Me quedé callado preguntando todito para mis adentros porqué ella había mentido esta vez tan descaradamente, con lo fácil y bien que le quedaba en aquél momento ese maldito modelito tan a la última moda de jurar solemnemente decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Era primavera y a pesar de que sabemos que la sangre altera, a mí, a estas alturas de sus caprichos y los vaivenes en nuestra relación, su rosario de mentiras me cogía totalmente indefenso. Y sin embargo, esta vez pudo más el dolor que el perdón, porque me mintió como nunca antes lo había hecho. Entonces decidí que lo mejor para los dos era seguir por caminos diferentes y arrojar para siempre al fondo oscuro del olvido estos maravillosos años de románticas escapadas los fines de semanas y fiestas de guardar.

Y con Tico pedimos otra ronda de whiskys mientras por el amplio ventanal del bar mirábamos como ella se alejaba encantada por lo ajustadas que le queaban las mentiras y esa minifalda roja picarona que hacía que los hombres sin ningún disimulo se giraran para devorarla con los ojos ñam ñam ñam. Pero ella parecía vivir en otro planeta, muy de tanto en tanto regresaba con una empanada mental y al poner nuevamente los pies sobre la tierra, recibía pafff pafff una bofetada tras otra. Y es que pasados ya los cuarenta y tantos años, su divina majestad, reinaba en un castillo de naipes con más pena que gloria y sin poder engañar a nadie más. Ella siempre fue así, un día iba de inocente, otro de sarcástica, otro de irónica. Navegaba en su platillo volador como si nada y nada había que le gustara más que viajar en autobús sentada del lado de una ventanilla observando el ritmo de la gente y adivinar su estado de humor y buena esperanza. Así era Inés, Inés, Inesita, Inés y no creo que fuera a cambiar jamás. Mi amigo ya se había perdido en el culito respingón de una mujer bajita que se movía toda ella vivaracha y muy putita de punta a punta del bar como una lagartija paseando sus lindezas bien proporcionaditas colgadas y planchadas en la percha de su cuerpito de muñequita Barbie fatal. Y subida toda ellita sobre unos zapatitos con tacones de aguja de tejer la lana que carda la enana, altos, altíiiisimos, hablaba a gritos y furiosa por su teléfono móvil preguntando ¿dónde están las llaves? Matarile, rile, rile, contestábamos a coro todos los de la barra partidos de la risa. De vez en cuando, Tico le guiñaba un ojo lujurioso mientras le pegaba otro sorbo a su vaso jugando con un dedo a hundir los hielos que flotaban como barquitos en un mar escocés. Qué pena, qué pena tan grande me das muchacho, me decía soltando una burla burlera cascabelera, con todas las mujeres que pululan por esta ciudad, tú te vas a encaprichar por esa. Y por esa yo me había desvivido y había descosido mi matrimonio de cinco años con Verónica. Tal vez tuviera razón, pero en temas del corazón nunca se sabe, solo aquél que anda en mal de amores sabe lo difícil que es cruzar las avenidas de la vida con los semáforos en verde. Verdes eran los ojazos de la rubia extranjera, un monumento artístico internacional, que coqueta y bribonzuela, acomodaba sobre un mullido taburete sus fermosas nalgas a un palmo de la barra y de todo mi muá también. Parecía estar bebiendo un jerez. ¡Y vaya cachos de piernas, las de ella, madre mía! ¡Y qué tremendos y generosos muslos, ambos los suyos! Y yo aquí, como un imbécil, lamentándome por algo que era un sin sentido y que ya no tenía ni aspirina ni solución. Pero con el desparpajo de Tico y un cachito de mi vergüenza, cuán sendos piratas de mala fama a la nenaza extranjerota abordamos en cuestión de segundos y en medio de los dos quedó la ricura de ojos color de gata a mí siempre regálame esmeraldas, corazón. Tenía también la toda elia unos perfectos dientecillos como de perlas nacaradas para suaves y tiernos mordisquitos, anaranjada la camisa transparente que le arrancaría con mucho gusto y una todita esa boquita suya dueña de una lengüecita de gatita que movía traviecilla ella solita invitando a cualquier desastre y a más de media docena también. Tico fue más rápido, siempre era más rápido en cuestión de mujeres que valían la pena y comenzó a tirarse un rollo patatero en un inglés chapucero. Ella se reía toda jau jou jau jou jou y nosotros que no le entendíamos un carajo y no sabíamos de qué coño se reía, juá juá juá juá le seguíamos la corriente rema que te rema, porque por lo menos nos hacia caso, le causábamos gracia a toda esa hermosura y eso era buena señal. Señalándome elia picaruela con su dedito churrito el bolsillo donde descansaba mi billetera, yo accedí como un idiota a invitarla otro jerez para ver si picaba de una vez el anzuelo. Yo le sonreía todo abobado sinvergüenzuelo mientras chas chas. chasqueaba los dedos dándomelas de un importante superman llamando impaciente al camarero que me clavó sin anestesia una mirada con cara de pocos amigos, perdonándome la vida y jurando que la venganza de Don Mendo sería terrible cuando nos trajera la cuenta, por pringaos. Yes, of course, le decía yo muy sonriente y empalagoso a esta ricura que ya iba por el quinto jerez con ración de