Los santos no son tontos.

Un día de finales del mes de marzo, Filomena Malturano, se sobresaltó cuando el cartero, que solía entregar la correspondencia a última hora de la mañana, tocó el timbre de su puerta a las 8 en punto. Filomena se levantó sobresaltada, se puso una bata por encima, abrió la puerta, mientras el cartero cogía un sobre. No era el mismo de siempre, y lo miró desconfiada. «Está malo mi compañero Robustiano» dijo al ver su expresión, y continuó, «Filomena Malturano García, ¿es usted?», inclinó la cabeza a modo de afirmación, entonces el cartero le entregó el sobre certificado que venía dirigido a ella. Firmó la hoja que confirmaba la entrega, recogió su carta y le dio los buenos días. Luego, sin quitar los ojos del certificado, cerró la puerta y abrió el sobre cuidadosamente.

En el primer párrafo venían sus datos personales, más abajo se le informaba, que debía pagar varios recibos pendientes al Ayuntamiento, en caso contrario se exponía a una multa e incluso al embargo de sus propiedades. Como no entendía de términos jurídicos, optó por ir al último folio para saber qué cantidad de dinero se le pedía. En negritas se señalaba el monto de dicha cantidad, 3700,43 Soles. Y culminaba el escrito, con la advertencia de que sí dentro de los diez día hábiles, a partir de la entrega del Certificado, no llevara a efecto el pago de dicha deuda, en las fechas previstas, el acreedor podría reclamarle judicialmente, lo que pudiera traerle como consecuencia el embargo de sus bienes, de sus cuentas bancarias, nóminas o propiedades para saldar dicho adeudo.

Volvió su pesadilla, reclamaciones por el Estado de las deudas contraídas con él. Siempre las había pagado, aunque con cierto retraso, pero ahora eran otras sus circunstancias, su marido la había dejado desentendiéndose de sus dos hijos. Los primeros días de su marcha había indagado sobre su paradero y nadie supo decirle y fue cuando comprendió, que de ahora en adelante estaría sola en todo.

Un sudor frío humedeció toda su frente. Nunca se había visto envuelta en semejantes litigios. Ahora lo primero era tranquilizarse. El sentido común le decía que debía conseguir ese dinero cuanto antes, no entendía eso de días hábiles.

Un nudo se le hizo en la garganta, tuvo deseos de abrazar a sus dos hijos, llorar junto a ellos, pero los niños estaban llamándola desde la habitación y no quería se asustarán viéndola en ese estado. El mayor, con sus 5 añitos se daba cuenta de todo. Cuando el padre de los niños la abandonó, el mayor la abrazaba y le decía: » mama no llores, vamos a buscarlo».

La primera persona que le vino a la mente fue su prima Visitación, siempre había sido muy buena con ella, bueno, digamos que en la mayoría de los problemas que había tenido, en especial, los ocasionados por su marido, siempre estuvo de parte de ella, todo hay que decirlo. Entonces, sin pensarlo dos veces cogió a los dos niños y se los llevó con ella, uno de la mano, el mayor, y el pequeño a ahorcajada se lo acotejó en la cintura. Antes de salir, se persignó y dijo para sí: «que sea lo que Diosito quiera».

Aunque no estaba muy distante la casa de su prima, el camino le pareció eterno. Al fin llegó. Cruzó el pequeño jardín de la entrada, abrió la reja del portal y pasó. Ya frente a la puerta principal, golpeó con los nudillos lo más fuerte que pudo. Esperó un rato por prudencia, y como no contestaba nadie, gritó a viva voz el nombre de su prima: «¡Visitación!, ¡Visitación!, soy yo, tu prima Filomena». Unos segundos después desde dentro de la casa se escuchó la voz de su prima: «Va, ya voy, un momento».

