Arequipa, 21 de octubre de 2025
Hola nuevamente.
Ha pasado un tiempo desde la última vez que escribí, y en ese corto silencio aprendí mucho. Algunas lecciones fueron dolorosas, pero necesarias. Otras me revelaron algo que apenas empiezo a comprender: la pertenencia.
Aprendí el verdadero significado de tener valor como persona. No un valor medible, ni económico, sino algo abstracto, invisible, que solo puede ser percibido por quien tiene la sensibilidad para hacerlo. Lo entendí hace poco: mi valor no depende de nadie más, sino de mí mismo.
Yo, siempre errante y solitario, navegando entre pensamientos tan complejos como simples, encontré a alguien que, aunque parecía distinta a mí, terminó complementándome de manera inesperada. Poco a poco ayudó a calmar mi ansiedad, a ordenar mis ideas y a recordarme mi potencial. Me di cuenta de que tengo talentos dormidos, apagados por la costumbre de subestimarme, pero que dentro de mí siempre han querido salir a la luz.
Hace tiempo, algunas personas me dijeron que me admiraban, y otras confesaron que mi presencia podía intimidar, no por mi carácter, sino por la intensidad de mi forma de ser. Algunos amigos admitieron que a veces temían decir algo equivocado, no porque me enojara, sino por lo abrumador que podía ser al hablar. Otros me criticaron por mi serenidad, por mi honestidad.
Hoy escribo sin sobrepensar, solo meditando, recordando y reconociendo cuánto he avanzado sin notarlo. He crecido. He dejado atrás cosas y personas, y aunque mi ritmo no sea el que otros esperan, entendí que mi paso es solo mío.
Debo seguir avanzando, moviéndome… como un giroscopio: que mantiene su equilibrio gracias al movimiento. Porque si esa fuerza interior se detiene, todo se cae.
Soy el protagonista de mi historia, y el personaje principal soy yo. Solo de mí depende que este relato sea interesante, lleno de retos, momentos alegres y aprendizajes. También depende de mí decidir quién entra en mi historia y quién se queda fuera.
Al mirar atrás, veo cuántas cosas pude haber hecho antes, pero por escuchar voces ajenas —aunque con buenas intenciones— detuve mi avance. Hoy entiendo que la única voz que debe guiarme es la mía.
Aprendí también que no hay que forzar nada: ni conversaciones, ni amistades, ni relaciones. Las cosas forzadas nunca valen la pena. Que fluya lo que deba fluir y que falle lo que tenga que fallar. Porque incluso los errores tienen su valor: nos enseñan sin juzgarnos, si sabemos aprender de ellos.
Hoy el mar de ideas está en calma. Escribo con paz, claridad y gratitud. Llevo conmigo una buena actitud y la disposición de seguir adelante.
Entendí que cuando dejas de buscar con ansiedad y simplemente fluyes, las cosas que anhelas llegan por sí solas, sin lucha, sin ruido, sin prisa.
Escribo esto para recordarme quién soy… y para no olvidarlo nunca más.
OPINIONES Y COMENTARIOS