jamón de pata negra a no sé cuántos euros el kilo, lomo ibérico, langostinos y percebes. Todos estos suculentos manjares correrían por nuestra cuenta y Tico y yo nos mirábamos aterrados ya que estábamos a fin de mes y más tiesos que la mojama. Y convencido de que ya la teníamos en el bote, voy yo y me relajo, entonces va ella toda simpaticona y con un psssssssss pssssssssss llama a Mendo, el camarero, botellau otrrrra de Tio Pepe pleasssse verrry ricouuu ricouuu de Jerez de la Fronterau pide la muy cabronau medio pedou y you mi también. ¡Al abordaje y a por ella! pienso yo quitándome la modorra, envalentonado otra vez y mas bien entonado por las copas y voy y le suelto con el corazón en la mano y una caída de ojos a lo Manolete entrando a rematar la faena un I´am a tipical macho spanich but no me gusta for nada one sanduiche entre tres, soy hombre de bocadillo de calamares de allende los mares y mucho mundo recorrido. ¡Y vaya! ¡Qué maravillosos esos pechos todos los tuyos que son dos meloncetes dulcetes dulceretes! Y tú, tú toda entera, un bombonazo relleno de todo el jerez que te estás metiendo pal cuerpo, but I love and like todo tu body very much and very uelllll, Manuelllll is my name, seré todo tu masterman for ever si your monumental body termina conmigotodogoloso en mi bed, y si quieres yo te canto una jota ka ele eme a típical song de my country porque yo soy aragonés de Zaragoza y olé. Podrías if you quiere depositar all your nalgas sobre my regazo, pedazo de bigwoman y así nos lo pasaremos fenomenal de menal, ¿qué me tal te parece? ¡Tóma ya, rubia mía!, que bien me explayo con mi ingles de playa a toda ti reineta sin peineta, escandinava más guapetona que Ava Gardner, ya te tengo para mi solito pedazo de pecado mortal inigualable y cuando quieras, que yo todo lo quiero, nos vamos los dos la mar de amarraditos a leer el kamasutra y dejamos a mi amiguitou que se busque la laife, you anderstande mi, ¿verdad que yes?, remember en tu cabecita de chorlita que mi nombre es Ma-nuel. Y Tico se descojonaba juá juá juá pero no se despegaba de ella ni de coña, ni tampoco dejaba de sobarla mientras yo me cansaba de hacerle señas y más señas como si estuviéramos jugando una partida de mus, para que se abriera y me dejara llevar a esta extranjerota descomunal a mi nidito nidote camarote de amor en alta mar. Y la maciza de repente va y se mosquea bzzzzz bzzzzz bzzzzzzz mientras se levanta toda ella sin terminar nunca de hacerlo de todo lo alta e inmensa y pechugona que era y delante de nuestras narices le planta unos sonoros y estruendosos slurpsssss chuiiiiiiiiiiiiiiick chuiiiiiiiiiiiiiiiiick sluuurppppssssss chuiiiiiiiiiiiickssssss de besos obscenos y puajjjjjjjjjjj babosos a su janiman Boby big lover, un inmenso, alto, escultural, atlético, rudo, tosco, pelo en pecho y peluquín con millones de músculos y tatuajes. Éste, que también parecía ser de otras latitudes bien lejanas, le pregunta a su suiti darlingirl: ¡Oh my darling, oh my darling, oh my daaaaaaaaaaaaaaaaarling Clementine, what the hell is going on here?, que por lo visto y a lo vasto en castellano viene a decir lo mismo que: ¡qué cojones está pasando aquí! Y el solito, sin decir ni jelou ni mu, comenzó a zamparse el jamón de pata negra de a no sé cuantos euros el kilo, continuó arrasando con lo que quedaba del lomo, más luego se hizo con los últimos tres langostinos, hurgó en el resto de los percebes y terminó exprimiendo la botella de jerez hasta sacarle la última gota. Lanzó un eructo prolongado, ensordecedor, demoledor diría yo, y se nos quedó mirando de arriba abajo como si fuéramos unos marcianos mientras se escarbaba entre los dientes con la uña larga del dedo meñique de su mano izquierda. Nosotros, españolitos de a pie y con una estatura mas bien meñique, nos quedamos con una cara de gilipollas tremenda y sin haber probado bocado ni tampoco recibido un mísero chuisccc chuiscccckesito. Cacareábamos a dúo en vez de hablar, acojonados por la cara de pocos amigos del tal Boby jani lover, todo él musculoso, rudolf nureiev, pelo en pecho y peluquín. Y para colmo de males, se nos viene encima la venganza de don Mendo, el camarero, con su amplia y estúpida sonrisa nos dice que la cuenta es de ochocientos treinta y cinco euros con IVA incluido y yo le contesté que la propina se la iba a dejar su padre. Como Tico no paraba de tocar y seguía como un pulpo metiéndole mano a la extranjera, propinóle el jani Boby una serie de tortazos que lo hicieron girar como un trompo por todo el bar. Entretanto yo, man más precavido vale por dos, aparté mi gracioso cuerpo de todo ese jaleo y me dirigí hacia otros terrenos menos violentos y me fui al servicio a hacer pipí. Me libré de los mamporros por los pelos, pero no así de pagar a toca teja los ochocientos treinta y cinco euros del atracón de la vikinga con esos ojos de esmeraldas y dientes de perlas nacaradas. Cataratas de carcajadas las de elia y las del gigantón de elio él también que continuaba mirándonos con gesto amenazador. Con mi amigo decidimos que era mejor batirse en retirada, ya habíamos hecho bastante el imbécil y no estaba el horno para más bollos.