Unos minutos después salió su prima Visitación Malturano, la miró asustada y le dijo: «Te volvió a pegar». Ella lo negó con la cabeza, a lo que la prima contestó como si le hubiera sido el fallo de un juez: «Entonces te robó».
Filomena le contó por fin lo que le ocurría. Visitación esperó a que terminara y le dijo finalmente: «si vienes a pedirme dinero prima llegas en mal momento, ahora mismo no tengo ni donde caerme muerta», y agregó, «mira como está este techo».

Filomena regresó a su casa sin fuerzas, y sin ánimo. Pensó en sus amistades, pero estaba cansada de pedirles dinero, verdad que eran pequeñas cantidades, pero ya no tenía cara para pedirles más.

Entonces le vino a la mente su tía Inocenta Malturano, hermana de su padre. Era la rara de la familia, no tuvo nunca marido: «Es mejor estar sola, que mal acompañada», solía decir.

Hacía mucho tiempo que no sabía nada de ella, pero su tía siempre decía cuando la llamaban para excusarse, «que no se preocuparan, que ella era una vieja todo terreno y que una cosa tenía muy clara, no le iba a dar perro muerto a nadie».

Buscó la dirección y no la encontró. Volvió a rebuscar y nada. Sabía que era en la Sierra donde vivía, había ido con su padre una vez, recordaba que era la quinta parada sin contar la suya. Concretamente un pueblito, perdido entre las montañas, llamado San José de los Caminos. Entonces nuevamente cogió a sus dos muchachitos y se fue a la estación de trenes.

Esperó sentada con los niños a que viniera el tren. Por fin llegó, subió como pudo y como no tenía dinero,

se instaló en el último asiento para ver si así pasaba desapercibida. Mas no lo logró. El revisor se percató de que en los asientos del final, había una mujer con unos niños que no había inspeccionado. Dirigió sus pasos hacia Filomena, le pidió los tiques, y ella muy avergonzada, le dijo, que no tenía dinero. El Revisor la vio tan angustiada que decidió que siguiera el viaje, no sin antes advertirle, que los niños no fueran al pasillo a nada y otra cosa, que si por casualidad subía un inspector no lo mencionara ni para mal, ni para bien. Ella le dio las gracias y le aseguró que no le ocasionaría ningún problema. El revisor se marchó, no muy convencido.

Casi una hora después los megáfonos del tren, anunciaban la próxima parada, ¡San José de los Caminos!  Se levantó, cogió como pudo a los dos niños, buscó al revisor con la mirada para agradecerle nuevamente, pero no lo encontró.

Se bajaron y se fueron a sentar en los asientos de la estación. Abrió su bolso y sacó la comida que había preparado el día anterior.

Cuando terminaron de almorzar, se levantó del asiento, cogió al pequeño y como siempre, a

horcajadas en la cintura y el mayor a su lado cogido con una mano. Llegaron al centro del pueblo con los dos niños llorando, el mayor porque no quería caminar más y el pequeño porque tenía sueño. Decidió acercarse a un bar donde habían varias personas, y fue al directo. Cuando entró todos la miraron y ella sin demorarse más, dio los buenas días y preguntó a los que allí estaban: «alguien me puede decir, por favor, donde vive Inocenta Malturano». Se hizo silencio hasta que un hombre de pelo cano, le dijo: «Inocenta ya no está en el pueblo, se la llevaron a una Residencia» Y apto seguido preguntó Filomena, «¿sabe donde está esa Residencia?, ¿es en el pueblo?» El hombre le dijo, «no, en el pueblo no hay esos servicios», y que no podía decirle a donde la llevaron porque no lo sabía, «vinieron de los servicios sociales y se la llevaron. Dicen estaba perdiendo la cabeza».

