Cinco verdades incómodas sobre el absolutismo

Cinco verdades incómodas sobre el absolutismo

Enzo Pacheco

22/10/2025

Cuando pensamos en el absolutismo, la mente suele volar al Palacio de Versalles, con Luis XIV, el «Rey Sol», declarando «El Estado soy yo». Esta imagen de monarcas todopoderosos, centralizando el poder y sentando las bases del Estado moderno, es la que casi todos aprendimos en la escuela. Es una historia sencilla y, en apariencia, lógica.

Sin embargo, esta visión es una simplificación que oculta una realidad mucho más compleja. De hecho, durante generaciones, el análisis histórico dominante, incluso dentro de la tradición marxista, siguió una lógica similar. Friedrich Engels, en una frase célebre, propuso que el Estado absolutista era el producto de un «equilibrio de clase», un mediador que mantenía a raya tanto a la vieja nobleza feudal como a la nueva burguesía urbana. Esta idea del rey como árbitro entre un pasado en decadencia y un futuro en ascenso ha moldeado profundamente nuestra comprensión de la época.

Pero la realidad histórica, analizada a fondo por el historiador Perry Anderson, es mucho más sorprendente y contradictoria. Lejos de ser el amanecer de la modernidad, el Estado absolutista fue, en muchos sentidos, el último y más sofisticado acto de defensa de un orden que se desvanecía. Prepárate para cuestionar lo que creías saber: aquí te presentamos cinco revelaciones que demuestran que la historia es mucho más fascinante que las versiones simplificadas que nos contaron.


1. No fue el inicio del Estado moderno, sino el último acto del feudalismo.

La tesis más extendida presenta al Estado absolutista como un mediador neutral entre una nobleza en decadencia y una burguesía en ascenso. Sin embargo, un análisis profundo de su estructura revela una verdad muy distinta: no fue el nacimiento de un Estado capitalista, sino un «aparato reorganizado y potenciado de dominación feudal».

A pesar de que la servidumbre como institución había desaparecido en gran parte de Europa occidental, esto no significó el fin de las relaciones feudales. En el campo persistían la «coerción privada extraeconómica, la dependencia personal y la combinación del productor inmediato con los instrumentos de producción». La aristocracia seguía siendo la clase dominante y propietaria de la tierra. El verdadero propósito del absolutismo fue, entonces, mantener a las masas campesinas en su posición social tradicional, contrarrestando las libertades que habían conquistado tras la crisis del feudalismo medieval.

En lugar de ser el heraldo de la modernidad, el Estado absolutista fue el nuevo blindaje de una nobleza amenazada, una forma de perpetuar su poder en un mundo que cambiaba rápidamente.

El Estado absolutista nunca fue un árbitro entre la aristocracia y la burguesía ni, mucho menos, un instrumento de la naciente burguesía contra la aristocracia: fue el nuevo caparazón político de una nobleza amenazada.


2. Sus instituciones «modernas» tenían un propósito arcaico.

A primera vista, el absolutismo introdujo instituciones que parecen innegablemente modernas: ejércitos permanentes, una burocracia centralizada y una diplomacia formal. Sin embargo, si miramos su funcionamiento interno, descubrimos que servían a fines profundamente feudales y dinásticos.

  • Ejércitos de mercenarios, no nacionales: Los ejércitos de los reyes absolutistas no estaban compuestos por «ciudadanos». Eran una masa mixta en la que los mercenarios extranjeros desempeñaban un papel central. La razón era simple y reveladora: la nobleza se negaba a armar en masa a sus propios campesinos por miedo a las rebeliones. Las tropas extranjeras, que no compartían el idioma ni los lazos con la población local, eran el instrumento perfecto para la represión interna. Los ejemplos son brutales y concretos: «Los Landsknechten alemanes se enfrentaron con los levantamientos campesinos de 1549 en Inglaterra… mientras los arcabuceros italianos aseguraban la liquidación de la rebelión rural en la zona occidental; la guardia suiza ayudó a reprimir las guerrillas de boloñeses y camisards… en Francia.»
  • Una burocracia en venta: La burocracia del Renacimiento no funcionaba sobre la base del mérito, sino de la compra. Los cargos públicos se trataban como una propiedad vendible a individuos privados. Este sistema, conocido como «venta de cargos», integraba a la nobleza (y a parte de la burguesía) en el aparato estatal. El comprador amortizaba su «inversión» a través de la corrupción y los privilegios, en lo que era «una especie de caricatura monetarizada de la investidura de un feudo.»
  • Diplomacia de familia, no de nación: La diplomacia de la época no se basaba en el «interés nacional», sino en el dinástico. El Estado se concebía como el patrimonio personal del monarca. Por ello, el mecanismo supremo de la política exterior era el matrimonio, la vía preferida para la expansión territorial. La paradoja, sin embargo, era que «el largo rodeo del matrimonio condujera directamente y tan a menudo al corto camino de la guerra», como lo demuestran las innumerables Guerras de Sucesión que plagaron el continente.