Menudo golpe me ha sacudido el tío cabrón ese, se quejaba Vicentico. Pero jodío, te faltaban manos, no te estabas quieto, le recriminaba yo muerto de la risa, mira que te he hecho mil señas para que me dejaras el camino libre, pero tu no, dale que te pego, dale que te pego, que claro, al final, dale que te pegan, dale que te pegan. Patoso, que eres un patoso, con lo bien que la tenía yo, apuntito de caramelo estaba la extranjera, apuntito Tico, te lo juro. Puntitos varios de sutura le dieron a Tico en los labios cuando llegamos a urgencias del hospital más cercano. Al salir de la salita, él ya estaba otra vez dale que te dale con la pobre enfermera que no sabía como hacer para quitárselo de encima. Menos mal que estaba usted, ángel salvador, le dice todo seductor. Y con su labia de galán le pide el número de teléfono por ser tan bonita y estar toda, toda, toda tan buenorrita y que le encantaría llevarla de paseo y dalo por hecho, monina, que cualquier día de estos, este hombretón te llamará para tomar una copita de cava bien fresquita, juntitos, acarameladitos y en horizontal. Y Tico seguía como un príncipe encantado con su cara dura, mientras la enfermera comestible, buena, buenísima, de corpiño manejable y medias blancas de seda, sale corriendo y horrorizada de nosotros.

En el primer bar abierto que vimos nos metimos, dos whischhhhkies con mucho hielo pidió morritos partidos ante las miradas perdidas de los pocos clientes que allí pernoctaban. Y al cuarto trago, yo que me lo veo venir porque lo conozco de sobra, tantos y tantos años de barra juntos y siempre con el mismo final y entonces va y comienza con sus consejos de amigo, pero amigo, amigo de los de verdad, en las buenas y en las malas, continuando con sus quejas de la vida, de su mujer, de los hijos, de lo pelmaza que era la suegra, que es una entrometida y más mala que un dolor de muelas, que la querida quiere otro tipo de relación, los padres que continúan tratándolo como si fuera un niño, que el trabajo ya no lo disfruta como antes, las letras del coche nuevo, los ahorros colocados en la bolsa que hasta ahora no le han dado ganancias, la hipoteca. Luego me sale pidiéndome mil disculpas por lo de la extranjera, que era verdad que ya la tenía en el bote y rema que rema, que tal y que tal, que bla bla bla bla y que de paso y cañazo, le dejara dos mil euros porque no llegaba a fin de mes. En fin, lo de siempre, y como siempre, termina llamando a voz en grito al camarero para que nos sirva la espuela, y éste, que está loco por cerrar y de que nos vayamos de una puta vez, al final nos echa. Cambiemos de tercio, digo yo evitando otra bronca. Y como no encontramos nada abierto vamos a parar al puticlub que está debajo de la oficina y que además nos fían. Hay pocos clientes, ningún conocido, la mulata dominicana hoy libra. Más copas, más charla, la lengua que se traba, la vista borrosa, Tico ya pedo y yo casi, casi. Eran las tres de la madrugada, hora ideal para retirarse y meterse en la cama. Cogimos un taxi porque yo no quería conducir en esas condiciones, dejé a Vicente en el portal de su casa con una trompa monumental, recordándole que en dos días estarían aquí los franceses para presentarles la campaña publicitaria y en la que él había depositado muchas esperanzas ya que le quedaba poco crédito en la empresa después de un par de fracasos con clientes muy importantes y que lo mejor sería que descansara todo el día de mañana para estar como una rosa rosa rosam rosae rosae rosa el jueves y yo al fin me dirigí en busca del cálido y suave roce de las sábanas blancas. Al abrir la puerta me encontré la luz encendida y a Inés dormida en el sofá abrazada al gato que vino hacia mí con cara de pocos amigos porque tenía hambre. A un lado, una maleta, un bolso de mano de cuero negro y el aparato de música que le había traído en uno de mis viajes a Nueva York. La verdad es que no sabía que hacer, si despertarla o no, había bebido demasiado, además, estaba molesto y dolido con ella por haberme mentido tan descaradamente. Me fui a mi habitación, me puse el pijama, me lavé los dientes, me tomé un alkaseltzer, me tumbé en la cama y ¡hala!, a contar ovejitas, unazzz doszzzzzz treszzzzzzzzz cuatrozzzzzzz cincozzzzzzzzzz seiszzzzzzzzzzzzzz… Después de una ducha, un buen afeitado, un zumo de naranjas, un café bien cargado y una aspirina efervescente, uno ve la vida de otro color y con menos dolor de cabeza. Llovía, era un día triste e Inés había desaparecido como por arte de magia, no dejó ni una sola do re mi fa sol la sí y se había llevado todas sus cosas dejando un gran caos en la habitación.