Filomena les dio las gracias por la información y fue a sentarse en un parque que estaba a media cuadra de distancia del bar de donde venían y así, mientras los niños jugaran un rato, ella pensaría sobre lo que podía  hacer. Tendría que coger el tren de regreso, por otra vergüenza pasaría nuevamente, ojalá se encontrara con aquel hombre caritativo que hizo la vista gorda y no la bajó del tren. A unos pocos metros del parque había una iglesia pequeña, negra de moho por la humedad posiblemente. Pensó que debería entrar, hablar con un sacerdote y pedir ayuda, estaba tan desesperada que hasta a eso se atrevería hacer. Y así fue, dejó el parque bajo los llantos de los niños que no se querían marchar. Entró, buscó con la mirada a algún sacerdote. Entonces una mujer entrada en años se levantó del reclinatorio, se le acercó y le dijo sin presentarse: «Pídele a la Virgen de los Buenos Augurios, ella te socorrerá», y agregó, acariciando la cabeza de los niños, «siempre escucha a los necesitados». Y después de decir esas palabras, se acotejó el velo con que cubría su cabeza y se marchó.

Filomena le dio las gracias, sentó a los niños en un banco que estaba cerca del altar, y después que se calmaron, se acercó a la virgen que le señalara la feligresa. Estaba cubierta con un manto morado oscuro, y se le ocurrió hacer esta sencilla petición, se arrodilló delante de la santa y dijo mirándole a sus ojos de vidrio, «Virgen de los Buenos Augurios, ayúdame», y le ofreció comprarle una vela del mismo color de su manto si la ayudaba. No le pidió nada más. Si era la virgen de todos los necesitados, tendría que conocer las calamidades que sufría cada uno. Todo quedó en silencio y pensó que era lo de siempre, «una pide y tal vez te lo conceden, como una lotería», concluyó. Antes de marcharse , ya en la puerta de la iglesia, volvió la mirada hacia la Virgen, pero no vio nada de especial. La Virgen de los Buenos Augurios, seguía mirando hacia el infinito, con sus ojos de cristal y el cuerpo brilloso de laca recién pintada.

Se volvió a la terminal de trenes e hizo lo mismo, subir como pudo, e irse para los últimos asientos. Seguro que la suerte la acompañaría otra vez, pero se equivocó nuevamente, el interventor llegó y le pidió los tiques, a lo que ella respondió como la vez anterior, «no tengo dinero señor», dijo. El hombre la observó risueño, volteó la mirada hacia los demás viajeros y dijo sarcástico, «es que yo las veo venir, siempre igual, pretendiendo conmoverme».Y continuó «pues si no paga señora, se tendrá que bajar en la próxima parada, Frailecillo de los Altares. Se hizo un profundo silencio, en todo el vagón. Entonces, se escuchó una voz que sorprendió a Filomena, «Cuánto le debe», ¡valla!, era la misma mujer de la iglesia que le presentara a la virgen milagrosa. Se levantó, y dirigiéndose al interventor le ofreció el dinero que le reclamaba a Filomena. Entonces dirigió la mirada hacia Filomena y a los niños, «con una dulzura que conmovía». Filomena no salía de su asombro, estaba boquiabierta, no daba crédito a lo que estaba sucediendo, la saludó y la mujer, contestó al saludo y se bajó del tren.

Filomena llegó de noche, los niños estaban cansados, les dio un vaso de leche a cada uno y cuando terminaron se durmieron de inmediato. Ella estaba agotada, tomó algo y se acostó también, diciéndose a ella misma, «mañana será otro día».

A las 8 en punto igual que el día anterior, tocaron a su puerta, Filomena se asomó por la ventana y miró, «es el mismo cartero de ayer», pensó preocupada, «y con otra carta en sus manos.» Se fue a la puerta y la abrió, le volvió a preguntar su nombre, firmó la hoja que le entregaba y de paso le dio el sobre.

Filomena no se atrevía abrir la carta certificada, «Y esto ¿qué será ahora Dios mío?», finalmente le introdujo el abrecartas y sacó el escrito. Buscó por el texto alguna cifra que fuera indicativa a algún  dinero que debiera pagar y nada encontró. Entonces comenzó a leer la carta con paciencia:

Asunto: «Devolución de cobro irregular. Estimada señora, pedimos disculpas por el aviso indebido de la reclamación que se le hizo, con fecha de martes 29 del mes en curso,  ocurrida en el día de ayer y dirigida a usted. Le será reembolsada la cantidad de 3700,43 soles a los efectos de redimir los perjuicios y agravios que se le hayan podido ocasionar. El dinero será ingresado íntegro en la misma cuenta que tenemos de usted.