3. El imperio americano fue la bendición y la maldición de España.

El absolutismo español fue el más poderoso de Europa en el siglo XVI, y su impacto fue «desmesurado». Esta preeminencia se debió a la inmensa riqueza que extraía de su imperio en el Nuevo Mundo. La masiva afluencia de plata y oro americanos financió el colosal esfuerzo bélico de los Habsburgo, permitiéndoles mantener ejércitos en Flandes, Italia y Alemania simultáneamente. Este poder no solo proyectó la influencia de España, sino que también distorsionó el desarrollo de todo el continente, pues «ahogó la vitalidad urbana de la Italia del norte y de las florecientes ciudades de la mitad de los Países Bajos».

Sin embargo, esta misma riqueza fue su ruina a largo plazo. La abundancia de metales preciosos desalentó por completo el desarrollo de manufacturas y empresas comerciales dentro de España. ¿Para qué producir bienes si se podían comprar con la plata americana? Esto provocó el estancamiento de la economía castellana, que no pudo competir con la producción de otros países.

La contradicción era total, un círculo vicioso que definió el destino de su imperio.

El imperio americano era la perdición de la economia espanola, el imperio europeo era la ruina del Estado de los Habsburgo; el primero hacía financieramente posible la prolongada lucha por el segundo.


4. El resurgimiento del Derecho Romano reforzó el poder feudal.

Solemos asociar la recuperación del Derecho Romano durante el Renacimiento con el progreso, la racionalidad y la protección de la propiedad privada, pilares del futuro capitalismo. Y en parte es cierto: sus conceptos sobre la propiedad absoluta sirvieron a los intereses de la burguesía mercantil.

No obstante, su principal beneficiario fue, paradójicamente, el orden feudal. El Derecho Romano también ofrecía un marco jurídico ideal para aumentar el poder del príncipe y del Estado central. Sus principios sobre la autoridad soberana eran música para los oídos de los monarcas. Se desató así una pugna entre los intereses de dos clases. Siguiendo las categorías de Max Weber, la presión política de los Estados dinásticos por la «claridad» monárquica dominó sobre las exigencias de «seguridad» mercantil de la burguesía.

De este modo, el principal efecto de la modernización jurídica fue, irónicamente, el «reforzamiento del dominio de la clase feudal tradicional». La fachada de modernidad legal ocultaba un propósito profundamente arcaico.


5. Su caída no fue un evento único, sino un dominó que tardó 400 años en caer.

El absolutismo no fue un fenómeno monolítico que existió en una sola época y desapareció de golpe con la Revolución Francesa. Su historia tiene «muchos y yuxtapuestos comienzos, y finales escalonados y dispares», y su unidad no es la de un «continuo lineal». Sus desarrollos y caídas ocurrieron en momentos radicalmente distintos a lo largo del continente.

Esta asombrosa diversidad temporal, un dominó que tardó cuatro siglos en caer por completo, rompe con la idea de una historia europea unificada y se puede ver en esta cronología:

  • Siglo XVI: El absolutismo español sufre su primera gran derrota en los Países Bajos.
  • Siglo XVII: El absolutismo inglés es derribado por la revolución.
  • Siglo XVIII: El absolutismo francés dura hasta su violento final en 1789.
  • Siglo XIX: El absolutismo prusiano sobrevivió hasta finales del siglo XIX.
  • Siglo XX: El absolutismo ruso es el último en caer, derrocado por la revolución en 1917.

Esta disparidad refleja las profundas diferencias en la composición, evolución y estructura de clases de cada Estado, demostrando que cada nación siguió un camino único moldeado por sus propias contradicciones.


Conclusión

El Estado absolutista fue mucho más que la simple tiranía de un rey. Fue un sistema complejo y lleno de contradicciones, una estructura con una «fachada moderna» que ocultaba un «subterráneo arcaísmo». Entenderlo no es solo corregir un capítulo de la historia, sino aprender a mirar más allá de las apariencias del poder. Al entender cómo una fachada de modernidad puede ocultar una lógica arcaica, ¿qué estructuras de poder que hoy damos por sentadas deberíamos empezar a cuestionar?

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