No era una carrera más. El piloto estrella del momento tenía tres victorias sobre tres competencias; él, había luchado tanto por ese Williams, había peleado tanto con Alain Prost, su rival, su archienemigo, tildándolo de cobarde por vetar su ingreso al mejor equipo del momento, que ahora verse relegado en la tabla de competidores, verse sin puntos como un mero debutante era algo más que vergonzoso. Quiso sacarle importancia a la situación alegando que ese Benetton estaba fuera de reglamento. Pero eso no lo dejaba tranquilo. Además, tenía demasiadas cosas en su cabeza: su familia quería seguir controlando su vida como si él fuese un adolescente. Estaba distanciado de todos ellos; el último año casi no habló con ninguno, ni con su padre ni con su madre. No quiere perderla. Ella es su única paz, es un oasis de calma en un desierto de calamidades. ¿Acaso no se dan cuenta de que tengo 34 años? ¿A qué le tienen miedo? ¿A perder el control sobre mi vida, sobre mis cosas? Piensa, ofuscado.

En ese momento recordó la charla con su hermano Leonardo, acontecida apenas un día antes, justo en la hora previa al accidente de Rubens Barrichello, su pupilo. El teléfono intervenido, la familia en su contra, Adrianne y el mote de puta. Leonardo fue claro: «Escuchá la cinta, te está tomando por boludo, por poco hombre; habla con su exnovio y le dice que en la cama él es mejor que vos». Necesita un respiro, necesita aire; la llama por teléfono a la casa que él tiene en Portugal, en Algarve. Ella tontea, se ríe. ¿Será que es una niña? ¿Tendrá razón su padre, que es poca cosa para él? «Tengo tantas ganas de pegarte un cachetazo», le dice. «Ella parece una bebota». «¿Un cachetazo? Ríe. ¿Por qué?» Sigue: «Mañana, después de la carrera llegaré a eso de las 20:30 hs; voy a hacerte el amor toda la noche, te voy a demostrar que soy el hombre de tu vida, que soy mejor que él». En un momento se larga a llorar. Adrianne se preocupa: «¿Estás bien?» pregunta. «No», le responde Ayrton con voz trémula. «Lo vi morir, un piloto debutante se mató delante de mis ojos. No quiero correr mañana, no quiero correr más». Pero recuerda: «Soy fuerte, soy muy fuerte». Sigue: «Hoy abrí la Biblia, necesitaba hablar con Él y tuve respuesta; me dijo que Dios me iba a dar el mejor de los regalos: yo mismo».

Antes de dirigirse al briefing para ultimar detalles, cruza en su camino a Niki Lauda; acordarán una reunión la semana próxima; también estará su amigo Gehard Berger. La seguridad en los circuitos urge y no debe esperar. Giorgio Terruzzi contempla a ambos; Ayrton lo mira, le dice, lo sentencia: «Después de este Gran Premio, la Fórmula 1 nunca más será lo mismo». Y nunca más lo fue.

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