Atentamente, el director». Y al lado firmaba la misiva.

Filomena no salía de su asombro, no entendía nada de lo que estaba ocurriéndole. Iría a casa de su prima Visi y le contaría lo que le había pasado y así entre las dos, le encontrarían una explicación razonable a todo esto.

Le preparó el desayuno a los niños, se arregló ella y partieron para la casa de Visitación. Cuando llegaron, su prima estaba saliendo por la puerta principal y le dijo al verla: «y ahora qué». Filomena le contó con lujos de detalles todo lo acontecido después que la dejara el día anterior hasta hoy a las 8 de la mañana. Visitación la escuchó y se quedó pensativa, un minuto después con ese estilo de inquisidor que tenía, sentenció: «¡lo de la carta, fue la santa!». Con la misma salió del portal, miró a Filomena y le dijo «estaré en tu casa sobre las 3 de la tarde, iremos a esa iglesia, ¡no hagas nada Filo, yo me ocuparé de todo!»

Filomena regresó lentamente analizando la aptitud de su prima, temía que su intervención en esta historia no la iba a favorecer del todo, y no estaba mal encaminada. A las tres en punto como un reloj, llegó Visitación, «¿Filo ya estás?», y Filomena le dijo que estaba vistiendo a los niños. Visitación le dijo.»no los emperifolles tanto que he hablado con una vecina de toda mi confianza, ella se encargará de los niños hasta que regresemos.»

Visi asintió con la cabeza, sabía que si su prima decía que era de toda confianza, era seguro, que era de toda confianza.

Llevaron a los niños a la casa de la mujer, después de agradecerle el favor, Filomena besó a los niños y para asombro de ella, se quedaron tranquilos y comenzaron a jugar con los hijos de la buena mujer.

Se fueron ambas a la estación del pueblo y apenas hablaron, solo la recomendación de Visitación a Filomena, «tú pídele después de mí, después te explico por qué», y siguieron en silencio cada una con sus propias rumiaciones, Filomena, si su prima se aprovechaba de su condescendencia y Visitación si podía sacar buena tajada de esta historia, «¡ojo!, pero con cordura», se dijo, «los santos no son tontos», solía decir su madre que era muy sabia. 

Finalmente llegaron a la iglesia. Visitación entró la primera, buscó a la santa del manto morado y le preguntó a Filomena, «¿es aquella?», a lo que Filomena contestó, «sí». Y con la misma se levantó, olvidando el plan que había acordado con su prima, y se fue directo a arrodillarse frente a la Virgen: «Virgencita de los Buenos Augurios, solo te pido que me concedas un trabajo que pueda sacar adelante a mis hijos, te prometo que vendré todos los meses a traerte una vela morada y si hay flores moradas te traeré un ramo bien grande también». Con la misma rapidez con que se arrodilló, se levantó, se persignó y fue a sentarse al lado de Visitación, que sin mirarla ni una sola vez, se levantó muy digna, con cara de traicionada, y fue directo a arrodillarse ante la santa. Hecho los rezos preliminares, hizo su petición: «Virgen de los Buenos Augurios, lo único que voy a pedirte es, tener el dinero suficiente que me permita arreglar mi casa, que como sabes, se está cayendo, yo te prometo que te traeré velas moradas este domingo. Y concluyó, «Gracias Virgencita mía por escucharme». Se persignó y se levantó y fue a sentarse al lado de Filomena. No era ni el momento ni el lugar para criticar su aptitud. Las dos estuvieron sentadas en los bancos de la iglesia sin cruzar una palabra, un buen rato.