En la oficina se palpaba cierto nerviosismo, teníamos la presentación de la campaña, llegaban al fin los clientes franceses de la Francia napoleónica y todos estaban hechos un flan. Yo muy plin plin, tranquiliiin tranquiloon patapín patapón. Estaba seguro de que todo iba a salir bien, Vicentico era muy bueno en su trabajo, le faltaba una pizca de responsabilidad y le sobraba un montón de apego a la barra. Repasé todo meticulosamente, todo parecía estar bien, bien, pero que muy bien. Además, Tico habría tenido todo un día para recuperase y descansar. A las nueve tenía que ir al Hotel a recoger a los clientes, encontrarme allí también con Fátima López, la traductora, y llevarlos a cenar buen marisco para ir tanteando el terreno. Todo transcurrió como lo esperaba, una noche entre gaseosas súper light y sin contratiempos. Mañana era el gran día, me fui pronto a la cama, sin la traductora, claro, no aceptó mi invitación y sin rodeos me dijo que conmigo no tenía ni para empezar. Al llegar a casa intenté ponerme en contacto con Vicente pero tenía puesto el contestador. ¡Qué bien!, pensé, estará durmiendo a pierna suelta, mejor no despertarlo. Me levanté muy temprano, desayuné, leí el periódico, intercambié mimos y runrunes con mi gato y antes de salir llamé a casa de Tico, volvió a salir el contestador, ya habrá salido, mejor, estará pronto en la oficina, pero la verdad es que me extrañaba mucho que Sonsoles no cogiera el teléfono ya que ella solía estar a esas horas. Al llegar a la oficina me encontré saliendo del ascensor al boss vestido con un traje de Hugo ídem, me deseó suerte y que estuviera tranquilo, yo no estoy para nada nervioso le contesté, esto está comido don Marcelino pan y vino. La reunión era a las diez en punto, aún tenía más de media hora para repasar algunas cosas. Fátima llevaba un pantalón súper ajustado que cortaba el hipo y yo pecador sin sandalias de pescador ya pensaba y divagaba en lo mucho que me gustaría que pescáramos en río revuelto para pecar y celebrar los dos solitos la firma de este contrato. En eso que de repente veo aparecer a mi amigo, Don Vicente para la oficina, Vicentico para sus padres y Tico para mí. Se encontraba en un estado catatónico, apestaba a alcohol, estaba hecho un trapo, sin afeitarse, con los pelos picudos como un erizo, ojeras en degradé y la cara llena de arañazos y la ropa manchada de sangre. Lo que me faltaba, lo que me faltaba, es lo que me faltaba, repetía yo como un loro. Lo mejor será convencerlo para que desaparezca, que se marche a su casa a dormir la mona. Pero él, erre que erre, no quería saber nada de que lo despacháramos. Esto se complica pensaba yo estrujándome los sesos en busca de alguna solución. Que la idea de la presentación de esa campaña era totalmente suya y absolutamente suya para siempre por siempre hasta la eternidad y que yo era un mal amigo porque quería colgarme las medallas, quedarme con toda la gloria para mi solito y que también quería un café con leche con magdalenas y que cómo extrañaba a Magdalena la hermosa mulata dominicana de generosas proporciones que alternaba en la barra americana que estaba debajo de la oficina, que ella era la única persona en este mundo que lo comprendía, porque su mujer no lo quería, por eso le tuvo que pegar un par de leches cuando llegó a casa y lo que en realidad quería era un whisky doble y no el café con leche y luego tirarse por la ventana porque la vida era una mierda y que ya todo le daba igual y que el corazón le iba a explotar y que él no se andaba con tonterías como otros, que para eso estaban los amigos, pero los amigos de verdad y que él no había querido matar a nadie pero ella no lo valoraba, que hoy en día lo único que cuenta es el dinero y que el mundo era una porquería y todo tenia un precio porque todos se vendían por un puñado de dólares y que él no quiso lastimarla pero no paraba de insultarlo y el amor se termina evaporando como el agua de la lluvia y que estaba lloviendo y que se había calado hasta los huesos porque vino caminando porque no se acordaba dónde había dejado el coche y estaba hasta los huevos de esta oficina y que sabía que tenía las horas contadas pero que su amigo Manuel lo defendería a capa y espada cuando la policía fuera a por él y que quería urgentemente vomitaaaaaajjjjr. En eso que entra mi secretaria trayendo un café solo bien cargado para Don Vicente y le digo de muy malas maneras que nos deje en paz, Mari Paz, que solo nos faltaba que se espabile este imbécil ahora que se estaba quedando dormido. Y a mi lado se pone la muy tonta haciendo pucheritos y lágrimas y me pide que no la vuelva a gritar, que está muy sensible por lo del hermano y la cuñada, par de sinvergüenzas ese dueto pienso yo, ya que sé de muy buena tinta china, la de Josefina, claro está, quién otra podía ser si no ella con esa lengua viperina, que le sacan el dinero con las excusas de lo mas idiotas inventadas especialmente para idiotas como ella, y yo que le pido mil disculpas, que se ponga en mi lugar, que la reunión es dentro de diez minutos y que no se me ocurre nada para desanudar este lio, que nos jugamos la cabeza mientras a Tico la cabeza le da vueltas y más vueltas por todo lo que ha bebido. Que haga el favor de secarse los mocos, le doy mi pañuelo, que no sea tonta y no llore que se le corre el rímel con lo guapa que está esta mañana que parece un lucero y que lucero tengo yo para mentir, y que de verdad Mari Paz, déjenos en paz. Pazzzzz, se va dando un portazo. Vicentico cayó rendido zzzzzzzzzzzzz en el sillón. Por fin, un problema menos entre todos los problemas que se me venían en estampida. En la reunión puse la excusa de que Don Vicente Helguera se había ausentado por problemas de salud, que se había indispuesto repentinamente y que yo tenía toda su confianza para abordar la presentación, que dicho sea de paso, fue un auténtico fracaso porque los muy capullos de los franceses no captaron para nada la idea y que se lo pensarían y hasta luego Lucas, si te he visto no me acuerdo. Don Marcelino Cerezo Verín, el del traje de Hugo Boss y amigo de mi padre desde la más tierna infancia, pero qué lejana que me quedas, me llamó de urgencia porque habíamos acabado con su poca paciencia. La reunión con don Marcelino traje Boss en su despacho fue un auténtico calvario, me soltó una serie interminable de sermones, insultos de elevado tono, puñetazos en la mesa, descalificaciones, culpas y culpetas, dimes y diretes y demás golpes bajos. Voy a exigir la inmediata renuncia de Vicente y como amigo tuyo que es, tu lo tendrás que convencer para que esto nos resulte a todos lo menos desagradable posible. Y como guinda de este pastel me sentenció como penitencia con un cambio por tiempo indefinido a tareas de menor responsabilidad. Regresé cabizbajo a mi despacho, derrotado, malhumorado. No habían pasado ni dos horas cuando mi padre al teléfono me cantó las cuarenta a mis cuarenta y tantos largos años, recordándome que a pesar de que sus padres eran unas bellísimas personas, siempre me había dicho que mi amigo Tico era un desastre vestido por un buen sastre, un cantamañanas lleno de mañas, un sin vergüenza nacido en Sigüenza que me arrastraría con sus fracasos y que era una pena con el futuro tan prometedor que yo tenía en esa empresa, que quería verme y hablar seriamente conmigo. Sentado en mi despacho miraba por la ventana una vista despejada. Quería estar solo, sin más sobresaltos, el día había sido espantoso y ni siquiera el no saber nada de Inés me preocupaba, ya aparecería, era parte de su juego. Toc toc toc tocaron los nudillos ofendidillos de Mari Paz a la puerta, si no necesita nada más Don Manuel, snifffff me retiro, snifff snifff se me hace tarde, por cierto, sniffffff sostenido, Don Vicente dejó dicho que lo llamase urgentemente. Hasta snifff mañana sniffff. Hasta mañana respondí con la mirada perdida y la mente en cualquier parte. Me fui al puticlub de abajo en busca de revancha, me tomé un par de copas en compañía de Magdalena, la dominicana de cuerpo generoso, amiga de barra y cama de Tico. Me preguntó por él, que le extrañaba mucho no haberlo visto ni ayer ni hoy. Levanté los hombros como queriendo decir no tengo ni la más puñetera idea, ya bastantes problemas me ha causado, pagué sin aceptar que me invitaran a una tercera ronda y me fui directamente a casa. Era un día para olvidar lo antes posible, me tomé un calmante y dormí como un tronco hasta la mañana siguiente. Esa misma mañana me encuentro en la puerta del banco con Don Pascual y Doña Adelita, padres de Vicentico, y después de contarme un rollo patatero sobre su jubilación, el bricolaje que era su gran pasatiempo ahora que tenía tanto tiempo libre, los nietos que cómo crecían, que como estaban mis hijos, yo no tenía, están bien les contesto yo con tal de no tener que dar explicaciones, sin importarme nada de nada de lo que me estaban contando, van y me dicen que qué bien se lo deben estar pasando Soles y Verónica en París. Verónica y yo llevábamos separados dos años, algo que tampoco tenía ganas de ponerme a explicar, que los niños se han quedado con ellos porque Tico, como bien sabrás, no para de viajar, que es una luz en los negocios, un ejemplo para muchos, que qué me van a contar si trabajamos juntos, que a ver cuando íbamos a conocer el chalet que se acababan de comprar, que a fin de mes se irían a vivir allí y bla bla bla y a pesar de que me cogieron por sorpresa, puse mi mejor cara y apliqué un repertorio de encubridor profesional para cubrirle las espaldas a mi amigo, a su idolatrado mimado consentido hijo y soltarles unos tímidos je je je, que si, que se lo estarán pasando fenomenal, gastándoselo todo y la la la la porque la tarjeta Visa es bella y la madre que lo parió a Tico porque en algún lío gordo estaba metido y me había mandado al frente sin decirme nada, nada nuevo en él, también es verdad.

Al final siempre te la lía y acabas atrapado en la tela de araña de sus problemas. A Don Vicente para la empresa, Vicentico para la familia y Tico para los amigos, lo conocí en la universidad cuando estudiábamos publicidad, ya en esa época era un auténtico desastre y un golfo empedernido, te lo pasabas fenomenal con él, estabas de carcajada en carcajada todo el santo día con sus bromas y comentarios que lanzaba como dardos envenenados. Ir con él a cualquier sitio era éxito garantizado con las mujeres y un mogollón de peleas porque era, es y será siempre, un metepatas. En esa época él era el único que tenía dinero y a mí me pagaba todo. Y a pesar de que casi todo con él era estar al filo de lo imposible, mucho cuento, exageraciones y rizar el rizo, yo lo apreciaba mucho, muchísimo, era como un hermano mayor para mí. Amigos para siempre, como él decía, amigos de verdad, de los que no se arrugan.

El viernes fue un día normal, me lo pasé trasladando mis cosas a otro despacho más pequeño. Mi padre por suerte no llamó, la verdad es que yo no estaba para una comida con tirón de orejas. A Mari Paz le pedí que se mantuviera alejada de mí por unas horas y con otro sonoro portazo pazzzzzzz se fue llorando a su mesa. Tico no apareció, lo de su renuncia me tenía a mal traer. A las siete me metí en el despacho del boss y a las ocho y media salimos juntos de la oficina y me propuso que lo acompañara a picar algo porque tenía que hacer tiempo, había quedado con su mujer para ir al cine. A eso de las diez de la noche, ya solo solano solateras, puse el piloto automático que me llevó directamente hacia mi muro de lamentaciones, el puticlub de debajo de la oficina. Entre copa y copa me enteré por la dominicana de generosas formas que Vicente había aparecido ayer a las once de la noche hecho un desastre, con la cara llena de arañazos y que le había pedido que lo ayudara a ocultar algo, estaba tan fuera de sí, que Magdalena, aterrorizada, tuvo que llamar a Nemesio para que lo sacara del local porque se había puesto muy pesado. Fue entonces que recordé lo del jueves, cuando apareció en la oficina hecho un guiñapo, tenía arañazos en la cara, además, le vi manchas de sangre en la ropa. A la tercera copa ya navegaba en la galaxia del placer, del disfrute y del recreo, y yo mismo me decía mañana será otro día chavalote, no te des por vencido ahora, no ha sido culpa tuya, si te lo propones saldrás adelante, pero no bebas mas, sé buen chico, coge el coche que estas a tiempo y ¨vueeelveeeeeeeeee, vuelve a casa por Navidad¨, como decía el estribillo del anuncio de turrones El Almendro. Con el cuarto whisky volví a recordar y a extrañar a Inés la mentirosa, mentirosilla. Lo mismo ya le resulto viejo y prefiere a alguien mas joven, pensaba y también pensaba que estaba sobrepasando el límite de copas y me lanzaba en picado hacía la mundialmente conocida curva del bebedor. Entre la novena y la décima copa, se me aparcó en doble fila el fantasma de la vikinga maciza de ojos color esmeralda, toda para mí, para mi solito ¡Y a ver!, grito yo ya algo tocado, ¡¿donde se ha metido tu amigo el grandote?! que le voy partir la cara, que se cree muy macholote por ser tan grandote, pero yo también tengo lo mío y le voy a dar un poco de lo que se merece y no precisamente jamón de pata negra, con lo caro que está, a ver, a ver, ¡¿donde está?! que dé un paso al frente, y tú, cuerpazo de vikinga, sécame con tu pañuelo la frente y espérame en la habitación que vas a recibir una ración de poderío español. Entonces, como de costumbre, después de la curva de la tristeza se me nublaron los ojos y comenzomeremere a despertarsemeremere la agresividad. Fue como pisar a fondo el acelerador de mi mala leche y el choque fue brutal, el final de mi encanto y el principio de la torpeza del patoso cuarentón llegando a los cincuenta con copas de más. Y ya harto de mis estupideces y de que metiera la paté de fuá, Nemesio me introdujo en un taxi y ya no recuerdo nada más. Eran las ocho y media de la noche del sábado, cuando entre nubarrones, rayos y centellas que explotaban sobre la azotea de mi cabeza, explotó también el inoportuno riing del teléfono. Mmmmmsi digo yo totalmente confundido, sin saber si era hoy, ayer o mañana. Al otro lado, la voz de Tico sonaba desencajada, y antes de que tuviera tiempo para ponerlo a parir, comenzó a llorar lagrimotas de cocodrilotes, me pidió que fuera urgente, que estaba en el chalet de sus padres y que no dijera nada a nadie. A las nueve y cuarto estaba recogiendo mi coche que había dejado en el garaje de la oficina y a las diez y media estaba en la entrada del chalet. Las luces apagadas, ni un solo ruido. Rompo el silencio de la noche con la bocina, al rato, de entre unos arbustos y lleno de barro, asoma el fantasma de Tico con cara de gallina degollada. Lo acompañaban dos perros enormes. Mi amigo llevaba una pala en una mano y en la otra una linterna encendida. La cagamos, pensé, la cagamos, este loco se ha mandado la cagada del siglo. Sin saber muy bien de qué, ya me sentía cómplice de algo. Abrió la verja y me hizo entrar. A mí ya me había entrado todo el miedo del mundo. Él estaba borracho, en ese momento pensé seriamente en marcharme, pero a pesar de todo, Tico era mi amigo. Comenzó a caminar haciendo eses, hasta que lo perdí de vista. Al rato, escucho unos gritos detrás de la casa. ¡Ayyy! ¡me he torcido el tobillo! ¡mi tobillo!. El muy capullo se había caído dentro de un hoyo. Al darle mi mano para ayudarlo a salir, la luz de la linterna me dejó ver el cuerpo golpeado y ensangrentado de Sonsoles. Soles, solita ella yacía en el fondo. Tico consiguió salir. Resoplaba él, resoplaba yo, me miraba él, lo miraba yo, maldecía él, maldecía yo, balbuceaba él, lo reputeaba yo. Y va el muy cabrito y me suelta como si con él no fuera la cosa: ¿y ahora que vas a hacer? ¡¿Que qué voy a hacer?! le grito yo a punto de cometer otro asesinato. ¡¿Cómo que qué hago?! ¡Desgraciado!, querrás decir ¿que qué haces? maldito imbécil, me estás haciendo cómplice de tu maldita locura. Me senté en el suelo, sobre el barro, o sobre la mierda de los perros, no sé, que mas daba en ese momento. Esto no me podía estar pasando a mí. No señor, no. No podía ser que este animal hubiera matado a su mujer.

¿Que ha pasado Tico? le pregunté. ¿Qué coño ha pasado? Mi amigo intentó explicar lo inexplicable. La noche que me dejaste en casa ella me estaba esperando despierta. Se me fue la mano decía entre un mar de lágrimas, lágrimas de terror por lo que le esperaba y no de arrepentimiento repentino. Solita no paraba de gritarme que quería el divorcio y que se llevaría a los niños, no sé cómo ocurrió, pero yo había bebido mucho, no sabía lo que hacía, la golpié hasta que dejó de moverse. Me volví loco Manuel, solo quería que se callase. Luego la metí en el coche y me la traje para al chalet que hay mucho terreno. Pobrecilla, ya no se puede hacer nada por ella, mejor la enterramos de una vez, ya nos inventaremos algo cuando alguien pregunte por ella. Me levanté de golpe, le arranqué la pala de la mano, le grité que iluminara y comencé a echar tierra sobre el cadáver que seguía con los ojos abiertos y me miraba y me miraría así en millones de pesadillas hasta el resto de mis días. Cuando terminé, arrojé la pala y le grité: ¡el cuerpo se estaba descomponiendo! por eso le echado tierra. ¡Ahora tu sabrás lo que debes hacer! No quiero saber nada más de ti hasta que llames a la policía. Tico, estás completamente loco, a tus padres les has dicho que tu mujer estaba de viaje con la mía, en la oficina me piden que renuncies, ahora esto, estás hasta arriba de mierda y lo que es peor, me has salpicado de lleno. Te aconsejo que llames a la policía y te entregues. Me di la vuelta y regresé al coche, recién en la autopista me di cuenta de que me faltaba un zapato. Al llegar a casa encontré una nota en la mesa de entrada que decía: te he estado esperando, tenemos mucho de que hablar, salgo hacia Roma, estaré de regreso el lunes, espero que la reunión con los franceses haya sido todo un éxito, que pases un buen fin de semana, te extraño, te quiero, Inés.

