A menudo me distraigo,

siguiendo la dirección que marcan, las corrientes callejeras.

Lo sé por las espigas que se curvan hacia un lado,

olvidando su verticalidad.

A veces elevo la mirada allá, donde hubiera estado el cielo,

y así, la cabeza erguida, los labios apretados,

las manos juntas todavía,

comienzo con mis testarudos ruegos.

Con frecuencia me escondo entre las sombras,

escuchando, a los que por allí vagan, 

lloran, aman, blasfeman y mueren,

sin saber aún, por qué,

han sido tantas veces descartados.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS