Mi madre se alejó lentamente hacia la tienda más cercana en la estación de buses. Acabábamos de llegar a la capital. Ella, para realizar las compras de navidad. Yo, para conocerlo.
Cabizbaja y con la mirada fija en la pantalla, que reflejaba una conversación que se perdía lentamente, mi corazón parecía más ruidoso que nunca
—Llegaré pronto— Fue la última entrada que leí antes de alzar la vista.
A lo lejos, vi a un chico con remera blanca que se acercaba lentamente. Cuando estuvo frente a mí, se detuvo e inclinó su cabeza hacía mis labios. Lo evité con el corazón en la mano.
Se detuvo un segundo y cambió su dirección hacia mi mejilla besándome con suavidad.
—Hola— me dijo, y respondí de la misma manera.
Mi madre regresó con dos botellas de agua e intercambió saludos con él. No recuerdo. No escuche su conversación.
Nos alejamos de la estación hacia nuestro destino, esta vez. Éramos tres.
Intenté actuar con naturalidad. Sin embargo, al no saber qué decir, cambié mi objetivo a mi madre, acercándome a ella y alejándome de él.
Pregunté sobre las compras que realizaría, esperando no caer en el silencio. Pero cada pocos pasos, miraba hacia atrás. Cada vez, nuestras miradas se cruzaban.
Llegamos a nuestro primer destino y por segunda vez desde nuestro encuentro, solo éramos él y yo.
Nos sentamos en una banca. Nuestro único paisaje era el ir y venir de las personas.
Cada minuto parecía eterno, y en un momento dado sentí calidez sobre mi mano. Cuando bajé la mirada, nuestras manos estaban unidas. No recuerdo quien sostuvo a quien, pero no alejé mi mano. No deseaba hacerlo.
Vagamente recuerdo que conversamos sobre algo, pero lo único que recuerdo es una frase: —Pensé que no te gusté cuando nos conocimos.— Me congelé.
—Estaba nerviosa— susurré sabiendo que me había escuchado. Levanté la mirada y me encontré con la suya.
Nos acercamos por segunda vez. Pero en esta ocasión, el encuentro fue como debió ser desde el principio.
Al recordarlo, no puedo evitar sentir un amargo regusto en la boca. El tiempo pasó y decidí terminar sin dar una razón. No tenía una.
Nos veíamos en persona solo unas cuantas veces al mes, y cada vez que nos veíamos se sentía igual de cálido, igual que al principio, y eso me asustaba.
Quisiera regresar el tiempo. Pero el tiempo es cruel y jamás me atrevería a volver a él. El daño ya estaba hecho, y ahora me toca vivir con ello.
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