El domingo no sonó el teléfono, estuve todo el día esperando la llamada de Tico, pero no dio señales de vida. ¿En qué andaría ese bestia? Me entraron las dudas, a fin de cuentas, era igual de culpable que él, era cómplice de un asesinato, yo había enterrado a Sonsoles. Entré en estado de pánico, no podía ser tan ingenuo, tan imbécil. ¿Y si él se lava las manos y me echa la culpa a mí? ¡Mis huellas están en la pala! ¡El zapato! ¡Todo se puede volver en mi contra! Llamé a Tico a su casa, nadie cogió el teléfono. Intenté localizarlo en casa de sus padres, doña Adelita me atiende y se pone a llorar, no para de reprocharme, sí, de reprocharme, me pregunta que en qué he convertido a su hijo, que estaba hecho un completo desconocido, con lo formal que era, serio y trabajador, tan buen marido y padre hogareño, y que ahora, por mi culpa, estaba desorientado, como perdido, era otra persona. ¡Pero señooooora!, ¡¿qué me dice?! Nada, nada, eres un mal ejemplo, mi hijo no se merece esta humillación ni nosotros este sufrimiento, pobrecillo, está hundido. ¡Señoooora! ¡¿pero que me está usted contando?! Lo que me oyes Manuel, has conseguido que lo despidan, que Solita lo abandone y desaparezca, hasta hoy no ha dado señales de vida, y tu diciendo que estaba en Paris con Verónica, a saber lo que le estarás contando a tu pobre mujer, un ángel ella, y tus hijos que son dos soles, no te lo perdonarán nunca. ¡Eres una mala persona!, ¡una mala persona y que Dios te perdone!. Ya lo decía mi marido, eres mala hierba y Vicentico no se merece que le hagas esto. ¡¡¡Señora!!! ¡escúcheme bien! yo no tengo hijos, llevo seis años separado de mi mujer, aprecio a Tico, pero su hijo es un desastre, me he pasado la vida protegiéndolo, ¡Así que no me venga con tonterías!, ¡por favor! Y pídale que de una vez por todas se quite esa máscara de inocente y que le cuente en qué infierno vive. Y colgué indignado, sabiendo que yo ya estaba jugado. Me puse lo primero que tenía a mano y salí disparado hacia el chalet. Allí me encontré a Tico, como un lunático, con el teléfono en la mano y el pantalón arremangado que dejaba ver el tobillo totalmente deformado por la hinchazón que le había causado el esguince. Acabo de llamar a la policía, me dijo con cara de no haber roto nunca un plato, les he dicho que habíamos matado a mi mujer, ya vienen para aquí. He llamado a mis padres y me imagino que ellos habrán llamado a los tuyos. Mi madre dice que la has telefoneado y no has parado de gritarla, que me has puesto a bajar de un burro, que estabas empeñado en convencerla de que tu mujer estaba con Solita en Paris, que te ibas a divorciar y que habías dejado a tus hijos en casa de tu hermana porque no podías encargarte de ellos, que ya era hora de que tus padres aceptaran a Inés. También dijo que me habías despedido y que ahora te quedabas con mi puesto en la empresa. Eres un cabrón Manuel, un maldito cabrón, ¡qué razón tenían mis padres cuando insistían que me alejara de ti! Y yo Manuel, siempre cubriéndote las espaldas cada vez que te mandabas una cagada, te creía mi amigo, eras como el hermano que no he tenido, me he pasado la vida protegiéndote, ayudándote en todo lo que he podido, y tu , en cambio, me lo pagas así. ¡Mira que enterrar a Sonsoles! ¡¿Y si estaba viva?! ¿eh?, dime Manuel, ¡¿y si estaba viva?!. Y comenzó a reírse a carcajadas y a llorar como un loco en su mundo porque ya le resbalaba todo.

Llegó la policía, llegaron mis padres, llegaron los padres de Vicentico. Se me iba la vida en un despropósito, en el autobús de la amistad con un billete capicúa que ya nadie guarda. Tico se tambaleaba mirándome a los ojos esperando que dijera algo. Yo, sin embargo, había decidido sembrar una semilla de silencio hasta que llegara mi abogado.

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