Pasado el tiempo y ya fuera de la iglesia, Visitación comenzó a hablar, «¿se puede saber qué le pediste a la virgen con tanta prisa?», «un trabajo», respondió Filomena y continuó, «y tú, qué le pediste?». Visitación respondió lo más solemne que pudo, que solamente le pidió a la santa, el dinerito para arreglar su casa. Filomena se quedó asombrada con la petición de su prima, «¿dinero dices Visi?, «Sí», contestó algo incómoda.

Pasados unos días, las dos fueron agraciadas con las peticiones demandadas.  Días después le llevaron a la Virgen lo que le habían prometido. «Si ella no faltaba al ruego, ellas tampoco a la deuda contraída», solía decir Visitación. Fue la única vez que fueron juntas a la iglesia.

Después pasado un tiempo prudencial, porque «los santos no son tontos», continuaron con sus otras demandas y peticiones, eso sí, escondidas la una de la otra. También fueron otorgadas estas nuevas súplicas, para el asombro de las dos, parecía que no había límites con la Virgen de los Buenos Augurios. A cada concesión se le llevaba lo prometido. Una vez concedida la petición anterior, se comenzaba a elaborar el próximo deseo, era una verdadera ingeniería lo que hicieron con las promesas. 

En cuanto al juramento que al principio acordaron, de que jamás contarían a nadie nada de lo milagrosa que era la Virgen, se fue debilitando.

Un buen día, una tía política de Visitación, pasó a visitarla para ver cómo andaban la reformas de su casa, hablaron sobre lo cara que salen las obras hoy en día, «y menos mal que tenemos las ayudas del ayuntamiento», dijo Visitación.  

Terminada la visita, le dijo: «Tía, ¿sabes guardar un secreto hasta la mismísima tumba?, es algo muy importante, solo lo sabemos otra persona y yo, pero antes tienes que jurarme, que no se lo dirás a nadie». A su tía se le alumbraron los ojos como una luciérnaga en celo y por supuesto, le aseguró que no se lo contaría a nadie y finalizó diciendo, «primero me muero que contar un secreto que me hayan confiado, lo juro por esta y haciendo una señal con sus dedos, besó la improvisada cruz. Entonces Visitación una vez visto lo visto y oído el juramento le contó con lujos de detalles lo acontecido, desde que Filomena llegó a su casa con lo de la virgen, hasta el día que vino el Ayuntamiento para comunicarles a todos los vecinos que se declaraba su zona de interés turístico, y que se arreglarían todas las casas del barrio que precisaran  arreglos. Le contó también como de generosa que era la santa, con ella.

Se despidieron deseándose salud y suerte y su tía más rápida que un correcaminos, se fue directo a su casa, reunió a sus tres hijos, y lo contó con toda la solemnidad que merecía el secreto que iba a confiarles. Tuvo un poco de remordimiento, pero lo superó, «contárselo a mis hijos no es noticia, la virgen también es madre», pensó. Y así le relató todo a sus hijos, lo de Filomena, lo de Visi.  Sus hijos a su vez lo contaron a sus amigos más íntimos y estos a sus familiares, y sus familiares a otros familiares, hasta que un día ya lo conocía el secreto, todo el pueblo.
Por su parte Filomena, más de lo mismo, se lo relató a sus más fieles amigos, a vecinas que habían sido muy buenas con ella, repitiéndose la historia de Visitación, ella a familiares y amigos, familiares y amigos contándoselo a sus familiares y amigos, y en fin, todos contándoselo a todos.
Pero no hay nada más mal guardado entre cielo y tierra, que un secreto. Resultó que un buen día una amiga de Filomena, le fue a decir lo de la Santa a ella misma. Después de saludarse, le dijo, «Filo tú has sido muy leal conmigo, te mereces un secreto que te puede beneficiar, pero eso sí, tienes que jurarme que no lo contarás a nadie.» «Cuenta, cuenta, que me estás haciendo la boca agua», … sí lo juro.» Cuando su amiga comenzó a contar la historia con la Virgen de los Buenos Augurios, Filomena se puso blanca como un folio no reciclado, y su amiga al verla tan mal, le preguntó si tenía manzanilla para aliviarla y Filomena con los ojos casi en blanco le señaló la vitrina donde la guardaba. La buena amiga le preparó la manzanilla, se la llevó y le dijo, «cuidado no te quemes, está muy caliente.» La verdad que nunca pensó que Filomena, fuera tan creyente. «Si sé que te ibas a poner así, no te cuento nada». Recogió su bolso, le dio un beso a Visitación, y le dijo, «hija, estás más fría que la pata de un muerto», y se marchó.

