Hoy el día está gris,
y la lluvia parece caer solo para recordarme que ya no estás.
Hay algo en el sonido del agua golpeando las ventanas
que se parece a tu voz cuando me decías “quedate un ratito más”.
Camino por las calles donde solíamos reír,
miro los cafés donde tus manos sostenían las mías,
y todo —absolutamente todo— me habla de vos.
A veces, cuando vuelvo del trabajo,
paso frente a tu casa sin querer.
Me convenzo de que fue casualidad,
pero en el fondo sé que es mi forma de seguir buscándote.
Pienso que podrías estar ahí, esperándome,
como si el tiempo no hubiera pasado,
como si tu abrazo siguiera siendo mi refugio.
Y cuando entro a casa, el silencio me cae encima.
Le huyo a la cama,
porque en ella todavía duermen tus risas,
tu perfume, tus gestos antes de cerrar los ojos.
Me quedo despierta hasta que el sueño me vence,
como si pudiera engañar a la noche y evitar soñar con vos.
Sé que ya no vamos a volver,
que tu amor no está donde el mío todavía insiste.
Pero cada gota que cae esta tarde
trae tu nombre escrito,
y yo dejo que me moje,
por si así te siento un poquito más cerca.
Hoy llueve,
y la ciudad parece tener tu voz en cada gota.
El viento me nombra sin decir mi nombre,
como si supiera que sigo esperando un mensaje que no llega.
No sé qué duele más,
si la ausencia o el reflejo de mí misma esperándote.
A veces siento rabia,
otras una ternura que no sé dónde guardar.
Te extraño con una mezcla rara de calma y desesperación,
como quien sabe que ya no hay regreso,
pero igual deja la puerta entreabierta por costumbre.
Fumo para llenar el aire que dejaste,
para que el humo me abrace cuando no puede hacerlo tu piel.
Y me quedo despierta hasta que el sueño me rinde,
porque irme a la cama sin vos
es aceptar, otra vez, que ya no estás.
Pienso que quizás estés bien,
y me duele que lo estés sin mí.
Pero también me alivia, un poco,
porque si el amor fue real —aunque haya terminado—
entonces algo bueno quedó en vos.
Y eso, aunque no me consuele del todo,
es una forma de seguir amando.
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