Solíamos abrazar el atardecer, mientras brillaba en la mirada un destello de pasión. Con las nubes ardientes arrastrándose nuestras siluetas se desvanecian en un momento de inmortalidad. Hoy un recuerdo punzando mis entrañas viene a mortificarme la existencia. Las palabras hermosas de aquel instante aún resuenan en los parajes inconquistados de aquella tarde. El tiempo, una polvareda inmensa nos ocultó la verdad, solo era un espejismo, solo era un oasis disfrazado en los momentos de febriles agonías. Hoy muy lejos perdido por los senderos de la vida enciendo en la hojarasca la fogata del recuerdo, pero el destino irresistible con su hoz sanadora me despierta súbitamente, y las palabras me hieren el alma y se alejan para siempre.
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