En menos de un año, San José de lo Caminos, se hizo célebre, las colas para pedirle a la Virgen un deseo eran interminables, tanto fue así que Filomena, ya curada de espanto, abrió una agencia para reservar el reclinatorio que estaba frente a la Virgen. Y Visitación que aunque no le hablaba, no le perdía ni pie ni pisada, cuando vio lo que se la había ocurrido a su prima, abrió una oficina parecida, pero con más servicios, en esta se añadía además de reservar el reclinatorio, una selección de peticiones de todo tipo, así no tendrían que pensar qué le iban a pedir a la virgen.

Filomena que tampoco la perdía de vista a su prima, donó a la iglesia tres reclinatorio más, pero solo para los que llevaran el sello de su empresa.

Visitación al ver esto, se le ocurrió abrir otra agencia donde ofrecía a personas interesadas, que, por un dinero módico, harían la petición elegida sin tener que hacer horas de cola.

Fue tal el éxito que los negocios que comenzaron a cotizar en el mercado lo de la milagrosa virgen, la Bolsa de Nueva York, NASDAC, Bolsa de Tokio, etc. El país estaba lleno de personas muy ricas, hasta hubo que confeccionar unas normas para que estos negocios no colapsaran atropellándose unos a otros. 

La Virgen empezó a adorarse en los países fronterizos y más tarde en los países de otros continentes. Era una verdadera locura.

Y así comenzó una inflación extrema, una barra de pan era impagable; el panadero, y el agricultor, no atendían las demandas de la población, por la escasez del mercado. ¿Para qué iban a trabajar?

Y mientras, se iban agotando las reservas de alimentos y de medicamentos, en fin que todo se fue terminando. 

Entonces esta manera de pensar se fue expandiendo hacia otro sectores, si una barra de pan valía más que el dinero, ¿qué hacer?, ¿elaborar cada uno el pan?, pero esta ocurrencia no prosperó porque los agricultores no sembraban el trigo desde hacía tiempo, ni había quién lo segara, y los fabricantes de hornos ya habían dejado de hacerlos. En cuanto el estudio, las escuelas y las Universidades cerraron. Nadie quiso estudiar, para qué si ya eran ricos. 
En fin que los alimentos se agotaron,  la gente se volvió perezosa, egoísta e incapaz de realizar tareas básicas. La sociedad se fue desmoronando rápidamente. El oro no era ya un metal precioso, era un incordio, que se llegó a usar para pavimentar las calles, porque el granito era demasiado caro. 
Y cuando se dieron cuenta que la riqueza era una pompa de jabón gigante, brillante y colorida, que flotaba sobre un abismo de ignorancia y complacencia y que reventaría en cualquier momento con el más sencillo roce, ya era demasiado tarde y estalló.
Nadie supo cómo arreglar lo que estaba pasando, algunos decían que los manuales escritos por los que un día trabajaron, lo hicieron en una lengua muerta que se habían olvidado y no llegaron a entenderlos. Y así como el sistema no podía sostenerse, se fue al carajo todo. Fue como un estallido, como una sed repentina y universal que lo contagiaba todo.
En cuanto a la Virgen de los Buenos Augurios, quedó sola,  mirando con sus ojos de vidrios el infinito, dentro de una iglesia mohosa, perdida en  un pueblo deshabitado,  y con una leve sonrisa, como si se hubiera hecho, ella misma, una  Gioconda.

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